Factótum 9, 2012, pp. 19-33 ISSN 1989-9092 http://www.revistafactotum.com Las virtudes cívicas en una sociedad plural Luis María Cifuentes Pérez IES Nuestra Señora de la Almudena (Madrid) & SEPFI & IUCE en Universidad Autónoma de Madrid E-mail: luiscifu@sepfi.es Resumen: El pluralismo moral y religioso de las sociedades avanzadas, junto con el debate comunitarismoliberalismo, propician la discusión acerca de las virtudes cívicas. En este artículo analizamos el concepto de virtud y proponemos la laicidad como virtud cívica fundamental para asegurar el pluralismo. Palabras clave: virtud, ciudadanía, pluralismo, laicidad. Abstract: The moral and religious pluralism of advanced societies, together with the comunitarism-liberalism debate, contribute to the discussion about civic virtues. In this article we analyze the concept of virtue and propose laicism as the fundamental civic virtue to assure pluralism. Keywords: virtue, citizenship, pluralism, laicism. Reconocimientos: Artículo basado en el texto “Tema 47: Las virtudes cívicas en una sociedad plural”, previsto publicarse en Julio Ostalé (dir.), Temario de Oposiciones para Secundaria. Rama de Filosofía, Centro de Estudios Académicos S.A. / Universidad de Salamanca (aval científico), Madrid, 2009, isbn 978-84-936163-3-5. En 2009 el Borrador de Temario de 2006 de 76 temas, que introducía como novedad el tema 47 y otros cuatro más, se anuló en favor del antiguo Temario de 1993 de 71 temas, por lo que ninguno de esos cinco temas llegó a ser publicado. 1. Introducción El tema de la virtud es un asunto que ha vuelto a reaparecer en las últimas décadas en la filosofía moral y política, debido a varios factores. Uno de ellos ha sido la preocupación social y política que en las sociedades occidentales se ha producido al no saber cómo abordar el tema del pluralismo moral y religioso en un contexto democrático, en el que el respeto a las leyes civiles debe ser compatible con la tolerancia religiosa y moral de las distintas comunidades culturales que conviven en un mismo espacio político. Otro factor que ha contribuido al desarrollo teórico del tema de las virtudes, sobre todo en los Estados Unidos, ha sido el debate filosófico entablado entre la corriente comunitarista y la liberal, representada de modo emblemático, aunque no únicamente, por dos autores; por un lado, Alasdair MacIntyre, quien en su libro Tras la virtud (1981) recoge las tesis principales del comunitarismo; y por otro lado, John Rawls, quien en Teoría de la justicia (1971) defiende las tesis del liberalismo democrático. Una tercera vía teórica que se está abriendo paso en los últimos años es el republicanismo cívico de Philip Pettit, con su visión de la sociedad civil como el elemento dinámico de los ciudadanos que intentan controlar la acción de los gobiernos e influir en sus decisiones con la participación política. El tema de las virtudes cívicas en una sociedad plural lo desarrollaremos siguiendo el siguiente esquema. El primer apartado se centrará en el concepto de virtud, ateniéndonos a su evolución histórico-filosófica, desde la época griega hasta hoy. También se analizará en ese apartado el concepto de virtud individual y de virtud cívica, constatando la íntima vinculación entre ambos tipos de virtud. En el segundo apartado se estudiará el tema del pluralismo y la democracia como dos conceptos que guardan entre sí una estrecha conexión. Para ello se analizará el pluralismo político, el pluralismo moral y el pluralismo religioso como los elementos que definen las sociedades democráticas actuales. La democracia, como forma de vida moral que supone un tipo de educación moral y cívica especial, será el tema final de este apartado. En tercer lugar, se CC: Creative Commons License, 2012 20 Luis María Cifuentes Pérez tratará el tema de la laicidad del Estado como un componente esencial de la democracia compleja y pluralista en la que vivimos. La tesis de que los Estados de Derecho y democráticos deben guiarse en su acción jurídica y política por una exquisita neutralidad en asuntos morales y religiosos será estudiada en este último capítulo. 2. La virtud Uno de los temas claves de la filosofía moral ha sido siempre el concepto de virtud. Para poder entender correctamente el tema de las virtudes cívicas es necesario realizar un breve recorrido histórico de ese concepto, porque la evolución del mismo ha estado siempre vinculada a las teorías morales de cada época. La virtud es el elemento clave de cualquier antropología moral, ya que sin acciones virtuosas en contraposición a los vicios, no se podría hablar de acciones moralmente buenas o malas. La historia del concepto de virtud, o el modo en que las distintas sociedades a lo largo de la historia, han ido redefiniendo lo que entienden por hábitos de conducta virtuosa será el mejor modo de introducirnos en el complejo tema de las virtudes cívicas en nuestra sociedad actual. 