CAPÍTULO 3 La administración de Eisenhower y la dictadura de Batista Al analizar el significado que tuvo para los Estados Unidos el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 y la sustitución de Carlos Prío por Fulgencio Batista, el profesor Morris H. Morley hizo la apreciación siguiente: Aunque los formuladores de política norteamericanos y los funcionarios de la Embajada en La Habana se quejaron del ‘estrecho nacionalismo económico de Grau’ y de la ‘legislación impredecible de Prío, que afectaba a los negocios’, la ausencia de conflictos de naturaleza sistémica o estructural dictó la preferencia de Washington por un acercamiento negociador, de no enfrentamiento, en sus esfuerzos por resolver las diferencias —especialmente los recurrentes problemas que afectaban las operaciones de capitalistas norteamericanos en Cuba—. Más aún, ninguno de los dos gobiernos trató de elaborar una política exterior que chocara con los intereses norteamericanos1 . En las Naciones Unidas y en otros foros internacionales, tanto Grau como Prío continuaron siendo ‘totalmente cooperativos con Estados Unidos’, cuando su apoyo fue requerido por los formuladores de política en Washington.2 Sin embargo, los funcionarios del estado imperial le dieron una discreta 1 Salvo en el caso de la Doctrina Grau, como ya se vio en capítulos precedentes. 2 Departament of State: “La política de los Estados Unidos hacia Cuba”, 11 de enero de 1950, en FRUS, vol. II, The United Nations: The Western Hemisphere, 1950, pp. 843-846, 852. Citado en Morris H. Morley: Imperial State and Revolution. The United States and Cuba, 1952-1986, Cambridge University Press, Gran Bretaña, Cambridge, 1987, pp. 38-39. 70 bienvenida al golpe militar de Batista de marzo de 1952, pues ofrecía posibilidades para restringir al movimiento obrero organizado, aumentar el papel del capital extranjero dentro de la economía nacional, fomentar una Administración menos corrupta y más eficiente para facilitar la reproducción del capital, y obtener una cooperación creciente de Cuba en programas diseñados para mantener una región estable y segura en el Caribe.3 El investigador Oscar Pino Santos planteó la hipótesis de que el golpe de Estado de Batista fue instigado por el Grupo Rockefeller, disgustado por la actitud poco cooperativa del presidente Prío, quien había obstaculizado los negocios que esa agrupación pretendía llevar a cabo en la industria del níquel en Cuba.4 Enrique Cirules, con más lujo de detalles, también abordó el tema.5 Sin desestimar los criterios de estos dos investigadores, en mi opinión, existían dos factores de índole general que podían preocupar a los diplomáticos norteamericanos. Por un lado, la desmesurada, impúdica y obscena venalidad de los corruptos gobernantes auténticos. Por otro, el clima de crisis política sistémica que prevalecía desde hacía años, lo que se traducía en una situación “de desasosiego, oposición e inconformidad verdaderamente explosiva”.6 La perspectiva casi segura de que el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) pudiera ganar las elecciones, previstas para 1952, no tenía que ser necesariamente del agrado de los funcionarios estadounidenses. Aunque ese partido aglutinaba algunas facciones vinculadas al régimen económico neocolonial vigente, se caracterizaba, sin embargo, por incluir en sus filas a personalidades que no ocultaban su clara posición patriótica y eran conocidos adeptos a políticas de recuperación de la riqueza nacional, cuestión esta que, junto a la lucha contra la corrupción y la adopción de medidas de equidad social, se habían convertido en el centro del programa del referido Partido.7 Según Thomas G. Paterson, quien ha realizado una exhaustiva investigación en los documentos norteamericanos del período, el entonces embajador de los Estados Unidos en Cuba, Willard Beaulac, comunicó al Departamento de Estado, el mismo 10 de marzo de 1952, que el golpe 3 Morris H. Morley: Ob. cit., pp. 38-39. 4 Oscar Pino Santos: Cuba: Historia y Economía, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983, pp. 543-548. 5 Enrique Cirules: El imperio de La Habana, Casa de las Américas, La Habana, 1993, pp. 128-129. 6 Oscar Pino Santos: Ob. cit., p. 543. 7 Germán Sánchez: “El Moncada: crisis del sistema neocolonial, inicio de la revolución latinoamericana”, en Casa de las Américas, La Habana , julio-agosto de 1973, no. 79, pp. 66-70. 71 había sido una sorpresa para todos en La Habana. Él, personalmente, manifestó que tuvo conocimiento de lo ocurrido a las 6:00 a. m.8 Sin embargo, Beaulac alertó a la Cancillería estadounidense de que, como el cuartelazo se había producido solo tres días después de la firma del Acuerdo de Asistencia Mutua para la Defensa, se podía pensar que existía alguna relación entre ambos hechos.9 Quizás este fuera el motivo de la demora de los Estados Unidos en otorgar el debido reconocimiento diplomático al nuevo Gobierno, lo que no se produjo hasta el 27 de marzo.10 En el ínterin se habían producido dos entrevistas significativas. A las 7:00 a. m., del propio 10 de marzo, Batista se reunió con el coronel Fred G. Hook, Jr., jefe de la Misión de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en Cuba, pidiéndole que le dijera a su Embajador que todos los acuerdos estaban vigentes. Ello motivó que Beaulac le comentara al Embajador británico: “si esto tenía que suceder, Batista era el mejor hombre para el puesto”.11 El 22 de marzo, el embajador Willard Beaulac se entrevistó con el nuevo ministro de Estado, Miguel Ángel Campa. Durante esa entrevista, el enviado norteamericano planteó dos temas de interés para su país: 1. El posible restablecimiento de las relaciones entre Batista y el Partido Socialista Popular, algunos de cuyos miembros habían forma8 Según Hugh Thomas, Willard Beaulac le dijo en una entrevista personal algunos años después, que se había enterado de que se planeaba el golpe unos días antes gracias a un hombre de negocios norteamericano de apellido Hodges. En mi opinión, puede haberse tratado de Burke Hedges, dueño de la Textilera de Ariguanabo, y no de Hodges. Véase Hugh Thomas: Cuba: La lucha por la libertad, 1762-1970. La República Independiente, Editorial Grijalbo, México, 1974, t. 2, p. 1 024. 9 Thomas G. Paterson: Contesting Castro: The United States and the Triumph of the Cuban Revolution, Oxford University Press, Nueva York, 1994, p. 17. 10 La profesora del ISRI Nerina Romero, sin embargo, planteó que Batista podría haberse sentido preocupado porque, con motivo de las depuraciones de los partidarios en los institutos armados durante los gobiernos auténticos, los beneficios de los acuerdos militares con los Estados Unidos podrían ser explotados a favor de una nueva generación de oficiales ajenos a su control, con lo cual perdería su tradicional base de apoyo. Uno de los negociadores de estos acuerdos fue el coronel Ramón Barquín, por aquella época agregado Militar en Washington, quien, en 1956, fue detenido por conspirar contra la Dictadura y, en 1959, resultó una de las “cartas” que la Embajada norteamericana utilizó para mediatizar el triunfo revolucionario. Véase Nerina Romero: El modelo de seguridad hemisférica en la Cuba pre revolucionaria, Instituto Superior de Relaciones Internacionales, La Habana, 1997, p. 44 (inédito). 11 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 17. Paterson investigó no solo los archivos norteamericanos y cubanos, sino también los canadienses y los británicos. El examen de los informes de los Embajadores de esos países que eran aliados de los Estados Unidos, por lo general, ofrece una visión mucho más clara de las opiniones de sus homólogos estadounidenses, quienes eran menos cautos (y generalmente más cándidos) al comentar determinados asuntos a sus colegas, de lo que eran, incluso, en la redacción de los informes y las notas dirigidas al Departamento de Estado. 