La filosofía de Karl Marx (1818-1883) (Filosofía Contemporánea) De origen burgués, Marx se separó del ámbito filosófico académico para dedicarse al periodismo ejercido desde el compromiso político. En un primer momento, sus obras expresan una visión humanista, al estilo de Feuerbach, pero con una insistencia mayor en la importancia del aspecto práctico de la verdadera filosofía; así escribió Los manuscritos económicofilosóficos de París de 1844, Tesis sobre Feuerbach y El manifiesto comunista. Posteriormente, su lenguaje se hace más técnico en una evolución progresiva que conduce a la formulación del materialismo histórico como teoría sustitutoria del hegelianismo: Crítica de la economía política y El Capital entre otras obras. Muchos de sus libros fueron realizados en colaboración con Friedrich Engels, quien le ayudó económicamente en más de una ocasión. Por sus escritos fue expulsado de varias naciones y llevó una vida intensa y azarosa. La filosofía de Marx hunde sus raíces en el pensamiento de su antecesor Hegel y, concretamente, en la gran novedad histórica que supone la Dialéctica hegeliana. La filosofía de Hegel (1770-1831) es el último intento de establecer una explicación racional de todo lo que existe; eso sí, no desde presupuestos clásicos, sino desde la perspectiva de un pensamiento idealista, moderno, que asume la realidad como un Todo en perpetuo movimiento. La clave del planteamiento hegeliano estriba en la pretensión de concebir esa Realidad Absoluta en términos antropocéntricos, como si de un gran ser personal se tratase. Del mismo modo que un individuo existe físicamente, crece, se desarrolla, vive todo tipo de experiencias que condicionan su evolución, adquiere conciencia de sí... la Realidad Toda es Espíritu, es un EnteSujeto que vive expresándose en múltiples formas con la secreta intención de autoconocerse. El afán de concebir la Realidad como un Todo no es nuevo; el intento de explicar ese Todo en términos espiritualistas, racionales, tampoco; ahora bien, Hegel señala una característica primordial de la vida del Espíritu, de la existencia auténtica de la Realidad, a saber, el Movimiento, el Devenir. Desde la perspectiva clásica, cristiana, el Absoluto-Dios está hecho completo, sin fisuras, desde el principio. Es un ser inmutable, eterno, pura forma, pura razón. Como tal es un Ser trascendente y separado del mundo. Sin embargo, Hegel nos habla de un Absoluto que está haciéndose perpetuamente, que se transforma, que actúa, que existe en y a través del mundo en que vivimos. Así ocurre con las personas individuales, pensemos un momento en tu vida, lector de estas líneas. Ahora tienes una edad, eres alguien determinado, pero tu futuro irá modificando algunas de tus características, del mismo modo que en el pasado eras otro distinto al que ejerce el acto de leer estas líneas en estos momentos. Sí, hay algo que permanece, pero no hay una identidad exacta entre aquel niño que balbuceaba sus primeras palabras, el sufrido estudiante de segundo de bachillerato y, quién sabe, un futuro/a padre/madre de familia... La vida es devenir, cambio, lucha, en ocasiones apacible, en otras tormentosa, y todas y cada una de las experiencias que vives van modificando, haciendo, formando, tu ser. De tal modo, que eres un ser, pero nunca hecho del todo y, sin embargo, tampoco eres un agregado desordenado de experiencias. Eres un ser, una unidad, pero en movimiento, en proceso, en constante desarrollo y cambio. Así vive también el Espíritu, la Realidad Absoluta, de la que eres parte ínfima pero necesaria. ¿Cómo entender una realidad que nunca es idéntica consigo misma, que no para quieta ni un momento? Desde luego, no valen los principios de la lógica clásica, los que utilizaban Aristóteles y Santo Tomás. Esos principios servían en el caso de una realidad que en sus manifestaciones principales estaba completa y perfectamente acabada (Primer Motor Inmóvil, Dios…). Con Hegel sin embargo, no se da la realidad Dios como algo distinto del mundo, como algo trascendente, al estilo de Santo Tomás. El Espíritu es el Todo, que incluye el mundo, que incluye a todo lo que existe, y que vive en pleno desarrollo, en constante cambio. Hegel señalará la necesidad de un nuevo método de análisis para entender una realidad de esas características: la Dialéctica. El devenir, la vida de ese Espíritu, de la Totalidad de lo que existe, se entiende por el proceso de enfrentamiento entre esferas contrarias, una pugna que sólo se resuelve cuando éstas se subsumen en una esfera superior que las niega y las conserva. Todo movimiento, todo hecho vital es el resultado de una tensión entre fuerzas antagónicas, cada una de las cuales intenta vencer a su contraria y se desarrolla mediante ese conflicto. Esa lucha, esa tensión, finalmente se desborda, dando lugar a una realidad nueva que engloba las dos fuerzas anteriores y en la que surgirán nuevos conflictos (tesis, antítesis, síntesis...) (¡Atención! ¡Dos aclaraciones! - El concepto de Dialéctica en Hegel es sensiblemente diferente del de Platón, aunque en el fondo ambos sugieren la idea de superación constante de lo particular hacia una realidad más amplia, universal, superior. - Verás cómo utiliza el pensamiento dialéctico Marx cuando quiere explicar diversos fenómenos históricos, entonces quizás lo entiendas con claridad. Piensa en la Historia, en movimientos sociales contrarios cuya pugna genera revoluciones que dan lugar a nuevas épocas, en las que surgen otros movimientos sociales que entran en una nueva lucha). Pero prosigamos. Para Hegel, la Realidad, el Espíritu, que incluye todas las acciones humanas, y el efecto que esas acciones tienen sobre la Naturaleza puramente material, obedecen a ese movimiento constante. ¿Cuál es el objetivo, el fin, la meta, de ese devenir? Hegel, filósofo idealista, henchido de racionalismo e intelectualismo, señalará que el Espíritu busca conocer, saber. Pero ¿qué puede querer conocer el Espíritu si es el Todo viviente? Pues bien, el Espíritu quiere conocerse a sí mismo, quiere hacerse consciente, alcanzar la Autoconciencia. Del mismo modo, lector, que tú te buscas a ti mismo, quieres saber de ti, ser consciente de tu existencia, del misterio de tu propia realidad, para así quedarte satisfecho y sentirte libre, realizado (¿te acuerdas del lema socrático: "conócete a ti mismo"?). Bajo esa perspectiva, Hegel dejará bien claro que el proceso histórico, la Historia de la Humanidad, viene a ser la historia del Espíritu en su afán de conocimiento. Así, la Historia tiene toda ella un sentido unitario, porque se explica a partir de una finalidad, de un objetivo. En suma, esa Historia posee unas leyes de curso inexorable: por ej, se explica la caída de Roma, ascenso de la Cristiandad, Renacimiento, Ilustración, Revolución Francesa… como momentos que subrayan los diferentes pasos que va dando el Espíritu, en un progreso constante, en