2.1. Breve historia del concepto de virtud Han sido las religiones y los relatos mitológicos vinculados a ellas las que más se han preocupado por delimitar el sentido moral de la vida de los seres humanos y su dependencia de la divinidad. Los seres humanos, sometidos a las fuerzas de las Naturaleza y conociendo su fragilidad y debilidades, encontraron en las religiones un modo de explicar los fenómenos de la Naturaleza que les aterraban y unos mecanismos de alivio ante el dolor, las enfermedades y la muerte. La cultura egipcia, la mesopotámica y la judía ofrecen ejemplos históricos y testimonios escritos muy importantes acerca de la conexión entre la religión y la moral, entre las normas sociales humanas y los mandamientos divinos. Estudios antropológicos de Marvin Harris (1927-2001) como Vacas, cerdos, guerras y brujas (1974) y Bueno para comer (1985), donde se estudia la significación moral y religiosa de las conductas y de los símbolos culturales de muchos pueblos, son un buen ejemplo de ello. Sus análisis de los hábitos gastronómicos o sexuales de los hindúes o de los musulmanes muestran claramente esa implicación entre lo moral y lo religioso. En la cultura griega, tal y como ha sido analizada por autores como Werner Jaeger, entre otros, el sentido primigenio de la virtud era la valentía, el valor que los guerreros mostraban en los combates; en los siglos IX y VIII a.C., época de las grandes epopeyas narradas por Homero, La Ilíada y La Odisea, se siguió empleando ese significado de fortaleza y de valor con el término griego areté. Pero ya en Platón y, sobre todo en Aristóteles, el concepto de areté pasó a significar de modo general, la perfección propia de cada ser: cada ser tiene unas potenciales propias, específicas, que en el caso del ser humano serán unos hábitos de vida buena, tanto en el campo moral (virtudes éticas) como en el intelectual (virtudes dianoéticas). Esta concepción de la virtud humana como hábito de conducta que se adquiere mediante la práctica y el entrenamiento es uno de los grandes presupuestos de la filosofía moral antigua y ha tenido una extraordinaria influencia en la filosofía posterior. La idea de que el concepto de virtud es algo dinámico que exige un esfuerzo, tanto en el campo de la moral como en el intelectual se debe a que, según Aristóteles, nadie es bueno ni sabio por naturaleza. El giro teológico del concepto de virtud se produce con el cristianismo. Desde la Patrística, en los primeros siglos de la era cristiana, ya aparece en el horizonte de la teología moral el pensamiento de Platón y de Plotino; es decir, una concepción antropológica dualista (de antagonismo entre lo corporal y lo espiritutal) de la que se derivan una serie de consecuencias morales evidentes. Las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) constituyen el eje esencial de cualquier conducta virtuosa cristiana; sin ellas, nadie puede aspirar a una vida buena, a una vida santa, a la perfección humana. Agustín de Hipona (354-430 d.C.) insiste en un concepto de virtud vinculado totalmente al amor a Dios y al prójimo, hasta el punto de llegar a afirmar, citando al evangelista Juan, dilige et quod vis fac, “ama y haz lo que quieras”. (Epístola de San Juan a los Partos, VII, 8) En el apogeo de la Escolástica medieval, Tomás de Aquino retomó las tesis aristotélicas y elaboró un detallado análisis de la virtud, incorporando elementos de la moral cristiana, tratando de armonizar la teología con el pensamiento griego. Desde el punto de vista estrictamente teológico, una de sus aportaciones es la teoría de las CC: Creative Commons License, 2012 Factótum 9, 2012, pp. 19-33 virtudes teologales, a las que denomina “infusas”, es decir, que son conocidas solamente a través de la revelación de Dios. Tales virtudes constituyen el eje de la antropología y de la moral cristiana, ya que son las que nos proporcionan la verdadera felicidad, la definitiva beatitud. Ahí se ve la diferencia entre la felicidad, tal y como fue concebida en el mundo griego, y el concepto de felicidad sobrenatural que consiste en el amor a Dios. Ese giro teocéntrico es el que todavía perdura hoy en todas las visiones éticas del cristianismo actual. En el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración, la filosofía moral atrajo también el interés de todos los filósofos, porque, en el fondo, toda la filosofía de las Luces fue una apuesta por el progreso moral del individuo y de la sociedad. La emancipación de cada ser humano que preconizaba la Ilustración (Rousseau, Kant y todos los demás filósofos), debía abarcar todos los elementos esenciales de la actividad