72 do parte del Gabinete de guerra del Gobierno constitucional de 1940 a 1944; y 2. la actitud del nuevo Gobierno cubano ante los inversionistas extranjeros. En ambas cuestiones el Jefe de la Misión Diplomática de los Estados Unidos recibió seguridades inequívocas del Jefe de la Cancillería batistiana.12 Para los Estados Unidos, la toma del poder por parte de Batista era un hecho que se conjugaba claramente con sus intereses en la región y con las tendencias más generales prevalecientes de su política exterior. Como expresé en el capítulo anterior, el Corolario Kennan de la Doctrina Monroe justificaba el apoyo a los regímenes dictatoriales, preferiblemente a los dirigidos por militares. Estos gobiernos de “mano dura” se ajustaban mejor a la cruzada anticomunista iniciada por Harry Truman y continuada por Dwight D. Eisenhower y John Foster Dulles. Se suponía que ellos estaban en mejores condiciones para enfrentar los movimientos revolucionarios que Washington percibía, según la lógica de la guerra fría, como meros instrumentos de una bien orquestada estrategia dirigida desde el Kremlin contra los intereses de los Estados Unidos.13 El régimen de Batista se adaptó con rapidez a estos requisitos políticos y estableció estrechas relaciones con la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Gracias a la asistencia de la Agencia se creó el Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC). Ese fue el objetivo de la visita que el director de la CIA Allen W. Dulles realizara a La Habana, en abril de 1955. Después, hubo intercambios de cartas al respecto entre el secretario de Estado John Foster Dulles y el propio Dictador. Ese mismo año, el Gobierno norteamericano invitó a Washington al general Martín Díaz Tamayo, quien supuestamente encabezaría el BRAC.14 A pesar de estos pasos, a mediados de 1956, los altos jefes de la CIA estaban descontentos con los resultados alcanzados. Al parecer, los fondos suministrados habían ido a engrosar los bolsillos de los personeros de la Tiranía y el BRAC había sido puesto a las órdenes del coronel Mariano Faget, y no de Díaz Tamayo, como se había prometido. Con ese motivo se envió a La Habana, en junio de ese año, al inspector General de la CIA, Lyman B. Kirkpatrick en el primero de tres viajes que hizo a Cuba en el transcurso de dos años, pues regresó en 1957 y también en 1958. En su obra The Real CIA, Kirkpatrick narró sus encuentros con el Tirano y con su ministro de Gobernación, Santiago Rey, a quien Batista orientó organizar el BRAC. Todas las demandas del alto funcionario de la 12 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 17. 13 Morris H. Morley: Ob. cit., pp. 40-46. 14 Oscar Pino Santos: Ob. cit., pp. 549-551. Enrique Cirules: Ob. cit., pp. 165-166. 73 CIA fueron aceptadas, incluyendo la designación del general Martín Díaz Tamayo, como director de ese órgano represivo, aunque este después fue trasladado. Por su parte, el alto oficial de inteligencia de los Estados Unidos comprometió todo el apoyo de la Agencia para eliminar “el peligro comunista en Cuba”.15 En enero de 1957, cuando todavía era miembro del Gabinete de Batista, Santiago Rey viajó a Washington. De esta visita se sabe muy poco, pues los investigadores norteamericanos casi no han hecho referencia a ella en sus trabajos. Kirkpatrick no la menciona y el informe de la Embajada de Cuba en los Estados Unidos solo hace referencia a las actividades públicas que se realizaron, entre ellas una cena con el coronel J. C. King, jefe de la División del Hemisferio Occidental de la Dirección de Planes de la CIA.16 El profesor Paterson se refirió a ella en el contexto del apoyo irrestricto que los Estados Unidos brindaban al batistato, recalcando que ni el nuevo embajador, Arthur S. Gardner,17 ni ningún otro alto funcionario norteamericano hacían declaraciones contra la represión desencadenada por el régimen, sino por el contrario: “brindaban con el ministro de Gobernación de Batista, Santiago Rey, cuya gira nacional en enero de 1957, con los auspicios de una donación del programa para líderes extranjeros del Departamento de Estado, recibió una amplia cobertura no censurada en la prensa cubana (...) Rey también prometió mejorar la coordinación entre el BRAC y las agencias de los Estados Unidos en la cruzada anticomunista”.18 En abril del propio año 1957, unas semanas después del Asalto al Palacio Presidencial por miembros del Directorio Estudiantil, lidereado por José Antonio Echevarría, Kirkpatrick regresó a La Habana para inspeccionar las actividades del BRAC. De su recuento sobre esta visita quedaba claro que a los oficiales de la CIA no les era ajeno el uso de la tortura por parte de este y de otros aparatos represivos de la Dictadura: “existían evidencias de que el BRAC se entusiasmaba mucho en sus interrogatorios. 15 Lyamn B. Kirkpatrick: The Real CIA, The Macmillan Company, Nueva York, 1968, pp. 162-164. 16 MINREX: Informe de la Embajada de Cuba en Washington, del 23 de enero de 1957, en Archivo Central, Legajo No. 66, Estados Unidos 114, 1943-1958. 17 Arthur S. Gardner era un hombre de negocios vinculado al Partido Republicano e importante contribuyente a la campaña presidencial de Eisenhower. Fue designado Embajador en Cuba para sustituir a Willard Beaulac, un diplomático de carrera, en 1953. La designación de los llamados “embajadores políticos” en Cuba por parte de la administración de Eisenhower, demuestra que para ella no era nada anormal ni importante el hecho de que el país estuviera dominado por una Dictadura militar inconstitucional. El puesto en La Habana era considerado por algunos funcionario como un “premio”. 18 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 74. 74 Pensamos que se podía hacer mucho más en el reclutamiento de investigadores y personal de vigilancia, y que había una necesidad desesperada de consolidar los archivos de todas las agencias investigativas, de las cuales habían bastantes”.19 En esa ocasión, Kirkpatrick volvió a entrevistarse con Batista, de ello quedó constancia gráfica, aunque el norteamericano alegó que las fotografías se tomaron contra su voluntad. Vale la pena señalar que el alto oficial de la CIA reconoció en su libro haber hablado con el Dictador sobre la situación política y militar, pero no reveló casi nada de aquella conversación.20 A tono con las exigencias de Washington, la dictadura de Batista adoptó posiciones internacionales de un marcado carácter anticomunista. Poco después de su acceso al poder, el Director rompió las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Por su parte, la delegación cubana a la Décima Conferencia Interamericana de Caracas, en 1954, estuvo entre las que apoyó de manera incondicional las maniobras de John Foster Dulles contra Guatemala. Otro ejemplo importante de esta política anticomunista fue el apoyo del embajador Emilio Núñez Portuondo a las posiciones de los Estados Unidos en la ONU, en relación a la entrada de tropas soviéticas en Hungría. Así se lo recordó el propio Secretario de Estado al recién designado embajador de los Estados Unidos en Cuba, Earl E.T. Smith, poco antes de la partida de este hacia La Habana, en junio de 1957.21 Otro elemento a tener en cuenta es, sin duda, la estrecha vinculación de Batista con los sectores de la oligarquía financiera norteamericana presentes en Cuba. Ya antes de que el Departamento de Estado reconociera de manera oficial al gobierno de Batista, un grupo de altos funcionarios de la United States Steel Co. (consorcio acerero propiedad original del Grupo Carnegie) visitó al ministro de Información, Ernesto de la Fe, para asegurarle el apoyo del capital financiero estadounidense.22 En este sentido, vale la pena resaltar la visita que hizo a Washington, en octubre de 1953, el principal colaborador económico del Dictador, el ingeniero Amadeo López Castro. Este último logró entrevistarse con Harold Stassen, director de la Agencia de Ayuda Mutua e íntimo colaborador del presidente Dwight D. Eisenhower, a quien solicitó el apoyo pecuniario del Gobierno de los Estados Unidos. Esta entrevista la promovió Robert L. Kleberg, dueño del King Ranch, compañía que poseía extensas propiedades ganaderas en Camagüey y estaba vinculada al Grupo Rockefeller. En 1958, Robert L. Kleberg instó al Departamento de Es19 Lyman B. Kirkpatrick: Ob. cit., p. 165. 20 Ibídem, pp. 165-166. 21 Earl E.T. Smith: The Fourth Floor: An Account of the Castro Communist Revolution, Random House, Nueva York, 1962, p. 8. 22 Hugh Thomas: Ob. cit., p. 1 024. 