un proceso de autoconocimiento, de adquisición de mayor conciencia y libertad. Marx tomó prestado de Hegel lo que considera uno de los hallazgos metodológicos más importantes de la historia del pensamiento: el método dialéctico. Sin embargo, rechaza de plano su uso intelectualista, espiritualista. Marx considera que la realidad histórica no es el producto de la tensión de ideas o creencias enfrentadas, sino de algo más consustancial con la supervivencia del hombre: la tensión y lucha entre las formas de vida material, económica. Marx utiliza la Dialéctica en clave materialista, en dos vertientes, como las dos caras de una misma moneda: la realidad es dialéctica en la medida en que se desarrolla como totalidad a partir del proceso de tensiones, contradicciones, entre sus diversas manifestaciones históricas, es la fuerza de la negatividad la que hace que la realidad se autodesarrolle; y debe ser también dialéctica la epistemología, la teoría del conocimiento, que quiera abordar, comprender e intervenir, en esa realidad. Es el método dialéctico, en su intento de evitar las falsas abstracciones, separaciones, particularidades, el que impulsa a Marx a concebir la realidad como un todo cambiante, histórico. Ya no valen aquí las típicas separaciones de las teorías del conocimiento tradicionales: sujeto-objeto, sentidosrazón, cosas-ideas… Desde la perspectiva dialéctica toda separación, toda división, es un error. El filósofo que comienza a pensar dialécticamente encuentra la clave de la relación entre todo lo que existe, una relación que no es estática, sino dinámica. Así, el hombre no puede ser entendido al margen de la naturaleza, pero tampoco es algo idéntico a ella, y se desarrolla en pugna (trabajo) con ella. Tampoco el hombre puede ser entendido al margen de la relación con otros hombres, ni ambos sin relación a sus formas materiales de vida, ni éstas sin relación al momento concreto de su desarrollo histórico, de sus capacidades técnicas. Tampoco puede entenderse el conocimiento sin referencia a la acción, ni ésta sin referencia a la conciencia que se tenga de cada situación. Bajo el impulso del pensamiento dialéctico el filósofo aprende a observar, conocer y vivir, las diversas manifestaciones de una realidad en la que habitan fuerzas contrarias, cuya lucha determina el movimiento de la historia, de la vida. Una vez puesto en marcha, el pensamiento dialéctico es hipercrítico, siempre está al acecho del error, de la visión simple, selectiva. Por eso Marx, junto con Nietzsche y Freud, ha sido llamado el filósofo de la sospecha. Porque sospecha, duda, de la veracidad de toda explicación que intente justificar una de esas manifestaciones parciales de una realidad que es puro movimiento histórico. Por eso sospecha Marx, por ejemplo, de la filosofía meramente teórica, porque lejos de transformar una realidad injusta, la favorece. Así ocurre, con numerosas concepciones, mitos, o ideas dominantes en una época histórica. Pretenden ser verdades objetivas, cuando en realidad surgen condicionadas por el estado de cosas reinante, como explicaciones que sirven para que los individuos se adapten a la situación que les toca vivir y para que las sociedades tengan una cierta cohesión, una cierta unidad. El pensamiento dialéctico de Marx denuncia todas esas supuestas “verdades” como ideologías, es decir, productos sociales determinados por la marcha de la vida material de los hombres; mentiras al servicio del sistema dominante que ocultan el verdadero estado de las cosas. Así, por ejemplo, cuando los liberales afirman que la propiedad privada es un derecho natural, como si la propia razón encontrase esa verdad más allá de la historia, del tiempo y las circunstancias, en realidad están expresando una justificación teórica del capitalismo, una representación al servicio del poder, del sistema, una concepción ideológica. Sólo el pensamiento dialéctico, en su afán crítico, puede desenmascarar tales falsedades y permitir que la realidad y el conocimiento avancen. De ahí que, para que la filosofía no se convierta en una mera ideología debe, gracias al pensamiento dialéctico, abierto y omniabarcante, descubrir las raíces reales de la vida material de los hombres. Debe descubrir los ejes centrales que determinan los cambios sociales, los cambios de ideas dominantes. Sólo así la filosofía se convertirá en una explicación científica, en un socialismo científico que no sea ya una mera exposición teórica de fenómenos sociales, sino que superando la dualidad teoría-praxis sirva al desarrollo histórico. Es, por ello, que la filosofía dialéctica será, tarde o temprano, revolucionaria, es decir, llevará a cabo las acciones necesarias para los cambios sociales pertinentes. Por ello, Marx defiende una concepción de la verdad en términos pragmáticos: el único modo en que es posible mostrar que algo es verdadero o falso (o bueno o malo, o justo o injusto en términos morales), consiste en demostrar que está de acuerdo o desacuerdo con el proceso histórico; es decir, que entorpece o favorece la actividad colectiva y progresiva de los hombres. Toda la obra de Marx se fundamenta en su concepción materialista del hombre tal y como fue expuesta especialmente en sus primeros escritos, en los llamados Manuscritos económico-filosóficos de 1844. Dicha concepción no puede entenderse al margen de los acontecimientos históricos de la primera mitad del siglo XIX: revolución industrial, desarrollo del capitalismo, aparición de una nueva clase social (proletariado)… El hombre, a juicio de Marx, es un ser material, plenamente natural, un ser de necesidades, pero también de fuerzas vitales. Siendo semejante en todo al resto de los animales, sin embargo el ser humano es un ser en construcción, abierto, que tiene que hacerse a sí mismo. Es, precisamente, en el análisis de su peculiar forma de adaptarse a las circunstancias, de construir su vida, donde Marx encuentra una de las claves de su pensamiento: el hombre es, antes que nada, un ser activo, que se realiza en el trabajo. El hombre se distingue de los demás animales precisamente porque, en su relación con la naturaleza, es el único ser que produce sus propios medios de subsistencia, su vida material, se crea a sí mismo. Los demás animales usan los medios que encuentran en la naturaleza, el hombre crea sus propios medios en un ejercicio de transformación de la naturaleza. Y lo hace no sólo en el ámbito de la necesidad física, sino también, he ahí la libertad del hombre, por encima de la necesidad creando su propia vida material. El ser humano, a diferencia de los animales, está dotado de la capacidad de inventar, aquí radica su poder para alterar su propia naturaleza y sus necesidades, para evitar los ciclos de repetición de los animales, que jamás se modifican. Por eso los animales, a diferencia del hombre, carecen de historia. Justamente, llamamos trabajo a esa acción