Papeles recogidos. Segunda edición corregida y aumentada. BOGOTA Casa editorial de Arboleda. & Va.lencia.. MOMXV .. - - -,-- --'-'- --- BANCO DE LA REPUBLlCA Bl8LIOTECA lUIS.ANGEl ARANGO CATALOGACION A mi querido y buen hermano el doclor José Manuel Goenaga. PREF ACION Después de largos años vuelve a imprimirse esta humilde colección de artículos cuyo título de Papeles Recogidos responde puntualmente a la verdad, pues fueron todos ellos publicados en diferentes periódicos, ya de provincias, ya de la capital, ya uno que otro en revistas de fuéra del país. La primera edición, hecha muy nítidamente en Bogotá, sólo fue de treinta ejemplares que, naturalmente, no fueron dados a la venta sino repartidos entre parientes y amigos. De esta segunda edición se hace una tirada algo más copiosa, que tam- -6- poco será dada a la venta porque el autor juzga que seda una verdadera exacción ir a exigirle dinero al público sin que éste reciba nada en cambio: en efecto, estos endebles Papeles Recogidos no valen nada absolutamente. Varios de los articulejos de la primera edición han sido suprimidos en ésta sin vacilación ninguna, aunque no sin pena por el amor que todo padre tiene a sus hijos siquiera sean éstos desmedrados o tontos; pero se ha creído que lo que podía tolerarse en un joven de veinte a treinta años, es inadmisible en un hombre maduro, y el tono de los artículos inmolados carecía de seriedad. Ellos llevaban estos títulos que se inscriben aqui como un recuerdo: En un Album, Causa Criminal, De mentirijil/as, Cosas de Par/s, Un plagio .... en Cotopriz. En cambio, la colección se ve aumentada con otras producciones, si ····7- insignificantes como de quien son, por lo menos serenas y hasta graves como las que se refieren al doloroso episodio que se conoce en nuestra historia con el nombre de «secesión del Istmo». ¿Un libro más? dirá algún lector desconfiado o desdeñoso. Y no es improcedente la pregunta si recordamos que a Mr. Gladstone en los últimos años de su vida le preocupaba a veces la cuestión de saber en dónde se colocarian los libros en las casas, considerándolos ya como un elemento invasor irresistible; o si recordamos la expresión que se le escapó a Lord Roseberry pocos años há, al entrar en la Biblioteca de Aberdeen: i What a cemetery 01 books! ¡Qué cementerio de libros! A la verdad no vale la pena de escribir y más escribir para que los frutos de tánta ingente labor paren en los anaqueles de una librería, sin que el público -- 8- se preocupe poco ni mucho de ellos. Bien que a esto podría observarse con algún periodista anglo-sajón, que si se entrega al brazo secular la producción de libros que se crea superflua, se correría el riesgo de que se perdieran las obras de autores que, poco o nada estimadas en una época, recobran o adquieren prestigio en otras, tales, por ejemplo, las de Charles Lamb y WiIliam Hazzlitt, célebres ensayistas ingleses; yeso que no decimos nada de los dioses mayores como Cervantes y Shakespeare. Y también podría decirse que no faltan de tiempo en tiempo gentes que voluntariamente les prendan fuego a ilustres colecciones de libros, como el Califa Ornar a la Biblioteca de Alejandría en la Edad Media, y en estos días nuéstros, los ejércitos alemanes a la de Lovaina. Esas magnas destrucciones de libros impresos o manuscri- - l/ - tos equivalen a las siegas de vidas que hacen las epidemias y las guerras y que le ponen coto al r.recimiento alarmante e imprudente, según los economistas, de la población. Y basta de inútiles digresiones y radotages a propósito de la impresión de un tomito que no alcanzará a merecer los honores de la publicidad. El autor quedará muy satisfecho con que dentro de algunos lustros algún lector curioso que tropiece por ahí con el volumen sepa cómo se viajaba por la Sierra Nevada de Santa Marta hace veinte años, o cómo se hacia a fines del siglo XIX, en una provincia colombiana, la romería de Perebere, la cual murió, como si hubiera sido un combatiente de Peralonso o de Carazúa, en la guerra de los tres años (18991902): ya sólo constituye un amable recuerdo. -10- El autor les da las gracias a los que han reproducido varios de los artículos que van en esta serie, entre otros, Vein- te años después, En el 20 de julio, Rafael Pamba y los referentes a Panamá. También les debe su gratitud a distinguidos escritores que, con motivo de la primera edición del librito, se dignaron hablar de él con inmerecidos elogios (1). Sirvele tal vez de disculpa a tan excesiva benevolencia la circunstancia de que en estas cosas de crítica literaria, la amistad está por cima de la justicia, y la consideración de que el autor de Papeles Recogidos siempre mostró respeto por los fueros y pragmáticas de la lengua castellana en punto de claridad y anhelos de corrección. (1) Entre ellos don Rafael M. Merchán, muerto ailos há, y el doctor José Gnecco Laborde. Presidente hoy de la Sala de Negocios Generales de la Corte Suprema. --- 11 -- Para terminar, manifestamos sinceramente que no se nos escapa que cualquiera que tenga tiempo bastante que perder hojeando estas humildes páginas, puede hacerse la reflexión de que si el autor mismo juzga sin valor ninguno, de notoria insignificancia, lo que va aquí adentro, entonces, ¿a qué dar a la estampa esta obrilla y gastarse por contera algunos buenos duros de legítima moneda? Tiene razÓn de sobra ese lector; el autor está plenamente de acuerdo con él; sMo que, como decía aquel peregrino ingenio francés, muerto en los comienzos de la guerra europea, el espiri tual Jules Lemaitre, «el derecho más precioso de un hombre libre es el de cometer una tontería», y el autor de los Papeles Recogidos ejercita a sabiendas ese derecho imprescriptible, para hablar como los revolucionarios de 1789. Bogotá, septiembre de 1915. l'or iSI)orar el idioma .... (HISTÓRICO) Mi amigo Orozco se sentÓ en el sillÓn que le ofrecía, cruzó la pierna, chupó el cigarro que fumaba, y me refiriÓ lo que sigue: Aquí en Colombia no exíste el servicio militar obligatorio, que es pesada carga para muchos países europeos. Seguramente es porque no tenemos nosotros necesidad de estimular o hacer que nazca el valor, dote ingénita de nuestro pueblo y raza; porque siempre que la defensa de nuestros principios - 14 --- nos obliga a pelear por ellos, cada cual deja sus ocupaciones y corre con gusto a empuñar el arma y a responder a la lista de los campamentos. A pesar de que yo era entonces lo que se llama un muchacho, se despertaron en mí los instintos guerreros cuando, después de muchas vacilaciones debidas a inconvenientes materiales, en cuya enumeración no he de entrar ahora, se dio la orden del pronunciamiento en la provincia de Padilla, allá en febrero de ]877. La revolución iba contra el Gobierno de don Aquilea Parra, quien, por sus medidas gubernamentales, se había tal vez empeñado en hacer que sus adversarios nos levantásemos en armas pro aris el ¡oeis. En Riohacha se dio el primer grito de insurrección el 9 de febrero del año citado. Me acuerdo como ahora: andaba yo con una peinilla de rémington, única arma -- 15 --- que había podido conseguir, y muchos compañeros míos estaban en igual caso. Pero ¿ qué importaba? La población riohachera, partidaria de la revolución casi en su totalidad, se echó ese día, aunque mal armada, a la calle, y con el brío que la ha distinguido siempre en achaques bélicos, puso pronto en precipítada fuga, y, gracias a Dios, sin derramamiento de sangre, el corto destacamento que en la ciudad sostenía el orden de cosas legítimo. Poco tiempo después, en marzo, llegó a nuestras costas la invasión gobiernista al mando del General Fernando Ponce. Tuvimos que retiramos al vecino territorio de la Goajira, y allí vino a reunirse con nosotros el grueso de nuestras fuerzas a las inmediatas órdenes del General Felipe Farías, jefe del movimiento insurreccional. Algunos días estuvimos sin venimos a las - ló -" manos; pero el 16 de abril de ese año, infausto para la causa regeneradora, como a las doce y media de la mañana, se comenzÓ la batalla de Piyaurichón. El General Ponce ocupaba la orilla izquierda del Ranchería, y atacaba; nosotros ocupábamos la derecha y nos defendíamos. No fue al principio la intención de nuestro experto jefe generalizar la acción, pero habiendo notado que su ejército se batía con entusiasmo y valor, decidió jugar allí mismo el todo por el todo. Nos fue adversa la fortuna, pero no porque no hubiésemos hecho lo humanamente posible por fijarla de nuestro lado. Iguales, poco más o menos, en número los ejércitos contendores, a las cuatro de la tarde nuestras escasas municiones se habían agotado, el enemigo forzó uno de los pasos del río, y quedó cortada nuestra ala derecha, que combatió heroicamente. No, nosotros 17 - no tuvimos un Oesaix que ganase ese Marengo, y nos retirámos sin precipitaciÓn, y sin ser perseguidos, del campo de batalla, por una y otra parte tan ardientemente disputado. Nuestras pérdidas fueron sensibles, pero más aún lo fueron las del vencedor. El General Farías disolvió su ejército pocos días después de nuestro inmerecido descalabro, y sólo unos pocos hombres (doscientos a lo sumo) permanecimos rodeando al General en Gi.iincúa, célebre llanura donde el año de 1862 el General José María Vieco y el doctor José Manuel Goenaga, sostenedores del Gobierno de la ConfederaciÓn, tuvieron la osadía, legendaria en estas regiones, de aceptar batalla con unos cien combatientes a los mil y tantos con que los perseguía el General Louis Hcrrera, quedando indecisa la victoria, después de rudo combate. - lB- Los días que alli vívímos fueron de una vida absolutamente primitiva y selvática. Personalmente teníamos que cuidar de nuestras cabalgaduras y de nuestra ropa. Yo iba al b09que, y con una hacha me procuraba la leña necesaria para preparar la rústica comida, en cuyo aderezo se entendía un amigo, transformado en hábil cocinero de la noche a la mañana. Donde sospechábamos que alguno de nuestros camaradas estaba arreglando algo inusitado en materia culinaria, allí caíamos impensadamente, y había que compartir con nosotros el envidiado plato nuevo. No se crea que no había aventuras qué correr; las había, pero era eso difícil y arriesgado. Teníamos en cuenta, con prudencia suma, que con las hermosas indígenas que pueblan la Ooajira no se puede jugar impunemente, porque pronto los parientes exigen que -- las J l) . compren. Si son personas principales, hijas o sobrinas o caporales, ques de gozar americanas nuestra tanto ra gastar hacía SllS bolsillos, buenos Los indios recordar las escenas sequian ranchos con lo que tienen, para ellos personas peque bíblicas salvo, de todas día que se les mete de dis- de paja y nos oby somos tan sagradas coms si fuéramos romanos, el grato Ponen a nuestra SllS con creces nues- dan una hospitalidad la vida patriarcal. nas estaban preciosos. posición violables no pa- que desconocían, tiempos, so de los metales hace pobres, pero en de derrotados, poco ni mucho tros limpios el dede esas si son esa felicidad, condicion mu- para adquirir de los favores auténticas; no cuesta y de caci- hay que gastar chas mulas y vacas recho nobles eso sus ya e in- otros tribusí, cobrarse bondades en la cabeza el ha- - 20 . cernos una visita en la ciudad. Vivíamos nosotros en uno de los mejores bohíos de la rancbcría de Fernando, señor muy respetable y temido en la península entera, en casa de una sobrina suya, que respondía al poco poético nombre de Si mona, con que la dotó su padrino el dia que la sacó de pila. Era casi viuda, puesto que estaba divorciada de su marido, el cual creyó encontrar en la conducta de su joven costilla bastante que desear en punto de fidelidad conyugal. La repudió por ese no despreciable motivo, y reclamó los numerosos ganados que había dado por ella, los cuales, atendida la causa del reclamo, le fueron religiosamente devueltos. Aunque juraba y perjuraba la niña (algunos diez y seis años tendría) que el honor de su enojado dueño estaba íncólume y más blanco que el armiño, no le quedó otro recurso que vol- :!! ver al lado Como de su madre tan hospitalaria cidos, y de su tío. era rica y generosa, se mostrÓ con nosotros los ven- con los que por entonces díamos darle ran muchos nada, que ya se quísiey civilizados cristianos tan caritativos no po- como aquella pagana ser en- cantadora. ¿ Encantadora? j Oh! ciertamente lo era: no tenía feo sino el nombre. una mujer bien modelada, y de suave, helto, cabellera. llevan sus de talle pulseras, civilizadas ella llevaba sartas lucían en la cin- tura, en el cuello y en la garganta pie. No gastaba, en el rostro que dejaba por el ardor breves del como sus conterráneas, el color de la bija, sino ver su cutis del sol. y bien formados de finísima es- y negra perfu mada Donde las mujeres de coral, que asimismo que Era algo tostada Poníase pies piel de cabra, en los sandalias atadas con 22 --- cordones de roja seda. Era una gloria veda cuando la fresca brisa de la pampa inflaba por las tardes su blanco manto talar, semejante al que se nos dice que usaban las damas romanas: parecía que fuera un ángel dispuesto a encumbrarse en la región del cielo. Entreteníase largas horas en contemplar su peregrina hermosura en un espejito, dón gracioso de un viajero venezolano. Era Simona por todo extremo pulcra, y en señalar sus limpios y torneados brazos mostraba especial complacencia e inocente coquetería. No era, pues, extraño que el campamento íntegro, jóvenes y viejos, se hubiesen prendado de aquel espléndido ejemplar de la belleza indígena del continente. Todos suspirábamos por la simpática goajira; yo la ayudaba muchas veces a ordeñar sus vacas mugidoras; y no me atrevo a jurar que al mismí- 23 - sima jefe conservador no le hubiesen causad,) grata impresión el expresivo mirar de Si mona y el blanquear de sus dientes, que (aunque sea figura fósil) es preciso decir que eran hileras de perlas cándidas como las que se pescan en el sonoro mar que baña la península. En todas estas cosas andábamos entretenidos cuando, en una tarde de fines de abril, se presentaron los señores J. L. Y D. P., de regreso de su viaje a Norteamérica, a donde habian ido a conseguir armas y municiones, las cuales estaban a bordo del buque que los habia traído, anclado a la sazón en el puerto del Cabo de la Vela. Inmediatamente resolvió el jefe marchar a poner en salvo el valioso parque; y comoquiera que ese viaje, a pie, de GOincúa al Cabo, de muchas leguas, por en medio de pampas abrasadas por un sol - 24 - - pródigo en insolaciones, no me inspiraba -grandes simpatías, obtuve permiso para quedarme en el campamento con otros paces compañeros. Al alegre bullicio de los juguetones camaradas sucedió un silencio melancólico, bien que para mí no tanto, porque la presencia de Simona dulcificaba el pesar causado por la separación de seres queridos. La tarde del día en que se fue el ejército, a la hora del crepúsculo, espléndido en estas latitudes, sentado yo en un cuero de res, se me acercó la india, y mirándome en los ojos, con dulce voz me dijo algunas palabras en su armonioso dialecto. Me quedé como a quien le hablan en griego, porque aun cuando yo sabía pedir de comer en goajiro, de otras cosas no comprendía ni una sílaba. Y luégo que no me imaginaba tampoco qué me quería decir aquella muchacha. Debi de hacer un gesto de desesperaciÚn por mi ignorancia, porque la india se alej(í riéndose de mi, después de convencerse de que me había quedado en ayunas. Me puse a buscar con afán algÚn amigo que me descifrara las palabras que me había dicho y que tenía grabadas en la memoria. Nada; mi mala estrella hizo que no encontrara a nadie que me alumbrase en esa ohscuridad e incertidumbre de mi espíritu. Pasé una noche agitada, soñando tonterías, y por la maiiana hallé al fin quien me dijese lo que significaban las misteriosas palabras. iDemonios! la india me hahia dicho que si yo quería ser. ... su marido! Aunque la propuesta era inesperada, no reflexioné, sino que me precipité al rancho y le dije, como Dius me dio él entender, que yo aceptaha con alma. vida y corazón aquel enlace, que estaba con- - 26 -- tentísimo, feliz, etc., etc., de todo lo cual pareció quedar bastante satisfecha. ¡Dios mío, qué horizontes tan nuevos! ¡qué perspectivas tan risueñas y halagadoras! ¡qué sueños tan deliciosos! Pero no hubo nada. Después resulta cualquiera diciendo que no existe el hado, el sino. Como que se metió el mismo Satanás a impedir mi ventura. Porque ese mismo día se les antojó a Correoso y a Luis A. Robles asomar en la llanura en persecución nuestra. Tuvimos que emprender una marcha más que precipitada, so pena de quedar prisioneros de los liberales. Nos dispersámos. Precipitáronse los acontecimientos. Vino la noticia de la rendición de Manizales, del fin de la guerra, del vencimiento de nuestro partido, del derrumbe de nuestras esperanzas y de nuestras ilusiones. Tuve que irme a la ciudad, al lado de mi madre, y hasta la 27 hora en que refiero esto a ver a la heroína Muchas picios veces, en los momentos para memoria los ensueños, un período detiene no he vuelto de mi historia. con placer de diez años de una hermosa muchacha, que, mente con dulzura, tiernos Sin embargo, do el deseo me dice mal sabe de Simona, con ballo, ceñida la que por si realizan- en vez de esy foco de cul- centro esta me encontrara, la Goajira; de fija- armonioso: no hay tura, relatándote la tarde, ojos, Quién tar en una ciudad, herbosas y se ser mi marido? bien no venga. las vestida mirándome en un dialecto ¿ Quieres mi en la contemplación extraña manera pro- desanda verídica historia, ora jinete en brioso ca- tequiara corriendo por praderas de a la caída de y ardientes ora sentado, envuelto 1. Especie de l:orona 1, en mi ancho ropaje, usada pc,r lo:; indios goajiros. - 25 -- alIado de aquella dulce autóctona, oyendo hablar goajiro a algunos indiecitos y tomando espesa leche, ordeñada ahí mismo, escuchando el berrido melancólico de los terneros. Vida sedentaria o nÓmade, ciertamente apetecible .... para otros! 1886. ~afael Celedól). En la vilIa de San Juan de Cesar, que tan funesto renombre ha adquirido desde! 875, naciÓ en 1833 don Rafael CeledÓn. Pas(í alIí apaciblemente, al lado de su respetable familia, los primeros años de su vida. Su tío, el presbítero don Agustín Ce1edÓn, notando la clara inteligencia y viva imaginaciÓn del joven, resolviÓ enviarlo a esta ciudad a que estudiase la jurisprudencia y la política. Vino en efecto y estudiÓ esas materias con el lucimiento y provecho que eran de esperarse de quien. entre - 30 - sus profesores y condiscípulos, se había ganado legítima fama de ser uno de los más distinguidos estudiantes de su tiempo. Concluidos sus estudios regresó a su hogar. Ha sostenido, y entendemos que aún sostiene el doctor Celedón, que para un hombre honrado y buen católico no hay sino dos maneras de pasar honestamente la vida: como eclesiástico o como casado. Consecuente con este modo de pensar que no hemos de discutir, trabajaba el doctor Celedón por allegar una fortuna con que poder contraer matrimonio, si Dios le llamaba por ese lado, al propio tiempo que dedicaba sus horas de vagar al estudio de la Teología y de la Escritura, previendo el caso de que tuviera que ser Ministro del Altar. La terrible guerra de 1860 estalló. El doctor Celedón se encontró, como '>1 era natural y como ya se había encontrado en 1854, en medio de los defensores de la buena causa, y tuvo el honor de derramar por ella su sangre. La guerra feroz que en el Magdalena hizo el vencedor y que no respetó ni vidas ni haciendas, dcjóle en la miseria, pues el enemigo se apoderó de los pocos bienes que el doctor Celed(in había reunido a costa de perseverante trabajo. A Lima fue a dar huyendo de las persecuciones de sus enemigos, y en esa ciudad resolvió adoptar el estado a que por la Providencia se creyó destinado. Refrescó en el colegio de Santo Toribio sus estudios teológicos, y apenas de vuelta al seno de la patria recibió de manos del I1ustrisimo señor Obispo de Panamá la consagración sacerdotal - 32 - Reclamólo con instancia el prelado de su diócesis, y en el Magdalena sirvió primero el curato de Fonseca y luégo el de Riohacha. Estando en esta ciudad concibió y puso por obra la idea de catpquizar a los indigenas que pueblan la Península Goajira, a los cuales no pudieron, por más que lo intentaron, reducir a la vida civilizada los colonizadores españoles. El doctor Celedón hizo cuanto pudo para obtener un buen resultado en su noble propósito: bautizó a millares de indígenas, predicó el Evangelio en el dialecto goajiro, edificó una iglesita en Marahuyén. Por último, solicitó del Gobierno colombiano un auxilio para poder continuar su tarea; y a pesar de los esfuerzos delllustrisimo señor Obispo de Santamarta y del abnegado misionero, el Congreso de aquel año negó lo que ellos le pedían, desatendien- » do de esta suerte los intereses de la civilizaciÚn. Quiso el doctor Romero utilizar las eminentes dotes de institutor que adornan al doctor CeledÚn y le llamó a Santamarta en 1877 para confiarle el rectorado de! Seminario conciliar de la diócesis. Poco después fue nombrado para la dignidad de Deán de la Catedral. Cinco atlos pasó en la capital del Magdalena, y al cabo, gastadas sus fuerzas y casi arruinado su cuerpo, emprendió viaje a los Estados Unidos de Norteamérica a efecto de restaurar su salud. Pasó luégo a la isla de Santo Domingo, donde residiÓ cerca de un año sirviendo la parroquia del Santo Cerro, lugar que, según la tradición, escogió para levantar una cruz el dcs,:ubridor de América. Después partió el doctor Celedón al viejo mundo, y en Roma tuvo la inmensa satisfacción 3 -- )4 -- de ser recibido por León XIII y por el Cardenal jacobini con las consideraciones que se merece un benemérito de la causa de la Iglesia. Ha regresado ya al pais, y de nucva se encuentra consagrado en Santamarta a la delicada labor de formar buenos eclesiásticos para aquella región de la República, que tan necesitada está de ellos. Bien ha podido ser el doctor Celedón Obispo de alguna de las diócesis colombianas. Su extremada modestia hácele creer que no es digno de tal honor, olvidándose, sin duda, de que otros sacerdotes a quienes él no les va en zaga ciñen dignamente la mitra. 11 Ya desde el colegio habiase conquistado el doctor Celedón brillante reputación de inspirado poeta. En su pe- .)5 cho reinan, después de Dios y de la Iglesia, las Musas, las cuales, agradecidas, sin duda, de cariño tan puro, han recompensado a su tenaz amador con una inspiración inextinguible. Innumerables son las composiciones poéticas del ilustre sacerdote, conocidas y bien apreciadas la mayor parte de ellas del público colombiano. De la época de su juventud gozan merecida fama Nuestros Mártires y el canto Al Salto de Tequendama. De su segunda época sólo tenemos que recordar, para que el lector no se canse de largas enumeraciones, la delicadísima oda A la Asunción de Nuestra Señora, que La juventud Católica de Bogotá premió con medalla de oro en público certamen. Muchos de sus versos han alcanzado los honores de la reproducción en respetables periódicos de España y de varias repúblicas surame- 36 -- ricanas. Hizo publicar en París, años atrás, un bello Rosario poético, y últimamente de las prensas de Silvestre y c.a ha salido un extenso poema en octava rima, original de nuestro poeta, obra completa, de gran mérito literario e histórico, de la cual ha hablado, con autoridad irrecusable en estas materias, el Secretario de la Academia Colombiana en la reseña leída en la junta inaugural del 6 de agosto. El poema tiene el título de Pío IX y el Concilio Vaticano. El doctor Celedón es individuo de la Academia en clase de correspondiente. En el Magdalena siempre que ha habido algún enemigo de la Iglesia Católica que ha dado a conocer sus opiniones por la prensa, el doctor Celedón ha bajado inmediatamente al campo y combatido briosamente al adversario. De estudiante publicó en Bogotá una )7 - refutación de Bentham. Ha sido colahoradar asiduo e inteligente de La Caridad, a cuyo venerable redactor profesa el doctor Celedón vivo y respetuoso afecto. En todo el curso de su meritisima vida don Rafael Celedón ha cumplido aquella hermosa obra de misericordia: enseñar al que no sabe. De sus trabajos de institutor son frutos un Tratado de Algebra y otro de Teneduría de Libros. Tiene inédita una Gramática de la lengua. Dedicado al estudio de los dialectos indígenas, ha publicado dos excelentes gramáticas, goajira la una y arhuaca la otra. Durante su estancia en Nueva York un muy respetable periódico de allí publicó, vertidos al inglés y con muchos elogios, varios artículos religiosos del dístinguido escritor y polemista católico. -- J8 - 1II Por lo que antecede se ve que la vida del doctor Celedón no ha podido ser más llena ni más útil. Como particular la existencia que lleva es modelo de buen vivir. Su caridad es inagotable; su conducta, de un santo; su trato, afable y cariñoso; su carácter, enérgico y severo. De regular estatura, delgado de cuerpo, de cabello abundante ya entrecano, de frente iluminada y ojos negros y vivísimos, de facciones finas, la figura del sacerdote magdalenés es grandemente simpática y distinguida. Conocedores a fondo de sus grandes méritos, nosotros le admiramos sinceramente. Amigos y discípulos agradecidos suyos, le respetamos y le queremos. De aquella admiración y de es- te respeto y afecto son débil prueba las líneas que, para bosquejar su hermosa vida, nos hemos, a toda prisa, atrevido a escribir. Bogotá, septiembre :>':OTA.-Este buceto, 10 de 1886. en extremo crito al correr de la pluma célebre anista columbianu hlIcado por éste don Papel en el famoso 1886 junto con un buen al boceto ubispo de Sa;Jtamarta al finado doctor cic', en diciembre En un ¡:io prelado. Rumeru. pastoral. magnífico en la catedral de fue preconizad (diciembre Perivdico de Santamarta lIus/ra- Celedún. Con pos- u el ductor Celedúo de 1891) para suceder El doctor Su muerte mausoleo del y pu- Crdaneta, al LO de octubre de de 1902, en La Cruz, lia, en una visita tu Jusé retrato fue es- exigencias Alberto do, en e\ nÚmero correspondiente terioridad deficiente, por amables provincia falle- de Oca- fue la de un san- levantado reposan Celedún por la Nación los restos del egre- Vixit. Aún me parece verle y oírle deseándome completa felicidad en el largo viaje que iba a emprender. No hace de eso dos años todavía. Sin duda que me habría mostrado incrédulo si entonces alguno me hubiese asegurado que en menos de veinticuatro meses aquel que allí, en el puente de un vapor, me daba el abrazo de la despedida, había de estar hoy helado por el contacto de la implacable muerte. ¿ Cómo creer, ni imaginar siquiera, que principiando apenas el camino de la vida, ha de caer inerte y frío un hombre de robusto y casi hercúleo cuerpo y de espíritu vigoroso? Y, sin embargo, así ha sido por más duro y triste que parezca y 41 sea. Y aun cuando contra la terrible realidad !la queda otro remedio que una cristiana resignación, no se puede menos que extrañar la desaparición de personas que por ley natural han debido vivir mucho más tiempo del que vivieron sable el haz de la tierra. Porque si natural y lógico es que, cumplida una misión, llenada una existencia, desaparezcamos de la escena de la vida, asi es ilógico e inesperado que, no llegada aún a la edad qve según el poeta es de «amargos desengailos», ruede en el polvo de la huesa, herida por el invisible rayo de muerte prematura, una existcncia en quien estaban vinculadas la felicidad de la csposa y la suerte de los tiernos hijos. En estos casos de pesadumbre inefable, viénele a uno involuntariamente a la memoria, como lenitivo del dolor, aquella expresión del vate griego: El amado de los dioses muere joven. - 42-- Nació en la ciudad de Santa Marta, pero se había establecido en la de Riohacha, y la amaba como cualquiera ahí nacido y criado pudiera hacerlo. La muerte le ha sorprendido cuando aún no había cumplido treinta años, y es ella pérdida irreparable para su familia y amigos, al propio tiempo que pérdida notable para aquella sección de la República. Su nombre, puesto al pie de muchas poesías, no era ya ignorado en Colombia, y si más tiempo viviera y más tiempo consagrara a la meditación y al estudio, se habría seguramente conquistado un lugar distinguido entre los cultivadores de las letras. Habría debido de ser su inspiración alta y vigorosa sí la hubiésemos de juzgar como armónica con su atlética estatura y su mirada audaz esgrimida como acerado puñal por sus ojos de 4) - color extraño. No era así, pues sus versos son, por lo general, delicados y suaves e impregnados de exquisita sensibilidad. La poesia que más me gusta de las composiciones de Pichón es la que intituló, si mal no recuerdo, Hoy y mañana, que publicó el señor Mcrchán en la Luz, en la cual alude el poeta transparentemente al estado de felicidad que había conquistado con su reciente matrimonio COIl una bella señorita. Gustábanle ~ Pichón sobremanera las comparacior.es y términos marinos, como que sobre el movible elemento había pasado buena parte de los primeros años de su juventud. Tuvo también sus veleidades por el teatro, y publicó una comedia en un acto, en la cual, aunque se nota la inexperiencia propia de la corta edad del autor, se advierte talento, gran facilidad en la versificaciÓn, dotes que lo hacían apto a producir, - 44 -. con el transcurso del tiempo, alguna obra de notable mérito. Publicó también una muestra del Diccionario Geográfico del Magdalena, trabajo en que ocupaba líltimamente sus horas de vagar, y que le hubiera dado honra y provecho. Era Tomás Emilio Pichón de afable carácter y de trato ameno, servicial en grado sumo y buen amigo y miembro de familia. Si errores cometió en su vida, ¿quién no los comete? En'are humanum esto Si defectos tuvo, ¿quién puede tirar la primera piedra? La perfección no es cosa de este mundo. No fueron sus opiniones políticas en los últimos años, las que yo tengo a honra profesar y sostener. Pero en cuanto a sus creencias religiosas, no veo que haya por qué suponer que no fueran en sus últimos momentos las mismas que todos recibimos en la infancia. Es de esperarse, por tanto, que su espíri- 4'> tu inmortal esté en el lugar donde coloca Dios a los que no se apartan de su ley, mientras que los restos de Tom<Ís Emilio Pichón duermen en humilde cementerio el sueño postrero, recibiendo diariamente los frescos hesos del Nordeste y arrullados por las tumultu osas ajas del Atlántico, sobre cuya indÓcil espalda se meció tántas veces en vida el malogrado joven! Bogotá, 1886. Mayo. La primavera, poco hermosa en este año, no ha dejado de llevarse al mundo mejor un número considerable de persa nas estimables y sencillas, que dUermen el sueño de la tumba en nuestro modesto cementerio, batido constantemente por la cálida brisa o por el fres- -- 46-- co nordeste. Y los primeros días del floreciente mayo han traído los altares de Cruz, y con ellos han hecho su acostumbrada aparición los juegos de prendas, los bulliciosos pasillos y los bailecitos de gentes alegres y bien intencionadas. La otra noche, acompañados de dos amigos, en vena de curiosear y ganosos de recordar tiempos que fueron, algo lejanos ya por desgracia, nos echámos a esas calIes de Dios a ver en qué se divertía y cómo mataba las horas, en estas c1ásícas noches, el buen pueblo de R**. Parece que debido a los muchos duelos que han afligido recientemente al barrio de Arriba, la calle Ancha y sus colindantes tienen el monopolio de las diversiones de este mayo; por lo menos, cruces en donde se baile y haya juerga honesta entre hombres y mujeres, nosotros no las hemos 47 - visto sino en esa ilustre ciudad intrépida. En la que acabada su de esta Cruz a que primera tiene parte asiento fuimos, en una de construir, había casa no un baile- cito muy animado que treinta y seis oficiales hacían el gas- to de él. faltando y concurrido, Nosotros no vamos a la verdad, ras pertenecían a la como a decir, que las bailado- creme de la creme; ni que de ellas se pudiera sar como uno expre- el poeta: Más blanca que la leche y más hermosa Que el prado por abril de flores lleno; pero no se puede negar que así hom- bres como mujeres estaban una furia danzante, inofensiva resca. chacho ¿ Pues no bailaba de veinte y pacífico paisano mo desbordaba, poseídos como años nuestro S. P.? de y pintoun muantiguo El entusias- y suponemos que no -41) - hubo desgracia grande ni chica que lamentar, y que si por casualidad alguna lámpara \legó a apagarse, no lo fue de viva .fuerza, como ha sucedido otras veces, sino por el sencillísimo motivo de que no tenia ya más petróleo que quemar. Tomámos luégo a mano izquierda, invenciblemente atraídos por el ruido apasionado de un acordeón, un tambor y una guacharaca, atacados, sin duda, de mal de rabia, según tocaban de fuerte y repetído. Y allí, teniendo por testigo complaciente a la luna, encubridora celeste, que alumbraba con una luz maravillosa aquella animada escena, se agitaban \omo poseídas de algún diablillo gozoso y retozón, unas cuantas parejas populares, al rededor del grupo formado por los músícos, que tocaban un aire de cumbiamba tan vivo y sensual, que era capaz de enardecer 4<l . y sacar de sus -lado Pi:o vación sele él casillas al propio de La Horqueta. hicimos, todo Una obser- que tuvo que bicho ne- viviente ocurrír- que se arri- mó por esos lados, y es la de que los lOmhres del, eran casi y jÓvenes, rollizos sugerían todos mozos de cory las el pensamiento brc ellas habían ocupadas en los apreciables lavanderas, pasado cocineras mujeres de que por solucngos años oficios y vendedoras de am- bulantes, Desp Jés mo abajo estaba nos encaminál110s de la calle dentro y el baile de una casa o pasillo de techo natural ma, quc para afuera, La Cruz minúscula, sirviéndole una ceiba eso prestaba so y extendido al extre- Ancha. ramaje. acorcle(')rt los insignes y Colás Recof[l'. opinión, un hombre henrosísisu frondo- Manejaban el dilcttan/es Camán En nuestra de gusto humilde exigente 4 - 50- en cosas de estética no tenia que Ir a buscar en esas tierras remotas, porque nada se encontraba aHi que pudiera satisfacer ni a una persona de pocos escrúpulos; al contrario, como decía el malogrado Matacongo. Las polIuelas que bailaban, y bailaban bien, eran todas de primera pluma, de catorce a diez y seis abriles cuando más. Los muchachos, todos de gran verbosidad y muy ágiles, aunque bastante morenitos los unos y las otras. Una simpática espectadora, de ojos negros y quemadores, que miraba el baile con poco disimulada envidia, le gritó a uno de los chicos que pasaba dando vueltas vertiginosas: -Mira tú, ya verás que yo sola no soy petaca. Creemos que esta alusión iba alojo derecho de la infortunada compañera del interpelado. Este dio una vuelta 51 más violenta que las otras, y acercándose le dijo a nuestra franca vecina: ¿ Por qué no bailas tú? -Tengo luto; is dicir, tiene luto la casa donde vivo, y me da pena. Aquí paró ese diálogo, corto y chirle, aunque interesante para nosotros, que andábamos a caza de expresiones auténticamente plebeyas. Entrámos a la casita a ver la Cruz, y aun cuando quisimos guardar un incógnito riguroso, fuimos inmediatamente reconocidos y obligados cortésmente a examinar la Cruz y sus adornos. Líbrenos Dios de hablar mal de ella ni de nadie; pero ingenuamente confesamos que lo que más nos gustó, lo que nos embriagó casi, fueron las frutas colgadas delante del altar: las ciruelas coloraditas, los amarillos mangos, los guineas maduros, las piñas coronadas, que despedian olores tan fuertes y diversos .