El futuro de la socialdemocracia en México y América Latina El futuro de la socialdemocracia en México y en América Latina es gobernar. En México la izquierda socialdemócrata, está cerca de que el año 2012 sea suyo, el PRI es el partido del pasado, el PAN es el gobierno del fracaso de la izquierda, y hay dos condiciones de vida centrales de los países latinoamericanos y de México que son tierra fértil para esta izquierda. Uno es la desigualdad como problema central, somos la región más desigual del mundo; el otro es la debilidad de nuestros jóvenes estados democráticos que no logran hacer efectiva la democracia. En nuestra región es deseable y posible impulsar la gran propuesta socialdemócrata de tanto mercado como sea posible y tanto Estado como se necesario. Es decir, una izquierda que se preocupa igual por la producción que por la redistribución de la riqueza. Una propuesta que garantice que ante el desarrollo del mercado no habrán tanto perdedores y tan pocos ganadores. Sin embargo, en nuestra región las preocupación central de la socialdemocracia, a diferencia de lo que vemos en países desarrollados donde las discusiones se centran principalmente en cómo darle una cara humana al desarrollo económico a través del papel del estado en el mercado, es reconocer que el problema más importante es la exclusión en los hechos de grandes grupos sociales, el predominio de oligarquías políticas, la debilidad efectiva del estado frente a poderes fácticos, y la injusta desigualdad ante la ley. Las reformas económicas llevadas a cabo a principios de los noventa dieron pasos importantes para la modernización de las economías nacionales y vincularon a sectores productivos con el resto del mundo. El problema es que han sido pocos los beneficiarios de estas nuevas oportunidades que evidencian sus limitaciones en la radicalización de la desigualdad. Desde países que se les considera exitosos política y económicamente como Chile y Brasil, hasta países menos exitosos como México, se reduce en algún grado la pobreza, mientras que la desigualdad crece sin vistas a dejar de profundizarse. A principio de los noventas, también se rompieron monopolios públicos que no permitían mayor competencia en los mercados, hoy lo que tenemos son cotos de poder y corrupción creados alrededor de monopolios privados que no permiten que el Estado fomente la competencia. Por ejemplo en México son internacionalmente famosos el monopolio privado en las telecomunicaciones y el monopolio público de 2 energía. Lo que tampoco hemos visto desde las reformas de los noventas, son inversiones importantes y de largo plazo en la formación de capital humano. Al mismo tiempo que el estado sube lentamente el gasto en educación, 92% de este es absorbido por un sindicato poco democrático y corrupto. Es decir en países como México el Estado invierte poco en la gente y lo que invierte lo invierte mal. En México el Estado es tan débil y la evasión fiscal es tan grande, que no recauda ni siquiera el 15% del PIB, y lo que recauda viene principalmente de los trabajadores asalariados. No pagan más los que más tienen sino a los que más fácil se les puede cobrar. En este sentido la desigualdad no es un problema meramente económico, es un problema de inequidad en el acceso a los derechos. La democracia no ha profundizado la desigualdad y la pobreza, pero la ha hecho más evidente. Esta desigualdad no solo se revela en los ingresos económicos de las personas, sino en la desigualdad de trato ante la ley, en la desigualdad en el acceso a la educación, la desigualdad en el acceso a la salud, en la desigualdad en derechos efectivos y formales de diferentes grupos sociales. Por ejemplo, según datos de Latinobarómetro 36% de las y los latinoamericanos identificó la pobreza como la mayor causa de no ser tratados igual por las instituciones. Es decir, la educación para los pobres es educación pobre, la salud para los pobres es salud pobre, la justicia para los pobres es justicia pobre. No es lo mismo ser mujer que hombre, ser del campo que de la ciudad, no es lo mismo ser indígena que ser mestizo, ser homosexual que ser heterosexual. El rostro de la pobreza en Américia Latina es una joven