productiva, a la praxis mediante la que el hombre se relaciona con la naturaleza. Por ello, el trabajo es la manifestación más genuina del ser humano. Al mismo tiempo que el trabajo constituye el ser del hombre en su relación con la naturaleza, también es la actividad que le relaciona con los demás hombres. He aquí, por tanto, dos parejas de relaciones dialécticas mediatizadas por el trabajo: hombre-naturaleza; hombre-hombre. Mediante esta reflexión, Marx subraya esta característica de la naturaleza humana: el hombre es un ser social. Ahora bien, en el pensamiento marxista no debe entenderse esta afirmación en un sentido general, abstracto e intemporal, sino –he aquí otra de las cuestiones claves- con pleno significado histórico. El ser social del hombre es, en último término, el conjunto de las relaciones sociales que lo condicionan. Dicho de otro modo, que la esencia del hombre sea el trabajo no implica que se trate de una esencia fija e inmutable, sino que está condicionada, al mismo tiempo que es condicionante, por la situación histórica en el que la organización económica se encuentra. El hombre es un ser histórico. Es decir, hay una historia de las relaciones económicas que está determinada por el grado de conocimientos técnicos del hombre (descubrimiento y desarrollo de máquinas…), el modo de organización económica de la sociedad (gremios feudales, fábricas modernas…), las relaciones humanas derivadas de ese modo de producción (amo-esclavo, señor-siervo, burgués-proletario…) etc. La relación hombre-naturaleza y la relación hombre-hombre derivada de ella se expresan históricamente y condicionan todos los demás aspectos de la vida humana: moral, social, política y religión. Como puede verse, estamos en las antípodas de la concepción intelectualista del ser humano: Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Descartes, Hegel... Marx nos habla del hombre como un ser activo, productivo, definido en función no de sus conocimientos o de sus capacidades racionales e intelectuales, no de un presunto espíritu, sino de sus acciones sobre la naturaleza, acciones que se concretan, evolucionan y modifican, en determinadas épocas históricas. Marx nos habla del homo faber que, en un momento determinado deja de ser nómada para convertirse en agricultor y ganadero, en otro momento comienza a forjar metales, en otro construye grandes obras hidráulicas…, más tarde utilizará diversas fuentes de energía para desarrollar los medios de comunicación…, el mismo que hoy en día ha inventado internet y con él la globalización. Y Marx señala que la esencia humana, lo que hace del hombre un ser especial, distinto, es esa capacidad de hacer cosas, de construir artefactos, de dominar a la naturaleza. Justamente, es esta concepción materialista, histórica…, del ser humano, la que conduce a Marx al estudio directo, pormenorizado, de la situación del hombre en su época, a través de la teoría de las alienaciones. El concepto de alienación, empleado ya por diversos filósofos anteriores, subraya la situación del hombre cuando éste se encuentra separado de su naturaleza, extrañado de su propio ser, enajenado, fuera de sí mismo, de tal forma que no puede desarrollar su esencia, sus cualidades más auténticas, no puede ser él mismo. Ludwig Feuerbach (1804-1872), uno de los primeros pensadores materialistas, crítico de Hegel, utilizó dicho concepto para analizar el problema de las creencias religiosas. Desde un humanismo ateo, Feuerbach nos describe la alienación religiosa, es decir, el hecho de que los hombres hayan proyectado su propia esencia (razón, voluntad, sentimiento) en un Ser absoluto, imaginario, Dios, de tal forma que no se sienten poseedores de su vida y sus cualidades, sino como seres creados, finitos, pecadores. De tal modo que, sólo cuando sean conscientes de su error, cuando dejen de creer en Dios, podrán conocerse y poseerse a sí mismos como seres dignos y libres. Marx estudió y admiró a Feuerbach como pensador, tanto en su crítica a Hegel como en su defensa de una filosofía materialista y atea. Sin embargo, consideró que Feuerbach no había sido suficientemente audaz en sus propuestas. A juicio de Marx, no sólo hay una alienación religiosa, ésa es sólo la punta del iceberg de las alienaciones que Feuerbach no ha descubierto. Además de la alienación religiosa existe una alienación filosófica, política, social y económica, siendo ésta última la raíz de todas las demás. Sólo se superarán estas alienaciones si se resuelve la alienación económica. Feuerbach comete el error clásico de los filósofos teóricos que conciben al ser humano al margen de sus relaciones sociales e históricas. Pero, la antropología de Marx quiere mostrar al hombre real, material, de carne y hueso, como un ser que se realiza social e históricamente mediante el trabajo y, es de esta manera, como pueden alcanzarse las verdaderas raíces de las alienaciones… Por otra parte, Feuerbach es un filósofo puramente teórico y contemplativo, y como tal olvida que algo no es auténticamente verdad hasta que se realiza en el orden práctico. La filosofía no debe ser sólo una exposición teórica de la realidad sino una guía de acción práctica destinada a cambiar el mundo. La filosofía debe ser práxis revolucionaria, acción: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo”. Por consiguiente, es en el marco de una investigación filósofica de las condiciones reales (económicashistóricas) del ser humano, cuando el pensador descubre las diferentes alienaciones y las condiciones para su superación. El cuadro completo de las alienaciones quedará en el pensamiento marxista de la siguiente manera: - Alienación religiosa: ya la había explicado Feuerbach, Marx insiste en ella. Dios es sólo una ilusión y la religión el “opio del pueblo”. Los hombres viven en un mundo “al revés”, otorgando realidad a los frutos de su imaginación, intentando compensar de algún modo su sufrimiento, las penosas condiciones de su vida, la falta de comprensión de su verdadera naturaleza. El sujeto de la historia no es ni el Dios de la religión, ni el Espíritu hegeliano, sino los hombres en su vida material. Ahora bien, para superar definitivamente la alienación religiosa debemos encontrar la raíz material, real, de ese descontento humano, de esa incapacidad de asumir la propia condición humana que induce la creencia religiosa. - Alienación filosófica: en cierto modo, aquí nos encontramos en el mismo nivel que en la alienación religiosa, en ese mundo al revés, sólo que en esta ocasión el problema radica en otorgar más realidad a las ideas que a los hechos, en querer resolver los problemas desde un punto de vista únicamente teórico y no mediante la praxis revolucionaria. Es otra forma de interpretar falsamente la realidad y ésta no es culpa de los creyentes, sino de los filósofos, embriagados por su capacidad de expresión intelectual. Sólo con plantearnos bellas teorías