- 52 -- que parecía aquello una orgía de perfumes vernales. Al retiramos a la casa nos dijo uno de los compañeros, L. E.: -i Con qué placer volveria yo a pastelear en este año como lo hice en 1880, pasando unas horas en La Yedra, y las otras en El Olvido! Lo último que hirió nuestros oídos fue el grito lanzado por una negrita curazoleña, relamida y jovial, a su remiso esposo: -Míra, Fulano, vamonó a dormí. y los tres exploradores, solterones empedernidos, exclamámos a un tiempo: --j Ay, quién fuera casado! 1890. Nordeste. Allí, a babor, tendido estaba con una herida cruel en el pecho el alegre y juguetón toretc que dos días antes habíamos visto embarcar en la playa de R**. Aquel pobre e inocente animal, que ningún mal nos había hecho, cuya muerte truculenta habíamos decretado, dentro de pocas horas iba a nutrir el cuerpo de ese carnívoro que se llama el hombre .... Pero no sigamos, que si nos pusiéramos a darle curso a sentimientos de esta clase, podríamos parar en sostener la teoría de que no debemos alimentamos sino de vegetales, cosa que para los adoradores de la gula no tendría ningún atractivo. Después de haber presenciado la operación asaz complicada del descuarti- - 54- zamiento, dirigímos la vista al espectáculo que nos ofrecía la naturaleza. El mar parecía un gigantesco monstruo que, cansado de luchas colosales y de trabajos inmensos, se había echado a dormir perezosamente, según estaba de tranquilo. Allá, a la izquierda, se alzaba poderosa la Sierra Nevada, destacándose en el azul sin manchas de un firmamento tropical los picos austeros y empinadísimos de La Horqueta, a la cual pediamos perdón por haberla tratado de una manera poco respetuosa, suponiéndola capaz de juveniles amoríos. Lejos, muy lejos estábamos de los flancos rocallosos de la cordillera, y, sin embargo, distinguíamos perfectamente a la simple vista el blanquear de las olas al estrellarse incesantemente en las piedras de la orilla. Alguno de nosotros sacó su álbum de viaje y bosquejó rápidamente, aprovechándose de 5'; . la calma y silencio del Océano, los airosos y atrevidos contornos de aquella arruga nevada de la tierra. De vez en cuando, de entre el turqui profundo de la montaña, surgía poco a poco y como con temor una nubecilla diáfana, que era al esbelto monte lo que al rostro de hermosa dama es el discreto y elegante velo con que se recata. O bien la aurora, precursora de los esplendores del día, tocaba la cima de nieve con un lampo de carmin que la hacía enrojecer como doncella ruborosa, y que nos hacia estallar en ruidosa admiración por aquella maravilla de color y de luz. Por la proa divisábamos, a lo lejos, tendida sobre el mar sonoro, como dijo Hornero, cual fantástico monstruo, la célebre y temida punta de La Aguja; y por el lado del oriente veíamos la costa baja donde demora la ciudad querida más que todas, que, si a 50 - las veces es cuna de disgustos insignificantes o de villanos rencores, no deja dc ser nunca la mansión de los afectos puros y desinteresados que son cordial generoso para las almas buenas. Salió el sol y echó a recorrer su eterno derrotero. La aurora no nos había traído el víento; tampoco lo trajo en su disco el astro luminoso, y ya la atmósfera abrasada del trópico nos mortificaba con su calor desesperante. Los rayos del sol se abatían sobre nuestro pequeño barco como plomo derretido, y en la cubierta no había donde estar a salvo de aquella orgía de luz. La mayor y el trinquete f1ameaban haciendo tambalear, cual hombre ebrio, la frágil embarcación; mientras que allá arriba la escandalosa y la vela de estay estaban todas lacias y desmayadas. Un sentimiento de despecho invadía nuestros ánimos al presenciar la impo- ';7 -- tencia en que estábamos impasihilidad rente. de la de vencer naturaleza Y nos indignábamos, razÓn, contra estos tan anacrÓnicos cuando indifecon harta buques de vela que se nos antojan, apenas falta la ahora una década para que se hunda y desaparezca en los abis- mos del tiempo XIX, el más grande este siglo de la historia, los descubrimientos los más adelantos nada: de si se despecho no alcanzaban concesiÓn del viento apoderó o dormimos, cual se nos figura para la más y nos ni del casopor se quedamos no se sJbe si veestado durante cosas luengos Y in- ligera que pasan que ocurriesen rían mencster a los y nuestra ausente, en que uno de atiende lánguido de nosotros, en ese estado lamos Un a y las letras. las artes dignaciÓn lor sofocante. atiende científicos; grandes, nuestro si se efectivamente espacios el que sc- de tiem- - 58 -- po. Mientras ingentes gotas de sudor mojaban nuestro cuerpo, vimos conjuntamente escenas de baile en que mujeres hermosas y bien vestidas, de redondos brazos blancos o morenos pasaban dando vueltas rapidísimas y sonriendo como en éxtasís de venturas inefables; y presenciámos escenas, en que éramos actores, sucedidas al dulce resplandor de la luna, donde al oído de una mujer querida se murmuraban las engañadoras pero ardientes palabras del amor; y vimos tambíén a personas que nos honran con una animadversión inmerecida, pero que nos tiene sin cuidado. Finalmente, tuvimos una pesadilla muy particular. Poco antes de salir de R** habíamos leído una curia.,. sa lucubración, en la cual se afirmaba que todos los diccionarios definían cierto vocablo de una misma manera. Pues hé aquí que se nos presenta una ba- -- 59 - lumba de Iibracos empastados que se torcían y retorcían, y vociferaban que a ellos no se les había consultado para nada, principiando por el de la Academia Española y terminando por el de la lengua sánscrita; que cuando más se habría hojeado el tristemente célebre de una Sociedad de Literatos, y que eso no valía la pena de darse algunas personas el tonito de hacerse pasar por dueños y señores de todos los léxicos del universo mundo, y que .... Pero aquí despertámos. Una ráfaga de aire fresco, cargado de emanaciones salinas, de esas que vivifican y refrescan el pulmÓn, nos bañó el rostro, haciéndonos lanzar un suspiro de pura satisfacción y gusto. A un tiempo mismo hirió nuestro oído el grato ruido del agua al ser partida por la quilla, y el de la lona al hincharse; y allá, a lo lejos, vimos, con no disimulado re- - 60 - gocijo, las olitas blancas que rizaban la verde superficie del mar como encajes que adornan la crujiente seda del traje de una dama. Algo semejante a lo que nosotros experimentámos, debiebieron sentir, más intensamente, los diez mil griegos cuando vieron el mar, y los descubridores españoles cuando divisaron tierra. El viento que nos impulsaba al término de nuestro viaje era un viento conocido de nosotros desde nuestra infancia; era el viento alisio que sopla en nuestro continente desde el principio del mundo: era el NORDESTE! 1890. A julio ¡acobo Pineda. y blancos Los sedosos hermosa otra amiga noche, de ébano, gres de las teclas y vivas notas Por o mejor, de alma, mismos pieza de asociación de reco- y me en- con los ojos del años, y los que aho·· de adversa o de notas del Azar de la Lotería, impregnadas ños, herían oídos. las ale- espectáculos Las propias dad e inspiradoras y de esa época, ra no sé si calificar dichosa. de marfil sentimientos, dos mismos sucesos la de una presenciando, los de una brotar, pureza, natural rriÓ mi memoria contré dedos hacían con admirable Farhbach. ideas, mía de voluptuosi- de deliciosos entonces, como ensue- ahora, mis - 62 - En frente de mi balcón se extendían las alamedas caprichosas del lindo parquecillo, abundante en pinos y eucaIiptus, oloroso con la esencia exquisita de las violetas y trinitarias que esmaltaban las verdes eras, salpicado por el agua saltadora de fuentes elegantes, cerrado por linda verja, y ostentando en su centro con orgullo la efigie en bronce del más duro y severo de los estadistas granadinos. A la izquierda, el largo balcón gris donde de tarde en tarde se veía el rostro no hermoso, pero inteligente, de una mujer-esfinge, burladora e impenetrable. A la derecha, y detrás de los cristales, pocas veces, por desgracia, tenía la dulce satisfacción de recrear la vista en el semblante gentil y espiritual de la niña señora de mis pensamientos; niña por los años y por la ino- ÓJ - cencia, mujer perfectamente modelada ya para el amor, de líneas y contornos tan puros, que pondrían envidia en una estatua griega. También las golondrinas obscuras, las amigas del poeta sevillano, venían con su gozoso pío a interrumpir por las mañanas mis vagas imaginaciones. En los momentos en que mi simpática amiga tocaba el vals de Farhbach, recordé asimismo, como por ensalmo, el libro que leí hace tántos días. Los personajes de la bella novela de Gustavo Freytag, Debe y Haber, evocados por la melodía, se destacaron nítidamente ante mi vista. Y con singular placer oí, o creí oír, la voz de cristal de la aristocrática Leonora, tan suave como generosa; y me pareció sentir la mirada dulcísima de la tierna y apasionada Sabina; y como que la mano leal de Antonio estrechaba la mía, y -64- como que golpeaba en mis oídos la risa sarcástica de Fink, aquel escéptico que había recorrido el planeta entero, y que, aconsejado de su experiencia, formulaba las más peregrinas opiniones, como la de que las mujeres todas, así las de la culta Europa como las de Africa salvaje, se diferencian únicamente en que las unas son un poco méÍs limpias y aseadas que las otras. j Pues no son raros y hasta extravagantes estos fenómenos de los recuerdos! j Qué de extraño tiene que al oír de nuevo la música deleitosa y casi divina del maestro alemán, recordase yo la lectura de un libro en cuyas páginas ha derramado a manos llenas tesoros de poesía el alma sensible de un ingenio germánico, cuando cierto espiritual amigo mío me revelaba que esa misma música jugosa y viva, no le traía a él otro recuerdo que el de las áridas y soporíferas hojas del Derecho Penal! Otra noche tuvo mi amiga el feliz capricho de tocar la serenata de Doña }uanita, de Suppé. Pues instantáneamente tuve la visión gratísima del gallardo caballero piamontés a quien le oí ese trozo del autor de Bocaccio, a11Ora dos aiíos, y me pareció que oía su charla entretenida, y que juntos recorríamos la ancha vía en donde mora la hermosa dama a quien él rendía pleito homenaje. Y mi memoria iba más lejos aún: iba a uno de los mejores coliseos de una de las más bellas y bulliciosas capitales del Viejo Mundo, donde hace un lustro mis oidos se encantaron por vez primera con la música alada, juguetona, arrulladora y vol u ptuosa áe este compositor insigne de operetas exquisitas. El gran poeta gibelino afirma que el dolor más grande consiste en recordar el tiempo felíz en las horas trístes de 5 -- (JÓ - la vida. ¡Oh, no: que a las veces, a pesar de hallamos muy lejos, separados por montes y valles, por mares y ríos, de los seres dilectos, sintiéndonos sumergidos en honda tristeza, interrogando con el corazón comprimido el porvenir sombrío e inquietante; al recuerdo de una hora de felicidad, de un momento de alegría, de un instante no más de olvido de los trabajos de la existencia, no podemos menos de ser dichosos, de abstraemos, de sublimarnos, de dejar de pertenecer a este bajo mundo! El pasado es el gran seductor, el mágico prodigioso. A la rosada luz de los años que fueron, las cosas acaecidas revisten un encanto inefable y respiran una calma angélica: las asperezas se suavizan a distancia, los tonos violentos se atenúan y se van apagando; el rencor deja de infiltramos, como áspid, - 07- su ponzoña, y los espíritus inquietos se tranquilizan y serenan. Lo que antes provocó nuestra cólera o alzó nuestro despecho, recordándolo ahora, trae a los labios la sonrisa y persuade la misericordia al corazÓn. ¡Ay, hasta el amor se esfuma y desvanece, o, cuando menos, se transforma! El porvenir existirá, pero no existe. El presente no es más que un punto; es como la nube que pasa, o como el ave que vuela, o como la sombra que huye Sicut nubes, quasi aves, ve/ut um- hra. Sólo el pasado existe, sólo el vive en nuestra memoria, sólo él alienta en nuestro pecho! iAh, cuánta razón tiene el vicjo poeta castellano cuando exclama: Cualquiera 1890. tiempo pasado Fue mejor! A Ltizora Espejo. El otro día me hizo una visita nuestro paisano Burgos. No sé si te acuerdas de él. Has podido conocerlo aquí. Allá no, pues hace muchísimos años que anda fuera de su país. Es un hombre de mediana estatura, muy moreno, de modales corteses, de lenguaje correcto; una físonomía absolutamente común, si no fuera porque tiene la nariz torcida. No representa los cincuenta años que lleva a cuestas. Entiendo que por la maldita ley de la herencia se volvió loco este pobre señor, allá en una de las ciudades centroamericanas, hace como veinte años. ó9 Dirigía, junto con sus hermanos, una casa de comercio; pero le sorprendiÚ cl más extraño caso de locura que te puedes imaginar, como lo verás más adclante. Los hermanos, naturalmente, le quitaron la dirección de los negocios, y él, para librarse de la oprobiosa tiranía de sus dcudos, se escapó y fue a dar a San José de Costarrica, si mal no recuerdo. En esta ciudad, compadecido de su desgraciada suerte un colombiano muy conocido, el doctor M. M., colocó al gran Burgos en casa de un amigo; porque has de saber que este Quijote, cuando no se le toca la fibra o tema, es un hombre bonachón, de recto criterio y que parece tan cuerdo como cualquier hijo de vecino. El mismo Burgos confiesa llanamente que en San José se aficionó algo más de lo indispensable a los placeres que proporciona el co- -- 70 - y, en consecuencia, despedido por el patrón, púsose en marcha para Colombia. Después de «mil idas y venidas» y «vueltas y revueltas», ha encallado en la capital de la República, en donde pasa la vida de una manera bastante difícil, encargado de la correspondencia de algunos comerciantes, pues el amigo Burgos es hombre hábil en esta clase de trabajos. Como te decía, vino el otro día a verme a propósito de no sé qué asunto, de que ahora no me acuerdo. Después de hablar del objeto principal de la visita, me le fui a fondo con esta pregunta: -¿ Por qué dejÓ usted la ciudad donde tenía sus negocios y no ha vuelto a ella? El insigne Burgos puso con nimio cuidado sobre la mesa su sombrero y su paraguas, y se sentó con gran reposo sobre la mullida butaca. gnQC, 71 -- Va usted a ver. Yo tenía en esa ciudad mis negocios y trabajaba con regular éxito junto con mis tres hermanos. Pero después de algún tiempo ellos se coligaron con mis encarnizados e implacables enemigos y me encerraron por loco, y yo me huí para no seguir sufriendo aquella tiranía horrihle. La bondad del doctor M. me hizo ohtener un buen puesto en San José; pero debido a que no anduve muy de acuerdo con las prescripciones severas de la temperancia, mi patrón me despidió con huenos modos. Yo no soy hombre hipócrita, y le confieso que, como disfrutaba de un sueldo regular, nunca faltaba la hotella del excelente brandy de la mesa de mi cuarto, y hasta dicen que me vieron ehrio por las calles, cosa que no me atrevo a negar. -¿ y qué hizo usted después? 7'2 -Me vine a Colombia, respondió con su hablar monótono e igual el amigo Burgos. Estuve unos días en mi pueblo a ver una buena parienta mia, que ya pasó a mejor vida en país extranjero. Fui luégo a Honda, y hace muchos años que me tiene usted en Bogotá bregando afanosamente por ganarme de un modo honrado el pan de cada día . . --Por lo que veo, colijo que no le ha sido a usted muy propicia la fortuna. -No, señor; ni poco ni mucho. Yo no he prosperado, ni puedo prosperar. Lo comprendo muy bien y me resigno cristianamente a mi desgracia. En todas partes mis enemigos me combaten y persigu,en, como dice el Padre Astete. -¡Imposible! interrumpí yo. No paso a creer que esos enemigos que están 7:' en Centroamérica, tan lejos de Rogotá, puedan causarle a usted ningún daño. Es que usted no conoce las artes de que se valen para perjudicarme. Pero, hombre de Dios, diga quiénes son esos enemigos tan fieros que no dejan vivir en paz a una persona tan inofensiva como usted. Es una familia cuyo nombre no revelaré jamás. Queria ella que yo me casara con la señorita de la casa. La joven no me era simpática, y rechacé todo compromiso. La madre, despechada, por vengarse de mi desdén, me administró un hebedizo infernal, que me desequilibró por completo desde esa hora infausta. Figúrese usted que desde ese momento no dejé de escuchar, corno metidas en la cabeza, las voces de toda esa familia. No puede un homhre padecer tormento mayor. Yeso era de dia y de noche, en la casa y fuera de ella, solo y acompañado. - 74 - .. -¿No fue por esa novedad por lo que sus hermanos lo encerraron a usted? dije, sin poder reprimir una sonrisa que queria convertirse en carcajada, muy natural en quien oía los detalles de una locura tan peregrina. -Precisamente, y lo particular es que esa persecución no afectaba únicamente la forma de voces insultantes y maldicientes, sino que en dondequiera que me ha llevado la suerte, allí me veo perseguido de mil maneras, de que no acierto a darme clara cuenta. Aquí mismo mís enemigos tienen comisionados a dos individuos muy conocidos para que me persigan, cohechando y predisponiendo en contra mía a la lavandera y a la aguadora, a la planchadora y al casero, y hasta la zafia dueña del figón donde cómo. -¡Bah! ¡Eso es una pesadilla de usted! ¿ Y qué se han hecho las voces consabidas? - 75 - --Ya no las oigo con tánta frecuencia como .:tntes. Especialmente la voz de la vieja aquella que quería ser mí suegra a toda costa, esa no la he vuelto a oír. Tal vez haya muerto y me deje ya tranquilo. ¿ No ha vuelto usted a saber de sus hermanos? ¿Qué desea usted ahora? -De mis hermanos no he vuelto a saber nada. Creo que se murió uno de ellos, dijo Burgos con perfecta indifeferencia. Así como no deseo que ellos sepan de mí, tampoco tengo ganas de conocer nada de lo que se refiere a esos señores. ¿ Lo que quiero ahora? Irme de aquí a toda prisa. Anhelo pasar mis t'tltimos años en donde corrieron los primeros. í Quién sabe (añadiÓ con intenciÓn) si, a pesar de mis cincuenta años, siete meses y catorce días, no pueda yo encontrar alguna muchacha bien fresca y sana que dé con su amor un -- 7b rayo de luz al último período de mi vida! Todo cabe en lo posible. -No te verás tú en ese espejo, murmuré yo para mis adentros; pero acordándome en seguida de que algunas colombianitas han dado pruebas de tener un gusto atroz, me dije que no tenía nada de particular que a alguna chica de aficiones vulgares se le antojara encapricharse con el pobre diablo que tenía por delante. Además, sería esa una obra de caridad, y las mujeres son muy buenas, y compasivas y miserico rd iosas .... Al pronunciar Burgos las últimas palabras se levantó pausadamente de la butaca, tomó con extremoso cuidado su sombrero y su paraguas, se despidió cortésmente y se echó a la calle con viento fresco. He notado dos cosas en este hombre: que jamás se ríe y que tiene la 77 nariz torcida. Burgos nació con la nariz recta, como todo mundo; pero allá en la época de su mayor demencia se le antojó que tenía un fríjol metido en la nariz, y dále que te dále, con el afán de sacárselo, se le ha quedado torcidísima, consistiendo en esta peculiaridad lo único que al buen Burgos distingue del resto de sus semejantes. No me cogerá de nuevo la noticia de que en vez de pasar sus últimos días en la tierra de sus padres, los pase a la sombra en el asilo de San Diego. i Pobrecillo! Bogotá, 1890. A (j(l(,riel R(lÚI Riveira. El domingo de Resurrección de este año de gracia, en el mismo instante en que la Virgen Santísima y su Divino Hijo se hacían en la calle del Campo su tradicional reverencia, tres individuos tomaban, en briosos caballos, la vuelta del Calancala. Lázaro Espejo iba de conductor y guía, supuesto que Julio Pineda estaba muy bisoño en servir de baquiano, y yo hacía mis buenos quince años que no recorría el desolado camino que de R** lleva al delicioso sitio de Los dos ríos, en el cual habíamos resuelto darnos un baño matinal. -- 70 - Te habrás figurado, después buen de quince trote o veinte llegámos nos sumergímos que minutos cn las frescas Pues serablemente. Espejo, de Los dos ríos y a del Ranchería. ímpetu naturalmente, ondas te engañas 110: arrastrado de su cabalgadura, mi- por el se equivo- C<l medía a medío de camino, y pasado mucho rato, nos vimos de improviso en las márgenes en el lugar a donde del río; no es, no ha sido sonllCVO dos ríos. No nos pareció del Calancala estuviese nunca, debíamos hacer, Debimos y después nos extraviámos más de una \0 que a San casi intransitables. cerca; to fijo no sé decirlo: vimos sobre nos dirigímos de pasar Los allí tan crista- un momento Ramón por s~nderos no que la linfa 1ioa como fuera de desearse, d~ consultar pero pues Pu- íbamos, pero a pun- lo cierto es que nuevamente hora, y andu- si mi memo- - 1'0- ria no es mala, y al fin fuimos a tener, -como diría cualquier Jocorio, cerca del campo memorable de Piyaurichón. El espectáculo de la batalla que entre conservadores y liberales se libró allí el 16 de abril de 1877, se ofreció repentinamente a mi memoria, destacándose con claridad de entre el tropel confuso de mis numerosos recuerdos. Me vi de nuevo a las doce de aquel día, para mí inolvidable, dándome zabulliduras y jugueteando alegremente con mis compañeros de baño. Ví a uno de los ayudantes de campo del General farías, que se acercó a la orilla y nos dijo que saliésemos pronto, pues se tenían noticias de la proximidad del enemígo. Me sentí corriendo al través del inmenso campamento para ganar mi puesto, y oí los dos primeros tiros que dieroh comienzo a la jornada, y a los cuales se siguió el for- lTIidable estampido del cañón, y el ruido de los disparos de rémington y el silbar agudo de las balas. Presencié cuando una persona, para mi muy querida, averiguó, con increíble sangre fría, la hora que era, y me ordenó conducir fuera del campo al asistente y los bastimentos. Y me vi en medio de los soldados del intrépido Betancourt, llegados con su indomable jefe ese mismo día, y que estaban destinados a sufrir pérdidas cruelísimas; y al regreso alcancé a saludar a Tomás Emilio Pichón, que venía de cumplir una importante comisión ante aquel caudillo prestigioso. Y estuve otra vez junto a mis compañeros e hice fuego con el arma malísima que me deparó la suerte, y vi caer cerca de mí a hombres valientes que un momento antes estaban rebosando de salud y de vida. y luégo oí aclamacíones y vítores, y {j - i12 .. presencié la llegada del General Farías al campo de los Riohachcros, con su lucido Estado Mayor; aquél, sereno, fria, impasible, con la mano en la abundosa y negra barba, caballero en inquietísimo alazán; y entre el Estado Mayor alcancé a reconocer al doctor Ovalle y a otros muchos, que duermen hoy, casi todos. el sueño de la tumba, muertos obscuramentc, después de haber arrostrado con intrepidez pelign·s en los cuales hubieran podido perecer con gloria inmarcesible. y después sobrevino la derrota, o mejor, la retirada; pues si abandonámos el campo fue únicamente porque, pasadas cuatro horas de lucha reñida, los pertrechos se agotaron y no tuvimos cómo contestar a los fuegos enemigos. A esta jornada infausta se siguió la peregrinación por casi toda la península de la Goajira, huyendo de ID - la persecución de los vencedores, y, finalmente, la vuelta a la ciudad con el corazÓn desgarrado por el vencimiento; pero siempre alumbrados por la divina luz de la esperanza, que en almas de diez y siete años no alcanza a extinguirse nunca. Todo eso lo vi y lo oí en los momentos en que, abandonados del baquiano, que se nos había adelantado un largo trecho, nos entrábamos por un bosquecillo próximo, buscando el bendito río, que, por lo visto, nos quería jugar llna mala pasada. En una hondonada, cavando un manantial para llenar sus múcuras, hallámos una india ya algo vieja, a quien preguntámos por dónde se iba al río. La india no nos entendió una palabra ni nosotros a ella, naturalmente, porque si ella ignoraba la lengua de Castilla, también estábamos poco adelantados en el dialecto .- 114- vigoroso que hablan estos caribes. Al fin recordé que al agua se le llama en goajira f!iiin, y le dije a la vieja lo siguiente: ¿ Where is the giiin? Julio Pinedo no pudo dejar de reírse, y ciertamente no me explico todavia cómo le dirigí a esa pobre salvaje una frase en que había palabras del idioma enérgico de Ruskin y de CarIyle. Y por una aberración singular, viendo que la india me miraba con ojos sorprendidos, le disparé a quemarropa esta otra pregunta: --¿Ah dftes done, oli es! le gilin? Nueva y más estrepitosa carcajada de mi distinguido compañero, pues si bien en esta vez no había hablado en inglés, en cambio me había valí do de la lengua cultísima en que escriben hoy Julio Lemaítre y Emilio Faguet. Convencidos tros nosotros escasos de nada grinas de que conocimientos nos servirían circunstancias, de la mímica, demostrámos: filológicos en estas echámos 1.°, que y se puso no menos so servicio 1 en marcha sin que que nos iba lucientes nos sacaron que andaba nosamente, de encontrar 1 .. \1onedas Dos sus de vellón. oscuras en mo- del apua Espejo, la satisfacción hallar, a los pocos minutos, do Ranchería, que deslizaba perezosamente el inmen- por ahí buscándonos tuvimos deantes, a prestar y sonantes. ro, y después un nos diese a ella estimaba contantes especies roca/as no elocuentemente, que damos por fin la india nues- de nosotros, entender mano gestos queríamos ver el río, y 2.°, que queríamos lante pere- y en elocuentes baila. Comprendió tro anhelo, nues- afade al perdimansa y aguas por -56- entre agrestes y sombrías arboledas, pobladas de rumores gratos y misteriosos y de gorjeos regocijados de mil pájaros sin nombre. En ese mismo delicioso paso, que no sé cómo se llama, nos dimos un tranquilo y largo baño, como nos lo merecíamos después de las zozobras pasadas. A las diez de la mañana, o G. m., como diría cualquier cotopricero cursi, hacíamos una entrada ruidosa en la ciudad. 