Delincuentes de cuello inmune e impunidad

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Delincuentes de cuello inmune e impunidad
José Hilario López Rincón
Abogado – Corporación por la Dignidad Humana
Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a
su mesa; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el
sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.
José Martí
No es necesario abordar conceptos elaborados o definiciones complejas para
entender el alcance del vocablo impunidad. En su acepción más sencilla
significa “falta de castigo”. Sin embargo, por encima de lo etimológico, subyace
un fenómeno de enormes repercusiones sociales, culturales, éticas y por
supuesto legales.
De tiempo atrás, el fenómeno de la impunidad es un grave problema que
aqueja al sistema judicial colombiano y contradice la existencia real del Estado
Social de Derecho que pregona la Constitución Política. Y no se trata de la
percepción de una gran mayoría de colombianos, o del padecimiento diario que
sufre otro tanto, sino de la conclusión a la que de manera separada y reiterada
han llegado investigadores nacionales y extranjeros.
Basta citar el informe de la Relatora Especial para la independencia judicial, de
Naciones Unidas, Gabriela Carina Knaul de Albuquerque e Silva, quien estuvo
en Colombia en misión oficial, hace escasos cinco años, en diciembre de 2009.
En su oportunidad, la Relatora Especial consignó en el documento 1 presentado
el 15 de abril de 2010, en el 14º período de sesiones del Consejo de Derechos
Humanos de las Naciones Unidas, entre otras conclusiones las siguientes: “el
informe menciona diversos aspectos que afectan la independencia de la
justicia: la sensación generalizada de impunidad y la consiguiente ineficacia
del sistema de justicia; la sobrecarga de procesos a considerar en cada
juzgado y tribunal; la inadecuada administración e insuficiencia de recursos
materiales y humanos; dificultades en la recolección de pruebas y en la
investigación de los delitos; ataques e intimidación de víctimas y testigos;
existencia de grupos de delincuencia organizada que se resisten a la
investigación de los delitos; falta de definición de adecuadas prioridades para la
investigación de los casos; corrupción en la justicia y deficiencia en el sistema
de acceso a la justicia en una doble dimensión: el acceso a las acciones
judiciales y a los procesos, y obtención de una resolución final firme”. Y
1
http://www2.ohchr.org/english/issues/judiciary/docs/A.HRC.14.26.Add.2.pdf
sentencia: Un Estado que acepta la impunidad es un Estado que claudica en
sus funciones primordiales. (Negrilla fuera de texto)
De acuerdo con la Relatora, “la enmienda constitucional que permitió” la
reelección presidencial “afectó la relación de equilibrio de poderes […] de modo
que el Presidente de la República gobierna con Magistrados y con el Fiscal
General que él contribuyó a designar”. Pero no solo con Fiscal y Magistrados
de bolsillo, también con Procurador, Contralor, Consejeros de Estado, etc.
Por su parte, el Informe Final de la Evaluación de la cooperación de la
Comisión de la Unión Europea con Colombia (Octubre de 2012) señaló que
entre los principales problemas que aquejan a la justicia en Colombia y
conducen al fenómeno de la impunidad, se encuentran 2: “la falta de una
política criminal estable, la baja capacidad del sistema judicial para investigar
los casos complejos e incluso los llamados ‘casos flagrantes’, (…) la poca
coordinación y cooperación entre las diferentes partes del sistema de justicia
ordinaria; el reducido suministro de, y acceso a, la justicia en muchas partes del
territorio nacional, especialmente en las zonas rurales; la poca confianza
ciudadana en las instituciones del sistema judicial; y la presencia de una
‘cultura y tradición de impunidad en Colombia’ que está exacerbada por el
prolongado conflicto armado en el país y los altos niveles de criminalidad”.
(Negrilla fuera de texto)
Uno y otro informe, con dos años y medio de diferencia, coinciden en asumir la
impunidad como uno de los problemas más críticos que afectan la justicia en
Colombia.