acerca de la vida humana, de la sociedad, no solucionamos absolutamente nada, la verdad es praxis o no lo es. Esa filosofía puramente teórica que no resuelve nada y, en ocasiones, pretende justificar el estado de cosas existente, es ideología, falsa y estéril visión de la realidad. - Alienación política: procede del reconocimiento de los derechos del hombre a un nivel abstracto y no real. Esto ocurre con el Estado liberal decimonónico que en sus leyes fundamentales recoge toda una serie de derechos que, en la realidad, en la práctica, son absolutamente falsos. El Estado liberal burgués es la representación ilusoria de la igualdad de los ciudadanos, ya que el omnipresente derecho a la propiedad privada de los medios de producción genera una sociedad llena de desigualdades y de luchas de intereses económicos. El poder político lo detenta una clase social –la burguesía- mientras que la mayoría sufre la dominación de ésta y no puede, de ninguna manera, sentirse identificada con ese poder. La clase dominante gobierna por y para sus intereses, no en beneficio del conjunto de la sociedad (el triunfo de la revolución francesa no produjo la esperada liberación general, sino que condujo a la toma del poder político por una nueva clase social -la burguesía-; tras la revolución, la mayoría de los hombres sigue en una situación de opresión a pesar de los estentóreos gritos de libertad, igualdad y fraternidad). Ya empezamos a observar, por debajo de las alienaciones religiosa y filosófica, qué es lo que anda realmente mal. - Alienación social: es la raíz de la anterior, si hay alienación política es a causa de la alienación social, que procede del antagonismo total de clases: burguesía y proletariado. El desarrollo del capitalismo ha simplificado al máximo el marco de la lucha de clases, de la división de la sociedad en clases. Hasta el punto de que la sociedad ha quedado rota en dos ámbitos irreconciliables: la burguesía, que detenta la propiedad de los medios de producción; y el proletariado, que sólo posee su fuerza de trabajo que vende a cambio de un salario. El hombre no se reconoce en la unidad del género humano a causa de la lucha de clases vigente en el sistema capitalista. La unidad del género humano está quebrada por el abismo de los intereses de clase y, por tanto, no conoce ni siente la unidad de deseos, proyectos, acción. - Alienación económica: todas las alienaciones anteriores son falsas formas de conciencia, falsas representaciones de la realidad, ya que no pueden entenderse ni resolverse sin llegar a la auténtica raíz de las alienaciones: la alienación económica. En el sistema capitalista el producto del trabajo humano se convierte en capital que genera beneficio, plusvalía y, por tanto, no revierte sobre el trabajador. El trabajador es asalariado y se ve desposeído del producto de su trabajo, es decir, de su humanidad, de su esencia más íntima. El trabajador, en estas condiciones, deviene mercancía, cosa, que depende de las fluctuaciones derivadas de una sociedad en la que prima el beneficio del capital por encima de cualquier otra consideración. He aquí una de las cuestiones claves del pensamiento marxista, por lo que requiere una explicación más detallada. El sistema capitalista constituye un modo de producción que históricamente trastoca todos los procesos sociales y humanos, hasta el punto de convertir al hombre en una mercancía. ¿Qué significa esto? Comenzaremos distinguiendo dos aspectos en el análisis de cualquier mercancía: el valor de uso y el valor de cambio. Llamamos valor de uso al que tiene relación con la satisfacción de las necesidades humanas, es decir, a la utilidad real, natural, de las cosas (por ej. el agua tiene un valor de uso innegable, o los alimentos…, sin embargo, el oro, las joyas tienen un escaso o nulo valor de uso). Llamamos valor de cambio al que adquiere una cosa en relación con el intercambio de mercancías que constituye el mercado, y en el que se hace abstracción en numerosas ocasiones de su valor de uso (por ej. una determinada moneda, el dinero en euros, tiene un gran valor de cambio en la sociedad que reconoce su virtualidad simbólica para la compra-venta de mercancías, sin tener ningún valor de uso). Como el valor de uso de las mercancías es claro y transparente, tendremos que profundizar en el valor de cambio, tal y como va evolucionando en la misma medida en que la producción económica y, con ella, la sociedad, se hace más y más compleja. El valor de cambio de una mercancía, en circunstancias normales, depende de lo único que las mercancías tienen en común al ser producto del trabajo humano, a saber, la cantidad de trabajo incorporado al producto, el tiempo de trabajo invertido. Ahora bien, una vez dado ese paso, resulta que el valor de la mercancía ya no depende de su utilidad, de su valor de uso, sino de la cantidad de trabajo invertida, una propiedad cuantitativa abstracta (por ej. el trabajo invertido en encontrar angulas, dada su escasez, en pescarlas, conservarlas… las convierte en mercancía más valiosa e intercambiable –con más valor de cambio, que las sardinas, a pesar de que su valor de uso sea similar). Una vez que hemos valorado algo, una mercancía, por medio de una propiedad cuantitativa abstracta independiente de su uso, podemos dar un paso más e intercambiarla no por otra mercancía, sino por dinero, el valor de cambio por excelencia. Aquí se produce un fenómeno curioso, una vez convertida la mercancía en dinero, ya se pierde la referencia inicial al trabajo invertido; de tal forma que, cuando se piensa en el valor de dicha mercancía, ya sólo se piensa en su valor de venta o compra en el mercado. Es decir, empezamos a juzgar y pensar las mercancías, más allá de su valor de uso, también más allá del trabajo invertido en su elaboración, y sólo las medimos por su precio, por el dinero necesario para adquirirlas. Así aparece lo que Marx denomina el fetichismo del valor, el dinero se convierte en un valor en sí mismo, y comienza a existir como una especie de ente autónomo que confunde y trastoca el valor de todas las cosas. El capitalismo es el sistema económico en el que prima el valor de cambio por encima de toda otra consideración. El objetivo de este sistema económico es la generación de plusvalía, es decir, de rentabilidad, que el dinero haga dinero, que el capital engendre capital. Bajo ese movimiento de acumulación de capital, todos los demás elementos del proceso económico quedan transformados. El trabajo se convierte en una mercancía cuyo valor de uso se ha disuelto en los entresijos del mercado, y sólo es tomado en consideración como fuente de valor de cambio. El trabajador entrega su fuerza de trabajo, su valor de uso, y recibe un valor de cambio (el salario de subsistencia) sólo en la medida en que su capacidad productiva resulte rentable en el juego del mercado (ley de la oferta y demanda). El trabajo es una