1890. Pablo Sout'get. Febreru Señor Directur de La Gucetillu de 1890. (1). Mi distinguido amigo: La inteligencia de usted, cáustica y fina, al acometer la publicación de su periódico, ha destruido una preocupación arraigada en mi espiritu hace muchos años: la de que la insipidez periodística había para síempre sentado sus reales en esta sección de Colombia. Porque si bien algunos fariseos (hípócrítas o malquerientes), que se ven con el pecho atravesado por el puñal agudísimo de verdades acerbas, (1) Lo era el distin¡{uido múdez, cuya impensada escritor mucrte don Andrés D. Ber- fue motivo de duelo fundo para todos ~us al11i.l~os. pro- • - /)5 - pueden en su despecho Ilamarle a su periódico de usted con nombres poco lisonjeros, por 10 menos yo no vacilo en asegurar que no 10 tratarán como a papel perteneciente al género insípido y soso en que milita la mayor parte de los diarios colombianos. No quiere esto decir que de todo en tndo acepte yo las ideas que usted preconiza y defiende con notable talento. No, disiento con usted en algunos puntos; pero como estoy de acuerdo con usted en mucho de 10 que usted dice, es para mí cosa muy grata darle una voz de aliento y desearle prósperos resultados. Ya sé, de tiempo atrás, que es usted amigo decidido de la literatura. No me parece que rehusará usted, por tanto, el que departa con usted de asuntos de actualidad en ese departamento, el más ameno de los que componen el saber humano. IN Hará cosa de ocho años que oí por primera vez el nombre de Pablo Bourgct, escritor francés, que por lo que él mismo refiere, contará a la fecha cuarenta años, poco más o menos. Como casi todos los escritores franceses contemporáneos, Bourget comenzÓ por ser poeta, y aún hoy hace versos que goí'.an de mucha reputaciÓn. Después, o tal vez al mismo tiempo que a la poesía, consagró sus esfuerzos a la crítica literaria, siendo fruto de su tarea los ya famosos ensayos de Psicolof{ia contemporánea, publicados por primera vez en la Nouvclle Revae, de París, y en los cuales estudia con métodos nuevos, a hombres como Dumas, hijo, Renan, Taine, Baudelaire, Flaubcrt, Tourgueneff y Stendhal, el célebre autor de Le Rouf.(e et le Noir y La Chartrease de Parme, de quien Bourget se dice discípulo y admirador ferviente. -- <)0 -- Yo creo que al proclamarse discípulo de Beyle, le hace Bourgct a éste el mismo honor que le hizo en otra época Littré a Augusto Comte llamándole maestro. Es además novelista de los que tienen, como dicen en Francía, le haut du pavé, esto es, que disfruta de mucha popularidad en el público ilustrado y especialmente entre las damas cultas, para quienes son cosa de chuparse los dedos de gusto las disecciones anatómicas que hace Bourget, con habilidad delicada, del corazón femenino, en casi todas sus novelas. Una de las primeras de él, titulada, si no me engaño, Deuxieme Amour, me causó tan poderosa impresiÓn, que todavía hoy vive y alienta en mi memoria la simpática y vigorosa fisonomía de la heroina del libro, mujer fuerte, si las hay. - 91 - Es gran protector Bourget de los escritores que comienzan, y Julio Lemaltre, el más brillante de los críticos contemporáneos, confiesa que, debido a exigencias del primero, leyó íntegramente Un hombre libre, obra recientetemente dada a la estampa por Mauricio Barres, diputado boulangerista de veinticinco años que tiene muchos puntos de contacto con la flamante y bulliciosa escuela literaria que se ha bautizado a sí propia con ]05 nombres poco comprendidos todavía de simbolista y decadente. Sabe usted, señor Director, que si el pueblo francés tiene grandes cualidades que le hacen figurar con brillantez inextinguible en las páginas de la universal historia humana, entre esas cualidades no se cuenta la de la perseverancia en los sistemas o formas de gobierno, o en la hoga de las esclle- 92 las literarias. Así como coge a un rey o emperador y lo derriba en un acceso súbito de mal humor, asi desdeña hoy, en materia literaria, lo que ayer ponía sobre su cabeza. 1830, 1848 Y Y 1870 no me dejarán mentí r, ni tampoco, en este siglo, el romanticismo, el parnasismo y el naturalismo. A este último parece que le va llegando la hora de descender al ocaso e ir a hacerles compañía a las difuntas escuclas románticas y clásicas, las cuales viven únicamente en la memoria de los aficionados a las letras. Un libro de ZoJa es siempre leído, corno en otros tiempos era leído un libro de Chateaubriand o de Lamartine, por respeto al nombre glorioso de su autor. Pero lo que es dirigir el movimiento literario, informar el ingenio de la juventud inteligente y novadora, y ser tenido por el Maestro, ya Zola no puede seguir l)) aspirando a ello, si es que él aspira a otra cosa que no sea a vestir el frac de palmas verdes de académico de la Francesa. El eje ha cambiado. No es dc Medán de donde baja ahora la inspiración en cosas literarias. Los jÓven~s del día extreman su adhesión al simbolis17lo o decadentismo, proporcionando con sus rarezas y oscuridades de lenguaje frecuentes ocasiones de reg(,cijo él los' maleantes que en nÚmero prodigioso existen en los dominios de Francia. Pero el que indudablcmente encabeza la escLlcla psicológica, que está reemplazando a la naturalista, es Pablo Bourgct. Ya el naturalismo objetivo, externo de 20la y consocios se ve suplantado por una psicología impasible, L¡lll' somete las pasiones y sentimientos a un análisis frío y rígidamente severo. Yo no sé si eso será un pro- - - 94 --- greso O una mejora. Lo que sí me parece es que el naturalismo en La Tierra había llegado a tal degradación, que el mismo Petronio se habría tapado la cara de vergOenza. Una escuela que tales desacatos comete está condenada a muerte y tiene por fuerza que ir a figu~ar en la categoría de las cosas que fueron. La psicología en literatura es siquiera un momento de reposo, un poco de aire fresco que alivia el pulmón, acostumbrado ya a no respirar sino emanaci0nes malsanas y pútridas. ¿Tiene Bourget el talento o el genio necesario para llevar a feliz remate una revolución literaria? Dadas las facilidades que ofrece el público francés que a las veces endiosa a quienes quizá no lo merecen en justicia, yo creo que si Bourget no resulta hombre de la talla de Chateaubriand o de C); Víctor H~go, no es extraño que pueda surgir entre sus camaradas alguno que tenga el ;aliento poderoso de aquellos y arrastre en pos de sí una legión de brillantes! ingenios. Emilio Faguet afir- ma en S~IS Estudios literarios del siKlo XIX quelChateaubriand revolucionó la imaginacjÓn francesa. Si Bourget obra una nuda revolución en sentido moralizador: y cristiano, merecerá bien de la humanidad. ¿ Por qué dudarlo? ¿ No ha leído usted la úl,tima obra de Pablo Bourget? Se llama! Le Disciple. Es El Discipulo un joven: imbuído en las doctrinas positivistas: más refinadas e implacables, aprendidas en las obras de Adriano Sixto, fi1osofo parisiense de la cepa racionalista más pura. Colocado como profesor ;en una casa noble, con arte diabólica: logra seducir a la hermana I de su P4Pilo, la cual, al ver mancilla- - <)ó do su claro nombre, se apodera de un tÓsigo y se da la muerte sin vacilaciones cobardes. El hermano de la niña mata al seductor; y el maestro, el despreocupado, el filósofo, ante el cadáver de su discípulo, víctima de sus impías enseñanzas, cae de rodillas y 10 único que a su atribulado espíritu se ofrece como supremo consuelo en tan horrible trance, es rczar la divina oración del Padrenuestro. Este libro es indicio que hace esperar que para el ilustre autor de Mensonges y Cruel Enigma no están aún las fuentes de la fe totalmente exhaustas. Monsieur de Chateaubriand y el Padre Lacordaire fueron libres pensadores en sus juventudes. Andando el tiempo, René escribió el Genio del Cristianismo y Lacordaire predicó la palabra de Dios en la cátedra de Nuestra Señora. ()7 ¿No es también - síntoma de que apun- ta tal vez la aurora de un renacimien- to cristiano de apreciarse el hecho en tan alto grado las obras cn asuntos que sc tratan quiera, que París, dígase lo que se religioso, tenía siem- de él, en la ExposiciÓn todos bre que tico es, un cuadro pre delante los días, una lo admiraba llet, en que resplandece tiano tan elevado en pública suma cho más nerosa otra cris- en la enorme mil francos. decir en esto, terno abusar hospitalidad ocasión. de Mi- un espíritu subasta podría pero en está- y tan puro, fue ven- de seiscientos Director, de muchedum- sumida El Angelus, recogimiento. dido artísticas rcligiosos? Cristo ante Pilatos, de El cclcbérrimo Muncakzy, hoy Museñor de su ge- y me despido hasta - 95 -febrero El año novela pasado Una dama Bourget del gran mundo por dos sentimientos igualmente poderosos. tranquilidad del alma, Para man otra mujer, se ve comopuestos, buscar la gran lejos de hacer lo que habria quiera hecho cual- de las que ahora o suicidarse; eso, procede el buen como llaa lejos df' hacer si e:..tuviéramos en viejo: se va a un con- vento y se mete monja. Este es otro sín- toma tiempo la señora, fin de siecle, esto es, entregarse la infamia una Un corazón de mujer. titulada batida publicó de \891. de lo que arriba indicaba. Cu~ de Maupassa.,t. Marzo Señur Directur dc IH,Xl, de /,(/ Gacetilla, Un escritor contemporáneo, inclinado a veces a sostener paradojas, afirmaba no hace muchos años que en el 2000 de la éra cristiana no habría quien compusiera versos, mejor, que no habría poetas. Y le daba fuerza a esta observaciÓn afirmando que los poetas estaban ya tan refinados y obscuros, que muy poca gente era capaz de comprenderlos, y que como lo que, no se comprende fácilmente es dejado a un lado por nuestras generaciones, o perezosas o muy ocupadas, la poesía tenía necesariamente que ir de capa caída. -- 100 - Podría, además, haber agregado otra razón, que no creo original mía, sino que debo de haberla leído, y ahora se me ocurre. Si en estos tiempos es cierto que la poesía no disfruta del favor de que antes disfrutó, débese a que el siglo XIX ha empleado y emplea el tiempo que otras épocas dedicaban a la lectura de versos, en leer novelas, que es género más divertido. Porque póngase a pensar usted un momento en el número prodigioso de novelas que se escriben en ambos mundos, en el número prodigioso de lectores que tienen y en las íncontables ediciones que de ellas se hacen en Europa y América, y verá usted que lo que digo no es temerario ni absurdo. Hay que convenir, mal que le pese al distinguido escritor don José Rivas Groot, en que la estrella de Víctor Hugo palidece sensiblemente y que no son J. J. Weiss y - )nl - julio Lemaitre los únicos que hablan del insigne poeta con cierto irrespetuoso desenfado. Mas, con todo, los versos de Hugo son más leídos que los de cualquier otro vate europeo o americano. Todavía se venden más ediciodes de las obras de Hugo que de las de Alfredo Tennyson y Roberto Browning, los dos mayores poetas ingleses de estos ldtimos cincuenta años; y más que de las de Gaspar Núñcz de Arce y Ramón de Campoamor, los dos bardos ¡nás inspirados de la España comtemporánea. Pues no hay comparación entre las ediciones que han alcanzado las obras más populares de Víctor Hugo y las que alcanza una novela de Jorge Ohnet, como Le Maifre de For/fes, que lleva cerca de trescientas en Francia solamente, o de Alfonso Daudet, de que se venden doscientos mil ejemplares. Estoy tentado a creer que, BANCO BI3UOTE:1\ DE LA REPUBllCA LUI$-ANC:l ARAi'JGO CA T ALOGACIOV .-- 102 -- con ser tan cortos y tan primorosos y lindos los poemitas con que regala el gusto exigente de esta generación el ingenio poético de Núñez de Arce y Campoamor, más favor que ellos logra del público un libro del fecundo y recién electo académico Pérez Galdós, como Gloria o Doña Pe/fecta, y hasta la enorme novela Fortunata y jacinto, que más parece, en lo larga, obra de Richardson que no del novelista canario. Tomándome la libertad grande de seguir la opinión de escritores de fama, me parece que la poesía, para escapar del naufragio que la amenaza en no remota época, tiene que ponerse a cantar las cosas de nuestro siglo, y a las cuales están tan apegadas las gentes que dan el tono en toda clase de asuntos literarios. Un poeta francés lo ha comprendido así, y por ello sus obras gozan de mucha reputación en el mundo que se preocupa de las cosas de la inteligencia y de lo que se llama el grande arte. Echa a un lado, como fuera de sazÓn, M. SulIy-Prudhomme, la poesía en que se rinde culto al arte por el arte exclusivamente, y canta en estrofas penetrantes y finas, cinceladas con delicadez admirable, no sólo el amor y el desamor, sino también la ciencia y la duda. En sus poemas La justice y Le Bonheur, dignos de ser leídos por los filósofos y por los hombres científicos, Sully-Proudhomme ha dado a la literatura francesa páginas que no morirán jamás. En el precioso volumen de versos publicado no há mucho por el señor Caro se encuentran algunas composiciones del poeta francés traducidas con el esmero, la elegancia y el conocimiento perfecto del asunto que hacen del esclarecido - 104-- escritor colombiano uno de los mejores traductores de todos los tiempos y naciones. Pero veo, señor Director, que le estoy hablando a usted de poesía y de poetas, cuando mi intención era hablarle de un novelista francés, de M. Guy de Maupassant. Yo no sé si será porque M. de Maupassant lleva la partícula ·nobiliaria, como hijo y hermano que es de individuos que pertenecen a la nobleza de Francia, pero 10 cierto es que Maupassant goza de tanta reputaciÓn en el pÚblico ilustrado como Pablo Bourget, que no es poco decir. En cuatro o cinco años conquistóse un alto puesto en la literatura contemporánea; es amigo de Goncourt, a cuyo cenáculo asiste, según nos lo dice la ilustre señora doña Emilia Pardo Bazán: también lo es de 201a, de quien se dice discípulo, - 105 aunque algo independiente. En la originalidad de la invenciÓn, maravillosa a veces, en el interés vivísimo que sabe comunicar a todo lo que escribe, y más que todo, en las cualidades de su estilo, muy francés, o mejor dicho, muy galo, claro, elegante y crudo, está el secreto de su rápida popularidad e innegable prestigio. ComenzÓ publicando versos de notable inspiración, pero lo que lo caracteriza es el ser, corno lo ha llamado Anatole France, «el príncipe de los cuentistas (conteurs) franceses». Yo no le recomiendo él ninguna señora ni señorita que vayan a buscar lecciones de austera moralidad en las novelas cortas de Maupassant; no se las recomiendo ni a un joven de diez y seis a veinte años. M. de Maupassant no es Madame de Genlis, y sus cuentos no son el Sitio de la Rochela, ni menos la María de Jorge - lOt> - Isaacs, ni el Pablo y Virginia, ni las obras de don Felipe Pérez o doña Soledad Acosta de Samper, de cuya moralidad no cabe sospechar. Alguno ha llegado a decir que Maupassant es un Paul de Kock literario, con lo cual queda dicho que en los libros dc nuestro autor no resplandece la flor de la inocencia en toda su castidad y pureza. Pero cs de justicia confesar al propio tiempo que Maupassant no va en sus cuentos hasta la inmoralidad refinadamente perversa de Catulo Mendes, ni hasta las inmundas, aunquc chistosas, porquerias que forman el dominio literario, si cabe hablar así, de Armando Silvestre. En algunas de las historietas de Maupassant hay un fondo de amargura horrible, asi como en otras sobresale la nota pesimista, que es también signo caracteristico del talento viril y robusto del novelista francés. lO? - En estos últimos años en que su nombre se ha levantado tanto, Maupassant ha escrito novelas largas como Une Vie, Pierre e! jean, Bel-Ami, For! comme la mort. No conozco la primera, de la cual dicen que es muy buena; pero el que no ha leído la tercera, no ha leído cosa buena. Yo no he visto libro más vivaz, más vigoroso ni mejor escrito. Sin darle a su obra un título llamativo, como ha hecho Oaudet con su último drama, que llamÓ La lucha por la vida, Maupassant tratÓ en ella esta misma cuestión y no la resolvió de tan trágica manera como Daudet. Be/-Ami es un sujeto muy buen mozo y de muchos bríos que (pníximo ya a la miseria) merced a circunstancias que no tienen nada de extraordinarias, llega rápidamente a la cumbre de la prosperidad. Para alcanzar sus fines, Be/-Ami no es hombre -- 105 - de pararse en barras; los escrúpulos, como carga pesada e inútil, los echa a la vera del camino para tener más libertad de movimientos. Si es preciso poseer la fuerza y brutalidad del león, a él no le faltan; si, por el contrario, tiene necesidad de la astucia y la prudencia de la serpiente, él las despliega. Y todo en tiempo oportuno, así las bajezas como las brutalidades. Y llega a donde quiso ir, a la meta codiciada, victorioso y amado. Es un hombre de la generación del fin del siglo: inteligente, fuerte y algo feroz en medio de la cultura y el refinamiento. Y a pesar de _todo, el tipo pintado es ta:1 vivo, tan real, tan hijo de mujer, que la obra gusta y hasta embelesa. «El amor es fuerte como la muerte", ha dicho el autor del dulcísimo Cantar de los Cantares,. y de ahí ha sacado Maupassant título para su último IO<J libro. El distinguido pintor Oliverio Bertin es amante hace luengos años de la condesa de Guilleroy, amante fiel, tierno y caballeroso. La hija de la condesa y de su marido llega a la edad de mujer. Sus juveniles gracias, su inocencia y su hermosura irresistible, que es reproducción viva de la de su madre cuando el pintor la conoció, hacen en éste una impresión profunda. Al principio logra persuadirse de que el afecto que profesa a la hija de su amiga es un sentimiento que no salva los lindes del amor paternal; pero la condesa, con la adivinación natural en las almas celosas y ardientes, descubre que su hija es amada de amor y no de amistad como Bertin dice y asegura. El pintor, que ha pasado ya de los cincuenta años, lucha cuerpo a cuerpo con su pasión sin que alcance la victoria, impidiéndoJe sólo su poderosa - J 10 -" fuerza de voluntad cometer los absurdos que pudieran ocurrírsele en el estado tristísimo de su alma acongojada y enferma. Al cabo, el amor es tan fuerte como la muerte: para tranquilizar a su amante inquieta, para que el objeto de su amor 10 ignore todo, para descansar él mismo de esa pugna que debilita su razón y agota su cuerpo, el pintor resuelve morir y halla el anhelado reposo en el eterno olvido. En todas las páginas de este hermoso libro palpita un pesimismo irremediable y fatal. Es preciso declarar que el pesimismo se respira en la atmósfera misma de este siglo, que ha sido, con todo, más afortunado que sus predecesores. Si no fuera así, M. Guy de Maupassant, que es hombre de alta posición, favorecido de la fortuna, lisonjeado por el aura popular, no sería tan pesimista ni se sentiría agobiado por 111 u na tristeza tan grande. En la antigUedad la fatalidad o el hado cerníase implacable sobre hombres y dioses, e informaba las epopeyas de Homero y las tragedias de Esquilo. En estos tiempos de angustias y zozobras, el pesimismo lo invade y lo domina todo. Schopenhauer vence. reina e impera. A la verdad hay que atribuir este mal a la repugnancia que la especie humana experimenta hoy por las hermosas doctrinas cristianas, de dulces resignaciones y de esperanzas inmortales. Pero al hombre no lo detiene nada en su loca carrera. A fin de mitigar esta universal pesadumbre, hasta los médicos aconsejan a sus enfermos que piensen poco y que se aturdan mucho; esto es, que el placer que corrompe reemplace a la meditación que mata. Y es que también en este fin de siglo se vive mucho y muy de prisa. A los treinta años -- 112 -- ya hombres y mujeres han gustado todo lo que el mundo tiene que dar de sí, y conocido ya es lo que en la tierra hay de amargo y de sabroso, ¿qué es lo que resta? Aguardar la hora de la muerte. No es que falten campos donde se ejerciten las facultades activas del hombre; que para honra de la especie no escasean quienes se interesen por la cosa pública, ni quienes se dediquen al cultivo de las letras, las ciencias y las artes, ni quienes acometan empresas materiales, ni quienes en- señcn al que no sabe, ni quienes, finalmente, consuelen a los tristes y socorran a los desvalidos y menesterosos. Pero a los dominados por la pereza, a los enemigos de la acción. a los espíritus inquietos, que viven entregados al martirio cruel de sus pensamientos homicidas, a ésos no les queda más recurso que morir. Después de todo, - 1\3 saber morir no es poca cosa; porque bien sabe usted, señor Director, que, como dijo alguien, en el universo hay muchas cosas pequeñas y dos grandes: el amor y la muerte. Después de haber saboreado lo exquisito y divino del amor, hay que dejarles el puesto a los que vienen detrás caminando afanosamente. iFelices aquellos que se van de este mundo con la esperanza, hermosa entre todas, de que hay Dios y de que existe otra vida mejor! I 1. Atacado de locura M. de Maupassant, en enero de 189'2,fue encerrado en un manicomio, en donde fal\eci<i en julio de 1893, sin haber recobrado la raz,;n. Notas literarias. Nubes de estio, por don José María de Percda. Muy por encima damos un ligero resumen del argumento de la última novela del insigne escritor montañés. Don Roque Brezales, provinciano de extracción humilde, ricacho, de esos que creen cosa fácil y hacedera meterse la luna en el bolsillo del chaleco, se perece por figurar como personaje en su país. Traba amistad con el Duque del Cañaveral, Marqués de CasaGutiérrez, prócer ilustre, jefe de partido, hombre de muy sonadas campanillas, pero cuya riqueza no está ni con mucho al nivel de su importancia so- 11 ~ dal y política. Don Roque, por encumbrarse, y el Duque, por deshacerse de un hijo perdía que tiene y poner a su disposición la mina de oro del senciIlote provinciano, conciertan la boda del tronado y raquítico joven con la hija de Brezales, que es lo que se llama una real moza. Pero contaban sin la huéspeda porque la real moza no puede ver ni pintado a su futuro, ni le parece a ella gran cosa emparentar con la encopetada familia del ilustre prócer. Después de muchos dolores de cabeza la simpática niña se sale con la suya, dándole unas redondas calabazas a Nino Casa-Gutiérrez y casándose con Pancho Vila, que es el que le gusta. Pero a tan feliz resultado no se IIega sin que el ilustre prócer le dé al buen don Roque, con todas las reglas del arte, un estupendo sablazo de cinco mil duros. 0°- 116 °00 Figuran en el libro muchos personajes de segundo orden pintados con la verdad y conciencia artística que distinguen al señor Pereda. Se conoce que la mayor parte de los tipos que con su maestría de costumbre nos descríbe el señor Pereda, no son creaciones de su fantasía sino hombres y mujeres de carne y hueso transportados por él al papel con todos sus pelos y señales. La última obra del ingenio montañés ha levantado una gran polvareda en el mundo de la crítica española. Porque lo que es el señor Pereda no se queda corto cuando se pone a decir verdades; y las del barquero les ha cantado a los chicos de la crítica madrileña, volviendo por los fueros de los escritores de provincias, desdeñados en la villa y corte, y de los cuales es Pereda, sin duda, el más célebre de to- 117 dos. A él no le desdeñan; al contrario, lo ensalza todo mundo; pero parece que se le clavó en el corazón la injusticia, según él, con que los que manejan las disciplinas literarias, recibieron La Montálvez, libro en que Pereda puso a la aristocracia española como no digan dueñas y en que administró, si no nos engaña la memoria, un tremendo vapuleo a los caballeros de la alta banca. Pues ahora trata con ensañamiento a los críticos al día y también a los cronistas elegantes, a quienes les deben de estar ardiendo las orejas, porque eso sí es hablar como Dios manda. Al pobre revistero Alhelí no le han de quedar más ganas de tocar bocina. El señor Pereda no escribe corto. Su robusto talento necesita derramarse en muchas páginas. Con todo y con ello no alcanza nunca a los dos o tres volúmenes que acostumbran general- 11M - mente los novelistas ingleses. Con uno le basta, pero nutrido de una prosa rica, varonil, jugosa y castiza. Maneja el diálogo como no lo maneja nadie; en él llega a los límites de la perfección: 11011 plus ultra. Los libros del señor Pereda se leen siempre con viva satisfacción y creciente interés; son de sana lectura, no melindrosa ni tonta, y a veces desea uno que no se acaben. No son como las novelas del literaria mente difunto Enrique Pérez E:scrich, cuyos engendras afrentan el idioma y el arte novelesco. Con asombro, con estupor casi, sabemos que aún hay en esta tierra personas que encuentran solaz y hasta deleite en lectura de obras tan rematadamente malas. 1891. - lIt) A LI/CkY}Cl/IIIg WOllll/n. a novel by 1'. C. Phillips. London, 1890. 1\11'. Phillips es un novelista inglés que goza ya de merecida reputación entre sus compatriotas, no sólo por su elegante y vívido estilo y lenguaje sino también por la habilidad con que teje la trama de sus libros, haciéndolos muy interesantes; por el esprit que a manos llenas derrama en ellos, y por las tendencias realistas, o por lo menos, por las atrevidas situaciones que sabe crear y que lo equiparan a ciertos noveladorcs franceses. No hace muchos años escribiÓ Mr. Phillips una novela titulada As in a looking glass, que fue acogida por unc,s con notable desagrado y por otros con grandes alabanzas. Se le dijo entonces que su libro era inmoral y que - 120- trataba de introducir en la novela inglesa elementos exóticos poco castizos. E;,l principal carácter de la obra era una señora déclassée, que pudiéramos llamar una mujer de vida equívoca, pero de firme voluntad, que se propone obtener el respeto y la consideración de una sociedad tan exigente y tan llena de preocupaciones invencibles como lo es la alta sociedad inglesa. No se fija en los medios para alcanzar el fin, y lo consigue poniendo por obra teorías directamente tomadas del utilitarismo de Jeremías Bentham. Pero su triunfo es breve y la caída terrible, porque su tercer marido llega a tener noticia de su mala vida pasada, y ella se suicida. En el desenlace difiere esta novela de la del francés Guy de Maupassant, Bel-Ami. Jorge Duroy sí obtiene el lauro del vencedor definitivamente, no como Le- - J 21 na Despard, que no logra que le ciña las sienes sino pocas semanas. La diferencia se explica fácilmente si se tiene en cuenta que lo que en un hombre es digno de reprobación, pero al fin y al cabo tolerable, en una mujer no encuentra excusa posible. Un francés sacó un drama de la novela de Mr. Phillips, y la célebre trágica Sara Bernardt creó el papel de la heroina. El libro ha sido traducido a todas las lenguas cultas, menos, según entendemos, al español. De entonces acá Phillips ha atenuado un poco su manera y escrito de modo que sus púdicos compatriotas no vayan a escandalizarse y a cubrirse el rastro murmurando: ¡shocking! Sin embargo, en otra novela que nombró The Fatal Phrine trata de un adulterio, pero platónico, porque adulterio común y real de los que diariamente de- - vienen 122- en los países ci vilizados, que se precian no se lo habrían los honestos cosas puestas supuesto en letras que la novela está Ahora escrita inglesa reconocen los críticos Conyers su difunto veras, pero místi- sino fran- sólo es inglesa lengua. narra la vida de su última nove- es una huérfana padre, bribón, un un jurisconsulto de nota, y por ser hombre y de honor, te simpático. a un lord ejemplo, que el cual, con por de nos es doblemen- El padre rico, a baronet de no dejó casar ser jurisconsulto mundo lo que con grande han juzgado quien Por pUl' sang, según una joven la. Marcia casi en esa Mr. Phillips encomio a ver esas no es inglesa, y que porque Albión, de molde. la platónica, ca, adúltera, cesa, tolerado hijos de la pérfida que no están acostumbrados de a lord no tarda aspiraba a más, Norwich, por en presentarse 123 y en hacer propuesta de matrimonio por dos veces consecutivas, siendo en ambos rechazado con pérdidas. La niña es aficionada al divino arte de la pintura y se gana honradamente la vida vendiendo cuadros bonitos, que no carecen de mérito. Cediendo al impulso innato de viajar que constituye a los ingleses en nuevos judíos errantes, Marcia y una compañera se van a Dieppe a pasear. Alli, en un baile del Casino, esta joven pintora, dechado de perfecciones según los críticos ingleses, se enamora, sin más ni más, de otro lord, que es un vagabundo de siete suelas; y sin averiguar si es o no casado (que sí lo es, sino que él se ha guardado muy bien de decir una palabra acerca de esta tontería); y sin encomendarse a Dios ni al diablo, coge su camino y en compañía del amartelado amador se larga a París con el -- 124 - fin de casarse con él in Jacie Ecclesiae, si es posible. Pero no lo es, porque a última hora al lord ése le asaltan escrúpulos y le confiesa a la novia su verdadero estado civil. Con lo cual ésta entra en la furia e indignación de rúbrica en casos análogos, y sin ceder a los ruegos de su ex-adorado, toma la vuelta de Dieppe y se une otra vez a su abandonada compañera. ¿Creerá el lector que este prototipo de huérfanas inglesas de buena familia queda irreparablemente comprometida en su honra por haberse estado en el Gran Hotel de París un día entero con un hombre casado y libertino? No hay tal, queda como el blanco lirio del campo, sin sombra de sospecha, porque el viajecito ha sido en tout bien tout honneur. ¿ Y después de todo, para qué está ahí lord Norwich, ese espejo de enamorados fieles, que anda l:¿S viajando por Atenas en su lindo yacht Cecilia? ¿ Y para qué existen los infames caminos de Grecia y los ladrones griegos, que no hay policía que los extermine jamás? Porque miss Marcia se va a Atenas a dar una vueltecita y por casualidad se halla en la celebérrima ciudad de Minerva el distinguido y millonario Norwich. Naturalmente. estando en Atenas, la lógica indica quc se ha de salir a visitar las cercanías; y la lÓgica indica también que haya ladrones que plagien a las inglesas curiosas. entre ellas a miss Marcia, que no tiene por qué ser una exctpción, ni su compañera tampoco. Lo sabe el bueno de Norwich y se precipita a libertar a las damas prisioneras; las liberta en efecto, pero a él le dan un tiro que casi le dejan en el sitio. (Todo lo cual se parece en el fondo al famo~() episodio de Edmundo About Le Rol - 12()- des Montagnes, pero en la forma, ¡qué diferencia entre el novelista británico y el ático escritor francés!) Marcia se convierte en hermana de la caridad, y a fuerza de cuidados tiernos y solícitos arranca al heroico Norwich de los brazos fríos de la muerte para que pueda caer en los suyos, amantes y agradecidos; porque después de tánta prueba de amor, ¿cómo va Marcia a no querer premiar un afecto tan ardiente y sincero? Eso sería un crimen, y Mr. Phillips retrocedió ante la idea de cometerlo. Como todo ha de terminar bien, el pícaro aquel que casi sedujo a la incauta joven, recibe un balazo que le deja seco en un duelo con el grande amigo de Norwich, el intrépido Capitán Markby. En estas notas sin pretensiones, no hacemos crítica seria, ni jocoseria; no podríamos hacerla. En Inglaterra deben 127 de suceder los hechos que con su habitual elegancia narra Mr. Phillips con alguna frecuencia. Inglaterra, y en general Europa, son muy distintas de nuestra América española. Tal vez allá esas cosas de miss Marcia se miren con indulgencia y se perdonen fácilmente; pero a nosotros 110S parece que muchachas de veinte años que den en la flor de imitar a la simpática inglesa e irse con el primer recién venido guapo que se presente, solas, a ciudades leJanas, están expuestas a que les suceda algo que después no podrían reparar ni aun derramando océanos de lágrimas. ¡Y\iss Marcia salió incólume por su buena estrella o porque el novelista no quiso que flor tan fragante y pura fuese deshojada por mano tan indigna. De cualquier modo, no es bueno tomar por modelo a miss Marcia Cúnyers. Nuestras paisanas no necesi- -- 128 -- tan de nuestros consejos, ni tenemos cura de almas para metemos a predicadores de moral, que es como meterse en camisa de once varas; pero que por lo menos nos sea permitido creer en la profunda verdad que encierra aquel adagio castellano: la mujer hon- rada, la pierna quebrada y en casa. Nada de viajes, pues, sino en muy buena compañía. Dibulla, marzo 30 de 1892. Señor Director de El Norte.