Pero también la Comisión Interamericana de Derechos Humanos 3 ha estudiado
el asunto y ha llegado más lejos al afirmar que “La impunidad en Colombia
es estructural y sistémica”; es decir que no se trata de un asunto pasajero
que se pueda resolver con medidas transitorias, en tanto el mal se encuentra
en las bases mismas del Estado colombiano y afecta todo su funcionamiento.
Como se dijo, una de las causas de la situación de impunidad radica en la
ausencia de una política criminal estable, como expresión de política pública
frente a la criminalidad. Se podrá argumentar que tal política sí existe e incluso
que hasta el Viceministerio de Política Criminal y Justicia Restaurativa ha sido
creado para tal fin. Sin embargo, otra cosa dicen los resultados: la impunidad
continúa gozando de buena salud, a pesar de que, paradójicamente, las
cárceles estén atiborradas.
En Colombia, cada gobernante decide, según su estado de ánimo o el mandato
de los medios masivos de comunicación - que tiene que ver con el rating o
imagen favorable -, tomar grandes medidas: cárcel para ladrones de celulares,
cárcel para la protesta social, cárcel para líderes comunitarios y/o sociales,
cárcel para conductores borrachos. Todo al vaivén de los acontecimientos.
2
Bouchier J., Álvarez A. y Schultze-Kraft M. (2012). Evaluación de la cooperación de la
Comisión de la Unión Europea con Colombia. Roma.
3
http://www.cidh.org/countryrep/colom99sp/capitulo-5.htm#%286%29
Se quiere resolver la criminalidad, exclusivamente por la vía de la cárcel, sin
tener en cuenta que el delito como la impunidad, son el reflejo de la
conflictividad social que impera en Colombia. Y que esa conflictividad es la
consecuencia de la gran inequidad e injusticia social que ha existido y existe en
el país. La riqueza crece, las locomotoras de la prosperidad avanzan, pero solo
en beneficio de aquellos a quienes representa el maquinista, atropellando a las
mayorías.
La Corte Constitucional entiende la política criminal como “el conjunto de
respuestas que un Estado estima necesario adoptar para hacerle frente a
conductas consideradas reprochables o causantes de perjuicio social con el fin
de garantizar la protección de los intereses esenciales del Estado y de los
derechos de los residentes en el territorio bajo su jurisdicción” 4.
El asunto no se puede abordar, exclusivamente, desde el punto de vista
cuantitativo y entonces perseguir los delitos que más se cometen en
determinado período. Podría decirse que efectivamente el robo de celulares, el
hurto, la inasistencia alimentaria y la violencia intrafamiliar son algunos de los
delitos que con mayor frecuencia se cometen y su registro escandaloso y
permanente por parte de los medios de comunicación generan sensación de
inseguridad e impunidad.
Pero ¿qué ocurre con otra clase de delitos, que numéricamente tienen menor
frecuencia, pero causan mayor perjuicio e impacto negativo a la sociedad,
cuyos autores extraña vez reciben el castigo justo? Nos referimos a los
llamados delincuentes de cuello blanco, delincuentes con pomposos títulos
de doctorado de prestigiosas universidades nacionales y extranjeras, que bajo
diferentes modalidades se han especializado en esquilmar las arcas públicas y
privadas.
Frente a la delincuencia de cuello blanco, también se ve la inequidad del
Estado colombiano y la indiferencia, que linda con la complicidad, de la
sociedad. Tan aberrante situación genera una sensación de impunidad y de
injusticia. El mensaje que se envía es que los corruptos, que ciertos
delincuentes, están por encima de la ley y del Estado, o al menos a la par de la
ley y del Estado. O como dice Martí, criminales que se sientan a la mesa del
Estado y se codean con él.
La sociedad colombiana perdió el rumbo, - ¿alguna vez lo ha tenido? -, cuando
convirtió el todo vale en su lema, cuando asumió como principio para hacer
dinero escoge el camino fácil, y convirtió en héroes a criminales, algunos ya
muertos y otros aún con vida, que no vale la pena mencionar.
Edición N° 00418 – Semana del 26 de Septiembre al 2 de Octubre – 2014
4
Sentencia C-936 de 2010
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