mercancía que se compra y se vende, una mercancía con la que se negocia para extraer de ella ese plus de valor de cambio. La conclusión de Marx es demoledora: si el trabajo se ha convertido en una mercancía cuyo valor depende del juego mercantil, y hemos considerado que el trabajo constituye la esencia del hombre, es el mismo hombre quien, en el capitalismo, se convierte en una mercancía que se compra y se vende. Tal afirmación, fundamental en la filosofía marxista, se presenta en diversas formas en el seno de la alienación económica: - El hombre está alienado con respecto al producto de su trabajo: en el sistema capitalista, una vez que el proletario ha vendido su trabajo a cambio de un salario, el producto de su trabajo no le pertenece. Es más, el producto no sólo le es ajeno, sino que se le hace extraño y hostil, ya que hace más fuerte al patrono-burgués; paradójicamente, cuanto más trabaja el proletario (algo que, en cuanto hombre, debería ser la expresión natural de su esencia, de su desarrollo y crecimiento como hombre) se hace más esclavo, más dependiente del sistema. - La alienación se produce en el mismo acto de la producción: en el sistema de producción capitalista, el trabajador no se pertenece a sí mismo, ya que el trabajo no le pertenece, ha sido vendido y es exterior, forzado; paradójicamente, el trabajo no le humaniza sino que lo esclaviza, el trabajador experimenta el trabajo como una maldición necesaria, como una necesidad, y sólo se siente libre, humano, cuando no trabaja, en su tiempo de ocio, cuando realiza las mismas funciones del resto de los animales: beber, comer, procrear. Con su estilo dialéctico, Marx señala que lo que debería humanizarlo lo convierte en animal, y lo que corresponde a la naturaleza animal es el único reducto para su humanidad. - La alienación en las condiciones del trabajo: en el sistema de producción capitalista, el tipo de trabajo, las condiciones de trabajo, no dependen de factores relacionados con el desarrollo de las potencialidades creativas humanas, de la realización, crecimiento, maduración de lo humano, sino simple y llanamente de la capacidad productiva de generar rentabilidad. Por lo tanto, el trabajo puede ser de naturaleza absolutamente deshumanizadora (monótono, mecánico, humillante…) y, sin embargo, ser rentable bajo las coordenadas del sistema. - El hombre está alienado con respecto a la naturaleza: el trabajador asalariado del sistema capitalista pierde la dimensión universal, profunda, que significaría una relación creativa y satisfactoria con la naturaleza a través del trabajo; al considerar al trabajo como mero sustento necesario, forzado, considera de igual modo a la naturaleza como sustento en su mera condición biológica, perdiendo de vista una concepción global de la realidad. - El hombre está alienado con respecto a los demás hombres: del mismo modo, también se pierde la relación universal con los demás hombres. Bajo la presión del sistema capitalista, el proletario considera a los demás hombres o como competidores por el puesto de trabajo, o como los patronos a los que se vende. En cualquier caso, no alcanza ese sentimiento de unidad, de comunión con el resto de la humanidad. Pero ¡ojo!, a juicio de Marx, no sólo está alienado el trabajador, también lo está el patrono que ha perdido esa conexión universal que humaniza al hombre, ya que toda su persona está volcada en el obsesivo interés por la plusvalía del producto, lo que le impide el establecimiento de una relación humana plena, satisfactoria. Burgués y proletario, amo y esclavo, están privados del desarrollo auténtico de su humanidad, por causa de la alienación económica están constreñidos, desgajados del conjunto humano y natural, separados de su natural y gratificante destino como seres libres, activos, creadores. Así pues, el diagnóstico ya está hecho: el hombre se encuentra alienado en la sociedad capitalista, es una mercancía cuyo valor depende de factores externos a su esencia (el juego mercantil de la oferta y la demanda)... Descartadas las soluciones utópicas y moralistas (socialismo utópico, anarquismo…), Marx elabora la teoría que debe mostrar las causas de esa situación y el camino que conducirá a su solución. Esto es lo que Marx desarrollará con su exposición del materialismo histórico. Marx concibe su teoría de las alienaciones en plena consonancia con la época que le tocó vivir, el siglo XIX. Sin embargo, pensadores marxistas posteriores, ya en el siglo XX, sobre todo los filósofos de la Escuela de Frankfurt, que elaboraron la llamada Teoría Crítica (Adorno, Horkheimer, Marcuse, Habermas…), lejos de abandonar esta concepción del hombre la han ampliado y adaptado a las exigencias de la época contemporánea, incluyendo en ese catálogo de alienaciones provocadas por el capitalismo las siguientes: - la alienación que supone la destrucción de la naturaleza por culpa de un desarrollo industrial sólo impulsado por la búsqueda de la rentabilidad. - la alienación del hombre que, como consecuencia del mantenimiento de una producción excesiva, tiene que convertirse en consumidor compulsivo. - la alienación que supone la existencia de medios de comunicación al servicio del desarrollo del capitalismo y que usan todo tipo de artimañas publicitarias para someter la voluntad de los consumidores. - el sometimiento de los productos de la cultura, arte…, a las leyes del mercado. (…) Marx consideró a su materialismo histórico no tanto un nuevo sistema filosófico, como un método práctico de análisis social e histórico y una base de estrategia política. La estructura de la nueva teoría es rigurosamente hegeliana. Reconoce que la historia de la humanidad es un proceso único en el que no se dan repeticiones y que obedece a leyes susceptibles de ser descubiertas. Cada momento de este proceso es nuevo, o en él se verifican nuevas combinaciones de características conocidas; y cada estado se sigue del estado inmediatamente anterior, en obediencia a esas leyes. Ahora bien, la herencia hegeliana se detiene ahí, porque como ya hemos venido señalando, Marx interpreta la historia no como el desarrollo de las ideas, creencias, conciencias..., tal y como hiciera Hegel, sino como el desarrollo de la vida material de los hombres. La historia la hacen individuos humanos vivientes, reales, de carne y hueso, que se encuentran siempre en unas determinadas condiciones materiales de vida. Esas condiciones materiales no son otras que las ya señaladas: la relación hombre-naturaleza, es decir, el trabajo y, en relación directa con ella, las relaciones hombre-hombre. De este modo, el sujeto de la historia es la sociedad en su estructura económica. El primer hecho histórico es la producción por el hombre de su vida, todo lo demás son hechos derivados, así pues, la conciencia, las ideas, son derivaciones de la vida económica del hombre. Para Marx, el desarrollo histórico es el producto de