-Santamarta. Estimado amigo: Su apreciable carta de 18 d€' marzo me alcanza muy lejos de la ciudad de R***. Me pregunta usted: «¿ Qué, ya en R*** no se piensa, no se escribe, no hay periódico?» - I:N No me cabe la menor duda de que esa ciudad se piense. Dondc hay hombres, por imbéciles que sean, hay pensamientos. De que se piense muy alto, no puedo responder tan categóricamente; pero es seguro que no faltarán hombres inteligentes a quienes se Ics ocurran ideas nobles y generosas. Se escribe poco, para el pÚblico se entiende, pues en lo privado afirmo que entre mis paisanos no dejará de haber uno que otro atacado de epistolaritis crónica e incurable. No critico esto, porque si asi no fuera, los que vivimos en el campo estariamos en el Iimho. Y luégo cada cual hace lo que le da la gana, dirán los émulos de Madame de Sevigné, caso de que yo me pusiera tontamente a censurar su afición inofensiva. Periódico no le hay, y quién sabe cuándo le habrá. Esto es triste de deCll - 130 - cir, pero así es la verdad (A menos que Gnecco Laborde y Pachito Pichón no funden alguno). Y si carece R*** de cualquier órgano, voz o eco, no es porque no se sepa manejar la pluma y hasta esgrimirla como arma ofensiva y defensiva. Aquí donde me ve usted a mí, yo puedo dar testimonio de lo que dejo dicho. Una vez me metí a desfacedor de agravios, a endcrezador de entuertos. Salí, naturalmente, crucificado; y como Quijote periodístico recibí una formidable pedrea. Me pusieron como chupa de dómine, que no había por dónde cogerme. Me llamaron irónicamente profeta, y en sentido propio y llano, plagiario, y nada menos que de la Epistola Moral. Al principio me sulfuré y les tiré algunas chinitas a mis anónimos contendores; pero hoy me río de esa pequeña guerra que no le rompió a nadie ningún hueso. Pues, sí, señor, hubo en esa ciudad, en el año de gracia de 1890, tres periódicos: El Ferrocarril, La Voz de Padilla y El Bolctín de Fomento, editados todos en la tipo¡srafía nedo. del progresista En flor m u rieron ron lo que viven tima, no dejaron vicios, pues sino porque que quiero siete dado en absoluto arrobas hacerme lindas que tiene de peso le está veechar sico simpático, de joven estoy pues; enfermo, y dies de de sus a un hombre como ser- el primero, a los ojos suscriptoras; vi vie- y fue lás- en él me prestaran bondadosa acogida, toda justicia. usted Pi- de prestar especialmente No crea los tres; las rosas, go eso no porque el interesante señor plantas pero tro peor que si lo estuvíera, ha atacado la más británica fermedades del ánímo: de tí- malogrado. No me encuenporque me de las en- el fastidio. Y - 132 - para romper la monotonía infame de la vida que llevaba últimamente, he dado con mi cuerpo en esta aldea. Ya me siento mejor; hay un río muy bello, en cuyas orillas se respira el gratísimo olor de la florecilla llamada pembe, que no cambio por el lirio más blanco ni por la rosa más altiva. Este río fuera perfecto si no abundara en mosquitos, plaga que infesta nuestras tierras calientes más poéticas y bellas. El mosquito es especialmente feroz; se le clava a uno en la carne y le deja la herida chorreando sangre. A veces le resulta a uno su granito que tumba y postra con fiebre violenta. Porque esta naturaleza es bravía, indomable, y no hay hombre, por vigoroso que sea su organismo, que no sienta pronto el empuje de su poder soberano. Aquí se hunde uno y desaparece en el seno fecundo de la naturaleza; y cuando, por 133 la mañana, se fija la mirada en los picos enhiestos de la Sierra Nevada, mole gigantesca, coronada de eterna nieve, hay que caer en raptos de lirismo, que no por cursi, trasnochado y fósil, deja de ser profundamente sincero. Aquí sí que se puede exclamar con el señor Caro i La inmensidad La pequeñez de la grandeza del cielo, humana! Hay mosquitos implacables, sí; hay culebras de dimensiones fantásticas quc ponen miedo en el hombre más valientc; se siente temor (yo lo siento) ante el asqueroso tuquequ/!, ante el repugnante sapo; no faltan caimanes, y abundan en número prodigioso los multicolores cangrejos. ¡Pero en cambio, además del esplendor tropical del valle y de la selva, del río y del mar, la vida es baratísima! Yo creo que llna fami- - 134- Iia de cuatro personas vi ve con dos reales diarios. Los plátanos no valen nada, ni las ahuyamas, ni las yucas, ni las batatas, ni otras legumbres; el maíz se da casi de balde, el picl1ipiche es base de alimentación, y no cuesta más trabajo que el de cogerlo en la playa, y hay siempre carne de caza, apetitosa y sana. Y aunque todas estas cosas, que no son mucho a la verdad, descontentasen aun a los hombres más sobrios, aquí goza el espíritu de una libertad completa. ¡Gh libertad preciosa No comparada al oro Ni al bien mayor de la espaciosa tierra! 1 ¡Fuéra política; fuéra intrigui\1as de aspirantes a empleos; fuéra deseos de candidaturas imposibles; fuéra charlatanes imbéciles; fuéra, en fin, tontos de l. Lupe de Ve¡¡a. toda especie, en que tánto abunda este linaje humano! y se disfruta de todas estas ventajas sin que se pierda de vista el movimiento intelectual del mundo. Aquí, en mi mesa, tengo periódicos de París, Londres, Madrid, Roma y Bruselas, los diarios más célebres, que me remite generosamcnte un amigo mío, ilustre entre todos. Aquí leo la Revue Bleue y el Nuevo Teatro Crítico; aquí tengo La Piedra Angular, libro en que la insigne señora Pardo Bazán trata de la pena capital con superficialidad femenina; aquí me acompañan Mateo Arnold y Pablo Bourget, y los líricos españoles, y Fustel de Coulanges y el Padre Blanco García. Y bien, después de leer unas páginas inspiradas, ¿ no le es lícito a un pobre proscrito contemplar el rostro picaresco, y la sonrisa de los labios rojos, y el brillar de los diente- --- 1:)6 .-- cillos protoblancos de una simpática vecina? Pues yo creo que si hay algo permitido, es eso; y si mi novia se pone brava, peor para ella: que se ponga brava. A mí ¿qué? María Ba5b~irt5eff. Talvez en la losa que cubre sus despojos mortales no estén escritas, después de Sll nombre, sino estas palabras: «Nació en Rusia en 1860. Murió en F rancia en 1884». Y, sin embargo, en el corto espacio de tiempo que va del un año al otro, alentó sobre la tierra, con aquel nombre, uno de los espíritus de mujer más originales y sorprendentes del siglo que termina. 1)7 De familia noble y rica de la rcglon llamada Pequeña Rusia, con la sed de viajar que distingue y caracteriza a la rala eslava, ávida de ponerse en contacto con la cultura refinada del centro y occidente europeo, vemos a la joven rusa, desde temprana edad, recorrer las capitales espléndidas del viejo mundo. Hallándose en Niza, que atrae a las gentes del norte con atracción irresistible, divisa un día en el paseo al duque de H., un lord de encumbradísima alcurnia, y se enamora de él con precocidad admirable en una niña de apenas doce años. El duque es su ideal, y cuando tropieza ella con cualquier hombre digno de despertar la atención de una mujer, le parangona con el duque, quien inevitablemente sale triunfante en estas comparaciones que a cada paso se suscitan en la inquieta imaginación de María Bashkirtseff. I.'Y\ . - El Dios Apolo únicamente puede 110mbrearse y medirse con el arrogante duque de H. Un dia, en Viena, anúnciale su aya que el admirado patricio va a casarse prÓximamente. María hace esfuerzos inauditos por ocultar su turbación en este primero y rudo encuentro de sus juveniles ilusiones con la fria realidad. Y lo que más la contraria y desespera es que, ¡la pobrecílla!, ha de aprenderse en seguida una lección de latín. A los quince años la encontramos en la Ciudad Eterna. De su estada allí habrá ella de conservar recuerdos indelebles. La única vez que su altivo corazón creyó sentir y comprender, con positiva seriedad, el verdadero amor, fue en Roma. Posteriormente su anhelo favorito ha de ser volver a Roma. El conde Antonelli, sobrino del poderoso Cardenal que fue Secretario del inmor- 1 :'J<¡ ¡al Pío ¡X, se enamora de ella y la persigue y la asedia con las encendidas declaraciones de su pasión. Las páginas del diario de Maria, en donde se relata la historia de este amor, son un idilio precioso, encantador, casi divino. La entrevista al pie de la escalera, el beso fugaz que se dan en un minuto de enloquecimiento, no quitan nada a la pureza virgínea de la bella eslava. Porque bella es como pocas: ella misma lo declara con deliciosa ingenuidad, y si no lo declarara, nos lo diría el retrato que conserva sus facciones. Los cabellos son rubios con reflejos rojos, la nariz pequeña, la tez blanquísima, como los lirios del campo, el cuerpo bien formado, que puede competir con el de cualquiera Venus; los ojos claros y la mirada profunda, inquietante, porque ¿ quién podrá jamás adivinar lo que hay en el fondo de unos ojos claros de doncella inteligente? - 14<l - El matrimonio con el noble italiano no puede efectuarse; que los impedimentos religiosos y la poca energía del joven destruyen el proyecto. Así, entregada a pensamientos melancólicos, visita por pri mera vez a Ná poles; y en Pompeya compara el amor con la ciudad romana antes de la catástrofe, y el matrimonio desgraciado con la misma ciudad después del cataclismo. En su alma queda grabada para siempre la huella de aquel primero y único capricho. Cuando años después recuerde esa época brillante de su vida, le echará en cara la conciencia, como un oprobio, la caricia del noble italiano, la sola que de homhre enamorado recibiera jamás. No ha de hallar María Bashkirtseff hombre que le convenga: el ideal está muy alto para que pueda ser cumplidamente realizado. Y de este anhelo no 141 ' satisfecho, de esta ignorancia del fondo de las cosas, resulta algo vacío, incompleto, en el alma de la joven. Porque por muy grande que sea el talento, por muy poderosa que sea la intuición de la mujer, por muy distraído y ocupado que el espíritu se encuentre en otros objetos, si no se conoce el amor, no se conoce nada. El amor es la mitad de ]a vida, si no la vida toda. ¡Desdichada María Barshkirtseff, que no supo nunca lo que era! Amor, eterno amor, alma del mundo 1, La movilidad e inquietud que son nota característica de su raza la hacen a menudo creerse infeliz; y en su alma se abre entonces algo desolado y triste como las estepas interminables de Rusia. Pero de pronto, un pensamiento noble, un sentimiento generoso surgen en 1. N,i'lez de Aree. - - 142 -- aquel desierto como si en algún Sahara brotase súbitamente y brillara al sol una florecilla de riquísima fragancia. En 1876, año fecundísimo para la joven rusa, visita a su país por ver a su padre, el cual vive alejado de su esposa. Lo que María escribe en el diario durante su permanencia en Rusia, podrían suscribirlo sin dificultad Tolstoi o Tourgueneff. Cambiando uno de los términos, hay que decir del estilo del diario: el estilo es la mujer. No sólo las observaciones finas y penetrantes de uua mujer del gran mundo, dignas de ser estudiadas por el que quiera averiguar algo de profundamente femenino; no sólo eso se encuentra en las páginas del libro de María, sino reflexiones filosóficas, modos particulares de contemplar la faz de los acontecimientos humanos, y señales de una erudición que enorgullecería a un literato de - 14) veras. Maria Bashkirtseff ha leido todo: Homero, Platón, los clásicos latinos, los modernos, los escritores contemporáncos. Su ingenio superior pasa sin contaminarse por la lectura de los libros de Emilio Zata, cuya fuerza admira. La deleitan León Tolstoi, Alfonso Oaudet y Enrique Beyle. No ha de suponerse que el corazón de la joven eslava sea un corazón seco, sin jugo ni fibras sensibles. No; un pasaje de PaMo y VirRinia la hace verter lágrimas de conmiseración profunda. Llora amargamente la muerte del Príncipe Imperial, del hijo de ese Edipo del siglo XIX, que se llamó Napoleón IlI. La súbita y casi misteriosa desaparición del gran tribuna francés, que en época de prueba tremenda fue personificación del patriotismo, la lleva a confundir su dolor con el dolor de su segunda patria, la ilustre Nación francesa. Cuando, ren- -" 144 "- dido por los años, su viejo perro muere, lo siente como si hubiera sido un individuo querido de su familia. No le causó tánta pena, seguramente, a UIises la muerte del fiel Argos. Mas si el amor no r:orona con sus mirtos las sienes virginales de María, la ambición, en cambio, la posee toda entera desde niña. Quiere brillar en los salones por su belleza soberana. Quiere deslumbrar a hombres y mujeres con los fulgores úe su ingenio extraordinario Cuando sabe que una compatriota suya se une en matrimonio al príncipe reinante de Servia, no logra disimular un sentimiento de envidia. Si ella hubiera adivinado la vida de amarguras que se le aguardaba a la reina Natalia, que ni siquiera puede acariciar a su hijo, en vez de envidia la hubiese tenido lástima. En Nápoles, una vez se lanza a saludar al rey Víctor Manuel, - 145- con el exclusivo objeto de poder decir después que ha hablado con el más amable de los reyes. Se complace en proclamarse linda, y se viste de blanco, porque lo blanco le sienta admirablemente. Desea conquistar aplausos con su voz, su hermosa VOZ; y su aspiración a rivalizar con Malibrán y con Patti no se realiza, porque una enfermedad terrible, que la llevará a la tumba, la hace perder el órgano divino. Sueña con la escultura, con cincelar en el mármol la figura de la abandonada Ariadna, o la de Nausicaa, la dulce creación del viejo Hornero, una de las más puras fisonomias de doncella que atraviesan la historia literaria del mundo. La pintura, al fin, la subyuga y la fija. Con ardor singular se dedica a su estudio; hace grandes progresos en el dibujo; exhibe en el salón de París cuadros que cada año van siendo me10 - jores; recibe insignes senta un cuadro ya notable, número reproducen su nombre cuando de que obtie- y un buen Casi alcanza lada meta, la fama: cos de arte alentadoras En el año de 1884 pre- en la exposición. trados -- palabras artistas. ne un buen 14<) puesto la anhe- los periÓdicos su lienzo, hablan ilus- los críti- con elogio de ella, no es ya desconocido. se dispone a crear algo ¡Ah! digno, en fin, de ella y del fuego sacro que la anima, la tisis la coge la postra y la aniquila plir los veinticuatro El 31 de diciembre en el diario: con sus garras, antes de cum- años de edad. de 1883 escribe «¡El nuevo año! A las doce de la noche, reloj en mano, en el teatro, manifiesto un deseo con una sola palabra, palabra hermosa, magnifica, embriagan te, ya escrita pronunciada: ¡La gloria»! ° 147 La gloria que creíste alcanzar en el año que comenzaba, no la conquistaste. Tus cuadros te hubieran dado reputación, mas no quizá la fama de Rafael Sanzio, de quien no gustabas, ni de Diego Velásquez, que era tu idolo. Pero la historia fide\ísima de tu vida, relatada en tu diario inmortal, espejo de tu alma con todos sus desfallecimientos, sus triunfos y sus anhelos, te hará vivir en el recuerdo de los humanos. El cóndor del genio, más altivo que el que anida en las cumbres andinas, batiÓ alguna vez sus alas potentes sobre tu poética cabeza de diosa del Olimpo; y hoy ciñe tus sienes con la láurea de la gloria más pura, que es la inmarcesible del arte literario. Los jóvenes de los tiempos futuros te han de amar con cariño de hermanas, porque, aunque hija de esta centuria, eres la encarnaci(ln anticipada de la mujer del siglo -- 14<\ - xx. Tu alma, serenada ya por la muerte, asiste complacida a la apoteosis que te tributan los hombres. Bogotá, 1892. BOl'da"do. A Paz. Niego en redondo los encantos del Código administrativo, y si algún burócrata empedernido se encapricha en creer que encuentra en su lectura misteriosos deleites, ¿ qué le hemos de hacer? Con su pan se ]0 coma. Por mi parte, prefiero ver bordar en seda a cierta joven simpática. Esta niña se encontró el dia menos pensado con un compromiso a cuestas. Bordaba bien, no porque la necesidad la hubiese obligado a aprender este ofi- .- 14<) cio, sino porque la educación de su tierra así lo exige. Una vez, viendo a una amiga suya en el trance de bordar, sin tener tiempo de sobra, un pañizuelo de raso, le dijo, por pura galantería de chiquilla cortés, que la sacaría del apuro; y la otra, que no era tarda en esto de aceptar espontáneas ofertas de servicios útiles, se apresuró a cogerle la oalabra. Hé aquí, pues, a la graciosa niña bordando en seda el pañuelito hlanco. Está recostada en cómodo taburete a la limpia pared. La cabecita, coronada de cahellos casi castaños, se inclina bastante. Los grandes ojos, que son bellos y harto expresivos, parece que quisieran devorar la tela delgadísima: tánto se fija la mirada en lo que se va haciendo. La aguja fina entra y sale con Ln ruidito peculiar en el crujiente raso, que por lo tendido que está en el peque- - 150 - ño bastidor cualquiera creería que va a desgarrarse con estrépito. Las matizadas sedas, que acarician dulcemente las yemas son rosadas de los dedos bien modelados, van formando poquito a poco, en el cándido fondo, lindas y caprichosas florecillas. Y la mano diligente de la niña no se da punto de reposo. A veces, cuando alguna dificultad ataja a la bordadora, la atención se esfuerza; y vencido el obstáculo, un suspiro de satisfacción hincha el tierno seno de la joven y una gotica de sudor rueda con pereza por aquella frente morena, donde los rizos de la capul, tan suaves como el raso que se borda, traban encarnizada batalla. Esa gotica, después de humedecer la frente, iría a mojar la labor, si ésta no fuera defendida por el escudo de un lienzo, enemigo de moscas, preservador del polvo, guardián de la limpieza. Cuando se termi- - 151 - na la primera parte del ímprobo traba- jo, una sonrisa amable los la- bios de la niña, dejando de cereza mirar la blanca dentadura. el aristocrático do del todo, pañizuelo la más que en extranjeros la, será indigna !la perfecta. entreabre ad- El día que quede exquisita laboratorios de perfumar acabaesencia se desti- esa obri- Digna de él es, llllicamen- te, la mano de marfil que allá en el va- lle de los Alcázares lo aje distraída lo coloque guna luégo abertura con ':iescuido y en al- del rico jubÓn! Mayo de 1893. '" ·~l!O~~:::.'; L";15.1\>·:::;[l (':~ANGO Ci\": f ..:"C ':;l-lC: ::~i~ la Vit'gel) de Pel'eDel'e. (VIAJeS VULGARES DE P~()VINCIA) Nada, amigo lector, de brioso corcel. Tome usted un caballo o yegua de buenos pasos y póngale un galápago de asiento bien ancho. Móntese usted a la una de la madrugada y salga a dirigir una peregrinación en que va una multitud de mujeres caba/leras en asnos goajiros. Coja usted la vuelta del Hatico, y ahí no más deténgase a componer la carga de comestibles y a pasar a otro burro a la joven que sobre la carga va: tiene usted la primera estación. Prosiga usted andando la legua interminable que diz que hay de esta ciudad a Rincón Tigre, arreglando a las niñas que se caen a cada paso, gritan- 15'J do a los rezagados doles den. que apuren, a los que van aprisa Doble pueda, usted aunque usted dora le puede ñarle la cara. sacar luégo en corazÓn mo tiempo haritos horas Como o ara- encienda jinetes que alum- fantásticos, de poner Sienta perfume. así, y habrá somiedo usted al mis- olor de mariangolas, y de otras us- la vía, y vea usted capaces firme. a usted la noche está obs- velas de esperma brehumanos, gratísimo rama trai- el sombrero, medianamente dibujarse si no fácilmente de toda obscuridad, ted algunas bren porque el lomo, alguna un ojo, o tumbarle cura todo lo que una afecciÓn vertebral, dobla que aguar- el lomo contraiga en la columna dicién- de aza- flores silvestres Camine usted hecho .... de cinco dos le- guas. No se desaliente Vaya usted usted. Ya es de día. con cuidado por esa saba- -- 154-- neta; por ahí asesinaron modo truculento, Pueden salirle a un pobre una falta Aunque apresurar de caridad de muchacho. y jugar- a usted también le una mala pasada. ra, no puede los indios, usted quie- el paso; seria no acompañar las desdichadas que de inverosímil pereza. a van en jumentos rrote a esos estúpidos, recen ellos. Admírese Déles usted ga- que más se meusted de la inep- titud profunda de ciertas mujeres para el ejercicio saludable de la equitación asnal, si vale guna de ellas plagiando, Jesuscristo. gión decir así. Vea usted a alque se da siete sin querer, a Nuestro míre cÓmo le profesan los burros una instintiva míre cómo no hay poder los haga entrar a tierra, Señor Por fin llegue usted a la re- del lodo; las pobres caídas, en el barro; mujeres o mejor, repugnancia; humano que mire cómo tienen que echar pie a Iodo, pie e inter- - 155 narse con ánimo resuelto por fangales hediondos, al parecer interminables. Al cabo, a la vuelta de un recodo, se divisa el río. Páselo sin cuidado, que está seco; apenas llega a la orilla. Ha llegado usted a Perebere a las 9 de la mañana. ¡Ira de Dios! ocho horas de camino y una noche toledana para andar cinco legas. Cuando se desmonta usted del caballo cae fatigado al suelo «como cae el cuerpo muerto». No es Nijni Novgorod, cuya feria ha descrito Julio Verne en una de sus populares novelas. No es ni siquiera la feria de Magangué. Es una reunión de gente de toda clase que va a rendir culto a una imagen milagrosa, a Nuestra Señora del Carmen de Perebere. Lejos está, pucs, de scr motivo comercial 10 -- I 56 - que congrega ]a gente en ese sitio; es motivo de orden religioso. E] lugar es pintoresco, no se puede negar. En el centro está la ig]esita que ha sido agrandada este año y a] rededor se cuentan hasta doce bohíos. Ellos no son capaces, naturalmente, para contener el gentío ínmenso que afluye al sitio de casi todos los pueblos de la provincia. Así, las familias se establecen debajo de los altos árboles frondosos. colgando en ellos las blancas hamacas, en nÚmero portentoso, las cuales presentan de noche un espectáculo tan original como curioso. Los árboles que más abundan son el algarrobillo, el toco, el sangre de grao y el olivo. Luégo que se recobra un poco el perdido vigor, se dirige uno al baño. El río es bello, de orillas sombrías, de aguas frescas y saludables, sin peligro de caimanes y otros animales dañinos. Ganas ]e dan a uno de no salirse nunca. 157 El cura de la ciudad se ha trasladado al sitio y dice la misa. Sale la procesiÓn un poco antes; la preciosa imagen del Carmen, lujosamente ataviada, es saludada con salvas repetidas. Es grande la devoción que se le tiene. Muchisimas personas llevan milagros por promesas que han hecho. Se le canta un número considerable de salves, entre las cuales se cuenta la nuéstra. A las once termina la función religiosa. En la madrugada del 16 de julio dormia yo cuando un relámpago seguido de un trueno formidable me despierta. Descuelgo rápidamente mi hamaca y me precipito al rancho de un amigo. Afortunadamente no llueve un gran aguacero, que si llueve, nos pone como sopas. Un sujeto hace una extraña promesa, y es la de emborracharse concienzudamente si la Virgen logra que cese la lluvia. Como ésta cesa, el individuo -- 151:\ -- de marras cumple su promesa con puntualidad tremenda. Como que se amarra una de las monas más ruidosas que se registran en los complicados anales de las humanas borracheras. Otro tipo parecido, que se las echa de brujo, me dice que si había llovido, era porque él dormía; porque él, despierto, se encuentra en posesión del asombroso poder de dominar los elementos. Que no tiene más que decir estas palabras: de- ténte agua, como se detuvo Cristo en la cruz, para que el agua obedezca al punto el mágico conjuro. ¿ Qué puedo yo contestar? Cada borracho con su tema. Es evidente que a Perebere va mucha gente con propósitos religiosos, pero no es menos cierto que otros van a abusar de la bebida de manera increíble; otros se encaminan allí arrastrados por motivos amorosos: la novia o señora de los pensamientos hace viaje a Pe- 1 5') rebere a cumplir alguna promesa, pues allá van ellos también a cortejar y a ver si por sorpresa les dan el dulce sí. No faltan, ¿cÓmo habían de faltar? tipos educados en la academia del buen Monipodio, que sólo realizan la romería con el objeto de mejorar de suerte, como, por ejemplo, si toman un caballo o un burro contra la voluntad de su dueño; o si cargan bonitamente con un revólver, con un reloj, con un pañuelo, vamos, con lo primero que les cae a mano. A dos amigos los dejan con la cabeza al sol: se descuidan un poco y les roban los sombreros. Las cumbiambas de Perebere son famosas. Allí se dan cita todas las hembras a quienes les gusta el baile popular. El acordeón, la guacharaca y el tambor, hábilmente manejados, y algunas libaciones pronto sacan de sus casillas aun a los más reposados. Allí es - 160- de ver a los muchachos comprar las espermas y regalárselas, encendidas, a las parejas. Una se mueve con mil gestos y grita a voz en cuello una copla popular: Ya cayó mi hermana, Ya cayó mi abucla, Ya cayó mi tia, Y la cocinera, aludiendo tal vez al sinnúmero de caídas en el camino. Otra, más serena, baila con tranquila maestría, meneando con mucho garbo la cabeza y despidiendo cente\1as por los grandes ojos. Esta, por guapa, es muy disputada por los hombres, y da origen a algunos bien aplicados mojicones. Y así pasan las horas de la noche, y se viene a todo correr la luminosa mañana, la cual debe de sorprenderse bastante al contemplar aquel círculo de mujeres que I()} mueven el vientre corno las más desaforadas almeas orientales. Por la noche se celebra el matrimonio de dos personas que quieren regularizar una situación no permitida por la Iglesia. En el momento en que el sefiar cura, después de leer la tremenda epístola, que tánto miedo les inspira a los homhres, echa la bendición que une para siempre a aquellas dos criaturas, una prima de la contrayente dice muy regocijada, en plena capilla, esta palabra que yo no entendí, pero que es muy viva y debe de tener un significado expresivo: ahora sí ya no hay zapatilla, va. Pero la nota dominante, característica, que atlige y desconsuela, es la embriaguez. Borrachos hay de todos los humores, desde los que obligan a la poiicía a que los amarre, hasta los que lloran como niños de teta. Puede us1I -- 162 -- ted I1amarle a Perebere el rendez-vous de los ebrios. Por eso decía un amigo a media voz: El que quiera ver borrachos Que se venga a Perebere. y como, según Emilio Faguet, para variar de ideas no hay más que variar de latitud, debo declarar, en homenaje a la verdad, que lo que fue en Perebere, maldito si me acordé yo de las duras contr(\riedades de mi arrastrada existencia. Julio de 1893. C(Je~t() del día. Era por allá, del lado abajo, en una explanada que bien pudiésemos llamar del Salitre, porque en el mes de julio se formaba allí una pequeña salina. La casa no merecía tal nombre: tan chica era. El interior, poco interesante; las paredes de barro, desnudas. Uno que otro taburete cojo y de espaldar mugriento y un tinajero con una barriguda tinaja donde se veía el agua no cristalina de nuestro celebrado río, componían el mueblaje. Toda estrechez, toda misería tenían en ese rancho su natural asiento. Oprimíase el alma al entrar en la única pieza que servía de habitación a buen número de individuos - ]()4 -- qu~ no se sabe por qué se juzgaban pertenecientes a la especie humana. Para penetrar era preciso doblegarse, porque si no, podía surgirle a uno en el testuz un chichón soberano; y se encontraba perfectamente justificado al orgulloso gallo cuando se agachaba al cruzar la puerta próxima a dar consigo en tierra. ¿ Todo era allí triste y mezquino? ¿No habría allí, como en todas partes, un rayo de sol siquiera fuese descolorido y anémico? Sí, le había. Dentro movíase y alborotaba una niña de quince mayos, ágil como una ardilla, graciosa como un ángel. Aceitunada era en verdad la color; pero no tiene dicho hace siglos Virgiljo Alba ligustra cadunt. vaccinia nigra leguntur? Si su vocecita de oro y sus argen tinas carcajadas no resonasen a cada momento, los moradores de la choza muriéranse de tedio. Si su cuerpecito gentil no estuviese a cada instante dejando admirar SllS movimientos serpentinos, diríase que toda esa gente estaba atacada de incurable parálisis. Y si la gracia de la chiquilla no atrajese por las tardes a un enjambre de muchachos enamorados, hubiérase podido afirmar que la choza ésa no en lugar bullicioso se encontraba situada, sino metida en el corazón de la Siberia, o enclavada en alguna montaña solitaria de los Andes. II La mujer pero dades en el turas, madre quería otra cosa. Sí, esa que no pasaría de los treinta, a quien el hambre y las penalihabían puesto ya en el rostro y cabello arrugas y canas premaqueria decididamente otra cosa. -- 1M -- Chicos honradotes y formale~, dispuestos a doblar la cerviz en matrimonio in Jade ecclesiae, se le habían presentado a Lorenza en solicitud del insigne honor de que ella les diese su mano morenita pero bien formada. ¿Qué tenia metido en la cabeza ese diablo de mujer? A más de cinco los había recibido con cuatro piedras en la mano y mandado con su música a otra parte. La pobre Lorenza se desesperaba maldiciendo la horrible tiranía de su mamá, porque entre los pretendientes rechazados no faltaban algunos que a la chica le parecían simpáticos y a quienes con poco esfuerzo hubiera ella podido amar. Pero la mamá se estaba firme en sus trece, y a la menor insinuación de la muchacha para explicar aquella conducta inverosímil, contestaba con un humor de veinte mil demonios. Al fin la niña se decidió a callar y esperar mejores tiempos. - 167-- No estaban tan lejos estos tiempos mejores. Porque una tarde un caballero acertó a pasar por la explanada y vio a Lorenza vestida pobremente pero hecha un ascua de oro por lo limpia. Al caballero le temblaron las lentes de la emoción, y su mirada, atravesando los gruesos vidrios, fue a chocar con la brillantísima de la niña, que lo hizo tambalear. Informóse acerca de lo que le convenía, y montó prontamente sus baterías de campaña, creyendo que el sitio de la plaza iba a ser largo y mortífero. Razones tenía para creerlo. Ella no contaba sino quince años, y él había doblado el cabo maldito de los treinta. De ella estaban prendados muchos jÓvenes de edad proporcionada a la suya, buenos mozos y muy arrestados en lides de amor. Nada de particular tenía que a alguno de esos donceles, per- 1()/"\ - tenecicntes los más al honrado gremio de zapateros, le otorgase ella la palma codiciada de su preferencia. El, además, icircunstancia agravante! era casado. Casado, iira de Dios! y sin esperanzas de divorcio, ni de disoluciÓn del vínculo por causa de muerte de su distinguida costilla. Su mujer frisaba en el medio siglo, y representaba más, pues cicrtas dolencias físicas traíanla a mal traer y teníanla hecha una cecina de puro marchita y flaca. Claro era, con la claridad del día, que la tan mentada antorcha del buen Himeneo no hahía sido, en ese caso, encendida por un amor ardiente y arrebatado. Matrimonio de razón era aquel, bien preparadito, bien cstudíadíto, sin pizca de llama, quiá! por parte del sujeto. Por parte de ella sí puede asegurarse que influyó el terror de la vída sola, el abo- lO') rrecimiento a eso que llaman vestir imágenes, y también el anhelo vehemente de agarrarse, ella, parásita sin savia, casi muerta, a tan robusto y lozano tronco. La circunstancia de estar casado con semejante momia, que allá se las podía ir con las de Egipto, era lo que tenía al excelente caballero dominado por el prurito de buscar dama jovencita, con jugo, dulce y sabrosa. El se convenció de que enamorando a la chica por la vía ordinaria, corría peligro de sufrir un descalabro. Tomó una resolución atrevida. Le !labló a la madre de su pasión y le manifestó que, ayudándolo, podía ella salir de trabajos y escaseces. Crey() que la madre, tratada como vulgar zurcidora de voluntades, se pondría hecha un basilisco y 10 echaría ignominiosamente de su casa. Pero se equivocó. La buena mujer, harta hasta la coronilla de aguan- -- 170 -- tar la cruel mordedura del hambre, se prendió a aquella tabla de salvación. Era preciso sacar la tripa del mal año. ¡Qué moralidad pública ni privada, qué honra de las familias ni qué niño muerto! Lo primero, comer; todo lo demás es pura conversación. 