humana. Se trata de una liberación de las supersticiones, de la ignorancia y de los vicios. El ser humano, según los ilustrados, tenía que salir de la “minoría de edad” y madurar como agente racional y como sujeto moral. La época de la Ilustración, al decir de Kant, no podía limitarse a ser la época de Federico II en el siglo XVIII porque para Kant la Ilustración era mucho más que la época de las Luces; era, ante todo, el esfuerzo ininterrumpido del ser humano por salir de la minoría de edad, por atreverse a pensar de modo autónomo. La historia de la Humanidad tenía que orientarse, según los filósofos ilustrados, hacia el progreso de la ciencia y de la virtud. El proyecto ilustrado influyó poderosamente en la orientación de la ciencia y de la filosofía durante el siglo XX, de tal modo que el avance tecnocientífico fue el mejor reflejo de este progreso. A pesar de ello, también aparecieron en las sociedades europeas algunos elementos que ya cuestionaban el sentido unidimensional del progreso de las ciencias y de la tecnología. El romanticismo europeo y posteriormente la filosofía de Marx y de Nietzsche dieron una interpretación crítica y novedosa a la Ilustración racionalista del XVIII. Las críticas de estos dos autores a la moral cristiana, por servir a los intereses de la burguesía dominante, influyeron en el giro que la ética contemporánea y la política iban a dar el siglo XX. Como señala con acierto Victoria Camps: “[T]al vez la única semejanza que pueda encontrarse en esos dos grandes 21 revulsivos de nuestro tiempo que fueron Marx y Nietzsche sea la de de haber compartido una misma queja frente a la moral y una misma esperanza con respecto a la autosuperación de la vida humana. Es cierto que Nietzsche detesta los ideales socializantes y comunitarios que conformaron la ideología marxista, pero Nietzsche como Marx, se empeñó en mostrar, por encima de cualquier cosa, el engaño oculto en la supuesta universalidad de los valores morales”. (Camps, 1990) Precisamente el tema de la universalidad de los valores morales, unido al problema de las relaciones entre ética y felicidad, será el que dominará en la ética de todo el siglo XX. La filosofía del lenguaje, cuyo mejor representante fue L. Wittgenstein, reorientó a principios de siglo con su famoso Tractatus logico-philosophicus (1919) la filosofía moral hacia las emociones y los sentimientos ; por otro lado, Freud ahondó todavía más en el malestar profundo del hombre moderno y en su imposibilidad de alcanzar la felicidad. A lo largo del siglo XX, toda la filosofía moral ha vuelto a replantearse el tema de la gran virtud que debería regir los destinos individuales y sociales: la justicia. La pregunta clave de todos los sistemas éticos más importantes del siglo XX ha sido ésta: ¿Cómo conseguir lograr ser moralmente buenos, siendo a la vez felices y justos? El utilitarismo actual, la teoría de la justicia de Rawls y –desde una lectura renovada de Kant y del marxismo– la ética comunicativa de K. O. Apel y de Habermas, han intentado y siguen intentando responder a esa cuestión. Los intentos de Apel y Habermas han ido profundizando en el significado y en el uso del lenguaje moral; pero el lenguaje moral ya no es algo de una sola persona ni se puede reducir a la conciencia individual. El monólogo de la conciencia moral no encuentra eco solamente en una conciencia solipsista; se necesita dialogar, comunicar a los demás cuáles son nuestros valores y nuestras normas morales y por eso, aparece y reaparece continuamente el tema de la pólis, de la vida en común, de la política. La virtud no es solamente individual, sino ante todo social: tenemos que aprender a ser buenos y felices, pero eso solamente se puede hacer en comunidad, en comunicación con los demás. El bien, la felicidad y la justicia son una ecuación de valores indisoluble, que debe realizar los tres valores conjuntamente. Para terminar esta breve historia del concepto de virtud en Occidente, hay que replantearse el debate inconcluso entre el comunitarismo y el liberalismo. La tesis de CC: Creative Commons License, 2012 22 Luis María Cifuentes Pérez uno de los más importantes comunitaristas como MacIntyre, de que Occidente recupere unos valores morales compartidos por todos, volviendo a una especie de nueva Edad Media recristianizada, no parece viable. Y por otro lado, la tesis de que los valores de la libertad y la igualdad están recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos se considera insuficiente, tanto en las versiones del comunitarismo como en las del liberalismo, ya que las prácticas sociales y políticas no realizan muchas veces esos valores contenidos en los Derechos Humanos. La definición de virtud y los tipos de virtudes, tal y como Aristóteles las concibió, siguen siendo todavía hoy una reflexión sobre la moral que debemos tener en cuenta; desde el punto de vista del neoaristotelismo actual, sin esfuerzo personal no se consiguen los buenos hábitos y sin educación moral no hay perspectiva de una vida buena, justa y feliz para todos los seres humanos. 