Buenavista

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Crónica de
una vereda
sitiada
Buenavista
P
or el tiempo en el que Ana Isabel se fue a vivir a Buenavista ya
el río se había tragado el caserío una
vez, y aún tendría ocasión de hacerlo nuevamente.
Eran principios de los 60, la época en que florecía el Ferrocarril del
Atlántico y en Buenavista era costumbre ver pasar venturoso el tren
con los pasajeros que desde La Dorada viajaban rumbo a Fundación en
Magdalena.
Testimonios de esperanza
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Buenavista
Hace tiempo ya de eso pero Ana Isabel Bolaños Moreno sigue lúcida. Lleva
puesto un traje azul de flores blancas y
adorna sus cabellos trenzados con un
pañolón oscuro. Es una de las pobladoras legendarias de Buenavista: a sus
70 años pocas son las historias que se
le escapan.
Desde el pasillo de su casa deja discurrir los recuerdos: “apenas recibí el
telegrama con la noticia de mi traslado
hice maletas y abandoné Marmato, mi
pueblo natal. Buenavista no era aquí,
era cerca, en tierras que ya no existen
porque se las tragó el río... Allá llegué y
trabajé como maestra 2 años, y luego
nos trasladamos aquí. Éste es el tercer
Buenavista”.
Cuenta Ana Isabel que el día en que
el río Magdalena se creció comenzó a
llevarse el pueblo por pedacitos, una
cuadra tras otra; hundía los terrenos y
como si acaso fuera a expulsarlos, soplaba un mazacote de barro que luego se iba yendo lentamente con casas,
animales y todo lo que encontraba a su
paso.
“La gente era a la carrera desbaratando casitas y corriéndose más para
atrás, qué lucha, qué tristeza. Conseguimos que de La Dorada nos mandarán una volqueta y la gente empezó a
traerse los cacharros para acá”.
El nuevo Buenavista se asentó sobre
terrenos donados por un terrateniente
de la región y así empezó a surgir en
medio de guayabales, montes y zancudos. El río nunca volvió a entrarse.
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“Lo único que había era la vía férrea.
La maquinaria de ferrocarriles sacaba
balastro del puerto que era muy hermoso, una playa grandísima. La gente fue limpiando el lugar donde quería
hacer su casita, sin luz ni alcantarillado ni nada”.
Por esos días el pueblo comenzó a
poblarse con gente que venía huyendo del Tolima por causa de la violencia
partidista de la época.
“Se formó la colonia tolimense y
empezamos a luchar por la construcción de este pueblo, con todas las penurias y dificultades que usted pueda
imaginarse. La conformación fue lenta porque la gente venía aburrida, muy
golpeada; desterrados unos por el río,
otros por los violentos, todo lo que tenían lo habían perdido, sin embargo
continuamos y mire usted qué bonito
es Buenavista hoy”.
Un pueblo lleno de promesas
El corregimiento de Buenavista está
situado en la esquina nor-oriental del
departamento de Caldas, municipio de
La Dorada, en el sitio donde confluyen
los ríos La Miel y Magdalena.
Limita al sur con el río Pontoná, al
oriente con el río Magdalena y el caserío boyacense Puerto Gutiérrez, al norte con el río La Miel y, al occidente -cruzando el mismo río- con el municipio
de Sonsón en Antioquia.
Puede accederse por vía terrestre
desde la cabecera municipal tomando
Programa de Inversión Social ISAGEN
Buenavista
la ruta La Dorada-Buenavista o por vía
fluvial, navegando el Magdalena desde
el caserío Puerto Gutiérrez en Boyacá.
Los buenavisteños prefieren la vía fluvial, les resulta más natural y el trayecto toma una hora menos que en bus.
En Buenavista hay horas en las que
el sol no deja salir a la gente, no se ve
un alma, a lo sumo un perro o un gato descansando bajo la sombra de un
árbol; parece pueblo de fantasmas,
sin embargo, al llegar la tarde las calles se pueblan nuevamente y se escucha la estridencia de la música que
sale del quiosco donde los hombres
juegan billar.
Es un pueblo de pescadores, aunque hay quienes se dedican a la cría de
especies menores, a ‘jornalear’ en fincas ganaderas y a la siembra de frutales como el aguacate, la piña y los cítricos, principalmente.
Todo cuanto en este pueblo se ve:
luz, alcantarillado, calles, casas, gaviones y demás, ha sido forjado con las
manos, los esfuerzos, los empeños y
cansancios de sus habitantes.
Entre sus atractivos naturales se encuentran las quebradas, caños y ríos
que bañan sus tierras, así como la
abundancia de frutales y la variedad de
aves que cantan y surcan su cielo.