75 tado a intervenir directamente en Cuba para apoyar a Fulgencio Batista y después, en 1959 y 1960, se convertió en uno de los principales promotores de la política de bloqueo contra Cuba.23 Morris H. Morley, además de revisar los archivos correspondientes, entrevistó a funcionarios y hombres de negocios relacionados con Cuba, en la década de los cincuentas. En Imperial State and Revolution: The United States and Cuba, 1952-1986, Morley citó a un alto ejecutivo de la Bethlehem Steel Co., quien le comentó: “El problema con los gobiernos de Prío y Grau eran las huelgas obreras. Yo encontré la situación con Batista mucho más estable”.24 Partiendo de las informaciones recogidas, el académico australiano sintetizó de la forma siguiente la actitud del Tirano ante los intereses de los Estados Unidos en materia económica: “El gobierno de Batista otorgó a las inversiones extranjeras un papel central en el desarrollo de Cuba, favoreció la posición de Cuba como uno de los principales mercados regionales para los productos manufacturados de los Estados Unidos, y continuó ofreciendo a la economía norteamericana ‘acceso total a los materiales cubanos esenciales a la seguridad nacional’.”25 Uno de los negocios norteamericanos más lucrativos estimulados por la dictadura de Batista, después de 1952, fue el de los casinos de juego. En una serie de reportajes publicados en el New York Daily News, a partir del 8 de enero de 1958, titulados “Mobster Money - Cuban Boom” (“Dinero pandillero - bonanza cubana”) se informaba del proyecto conjunto entre la mafia de los Estados Unidos y los personeros de la Tiranía, encargados de transformar el malecón habanero en la mayor y más lujosa cadena de casinos de juego del mundo, desplazando incluso a Las Vegas. Según esos artículos, el propio Meyer Lansky, jefe de la mafia en el Sur de los Estados Unidos, se entrevistó con el presidente Batista y entre ambos acordaron los detalles, que incluían el otorgamiento de licencias gratuitas para abrir casinos a todo aquel inversionista que construyera un hotel de más de 1 000 000 de dólares, dinero que se vería respaldado por 1 000 000 de dólares financiado por colaboradores del Gobierno. La licencia para establecer un casino de juego era de 25 000 dólares y se debía pagar al fisco solo 2 000 dólares mensuales para operarlos. Se eximía de pagar 23 MINREX: Informe de la Embajada de Cuba en Washington, del 15 de octubre de 1953, en Archivo Central, Legajo No. 66, Estados Unidos 114, 1943-1958. 24 Morris H. Morley: Ob. cit., p. 48. Según Morley, el entrevistado, del cual no se cita nombre, fue Administrador de la sucursal de la Bethlehem Steel Co. en Cuba, entre 1946 y 1955. 25 Ibídem, p. 47. Entrevista personal con un funcionario, del cual no se cita nombre, del Departamento de Estado, Washington, D.C., 2 de junio de 1975. Según Morley, el declarante ocupó un alto cargo relacionado con Cuba en la segunda mitad de la década de 1950. 76 impuestos a los hoteles con casinos, y a los casinos, por diez años. Se les permitía la importación libre de impuestos de los productos que se vendían en esos establecimientos. Los croupiers y demás “especialistas” necesarios recibirían permisos especiales de trabajo por dos años, en lugar de seis meses, que era lo establecido en la ley.26 En octubre de 1953, el presidente Eisenhower nombró embajador de los Estados Unidos en Cuba a Arthur S. Gardner, un industrial cercano al Partido Republicano que vio premiado su apoyo al GOP con ese puesto.27 A su llegada a La Habana, el diplomático norteamericano “informó a los funcionarios de la Embajada que sus instrucciones, emitidas por la Casa Blanca, eran básicamente dos: apoyar al Gobierno existente y promover la expansión de los intereses económicos norteamericanos”.28 Esa política se mantuvo hasta marzo de 1958. En ese lapso, ni lo que sucedía en la propia Isla ni los antagonismos burocráticos produjeron una reevaluación de las relaciones entre los dos gobiernos. “Los que proponían un cambio en la política de los Estados Unidos hablaban esencialmente de ajustes marginales o simbólicos en las relaciones existentes. Esto significaba, remendar la apariencia de los lazos con la Dictadura”.29 El inspector General de la CIA Lyman B. Kirkpatrick lo reconoció de la forma siguiente, durante su primer viaje a Cuba, en 1956: “La política de los Estados Unidos en aquel momento era la de brindar apoyo total al gobierno de Batista, incluyendo asistencia militar”.30 El embajador Arthur S. Gardner manifestó especial celo en el cumplimiento de sus tareas. Todos los observadores coincidían cuando señalaban que las relaciones de Gardner con el Tirano eran excelentes, incluso jugaba canasta con él dos o tres veces a la semana.31 En una nota que el enviado diplomático remitió al secretario de Estado Adjunto para Asuntos de las Repúblicas Americanas Henry F. Holland, el 21 de abril de 1955, no pudo ocultar su admiración por el Dictador: “No cabe dudas, este país ha tenido un renacimiento, un genuino resurgir” y ello se debía al liderazgo 26 MINREX: Recortes de la prensa, en Archivo Central, Legajo No. 66, Estados Unidos 114, 1943-1958. Estos recortes fueron remitidos al Ministerio de Estado por el Consulado General en Nueva York. 27 Thomas G. Paterson: Ob. cit, p. 74. 28 Morris H. Morley: Ob. cit., pp. 56-57. Morley basó esta afirmación en el testimonio de un funcionario, del cual no se cita nombre, del Departamento de Estado que ocupó un alto cargo en la Sección Política de la Embajada, entre 1956 y 1960, y al cual entrevistó en Washington, D.C., el 19 de mayo de 1976. 29 Ibídem, p. 57. 30 Lyman B. Kirkpatrick: Ob. cit., pp. 157-158. 31 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 81. 77 de Fulgencio Batista, “un verdadero administrador”.32 Aún después de derrocado el Tirano, Gardner no había cambiado su opinión. En una declaración ante un comité investigador del Senado, en 1960, declaró: “No creo que hayamos tenido nunca un amigo mejor que él (...) Era lamentable que se supiera que, como todos los sudamericanos, sacaba tajada (...) de casi todas las cosas que se hacían, aunque de esto yo no tenía una seguridad absoluta. Pero(...) estaba haciendo un trabajo asombroso.”33 La estrecha relación entre ambos gobiernos se puso de manifiesto con el viaje que realizó a La Habana el vicepresidente Richard Nixon, en febrero de 1955, poco después de las elecciones espurias de 1954 y unos días antes de la toma de posesión de Batista, que el régimen organizó con toda fanfarria. El Ministerio de Estado cubano y el Encargado de Negocios en Washington hicieron ingentes esfuerzos ante las autoridades norteamericanas para que reajustaran las fechas de la visita, con el fin de que coincidiera con el 24 de febrero, fecha de la “inauguración” del Tirano.34 Sobre la importancia de aquella visita, Philip W. Bonsal35 expresó: En tanto, Batista había tomado posesión como Presidente con gran ceremonial. Más de cincuenta delegaciones extranjeras, incluyendo una de los Estados Unidos, habían asistido a finales de febrero de 1955 a la pomposa función que debía conferir legitimidad al régimen. Unas tres semanas antes Batista fue complacido con la visita del vicepresidente Nixon. Esta era la primera escala de una gira por Sudamérica que incluía México, el Caribe y las repúblicas centroamericanas, y terminaba con una visita a Trujillo, el “benefactor” de República Dominicana. Durante su estancia en La Habana, el señor Nixon reforzó la impresión de que los Estados Unidos estaban muy satisfechos, como siempre, con Batista, impresión que este apreciaba. Yo era miembro de la delegación del Vicepresidente en La Habana y fui testigo de la atmósfera de íntima cordialidad generada por el embajador Arthur Gardner en sus relaciones con el Presidente electo.36 32 Ibídem, p. 26. Paterson tomó la cita de una comunicación de Arthur S. Gardner que encontró en la Caja 2, Legajo 57 D 295, Fondos del Departamento de Estado, Archivo Nacional de los Estados Unidos. 33 Palabras de Henrry F. Holland citadas por Hugh Thomas: Ob. cit., p. 1 217. 34 Véase MINREX: Inauguración del presidente Batista, en Archivo Central, Legajo No. 66, Estados Unidos 114, 1943-1958. 35 Philip W. Bonsal fue el último embajador de los Estados Unidos en Cuba antes del rompimiento de las relaciones diplomáticas, el 3 de enero de 1961. Diplomático de carrera, ocupó distintos cargos en el Departamento de Estado y en el Servicio Exterior. En el momento del viaje de Richard Nixon a La Habana era Secretario de Estado Adjunto para Asuntos de las Repúblicas Americanas y como tal, formó parte de la comitiva Vicepresidencial. 36 Philip W. Bonsal: Cuba, Castro and the United States, University of Pittsburgh Press, Pittsburgh, Pennsylvania, 1971, p. 13. 