indígena de 15 años de edad que deja la escuela por cuidar a sus hermanos chicos. Otro rasgo de fertilidad para la socialdemocracia en la realidad Latinoamericana es la expresión de la pluralidad y la diversidad social y política de nuestras sociedades. No hay grandes sectores monolíticos sino una diversidad de formas de vivir, de organizarse, de expresarse, y de entender el mundo.. Esta diversidad requiere ser gobernable, ya no puede ser aplastada por líderes que creen tener el monopolio de la verdad para lograr justicia, sino a través de nuevas reglas de convivencia, no sólo para respetar al otro, sino para entenderlo y a partir de eso generar acuerdos. Hay ejemplos, como los siguientes, que nos dicen que el reconocimiento de la diversidad social y la creación de nuevas reglas de convivencia tiene que enfrentar la discriminación. En México 94% de las mujeres se sienten discriminadas por el simple hecho de ser 3 mujeres, 40% de los mexicanos están dispuestos a organizarse con otras personas para que un grupo de indígenas no se establezca cerca de su comunidad, 48% de los mexicanos no estarían dispuestos a que un homosexual viviera en su casa y 42% no estarían dispuestos a que un extranjero viviera en su casa. La socialdemocracia se desprende de las propuestas conservadoras que defienden irrestrictamente a instituciones que protegen viejas estructura de poder. Esta izquierda, más bien ve a las instituciones como una herramienta para reformar al poder a través de la construcción de ciudadanía y de la participación política. Sin duda, esta es la propuesta no ortodoxa que necesita la socialdemocracia latinoamericana para tener ciudadanos libres y no clientelas políticas. Son muchos los ejemplos de países latinoamericanos que tras elecciones democráticas en donde hay competencia y un ganador definido por las instituciones electorales, no se logran construir las condiciones de gobernabilidad que muchos creyeron serían un producto colateral del sistema electoral. En Argentina, Ecuador, Bolivia, Haití, y ahora en Oaxaca, hemos visto a las y los ciudadanos salir a las calles con ímpetus democráticos para exigir mejores gobiernos, más vinculados con las necesidades de las personas y con soluciones a los problemas de su vida cotidiana. Este renovado reclamo democrático se debe a dos cosas. Uno es el avance en la construcción de ciudadanía, es decir el incremento en la educación y ejercicio de las personas con respecto a sus derechos y libertades, y el otro ha sido el mantenimiento de las relaciones políticas características del siglo XX latinoamericano. Aunque hemos logrado exitosamente la transición de sistemas plenamente autoritarios a sistemas electorales, al mismo tiempo hemos mantenido un Estado con actores políticos que se relacionan con las y los ciudadanos a través de mecanismos corporativos y clientelares, con cúpulas partidistas, sindicales, y empresariales que no rinden cuentas a nadie más que a sus propios intereses y que toman decisiones a la ligera en espacios privados alejados de la vista pública. Es verdad que muchos avances se han hecho en los ámbitos nacionales, pero en ámbitos subnacionales y locales, de manera más contundente las reglas de la democracia no han echado raíces. Es cosa de ver los estados en México, donde los gobernadores de ejercen el poder como en los viejos tiempos, controlan los sistemas electorales y de justicia, y manejan discrecionalmente las finanzas públicas para influir en los resultados electorales. 4 Frente a todas las condiciones económicas, políticas y sociales que acabo de describir, una izquierda socialdemócrata tiene que hacerse cargo de continuar y profundizar la democratización de nuestros países. Para democratizar hay que quebrar las estructuras de la vieja sociedad que no permiten que tengamos mercados y estados más incluyentes y arraigados a la sociedad. Para afianzar esta vocación democratizadora, tenemos que reconocer que estas mismas condiciones son las que han renovado la fuerza de diferentes izquierdas en América Latina, que no necesariamente comparten esta vocación democrática. Una es la izquierda que no reconoce aún que las instituciones democráticas son una manera