una tensión continua entre fuerzas antagónicas que garantizan su incesante movimiento de avance. Se trata de fuerzas socioeconómicas, fuerzas arraigadas en las condiciones materiales de la sociedad. El conflicto se expresa en el choque entre clases sociales económicamente determinadas (se entiende por clase un grupo de personas, dentro de una sociedad, cuya vida está determinada por la posición que ocupan en el proceso de producción, que es el que determina la estructura de dicha sociedad). De ahí la famosa frase de Marx: “el motor de la historia es la lucha de clases”. Los hombres actúan en virtud de las relaciones económicas que mantienen con los otros miembros de la sociedad, sean conscientes o no de ellas. Y, claro está, la más poderosa de esas relaciones se basa en la propiedad de los medios de subsistencia, pues la más imperiosa y urgente de las necesidades es la necesidad de sobrevivir. Así, la esencia de la historia es la lucha de los hombres por realizar plenamente sus potencialidades humanas, por lograr el dominio de las fuerzas naturales y sobre sí mismos. Bajo esta concepción, los hombres desarrollan su poder no por el aumento de conocimiento basado en la contemplación, sino por su actividad, su trabajo. Como ya hemos visto antes, el trabajo transforma el mundo del hombre, y también a éste. Veamos cuáles son las claves del proceso histórico. Vimos en la antropología marxista, la dimensión creativa de la actividad humana. La historia de la sociedad es, por ello, la historia de los trabajos inventivos que han ido transformando las condiciones de vida: al hombre mismo, sus deseos, costumbres, sus relaciones con otros hombres, con la naturaleza física… Entre las invenciones del ser humano figura una muy especial: la división del trabajo. Se produjo en las sociedades primitivas cuando se alcanzó la vida sedentaria, con el aumento de la productividad y la creación de más riquezas que las imprescindibles para satisfacer las necesidades inmediatas. Es entonces cuando la producción humana genera excedentes y aparece la novedosa problemática de su control y reparto. La acumulación de riquezas tuvo consecuencias de todo tipo. Por un lado, facilitó la posibilidad del ocio y, por tanto, de la cultura. Por otro lado, hizo posible la utilización de esa acumulación como medio de dominación privando a otros de los beneficios; de intimidarlos, de obligarlos a trabajar para los acumuladores de riqueza. Hizo surgir, en suma, la explotación: la división del trabajo (propietarios y productores) y con ella la división de la sociedad en clases, entre los que controlan y los que son controlados. He aquí la más grave consecuencia de la invención, del avance técnico, de la acumulación de bienes: la lucha de clases. Desde el momento en que la división del trabajo condujo a la lucha de clases, aparecieron la deshumanización, la perversión de las relaciones humanas y, con ellas, la falsificación consciente o inconsciente de las representaciones acerca de la realidad, con el objetivo de mantener el orden, el estado de cosas existente, y ocultar la auténtica realidad. En el planteamiento histórico de Marx se expresa la convicción de que cuando los hombres superen las consecuencias de esta situación, cuando los hombres comprendan los verdaderos entresijos de la historia y sean capaces de actuar sobre ella para llegar a una sociedad sin clases, el trabajo dejará de dividir y esclavizar a los hombres; muy al contrario, el trabajo los unirá y liberará, dando plena expresión a sus fuerzas creadoras en la única forma en que la naturaleza humana puede ser totalmente libre: en la cooperación social, en la actividad común, racionalmente comprendida y aceptada. Pero ¿será posible llegar a tan idílica situación? ¿Tal futuro es una utopía o podemos esperar su llegada? El materialismo histórico de Marx incluye, claro está, las claves para alcanzar ese estado social superior, sin clases. La explicación la encontraremos en el propio proceso del devenir histórico que, en su movimiento constante, va dando lugar a diferentes sistemas de producción. La propia condición histórica de los diferentes sistemas productivos es la causa de su origen, pero también su desaparición. En la producción social que realizan en su vida, los hombres entran en definidas relaciones que, son, a la vez, indispensables e independientes de su voluntad. Estas relaciones de producción (en el fondo, de propiedad) se corresponden con una fase determinada del desarrollo de los procesos de producción (según los avances técnicos se dan relaciones de amo-esclavo, señor feudal-vasallo, o en la época fabril de patrono-obrero…). La totalidad de las relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad que, a su vez, es el fundamento real sobre el que se levantan las superestructuras legales, políticas, ideológicas, que son las formas en que se expresa la conciencia social de cada época (a cada sistema productivo le corresponde un tipo de organización política, unas leyes, un tipo de creencias religiosas, arte, filosofía). El modo de producción de las condiciones materiales de vida, es decir, la estructura económica determina el carácter general de la vida social, política, espiritual o ideológica: “No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su conciencia”. Partiendo de estos presupuestos teóricos, si la estructura económica es algo sujeto a cambios históricos también el mundo de las ideas y creencias, la superestructura, es un producto histórico y, en esa misma medida, mudable según las circunstancias de cada momento. Por la misma razón, si hay una clase dominante en el ámbito económico, ésta será la que establezca las directrices en el ámbito de las ideas. Las ideas que dominan una época histórica son las ideas de la clase dominante, aquéllas que den una justificación del estado de cosas existente y que sean garantes de su continuidad. Esto se hace con la engañosa apariencia de que las ideas de la clase dominante lo son del conjunto de la sociedad. La superestructura en un momento histórico concreto responde a los intereses del grupo dominante pero quiere mostrarse como un conjunto de ideas al servicio de los intereses de la entera sociedad. Así la religión sirve a los intereses de la burguesía, como antes sirvió a otras clases dominantes, al ejercer un efecto de "freno" a los cambios sociales. La religión es "opio para el pueblo", es un tranquilizante para todos aquellos que sufren en este mundo, ya que se verán recompensados en el más allá, en el otro mundo que es el auténticamente verdadero, el que vale la pena vivir. Los ideales de la revolución francesa, libertad, igualdad..., sólo han servido para que el burgués alcance el poder político al desterrar a la aristocracia decadente del antiguo régimen. El derecho a la propiedad privada, defendido como derecho natural inalienable, sólo favorece a los que tienen propiedades, es