111 La chica consintió también. ¡Pues no había de consentir! ¿Qué, acaso ella no tenía hambre como los otros? Triunfó el estómago, vulgo instinto de conservación. Pero la chica se encaprichó en que la esposa del caballero diera su consentimiento a la cosa, porque si no, como la señora era el propio Tetrarca de Jerusalén con faldas, no la dejaría vivir ni a sol ni a sombra. El caballero juzgó la aquiescencia de su mujer un imposible metafísico, pero se sintió con fuerzas para tentar el vado. -.- 171 -- Aguardó una ocaslOn propIcIa para hacer la extraña proposición. Y fue un día en que la crónica dispepsia de la infeliz señora la tenía con los espíritus decaídos y medio muerta. Formuló el sujeto con temblorosa y meliflua voz su infame deseo. Hizo valer cn su auxilio aquello de que no es bueno que el hombre esté solo, y que él, aunque tenía mujer, en puridad de verdad, no la tenía, y que ella, mejor que nadie, estaba al cabo de eso. Que se lo decía él mismo para que no viniese alguna enredadora de oficio a bordar necedades sobre tan delicado tema; que lo perdonara; que su cariño por ella no se amenguaría en nada, y que su pobre mujercita estaría siempre para él en los mismos cuernos de la luna. Una lágrima de enternecimiento rodó por la gruesa mejilla del atroz individuo. - 172 - Una luz viva brilló súbitamente en los apagados ojos de la desventurada señora, la cual, incorporándose penosamente en el lecho, y apartando con la mano escuálida a su robusto marido, dijo con acento despectivo pero resignado; -Déjame en paz, hombre. Pónle casa; haz lo que quieras. Para todo tienes permiso. 1894. A una ami¡¿a. No fue el spleen, que de inglés tengo nada; no fue tampoco deseo mántico de correr aventuras, gana romperme la nuca; el romanticismo ya cosa muy vieja y trasnochada. no rode es No, ! 7.) fue simplemente un prurito irresistible de moverme, de agitarme, de estirar las piernas, lo que me obligó a salir de mi casa el 15 de diciembre. Al emharcarme en la canoa nombrada El Puente comenzaron mis trabajos. Ninguno de los bogas se sintió con el arresto suficiente para echarse encima las arrobas quc peso, y tuve que apelar a un Hércules amigo que, alzándome cn sus nervudos brazos y sacándole el cuerpo a la ola hinchada y espumantc, supo depositarme sano y seco en el fondo del bote. Pronto me convencí de que seguía de malas en este año de 1893, porque al desplegarse la vela se rompió el palo por la extremidad inferior y hubo que gastar media hora preciosa en arreglarlo de nuevo. Y también porque al atracar a Caricare, en busca los bogas de lebranches baratos con que preparar una cena, dos olas enormes inva- - dieron el unas Puente y me pusieron sopas de la cabeza luégo, para colmo na se hundió nos dejó los momentos Dibulla. allá a los pies. por el lado nos y abajo en aprestába- por la boca No hubo remedio: Y la lu- precisamente en que entramos como de desdichas, en tinieblas, mos para tirar 174 - del río tuvimos que garapín, en una rada agitada, el y esforzamos por dormir no, acariciado el olfato por el olor nau- seabundo hubiera de los lebranches yo querido a todo salados. sereAhí ver al que dijo en Marina: Dichoso aquel que tiene Su casa a flote, A quien la mar le mece Su camarote. y oliendo a brea Al arrullo del agua Se balancea. Sí, para que hubiera gustado anchas del meneo delicioso res dibulleros. a sus de los ma- 17'5 II -Ya está listo su buey para subir a la Nevada, me dijo el guía. Estas palabras me hicieron compl ender que me era preciso ensayar, en un camino pésimo, un nuevo elemento de transporte. Sí, hasta la fecha había yo viajado en la mula del fraile, o sea a pie (digalo si no, mi regreso de la campaña de 1877), a burro, a mulo, a caballo, en carro, en coche, en tren, en bote, en goleta, en bergantín, en vapor de río, en vapor de mar. Pero no me había pasado nunca por la cabeza tener que viajar en .... buey. Me pareció algo ridículo y depresivo, pero me di cc mo excusa para resignarme el que los egipcios no se creyeron deshonrados por adorar al insigne Apis, y que además no estaba el camino de la Sierra, después de un invierno feroz, para hacer la gracia de subirlo a pie, - - 17(, ni siquiera en mula. El guía me dio algunas explicaciones para mi gobierno. Lo que en el buey sirve de bozal y de freno es un hico que se amarra a la argolla de hierro que se le pone en la nariz al pobre eunuco. Cuando se quiere arrendar a la derecha, se pasa el hico por sobre el cuerno derecho, y cuando a la izquierda, por sobre el cuerno izquierdo. La cincha debe estar muy tesa, porque el animal tiene el lomo muy movedizo. Regularmente se le monta en angarilla, pero hasta allí no llegó mi filosofla, y le hice poner una silla de fuste alto y fuerte. Calzón, el gran Calzón, mi bagaje, era un buey potente, pero el más flemático, testarudo y lerdo que jamás rumió ricos pastos en las dehesas de la Sierra. Era imposible sacarlo de su andar lento y acompasado. En balde resultaron los golpes aplicados con el talón - 177 -- y los garrotazos dados en el pescuezo. Positivamente deploré no haberme calzado mis espuelas para poder rasgarle los ijares al perezoso animal. Tuve al fin que dejarlo andar a su gusto, estimulándolo de vez en cuando con el grito de ¡buey! lanzado gutural mente, a usanza arhuaca. y mientras tanto habíamos vadeado el ancho y bello río de Dibulla, de aguas frescas y perfumadas orillas; habíamos atravesado el Zequión, seco entonces, y el Lagarto, y dejábamos atrás el mar, que ese día estaba con la marea alta y nos molestaba mucho, y nos embocábamos por la entrada del Pantano, pozo que ni en los más fuertes veranos llega a secarse, ni a dejar de ser un peligro por 10 hondo y caimanoso. Anduvimos luégo las sabanas de Peralejo, Grande y Volador, que son interminables, y sin hacer alto nos me12 - 178 - timos por los desfiladeros temerosos del Voladorcito, considerados corno los más expuestos del camino. La ladera es estrecha, apenas puede pasar el buey; a la izquierda levanta su mole el cerro de piedra, y allá abajo, batiendo los cimientos de la roca, baja con rumoroso estruendo el río, que en su desembocadura toma el nombre de río Cañas. Un vértigo en el viajero, una mala pisada en el animal, y jinete y cabalgadura ruedan al abismo. Con alguna emoción, pero sin novedad, pasámos el V 0ladorcito, lo mismo que la Torrecita, y seguímos por el paso del Caimán, atravesando innumerables arroyos transparentes, algunos de los cuales ni nombre tienen, según me dijo el guía. L1egámos por fin al río de Quebrada Andrea, el cual vadeámos bien: en la otra orilla almorzámos frugalmente y nos preparámas a subir la Cuchilla. Iba Calzón tre- 179 pando penosamente la empinada cuesta, y yo haciendo algunos almanaques, cuando el guía, que caminaba adelante, me gritó: bájese usted que ya no se puede andar montado. Obedecí y eché a Calzón; yo comencé a subir con tamaf¡o palmo de lengua afuera, jadeante y sudoroso. Ese ejercicio violento a pie no estaba en mi itinerario y fue una decepción amarga y fatigosa. Pensé suhir a la Sierra sin bajarme de mi buey, y he aquí que a la mejor del tiempo tuve que hacer lo mismo que en Petaquero, cuando me vi obligado, por la inverosímil pereza de un mulo infame, a andar la temible cuesta de la misma manera que si hubiese sido el más vulgar recuero de los que recorren todos los días el camino de Occidente. Pero para eso es uno cristiano viejo, para aguantarse en silencio estas calamidades. No me quedó más recurso que con- - 180 - formarme con los decretos del hado e ir mirando bien el camino porque diz que hay culebras en esta parte de él. Sentía tener que atender a otra cosa que no fuese exclusivamente la contemplación de la naturaleza que se muestra en esos parajes viva y omnipotente. Los árboles corpulentos enredan sus copas soberbias en las nubes, y la tierra, la madre tierra, exhibe su seno craso, negro, rico, generoso, fecundo. A veces se alcanza a ver la huella de una danta y hasta la de un tigre; los monos, al saltar de rama en rama, forman una bulla infernal, y el grito lastimero de las pavas, semejante a un gemido humano, impresiona tristemente los oídos. Los aromas de las flores silvestres, entre los cuales sobresale el que los europeos llaman Y/aflg- Y/aflg, halagan dulcemente el olfato del viajero. Esta sí es de veras una montaña virgen de la zona tórrida. HI1 Trepámos la Cuchilla, la recorrimos y la bajámos. El guía me advirtió que era hora de montar, y Calzón soportó de nuevo, con toda la filosofía de que era capaz, su dura carga. ¿ Habría yo interrumpido al pobre Calzón en la formación de Le songe intérieur q u'ils n 'achevent jamais, de que habla, refiriéndose a los bueyes, Leconte de lisIe? Lo que yo sé es que el digno animal no se dio por entendido y siguió su camino tranquilamente, tirándole un mordisco de cuando en cuando a la yerba que se le presentaba. Vino el hermoso río de Santa Clara que más abajo junta sus aguas crístaIinas a las de Quebrada Andrea y así unidas corren a precipitarse en el océano. y después de Santa Clara, la cuesta de Basilio, y la Piedra de Lama, enor- -- 15:2 -- me roca que hay que pasar con cuidado, y el Arroyo de Sangre, llamado de esa manera por la obscuridad de sus aguas, y Bongá, lugar donde es fama que los indíos arhuacos fundaron un pueblo en el siglo pasado, y del cual pueblo etiam periere ruinae, según la enérgica expresión del poeta latino. El camino era cada vez peor, si cabe; el cuerpo se fatigaba más y más, Calzón moderaba el paso, si era eso posible, y yo anhelaba llegar a la Cueva, término de nuestra jornaba. Al cabo vimos el tambo; me tiré, medio muerto de cansancio, del buey abajo y entré todo mojado al bohío, pues desde que pasámos en la mañana el Pantano, no había cesado de llover un solo momento, como para que quedara constancia hasta la última hora de ser el año del Señor de 1893 el más lluvioso de la éra cristiana. 1M) III Adentro encontrámos al indígenaPedro José Sarabata acampanado de su mujer Angela Sauna y de una hija. Alguna sorpresa me causó verlos juntos. Sábese que los matrimonios arhuacos no viven bajo un mismo techo; cada esposo tiene habitación aparte. La mujer prepara los alimentos y, preparados, se los pone a su dueño en la puerta de su choza. Esta especie de separaciÓn no produce los mejores resultados, vistas las cosas por el aspecto del aumento de la poblaci(ín; y la verdad es que esa raza arhuaca, inteligente, débil, de carácter suave, tímida, me parece condenada a desaparecer, y más vale que desaparezca por virtud de sus leyes tradicionales y no por la persecución de los que se disciernen sin pruebas el título de civilizados. Dijome el - 1M-- guía que Pedro José era indio muy ladino y que él casi siempre viajaba con su mujer, la cual, por otra parte, pretendía el honor de ser hija de un civilizado. Como noche mala, la pasada en la Cueva fue un tipo de noches malas. No cesó de caer una llovizna impertinente, en tanto que del vecino cerro del Frijol nos venía una brisa helada que ya deseábamos que lo fuese menos. Mis calcetines, puestos a secar cerca del fuego, fueron casi reducidos a cenizas por este voraz elemento; y mi sombrero de Suaza no corrió igual suerte porque fue colocado fuéra del alcance de la candela, pero ha conservado un fuerte olor a humo, que no es a la verdad como la esencia del jazmín. Las hamacas estaban frías como el agua y pasámos la noche dentro de ellas, envueltos en nuestras mantas de lana, tiritando a menudo. \1)5 IV El 21 de diciembre amaneclO como había anochecído el 20: lloviendo. Haciendo de tripas corazón seguímos el viaje, y a poco comenzámos a subir el Frijol, cerro el más elevado del camino. Al volver de un recodo, serenado ya el día y queriendo un sol londinense dejarse ver en las cumbres de las vecinas montañas, vuelta yo la cara al norte, divisé una franja azul pálido, sin una arruga ni una mancha, ínmóvil: era el mar. La distancia lo hacía parecer quietecito, como sujeto de hábitos tranquilos. iQuién sabe si a esas horas no estaría el muy bellaco haciendo alguna de las suyas y sonada! Quien no lo conozca, que 10 compre. Lo que es a mí no me la pega el truhán ése, que desde que nací lo tengo muy tratadito. - 156 - - Después del Frijol se suben las escaleras de San Pedro, en donde también hubo un pueblo, también desaparecido. No se figure nadie que esas escaleras tienen nada que ver con las de la Opera de Paris: son de barro colorado, pero del peorcito que cabe encontrar en ningún camino del mundo. El pobre Calzón estaba visiblemente fatigado y solia poner en algunas de las gradas el fuerte cuerno, y dirigir al cielo, en actitud suplicante, los grandes ojos. Sentía yo por él mucha compasión, pero mayor la sentía por mi, expuesto a cada momento a dar conmigo en un abismo de lodo, que debe de ser el más desagradable de los abismos. A San Pedro siguió el Destacamento, y a éste el Limoncillo, y al Limoncillo el célebre Monte del Agua, en donde, como su nombre lo indica, llueve 1~7 ocho días en la semana. Sin embargo, para comprobar que en todas las cosas hay reputaciones usurpadas, ese día n()" llovió en el Monte del Agua. El punto más alto de esta subida I1ámase el Descanso, y ése sí no usurpa su fama. Luégo bajámos el Monte del Agua y penetrámos en las laderas vertiginosas de Caracasaca, desde donde también disfruta el viandante de la vista de la franja azul del mar. En Caracasaca hubo que echar pie a tierra nuevamente, y pedir que el suave ungi.iento de la resignación cristiana me ayudase a soportar esta nueva prueba. El arroyo de la Talanquera no se podía pasar a caballo, digo, a buey, ni la Colorada tampoco. Esta Colorada, una subida jabonosa, hubo que treparla a gatas mostrando unas veces agilidad de acróbata, hundiéndose uno, otras, hasta las rodillas en un fango nada per- - IM-- fumado. Pocas cuadras después tropezámos con el Guayabal, en donde hay una casa habitada precisamente por la dueña de mi cabalgadura; y en seguida, con el paso de Garavito, de impetuosas aunque clarísimas aguas; e inmediatamente después nos satreron al encuentro las casas de algunos vecinos de la Sierra: Puebloviejo. Áhí me desmonté como pude y di gracias al Dios de los viajeros por haberme sacado ileso de una jornada tan penosa. Dicen que hay ocho leguas de Dibulla a la Sierra. Puede ser; a mí me pareció que había ochocientas. v Diéronme en Puebloviejo una hospitalidad generosisima dos antiguas amigas, madre e hija, domiciliadas luengo tiempo há en la Nevada, y a quienes hacía la friolera de veinte años que no 18() - tenia el gusto de ver. La madre es la persona más anciana de toda la provincia. Habiendo cogido once años del pasado siglo y noventa y tres del que ya va expirando, cuenta ella nada menos que ciento cuatro años de edad! Conserva intactas sus facultades, aunque el paso de los siglos la ha hecho encorvarse un poco. A manera de distracción recoge, en tiempo de cosecha, algún café de la pequeña plantaci6n que está enfrente de las casas, y 1uégo lo descereza en su piloncito. Maneja también la rueca con agilidad impropia de sus años. Reza mucho, como buena creyente que es, y se acuesta al anochecer. Dios le ha concedido a la excelente señora una descendencia numerosísima (l). (1) El autor se reficre a las ser10ras Carmcn Amaya y Concepción Zúñiga, citada ésta por Réclus en su Via- je a lu Sierra Nevada de Surrta Murla, y muerta a marros de los indios en 1902. - - 190- Ese día era de juerga en las alturas de la Sierra. Habían llevado de Dibulla algunos litros de mal ron, y lo estaban agotando los pocos individuos de la Costa que había arriba. También los indios, como es de ley, se estaban amarrando una famosa mona. Uno de ellos, de los más ricos, Arregocés Sarabata, que estaba calamocano, se me presentó con su media naranja, una india joven, agraciada, de larga cabellera, que no cabía dentro de su estrecha vestimenta, y que llevaba al cuello, en señal de riqueza, muchas hileras de piedras coloradas de algún valor. El bueno de Arregocés se las echa de hombre de influencias y pudiente, pero se advierte en sus palabras un dejo de tristeza: Arregocés, aunque arhuaco, se parece en una cosa al rey Macbeth y a muchos que no son reyes ni Macbeths, en que no tiene hijos. El se re- -. 191 - signa a su desgracia, pero le cuesta trabajo. Estos indios (aun los más acomodados) son de índole mansa, mucho más inteligentes que los goajiros, aunque no de tan buena planta, inofensivos. Hablan casi todos un español revesado, pero que se entiende perfectamente. TíIdaseles de perezosos, pero a mi me parece inmerecido el calificativo. Ellos cultivan la caña de azúcar y fabrican una panela renombrada, por lo dulce y limpia, en toda la provincia. Cultivan también el henequén y hacen buenos !licos, mochilas y costales. Tienen plantaciones de guineas, plátanos, arraeachas, papas, batatas, malangas, ete. Consumen en grandes cantidades el hayo o coca. Sus puehlecitos están siempre aseados, y dentro de su área se ve la manzanilla, la yerba buena, el cebolIin. A muchos de ellos no les faltan -- 192- sus bueyes, ni tampoco sus vacas, que dan una leche magnífica. Saben leer y escribir algunos, y son muy amigos de pedir justicia a quien está encargado de administrarla, y no la hacen nunca ellos mismos por su propia mano, como acostumbran los goajiros. No usan flechas envenenadas como éstos. Se casan por la Iglesia y bautizan sus hijos, aunque no dejan de observar ciertas prácticas supersticiosas, dirigidos por unos como sacerdotes llamados mamas, que disfrutan de privilegios medioevales. El lIustrisimo señor doctor Celedón ha publicado en París una excelente gramática de la lengua Kóggabba, que es el dialecto expresivo de los arhuacos. En los días que visíté la Sierra era Inspector de Policía del Corregimiento de San Antonio, Padilla Mamatacán, arhuaco puro, que lee y escribe bien. Es lástima que esta raza, americana de verdad, vaya extinguiéndose rápidamente. Pero mientras llega la hora de la extinciÓn total, el arhuaco hace lo que puede por vivir tranquilo. Si los civilizados dan con él pruebas de una asiduidad demasiado interesada, sin decir oxte ni moxte, escoge un sitio pintorescal11cntc situado y levanta la iglesita para el santo patrono, la casa para el cura y el despacho para la autoridad, y luégo hace su habitaciÓn. En un decir Jesús está construido un pueblo nuevo, y abandona el otro y no vuelve más a él. El huracán de las grandes pasiones no lo agita nunca, y su vida se desliza serena y sencilla. Envidia debe provocar tan inocente existencia en los espíritus inquietos que no encuentrc.n en ninguna parte la calma a que aspiran; y yo les aconsejaría a los que tienen heridas abiertas en el corazón, 13 194 -- que se fuesen a la Sierra. Allí se les cicatrizarían muy pronto, bajo la dulce influencia de una temperatura benigna, al solo contacto de una naturaleza bienhechora. Allá no llegan los rumores ai rados de la política, y a poco de residir en aquellas cumbres, creo ya que se le daría una higa a cualquiera de que fuese conservador o Iíberal el caballero que habitase en el palacio de San Carlos. El que hubiese prensa Iíbre o amordazada. decente o indecente, serían cosas que tendrían al pacífico serrano sin cuidado, y no dejaría de dormir a pierna suelta por que los diarios de Bogotá, como caballeros andantes, riñesen fiera, portentosa y descomunal batalla. ¿Qué le importaría, en efecto, a él la vida y milagros de ningún Caraculiambro del periodismo? ¿Ni qué zozobra le podría causar el que a cualquiera fantasmÓn idiota, grande ham·· 195 .- bre dentro de los términos de su villorrio, le quemasen granitos de hediondo incienso, algunos turiferarios y forbantes impÚdicos, baldón de la especie humana en ambos hemisferios? Allí se le rinde culto a Kalglláshisha J desde las alturas, y ha de antojárseJe a uno estar menos lejos de El que los que se agitan y revuelven al nivel del mar. ¿ No será cosa cercana de una felicidad modesta, hu milde, parecida a la que cantó Fray Luis de León, el que, terminados los rÚsticos trabajos del día, se siente uno a su mesa y coma con apetito y en sana paz alimentos que no proporcionan indigestiones ni dispepsias, y que luégo se ponga lino al lado de un fuego alegre mascando el haya substancioso y metiéndose en la boca, cubierto de cal, el elegante pali110 del poporo frágil? Yeso con la conJ. Dios, ell diaJecl', arhllllco. - 1% ciencia tranquila, sin deberle nada a nadie, pudiendo leer algún libro bueno o salir a darles un vistazo a las vacas y a los bueyes, acordándonos del soneto de Carducci: T' élTllO, () piu nuye; e Illite un sentimento .... ¿ No habrán realizado el ideal de la hUlllana felicidad aquellas dos bondadosas amigas? Yo no me atrevo a decir que sí; mucho menos me atrevo a nega rlo. VI El veintidós visité a San Antonio. Para ir tuve que cruzar el río en un puente colgante, llamado chinchorro, obra de ingeniería arhuaca, tan rudimentaria como atrevida. Es una viga fuerte con una especie de barandilla a cada lado para apoyo de las manos, tendida (la viga) de orilla y colocada 1<>7 sobre buenos soportes naturales. No dejaba de moverse algo el chinchorro al pasar por él. Abajo deslizaba con ensordecedor estrépito sus limpias aguas el río de San Antonio, en cuyas ondas frías me bañé yo de niño tántas veces. Viniéronseme a la memoria historias trágicas de chinchorras rotos y de zabullidas intempestivas en ríos poco hospitalarios; pero también me acordé, por venir a cuento, de aquellos dos versos de Jorge ¡saacs: y ya sobre tu espuma sLlspendido Gozo en ahogar mi voz en tu bramido. Gané la otra orilla felizmente, y descalzo, pl1~S los lodazales no permitían calzado ninguno, hice mi entrada en San Antonio, después de veinte años de ausencia. Los arhuacos abandonaron esta aldea a raíz de un incendio que destru- - yó la iglesia, 195- y han construido un pue blo nuevo, el cual se llama San Francisco, en honor de la misión de los padres Capuchinos. En San Antonio no viven sino unas cuantas familias de civilizados. Decaído y poco limpio se halla el pueblo; no es ni la sombra de lo que fue en los tiempos en que yo viví en él, aunque siempre abundan los rosales olorosos en torno de las casas. Logré reconocer la de mi familia, y el tropel de los recuerdos me avasalló por completo. Contados, contadísimos son los que alÍn viven en San Antonio de los que allí se encontraban en 1873. Muchos, pero muchos, han muerto j ay!, iY de los mejores! Otros existen esparcidos por el haz de la tierra. De mis pequeños amigos de entonces, los pocos que hay, me tratan como si nunca hubiera yo compartido sus juegos; como si nunca me hubiera yo ido a ba- 1<)9 -- ñar con ellos en el paso de Mama Queechándolas de leñador infantil, hubiese ido yo con ellos a cortar leña en los bosques del Guayabal; como si nunca hubiera ido a coger con ellos papayas, guayabas y aguacates en la hoyada del río! El tiempo de quedisponía era corto, pues podia llover: corro al arroyo de lus Vivos, corriente rumorosa, donde habitualmente tomaba mi baño matinal; corro al arroyo de los Muertos, cercano al cementerio de la aldea; le echo una ojeada a Mama Queca, y ahí se encuentra todavía la piedra desde donde me precipHaba al río. Alzo la vista después al oriente, y, sí, ahí está él, el terrible Nanú, con el entrecejo fruncido, sin una pulgada menos de estatura, con una mitad de su cima coronada de árboks y la otra árida, pelada; imponente siempre y temeroso, viendo pasar con indiferencia Sl1- ea; como si nunca, - 200 ma a los hombres y a las cosas. gigante de las montañas pendio, resumen de la Sierra. tura, majestuosa, a formidable casi siempre negras cursoras de próximos nubes, til falda, esmaltad'! cándidos, infalibles diluvios. preSu fér- de plantíos, gada por el ancho arroyo de los más hermosos sísimos que fecundan es re- de Chirúa, uno entre los hermola Nevada y ha- cen de ella un paraíso pero paraí"o al- su frente ora con cendales ora con verdad, es cifra, com- de las magnificencias Elévase arropada Ese algo húmedo, algo así como un Anteo en reposo, sonificación alientan de la cordillera, todas las fuerzas per- en el cual naturales. Fál- tale, para ser perfecto, ver coronada cima como rival que de nieve el glorioso eterna, Pico luce deslumbradores, alturas, sus inmaculados es al fin. El Nanú es su su altivo de la Horqueta, a fantásticas conos. En pre- 201 sencia de estas moles viejas, enormes, siéntese más pequeño el hombre, verdadero pigmeo; y la contemplación de ellas trae a los labios una sonrisa de desdén cuando se recuerda a ciertos liIiputienses de ridiculez e insignificancia inetables, que bonitamente se creen dueños y señores del universo mundo. Despedíme rápidamente de las buenas gentes del pueblo, entre las cuales hay una niña simpática, fresca como las rosas de la montaña y de cutis que debe de ser tan suave como la flor de lazo que se admira en los perfumados y sombríos senderos de la Sierra. Presa de emoción ·súbita, dirigí la mirada a esos lugares donde tántas horas felices corrieron para mí en época lejana, que tántos dulces recuerdos suscitan en mi memoria, y que tal vez no me será dado volver a contemplar jamás. -- 202 --- VII Lo que tenía que hacer en la Sierra, hecho quedaba. Restábame bajar a Dibulla. Ya no fue Calzón mi bagaje, ni un buey negrito, demasiado brioso, que hubiera podido enviarme a trabar conocimiento con abismos espantosos, sino el pacífico Cambalael/e, toro domesticado, hecho a ser montado; vamos, un toro de silla. El Destacamento y el Fríjol los bajámos en tres o cuatro resbalones tremendos. Cambalache sabía perfectamente en dónde podía hacer esas gracias; y en donde era preciso no resbalar, no resbalaba, aun cuando al pensamiento mismo le hubiese costado trabajo detenerse. En las cercanías de la Cuchilla nos cay6 el aguacero más grande que ha llovido probablemente del diluvio universal a la fecha, y parece que - 20) ..- estamos en verano. Lindo verano, a fe mía. En el rancho a medio caer de la Cuchilla dormímos sicte individuos en el duro suelo (nada de retóricas). Temprano, cl día siguiente, le mordió una boquídorada a mi guía. iAh! para mí esa mordedura fue toda una revelación: yo estaba creyendo que las culebras t'ran un mito, una leycnda, y ahora me convencí de que sí las hay y de que pican recio. La curarina dc Juan Salas Nieto salvó al mordido de una muerte segura (Esto es une réclame gratuita). El paso del Voladorcito había empeorado, y lo salvámos porque Cambalache IlO era ya buey sino águila o cóndor altanero de los Andes, o mejor, de la Sierra Nevada. Jamás se me antojaroll tan largas y fatigosas las sabanas del Volador como ese día, ni tan endiablados los espinales y mayales del camino. Por fin salímos a la playa, y - 204 al ver de nuevo el mar, lo arengué en lengua de Byron: RolI on, tltoo deep, and dark bloc ocean - roll! En la boca del Lagarto dos caimanazos dormían con la jeta enorme abierta. Uno de los compañeros les hizo un tiro y lo errÓ. El Zequión había tenido la .peregrina ocurrencia de abrir la traicionera boca. Cambalaclze se atascó hasta la cincha, y yo quedé persuadido, con harto dolor, de que si no pasaba a pie me quedaría del otro lado. Me desmonté y me tíré animosamente por el vado, pero el fondo estaba pegajoso y perdí una de mis alpargatas. Esto me obligó a entrar a Oibulla con un pie calzado y otro descalzo; pero es claro que cada cual tiene el perfecto derecho de llegar como puede a donde va: exigir otra cosa fuera temeridad. y gracias que llega uno intacto y no mordido de culebra ni con una costilla menos. Al que me sostenga que el camino de la Sierra es un verdadero camino, yo le digo que miente. Y creo firmemente 4uc mucho me será perdonado porque mucho he sufrido y muCllO he caminado a pie en esta excursión veraniega. Al hundirme en la linfa de hielo y de cristal del arroyo de Conchacala, vi que una rosa de la montaña, que pudiera ser gala de tu jardín, mecida por la tenue brisa que bajaba del cerro, bañaba también en las puras aguas sus cuatro pétalos anchos, tersos y rojos. Pensé en ti y cogí la flor silvestre. Ahí te la mando. Sin duda está ya marchita, y su vivo color se ha desvanecido. Yo no tengo la culpa. Mis afectos no se desvanecen: son eternos. Diciembre de 1893. l.iteraturitis. A A. Z. López l'rnllll. La vida no había sido cruel con Máximo Ampudia. Pertenecía por su nacimiento a una distinguida familia. Era poseedor de extensa cultura intelectual que, en asuntos literarios, le hacía exigente e intolerante consigo mismo y con los demás. Miraba el matrimonio como una institución necesaria .... para sus compañeros. Tenía treinta años cumplidos. Conocía Europa y América, y en América y Europa las mujeres no habían sido de bronce para él. De veras había amado dos veces, y en broma, - 207 - infinitas. En sus mocedades había perpetrado algunos versos pésimos, que fueron publicados en la sección de remitidos de un periÓdico semanal, perfectamente idiota. Abandonó sin frases a la encantadora Erato y se dedicó a la prosa que manejaba regularmente, al decir de algunos. No es eso tan poca cosa. Luis Veuillot, gran prosador, ha exclamado en verso magnífico: Les vcrs sont le ('\airon. nwis la prose est "t'pce. Para rendir tributo a la verdad, es justo decir que la prosa de Máximo Amplldia no era espada de Toledo, ni i!lfanje de Damasco, ni siquiera machete de Collings; cuando más aspiraría a los honores de puiialito que en ocasiones sabe introducirse sin mucho ruido en el pecho enemigo () amígo, que (o mismo da. - 200 -- ¿Podia llamarse infeliz a Máximo Ampudia? No, y sin embargo, no era dichoso. ¿Le mortificaba alguna lucha interior? ¿Creía o no creía? Vaya usted a saber. Iba a mísa, hablaba siempre con respeto de la religión, y, apurando la materia, podia hasta confesarse por cuaresma y comulgar por pascua florida, como lo manda la Santa Madre Iglesia; pero también era notorio que, teniendo como tenía licencia de Su Señoría I1ustrísima para leer libros prohibidos, abusaba del permiso. No le escandalizaban los hetcrodoxos, debido a- lo que llaman tolerancia. ¿ Inquietábale el porvenir? Sí, algo, porque aun cuando tenía alguna rentita, en estas Repúblicas, como dijo Rafael Núñez, ¿quién puede estar seguro del mañana? Pero esos temores eternos son condición de nuestra existencia en la América Española, y ya a nadie perturban 20<) - demasiado, ni casi llaman la atención. ¿Qué pucdc importamos un pronunciamiento más o menos? Eso es cosa endémica. Máximo Ampudia (aunquc la palabreja de puro llevada y traida está fuera de moda y mandada recoger) era un melancólico por idiosincracia, y, además, un irrresoluto. Jamás había encontrado fucrzas en las situaciones ordinarias y nnrmalcs de la vida, para dedicarse a haccr nada de provecho; cambiaba de parecer cada medía hora, y veia con pasmosa lucidez, causa de vacilaciones, el pro y el contra de todos los asuntos. Aunque e'stas peculiaridades de carácter lo hacían algo desgraciado, no por eso era Ampudia un cobarde: cuando alguna ocasir)n aprcmiante llegaba, alg-Ún momento crítico de vida a lTlucrte tornaba su resoluciÓn instantáneam~nte, y cumplia lo rcsuelto, pucs no J.l 210 - le gustaba que su palabra rodara por los suelos. Pero pasada la circunstancia, venía una reacciÓn de languídez y abatimiento. Máximo no era un tipo interesante. Tampoco era un original, porque en esta centuria expirante son incontables aquellos en quienes la empecatada letra de molde ha hecho baldías e infecundas las iniciativas de la voluntad. 