78 Richard Nixon regresó a Washington con una impresión favorable sobre el Dictador. Según consta en el Diario de James Hagerty, secretario de Prensa del presidente Eisenhower, a su retorno de la gira por América Latina, en 1955, el Vicepresidente dijo al Primer Mandatario y a su Gabinete que el “brillante” Batista era “fuerte y vigoroso”, y estaba “deseoso” de hacer un buen trabajo, más por Cuba, que por él mismo”.37 Las simpatías que la dictadura de Batista despertaba, no solo en los círculos de negocios, sino también entre los militares y los funcionarios norteamericanos, fueron la causa directa de la indiferencia y la hostilidad de esos sectores hacia el surgimiento y desarrollo del movimiento revolucionario. A pesar de las atrocidades cometidas contra los combatientes revolucionarios, después del fallido Asalto al Cuartel Moncada, los funcionarios de la Embajada de los Estados Unidos no hicieron comentario condenatorio alguno. Según el profesor Thomas G. Paterson, quien citó un cable de la Embajada al Departamento de Estado que obra en los Fondos de este último organismo, en el Archivo Nacional de esa nación,38 la única reacción sobrevino durante el juicio, en octubre de 1953, cuando calificaron al líder del movimiento, Fidel Castro, con palabras injuriosas. “Parecían satisfechos de que el Gobierno cubano sentenciara a prisión, en Isla de Pinos, a Fidel Castro y a sus compañeros de conspiración”.39 A partir de 1955, después que los revolucionarios fueran amnistiados y Fidel Castro viajó a los Estados Unidos, el Buró Federal de Investigaciones (FBI), la CIA y otras agencias de los Estados Unidos buscaron muestras de “contaminación comunista” durante todos los años de la insurrección.40 Esta búsqueda se hizo más intensa en 1957, como lo reconoció Wayne Smith,41 entonces analista del Buró de Investigaciones e Inteligencia del Departamento de Estado. 37 Diario de James Hagerty, en Papeles de James Hagerty, en Biblioteca de Dwight D. Eisenhower, Abilene, Kansas. Citado en Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 26. 38 Embajada en La Habana al Departamento de Estado, Telegrama 525, 13 de octubre de 1953, Legajo 3371, 737.00/10-1353, Fondos del Departamento de Estado, Archivo Nacional de los Estados Unidos. Citado en Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 18. 39 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 18. 40 Ibídem, p. 16. 41 Wayne Smith era funcionario diplomático norteamericano de carrera. Ingresó al Departamento de Estado en 1956. Fue designado Segundo Secretario de la Embajada de Estados Unidos en Cuba, en 1957. Con posterioridad, a finales de la década de los setentas y principios de los ochentas, ocupó los cargos de Jefe del Buró Cuba del Departamento de Estado y de Jefe de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana. Renunció a este último cargo y al Departamento de Estado en protesta contra el establecimiento de la mal llamada “Radio Martí”. En la actualidad, se opone al bloqueo y a la política de su país hacia Cuba, y se dedica a promover intercambios académicos y de otra índole desde su cargo de Profesor y Director del Programa de Intercambios con Cuba de la Universidad de Johns Hopkins, Baltimore, Maryland. 79 Se nos instó a no dejar de examinar ninguna evidencia en el esfuerzo por determinar la posible predisposición marxista leninista de Castro o la ausencia de ella. Debíamos analizar todos los informes de inteligencia que teníamos sobre Castro, estudiar sus declaraciones, hurgar en sus antecedentes. Teníamos poca información concreta, pero después de un esfuerzo exhaustivo en el cual tuve una parte demasiado pequeña, la comunidad de inteligencia produjo un informe final que ha sido reivindicado por el tiempo. No encontramos evidencia creíble que indicara que Castro tenía lazos con el Partido Comunista o, incluso, que sintiera mucha simpatía por ese partido.42 Es probable que esta intensa búsqueda de información sobre la orientación política e ideológica de Fidel Castro y del Movimiento 26 de Julio, y sobre sus posibles vínculos con el Partido Comunista explique la activación de los intentos de contactos que los oficiales de la CIA tuvieron con miembros del Movimiento en La Habana y Santiago de Cuba, entre julio de 1957 y mediados de 1958, a los cuales hizo referencia el periodista Tad Szulc, y que, según él, incluyeron los sostenidos con el oficial de la CIA en el Consulado en la capital oriental, Robert D. Wiecha. Szulc fue corresponsal de The New York Times en La Habana, en 1959, y escribió la más amplia y objetiva biografía de Fidel Castro publicada fuera de Cuba. En ella alegó que esos acercamientos se llevaron a cabo en Santiago de Cuba, a través de integrantes de células que estaban a las órdenes de Frank País, y en La Habana, a través de personas cercanas a Armando Hart.43 Según Tad Szulc, en el primero de los casos, se llegó a proponer una reunión entre el oficial de la CIA Robert D. Wiecha y la dirección del Ejército Rebelde, que no se pudo concretar. En el segundo, fueron solo intercambios a través de terceras personas. En todos los casos, los interlocutores estadounidenses se identificaron como “diplomáticos” y no como “oficiales de inteligencia”. Szulc afirmó que el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde, Fidel Castro, fue informado de estos pasos y no los objetó. Al propio tiempo, reconoció que, aunque él personalmente conoció esa información, en 1959, no existen documentos oficiales norteamericanos que la corroboren. Sin embargo, en su libro Fidel: A Critical 42 Wayne Smith: The Closest of Enemies: A Personal and Diplomatic Account of United States-Cuban Relations since 1957, W.W. Norton & Company, Nueva York, 1987, p. 15. 43 Tad Szulc: Fidel: A Critical Portrait, William Morrow and Company, Inc., Nueva York, 1986, pp. 427-430. El periodista afirmó haber constatado estas informaciones en los documentos cubanos a los cuales tuvo acceso oficial en La Habana, durante la visita que realizó para recopilar la información que con posterioridad utilizó en la biografía del líder cubano Fidel Castro. 80 Portrait, sí aparecen citas de documentos cubanos a los cuales dijo haber tenido acceso.44 No debe sorprender esta actividad pues, en su libro, Kirkpatrick admitió que tuvo que convencer al embajador Arthur S. Gardner, durante su visita en 1956 sobre la necesidad de que los oficiales de la CIA tuvieran contactos con elementos revolucionarios para realizar labores propias de inteligencia, a lo que el diplomático accedió a regañadientes.45 El general de División Fabián Escalante, quien ha ocupado altos cargos en los servicios de contrainteligencia cubana durante muchos años de Revolución, afirmó en su excelente libro sobre las actividades de la CIA en Cuba, que esta situó agentes suyos en el Movimiento 26 de Julio y en otras organizaciones opositoras, porque según Allen W. Dulles: “se debía apoyar a los regímenes autoritarios y contar con elementos dentro de las filas de la oposición (...) por si fuera necesario”.46 Esta concepción se puso en práctica, en el caso de Cuba, por medio de la ubicación de los agentes de la CIA William Morgan y John Maples Spiritto en el Segundo Frente Nacional del Escambray dirigido por Eloy Gutiérrez Menoyo, a finales de 1957.47 La CIA tuvo menos éxito con el Movimiento 26 de Julio en la Sierra Maestra. No fue sino hasta agosto de 1958, cuando logró que el piloto que trasladaba el armamento desde México, Pedro Luis Díaz Lanz,48 se hiciera acompañar en uno de sus viajes por el agente Frank Angelo Fiorini, o Frank Sturgis, como más se le conocía. Este individuo fue una de las 44 Tad Szulc afirmó también que, entre finales de 1957 y mediados de 1958, Robert D. Wiecha entregó “no menos de 50 000 dólares a media docena o más miembros clave del Movimiento 26 de Julio en Santiago de Cuba”. El periodista aseguró haber conocido estos hechos en la época y haberlos confirmado luego con altos funcionarios del Departamento de Estado y la CIA. Sin embargo, esta ayuda monetaria fue negada por Lyman B. Kirkpatrick y por el propio Robert D. Wiecha, quien así se lo dijo a la periodista Georgie Anne Geyer, autora de una execrable biografía del Comandante Fidel Castro. Tad Szulc: Ob. cit., pp. 670 y 671. Lyman B. Kirkpatrick: Op. cit., p. 173. Georgie Anne Geyer: Guerrilla Prince: The Untold Story of Fidel Castro, Andrews & McMeel, Kansas City, Missouri, 1993, p. 189. 45 Lyman B. Kirkpatrick: Ob. cit., pp. 157-159. 46 Fabián Escalante: Cuba: la guerra secreta de la CIA. Agresiones de los Estados Unidos contra Cuba, 1959-1962, Editorial Capitán San Luis, La Habana, 1993, p. 17. 47 Ibídem, pp. 20-22. 