Parte 4: “Cuento del disgusto”:

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Cuento del disgusto:
Érase una vez un disgusto con mucho gusto y una niña con
extremada simpatía hacia los disgustos, resultó con esta extraña
combinación, que un día, siguiendo las indicaciones del destino o quizás
por un capricho de vaya usted a saber quién, ambos personajes de este
cuento se encontraron… en ese encuentro fortuito o casual, cabía esperar
que ambos se quedasen fascinados al encontrarse, y por no romper la
rutina de lo esperado, así la vida provocó este resultado:
Nuestros dos protagonistas hicieron tan buenas migas, que estaban juntos
todo el día, todos los días.
Jugaban juntos, hablaban juntos, reían juntos, lloraban juntos y así con
todo el listado de cosas imaginables e inimaginables, que se nos puedan
ocurrir … pasaron los días, pasaron los meses y finalmente los años, y tras
muchos, muchos años, ocurrió lo inevitable : el disgusto, con tanto gusto ,
se alimentó y mucho de la gustosa niña, con extremada simpatía por los
disgustos, y la niña se consumió y mucho; o quizás deberíamos decir , que
se dejó consumir, y mucho, por esa extraña simpatía suya hacia los
disgustos, hasta tal punto, que enfermó, perdió la sonrisa y perdió la
ilusión …; pasaron los años, y como es de esperar, la cosa no mejoró.
Por aquel entonces, nuestra niña ya más bien mujer, estaba en cama,
cuidada por su amigo disgusto, el cual, al ver el gran desánimo de su
amiga, pensó en hacerle una fiesta para animarla; así 3 días después,
congregó en aquella habitación a todos sus amigos disgustos, para que
acompañasen y animasen a su amiga … y la niña-mujer, al ver tanto
disgusto a su alrededor, comprendió finalmente la situación, y al grito de
¡Fuera de mi vida los disgustos! , sacó a todos aquellos disgustos de su
vida, de su casa y de su listado de cosas que le causaban simpatía.
MORALEJA: lo mires como lo mires, los problemas están claros que
existen, pero convertir esa situación en un gusto por los disgustos , no
sólo demuestra cierta pauta masoquista en nosotros, sino que además,
manifiesta ¡un claro mal gusto!
Lourdes Pérez Marrero.
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