Buenavista es un pueblo de gente que sabe del olvido y de promesas
vanas, como aquella de la purificación
del agua, pues “hace años que vienen
endulzándonos con esa y otras obras
Testimonios de esperanza
más, como si fuéramos niños... y nosotros ya estamos viejos para esos jueguitos, ya no los admitimos más, hemos sufrido mucho. En este pueblo la
gente vive de porfiada porque no tiene donde más ganarse un centavo. Hemos sido como un pueblo olvidado,
menos de Dios”, dice Ana Isabel en tono firme.
Pese a lo difícil que pueda tornarse
en ocasiones la vida, Buenavista encierra el encanto de las casitas de colores y de las flores veraniegas, del río y
de los pescadores con sus trasmallos
y atarrayas, de los niños que van y vienen en sus bicicletas dejando al paso
su alegría, de las loras que cruzan el
cielo impecablemente azul.
“Nunca he pensado en irme, en dejar de ver los pájaros de aquí, las palmas meciéndose, los árboles quietos
trabajando para uno. Esto es muy tranquilo”, comenta, mientras pasan los
niños con sus risitas cantarinas.
Y llegó La Miel
No había entrado a operar la central
hidroeléctrica Miel I cuando los profesionales del área social de ISAGEN ya
comenzaban a realizar talleres para informar y sensibilizar a las comunidades vecinas sobre las características
del proyecto hidroeléctrico y de su gestión social.
Ana Isabel Bolaños, una de las
mujeres más comprometidas con su
comunidad y con la Junta de Acción
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Comunal, cuenta que “por aquí empezaron a venir jóvenes para explicarnos
que iban a hacer una represa. Después
realizaron reuniones en otras veredas y
allí escuchamos que a tal vereda le daban tanta plata y a la otra también, pero a nosotros ni nos mencionaban entonces yo me encaracolé y les dije que
no íbamos a volver ¿Para qué, si en nada íbamos a beneficiarnos?”.
Los pobladores tenían sus reservas
frente a la construcción de la represa,
temían que ésta pudiera reventarse y
que la fuerza de las aguas los arrastrara hasta el mar; además les preocupaba que la presencia de la empresa no
les trajera beneficio alguno.
Tales miramientos se disiparon cuando en el año 2002 la Central inicia su
operación comercial e ISAGEN, además
de incursionar en la región con una obra
de ingeniería, lo hace con un programa
social de beneficio comunitario que desde sus inicios se propuso alentar en las
comunidad su capacidad de organizar y
concertar proyectos que mejoraran su
calidad de vida.
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Luz Elena Guerrero, una valluna que
vino a vivir a Buenavista hace 31 años
para acompañar al amor de su vida, y
que desde muy joven se involucró en
los asuntos comunitarios, cuenta que
al principio Buenavista no estaba incluida dentro del Programa de Inversión Social por encontrarse más allá
del área de influencia de ISAGEN.
“Sin embargo, fuimos a hablar y
nos dijeron que hiciéramos un censo
de nuestros habitantes, que les lleváramos el balance, que ellos estudiarían la
manera de colaborarnos”.
Por su obstinación y porque el río La
Miel, del cual se surte la hidroeléctrica
baña los terrenos buenavisteños, la comunidad fue incluida como beneficiara
del Programa de Inversión Social, demostrándose a sí misma que la perseverancia alcanza lo que muchas veces
se cree impensable.
Remedios para Buenavista
En el año 2003 la comunidad, a través de la Junta de Acción Comunal, se
Programa de Inversión Social ISAGEN
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unió al Programa de Inversión Social
con la adecuación de un local para la
instalación y dotación de una droguería comunitaria.
En cierta ocasión por un sutil descuido se adquirieron medicamentos casi
vencidos, situación que derivó en pérdidas por casi dos millones de pesos.
Urgía este proyecto pues cada que
el médico recetaba algún remedio para los enfermos había que viajar hasta La Dorada a traerlo y como muchas
veces no era posible viajar, la gente
preparaba bebidas para despistar las
enfermedades.
Sin embargo la comunidad se sobrepuso y actualmente la droguería
cuenta con la solvencia suficiente para
cubrir el sueldo de las despachadoras,
surtir el local y seguir prestando el servicio a quienes necesitan mejorarse de
sus dolencias.
“A muchos Dios los sacó de apuros
pero a otros se los llevó a su santa gracia... moría mucho niño porque no había droga, ni suero, ni nada”, cuenta
Ana Isabel.
Cuatro mujeres capacitadas en atención farmacéutica, una de ellas enfermera auxiliar, atienden la droguería a donde acuden los pobladores en caso de
necesitar medicinas o una inyección.
Agravaba la situación el hecho de
que no había médico de planta en Buenavista -ni lo hay- y anteriormente sólo
venía cuando había una persona grave
o un muerto.
