Blas Tirabassi DNI 35.209.548 Facundo Barrionuevo B-1947/1 TRABAJO PRACTICO CIUDADANÍA Nun observa la relación entre derechos sociales y democracia a partir del concepto “exclusión”. Este ha tenido distintos significados, cuando apareció en los Estados de Bienestar europeos de la década del ’50, hacía referencia a todos aquellos que no formaban parte de la seguridad social, que coparticipaban del masivo ingreso de la clase obrera al sector productivo con derechos que se defienden desde dentro del Estado. El objetivo de los excluidos en ese momento era entrar. La reaparición del concepto en la década del ’90 designa una “fuerte y generalizada crisis del lazo social, por eso, se refiere mucho más a procesos y relaciones que a grupos particulares de individuos”1, donde el fenómeno es un producto del orden socioeconómico. Éste tiene la capacidad de convertir a ciudadanos incluidos y funcionales en inútiles o redundantes quedando al margen de las mínima protección social de la que gozaban para convertirse en excluidos. El objetivo de los ciudadanos en nuestros días es no salir. Marshall y la primera concepción de exclusión Conforme a esta periodización realizada por Nun, podemos inscribir el texto de Marshall “Ciudadanía y Clase Social”, como un trabajo que se inscribe en la primera acepción de exclusión. Marshall supone que la ciudadanía plantea una “igualdad humana básica”2 que puede corresponderse con las desigualdades que supone el capitalismo a partir de la estructuración social en clases. Su principal interés apunta a ver como la ciudadanía impacta en la desigualdad. El autor reconoce el nacimiento de la ciudadanía en Inglaterra a fines del siglo XVII, es decir, nace conjuntamente con el capitalismo. La noción de “ciudadanía” supone una constelación de derechos y deberes traduciéndose como una condición otorgada a los miembros de una comunidad. Esta condición común hace a la igualdad entre los ciudadanos, una igualdad planteada como un proceso de enriquecimiento e inclusión progresivo. El autor le reconoce a la ciudadanía tres dimensiones: la civil, la política y la social. El desarrollo de cada una de ellas puede ser periodizado por siglos, siendo el XVIII el de los derechos civiles, el siglo XIX el de los políticos, y el XX el de los sociales. Si bien en un principio estaban asociados, cuando se separaron poco tuvieron que ver entre sí. Este fenómeno se fue desarrollando con el de “clase social”, concepto que alude a las desigualdades generadas por la interrelación entre las instituciones de la propiedad, la educación y la estructura económica nacional, propias del modo de producción capitalista. La desigualdad social es necesaria ya que proporciona el incentivo para el esfuerzo y crea la distribución del poder. Sin embargo, no hay cánones establecidos sobre el alcance o la dimensión de esta desigualdad, por eso aunque es necesaria no debería tornarse excesiva. El desarrollo de los derechos civiles y políticos si bien fue de trascendental importancia para la constitución de la ciudadanía, no atacó ni amenazó las relaciones de Nun, José. “Democracia ¿Gobierno del pueblo o gobierno de los políticos?”. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, año 2000. Pag 118. 2 Marshall, T. H. y Bottomore, Tom. “Ciudadanía y Clase Social”. Editorial Losada, Buenos Aires, 1998. Pag 19. 1 desigualdad entre los hombres. Los derechos civiles daban poderes legales que se veían cerciorados por el prejuicio de clase y la falta de status económico; los derechos políticos exigían cambios de ideas, de organización y de experiencia que demandaron mucho tiempo para que se hagan efectivos. Sin embargo, los derechos sociales, dice Marshall inscribiéndose en el primer período caracterizado por Nun, fueron pensados para eliminar la pobreza (entendida como la consecuencia mas detestable del capitalismo) sin alterar la estructura clasista desigual, luchar contra la desigualdad en su aspecto no funcional, es decir, el objetivo era entrar. El desarrollo de éstos derechos a partir de fines del siglo XIX trajo algunas modificaciones con respecto a la integración social y la noción de igualdad sostenida hasta entonces por la ciudadanía. En primer lugar, la brecha económica entre las clases se acortó, sobre todo entre los trabajadores calificados y los que no lo