11 Un día iba este chico aburrido dando un paseíto por las afueras de la ciudad, fumando con placer un soi-disant habano. (Habanos auténticos, con la guerra de Cuba, no se encuentran así nada más). Lo sorprendió una llovizna sin aviso ni preparación, pues se le había olvidado, aunque estábamos en octubre, sacar su paraguas; y no tuvo otro remedio que volverse más 211 que de prisa a la casa. Pero antes de llegar lo aturdió el resplandor de un relámpago y el estampido de un trueno. Máximo le tenía un miedo invencible a los peiigrosos escarceos de la electricidad positiva y negativa. Cada relámpago le parecía que llevaba un rayo destinado a dividirlo por el eje. Dominado por su pánico, entróse a la primera casucha que se le presentó, como se entra Pedro por su casa; y sin que lo convidara nadie, se sentó en un rincón, en donde se creyó protegido contra los airados elementos. Ni siquiera se había tomado la molestia de saludar a los humildes moradores de la casa: tan preocupado estaba. La alarma de Máximo fue de corta duración, pues la tempestad cesÓ pronto. Vuelta al ánimo la serenidad, saludó al dueño y presentó cumplidas excllsas por la repentina invasión de la - 212 pieza. Al despedirse observó que una muchacha lo estaba mirando con curiosidad mezclada de burla, porque la sonrisita de la chica no quería decir otra cosa. Ampudia maldijo el poco dominio que tenía sobre sus alborotados nervios, los cuales lo exponían con frecuencia a la recia prueha de verse escarnecido y puesto en la picota por una joven simpática. A quienquiera que fuera osado a negarle a Lía Palomino la calidad de octava lllaravilla, lo calificaría Máximo Ampudia de follÓn y malandrín, y lo retaría a singular combate en campo abierto o cerrado. La chica era guapa, y lo confesamos con muchísimo gusto, no porque le tengamos tánto miedo a la furibunda tizona de Ampudia como el que él le tenía a los relámpagos y truenos; no, la señorita era guapa, porque efectivamente nos lo pareció así la vez primera que tuvimos la grata satisfacción de ver sus dientes más cándidos que los granos del maíz biclle; sus ojitos color de aceituna de monte y su nariz respingadita que le hacía muchísima gracia. iAh, qué delicia es admirar un rostro simpático y picaresco después de ver todos los días tánta gente fea perteneciente al sexo bello! (Y que al enunciar esta verdad inconcusa nos cubra con su característica indulgencia el ilustre señor de Perogrullo por haber penetrado temerariamente en sus sagrados dominios). El indolente, el perezoso, el irresoluto Máximo se enamor() de Lía, que era, con ingenuidad, una c04uetuela endemoniada. Y c()mo el tenía mucho garbo y el padre de eJla era más pobre ql;e Job en sus malos tiempos, no tuvo que pensar mucho nuestro melancólico héroe para verse correspondido. -. 214 - 111 Lo que corre bajo tónico en materia de inventado fiera y descomunal necesidad ciones. guna batalla. de hacer ¿ De cuándo pelea a la fecha las derrotas que riñeron una ¿Quién sa- lid? No tiede oficio, muchas investiga- acá ha ganado el divino filósofo? del complaciente se ha perdido sufridas después en de Máximo en la reilida el averiguador los tiempos y el gepor el vie- Francfort, el pecho del bonachón lió vencedor ne Vargas, de pla- de amores, nio de la especie, jo pesimista el nombre de todo ninDesde Academo la cuenta por Platón, lo tiene de cosa sin cui- dado. Lía no tuvo que librar bate grande ni chico: y a Platón y demás ningún apenas com- sabía leer, caballeros escri- 215 tores no ¡os conocía ni de nombre. Menudo chasco se iba a llevar el que le anduviera a ella con filosofías eróticas y otras hierbas. Ella no era sino un pequeño animal primitivo, con una alma simple, asomada a la cara. Desde Que resolvió corresponder al encumbrado Ampudia, Lía Palomino se puso a 1 mandar de su sefior y dueño. El cual, después de inauditos esfuerzos por vencer su orgánica irresolución y de destruir en temerosas luchas los vestiglos que le suscitaba su imaginación enfermiza, acabó por hacer lo que todos hacen en casos semejantes, y en 10 que, por lo delicado del asunto, se nos permitirá que no insistamos. -- 210 - IV Algún tiempo pasó, según refieren las crónicas en que consta esta original historia, sin que Máximo Ampudia se volviese a acordar de sus negras melancolías ni de sus desagradables imaginaciones de antes. Parecía curado del tódo, y el mérito de esta curación milagrosa, atribuíalo él con agradecimiento al insigne doctor en medicina y cirugía de la Universidad de Citerca: al amor, representado por la picaresca carita y los gráciles encantos de la pequefia Lía. Pero Maxirnito había cantado victoria demasiado pronto y contaba sin la huéspeda, sin su insoportable intransigencia de mandarín literario, Ya le había llamado la atención la ignorancia ingente de Lía y al principio le cayó, 217 a él er'Jdito, muy en gracia. Había tratado de inspirarle aficiÓn a la lectura, llevándole cuentecitos morales y divertidos. También creyó que podía la chica hincarle el diente a la ortografía. ¡Empeño vano! Primero pasaría un camello por el ojo de una aguja que el libro de Marroquín por aquella cabecita de piedra. Una sombra obscurecía la despejada frente del literato cuando Lia, en la conversaciÓn, resultaba de pronto por algún registro en que se ponía de relieve su imbecilidad nativa. El pobre Máximo se mataba leyendo la Imitación de Cristo para encontrar el bálsamo de la resignación; pero lo que ganaba con esa lectura la perdía luégo enfrascándose en la del libro desencantado de La Rochcfollcall1d. JV\icntras se encontraba bajo la hipnotizadora influencia de los ojitos de aceituna, no marchaba tan mal la - :llél cosa. Pero después, ya en la casa, una irritación sorda lo invadía y le entraban deseos de no volver más a la casucha de Palomino cuando se acordaba de las barbaridades que se despeñaban de aquella linda cabeza de chorlito, y que desgarraban, con inconsciente brutalidad, todas sus delicadezas de letrado intolerante. Por otra parte su inconstancia le hacía ver como muy pesadas y difíciles de arrastrar aquellas cadenitas ligeras; y hasta la idea del matrimonio, que era su enemigo personal, le sonrió más de una vez y lo sedujo hasta el punto de recitar algunas estrofas del líltimo epitalamio de Rafael Pombo. Pero una tarde sí se pusieron las cosas muy feas, y el buen Máximo perdió totalmente la sangre fría. Se le metió al desdichado hablar de clásicos griegos y latinos, y naturalmente el no01- 21G hre del ciego evocado por una admiración de Chio salió a relucir entusiás- tica. --Homero, llez, parece Máximo beza al dijo cosa la chica asi como se estremeció y su indignación traerle recuerdo su con sencide mero. de pies a casuhió imprudente de aquel de punto memoria adagio popular: cl del mar el mero y de la tierra el carnero. Fucra de sí, los ojos voz temblorosa ven, que maldito -Mira, tanto que eres y hecho brero cha. chica, de su bruta tengo jo- la cau- dueño: ya que te gusta de peces, más con a la pobre si comprendia sa de la sulfuración blar encarnizados, le dijo ha- que decirte que una sierra. una furia, y salió disparado agarró su som- como una fle- -- 220 - v El literato no volvió a pisar la casa de Palomino, el cual se daba a todos los diablos sin entender palabra de lo que habia pasado entre su hija y el irascible admirador de Homero. El corazoncito de Lía estuvo triste sobre cuarenta y ocho horas, porque para ella se había creado él contento y no la pesadumbre. Y como era tan guapa moza, a los pocos días tuvo muchos enamorados de su condición. Huyendo de gente letrada, que cuando menos se espera proporciona tan malos ratos, fijÓ los ojitos de aceituna en un mocetÓn robusto, de genio alegre como unas pascuas y de tan escasas letras, que puede asegurarse que en su vida no llegará a leer versos de ningún poeta decadente. Nos dice el cronista que 221 Pedro Quesada no tiene más que un y es que es negro como el éba- defecto, no; pero la culpa be echar a él, sino a 10 sumo a su pa- pá y su :namá, hace muchos han podido de ello no se le de- que, desembarcados años tener hijos parecidos Byron o a don Juan tinto y todo, y hasta merece Tenorio. Lia adora lo estima más a su este majadero, cosa. Octuhre: 1895. mal a Lord Pero así marido, que al insigne 10 cual es un castigo Máximo, no de la Cafreria, que bien por no decir otra A José Angel Porras. Máximo Ampudia, Representante al Congreso por el Distrito Electoral de X, en el Departamento de Z, desembarcó del tren rápidamente, entregó a un comisionista de la estación la boleta de su equipaje, montó en un coche y se apeó en un buen hotel de la capital de Colombia. Recibió las visitas de algunos amigos y colegas, oyó pareceres y opiniones acerca de quién debía ser el primer Presidente de la Cámara de Representantes, y sobre si el Designado sería Carlos Holguín o Marceliano Vélez. El amigo Ampudia, a quien el zarzagán destemplado de julio en la planicie andina tenía todo enco- gido, no estaba en vena de parlotear y se conservó taciturno, aunque allá en sus adentros bien resuelto tenía ya él la peliaguda cuestión de la Designatura, que dada la repugnancia de Núñez por el ejercicio visiblc del poder, confería al que resultara elegido dos años de mando, esto es, un período igual al de los antiguos presidentes de la federación. Terminada la disputa con la elección de Holguín, Máximo siguió la marcha de las sesiones con poca puntualidad, y cuando asistía, no era extraño verle enfrascado en la lectura de algún libro nuevo de literatura o de historia. Prefería, tal vez sin razón, leer los duros períodos de Brunetiere a los elegantes de Lemaí'tre, a escuchar bostezando los discursos poco o nada ciceronianos del Diputado por Y***. Hacíanle escasa gracia, valga la verdad, el evidentemente 224 .-- con que comenzaba sus arengas alguno de sus camaradas y el absolutamente con que los terminaba otro. Dócil individuo de la minoría, hablaba muy rara vez, casi nunca, yeso sobre asuntos de ningún interés político. Como Ampudia había conocido el Parlamento inglés, el francés y el español, sabía perfectamente que la tarea del legislador no consiste sólo en pronunciar largas oraciones sobre todas las materias imaginables, fatigando a taquígrafos y cajistas del Congreso; que mejor quizás que los elocuentes patricios, cumplen su mandato los que legislan sin estrépito, haciendo pasar tranquilamente y sin agitaciones peligrosas, buenas medidas legales, que dan prestigio a un régímen. Comprendía Máximo, que no era lerdo, que ninguno de sus colegas era Mr. Gladstone, ni M. de Mun, ni don Segismundo Moret, y se son- reía, con su sonrisa sarcástica, cuando la barra aplaudía fcrvorosamente cualquier sonora barrabasada de algún Representante de estcntórea voz. Resultó Máximo el día que menos lo esperaba, electo Presidente de la Honorable Cámara, y tuvo que dar el trago a los que más habían meneado los cubiletes en una elección que él no había solicitado. Halagóse su orgullo con el alto honor no pedido; pero a los dos o tres días de ejercer el oficio, ya tenía resuelto dejarle al Vicepresídente toda la carga, porque a la verdad, el reglamento era de una lectura desapacible, y su estudio ahincado, con el fin de resolver enmarañadas cuestiones, empresa punto menos que imposible para quien siempre había estimado como el libro de los siete sellos el Código Civil colombiano y sus reformas, referencias, acotaciones y comentarios. 15 - 226 -- Cuando la discusión se arrastraba perezosa y lánguida, o cuando la intemperancia oratoria de algún honorable subía de punto hasta hacerse insufrible, o cuando bajaba mucho el termómetro en el Salón de Grados, que es la antesala del polo, Máxim() se levantaba discretamente, dirigíasc a los corredores como quien va a fumarse un cigarro, y de allí despachaba al buen Gómez con el encargo de traerle escondidos el sombrero y el paraguas. Hecho lo cual, salíase tan lindamente del local y se marchaba al Senado. Pero no a admirar, como pudiera creerse a primera vista, la elocuencia parlamentaria de los padres conscriptos. No, nada de eso. Dirigía siempre una mirada al retrato de cuerpo entero de Santander, regalo de Obaldía, que se encuentra en el salón que pUdiéramos llamar de Pasos Perdidos, y que 227 es un páramo horroroso. Sentía Ampudia, como conservador, una antipatía involuntaria por el ilustre personaje a quien han llamado hombre de las leyes, y que indudablemente fue el hombre de las leyes duras. El retrato de Bolívar le producía indignación, porque el Libertador merece, exige algo menos malo que esa menguada pintura. Los dos hombres flacos, Murillo y NÚñez, causábanle desesperación: estos dos patricios, decía Ampudia para su capote, jefe el lino del partidc liberal, jefe el otro del partido regenerador, han tenido genio político en mayor o menor grado; han dominado, han vencido; y era el primero escuálido, y es el segundo, una sombra; luego yo, que voy echando barriga a toda prisa, me alejo del poder, iira de Dios! Pero después, pensando en que Holguín era gordo y estaba gobernando, Ampudia consolaba un poco su ambición. -- 221:\ - Metíase Ampudia por el pasillo de la derecha y alcanzaba a saludar algunos graves Senadores de quienes era amigo, y en seguida colábase, con pretexto de tomar agua, a la pieza en donde estaba el tinajero 1, Ya allí, alzaba una de las cortinillas, y se recreaba en el espectáculo de la Sabana de Bogotá, que se extendía al occidente. El césped, las alamedas de sauces y de alisos, las lagunas brillantes, las manchas de colores variados que las vacas y los caballos forman en las praderas que lucen y derrochan todos los tonos del verde, las blancas casas, las graciosas colinas y los pelados cerros: todo ello era suave caricia para los encantados ojos. Algunas veces, si la atmósfera estaba diáfana y el cielo límpido, hundía Máximo la vista en las profundidades 1. Se trataba, local del Senado. como es natural suponer, de) antiguo 22<) del horizonte remoto, y se pasaba los minutos y los cuartos de hora en la muda contemplación del nevado del Tolima, majestuoso y cándido. A buena parte irían a trazar planes de campañas parlamentarias los que en esos momentos se dirigieran a Ampudia; y famosa higa era la que se le daba a él, en tales instantes, del elocuente debate sobre la ley de prensa, o de facultades extraordinarias, o si había o no el quorum requerido por la Constitución para deliberar .... Panamá, 1903. 'POI?Jual? Valera. En estos últimos días es cuando hemos podido leer dos de las postreras prod ucciones.de don Juan Valera, del egregio polígrafo, cuya muerte tendrá por largo tiempo enlutadas las letras castellanas. El primer tomo, Ecos Argentinos, es una compilación de las cartas que, como corresponsal, dirigió Valera a dos diarios de Buenos Aires, El Correo de España y La Nación. En esas cartas sigue don Juan con su habitual y regocijada, aunque a las veces algo irónica benevolencia, el movimiento literario de España y de las Repúblicas hispanoamericanas en los últimos años del siglo pasado. Allí veríais con gusto, como -- colombianos, 231 -- que salen bien de la ática pluma de Valera, tres Ismael Enrique poetas Guillermo librados los ilus- Arciniegas, Valencia y Antonio Gómez Valera, y 10 hace constar Restrepo. Observa con inequivocas cencia, que de estar muestras la vieja ces semejan los paises siones mis, mente otro de epidemias, la moda mas ña es pais de y singular- conserva siempre originalidad. su En oca- del dia hiere la epider- casi nunca en la carne. modo al contaque a ve- provenientes uItrapirenaicos, castiza a pesar expuesta literarias, mente de Francia, sello Peninsula, libremente gio de las modas de compla- No en nuestro viejo, penetra honda- puede ser concepto. de sér y genio de Espapro- pios, en donde se ha pensado y escrito, desde días, esto Séneca es, desde !lasta nuestros hace cosa de veinte centu- - 2'.>2 - rias. A cualquiera idea nueva y pere grina que traspasa los Pirineos se la viste inmediatamente con el ropaje clásico y tiene que atemperarse al ambiente nacional. Se vio eso con la influencia italiana en el siglo de oro, con el neoclasicismo del siglo XVIII y con el romanticismo en el que acaba de extinguirse. Con tristeza observa Valera que no sucede así en estos países hispanoamericanos, y le duele al viejo escritor hacer esa comprobación. Ve claro Valera que en nuestras Repúblicas la moda extranjera, francesa por lo general, se impone sin mayores resistencias. Vigorosos esfuerzos, dignos de mayores sucesos, hace el mencionado atleta por desviar el curso de las ideas literarias en el Nuevo Mundo, por demostrar que la circunstancia de hallarse escritos en lengua forastera no basta para comu- 2'>:'> .. Ilicarles originalidad a las obras ni es diploma de genio para sus autores. Don Juan hace, entre otras, una observación sagaz, y es que mucho de lo que los escritores modernísimos proclaman como verdades que les han sido inspiradas en algún Sinai literario, no pasa de ser asunto de pose, pura fanfarria, trampa para engañar boquiabiertos y ganarse bonitamente algunos francos. y mientras los ingenuos principiantes de estas tierras, creyendo en la sinceridad de sus ídolos, juran por la palabra de los maestros, éstos se dejan incensar muy guapamente, riendo para su capote. El superhombre y otras novedades es una colección de críticas, por lo general cortas, de obras que vieron la luz a fines del siglo XIX y comienzos del presente. El tomo se abre con un estudio muy interesante sobre la teoría - 2:;4 del Superhombre de Federico Nietzche, prohijada en Espai'ia por Pompeyo Gener, publicista catalán. Por el tomo mencionado viene el lector rezagado, escaso de noticias, a enterarse de quiénes son, y lo que han escrito, José Nogales, Arturo Reyes, Pío Baraja, Alfonso Danvila, Mui'ioz Pabón y otros escritores peninsulares. En ese volumen se encuentra el artículo de Valera, en que volviendo por los fueros del habla castellana, discrepa de la opinión emitida por don Rufino J. Cuervo en el prólogo de Nastasio, poema del argentino Soto y Calvo, acerca de la duración en HispanoAmérica de la lengua de Castilla. A este artículo de don Juan replicó el insigne filólogo colombiano, en tono agridulce, desde las páginas del Bulletin Hispaninique, revista que en Burdeos publican Ernesto Méerimée y otros hispanófilos. 2:'.>5 -- A don Juan le causó asombro y le sentó muy mal el que tan sombrías predicciones sobre el idioma español viniesen precisamente de la docta pluma del hombre a quien el mismo Valera diputa y tiene por el más eximio conocedor de la lengua de Cervantes. Tampoco le gustó mucho a don Juan el que Cuervo afirmara que acá en América s<'>lo cuatro (' cinco autores españoles se leen con gusto y provecho. Se apuntan aquí estos detalles porque el año pasado se publicó en una revista bogotana un solemne artículo sobre el porvenir del castellano en América, y en el cual no se habló de la polémica sostenida entre tan precIaras próceres como Valera y Cuervo. El artículo hogotano planteó el problema corno cosa flamante, y adujo como autoridad en el asunto opiniones de don Miguel de Unamuno, Rector de la Universidad de - 2)6 - Salamanca, a quien, aunque se le concede ser hombre de ideas originales y atrevidas, no se puede dar la palma de excelente escritor castellano l. No se puede exigir, a la verdad, que Unamuno, que es vascongado, ni Oener, que es catalán, le tengan amor de hijos al idioma de Castilla. Mas con sus diatribas y sus rebeldías contra éste, sí sientan plaza de íngratos, porque si Unamuno escribiera en vascuence y Oener en catalán, contados serían los que por acá supieran que existían esos cabaIleros. El casteIlano los pone en comunicación con setenta miIlones de hombres. Por lo demás, en lo tocante a la duración de nuestra habla, ya don Andrés BeIlo, si no recordamos mal, señalaba muchos años há como una de las causas que lo habían movido a es1. De 1905 a la fecha Unarnuno ha soltado mucho la pluma. 237 cribir SU célebre Gramática, el temor de que, perdida la unidad de la lengua, surgieran en estas repúblicas tantos dialectos como naciones, lo que sería cosa poco deseable. Quién sabe si a Valera le movía en el fondo a empeñar tan briosamente la defensa de su lengua, su poquillo de egoísmo, al pensar que si en cada país de éstos se levantase un patois cualquiera como idioma nacional, los habitantes de ellos no podrían saborear, en su original, los primores y gentilezas y gallardía de la incomparable Pepita jiménez. y ya que al pico de la pluma se viene el nombre de esta pulquérrima señora, recordemos cuando trabámos por vez primera conocimiento con la gentilísima hija de la fantasía del glorioso ingenio andaluz. Mucho tiempo hace-más de lo que el gran Tácito llama magno espacio de - 23K - la vida del hombre- -leímos en las crónicas que don Manuel de la Revilla escribía para la Revista Contemporánea de Madrid, que existía un don Juan Valera y que éste había cincelado una joya literaria llamada Pepita jiménez. Alborotóse la curiosidad de nuestros diez y ocho años y encargámos a una librería el libro, que fue recibido con júbilo. Había por ese entonces ido de veraneo una parienta nuestra con el hijo que ha poco vio morir, a un lugar cercano de nuestra ciudad, y tuvimos que ir a acompañarla en el viaje de regreso. Tendidos en el fondo de la canoa que nos conducía, mecidos por las agitadas olas del Caribe, y a la sombra de la vela del bote, devorámos el tomo en las cortas horas de la navegación. Atraída por las lenguas que nos hacíamos de don Luis y de Pepita, una discreta prima nos solicitó en présta- 2)<) . mo el precioso volumen. Súpolo el austero cura de la ciudad, puso en entredicho la novela, y por consejo de él fue guardada hajo siete llaves. i Dichoso el doncel de veinte años que no haya leído a Pepita jiménez, porque le espera saborear un deleite intelectual supremo! Santa marta : 1905. U" libro ,,~eVo. Los que escribimos estas !ineas oímos por vez primera el nombre del poeta francés Sully Prudhomrne por los años de 1881; y pocos días después de oírselo pronunciar al desgraciado momposino Candelaria Obeso, escritor y poeta de mucha cultura y noble corazón, lográmos conseguir los dos primeros tomos de la ediciÓn de Lemerre. Desde - 240 ese entonces el poeta francés los que más nos inducen biendo gustado versos goces es uno de a pensar, con la lectura intelectuales ha- de sus y refinados puros. Las composiciones A un desesperé y Si j'etais Diell, flléra del celebérrimo Vase brisé, no se han apartado de nuestra memoria, aun siendo ella, co- mo es, extremadamente Sainte flaca. Años des- los NOllveaux Lllndis de pués, leyendo Bellve, correspondientes al año de 1865, si mal no recordamos, vimos que fue tal vez el insigne quien primero del habló en frases crítico encomiásticas Vas e brise y de su autor. y esto ¿a qué se endereza? tará alguien. Pues han ocurrido a propósito nido a nuestras gantemente imprenta estas manos impreso pregun- líneas se nos de haber un volumen en Bogotá, de La Luz, y cuyo Poesías de Sul/y-Prudhomme, veele- en la titulo es traducidas 24 f - - en versos castellanos por Miguel Antonio Caro. Dado el ingenio del poeta francés y el del colombiano era inevitable casi que éste no tradujera a aquél. Un mismo amor por las manifestaciones más altas y desinteresadas de la poesía, una misma tendencia del espíritu a los estudios psicológicos, distinguen a ambos ingenios. El señor Caro en su corto prólogo dice que lo ha movido en mucho a traducir a Sully-Prudhom:ne la semejanza que ha advertido entre éste y José Eusebio Caro l. Los profanos advierten también la semejanza de que hemos hablado entre el señor Caro y el académico francés. 1. A prupÚsitu don Mariano tres de Colornbi,a, rácter, de José Ospina consi¡¡namos calificó E. Caro, como del hombre no sólu pur su Kcnio sino aqui que no hace mucho sit,ímos, con piadoso recogimiento, a quien uno de los más iluspUf su ca- tiempo vi- la estancia donde en Santamarla rindió su fuerte esplritu granadino insigne, honra de su patri¿L al Creadur este lli - 242 .. - Esa afinidad espiritual ha dado origen y nacimiento al hermoso volumen de versos que ha venido a enriquecer nuestro escaso acervo literario. No somos jueces en materia de letras, a lo sumo por razón de oficio podríamos serIo de las que se escriben en papel sellado; pero la circunstancia de ser ajenos a la literatura no nos priva del derecho de proclamar que siendo traducción del señor Caro, la traducción ha de ser excelente, insuperable a veces. Los versos no parecen vertidos, sino originales: tánto le bebe el traductor la idea al traducido. Esta es una de las pocas ocasiones en que resulta falso el aforismo de tradutore, tradittore. Una de las cosas que nos causan grata sorpresa en el volumen bogotano, es la frescura y bizarría que revelan en su autor una fuerza de ingenio no fatigada jamás. La edad, el tráfago de los - 24) - negocios, la política colombiana, que bien merece figurar en uno de los círculos dantescos del infierno, parece que debían ser parte a debilitar las energías de un talento, por grande que fuese. No sucede asi con don Miguel Antonio Caro, y debemos, por ello, dar gracias a los dioses que se interesan por la república literaria. En días pasados hojeábamos la traducción de Virgílio, obra, como se sabe, de las mocedades del señor Caro. Pues bien: no hemos advertido que entre uno y otro trabajo mediase un largo lapso de tiempo, y tiempo de luchas, de amarguras y decepciones capaces de esterilizar un gran talento o de persuadirlo de que aquí abajo todo es vanidad. Las notas que pone el señor Caro al volumen son interesantes por extremo y algunas de ellas de amenísima lectura, como la referente al Vase brise que - 244 -- es completa. A la verdad, debe ser fatigante para un autor el no ser conocido del público sino por una sola obra suya, aunque sea buena. Lo mismo que de SulIy-Prudhomme y de Tassara, puede decirse de Leconte de lisIe con el Midi, de Campoamor con el Quién supiera escribir, y de Pombo con la Hora de tinieblas, tan mentada por los que han dado en creer que don Rafael ha podido ser alguna vez libre pensador de tomo y lomo. Se cuenta que Gustavo Flaubert padecia hasta físicamente cuando se le designaba por el «autor de Madame Bovary», con todo y ser este libro cabeza de escuela literaria. Suponemos que don Miguel Antonio no se habrá de molestar cuando se habla de él como del traductor de Virgilio, porque esa traducción no es obra Iigegera, es obra magna, como si dijéramos de romanos. - 245 Circunstancia que puede considerarse feliz en el asunto es la de que el poeta que ha juzgado digno el traductor de esfuerzo tan sostenido y brillante, es un hombre como SuIly Prudhomme, poeta de versos, y solamente poeta, a quien tenemos que suponer desinteresado si juzgamos por la muestra que dio cuando se le laureó con el premio Nobe1. SulIy Prudhomme constituyÓ un fondo para premiar a poetas pobres. Bien es cierto que el laureado es hombre de posibles, mas hay muchos hombres de letras de posibles a quienes no se les ha ocurrido pensar señalarse con acción tan generosa. Ya en 1886 decía el señor Merchán que era una necesidad que el señor Caro reuniera en volÚmunes sus valiosos y múltiples trabajos. Así nos 10 había prometido el mismo señor Caro en sus últimos libros de 1888 Y 1889, pero no - 246- nos ha complacido. Cierto que durante su Presidencia no pudo el señor Caro dedicarse a tareas literarias, ocupado como se encontraba en las arduas e importantes labores del gobierno; mas después de la Presidencia han pasado siete años, y el cerebro del señor Caro ha permanecido en reposo, 0, por lo menos, los frutos de sus trabajos no han visto la luz pública. Verdadera impaciencia causaba en los amigos y admiradores del señor Caro la indiferencia de él por las cosas de la literatura; y la comparábamos con la actividad de que otros repúblicas han dado muestras después de terminadas sus tareas oficiales, como Gladstone, Duruy, Cánavas del Castillo. Respetábamos los motivos que obligaran al señor Caro a guardar el silencio, pero éste no dejaba de entristecemos. La aparición del libro del señor Caro es saludada con regocijo letras, por los amantes de las buenas no s()lo por lo que él en sí mis- mo significa y vale, y vale mucho, sino por lo que aquello de que es anuncio y significa promete, por o presagio. 