La droguería beneficia a las comunidades aledañas de El Tigre, La Agustina,
La Atarraya, La Habana y San Miguel.
Luz Elena Guerrero recuerda que
una vez llegó un hombre al pueblo y tocó tres veces la puerta del centro de salud sin que obtuviera respuesta. De súbito se desplomó. Y ella, que había presenciado todo, se apresuró a auxiliar al
hombre que permanecía tendido sobre
la tierra, pero ya había muerto.
“Le escribimos al gobernador para
que remediara la situación y ahora viene un médico cada semana y se queda
2 días prestando atención básica. Los
enfermos graves se llevan a La Dorada
o a Manizales”.
La historia de la droguería no ha carecido de momentos desalentadores.
Testimonios de esperanza
Este año -2007- la Junta se vinculó al
Programa de Inversión Social con un
proyecto complementario para dotar
al centro de salud con equipos e implementos clínicos que reemplacen a
los mal conservados, obsoletos y destartalados con los que cuenta actualmente y que resultan inapropiados para atender los cerca de 1.500 habitantes del corregimiento.
Los Huevos de oro
Para el segundo año -2004- dentro
del Programa de Inversión Social, la
comunidad se decidió por un proyecto
productivo que mejorara los ingresos
económicos de los 162 asociados de la
Junta y, en general, de los lugareños.
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Buenavista
Se formaron convites para construir
el que vendría a llamarse el galpón comunitario “Los Huevos de oro”. Se
compraron 400 gallinas que pusieron
huevos por montones lo que causó júbilo y orgullo dentro de la comunidad,
pero como en ocasiones las cosas llegan y asimismo se van, sucedió lo que
nadie esperaba: el negocio quebró.
“A mí me da guayabo ver ese galpón... Eso generó tantas alegrías, y
ahora sólo asoman las avispas. Fue
que comenzaron mal porque primero, les vendieron gallinas viejas, y después se cerraron a la banda de vender
los huevos sólo a las tiendas, entonces
dejaron pudrir hasta 8 cubetas de huevos por la terquedad de no venderle a
la gente común”, expresa Luz Elena.
No hubo manera de recuperar el galpón, unas gallinas se vendieron, otras
más quedaron entre las familias para
el sancocho, y de los huevos de oro sólo quedó el nombre.
“Para entonces, como ahora, se necesitaba más unión, apropiarse más
de lo de todos, sentir que se pertenece
a este lugar. Todo habría sido mejor si
la gente se hubiera dado cuenta de que
trabajando todos por parejo y unificando las fuerzas se pueden lograr más y
mejores cosas”, comenta Ana Isabel.
Todavía la comunidad siente pesar
por este suceso, pero no se ha quedado en el desgano, de los errores
aprendió y con arrojo se concentra en
los proyectos presentes: los de la Junta de Acción Comunal y los de otras
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organizaciones comunitarias que se
han unido al PIS como la Asociación
de Padres de Familia del Colegio Buenavista y la Asociación de Pescadores.
Trabajando en comunidad
Luz Elena Guerrero contempla a un
pescador que en su canoa desuella a
un bagre. Los murciélagos chillan y revolotean. Las ranas cantan. Oscurece.
El pescador retoma el camino a casa.
Una culebra escuálida le sale al paso y
él deja caer sobre el reptil un remo que
sostiene entre las manos.
Ella no se turba, está acostumbrada
al carácter recio de los pescadores; sigue en lo suyo, en recordar con exactitud la fecha de los acontecimientos,
que en 1987 el Servicio Nacional de
Aprendizaje SENA llegó a Buenavista impulsando un taller de modistería
donde 75 personas aprendieron a cortar, tinturar y reconocer texturas de las
telas.
“De todo aprendimos. Nos dijeron
que nos asociáramos, que sacáramos
estatutos, que con eso nos daban las
máquinas industriales, pero la gente dijo: ¡no, yo ya aprendí a coser, yo coso en
mi casa! Y así no hubo manera de constituir las confecciones de Buenavista”.
Y agrega, “pero esas son cosas del
pasado, si algo aprendimos estos años
con el Programa de Inversión Social
fue a trabajar como comunidad, a conocernos, porque aquí vivíamos y no
sabíamos quiénes ni cuántos éramos,
Programa de Inversión Social ISAGEN
Buenavista
mejor dicho nos dieron las herramientas para ser autogestores, y si de aquí a
mañana ISAGEN nos dice no más proyectos con Buenavista, agradeceremos
mucho y seguiremos adelante”.
Hoy, Buenavista luce diferente; si
una vez sus pobladores dejaron ir una
oportunidad, no lo hicieron dos; en
cambio han resuelto trabajar con la entereza suficiente para sortear los tropiezos, aprender de los errores y hacer de Buenavista un pueblo para no
olvidar.
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