eran, además de la novedosa posibilidad del ahorro. Por otro lado, la tributación impositiva comprimió toda la escala de ingresos. Finalmente, la producción industrial de bienes de consumo y durables apuntado a un conjunto mayor de la población, incluyó en la “civilización material” a sectores que nunca habían gozado de tales bienes. Esto produjo un cambio en cómo era entendida la integración social: el centro de gravedad gestado en los períodos anteriores era el sentimiento común y el patriotismo entendido como la lealtad a los valores compartidos por la civilización y un sentido de pertenencia; ahora la integración social sería el goce material del conjunto, entendido como “civilización material” (como se dijo anteriormente). Esto ha cambiado la naturaleza del objetivo de los derechos, es decir la lucha contra la desigualdad. Ya no se busca eliminar la consecuencia más repudiable del capitalismo (la pobreza), sino eliminar todo tipo de desigualdad en la estructura social, tras la bandera del bienestar social. Marshall no está de acuerdo con esta resignificación de la lucha contra la desigualdad porque la supone necesaria para el desarrollo de las capacidades productivas, el autor lo expresa así: “la eliminación de clases […] ya no se contenta con elevar el nivel del piso del sótano del edificio social, dejando la estructura superior tal como era. Ha empezado a remodelar todo el edificio y podría terminar incluso convirtiendo un rascacielos en una casa pequeña”3. Este peligro que reconoció Marshall en la década de 1950 es exactamente lo inverso a la experiencia vivida en los ’90, donde las desigualdades del mercado se impusieron a todo alcance de la ciudadanía en cualquiera de sus esferas, sobre todo la social. En virtud de lo expuesto, Marshall se preguntó si hay límites naturales para el impulso de su tiempo por una mayor igualdad social y económica. Trató de reunir en un sistema dos principios que no se complementan acabadamente, ni mucho menos: la justicia social y el mercado. Analizó la herramienta de la que se valen los Estados para dar entidad a los derechos sociales: el ingreso mínimo. Esto hace referencia a tratar de constituir un piso de bienes y servicios a partir del cual, los hombres alcanzarán distintos lugares en la escala social de acuerdo a sus recursos y capacidades. La igualación de clases debe ser en clave de igualdad de oportunidades, no en igualdad de ingresos. La principal preocupación a la que deben abocarse los Estados es al equilibrio entre los elementos colectivos e individuales, ya que la asignación del piso mínimo puede ser confusa y si no se tematiza de modo correcto, el objetivo siempre estará por delante y las obligaciones estatales crecerán continuamente hasta lograr que la planificación subordine a los derechos individuales. La asignación de servicios puede confundir el concepto de ciudadano, ya que lo que a éstos importa es la “superestructura de expectativas legítimas”4, es decir, 3 4 Marshall y Bottmore. Pag 53. Marshall y Bottmore. Pag 62. los anhelos y deseos que pueden pretender podrían verse viciados o reducidos al conseguir de parte del Estado un cúmulo de bienes y (sobre todo) de servicios que estanquen la consecución de expectativas. Aquí notamos cómo la preocupación de la exclusión en un primer momento hacía referencias a individuos, a diferencia de la posterior conceptualización de Nun que entiende la exclusión como procesos y relaciones. Marshall cree que en el siglo XX los derechos sociales han subordinado al mercado. La ciudadanía y la estratificación en clases han estado en “guerra”, donde la primera impuso condiciones a la segunda, se reemplazó la negociación libre por la declaración de derechos. En el siglo XIX, el gremialismo se valió de la noción de contrato para hacer uso de los derechos civiles de forma colectiva y así negociar sus expectativas; en el siglo XX, donde los derechos sociales han sido consagrados, cree innecesaria una instancia de negociación, ya que los derechos no se negocian, sino que se ejercen o se defienden. El autor dice “tener que negociar un salario de subsistencia en una sociedad que acepta el salario de subsistencia como un derecho social es tan absurdo como tener que regatear por un voto en una sociedad que acepta el voto como un derecho político”5. El autor