2.2. Virtud individual y virtud cívica En el epígrafe anterior se ha analizado brevemente cuál ha sido la historia del concepto de virtud en la filosofía moral occidental. En la época griega y durante la Edad Media, la idea de que la virtud era algo individual y social al mismo tiempo no ofrecía ningún tipo de duda. La virtud, según los grandes pensadores griegos Platón y Aristóteles, no es una cuestión moral individual al margen de la política. El ser humano que Platón diseña en su ideal utópico de República justa y feliz no puede construir una vida buena sin tener en cuenta la situación de los demás habitantes de la República. Unos son productores, otros trabajan como guerreros y otros como gobernantes, pero nadie puede concebir ni ejercer su vida buena al margen de la sociedad. En el caso de Aristóteles, es bien conocida sus tesis de que “el ser humano es por naturaleza un animal cívico” (Política, II). La importancia que tiene la dimensión política del ser humano es extraordinaria para Aristóteles. La ciudad-estado es algo natural y la convivencia es esencial para el desarrollo de los seres humanos. Aristóteles, llevado por su esquema biologista y organicista, veía en los insectos y en otras especies animales muchas semejanzas con las sociedades humanas, pero también señalaba una diferencia fundamental. Los animales pueden comunicarse mediante sonidos, pero el animal humano posee un instrumento único de comunicación, su lenguaje; y el lenguaje humano sirve para hablar de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto. La ética y la política son ámbitos humanos en los que la animalidad queda integrada y superada en un nivel más elevado de comunicación: el lenguaje éticopolítico. La sociedad humana no es un simple zoo, sometido totalmente a las presiones del instinto y del sexo; es una organización de seres racionales dotados de lógos y de libertad, capaces de dialogar y de convivir buscando la justicia para todos. Durante la Edad Media la tesis del animal cívico o social fue retomada por el cristianismo dentro de un contexto totalmente nuevo: la Ciudad de Dios. La teología de Agustín de Hipona sigue siendo hoy uno de los referentes fundamentales de la ética y la política para los católicos de todo el mundo. Cuando Agustín contempló el inicio de la decadencia del Imperio Romano con las primeras invasiones de los bárbaros, tomó plena conciencia de que la teoría de las dos Ciudades era el mejor modo de interpretar la historia humana. Las virtudes individuales del verdadero cristiano estaban descritas perfectamente en el Evangelio y se habían realizado ya en la figura de Jesucristo, Hombre y Dios al mismo tiempo. Sin embargo, Agustín fue el primero en elaborar una interpretación cristiana de la historia y de la sociedad humana; él vio que los seres humanos por sí mismos y con sus propias fuerzas son incapaces de organizar el Bien común y de gobernar con justicia. Sin partir de la fe, la esperanza y la caridad y sin tener en cuenta la Ciudad de Dios, la referencia al cristianismo y a la Iglesia católica y al Papa, no se puede conseguir la verdadera felicidad ni la auténtica justicia social. Las tesis centrales del “agustinismo político” han perdurado en la teología y en el pensamiento católico hasta nuestra época. A lo largo de toda la Edad Media y tras la Reforma de Lutero, hubo variaciones teóricas dentro del cristianismo, pero lo esencial de las tesis agustinianas sobre la rivalidad y la lucha entre la Ciudad de Dios y la Terrenal se mantuvo exactamente igual. Las principales encíclicas sociales de los Papas a lo largo del siglo XIX y del XX se reafirman en que las virtudes individuales y cívicas del verdadero católico se practican por el seguimiento de Cristo y por la obediencia al Papa, que es su vicario en el mundo. A pesar de la apertura y del diálogo con otras escuelas de pensamiento ético y político como el marxismo, el existencialismo, el utilitarismo etc. el pensamiento católico sigue siendo fiel a su propia tradición. Su visión de la moral y de CC: Creative Commons License, 2012 Factótum 9, 2012, pp. 19-33 la política trasciende el ámbito temporal y humano y se sitúa en una perspectiva superior, sobrehumana y teocéntrica. La persona humana, en su dimensión individual y social, está destinada a una vida eterna más allá de esta vida y de esta sociedad; ningún cristiano puede pretender la plenitud de su bondad y de su felicidad en este mundo, porque la Ciudad celeste es la meta