48 Pedro Luis Díaz Lanz fue jefe del Fuerza Aérea hasta junio de 1959, fecha en que se produjo su traición. Desertó a los Estados Unidos, donde compareció ante el Subcomité de Seguridad Interna del Senado norteamericano. Allí manifestó que en el Gobierno Revolucionario cubano se habían infiltrado elementos comunistas. Existen evidencias que demuestran que este sujeto había sido reclutado por la CIA. Fabián Escalante: Ob. cit., pp. 17-19. 81 fuentes utilizadas por el oficial de la CIA en el Consulado en Santiago de Cuba, Robert D. Wiecha. Frank Angelo Fiorini tenía la misión de averiguar si existía o no influencia comunista en las tropas rebeldes que luchaban en la Sierra Maestra.49 La colaboración de las agencias del Gobierno de los Estados Unidos con la dictadura batistiana no se limitaba a la ya señalada entre la CIA y el BRAC. Las misiones militares norteamericanas, que se encontraban instaladas en la alta jefatura de las Fuerzas Armadas en el Campamento de Columbia y en el Estado Mayor, mantenían una estrecha cooperación con los mandos del Ejército de la Tiranía en su represión al movimiento revolucionario. Como ha señalado el profesor Thomas G. Paterson, las autoridades estadounidenses, no desconocían el uso que las fuerzas de Batista daban a la ayuda recibida según lo establecido en el Acuerdo de Asistencia Mutua para la Defensa. Todo el mundo parecía reconocer que la argumentación de que la ayuda militar iba a Cuba para la ‘defensa hemisférica’ era falsa. Como dijo en una reunión del Consejo de Relaciones Exteriores50 un antiguo funcionario del Departamento de Estado, la ayuda militar servía más para propósitos políticos, que para propósitos militares. Tal asistencia, incluyendo las misiones militares, ayudaba a excluir el comercio europeo de armas, a orientar a los militares cubanos hacia los Estados Unidos, y a promover la estabilidad política interna.51 Resumiendo, fortalecer a Batista y a sus Fuerzas Armadas significaba perpetuar la preponderancia del poder de Estados Unidos en Cuba. Cualquiera que fuera la letra de la ley entonces, el caso en favor del apoyo a las Fuerzas Armadas batistianas era apremiante: una Cuba estable y ordenada, que reprimiera a insurrectos y comunistas, serviría mejor los fines hegemónicos de los Estados Unidos y a la victoria en la guerra fría.52 El incremento de la colaboración militar entre Cuba y los Estados Unidos fue también un interés principal no solo del régimen de Batista, sino de todo el aparato militar cubano, como lo ha demostrado la profesora del Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) Nerina Romero, 49 Ibídem. 50 Se refiere al Council on Foreign Relations, el más prestigioso “tanque pensante” sobre política internacional de los Estados Unidos. 51 Henry F. Holland: “El papel de los militares en América Latina”, 4ta. Reunión, 24 de febrero de 1958, Informe del Grupo de Estudio, vol. LXX, Informes de Grupos, Archivos del Consejo de Relaciones Exteriores. Citado en Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 60. 52 Ibídem. 82 en su investigación titulada El modelo de seguridad hemisférica en la Cuba pre revolucionaria. Esa fue la razón por la cual la jefatura del Ejército se interesó por modificar, en 1954, el Acuerdo de Asistencia Mutua para la Defensa. Según el texto original, firmado en 1952: “el papel de Cuba en la defensa continental se limitaba a la protección de sus costas y al control compartido de los pasos de comunicaciones que por su ubicación geográfica le corresponden”.53 A mediados de 1954, el Ejército y la Fuerza Aérea batistianos habían llegado a la conclusión de que era necesario ampliar su colaboración con sus homólogos norteamericanos para beneficiarse así de la ayuda prevista dentro del Military Assistance Program (MAP), o sea, Programa de Asistencia Militar. Un dato significativo revelado por Nerina Romero en su investigación es que, según reza en una instrucción que el general Eulogio Cantillo, ayudante del Jefe del Estado Mayor General, envió al coronel Ramón Barquín, agregado Militar, Naval y Aéreo de la Embajada de Cuba en Washington, el 8 de junio de 1954, copia de la cual también se remitió a la Embajada de los Estados Unidos en La Habana, se pedía la revisión del Acuerdo para incluir en él la formación, con el apoyo de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, de un batallón de infantería aerotransportada y otro de artillería antiaérea para el Ejército, y de un escuadrón de persecución y bombardeo para la Fuerza Aérea. Esa instrucción argumentaba lo siguiente: “La justificación principal para el batallón de infantería aerotransportada (...) es disponer de una fuerza de combate de alta movilidad, capaz de mantener la seguridad interna”. 54 La sustitución de Arthur S. Gardner como embajador norteamericano, en 1957, ha sido presentada por algunos autores, entre ellos su propio sucesor, Eral E. T. Smith, como resultado de una reevaluación de la política norteamericana hacia Cuba, con el objetivo de marcar distancias entre los Estados Unidos y el Tirano.55 Nada más lejos de la verdad. Tanto el profesor Thomas G. Paterson como Hugh Thomas han demostrado que el cambio de embajadores era una consecuencia lógica de las elecciones presidenciales de 1956, ganadas de nuevo por Eisenhower. Existía, y aún se mantiene, la costumbre de que, en caso de ser reelegido un Primer Mandatario para un segundo mandato, todos los llamados “embajadores políticos” presenten su renuncia para darle libertad al Presidente de nombrar nuevos jefes de misiones diplomáticas entre los mayores contribuyentes a su campaña electoral. Ese fue el caso de Gardner, cuya presencia en La Habana era justamente el resultado de un nombramiento político. A esto puede haber 53 Nerina Romero: Ob. cit., p. 37. 54 Citado en Ibídem. El subrayado es de Nerina Romero. 55 Philip W. Bonsal: Ob. cit., p. 16. 83 contribuido, además, el hecho de que el Embajador no era bien visto en el Departamento de Estado ni en la propia CIA por sus dislates diplomáticos y sus procedimientos. Sus desatinos eran embarazosos para el Gobierno norteamericano y se ha llegado ha afirmar que hasta el mismo Batista consideraba que las alabanzas públicas de Gardner no lo ayudaban. La gota que llenó el vaso pudo haber sido que Gardner le planteara directamente al Presidente que debía quedarse en Cuba, aún cuando ya había presentado la carta de renuncia. En esa ocasión Gardner pasó por encima de las instrucciones del Departamento de Estado y del todopoderoso John Foster Dulles.56 Pero Hugh Thomas planteó una cuestión importante: En primavera surgió la cuestión de la sustitución de Gardner, no porque el secretario de Estado, John Foster Dulles, no estuviera satisfecho con sus servicios, sino porque, habiendo empezado un nuevo período presidencial, tenía que suscitarse este asunto. Se pensó en que fuera a La Habana una de las estrellas intelectuales del servicio diplomático norteamericano, el admirable Charles E. Bohlen, entonces embajador en Moscú. Habría sido una elección muy sensata. Sin embargo, Bohlen fue a Manila. En cambio, el nombramiento fue a parar a Earl E. T. Smith, un agente de bolsa, de la promoción de 1926 de Yale, coronel de la fuerza área en la última guerra mundial y miembro de la Junta de Producción de Guerra, de cincuenta y cuatro años de edad, sin experiencia política de ningún tipo.57 A pesar de que Hugh Thomas documentó muy bien toda su obra, en este caso específico, no menciona de dónde sacó la información sobre la candidatura de Bohlen como embajador en Cuba. Por su parte, Thomas G. Paterson, quien también se refirió a la propuesta del diplomático, la atribuyó a la biografía escrita por Michael T. Ruddy: The Cautious Diplomat: Charles E. Bohlen and the Soviet Union.58 En las memorias Bohlen no hizo mención alguna a esta posibilidad, a pesar de que le dedicó tres páginas a su intempestiva salida de Moscú y a sus intercambios ásperos con John Foster Dulles sobre ese asunto, pues era evidente que se trataba de una democión, a pesar de su reconocido prestigio como especialista en asuntos soviéticos.59 56 Thomas G. Paterson: Ob. cit., pp. 88-89. Lyman B. Kirkpatrick: Ob. cit., p. 162. 57 Hugh Thomas: Ob. cit., p. 1218. 58 Michael T. Ruddy: The Cautious Diplomat: Charles E. Bohlen and the Soviet Union, 1929-1969, Kent State University Press, Kent, Ohio, 1986. Citado en Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 90. 59 Charles E. Bohlen: Witness to History 1929-1969, W.W. Norton & Company, Inc., Nueva York, 1973, pp. 465-468. 