legítima de ejercer el poder, pero que resurgen con un genuino reclamo en contra de la pobreza devastadora y la exclusión social en diferentes regiones latinoamericanas. Esta izquierda radical está vinculada a movimientos extraparlamentarios de grupos anticapitalistas, o con algún arraigo indigenista como el EZLN en México y los Sin Tierra en Brasil, que están dispuestos a usar métodos violentos, pero también en fortalecer a la sociedad civil. Otra izquierda es la izquierda conservadora que surge como reacción auténtica a la desigualdad socioeconómica, y que ve a las instituciones democráticas con desconfianza como un medio más para lograr objetivos redistributivos específicos. Es decir, una izquierda conservadora que no tiene un compromiso irrestricto con las libertades y que tiene nostalgia por los años dorados del siglo XX en donde se podía ejercer el poder a través de grandes grupos corporativos y distribuir la debilidad del Estado. Esta izquierda la vemos representada en Venezuela con Hugo Chávez, y en alguna medida, y con diferencias claras en México con Andrés Manuel López Obrador. Por último está la izquierda socialdemócrata. Esta, a la que pertenezco orgullosamente, es un poco más difícil de definir porque su éxito está en mantener los anhelos de libertad y justicia de la izquierda histórica pero adaptándose de manera realista a la condiciones existentes. Hemos visto ejemplos exitosos en países como Chile con los gobiernos de la Concertación, Costa Rica con el gobierno de Figueres y en alguna medida en Brasil y en Uruguay con los gobiernos de Lula y de Tabaré Vázquez respectivamente. Con el afán de no dejar que la izquierda socialdemócrata mexicana caiga ni en la tentación de renunciar a los sueños de libertad por la falta de imaginación que implica 5 querer reconstruir el pasado latinoamericano de los años setenta, ni en renunciar a los sueños de justicia social por la falta de imaginación que implica únicamente retomar la agenda neoliberal, necesitamos hoy reafirmar una y otra vez la importancia de construir la socialdemocracia como una izquierda de valores y no de consignas. Una izquierda de valores y no de intereses compuesta por valores como, la libertad, la justicia, la autonomía, la competencia, la tolerancia y el respeto a la diferencia, y la laicidad. Con toda convicción creo que si las políticas públicas y el ejercicio del poder de la izquierda socialdemócrata en México y América Latina están regidos por estos seis valores lograremos grandes cambios en nuestros países que como mencioné antes necesitan acción inmediata. Necesitamos mantener, reforzar y expandir las libertades democráticas para que sean los ciudadanos se pueden expresar y vivir como deseen. Necesitamos exigir, reafirmar, y promover mayor justicia social para enfrentar la radicalización de la desigualdad que marca a nuestras sociedades. Necesitamos construir, invertir, y legitimar la autonomía necesaria para que la sociedad esté organizada y los ciudadanos tomen parte en la toma de decisiones de sus gobiernos y comunidades. Necesitamos diseñar, garantizar y reclamar mayor competencia económica y política para que sean más los que participan y menos la concentración de poder económico y político. Necesitamos practicar, aprender y ejercer la tolerancia y el respeto a la diferencia para erradicar toda forma de discriminación la cual millones de personas sufren día a día y poder asegurar la diversidad política y social como parte de las fortalezas de una sociedad, y no como su debilidad. Necesitamos consolidar, fortalecer y reivindicar la laicidad como uno de los éxitos de la modernización del siglo XX que permiten que no haya monopolios ni de la fe ni de la verdad. Confío que guiándonos con estos valores, la izquierda socialdemócrata no volverá a ser rebasada por las circunstancias ni relegada por otras corrientes políticas. De la misma manera, concluyo haciéndoles un llamado a que sean las y los jóvenes como ustedes, que son la mayoría en México y América Latina, los que salgan y construyan el futuro de la socialdemocracia. No podemos perder una generación más hundida en el atraso y la pobreza. Cambridge, Massachusetts. Noviembre 2006