a la que todos los católicos deben aspirar y solamente guiados por ese horizonte deben trabajar aquí por la justicia y la felicidad humanas. El concepto de virtudes cívicas vinculado a una determinada visión de la ética, de la política y de la sociedad tuvo su mayor desarrollo con los sociólogos y politólogos de los siglos XIX y XX. Uno de los autores que más se preocupó del tema fue Alexis de Tocqueville (1805-1859), quien en su obra La democracia en América (1835-1840) nos legó reflexiones de extraordinaria actualidad sobre la democracia y las virtudes cívicas. El hecho de que la sociología y las ciencias políticas de los dos últimos siglos hayan insistido en la necesidad de las virtudes cívicas tiene mucho que ver con la vinculación existente entre las nociones de virtud, ciudadanía y democracia. El discurso sobre la noción de ciudadanía debe mucho a la Revolución Francesa de 1789 y a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1792, que se elaboró en el proceso revolucionario francés. Ser ciudadano de una república, aunque sea un tipo de república dominada por la burguesía, implica ser consciente de unos derechos y de unos deberes para con la sociedad en la que se vive. En las sociedades democráticas que van apareciendo en Europa tras la caída del Antiguo Régimen en 1789, se habla ya del “ciudadano o ciudadana” y se supera definitivamente la idea del “súbdito”. La democracia no es un sistema monárquico ni un despotismo ilustrado, sino un sistema de participación real en el que los ciudadanos tienen la última palabra. Eso significa la democracia; que la “soberanía” reside definitivamente en el démos (“pueblo” en griego) 2.3. Las virtudes cívicas La idea de las virtudes cívicas ha estado durante el siglo XX muy influida por las dos ideologías más importantes en ese siglo: el comunismo y el capitalismo. Es decir, que el ideal del ciudadano y del civismo ha estado sometido totalmente a lo que cada sistema político consideraba como el modelo perfecto de ciudadanía. Así, para el capitalismo, el 23 buen ciudadano era y sigue siendo el que con su iniciativa individual y su trabajo es capaz de generar riqueza individual y utilidad social; el modelo perfecto sería el buen empresario, el burgués que emplea su libertad, su tiempo y sus recursos en crear riqueza y oportunidades laborales para sus conciudadanos. En cambio, para la ideología comunista el concepto de ciudadanía estaba vinculado al esfuerzo productivo, a la realización del ideal obrero de producir para la sociedad y para el país; en contrapartida, el Estado proletario tenía que satisfacer las necesidades básicas de todos los ciudadanos: la vivienda, la educación y la sanidad. Tras la desaparición del Muro de Berlín en 1989 y de los dos grandes bloques políticos y militares surgidos después de la II Guerra Mundial, el tema de las virtudes cívicas ha adquirido una nueva dimensión y se contempla desde una nueva óptica: la de la globalización y el multiculturalismo. El debate entre comunitaristas y nocomunitaristas está marcando en las últimas décadas el sentido cultural y ético-político de este debate. El comunitarismo defiende con distintos matices que la persona humana es, al mismo tiempo, un sujeto individual y social; un agente moral que va adquiriendo su identidad y personalidad moral en estrecha vinculación con su comunidad cultural, moral y religiosa. Para los comunitaristas como MacIntyre y Taylor no se puede entender la vida moral, las virtudes ni la ciudadanía sin analizar cuáles son los vínculos morales y religiosos de la comunidad a la que cada individuo pertenece. Por eso, el comunitarismo insiste en la idea de pertenencia a una cultura concreta, a unos valores que dan sentido a la vida moral de cada persona al integrarlos en una sociedad determinada, con rasgos culturales, morales y religiosos propios. De ahí, que se hable del “mosaico cultural” que forman las actuales sociedades, compuestas por muchas y diferentes culturas, objeto de los debates sobre el multiculturalismo. Frente al comunitarismo, el neomarxismo de Habermas. K.O. Apel y la teoría neocontractualista de J.Rawls insisten más en que el ciudadano lo es por su vinculación a unos valores y a unas leyes democráticas que todos compartimos y que se basan en algo universalizable y no en las tradiciones culturales, morales y religiosas de cada pueblo o nación. Mientras que el comunitarismo insiste en las raíces culturales colectivas que dan identidad moral a los seres humanos, los autores neomarxistas y neoliberales defienden la CC: Creative Commons License, 2012 24 racionalidad universal y formal de los derechos, de las leyes y de los valores comunes, que se derivan de los Derechos Humanos y de las Constituciones democráticas de cada país. Son dos