1.0s "i60s. Santamarta, Al se¡¡or d"n W,,!fr;;11 Blanco Mi estimado Tengo el gusto mayo ;a de IYOO. C. amigo: de referirme ta de usted, fechada a la gra- ~l 24 de abril Úl- timo. Junto con ella recibi ha dado Los Niños, ceso usted el simpático y acerca de bondad. el estudio a que título de del cual, con ex- solicita usted mi opi- nión, que no ha de ser de mucho peso en el asunto. Y digo esto porque ha de --- 2~ -- saber usted que, aun cuando ocasionalmente dirigí hace ya largos años un instituto de grande importancia en la Costa, y aun cuando ahora mismo soy catedrático del Liceo Celedón, de esta ciudad, no he tenido nunca vocación, convencido además de mi ignorancia, para poner en práctica la obra de misericordia de «enseñar al que no sabe». Mi inexperiencia en punto de enseñanza y educación de niños es, pues, casi completa. Con todo, no he de dejar de confesar a usted que he experimentado un verdadero placer intelectual al leer y releer las bien escritas y bien sentidas páginas que usted me remite. Ninguno mejor califiodo que usted para emprender sem~jante trabajo, supuesto que es usted uno de los más distinguidos miembros, dotado de inteligencia comprensiva y siempre despierta, 249 de la benemérita confraternidad de los maestros colombianos. Las páginas de su interesante ensayo, informadas en un espíritu de bondad y rectitud, son el fruto maduro de una larga y meritoria experiencia. Usted conoce a los niños, ha tratado, como deben ser tratados, esos tiernos corazones y esas jóvenes inteligencias, y ha concluido usted que mejor germinará y rendirá frutos la simiente que se siembra con dulzura que la que se arroja al zurco con gesto hosco y de mala manera. La tierra en el primer caso se mostrará agradecida y devolverá ciento por uno; en el segundo, tornaráse estéril, si no es que sólo se exhiba fecunda en frutos de perdición. En mi humilde concepto, la utilidad de su meditado trabajo es incontestable, y por ello merece los honores de una extensa publicidad. Y aunque no -- 250 hayan de faltar pedagogos a la usanza antigua úe que hace usted mérito, que se obstinen en sostener la verdad del bárbaro adagio «la letra con sangre entra" y que usen, con verdadera prodigalidad, del llamado derecho magistral de la palmeta, costumbre abolida en algunos países porque se la considera como nociva a la salud del niño; aunque no falten pedagogos que, juzgando que se ladea usted a los temperamentos benignos, no estén de acuerdo con algunas opinion.es de usted, ello no debe ser óbice a que éstas sean apreciadas con criterio simpático, dado que se ponen, como quien dice, al amparo de las sencillas Cllanto sublimes palabras de Jesllcristo: Sinite Parvu!os venire ad me. ¿ Qué se puede temer llevando esa divina empresa en el escudo? De antemano puede darse la batalla por ganada. 251 Deseo, pues, que cuanto antes, para aprovechamiento de todos, se libren al público las sensatas observaciones de usted, cuya lectura me ha causado hasta una muy grata sorpresa, ya que en estos tiempos, para contar las obras acometidas como la de usted, sin intención de lucro y sólo por servir lo que de buena fe se cree ser el bien público, sobran algunos de los dedos de llna mano. Los hombres que se confieren a sí propios el título de exclusivamente prácticos y que dominan en el mundo que rinde culto a Mammón, desacreditan cuanto pueden por el interés de su causa, a los hombres parecidos, de un modo o de otro, a aquellos a quienes Napoleón, en un momento de mal humor, apellidó despectivamente ideólogos, porque el libre juego de las ideas, verdaderas conductoras del universo, contra- - 252 -- riaba la marcha de su sistema político. Da usted, pues, al no mostrarse exclusivamente práctico en lo que escribe, un ejemplo digno de imitación, y no dudo que la juventud, siempre generosa y ávida de ideal, lo imite gustosamente. Y ya que usted al comenzar su estudio invocó una palabra divina, déjeme que al terminar estos renglones, escritos con demasiada prisa, cite yo otra sentencia de la Escritura: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra". Consérvese usted hien y mande a su siempre atento amigo y seguro servidor, F. G. Camhios de Partido. Ultima mente hemos leído, muy por encima, porque nuestras ocupaciones nos impiden hacerla de otro modo, la grande Biografía de Gladstone, por el insigne puhlicista y hombre de Estado inglés Lord john Morley, actual Secretario de la India en el Gahinete liberal británico. Se s:tbe que el célebre estadista del siglo último comenz(í Sll carrera pública muy joven aún, de veintitrés años apenas, pues entrÓ en la Cámara de los Comunes el año de 1832 como Diputado por Newmarck, elegido bajo los auspicios de uno de los jefes del par- -- 254 - tido tory. El ilustre Canning había sido grande amigo del padre de Gladstone, y en la casa de éste el nombre de Canning era objeto de culto respetuoso. En 1835 fue llamado Peel a presidir lo que se llamó el corto gobierno de Peel, pues duró pocos días, y en ese Ministerio comenzó Gladstone su portentosa carrera oficial desempeñando primero el cargo de Subsecretario de las colonias bajo lord Aberdeen y luégo el puesto de uno de los Lores de la Tesorería, a las inmediatas órdenes de sir Roberto. Largos años gobernaron los liberales con Lord Melbourne a la cabeza, y en su gobierno se verificó la ascensión al trono de la reina Victoria (1837). No vino a caer el partido whig sino en 1841, Y en todo el tiempo anterior Gladstone fue conocido y apreciado no sólo como tory de vieja escuela, sino como uno de los más 2';'; fervientes adeptos y s0stenedores de la Iglesia anglicana, en cuyo servicio publicÓ su primer libro, el cual mereció los honores de una larga critica del gran escritor liberal Macaulay. El indiscutible talento de Gladstone y sus esclarecidas dotes de gran orador Ileváronle a un puesto importante del gabinete de Peel, del cual se separó años después en virtud de que, habiendo en época anterior escrito contra la subvención al Colegio católico de Maynooth, creyó incompatible con la consecuencia política seguir perteneciendo al Ministerio que proponia la subvención. Y debe tenerse en cuenta que, muy joven aún, desde Oxford, aplaudió Oladstone calurosamente la redentora ley de emancipación de los católicos. Del 40 al 50 hízose sentir en Inglaterra, de modo incontrastable, la infuen- - - 256 -" cia de Cobden en contra de las leyes protectoras en asuntos de cereales. Y aunque los grandes señores afjliados casi todos en ,el partido tory, sostenían la necesidad de co'nservar esas leyes, Peel, jefe de ese partido, cedió a la influencia de Cobden y con Peel se fue Gladstone. Las leyes fueron derogadas después de recio combate; pero los torys, disgustados con su jefe, y azuzados por un joven parlamentario que de las líneas liberales habia pasado a las conservadoras, Benjamín Disraeli, se aprovecharon de la primera ocasión que se les vino a la mano para derribar al gran estadista en consorcio con los liberales, naturales enemigos del prohombre. Murió Peel en 1850, pero el grupo de sus amigos, entre los cuales se contaban hombres tan eminentes como Lord Aberdeen, Gladstone, Graham, Sidney 257 Herbert y otros, permaneció unido defendiendo el credo Iibrecambista que lo apartaba de sus correligionarios. Mientras tanto Gladstone, debido a sus fuertes convicciones anglicanas, representaba en el parlamento a la conservadora y tradicionista Universidad de Oxford, de cuya corona era él uno de los más brillantes florones, como antes lo habia sido Peel. Al comienzo de la década del 50 al 60 gobernaron los conservadores y no le negó Gladstone sus votos a ese gobierno, siempre que sus ideas políticas lo exigieron, porque no dejaba, a pesar de su disidencia en el campo económico, de apellidarse conservador. Mas cuando, a virtud de haber demolido Gladstone en magnífica oraci(ín, el presupuesto presentado por Disraeli, leada del partido tory en los Comunes, cay() este partido, suhi(í al pedel un 17 2~ - Ministerio llamado de la Cualición, formado por los conservadores pcelistas y por los liberales, con el jefe de los primeros, Aberdeen, como primer Ministro, Gladstone fue designado para desempeñar la cartera de Hacienda, porque, según se dijo entonces, ya que él había desbaratado el presupuesto, era de justicia que lo rehiciera. Los jefes liberales, Rusell y Palmerston, figuraban también en el Ministerio de la Coalición, bajo cuyo mando se produjo la terrible guerra de Crimea, que fue ocasión de la caída de ese gobierno. Vinieron otra vez los conservadores con lord Derby, y no queriendo éste privarse de la cooperación de Gladstone, que había desplegado dotes geniales en la dirección de la hacienda inglesa, le ofreció el mismo puesto que tenia en el Ministerio coalicionista; y como se sabía que hombre tan consciente de sus relevantes méritos y extraordinarias aptitudes, no había de querer estar en la Cámara subordinado a Disraeli, prometió a Gladstone Lord Derby conferir el cargo de /eade,. de la Cámara a sir James Graham, uno de los más caracterizados peelistas. Para alcanzar este fin escribióle Disraeli a Gladstone una carta que aquél, andando el tiempo, declaró ser equivalente a haberse arrojado a los pies de «ese tránsfuga». Mas la repugnancia a encontrarse sentado en los mismos bancos con Disraeli fue invencible, pues Gladstone siempre le tuvo por un aventurero sin arraigos de origen en el Reino Unido, brillante escritor y orador, hombre de vasto e intrépido genio político, pero aventurero al fin, en tanto que él, Gladstone, anglicano puro, cristiano viejo, era de legítima cepa escocesa. No aceptó el ofrecimiento de Derby, con grande alegría de los liberales y gran pesar de los -- 260 - conservadores, que veían alejarse más y más de sus filas al hombre más poderoso del parlamento inglés. No rompiÓ Gladstone del todo, a pesar de este rechazo, con sus antiguos copartidarios, y así lo vemos aceptar del Gobierno conservador una misiÓn a las islas JÓnicas, y -cosa más particular aún--vémosle opinar del mismo modo que su aborrecido rival en la votación que echó por tierra al Gabinete tory en 1859. Vueltos al mando los liberales con Palmerston de jefe, aceptó Gladstone, sin usar ya su distintivo de peelista o de coalicionista, el puesto de Ministro de Hacienda en el nuevo gabinete liberal, en el que por seis años consecutivos luciÓ sus magníficas dotes de primer financista inglés. Quedó de esta manera incorporado Gladstone al partido liberal, del cual vino después a ser jefe ilustre e indiscutible casi hasta su muerte. - 2ól II Vemos, pues, al gran república británico, educado en el partido tory, pertenecer a éste por largos lustros, constituyendo una dc sus más legítimas esperanzas; luégo se le ve disentir, junto con Pecl, de sus copartidarios en una célebre cuestiÓn de orden económico y fiscal, hasta 1859, en que definitivamente se adhiere al partido adverso. Ha de considerarse como principalísimo factor en la conversi(lIl o apostasía de Gladstone, según se miren las cosas, el cambio que sufrieron sus ideas políticas y económicas a poder de tan sabia maestra como la experiencia, ayudada por una buena fe y una sinceridad de que no es posible dudar por un solo momento. L1amáronle los toris, que nunca le perdonaron su transfugio, -- 262 -- hombre de circunstancias, oportunista, espejo de los sucesos corrientes, arrastrado siempre por la opinión circunstante y jamás director de ella. Alzase contra este veredicto apasionado Lord Morley y comprueba cómo Gladstone, si en ocasiones fue seguidor de la opinión, en muchos casos que lo honran se enfrentó a la moda política del día, la resistió y se puso a punto de perder su encumbrada posición. Su terca y leal adhesión a la causa de Irlanda en la última parte de su vida es un ejemplo ilustrativo del aserto de Morley, pues para hacer pasar en la Cámara de los Comunes el famoso bill del Home Rafe luchó contra viento y ma rea por seis años seguidos en el país, contra los seculares prejuicios de una raza vencedora, desdeñosa y muy pagada de la superiorididad de sajones sobre celtas. Ningún motivo que no fuera de orden superior determinó seguramente la incorporación de Oladstone en el partido liberal inglés: que no era él hombre en quien nada bajo, nada que no fuera elevado pudiera tener arraigo ni rnoverlo a obrar. Mas si el hecho de esa incorporación reconoce por causa principal, como hemos dicho, la lenta evolución de las ideas en aquel poderoso cerebro, también debe confesarse que militaron, con mucha eficacia, en pro de la conversión, otras causas dignas de tenerse en cuenta. Tal, por ejemplo, la inquina contra Disraeli, que radicaba en la absoluta disparidad de caracteres de los dos próceres. ¿ Cómo podía Oladstone volver a la vieja comunidad conservadora teniendo a esejudÍo por superior () igual? Ello era imposible. De otro lado, el conocimiento íntimo de los liberales de Inglaterra, el - 2()4- -.- trato con sus jefes Palmcrston y Russell, habían hecho desaparecer del espíritu de Oladstone rancias preocupaciones que sÓlo tienen origen en la inexacta apreciación de los hombres que de. ordinario miramos en frente de nosotros. Después de diez años de alianza y de pelear con frecuencia unas mismas batallas los rencores antiguos se amortiguan si es que del todo no se extinguen. No son raros en Inglaterra, en donde más se han caracterizado los partidos en la política moderna, estos camhios de opiniÓn en hombres insignes. Aquel Stanley o Derby, a propÓsito de cuya presencia en las filas conservadoras escribi() Me. Carthy la frase que ha hecho popular en Colombia el señor Caro, fue después Ministro liberal con Oladstonc. Primero fuc Disraeli whig que tory, y más recientemente ¿ no he- 11l0S contemplado al radical y casi republicano Chamberlain volver casaca y tornarse amigo de los duques y hasta convertirse en proteccionista empedernido? ¿ No estamos viendo al joven Winston Churchill, descendiente de Marlborough, abandonar la política tradicional de su estirpe, y hacerse ardiente radical y fiRurar en el Ministerio actual que dirige Mr. Asquith? En otr¡¡s naciones sucede lo mismo, sÓlo que no llama tánto la ¡¡tención porque nos hemos acostumbrado a considerar él los ingleses- -por su seriedadcomo gente de casi inmutables convicnes políticas. En Francia, M. jaurés sali(l del partido conservador republicano para ser hoy el fogoso y temido tribuno socialista; y M. Piou y el Conde de Mun, cumpliendo las instrucciones de León XIII a los católicos franceses, de monárquicos han pasado a ser repu- blicanos. En los Estados Unidos un político deja de ser demócrata hoy para ser mañana republicano, o viceversa, como sucedió con el Alcalde de Nueva York, MI'. Mc ClelIan. Un ejemplo célebre nos 10 presenta España. Recordamos a don Antonio Maura como a uno de los más convencidos y consecuentes miembros del partido liberal dinástico a órdenes de Sagasta. Pues ahora no sólo es Maura .conservador, sino que es el jefe único del partido conservador, al cual dirige con la autoridad de un Cánovas. Nadie ha puesto en duda la buena fe, la honradez política de Maura. Sus amigos de ayer, adversarios de hoy, le reconocen su incontestable mérito. Mas no tenemos que ir muy lejos a buscar ejemplos. Declaremos, recordando nuestra agitada historia, que casi todos los que fundaron en la Nue- - 'lb? va Granada el bando que José Eusebio Caro bautizó con el nom bre de conservador, salieron de la costilla misma del liberalismo, creado contra el gran Bolívar, por el ilustre Santander. ¿Pues el doctor Márquez, el doctor Cuervo, clon Lino de Pamba, el doctor Ospina, abanderado doctrinario del partido conservador, no fueron liberales? Y la fundación de ese bando fue obra buena y necesaria, porque ella sirvió para moderar los impulsos, acaso peligrosos, de la otra fracción, y estableció en la república el equilibrio político que la marcha ordenada y firme de los negocios del Estado, hace indispensable. Mosquera, boliviano rancio, que era del propio tuétano conservador, que fusilÓ a los liberales en los escaños de Cartago en la guerra de 40, ¿ no \levÓ al poder a esos mismos liberales después de la más desastrosa lucha civil, la que --- 2()1) -- dio en tierra por primera vez en nuestro país, con el principio de autoridad? Y luégo NÚñez, liberal de ideas, hombre de genio político amplio y comprensivo, que en el estudio fecundo de la política mundial adquirió tal altura, que para nosotros resultaba gigante; Núñez ¿ no restableció en el país las instituciones conservadoras con la Constitución de 1886? No ha cerrado sus páginas el libro que pudiéramos llamar la historia de las variaciones políticas de los hombres de Estado; ni cabe pensar en que de pronto se cierren. Nadie puede decir «de esta agua no beberé», tratándose de cosas sujetas a influencias tan diversas. Puede muy bien suceder en cualquier país que un:hombre de recta razón, de inmaculada honradez, adherido a la causa del orden por educaciÓn y tradición y aun por temperamento, catÓlico a macha martillo, con la fe del carbone- :lb') ro, se vea arrastrado, - sin saberlo verlo, por el influjo adormecedor lisonja sapientisima to de gratitud ni prede una o por un sentimien- hacia los que, proceden- tes del bando tenido como adverso, han prestado de oportunidad ex- un servicio traordinaria, tar con quiera o por la costumbre estos hombres, otros motivos, -decimos-a que Ospina, de tra- o por cuales- se vea arrastrado hacer algo parecido Mosquera en esta NaciÓn; y ello sin renegar credo religioso, pues ya que Oladstone practicó sola religiÓn, la anglicana. de quien hablamos de también hemos visto una No tenemos derecho posiciones pue- la católica ni calidad a los que, movidos sa, cambian El hombre en toda su vi- da sino una sola religión: apostólica, romana. censurar de su siempre hipotéticamente no practicar a lo o Núñez hicieron para por las im- de una conciencia de filas en política. imperioCuan- -- 270- do el que se aleja de nosotros es hombre de valer, lo sentimos profundamente; cuando es un elemento de escasos quilates patrióticos, dámosle con indiferencia la despedida. Respetamos siempre los derechos y fueros de la libertad humana en todas sus manifestaciones lícitas. Déjesenos, empero, honrar y enaltecer a los que dan ejemplo de unidad en la vida, de incontrastable constancia política. Los liberales pueden poner como tipos de esta clase de hombres a Francisco de P. Santander o a Manuel Murillo. Los hombres de ideas conservadoras pueden ufanarse con el ejemplo luminoso y terso como cristal de luna veneciana, que acaba de legarles el gran ciudadano por quien llevan luto la República y las letras: con el austero y noble ejemplo de Miguel Antonio Caro. t909. ])iscurso Señor res: Gobernador. I sefioras y seño- No han de tomarse estas humildes palabras por discurso de orden, largo por definición, ni nada parecido: ellas no son sino el resultado de la obediencia que todo profesor debe al reglamento del instituto donde sirve, y al Consejo Directivo que le señala el trabajo. Un año ha transcurrido desde que en una hermosa solemnidad, a la cual deseo que se asemeje ésta que ahora celelebramos, se dio punto y remate a las primeras tareas escolares del liceo que lleva el nombre del ilustre prelado de 1. Pronunciado ~J1 Santa Marta. - 272 quien, en tiempos ya lejanos, allá en la amada ciudad donde nací, tuve la fortuna de ser qiscípulo. Y así como el claro nombre con que se ufana el instituto es segura prenda para él de buena y larga vida, débclo ser asimismo la feliz circunstancia de que hoy como ayer, preside esta ceremonia el mismo joven magistrado que, sobre exhibir dotes nada comunes en las arduas tareas de administraciÓn pública, da muestras incesantes del vivo interés que le inspira la educación de la juventud, sosteniendo, a través de frecuentes dificultades fiscales, este plantel, y provocando, por ese interés, el agradecimiento, no ya solo de maestros y de alumnos, sino de todos los habitantes del Magdalena. No es, pues insincero el voto que hago aquí de que nos sea dado por largos años asistir a fiestas como ésta, rereveladora de sana cultura y que sólo · 273 -- a la sombra dc una paz fructífera, arraigada en el país a poder de ingentes esfuerLOs, pueden celebrarse. y dirigiéndome más particularmente a los señores estudiantes, no creo ir descaminado al felicitarlos porque tienen la buena suerte de hacer sus estudios en la época presente. Con efecto: ¡cuánto más grato siquiera menos penoso, es estudiar en los tiempos que corren! Los antiguos textos, obscuros y deficientes, hacían más antipática la dura faena del aprendizaje. ¿No es de hendecir la obra simplificadora y clara de un ¡saza, de un Rueda, de un Martínez Silva, de un Celedón, de un Cuervo y de un Caro? Sobrada razón tuvo el señor Marroquín, insigne pedagogo, al afirmar, tratándose de la Gramática Castellana del primero, que así como un compatriota nuestro decía que hubiera deseado morir para ser enterra- ° 18 -- 274 - do en cierto cementerio de Italia, así al señor Marroquín le provocaba volver a ser maestro de español para tener el gusto de enseñar por el libro mencionado. Si pues entre los alumnos del instituto no faltaren algunos, muy pocos, que no hayan alcanzado a ganar sus cu rsos de este año, no han de atribuir su mal éxito a los textos ni a los profesores -que todos han cumplido su deber cn 10' posible-sino, y así quiero suponerln,2a alguna dolencia de la voluntad, más -necesaria ésta, si cabe, que la inteligencia para obtener las laureas del triunfo en estas lides incruentas. Y aunque aquellos a quienes me refiero pudieran alegar la excusa de que es arriesgada cosa someter el cerebro a fuerte tensión, en estas regiones en donde el termómetro sube a alturas vertiginosas, tal excusa, no desatendible del todo, no quita que otros cstu- · - 275-- diantes, en idénticas condiciones-los que van a recibir sus premios-hayan resultado vencedores en este honroso torneo. Voluntad he dicho, y creo no estar equivocado. Si entre las facultades del alma, la inteligencia-concesión graciosa de lo Alto-nos hace conocer, la voluntad nos hace querer, y la escuela filosófica a cuyos principios adhiero, enseña que el principal carácter de la volición es la lihertad. No es obra de romanos, no es acto de superhombre, de esos que son ejecutoria de un ciudadano, lo que de consuno padres y maestros exigen de los escolares; que aprenderse hien una lección, siquiera sea lección difícil, no es cosa que equivalga al derroche de energía que tiene que hacer un Quesada, por ejemplo, cuando rechaza la proposición de renunciar a la conquista del Imperio chihcha, o un Bolívar cuando en las trági- -- 276 --- cas circunstancias de San Mateo, hace huir su cabaIlo para perecer el primero si no logra la victoria. No, lo que quiero decir simplemente es que está en manos de los estudiantes intentar libremente un esfuerzo para obtener el premio de la aplicación, el galardón de la paciencia, virtud ésta que, p.n grado eminente, puede, según afirma un sabio, hasta constituír el genio 1. Motivo también de felicitación para los jóvenes alumnos es que, tocando ahora a las puertas doradas de la adolescencia y de la juventud, entran en la vida, a cuyo término otros con rápido paso nos encaminamos, en los días actuales. Porque antes el fundado temor de que el orden, cuya idea era escarnecida con frecuencia, podría ser perturbado de un momento a otro, ge- '- Bullon_ 277 ncraba la zozobra ducía en los espíritus, a los estudiantes, pre de novedades, a prestar más que al solícito vocinglería chas crueles perta, mal autoridad legítima deciLlos los ánimos to, la guerra ra de riquezas, ha hecho este país, llos dias surgía, el Enar- como nece- de ese enardecimien- de hermanos, devastado- y segadora de las ener- de las naciones. a éstas quedándonos Mas Dios y suscitó sanables que salvaron luctuosos, pesadillas. de la es, en todo y primaria. de la muerte de aquellas de aquesinies- Los que restablecieron la paz de las conciencias a tan sólo, como un sabor de ceniza, el recuerdo tras inex- al respeto que cosa esencial gías jóvenes a la asor- de una democracia mundo, hombres de las hu- de la calle, a las lu- enseñada saria consecuencia e insiem- la atención, estudio y de las ciencias, manidades dadora ganosos y ordenaron -- 275 -o que la instrucciÓn popular se informara en los principios de la Religión; y los que han expulsado del cuerpo enfermo de la nación el demonio de la anarquía y del desorden, son beneméritos no sólo de la patria, sino de la causa general de la cultura. Los hombres de ciencia y los jóvenes deseosos de adquirir algunos conocimientos no tienen ahora quien los distraiga de sus meditaciones y de sus labores. Las fiestas que se celebran no son diversiones ferales, sino las fiestas de la paz y de la inteligencia, y la colmena bulliciosa que puebla los planteles de educación de la República puede tranquilamente labrar su sabroso panal; que la calma reinante hoy se asemeja a la que suaviza y adormece la incomparable bahía vecina, cuyas aguas, profundas y transparentes, cantan una eterna canción a la ciudad de Bastidas, de la cual puede decirse con el poeta: - 27<1 .,,0 cité, tu t'endurs Sous les palmiers, au long frémíssemen\ des palmcs; l. aguas de tan peregrina hermosura que merecen caiga en ellas, como signo de alianza, el anillo nupcial de un Dux de Venecia. Señores estudiantes: los que de entre vosotros van a recibir de manos autorizadas los premios a que por su aplicaciÚn o por su conducta se han hecho acreedores, no deben tomarlos solamente como remuneración de sus trabajos, sino tamhién como estímulo para no dormirse sobre hien ganados laureles y como presagio de futuras hazañas escolares. Los que no han obtenido recompensas deben mirar las otorgadas a sus compañeros como aguijón o espolín para que se les despierte en el pecho la noble ambiciÓn, ahora soñolienta, de 1. Heredio1. -- 280 -- conquistar en el próximo año el aplauso de los maestros en las aulas y la dulce sonrisa de bienvenida de los padres en el hogar. El que está en la ignorancia vive en casa cerrada y sin ventilación, expuesto a la asfixia intelectual. Un poco de saber equivale a la luz y el aire, a la salud del espíritu. Todos somos obreros en este honrado taller y nuestro anhelo debe consistir en ganar bien el jornal, procurando que nuestra faena resulte fecunda y no estéril. Tratemos, pues, todos, maestros y alumnos, de amasar con entusiasmo --que es fiebre divina-el pan ázimo de la sabiduría. He dicho. pronunciado por el doctor florentino Goena¡.(a, Presidente del Tribunal Superior de Justicia. al tomar poscsi<in de la Gobernación del Departamento de I'anam¡i el s,',ior don José Oomin¡¡o de Obaldia el 20 de septiembre de l!lO3. Señor Gobernador: En nombre de mis honorables gas del Tribunal propio, Superior cumplo felicitaras da muestra con el grato sinceramente por de confianza do el Supremo Gobierno, para que seáis tante de la autoridad cole- y en el mio deber de la mereci- que os ha daescogiéndoos el más alto represen- en este Departa- mento. En las plimiento instituciones acabáis cuyo de jurar, fiel cumestá bien - 2M2 -- marcada la dualidad de las elevadas funciones cuya investidura habéis recibido. Sois agente de la Administración central, y el principio de la unidad del Gobierno que informa la rama ejecutiva, importa la unidad de opiniones entre el jefe del Estado y el Gobernador del Departamento. Sois, asimismo, jefe de la Administración seccional, y vuestras facultades constan detalladas en las leyes y en las ordenanzas. Mas a pesar de tales limitaciones, inherentes al régimen unitario, queda siempre al ciudadano encargado de regir la marcha de esta importante entidad, un vasto campo en dónde ejercitar las propias iniciativas. Natural vos de esta angostura privilegiada de Colombia, circunstancia que viene a realizar en buena hora legitimas aspiraciones de vuestros conterráneos; conocedor de los hombres, cosas 21>:) y sucesos del Itsmo, y también necesidades y de sus esperarse lladas --- recursos, fundadamente vuestras con exacta mas actuales, algunas ideas de los proble- rinda este Departamento, más La acción calmante a poder irán suavizándose las aspere- las cóleras dose las heridas que guerra a todos; minada por convenios acuerdo tida, dores y restañán- produjo civil que lutado guerra nos ha en- felizmente siglos de uno de los más duros l. Crolllwcl1. la larga magnánimos, con la opinión, de la historia auxi- de su benéfico zas, aplacándose y cruenta \. del del tiem- mejores porque, influjo, dirección, en las vias po será uno de vuestros liares es de desarro- administrativas firme y honrada jornadas progreso. que, apreciación bajo vuestra de sus terde há emivence- · 21\4 Tenéis necesidad del tiempo, como indispensable aliado para todo lo que queláis emprender, y me halaga la esperanza de que no os ha de faltar, ya que no es posible que la instabilidad en los altos empleos se convierta en permanente sistema de gobierno. Sin temor de ofender a la verdad, arriésgome a asegurar que no hay ciudadano de la República que no desee, con ardiente anhelo, que por el territorio de ella, en las cercanías mismas de esta histórica ciudad, se excave, guardando lo que exige el decoro de la Nación, el Canal interoceánico, obra magna que, realizada, serviría a los intereses mundiales, y honraría el siglo en que vivimos como la apertura del Canal de Suez honró a la pasada centuria. Para la Adminístración que hoy se inaugura seria motivo de legitimo orgullo poder registrar en sus anales el comicnzo de los trabajos de la ingcnte empresa, cosa que, a pesar de los tropiezos que todos vemos, no debe estimarse como imposible. A pueblos cultos y que saben con fijeza lo que quiercn, no les es lícito entregarse a la desesperación sólo porque la hora presente no traiga todo lo que de ella se aguardaba. La paciencia y la perseverancia son grandes virtudes que, al fin, vencen todos los obstáculos cuando están sostenidas por el patriotismo y la justicia. Los estudiantes de historia nacional saben que hace cerca de medio siglo, en días luctuosos para la libertad de la Nueva Granada, un istmeño ilustre, cuyo apellido dignamente lleváis, supo mostrarse dignamente a la altura de los deberes que van anexos al ejercicio del mando supremo en las naciones. Nomhre es ]0 mismo que nobleza, y nobleza -286- obliga; y semejante legado de honor une de modo irrevocable un nombre a una patria. Los destinos del Istmo están, pues, en manos tan seguras y leales como las de vuestros distinguidos predecesores. Confiemos en que, con la protección de la Divina Providencia, sin la cual los designios de hombres y de pueblos no pasan de vano simulacro, ha de permanecer siempre incólume e intangible el escudo glorioso de la Repllblica. Al ser10r Presidente de la Corte Suprema de Justicia. Bógotá. Sabe Usia que, debido a un golpe de cuartel, obra maestra de habilidad en la perfidia, fue reemplazada el tres de los corrientes la autoridad que Colombia ejerce en el Istmo desde 1821 por - 287 la de una Junta de Gobierno Provisional a nombre de la llamada República de Panamá. Ese movimiento de separación no hubiera podido verificarse sin la solapada complicidad del Gobernador Obaldía y sin el crimen de traición a la patria cometido por el batallÓn, que para mayor escarnio, llevaba el nombre de Colombia, acaudillado en su proditaria empresa por su jefe Esteban Huertas quien, vendido al oro extranjero, pisoter'J lél gloriosa bandera que había jurado, olvidando que la espada que la Regública le había hecho la honra de ceñirle era para defenderla y no para mutilarla. Mas ni aun con la complicidad de Obaldía, ni con la venta de Huertas y Rubén Varón, Comandante del 21 de Noviembre, se hubieran atrevido los panameños a alzar el estandarte d~ la secesión, si no hubieran creído contar -- 2M .