84 Lo importante en los planteamientos de ambos autores es que si hubiera existido voluntad de cambio en la política hacia Cuba, se hubiera designado a La Habana a un diplomático de carrera con instrucciones específicas de modificar la postura de la Embajada, como lo hubiera sido en el caso de Bohlen o como efectivamente se hizo cuando se nombró a Philip W. Bonsal, en 1959. El hecho de que el candidato seleccionado fuera Eart E. T. Smith, un hombre similar a Arthur Gardner por sus características y talante, demuestra que no había decisión alguna de modificar la política de apoyo a Batista. Ello indica, además, que en la alta jerarquía del Gobierno norteamericano la situación política en Cuba, a principios de 1957, no era percibida como inquietante, a pesar de que ya para esa fecha Herbert Matthews, con su entrevista a Fidel Castroen la Sierra Maestra, el 17 de febrero de 1957, había llevado el tema a las primeras páginas de un diario tan prestigioso como The New York Times.60 “Sin embargo, no se dieron pasos extraordinarios para seleccionar como Embajador a un diplomático con conocidas habilidades mediadoras o a un especialista en América Latina que hablara español. El nuevo Embajador recibió el puesto, porque había logrado realce como republicano adinerado”.61 Durante las audiencias de confirmación en el senado, que estuvieron presididas por el senador demócrata J. William Fullbright, Smith demostró total incomprensión y sorprendente trivialidad sobre lo que estaba pasando en Cuba. Al respecto, Thomas G. Paterson expresó: Ciertamente la actuación de Smith no satisfizo a los senadores, pero la de Smith era una designación política y Cuba era un estado cliente de los Estados Unidos que todavía parecía manejable. Los miembros del Comité no expresaron sensación alguna de urgencia, y el senador John F. Kennedy, uno de los amigos de Smith, habló a favor de él que ese había sido un nombramiento excelente. Más tarde, ese mismo año, Kennedy se convirtió en uno de los huéspedes de honor de Smith en la fiesta de Navidad de la Embajada.”62 En sus memorias, Earl E. T. Smith pretendió hacer ver que cuando fue designado Embajador ya existían en el Departamento de Estado funcionarios subalternos que, manteniendo desinformados a sus supe60 Sobre esa famosa entrevista puede consultarse Herbert Matthews: Castro: A Political Biography, Penguin Books, Middlesex, Inglaterra, 1970, p. 105. Además, con el título “Famoso corresponsal americano entrevista a Fidel Castro” apareció publicado en la revista Bohemia, La Habana, 3 de marzo de 1957, pp. 2-4, una versión de la entrevista publicada en The New York Times. 61 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 92. 62 Ibídem, p. 91. 85 riores, conspiraban para lograr el derrocamiento de Batista y el ascenso de la Revolución al poder.63 Thomas G. Paterson, sin embargo, refutó esa hipótesis: Posteriormente, durante el debate sobre ‘¿quién perdió a Cuba?’, que era tan evocador de la controversia sobre ‘¿quién perdió a China?’, a principios de la década, el propio Smith alegó que, a mediados de 1957, conspiradores del Departamento de Estado mantuvieron desinformados al presidente Eisenhower y al secretario de Estado Dulles, ocultando informes oficiales sobre la infiltración comunista en el Movimiento 26 de Julio. Los archivos documentales en la época de la salida de Gardner y la llegada de Smith no contienen informes de ese tipo. Los archivos tampoco revelan un complot para derrocar a Batista con el objetivo de instalar a Castro. Los funcionarios del Departamento de Estado especulaban acerca de si Batista podía subsistir hasta 1959 e informaron acerca de la violencia que se estaba produciendo en el país, pero, a mediados de 1957, no estaban abandonando al Dictador. Siempre estuvieron en la búsqueda de una tercera fuerza popular y moderada que pudiera restablecer el orden. Pero aún no había surgido ninguna y los funcionarios del Departamento no querían que el joven rebelde de las montañas, Fidel Castro, fuera el próximo presidente de Cuba.64 En sus memorias, Smith no mencionó haber recibido instrucciones nuevas ni distintas a las de Gardner. Al contrario, opinaba que, tanto el Presidente, como el Secretario de Estado, le dieron la impresión de considerar al gobierno de Batista como un gobierno amigo con el que se debía mantener relaciones excelentes. John Foster Dulles, específicamente, se refirió al apoyo que Cuba había dado a los Estados Unidos en el tema de Hungría y al buen comportamiento que en ese sentido había tenido el embajador de la Tiranía en la ONU, Emilio Núñez Portuondo. Su única insinuación fue: “quedé impresionado por la diferencia de la actitud del Secretario de Estado hacia el Gobierno de Cuba comparada con las impresiones que había adquirido durante mi extenso período de preparación en los niveles inferiores, muchas veces designados como el ‘Cuarto Piso’.”65 Para Paterson, las indicaciones que recibió el flamante Embajador, en junio de 1957, “se referían al estilo diplomático y no a la esencia de la política”, pues “a Smith se le orientó ‘alterar la noción prevaleciente en Cuba de que el Embajador norteame63 Earl E.T. Smith: Ob. cit., p. 7. 64 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 91. 65 Earl E. T. Smith: Ob. cit., p. 7. 86 ricano estaba interviniendo en favor del Gobierno cubano para perpetuar la dictadura de Batista’.”66 A su llegada a La Habana, en la primera conferencia de prensa, el embajador Earl E. T. Smith no hizo más que confirmar que no había cambio alguno. Después de una obligada e hipócrita referencia a que “la política básica de los Estados Unidos hacia Cuba es la no intervención en los asuntos internos de Cuba”, el flamante diplomático, prácticamente sin perder el aliento, afirmó: “los Estados Unidos están complacidos con los pasos decisivos dados por el Gobierno de Cuba para ilegalizar el Partido Comunista, romper relaciones con Rusia y establecer el Buró de Represión de las Actividades Comunistas (BRAC)”.67 De la entrevista que Smith sostuvo con el Tirano cuando fue a presentarle sus cartas credenciales —para la cual pidió que se le permitiera a su esposa observar la ceremonia desde el balcón sobre el Salón de los Espejos del entonces Palacio Presidencial, a lo que Batista de manera sumisa accedió, aunque no estaba previsto en el ceremonial—, el Embajador guardaba un recuerdo que describió en sus memorias: “Me impresionó ver a un hombre duro, con una fuerza similar a la de un toro, y que transmitía una personalidad agradablemente robusta. He aquí un ejemplo extraordinario de un hombre viril (...) que se había proyectado de un simple Sargento a la Presidencia de su país”.68 En el mismo mes de julio, poco tiempo después de su arribo, se produjo el conocido incidente alrededor de la visita que el Embajador realizó a Santiago de Cuba. Acababan de producirse los viles asesinatos de los jóvenes revolucionarios miembros del Movimiento 26 de Julio Frank País y Raúl Pujol, y la situación en esa ciudad era sumamente tensa. Era lógico suponer que el pueblo santiaguero, que ya había demostrado su combatividad, aprovecharía la visita del enviado de Washington para demostrar su repudio a la Dictadura. Los sicarios del Tirano reprimieron con crueldad a las mujeres que acudieron a una manifestación popular en el parque Céspedes. Smith no tuvo otra alternativa que condenar la brutalidad del aparato represivo policial. Sin duda, después de los largos años de silencio cómplice y cordial intimidad de Gardner, no era conveniente que entre las primeras manifestaciones públicas del nuevo representante norteamericano se escucharan sus palabras críticas hacia las autoridades cubanas. Ello podría crear la impresión de que, en efecto, el cambio de embajadores conllevaba un cambio de política. Recuérdese que solo unos meses antes, 66 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 92, quien se basó en una cita tomada de Stephen G. Rabe: Eisenhower and Latin America: The Foreign Policy of Anticommunism, University of North Carolina Press, Carolina del Norte, 1988. 67 Eart E.T. Smith: Ob. cit., p.13. 68 Ibídem, pp.15-16. 