formas de intentar resolver el enfrentamiento entre una concepción que pone el acento en la identidad comunitaria y en las tradiciones y otra visión más racionalista y universalista del derecho y de la ética. Tanto los comunitaristas como los que no lo son, coinciden en que la vida individual y social de cada persona esté entretejida entre sí; para todos los autores la Declaración Universal de Derechos Humanos es aplicable a todos los sujetos de cualquier lugar del mundo, sea cual sea su tradición moral o religiosa. El problema surge cuando en el mismo país y en la misma sociedad, alguien pretende en nombre de su pertenencia a una comunidad religiosa o moral no solo que se respete su identidad, sino sobre todo que pretenda imponer a todos los ciudadanos unos determinados valores y normas morales que muchos individuos rechazan. Ahí es donde aparece en toda su crudeza el problema del pluralismo moral y religioso en una sociedad democrática. Si se quisiera realizar un catálogo de las virtudes cívicas consideradas en el mundo actual como más necesarias para la consecución del ideal humano en su dimensión cívica, se podría diseñar un cuadro bastante completo de dichas virtudes. Para elaborar este breve elenco de virtudes cívicas hay que tener en cuenta que el lenguaje ético ha acuñado hace tiempo muchas de las expresiones que se pueden renovar mediante aportaciones actuales tanto de conceptos como de actitudes éticas. Por otro lado, en un mundo dominado ya por el capitalismo global y por una exigencia de democratización en todos los países, este catálogo de virtudes adquiere connotaciones muy distintas a las virtudes cívicas de otros siglos. Un ejemplo evidente es la virtud cívica del patriotismo que durante siglos ha estado vinculada a los ejércitos nacionales, que estaban obligados a simbolizar el orgullo nacional y también a defender la patria frente a todos sus enemigos. Hoy día, esa virtud cívica del patriotismo no goza de la misma legitimidad moral en todos los países y debe ser reinterpretada desde un punto de vista menos belicista y más pacifista, hasta el punto de que muchos ejércitos están ya involucrados en tareas de “protección civil” y de “ayuda humanitaria”, al mismo nivel que en la “defensa de la patria”. Un elenco de virtudes cívicas esenciales para el buen funcionamiento de la Luis María Cifuentes Pérez democracia debería incluir la prudencia, la tolerancia, el respeto a las leyes, la justicia, la solidaridad y la profesionalidad. Cada una de estas virtudes revela una dimensión social y cívica del ser humano sin la cual no existe una sociedad regida por la ética. Una sociedad democrática en la que no se eduque en estas virtudes a los niños y a los jóvenes no puede alcanzar una calidad de vida ética aceptable ni será una democracia guiada por la ética. Las sociedades democráticas occidentales carecen en gran medida de estas virtudes y por eso los ciudadanos se suelen regir en su comportamiento individual y colectivo por motivaciones de índole jurídica y política, y no por motivos éticos. De la tolerancia se hablará con mayor detalle posteriormente, pero de todas las demás ya citadas, merece la pena destacar la virtud de la justicia porque es el quicio de toda la organización moral de una sociedad y la base de un civismo responsable. Sin justicia no puede haber soluciones estables ni universales en ninguna sociedad, ya que las injusticias son sin duda las que generan la mayoría de los problemas sociales y morales de nuestro tiempo. 3. Pluralismo y democracia La historia de Occidente ha sido, en gran medida, la historia de un tipo de sociedad con una identidad moral y religiosa muy sólida. Las fuentes de la moralidad, del derecho, de la filosofía y de la ciencia han sido fundamentalmente la cultura grecolatina y la tradición judeocristiana. A estas fuentes se debe añadir, a partir del siglo XV, la ciencia y la tecnología modernas, que hoy día han transformado el modo de vivir de casi toda la Humanidad. Por lo tanto, el pluralismo moral y religioso que hoy se constata en todas las sociedad modernas, es un fenómeno social relativamente nuevo. Hay sociedades, como la norteamericana, que desde su origen han sido plurales, mestizas en todos los campos: social, cultural, racial y religioso. Los Estados Unidos son, probablemente, el mejor ejemplo de una sociedad plural desde sus orígenes como nación independiente en el siglo XVIII. Sin embargo, hoy día todas las sociedades occidentales son un crisol de culturas, tradiciones, lenguas, razas y religiones diferentes. Las sociedades democráticas que al mismo tiempo son plurales en su composición social, cultural y religiosa se plantean un problema nuevo para el que no es fácil encontrar una solución adecuada. La CC: Creative Commons License, 