- con la intervenciÓn favorable para ellos del Gobierno de los Estados Unidos, de quien la pequeña República, si vive, tendrá que ser sierva humilde y obediente. Desde que tuve noticia del éxito de la revolución en la capital del Departamento, consideré que, de hecho y por la violencia, cesaba mi jurisdicción como Magistrado y Presidente del Tribunal Superior de Panamá. Yo había venido al Istmo a administrar justicia en nombre de Colombia; y antes me habria cortado la mano que suscribir providencias judiciales en nombre de una entidad surgida de una traición a mi patria. Ante Usía, mi dignísimo superior, dejo constancia aquí de que condeno con todas mis fuerzas el crimen del 3 de noviembre de 1903, la vileza y cobardía de los medios empleados para per- - 21\9 pdrarlo, y la abusiva parcialidad del Presidente Roosevelt, émulo digno del filibustero Walker, y también de que abrigo la esperanza de que la República haga el esfuerzo necesario para restablecer el prestigio de su autoridad. FLORENTINO Panamá, noviemhre GOENAGA. 6 de 1903. República de Colombia.- -Poder Judicial.--Número 303. -Presidencia de la Corte Suprema de Justicia. Bof.[otá, 19 de diciembre de 1903. Scñ.lr doctor ~'Iorentil\u Gocl\a~a ... -Donde se halle. La Corte Su prema de Justicia se ha impuesto con satisfacción de la nota de usted, fechada en Panamá el 6 de noviembre del año en curso, en la cual después de darle cuenta de los deplorables acontecimientos ocurridos en aquel J!l 290 - Departamento, debidos a la traición de varios colombianos y a la escandalosa intervención y auxilio del Gobierno de los Estados Unidos, manifiesta que usted, Magistrado Presidente del Tribunal Superior, condena, como es debido, aquel proditorio atentado, y se ha abstenido de seguir desempeñando sus funciones. La Corte aplaude la conducta digna y patriótica de usted y los empleados judiciales que hayan obrado lo mismo, y me ha ordenado manifestárselo así, encargo que cumplo con especial complacencia De usted atento, seguro servidor, LUIS M. ¡SAZA. ~" el 20 de Julio. Al anunciarle el Duque de Liancourt a Luis XVI en Versalles la toma de la Bastilla el 14 de julio por el pueblo de París, el infortunado monarca exclamó: - -¿, Ha sido, pues, un motín? -Nó, Señor, contestó el noble cortesano, es una revolución. En efecto, en ese día la revolución francesa iniciaba la portentosa serie de sus resonantes acontecimientos. iUna revolución! Así debieron anunciarle a José Bonaparte el suceso del 20 de Julio de 1810 acaecido en Bogotá, llamando la ocupadísima atención del rey intruso hacia hechos ocurridos en tan remotas regiones. Con inquietud, porque nadie sabe a dónde van a Ile- 292 gar en su desarrollo los hechos revolucionarios cuando comienzan, debió de recibir las nuevas de América el cautivo del Castillo de Valen<;ay, el Rey legítimo don Fernando VII, a quien por entonces apellidaba el Deseado su ilustre pueblo, que heroicamente rechazaba las huestes de quien quería sujetarlo a la servidumbre napoleónica. En los oscuros repliegues de su alma solapada debia, a la verdad, deslizarse la serpiente de la zozobra al conocer lo que en el año de 1810 pasaba en BuenosAires, en Caracas, en Bogotá, en Méjico, en Santiago de Chile; porque si en ese año memorable manifestaban las colonias su repugnancia a admitir la soberanía de José y su adhesión a Fernando VII, a un espíritu tan suspicaz como el del Rey no podía ocultarse que detrás ck la exhibición de lealtad de los criollos de estos reinos y capitanías 2<):) generales, se sentía palpitar, como pulso agitado por la fiebre, el ardiente anhelo -derecho perfecto en hombres libres y civilizados--de asumir ante el mundo las responsabilidades del Gobierno propio. y tenía razÓn Don Fernando en mostrarse inquieto y receloso dentro de los muros de su regia prisiÓn. La simiente de libertad regada en el ancho surco de la conciencia universal por la declaración de independencia de los Estados Unidos y por la declaraci(ín de los Derechos del Hombre en Francia, había germinado y estaba produciendo sus frutos. La juventud del Virreinato que, usando un vocablo de moda hogaño, podía llamarse intelectual, dirigida por hombres como Camilo Torres, Caldas, Gutiérrez, Lozano, García de Toledo, Rodríguez Torices, Fernández de Madrid, García Rovira, Cabal, Cai- - 294 -- cedo, consciente de los derechos del pueblo, sólo aguardaba la ocasión propicia para dejar brotar de sí el fuego que devastaba su alma generosa. Nariño -nuestro gran Nariño--había traducido y publicado dos años antes los Derec!zos del Hombre, y padecido persecuciones por ese delito que no podía tener remisión a los ojos de los funcionarios de la Colonia. Hombres nacidos en este suelo americano habían respirado las auras, para ellos desconocidas, de la libertad y aprendido el arte de la guerra en ocasiones dignas de eterna memoria. San Martín, el libertador del Sur, había combatido en las filas españolas en la jornada de Bailén, y un hijo de nuestro propio territorio, joven marino de un navío de guerra español, había caído prisionero de los ingleses después de combatir a órdenes del horoico Gravina, en las aguas - 295 para siempre célebres de Trafalgar: a ese marino José Padilla--le estaba reservado ser el comhatiente de la noche de San Juan en Cartagena, el vencedor de Maracaiho y de la Ciénaga. Francisco Miranda, al batirse en los ejércitos norteamericanos y franceses, hahía aprendido también el amor a la Independencia; y Bolívar, nuestro Lihertador, aquel de quien Caro cantó: Mezcla "El que padre te aclama de orgullo y de venganza siente», había prestado ya en el monte Sacro de Roma el juramento de libertar a su Patria; y contemplando de cerca al hombre de la guerra, había logrado que se le infundiera su genio, como lo demostró cuando, imitando el paso de los Alpes que tuvo por premio a Marengo, trasmontó los Andes recibiendo en pago de su constancia la maravillosa recompensa de Boyacá. -- 296 Todos los combustibles estaban, pues, hacinados y para que se produjera la explosión faltaba sólo, como en frase vulgar se dice, la chispa incendiaria. El motín, porque no fue al principio sino un motín, ocasionado por el conocido incidente del ramillete, entre el español L10rente y el bogotano MoraIcs, tom6 luégo las proporciones de un movimiento oolítico, y el Virrey Amar, hombre de escasas facultades, que al tencr noticia de los sucesos se negÚ despectivamente a conceder permiso para que el Ayuntamiento celeorase cabildo abierto, tuvo después que rcsignarse a ello mal de su grado. Acevedo Gómez arengó al pueblo; Ignacio Herrera se multiplicó ese día; se formÚ nuevo Gobierno; quedó hecha una revolución incruenta y se ocultÓ en el ocaso el Sol del 20 de Julio, día para siempre memorahle en los fastos de - '297 nuestra tormentosa historia. Y no ciertamente porque en el acta de la revolución se proclamase la Independencia, dado que a Fernando VII se le siguierO[1 recor,ociendo sus pretendidos derechos y hasta se le nombró en 1811 Rey de Cundinamarca, sino porque ese día se realizÓ la primera jornada en el arduo camino de la emancipación. Los hombres que hicieron la revolución bogotana estaban saturados de la lectura de las Vidas Paralelas y muchos de ellos habían leído a Rousseau y a sus discípulos, de lo cual da muestra la literatu ra política de esa época. ¿Qué podían hacer sino 10 que hicieron? Dado el primer paso, que es el que cuesta, según la frase francesa, no pudieron ni quisieron detenerse en la pendiente. Hicieron que se esfumase y desapareciera la sombra de monarquía creada en las ~lal1lantes constituciones del Virrei- .-- 2<)K - nato; y el 11 de lloviembre de 1811 Cartagena alzó osadameete el pendón de la separaciÓn absoluta de España, la nación descubridora y civilizadora que por tres siglos nos había prestado para cobijamos los pliegues de la bandera de Pavía y de Lepanto. Para sostener su propósito comprometieron lluestros próceres la vida y la hacienda, que muchos de ellos perdieron en la lucha de quince años, lucha tenaz, cruenta hasta la crueldad, pues se lIegó a la guerra a muerte, heroica, interminable casi. Las generaciones eran segadas en flor por la segur de la guerra o por la cuchilla o el plomo de los suplicios. El heroísmo fue cosa ordinaria y el martirio accidente común. Nuestros mártires rindieron alegres sus vidas por la Patria, y hay que descubri rse con respeto ante sus sombras venerandas y saludarlos con el poeta en férvidos acentos: 2()l) ~?'\lId, Camilu Turres, S, el hacha del verdugo El fruto de esa lengua, Renace, fruetifica, <.)ue es planta que DellllJstcllcs tu leugua benéfico)' se esparce no mucre ror moderno, hizo callar, iecundo, el mundo, la planta Libertad; y al acercamos con religiosa veneraciÓn a la tumba de los fundadores de nuestra nacionalidad, debemos repetir la frase latina: Sta, viator, Ileroem calcas. El éxito de la lucha no debe atribuirse, como muchos lo atribuyen, a lo que se llama suerte, a la fortuna que César invocaba al surcar un mar proceloso en frágil barca. En estas heroicas empresas que cambian la geografía política del mundo y tuercen el curso de la historia, hay que subirse a lo más alto y buscar la Causa y el Efecto, que Emerson llamó los Cancilleres de Dios. El mal gobierno de las Colonias, el derecho del pueblo, como el individuo, a -- ~oo --. gobernarse a sí mismo, cuando mayores de edad, ésa la causa; el efecto, la lucha y al cabo la victoria, y la inevitable independencia, bien supremo que hace al hombre semejarse a Dios, supuesto que la independencia-no depender de nadie-es, como saben los que han estudiado Teodicea, el más encumbrado atributo de la Divinidad. Los Iibertadores no buscaron nada fuéra de sí mismos para lograr su patriótico empeño; tu vieron en sí propios y en la causa que defendían una soberbia confianza; sin vacilaciones, sin miedo, seguros de vencer, proporcionando el esfuerzo a la colosal magnitud de la labor emprendida, se jugaron ellos mismos en la terrible apuesta. De ellos no podría decirse: «Locos fueron Catilina y Massanielo Porque les fue contraria la fortuna». )01 pues, después de alternativas pasmosas, supieron dominar las ágiles y pérfidas ruedas del carro de la fortuna y compeler a éste a que les siguiera sumiso y obediente. Pasaron ya por dicha los tiempos en que se creia que no era dable festejar los días de la Patria sin colmar de injurias y denuestos al insigne adversario de la guerra de emancipación. Ese adversario no era un extranjero y [o cruento y feroz de la pugna no desvirtúa este aserto, pues nuestras guerras civiles han brillado por la sed de sangre de los combatientes, entre los cuales pudo haber y hubo hermanos contra hermanos, hijos contra padres. Si el fuerte empuje de nuestros libertadores estableció la forma republicana del Gobierno, a la nación ibérica le debemos dos beneficios inmensos: la fe católica y la lengua de Castilla; y 11050- - 302- tros tenemos a estas tres instituciones como signos visibles de nuestra Independencia. tI dia que los perdamos dejaremos de ser un pueblo autónomo, un Estado soberano. Opllsose el Rey de España a nuestra emancipación con todo el poder de la tradición y de los intereses, con la pericia de capitanes tan expertos como el Conde de Cartagena y Marqués de la Puerta, con todo el proverbial valor y tenacidad de sus renombrados tercios, porque, como dijo Cánovas del Castillo refiriéndose a la última revolución cubana, si para nosotros la guerra era de independencia, para el Rey lo era de conservación de la integridad de su territorio. Hoy podemos ser más equitativos con los españoles. ¿ No hemos perdido nosotros recientemente, causándonos esa pérdida heridas irrestañables, girones preciosos de nuestra sagrada herencia? La acción seuante del tiempo en una centuria ha extinguido por completo los odios, más afectauos que reales, que se alardeaba sentir por los antiguos poseedores del continente americano. Los que han tenido la buena suerte de residir en la Madre Patria saben por experiencia que allá no se nos tiene como extranjeros, y que la característica hidalguía española se anticipa a nuestros deseos y nos trata como hermanos. Podía ]a generaciÓn libertadora, que sufriÓ y vio sufrir, alentar un sentimiento de hostilidad hacia sus adversarios. Nosotros hemos conocido a soldados del Libertador en San Mateo, testigos del sacrificio de Ricaurte; y hemos conocIdo a jefes colombianos de los que dieron las cargas en Junín y pudieron oír la asombrosa voz de mando de CÓrdoba en Ayacucho. El temor que volviera la dominación del Rey inspiraba de- - :'>04 sasosiego y alarma en el pecho de aquellos bravos; ¿peroa nosotros, qué? Respetamos al que fue hace un siglo un valiente adversario de nuestros mayores, y hemos tendido la mano -abolido ya todo rencor-al que fue siempre y es el cercano pariente cuyo hidalgo apellido llevamos con orgullo. El español enseñó a luchar a los Iibertadores y, como se ha dicho ya, en nuestra guerra emencipadora la constancia española se estrelló contra sí misma. Los que en la ciudad heroica sostuvieron en 1815 un sitio inmortal contra Morillo aprendieron a sostenerlo recordando la historia antigua de los íberos, a Numancia y Sagunto, y siguiendo el ínclito ejemplo que habían ofrecido al universo, pocos años antes, luchando contra el francés, Zaragoza y Gerona. Después de haber sido la primera de las naciones hispanoamericanas, y de. l1aber presentado al mundo la más furgente constelación de héroes y estadistas, acaudillados por un varón de genio esplendoroso, verdadero y auténtico superhombre, hemos venido a ser lalvez la más arruinada República del continente de ColÓn. Verdad es ésta amarga como el jugo de la zábila y que duele decir, pero a la úlcera peligrosa hay que aplicarle resueltamente el saludable cauterio. No es la raza que puebla estas naciones inferior a las responsabilidades del Gobierno propio ni él las exigencias de la civilización moderna. Con esplendor insÓlito acaba de celebrar el centenario del 25 de mayo la grande y opulenta República de La Plata; y con esplendor insólito celebrarán sus centenarios Chile y Méjico; y los hombres que allí gobiernan son de la misma estirpe que los que aquí han regido siempre nuestros vacilantes des20 :;Oó -- tinos. Hagamos, pues, la promesa a la memoria de los libertadoresy cumplámosla-de no apelar más a las suicidas soluciones bélicas para dirimir nuestras locas querellas, y un brillante porvenir coronará el cumplimiento de la redentora promesa. Una nueva lucha fratricida, lIna nueva conmociÓn en el patrio "solar, equivaldría para nosotros a lo, que el Derecho romano llamó capitis diminutio maxima; será la disolución de la RepÚblica, la pérdida precisamente de esa independencia, cuyo centenario celebramos, y que se alcanzÓ sólo a costa de río" de sangre generosa. No sería eso lo que soñaron los que en tal día como hoy hace cien años llevaron a feliz remate en Bogotá la revoluciÓn del 20 de julio. No fue eso lo que sofió el Héroe a quien las ingratitudes de los hombres pusieron en la boca el sabor de la ceníza, e hicieron creer que había arado en el mar, )07 que venía a rendir a Dios, en estas mismas playas hospitalarias, una de las almas más excelsas salidas de la mano del Creador, y a cuya ilustre memoria dedicamos hoy un bronce, que nosotros desearíamos que tuviera la estatura que tiene el Héroe en la historia universal: i estatura de titán! Santa Marta, 20 de julio de 1910. Rafael Pombo. ,\LGlJi':OS RECl;ERflOS Ya termin() la larga vida mortal del apasionado cantor de Mi Amor y de Siempre, el vate inmortal del Niágara, el delicado poeta del Preludio de Primavera, de las Elef[ías a Elvira Tracy y a don Antonio Ospil1a, el amigo regocijado de los niños en las bellísimas Fábulas y Cuentos. :;01' Otros ocÚpense en hacer la semblanza literaria del viejo poeta desaparecido a quien Menéndez y Pelayomuerto casi al propio tiempo que él-dedicó juicios encomiásticos en el Horado en Espmia y en los Heterodoxos. Carecemos nosotros de calidad para hacerla. El nombre de PClmbo se enlaza a los primeros recuerdos de nuestra vida. Desde esa época ya remota oiamos recitar a los enamorados de entonces las ardientes estrofas de la Safo colombiana y nos hacía casi llorar de la emociÓn aquél iPiedad para tu pobre bogotana! No sé lo que te dije: loca estoy. Muchísimos años después tuvimos el placer de conocer y tratar en Bogotá al bondadoso Pombo, quien, a pesar de su consagrada e indiscutible gloria, fue siempre el más sencillo de los hom- )()<) bres. ¿Quién podía suponer que fuera el altísímo cantor del Níágara aquel hombre de pequeña estatura, de ojillos maliciosos que brillaban detrás de los espejuelos siempre puestos, de escasa perilla parecida a la del autor de Don Juan Tenorio, que reía con rísa algo asmática pero saturada de bondad, y que nunca aspíró a representar el papel de Adonis? En el fecundo y agitado período de 1881 a 1884 tuvimos ocasiÓn de ver a don Rafael Pombo casi todas las noches en la tertulia que se celebraba de 6 a 8 en la Librería Americana, a cargo entonces de don Rufino Gutiérrez. Allí se veía con mucha frecuencia a don Miguel Antonio Caro, propietario, si mal no recordamos, de la Librería, él los doctores Martínez Silva, Ospina Camacho, a don Vicente Restrepo, a don Wenceslao Pizana, don Marcelino Po- - 310 sada, don Vicente Ortiz Durán, para no nombrar sino a los muertos. En 1883 vimos a don Rafael Pamba en la Junta de Delegados conservadores de ese año, que es conocido en la historia del país por el de la evoluciÓn de Otálora. Este hombre pllblico, político de sanas intenciones, encargado del mando, se dejó tentar por el partido llamado entonces radical, que le ofreció la candidatura para la Presidencia de la RepÚblica en competencia con el doctor NÚñcz, que era el jefe de Otálora. Justo es decir en elogio de éste que al ver que la lucha electoral degeneraba en guerra civil y que ya había corrido la sangre en la Plaza de Bolívar, valerosamente retiró su nombre y le dejó el campo a NÚñez, como era lo pactado. En los momentos de mayor zozobra, la Junta de Delegados, que celebraba '>11 sus reuniones en la fotografía de los señores Racines, convino en adoptar la candidatura del doctor NÚñez y recolIlendarla a los conservadores en un manifiesto. Este documento, obra de la docta pluma de Martínez Silva, con alguna pequeña adición de Pombo, fue suscrito por la Junta presidida por Ospina Camacho, por el Directorio Conservador, cuyo Presidente era el egregio don Sergio Arboleda, y por el Con:3ejo Consultivo del Partido, presidido por don Jorge Holguín. Mas faltaba la firma de un miembro del Consejo de la que no era dable prescindir: la del señor Caro, el cual andaba por la Unión en aquellos días. Urgía la publicaci(ín del manifiesto, y aunque muchos de los que 10 suscribían eran amigos del señor Caro, ninguno se atrevía a poner el nomhre de éste en un escrito político de tánta significacil'lI1 y trascen- -- 312 - dencia. Al fin el doctor Martínez Silva, terciándose la capa, pues eran las ocho de una noche fria y destemplada y soplaba un vientecillo del Boquerón que helaba hasta los huesos, dijo que iba a consultar con las señoras, aludiendo a las egregias matronas madre y hermana del señor Caro. Al cabo de media hora regresó el doctor Martínez Silva muy contento diciendo: «Las señoras nos autorizan para que pongamos la firma de Miguel Antonio». Y así se hizo, echando al día siguiente el manifiesto a la calle. Presentando excusas por esta digresión, propia de quienes van ya para viejos y que gustan de charlar de cosas idas, reanudamos lo que vamos diciendo, recordando que en 1884 nos propuso Enrique Barreto, un camarada íntimo de Colegio, muerto prematuramente hace algunos años sin haber tenido ocasión )1) propIcIa para dar de sí todo lo que teníamos derecho a esperar de su inteligencia y de su cu Itu ra; nos propuso Enrique Barreta que diéramos algunas lecciones de traducción inglesa con Pamba. que era maestro en esa lengua dehido a su larga estada en los Estados Unidos. Aceptámos la proposición y durante varios meses asistimos con mucha consagraciÓn a la clase de Pombo, del cual éramos los únicos discípulos. Nos daba la lección Pombo en su cuarto de estudio de la casa situada en la calle de la Carrera, en donde tenia casi un museo de pintura, arte que lo subyugaba y del que era excelente crítico. Había allí algunos cuadros del pintor mejicano Gutiérrez, muy amigo de él entonces. Los dos textos ingleses que tradujimos fueron la tragedia de Macbeth, del gran Shakespeare, y el poema oriental :)\4 - Lalla Rookh, del dulce poeta irlandés Tomás Moore. Sobresalía el maestro en hacernos palpar las sublimidades del original. Sentímos así el calofrio del entusiasmo trágico cuando nos seiialÓ aquel paso de la grande obra de Shakespeare en el que, poseido Macduff de la sed de vengarse de Macbetl1, que le había asesinado a sus hijos, exclama con la rabia de no poder alcanzar la venganza total: ¡Macbeth no Úene hijos! "He has no children." Y cuando meses después vimos en uno de los más espléndidos teatros de Paris a la vieja Ristori hacer el papel de Lady Macbeth queriendo, en su terrible sonambulismo, arrancarse de los dedos la tenaz mancha de la sangre inocente del rey Duncan, recordábamos emocionados las lecciones del ilustre poeta bogotano. El divino libro de Moore lo tradujimos con indecible encanto. Pombo nos )\ 5 propuso entonces escribir la traducción: él pondría en verso una parte y Rarreto y nosotros el resto en prosa. Con entusiasmo nos pusímos al yunque y en poco tiempo dimos cima al trabajo. Entregámoselo a Pombo, quien nos ofreciÓ que se publicaría pronto. Pero los poetas proponen y los revolucionarios disponen. La guerra civíl que comenzc; en ese año de 1884 dió al traste con aquel proyecto y privó a la literatura colombiana de alguna obra maestra que hubiera podido correr apareada con la traducción que conocemos, en insu perables acta vas reales, de parte del magnítico poema Evange/ina de Longfellow. ¿ En dónde se encontrarán ahora todos esos papeles? Recordamos claramente esto. En la parte final de Lal/a Rookh dice Moo!"e lo siguíente, que nos llamó mucho la atencirín: {'Ella sinti(í entonces quc su bre- - :'lIó - ve sueño de felicidad se había disipado y que no le quedaba sino el recuerdo de esas benditas horas para refrescar su corazón durante el triste gasto de la vida que tenía por delante, asi como un trago de agua dulce le sirve al camello para cruzar el desierto». Días después de haber traducido esa parte, nos leyó Pamba una hermosisima composición en la cual aparecía admirablemente engastado en versos castellanos, el símil que nos había encantado en el original inglés. El viejo poeta se rió con su risa bondadosa al expresarle nuestra admiración por sus versos, pero no nos los quiso dar para publicarlos. ¿Se habrá perdido esa composición? No la hemos visto nunca dada a la prensa. Conservamos dos libros que fueron del gran poeta con notas marginales de su mano. El uno es el Derecho Inter- )17 naciuna/, de Whcaton, cn inglés. El otro es el Drama Universal, de Campoamor. Las notas críticas a este poema son originales, penetrantes, algunas cáusticas. Se encuentran en el libro estos dos ver- sos: Las aguas Soledad mueve, impmdcnte, Que duermen en el hueco de una peña. Pues la observaciÓn que don Rafael hace con moti va de esos en decasílabos es cosa que provoca a reír a mandíbul;¡ batiente. 1912. Bastidas y Sa~ta Marta. (29 DE JULIO DE J!1I3) Los acontecimientos históricos que parecen más sólidamente establecidos resultan de pronto puestos en tela de juicio. Todos estamos convencidos de que la fundación de esta ciudad se efectuó el 29 de julio de 1525, día en que la Iglesia celebra la fiesta de Marta, la hacendosa y santa hermana de Lázaro y María, tres hermosas figuras que brillan en los Evangelios con el fulgor que les presta la divina amistad de Jesús. Pues bien: há pocos años leímos en El Nuevo Tiempo de Bogotá las ingeniosas apostillas de un erudito escritor, y en una de ellas asentaba éste que el arribo al puerto de la expedición colo- 31() nizadora mandada por Rodrigo de Basfidas pudo verificarse en febrero más bien que en julio; porque en febrero también ocurre en el Calendario la fiesta de otra santa con el mismo nombre. Demos de mano a estas interesantes dísl:usiones, pues no ha de alterarse en nosotros la certidumbre sostenida con el dicho de los historiadores contemporáneos del feliz suceso de que el próximo 29 cumple Santa Marta 388 años de fundada por el insigne descubridor de estas costas colombianas, don Rodrigo Galván de Bastidas. Aunque hombres de férreo corazÓn y quizá poco inclinados a la contemplación de los maravillosos espectáculos naturales, los compañeros de Bastidas debieron sentirse penetrados, al entrar las cuatro carabelas de la expedición en el ancón de Santa Marta, de profunda gratitud hacia el autor de la sor- :'>:20 - prendente escena que a sus asombrados ojos se ofrecía: la bahía profunda, de aguas clarísimas, la verde l1anun en forma de herradura, regada por la escasa pero cristalina y dulce corriente del río a que dieron el nombre de Manzanares y el macizo estupendo de la Sierra Nevada, el más perfecto del planeta. Tan bello espectáculo inspiró, siglos adelante, a escritores ilustres algunas de sus más brillantes páginas: tál Charles Kingsley en Westward Ho!; tál Eliseo Réclus en el Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta. Para el insigne jefe de la expedición no era nuevo lo que sí lo era para sus camaradas. Ya todos saben que en 1501, en viaje no de conquistas, sino de negocios, había descubierto la costa colombiana desde el Cabo de la Vela, visto antes por Ojeda, hasta el Istmo, pasando por las tierras de Río Hacha, San- y Cartagena ta Marta nombrando primero en marzo del gran de la Magdalcna. viaje, y descubriendo y de aquel el siglo XVI, el gran río Acompai1áronle en el que se captó des de los naturales y buen trato, dando el célebre los años, e ínfortunado tro centurias, Tuvo esta ávido escribano «hombre lidad cua- Pacífico. la fortuna de que de su suelo y su fundade riquezas Galván como le llaman Ila. an- y descubri- precisamentc un vulgar, Rodriga cráticamcnte Juan de que, de ser famoso del Mar ciudad dor no fucra Don piloto Balboa, había hace el dcscubridor turero, las volunta- conquistador en 1513, dor, en su por su honradez y el ilustre la Cosa año, de Sevilla, aven- y de honores. de las Bastidas, algunos, Rodriga oscuro o más demo- Bastidas, era un de regular fortu- de bucna fama, sangre, y estima», afirma fray Pedro caSi21 - - 322 - món. El ilustre f. Bartomé de las Casas, riguroso y exigente, dice de nuestro fundador: «Siempre le conocí ser para con los indios piadoso, y que de los que les hacían agravios blasfemaba». Antonio de Herrera en sus Décadas y Joan de Castellanos en sus Elegías se expresan en idéntico sentido ponderando la humanidad y caridad de Bastidas con los naturales. El gran Quintana en sus Vidas de los españoles célebres lo alaba por su moderación y su espíritu de equidad. Por bueno y por justiciero con los indios, cuyo cariño se ganó, por impedir las rapiñas y crueldades de sus compañeros y subalternos, granjeóse el odio de éstos, quienes le dieron de puñaladas y le causaron la muerte. Los restos del Adelantado descansan en la Catedral de Santo Domingo en la capilla llamada de los Bastidas, pues junto con los de él, segÚn lo afirma el historiador AlarcÓn, están los de su hijo y los de su mujer, doña Isabel Rodríguez de Romera. y ahora crcemos que cahe hacer algunas breves considcraciones. Faltan sólo docc años para que se cumpla el cuarto centenario de la fundación de Santa Marta. Es natural que la ciudad festeje de un modo digno esa fecha memorable y no juzgamos que sea mucha anticipación pensar cn ello desde ahora si se ha de dar cima a alguna obra permanente y de largo alicnto. Santa Marta, después de prolongado letargo, Imagen espantosa de la muerte, sc ve que ha despertado con renovados bríos quc alegran a sus hijos patriotas y amantes. Deber de hidalguía y de gratitm1 es honrar a Sll fundador, -. 324 _. tanto más cuanto ella se ufana y enorgullece de que el Adelantado fue hombre de buena fama y de corazÓn blando y generoso. Bastidas merece un monumento y creemos que el honorable Concejo podría, por conducto del señor Ministro de Colombia en España, entenderse con el Ayuntamiento de Sevilla, patria insigne del noble descubridor, para hacerse a algún retrato de él que sirva para esculpir la estatua que en la plaza que lleva su nombre, debe levantarse. No dudamos que la NaciÓn y la ciudad de Barranquilla junten sus esfuerzos a los del Departamento Y a los de esta ciudad. Bastidas descubrió las costas colombianas, Y ¿ no fue él quien, después de descubierto, le impuso nombre al padre de las aguas en cuyas orillas se levanta orgullosa yopulenta la señora del río '( ¿Se negaría la ilustre y antigua Santo Domingo a desprenderse de las cenizas del fundador de Santa Marta para que reposen en la catedral de esta ciudad? Los ingratos con Bastidas fueron sus compañeros y compatriotas; los descendientes de los conquistados, mezclada ya su sangre con la de los conquistadores, vcneran la memoria del g-entil descubridor de esta hermosa tierra. Nuestra catedral digna es de guardar los restos mortales de tan preclaro varÓn. ¿No guardó por largos años los despojos de otro varÓn más grande, más noble que el fundador: los del Lihertador de Colombia? Santa Marta, 1913. IX])IC}G I)í\v;s. Prefación I1 Por ignorar el idioma. III Rafael Celedón ... IV Tomás Emilio Pichon . V Mayo ... VI Nordeste .. VII Recuerdos. VIIl Locura mansa. IX Un baño en el río. X Pablo Bourget. . Xl Guy de Maupassant. XII Notas literarias ... XlII Correspondencia .. XIV María Bashkirtseff .. XV Bordando ..... 5 ]3 29 40 45 53 61 68 78 '87 99 114 128 136 148 • XVI XVII XVIII XIX XX XXI XXII XXIII XXIV XXV XXVI XXVII XXVIII XXIX XXX n 325 - La Virgen de Perebere. Cuento del día... , «Veinte años después». Literaturitis ... En el Congreso .. Don Juan Valera. Un libro nuevo .. Los niños .... Cambios de Partido. Discurso Discurso Manifestación y respuesta. En el 20 de julio Rafael Pamba Basticias y Santa Marta. 152 163 172 206 223 230 238 247 253 271 281 286 290 307 318