87 en febrero de 1957, Herbert Matthews había entrevistado al Comandante en Jefe Fidel Castro en la Sierra Maestra, desvirtuando de esta forma la falsa propaganda de Batista de que el Jefe de la Revolución había caído en combate. En marzo, jóvenes del Directorio Revolucionario, encabezados por su líder, José Antonio Echevarría habían realizado el Asalto al Palacio Presidencial. La represión llegó a niveles espeluznantes. En el Congreso y en la prensa norteamericana, en general, se escuchaban las primeras voces que exigían un cambio de política hacia Cuba, estimulando las expectativas cubanas al respecto. Para Batista y sus colaboradores era de vital importancia ponerle límites al nuevo enviado de los Estados Unidos. La reacción del régimen no se hizo esperar. El 1ro. de agosto, a las 5:30 p. m., el ministro de Estado, Gonzalo Güell, llamó al Embajador de Cuba en Washington, Miguel Ángel Campa, instruyéndole que protestara ante el Secretario de Estado. El solícito representante batistiano en la capital norteamericana no dudó un instante y una hora después se entrevistó con el secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos, Roy Rubottom, a quien solicitó aclaraciones sobre las palabras de Smith, sugiriendo que se trataba de una intervención en los asuntos internos cubanos, que habían provocado una huelga y por ello el Gobierno se veía obligado a suspender las garantías constitucionales durante 45 días. Campa añadió que “el Gobierno se encontraba muy contrariado por haber tenido que tomar esa medida, pues estaba estar deseoso de continuar su política de soluciones cívicas puestas ya en vigor con la acción parlamentaria que se desenvuelve cronológicamente para celebrar elecciones el 1ro. de junio del próximo año, única solución que la gente sensata encuentra en definitiva para mantener la paz y la seguridad nacionales”.69 El enviado cubano ante el Gobierno de los Estados Unidos, en su informe al Ministro de Estado, agregó que, según sus fuentes, tenía la impresión de que la Secretaría no estaba complacida con las primeras andanzas de su Embajador en Cuba. Cuatro días después, Gonzalo Güell se entrevistó con Smith, a quien entregó un Aide Memoire o Ayuda Memoria70 donde acusaba a los manifestantes de ser “grupos terroristas e insurreccionales, que usan elementos y métodos comunistas con la intención de sabotear y obstruir las 69 MINREX: Mensaje Confidencial No. 47 del embajador de Cuba en Washington Miguel Ángel Campa al ministro de Estado Gonzalo Güell, del 1ro. de agosto de 1957, en Archivo Central, Legajo No. 66, Estados Unidos 114, 1943-1958. 70 Es el documento escrito que usualmente utiliza un diplomático para transmitir a otro un mensaje. Por lo general, se prepara antes de la entrevista y se entrega durante ella. Aunque tiene carácter oficial, no es tan formal como la Nota verbal o la Nota firmada por un Canciller, un Vicecanciller o un Embajador. 88 elecciones generales que tendrán lugar en junio de 1958”.71 El Canciller también recriminó al Embajador de los Estados Unidos, en el sentido de que sus palabras podrían haber sido interpretadas como una violación de su bien conocida política de no intervención en los asuntos internos de otros países. En el Congreso nacional, “el senador Ernesto Rosell presentó ante el Senado un proyecto de protesta por semejante intervención en los asuntos internos del país y hasta sugirió declarar al Embajador persona non grata”.72 Gardner llamó al subsecretario de Estado Christian Herter para decirle que tenía información indirecta de que Batista estaba considerando seriamente declarar a Smith persona non grata.73 El 6 de agosto, el propio John Foster Dulles respaldó a su Embajador, manifestando en público que sus declaraciones eran “equilibradas” y “humanas”.74 Ello motivó una nueva gestión del “diligente” embajador Miguel Ángel Campa, quien envió una nota al Secretario de Estado impugnando sus apreciaciones sobre lo sucedido en Santiago de Cuba. Vale la pena citar el argumento del fiel diplomático, al justificar la represión: “Esa forma (con sus lamentables, pero insignificantes perjuicios) en que se redujo la operación de lanzar chorros de agua sobre las excitadas manifestantes es, que yo sepa, la más humana que se emplea en los países civilizados, como Cuba, para refrenar una peligrosa e incontenible acción de propósitos subversivos y consecuencias incalculables para el orden público”.75 El incidente no pudo darse por concluido hasta que Eart E. T. Smith se entrevistó con Batista, el 21 de agosto de 1958. Aunque la reunión duró dos horas, la referencia que hizo Smith sobre ella en sus memorias es bastante breve y poco reveladora. De los investigadores que han tenido acceso a los documentos confidenciales norteamericanos, solo Thomas G. Paterson se refirió a esa reunión con cierta extensión: Por su propia iniciativa, Smith habló con Batista durante dos horas, el 21 de agosto, en el Palacio Presidencial. Batista declaró claramente que ya que Smith estaba acreditado ante su gobierno debía apoyarlo. Smith recordó al Presidente cubano que los Estados Unidos habían 71 MINREX: Aide Memoire del ministro de Estado Gonzalo Güell al embajador norteamericano Earl E. T. Smith, del 5 de agosto de 1953, en Archivo Central, Legajo No. 66, Estados Unidos 114, 1943-1958. 72 Ramiro J. Abreu: En el último año de aquella república, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1984, p. 119. 73 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 95. 74 Ibídem. 75 MINREX: Nota firmada del embajador de Cuba en Washington Miguel Ángel Campa al secretario de Estado John Foster Dulles, del 7 de agosto de 1957, en Archivo Central, Legajo No. 66, Estados Unidos 114, 1943-1958. 89 sido criticados por ser demasiado amistosos hacia el régimen y, especialmente, por suministrar armas del MAP.76 Cuando Smith dijo que tenía la intención de ser neutral, Batista respondió que comprendía. Al final, Smith ratificó a Batista que las relaciones de cooperación cubano-norteamericanas continuaban ‘incólumes’. Smith informó que Batista había recobrado su actitud ‘generalmente muy favorable’ hacia los Estados Unidos.77 Herter78 expresó su alivio porque Smith se había ‘ganado nuevamente la simpatía’ de Batista.79 El Embajador, con el tiempo, fue modificando su versión de los acontecimientos. En una conferencia de prensa, poco después de que se produjera la manifestación en Santiago de Cuba, Smith insinuó que las reclamantes habían provocado innecesariamente a la Policía, al opinar que resultó “desafortunado que el pueblo de Santiago aprovechara mi presencia aquí para manifestarse y protestar ante su propio Gobierno”.80 En sus memorias, opinó que aquellas mujeres “Obviamente eran personas reclutadas para la ocasión (...) Las mujeres, al intentar romper las barreras policiales, atrajeron sobre sí mismas la ira de la Policía y de la Inteligencia Militar”. 81 Otra consecuencia de lo sucedido, fue que Smith se convirtió en un firme defensor de Batista y en un acérrimo crítico del movimiento revolucionario. Según reconoció él mismo en su libro, en una comparecencia ante el Senado, en 1960, declaró lo siguiente: “Después de estar en Cuba aproximadamente dos meses y de haber hecho un estudio sobre Fidel Castro y los revolucionarios, era perfectamente obvio para mí, como lo sería para cualquier otra persona razonable, que si Castro asumía el poder 76 Siglas del Military Assistance Program (Programa de Asistencia Militar) al que el régimen tenía acceso como resultado de la firma del Acuerdo de Asistencia Mutua para la Defensa de 1952. 77 Comunicación del embajador de los Estados Unidos en La Habana Eart E. T. Smith al secretario de Estado John Foster Dulles, Telegrama 117, 23 de agosto, Legajo 2471, de 1957, 611.37/8-2357, Fondos del Departamento de Estado, Archivo Nacional de los Estados Unidos. Comunicación del embajador de los Estados Unidos en La Habana Eart E. T. Smith al secretario de Estado John Foster Dulles, Telegrama 118, 24 de agosto, de 1957, Legajo 611.37/8-2457, Fondos del Departamento de Estado, Ley de Libertad de Información. Citados en Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 96. 78 Se refiere a Christian Herter, por entonces subsecretario de Estado (cargo equivalente al nuestro de Viceministro Primero de Relaciones Exteriores). Herter sustituyó a John Foster Dulles, luego de la muerte de este, en 1959. 79 Comunicación del subsecretario de Estado Christian Herter a Sinclair Weeks, del 9 de octubre de 1957, Papeles de Christian Herter, Legajo 20, en Biblioteca de Dwight D. Eisenhower, Abilene, Kansas. Citado en Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 96. 80 Eart E.T. Smith: Ob. cit., p. 19. 81 Ibídem. 