2012 Factótum 9, 2012, pp. 19-33 historia de la colonización que los europeos llevaron a cabo en todo el mundo está en la base histórico-cultural de este problema. Los países europeos que construyeron imperios económicos en otros continentes del mundo desde el siglo XV hasta hoy, se han convertido en los siglos XX y XXI en receptores de una inmigración procedente de muchas de sus antiguas colonias. No se puede olvidar ese dato histórico, porque las sociedades europeas han gozado de una identidad cultural y de una homogeneidad moral y religiosa que ya no será posible en el futuro. El pluralismo moral y religioso que han aportado millones de ciudadanos europeos que proceden de otras lenguas, culturas y religiones es algo positivo en sí mismo, pero también genera una serie de problemas. La convivencia en una sociedad democrática tiene que ser preservada mediante las leyes y la aplicación del Estado de Derecho, pero las múltiples identidades culturales que hay en una sociedad siempre plantean un serio reto al funcionamiento de la democracia. Hay también otro fenómeno social que explica el sentido del actual pluralismo moral de las sociedades democráticas. Se trata del proceso de secularización que se ha producido en todas las sociedades europeas en los últimos 50 años. A partir de los años 60 se inicia en toda Europa una creciente ola de secularización de las normas y valores morales que guían la conducta de los ciudadanos. El catolicismo en los países del Sur de Europa (Francia, Portugal, Italia y España) y el luteranismo en los países del Centro y del Norte europeos (Alemania, Suecia, Noruega, Dinamarca…) comienzan a perder influencia moral en muchos sectores sociales, sobre todo en la juventud. La crisis moral y cultural que se vive en muchos países europeos a partir de entonces, se suele identificar como una pérdida progresiva de la influencia de las creencias cristianas en la sociedad europea. Ese fenómeno de increencia generalizada lleva aparejado un nuevo pluralismo moral, ya que hasta entonces era la moral cristiana (católica y luterana), la que detentaba el monopolio de la moral y de las costumbres. Se va asentando en las sociedades europeas una cultura moral en la que los ciudadanos viven de espaldas a Dios, sin Dios y actúan en su vida guiados por sus propias valoraciones y normas morales. 3.1. El pluralismo moral El fenómeno del pluralismo moral en las sociedades democráticas occidentales está 25 asociado, como se ha apuntado antes, a dos hechos sociales que han ido surgiendo con mayor fuerza en la segunda mitad del siglo XX: la inmigración y la secularización. Se ha indicado ya que la inmigración conlleva consigo la aparición de un pluralismo cultural inevitable, puesto que cada comunidad cultural de origen traslada al país receptor sus propias costumbres, sus estilos de vida y sus pautas culturales. Es preciso establecer una clara diferencia entre el pluralismo cultural y el pluralismo moral, porque no son lo mismo, aunque ambos estén en íntima relación. Se puede tomar como referencia la clásica definición de cultura del antropólogo Edward B. Tylor: “La cultura o civilización, en sentido etnográfico amplio, es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos o capacidades adquiridos por el hombres en cuanto miembro de una sociedad.” (Tylor, Primitive Culture, 1871) A partir de esa noción parece evidente que hay muchas culturas, muchas formas de organización de la vida humana que son diferentes en muchos de los elementos que la componen y que ofrecen muchos modos de adaptarse al medio ambiente. No se puede entender una totalidad cultural como algo estático y simple, sino como algo dinámico y complejo. Por eso, la historia es esencial para comprender la evolución de cada sistema cultural y por eso la evolución de las sociedades modernas ha ido generando cada vez mayor complejidad social y cultural. El pluralismo cultural no es equivalente al pluralismo moral y religioso, aunque las creencias morales y religiosas son un componente esencial que diferencia a muchas culturas. La diversidad cultural es algo digno de ser protegido, según la UNESCO, ya que expresa la libertad creativa de los seres humanos y de sus distintas formas de vida. En el Artículo 2 de la “Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural” se señala que “Las políticas que favorecen la inclusión y la participación de todos los ciudadanos garantizan la cohesión social, la vitalidad de la sociedad civil y la paz. Definido de esta manera, el pluralismo cultural constituye la respuesta política al hecho de la diversidad cultural. Inseparable de un contexto democrático, el pluralismo cultural es propicio a los intercambios CC: Creative Commons License, 2012 26 Luis María Cifuentes Pérez culturales