decir, a los capitalistas, mientras que en nada beneficia al proletariado que sólo posee su fuerza de trabajo.... Pero ¿cómo se producen los cambios económicos y sociales?, ¿cómo unos sistemas económicos sustituyen a otros? Marx admite, en plena concordancia con la visión de la historia de sus contemporáneos, un progreso incesante en la historia, es el progreso de los modos de producción. En determinados momentos históricos las fuerzas de producción entran en contradicción con las relaciones de producción y estallan las revoluciones sociales, históricas. Los avances técnicos, científicos, hacen que el sistema de las relaciones humanas, especialmente las relaciones de propiedad, queden obsoletas y sean necesarios los cambios sociales. Así ha ocurrido en la sucesión de diversos sistemas económicos: el modo de producción asiático, feudal, capitalista… Un ejemplo histórico que Marx utilizará con frecuencia es el proceso por el que se pasó del sistema feudal al sistema capitalista. Con los avances científicos, técnicos, de comunicaciones se produjo un cambio en la estructura económica, allá por el final de la E. Media y el comienzo de la E. Moderna. Dicha estructura económica estaba en contradicción con un sistema político estamental, rígido, cerrado, políticamente autoritario... Por tanto, fue necesario un cambio o adecuación de la superestructura jurídico-política: derrumbamiento del Antiguo Régimen, aparición del liberalismo económico y político, defensa a ultranza de la propiedad privada etc.., para que se desarrollase un nuevo modo de producción que estaba ya latente: el capitalismo. Como vemos, el cambio en los cimientos económicos de la sociedad, producido por el desarrollo de las capacidades y formas de producción, transforma –tarde o temprano-, todo el conjunto de la superestructura ideológica (en pleno siglo XIX, con el liberalismo económico y político en auge, la vieja figura del rey absoluto, cuyo poder parece justificado por un derecho divino, ya no tiene ningún sentido, es más, sería motivo de carcajada general y, sin embargo, constituyó una institución sagrada e intocable en el sistema social de las monarquías del antiguo régimen). Así podemos contemplar la historia, como un proceso de contradicciones entre fuerzas de producción y relaciones de producción, que se resuelven momentáneamente en la sustitución de unos sistemas económicos por otros. Sin embargo, según Marx, precisamente con el sistema de producción capitalista las cosas van a cambiar definitivamente, ya que las relaciones de producción burguesas crean unas condiciones tales, una serie de contradicciones máximas –expresadas en el análisis de la alienación económica- que conducirán no sólo a la autodisolución del capitalismo, sino también a la superación definitiva de la lucha de clases, del antagonismo entre clase dominante y clase oprimida. El siglo XIX, la época del expansionismo capitalista debe, necesariamente, derivar en un sistema definitivo de producción -el comunismo-, en el que se superarán todas las contradicciones que se produjeron a partir de la división del trabajo. Con la desaparición del capitalismo – siguiendo la terminología marxista- la prehistoria de la humanidad quedará completada y, finalmente, comenzará la historia del individuo humano libre. Así Marx se contempla a sí mismo como testigo de un momento decisivo y esperanzador del desarrollo de la vida humana. Claro, cuando Marx dice "necesariamente" está, voluntaria y conscientemente, queriendo separarse de los demás teóricos de la economía: -Contra los fisiócratas, los liberales ingleses (Adam Smith y otros), los pensadores clásicos que defienden que los sistemas económicos responden a un orden natural, señalará que todo es perecedero y mudable, los diversos modos de organización económica son productos históricos que van sucediéndose unos a otros. -Contra los socialistas utópicos (Saint-Simon, Proudhon y otros) señalará que los progresos humanos no dependen de la educación moral, religiosa o filosófica de los individuos, sino que obedecen a leyes supraindividuales determinadas por las fuerzas y relaciones de producción. Marx propone, por tanto, una filosofía que considera científica, rigurosa (materialismo histórico, socialismo científico), con la que poder predecir el futuro de las relaciones humanas originadas por el modo de producción resultante. Su análisis del capitalismo como sistema económico que abocará al comunismo intenta estar impregnado de determinismo y exento de apreciaciones de tipo moral (sobre todo el Marx de la época de El Capital, obra nacida en medio del ambiente cientificista del siglo XIX). Esto no quiere decir que no interprete ciertas situaciones como injusticias, sino que evita el moralismo de los socialistas utópicos que, en su opinión, no conduce a nada. Los individuos concretos cuentan muy poco en comparación con las leyes que rigen la vida social; la alienación económica es un proceso mecánico del que no se pueden pedir responsabilidades morales al burgués particular. El hombre está alienado por el sistema, no por la libre determinación de tal o cual persona; el propio burgués es una víctima de sus intereses de clase y de la estructura económica en la que le ha tocado vivir. Marx es uno de los grandes teóricos que han establecido la conexión entre la personalidad humana y el ambiente social que le rodea, algo muy subrayado repetidamente por la sociología posterior. Siempre ha sido un punto polémico del materialismo histórico marxista el grado de participación consciente, activa, libre, de los individuos en los cambios históricos. Marx deja bien claro lo siguiente: aunque la historia esté determinada -y la victoria pertenecerá, por tanto, a la clase ascendente, quiéralo o no el individuo, dependerá de la iniciativa humana, del grado de comprensión que las masas tengan de su tarea, y de la valentía y eficiencia de sus conductores, el que sea más o menos breve el plazo en que ello ocurra, y mayor o menor el sufrimiento con que se lleve a cabo. Así pues, la libertad del hombre consiste en la percepción de su necesidad; en la compresión de que todo cuanto el ser humano es y hace está sujeto a unas leyes; en la conciencia de que las elecciones humanas, tanto individuales como colectivas, están sometidas a causas que las determinan totalmente y que son, en principio, totalmente predecibles por un observador externo suficientemente informado. La ignorancia de tales leyes convertiría al hombre en víctima de fuerzas incomprensibles, de ahí que la libertad únicamente pueda ser entendida como conocimiento de la necesidad histórica. ¿Cómo se explica que el capitalismo, aparentemente tan fuerte y pujante, esté abocado a la desaparición? La sociedad capitalista, nacida de la división del trabajo, a su vez producida por el desarrollo de las fuerzas de producción, provoca la más profunda alienación en el interior del