propone reasignar importancia a los deberes de la ciudadanía, reconociendo al gremialismo y la negociación colectiva como tema de interés del Estado. Las negociaciones de este tipo deben clasificar a los trabajadores en grupos buscando la homogeneidad intragrupo y la diferencia intergrupo, ensanchando de manera progresiva el área de negociación donde la asimilación de individuos se corresponda con la de un grupo y pueda reestructurarse nuevamente el conjunto de la ciudadanía. Las diferencias de condición deben ser asumidas en términos de una ciudadanía democrática, donde todos se asuman como miembros de una misma civilización, en la cual impere el principio de igualdad de oportunidades y en la que las desigualdades no creen expectativas de insatisfacción, sino expectativas legítimas de bienestar. Nuevamente es clara la referencia a la exclusión como un problema de individuos o grupos de individuos. El conflicto entre justicia social y mercado (o entre derechos sociales y estructura de clases) no está resuelto y es una de las paradojas inherentes a nuestro sistema social contemporáneo Actualmente la preservación de las desigualdades económicas se ha hecho más difícil a causa del enriquecimiento del concepto de ciudadanía. Nun y la segunda concepción de exclusión Las sociedades históricamente se han organizado en torno al trabajo como un valor supremo por su funcionalidad social y económica, se encuentra hoy en un contexto en el que no todos los miembros de la sociedad no pueden obtener un trabajo o se encuentran en una situación ocupacional inestable o mal remunerada. A esto Nun le da una implicancia directa sobre el debilitamiento de los lazos sociales primarios, por esto es que la exclusión no hace referencias a categorías o grupos específicos, sino un proceso que pone en crisis los lazos sociales establecidos. Por eso las políticas sociales del Estado de Bienestar resultan necesarias, pero muchas veces no son suficientes. Esto pone en situaciones de vulnerabilidad no solo a Estados de economías emergentes, sino también a Estados largamente consolidados. Para analizar el caso de América Latina, caracterizado por los altos niveles de desigualdad, Nun utiliza tres conceptos: Pobreza, polarización y desigualdad. La pobreza la mide por el ingreso per cápita. Con la polarización hace referencia a la 5 Marshall y Bottmore. Pag 72.º distribución del ingreso, marcando la distancia entre los que más ganan y los que menos lo hacen. Con la desigualdad comprara los datos de distribución del ingreso en la sociedad dada. Podemos ver que la insuficientes medidas del Estado de Bienestar pueden verse ejemplificada en el texto de Martín Carné “El Mercado de Trabajo Argentino Tras la Posconvertilidad”, donde el autor realiza una caracterización sobre el segmento de desocupados de la PEA, intentado arrojar luz sobre una supuesta “inempleabilidad” de un nucleo duro de desocupados. El Estado intenta maniobrar sobre esta población con políticas de inserción al mercado de trabajo, con cobertura médica dependendiente del Estado, políticas sociales con asignaciones económicas, etc. lo que podríamos denominar políticas públicas de un Estado de Bienestar que intenta superar los problemas socioeconómicos que surgen al interior de la sociedad civil interviniendo y compensando en distintas áreas de la misma. A nuestro juicio, lo mas interesante de este trabajo de Carné es su conclusión final donde plantea que a pesar de que en la etapa posconvertibilidad la tasa de crecimiento económico fue alta (alrededor del 7% y el 8%) no fue suficiente para que el mercado de trabajo pueda absorber esta porción grande de la población, es decir que, no necesariamente el crecimiento económico implica una inclusión social automática. A modo de aporte, tomamos un articulo de Gustavo Codas, “América Latina: Integración regional y luchas de emancipación”. Decimos que la región entró en un período político de grandes potencialidades emancipadoras cuyos contornos y desarrollos aún están en construcción y disputa. A mediados de la década del ’90, el “fin de la historia” y el triunfo de la superpotencia de EEUU por sobre el bloque soviético infectaron nuestro continente con gobiernos neoliberales obedientes al Consenso de Washington. A partir de diferentes respuestas que fueron dando las