90 no actuaría a favor de los intereses de Cuba ni de los mejores intereses de los Estados Unidos”.82 Antes de que terminara 1957, el movimiento revolucionario cubano adquirió nuevos niveles, tanto por la capacidad del Ejército Rebelde de mantenerse a la ofensiva en la Sierra Maestra, como por la creciente actividad insurreccional en las ciudades. Un acontecimiento de trascendental importancia agudizaría esta situación y obligaría a los funcionarios norteamericanos a iniciar una reevaluación de su política hacia Cuba: el alzamiento de la Marina de Guerra y del pueblo de Cienfuegos, en coordinación con miembros del Movimiento 26 de Julio, brutalmente reprimido por las fuerzas de la Tiranía con el uso de armamento norteamericano. La valoración que hicieron los funcionarios de la Embajada norteamericana era que Batista había salido “victorioso, pero más débil” pues, tanto para ellos como para el Departamento de Estado, “las bases de su poder, las Fuerzas Armadas, estaban comenzando a resquebrajarse”.83 Por su parte, el uso de material de guerra norteamericano para reprimir la rebelión no podía ser ignorado por las autoridades de los Estados Unidos. Para aplastar la revuelta de Cienfuegos, las fuerzas de Batista utilizaron armamento de los Estados Unidos, incluyendo aviones B-26 comprados al amparo del Acuerdo de Asistencia Mutua para la Defensa, de 1952. La sección 2 del artículo 1 de este acuerdo prohibía a Cuba, específicamente, el uso de tal equipamiento militar para propósitos de seguridad interna, aunque, como hemos visto, los funcionarios de los Estados Unidos habían ignorado ampliamente esa condición. El embajador Smith sabía que las armas de los Estados Unidos ayudaban a mantener a Batista en el poder, pero advirtió a Washington que cualquier crítica pública de los Estados Unidos sobre ‘el uso inapropiado de equipos MAP debilitaría seriamente al régimen de Batista’.84 Wayne Smith, por entonces funcionario subalterno de la Embajada de los Estados Unidos en La Habana, refrendó lo antes expuesto de la forma siguiente: La reacción extrema de Batista también puso en peligro su apoyo por parte de los Estados Unidos. En septiembre de 1957, parte de la guar82 Ibídem, p. 30. 83 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 96. 84 Mensaje del embajador norteamericano Eart E. T. Smith del 13 de septiembre de 1957, en Departament of State: Foreign Relation of the United States, 1955-1957, vol. VI, Cuba, Government Printing Office, Washington, pp. 845-846. Citado en Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 96. 91 nición en la Base Naval de Cienfuegos, a la que se unieron elementos civiles de la ciudad, se alzó en armas contra el régimen. Fue un gesto gallardo, pero quijotesco. Con rapidez fueron rodeados y puestos en una situación desesperada. En el subsiguiente contraataque a la ciudad, que resultó una considerable pérdida de vidas civiles, Batista usó tanques, carros blindados y bombarderos B-26 adquiridos en los Estados Unidos. De esta forma, violó el acuerdo hemisférico de defensa al amparo del cual los Estados Unidos, al proveer tales armamentos a Cuba, prohibía específicamente su uso para mantener el orden interno. Cuando esta violación fue señalada, el Gobierno cubano respondió que se estaba defendiendo contra el comunismo y este punto de vista fue apoyado por el embajador Earl E. T. Smith. El Departamento de Estado pidió evidencias de que la rebelión, en realidad, estaba dirigida por fuerzas externas y era de orientación comunista. Ninguna evidencia de este tipo fue presentada por Smith ni por el Gobierno cubano.85 Según las palabras del responsable del Buró Cuba en el Departamento de Estado, Terrance G. Leonhardy, los funcionarios norteamericanos “encontraban cada vez más y más difícil hacerse de la vista gorda ante las violaciones del acuerdo militar, porque Batista estaba usando las armas de forma conspicua contra los opositores al régimen”.86 Thomas G. Paterson expresó que como resultado de ello, se pospuso la decisión sobre una solicitud del Gobierno de Cuba para la compra de ocho tanques medianos, a lo que Batista respondió cancelando la orden e insinuando que buscaría el armamento en otras fuentes.87 Sin duda, el Dictador conocía que el Pentágono insistía ante otras agencias del Gobierno de los Estados Unidos en que se protegiera el mercado de armamentos al que tenían acceso los fabricantes estadounidenses, como consecuencia del orden de seguridad hemisférica creado a partir del TIAR. El memorándum que William Wieland envió a Roy Rubottom, el 10 de enero de 1958, pone en relieve que de 18 solicitudes de armamento que el régimen de Batista presentó a los Estados Unidos, durante 1957, se habían aprobado 11. De las siete restantes, La Embajada en La Habana no había emitido aún opinión alguna en tres casos, pues conforme a la práctica establecida, era necesario procesarlas, por lo que solo estaban pen85 Weyne Smith: Ob. cit., p. 16. 86 Mensaje del responsable del Buró Cuba en el Departamento de Estado Terrance G.Leonhardy al secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos Roy Rubottom, del 4 de abril de 1957, FW 737.5-MSP/4-357, Fondos del Departamento de Estado, Ley de Libertad de Información. Mensaje del secretario de Estado John Foster Dulles a la Embajada en La Habana, 16 de mayo de 1957, 737.5-MSP/5-857. Citados en Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 97. 87 Ibídem, p. 97 92 dientes cuatro, de las cuales el Departamento se pronunció favorablemente en tres. Todo ello indicaba que hasta esa fecha, los Estados Unidos seguían apoyando desde el punto de vista militar al gobierno de Batista.88 Un interesante colofón de esta historia, a finales de 1957, fue que el régimen también aprovechó para protestar por la supuesta libertad de que gozaba el ex presidente Carlos Prío Socarrás para organizar expediciones y enviar armamento a sus seguidores en Cuba, lo que motivó una entrevista entre este y el jefe de la Oficina de Asuntos de Centroamérica y el Caribe del Departamento de Estado William Wieland, quien tenía la misión de advertirle que las leyes norteamericanas le prohibían utilizar el territorio de los Estados Unidos para organizar conspiraciones destinadas al derrocamiento del Gobierno cubano. “Cuando Wieland manifestó que la política de los Estados Unidos era de no intervención en los asuntos cubanos, Prío respondió que él sabía que eso no era así, porque como Presidente de Cuba había sido testigo ‘del ejercicio del tutelage de los Estados Unidos cuando era el interés de ellos hacerlo.’ Los Estados Unidos, podía intervenir contra Batista si en realidad valoraban la democracia en la Isla”.89 Por su parte, el embajador Smith informó desde La Habana que Batista insistía en que no levantaría la suspensión de garantías constitucionales si no se tomaban medidas enérgicas contra Prío. En esas condiciones, los funcionarios norteamericanos se dirigieron al Gobierno cubano para pedirle cooperación en la investigación de las actividades del ex Presidente, en relación con los sucesos del “Corynthia”,90 durante los cuales quedó demostrada la brutalidad de la represión batistiana. 88 Memorándum del director del la Oficina de Asuntos de Centroamérica y el Caribe William Wieland al secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos Roy Rubottom, del 10 de enero de 1958, en Department of State: Foreign Relations of the United States, 1958-1960, vol. VI, Cuba, United States Government Printing Office, Washington, 1991, pp. 5-6. 89 Memorándum “La escena política cubana: El estatus de Prío en los Estados Unidos”, del 20 de septiembre de 1957, 737. 00/9-2057, Fondos del Departamento de Estado, Ley de Libertad de Información. Citado en Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 98. Según el propio Paterson, esta información también aparece en Department of State: Foreign Relations of the United Stated, 1955-1957, VI, Cuba, Government Printing Office, Washington, pp. 850-852. 90 Memorándum “Las elecciones cubanas y la disposición de Nicaro”, del 29 de octubre de 1957, 737-00/10-957, Fondos del Departamento de Estado, Ley de Libertad de Información. Memorándum “Procesamiento a revolucionarios cubanos”, del 13 de noviembre de 1957, 737-00/11-1357. Citados en Department of State: Foreign Relations of the United Stated, 1955-1957, VI, Cuba, Government Printing Office, Washington, pp. 862-864. Citado en Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 98. Departamento de Estado: Ob. cit., pp. 862-864. Cabe destacar que los jóvenes que venían en el “Corynthia” fueron capturados y asesinados, el 28 de mayo de 1957, entre ellos, el jefe de la expedición Calixto Sánchez White. 93