hombre. Como ya hemos explicado, en la sociedad capitalista el hombre se ve privado de su auténtica esencia, el trabajo, que se convierte en mercancía, en propiedad ajena. El hombre, su trabajo, lejos de ser un fin en sí mismo (su modo de humanizar la naturaleza, de crearse a sí mismo...) se convierte en un medio para un fin exterior que es la acumulación de capital. La propiedad privada de los medios de producción, situación que define claramente el sistema económico capitalista, hace de éstos no unos instrumentos al servicio del hombre sino algo a lo que los hombres se subordinan. El ser humano se convierte en esclavo de un proceso de producción que no tiene en cuenta sus necesidades. Ahora bien, ¿qué es lo que indica que esa situación va a tener un fin? La propia historicidad del momento capitalista. El poderío y la victoria de la burguesía son transitorios. Sin embargo, ¿cuáles son los hechos-síntomas de la debilitación del sistema capitalista? Marx dedicó gran parte de su esfuerzo a detectar y expresar las manifestaciones de la decadencia del sistema capitalista y su necesaria sustitución por otra etapa histórica: 1. La ley de baja tendencial del porcentaje de beneficio: El capitalista busca intensificar constantemente la producción para obtener beneficios, por ello está obligado a incrementar la parte de capital que invierte en medios de producción y materias primas (capital constante C), a la vez, incrementa menos rápidamente o nada el capital invertido en la fuerza de trabajo (capital variable). Su porcentaje de beneficio resultará de la relación entre la plusvalía (P) y el conjunto del capital impuesto. En tanto que aumenta C disminuye el porcentaje de beneficio. Esta es una ley de tipo general, no aplicable a cada caso concreto. Cuanto más productivo se vuelve el trabajo social, más se encuentra amenazado el beneficio del capitalista. Tal es la contradicción que se pone de manifiesto en el funcionamiento del sistema capitalista. 2. La ley de proletarización creciente: Es, desde el punto de vista sociológico, mucho más importante que la anterior. De la explotación creciente de la fuerza de trabajo de cada obrero, de la concentración y centralización del capital que elimina al pequeño y medio empresario, se deriva lo que Marx denomina la proletarización creciente de la sociedad. Es decir, el aumento y concentración de grandes masas de obreros, hombres que no poseen nada salvo su fuerza de trabajo. Además, las fluctuaciones del mercado, los avances técnicos y otros factores inherentes al sistema producen, en épocas de recesión, el llamado "ejército de reserva" (es decir, los obreros en paro). Para Marx, el propio capitalismo crea a sus verdugos: los proletarios que, poco a poco, van tomando conciencia de su situación, de su existencia como clase y de su fuerza: “las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía. Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios” (El manifiesto comunista). 3. Las crisis de superproducción, ley de desarrollo del capitalismo: Resume todas las tendencias a la debilitación del capitalismo, pero no bastan para provocar su ruina sin la intervención del proletariado. Las crisis de superproducción (destrucción necesaria de productos para mantener la rentabilidad de la producción restante), inherentes a un sistema no racional, ni elaborado para la satisfacción de las necesidades de los individuos, sino fruto de un sistema basado en la lógica pura y dura del beneficio, son momentos que fomentan en los proletarios el sentimiento y la conciencia de su explotación. Por todo ello, Marx cree que la revolución, más tarde o más temprano, es inevitable. La disparidad, otra máxima contradicción, entre la evolución de las fuerzas productivas (el proletariado) y el estancamiento de las relaciones de producción (basadas en la propiedad privada de los medios de producción, que se concentran en muy pocas manos) debe hacer surgir esa revolución. Se trata de la revolución más importante de la historia (las anteriores no han sido sino ficciones; una clase sustituía a otra, y al hacerlo se atribuía los intereses de toda la sociedad de una forma ficticia y engañosa). En esta definitiva revolución el proletariado no hará sino manifestar activamente la universal negación que sufre pasivamente. La toma de conciencia y unidad de acción por parte de los obreros será determinante. Marx armoniza el determinismo económico en la historia con la conciencia y acción voluntaria de los agentes históricos. El paso decisivo hacia la nueva sociedad lo constituirá la supresión de la propiedad privada de los medios de producción, con la que desaparecerá automáticamente la clase burguesa, y la instauración de la dictadura de la clase proletaria. Marx subraya que esta abolición de la propiedad privada es del interés de toda la sociedad, la revolución comunista es conscientemente social. Ya que la clase proletaria no hace más que poner en activo la negación que sufre de manera pasiva. Lo que Marx quiere decir es lo siguiente: se acusa a los proletarios de querer abolir la propiedad, la cultura, la patria, la familia, etc.; pero es que, bajo el sistema capitalista, la propiedad, la cultura, la patria y la familia ya están de hecho abolidas para ellos. Lo único que hay que hacer es actuar para que esa situación genere un Estado que controle esos medios de producción para el beneficio del conjunto de la sociedad. El proletariado debe actuar como en las revoluciones anteriores; en un principio, tomando el poder por la fuerza, organizando una clase dirigente que conduzca la victoria sobre la clase burguesa. Se trata de la primera etapa de dictadura del proletariado, la cual será una dictadura distinta a todas las anteriores ya que es una clase universal de hecho y de derecho. Progresivamente, esa dictadura inicial se disolverá en una democracia popular, en la que desaparecerán todas las alienaciones anteriores. La anulación de la alienación económica es el detonante originador de una sociedad sin clases, donde el hombre es principio y fin en sí mismo, y donde el hombre se reconcilia consigo mismo, con la sociedad en su conjunto y no precisa de ninguna creencia extramundana. Marx pensaba que esta revolución se produciría en un país muy desarrollado en el sistema de producción capitalista, por ejemplo la Inglaterra del siglo XIX. Paradójicamente, la revolución se produjo en la Rusia zarista de principios del siglo XX, con unas consecuencias políticas y sociales muy diferentes a las que él planteó. La acción primero de Lenin, y más tarde de Stalin, al convertir el partido comunista en un organismo estatal burocratizado y autoritario, terminaría por desvirtuar el pensamiento marxista convirtiéndolo en una justificación ideológica de una situación de profundas injusticias. El comunismo se convirtió en un capitalismo de estado, odiosa caricatura del más genuino pensamiento marxista.