distintas organizaciones de los pueblos latinos, el neoliberalismo empieza a resquebrajarse, y a partir de grandes movilizaciones populares surgen líderes carismáticos que rechazan el Consenso de Washington y proponen una alternativa al neoliberalismo. Sin embargo esta alternativa no está plenamente consolidada. “El desenlace de la coyuntura dependerá de voluntades políticas capaces de impulsar a cada país y a la región hacia un proyecto de superación del neoliberalismo; y serán capaces si construyen mayorías políticas, por ello, el tema clave será el de la ‘hegemonía’ en los procesos nacionales.”6 Más adelante el autor sostiene que es lógico que ese proceso se inicie utilizando los medios y recursos de los que dispone cada economía nacional, pero si se queda en eso sería la mera reiteración del modelo actual de dependencia y subdesarrollo que justamente se busca superar. Es fundamental vincular los debates sobre la superación del neoliberalismo al proceso de integración regional, dado que nuestras economías fueron construidas históricamente para servir a las metrópolis e incluso tienen características de unidades competidoras entre sí en los mismos rubros. Un proyecto de integración debería entonces redefinir las estructuras productivas, la infraestructura de transporte y comunicación, las matrices energéticas, etc., para hacer de la región una unidad económica común orientada hacia las necesidades de sus pueblos. Volviendo a Nun, este señala que la paradoja latinoamericana es que a diferencias de las nuevas y viejas democracias del primer mundo que se consolidaron en un contexto de baja desigualdad, pobreza y polarización, aquí ocurrió todo lo contrario: Los procesos de democratización fueron acompañados por un crecimiento crítico de los Codas, Gustavo. “América latina: Integración regional y luchas de emancipación.” En “Contexto Latinoamericano” Revista de análisis político N°1, 2006. Editorial OceanSur, Colombia. Pag 195 6 tres fenómenos. A nuestro entender, la caracterización que hace Nun sobre la consolidación de los procesos democráticos y su relación con los tres indicadores que definen la exclusión social carece de un análisis del papel político de la región latinoamericana en el contexto internacional, especialmente lo que significo para la región ser parte de la órbita de Estados Unidos. Por eso creemos que las consideraciones que hace Codas son necesarias para refundar las economías en un modelo de integración regional, dando respuesta a la exclusión y a un refortalecimiento de los lazos de integración social, ya que suponemos al trabajo como organizador de lo económico pero también de lo social. Si tomamos la idea de conflicto entre justicia social y mercado que plantea Marshall, podemos decir, siguiendo a Nun, que durante los procesos de consolidación democrática en América Latina el mercado ha avasallado los derechos sociales y ha perjudicado fuertemente los lazos de integración social. Retomando la idea conflictual y las ideas de Codas, sostenemos que los derechos sociales deben imperar ante la lógica de mercado, es decir, la dimensión social de la ciudadanía (que ha sido la más relegada) debe ser una prioridad para los Estados latinoamericanos. La competencia mercantil puede y debe estar orientada a la “civilización material” de las naciones. Si pensamos que la competitividad es necesaria para el desarrollo económico de nuestra región, ésta debe llevarse adelante “fronteras hacia fuera”, es decir, con el resto del escenario internacional a partir del proteccionismo económico de nuestra estructura productiva y teniendo como precondición la satisfacción de los derechos sociales de nuestros pueblos. Bibliografía Codas, Gustavo. “América latina: Integración regional y luchas de emancipación.” En “Contexto Latinoamericano” Revista de análisis político N°1, 2006. Editorial OceanSur, Colombia. Nun, José. “Democracia ¿Gobierno del pueblo o gobierno de los políticos?”. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, año 2000. Marshall, T. H. y Bottomore, Tom. “Ciudadanía y Clase Social”. Editorial Losada, Buenos Aires, 1998 Carné Martín, “El Mercado de trabajo Argentino tras la Posconvertibilidad”. Revista Zur2. http://zur2.wordpress.com/2012/07/10/el-mercado-de-trabajoargentino-tras-la-posconvertibilidad-por-martin-carne/ ”,