y al desarrollo de las capacidades creadoras que alimentan la vida pública.” (Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural, § 2, 2002) Es decir, este organismo internacional defiende la diversidad cultural como una riqueza de toda la Humanidad y vincula de modo explícito el pluralismo cultural con la democracia, sobre la base de que sin libertades democráticas no hay libertades culturales. Uno de los problemas que pueden derivarse de la defensa del pluralismo cultural es precisamente que la expresión de cualquier diversidad cultural exceda ciertos límites, como los que establece la dignidad de la persona y los derechos humanos. La UNESCO advierte contra ese peligro y limita la tolerancia hacia toda forma de expresión cultural que signifique una vulneración de los derechos humanos y de los valores democráticos. En concreto, la Declaración de la UNESCO advierte que los derechos culturales no son intocables ni son una exigencia absoluta e ilimitada: “La defensa de la diversidad cultural es un imperativo ético, inseparable del respeto de la dignidad de la persona humana. Ella supone el compromiso de respetar los derechos humanos y las libertades fundamentales; en particular, los derechos de las personas que pertenecen a minorías y los de los pueblos autóctonos. Nadie puede invocar la diversidad cultural para vulnerar los derechos humanos garantizados por el derecho internacional, ni para limitar su alcance”. (Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural, § 4, 2002) Es éste uno de los conflictos actuales que mayor debate está generando en las sociedades democráticas occidentales. El pluralismo cultural como sinónimo de diversidad es fuente de riqueza para todos; el hecho de que las costumbres, las músicas, los mitos, la literatura, el arte, la gastronomía etc. aporten una diversidad y un enriquecimiento no plantea ningún problema de convivencia; pero existen también algunas prácticas culturales y morales que no son compatibles con los Derechos Humanos o que atentan contra la igualdad entre hombres y mujeres, que es ya un valor de la tradición humanista occidental y que está recogido en los derechos humanos. No es admisible, por ejemplo, la ablación del clítoris de las adolescentes en algunos países de África ni la lapidación de las mujeres adúlteras en algunos países islámicos ni una serie de prohibiciones en el vestir de las mujeres en ciertos países musulmanes. Esto significa que el pluralismo moral que se da en el mundo actual pueda entrar en conflicto con ciertos valores protegidos por los Derechos Humanos y que las culturas no son algo valioso por su simple diversidad, sino que pueden tener un criterio de moralidad al ser consideradas desde la dignidad y la igualdad de todas las personas. En el plano político hay también algunos valores que la Declaración Universal de Derechos Humanos recoge como inviolables y que se refieren al ejercicio de las libertades individuales, a la libertad de conciencia y de expresión cuyas exigencias éticas son incompatibles con los sistemas políticos dictatoriales. La democracia como sistema de organización de la convivencia es un método preferible a cualquier forma de despotismo y de dictadura. Ello no significa que la democracia de los países occidentales sea un logro perfecto e irreversible, puesto que se comprueba hoy día una creciente desafección hacia la clase política y son evidentes muchos defectos en su funcionamiento. La relación entre democracia y ética será objeto de un análisis posterior. 3.2. El pluralismo religioso Hay un hecho que está vinculado con el pluralismo cultural y moral que se ha analizado anteriormente, pero que tiene un matiz propio. Se trata del pluralismo religioso, de la afirmación del fenómeno de la pluralidad de expresiones religiosas que conviven en el seno de una misma sociedad. En cierto modo se puede decir que es una vuelta a otros períodos históricos de la Humanidad en los que el politeísmo predominaba en la sociedad. Se puede recordar el caso del politeísmo griego en el que había muchos dioses y diosas; y sobre todo, es preciso recordar el politeísmo de Roma en el que coexistían los cultos a los dioses romanos con los cultos a numerosos dioses y diosas que llegaban a Roma desde todos los confines del Imperio. Sin embargo, el pluralismo religioso actual que se da en las sociedades democráticas es muy distinto del politeísmo religioso de Grecia y de Roma. La irrupción del monoteísmo cristiano en una sociedad como la romana, que estaba acostumbrada a aceptar todos los cultos y ritos, supuso un cambio cultural muy importante. De hecho, hasta el Edicto de Milán (313 d.C.) que consagró el cristianismo como religión oficial CC: Creative Commons License, 2012 Factótum 9, 2012, pp. 19-33 del Imperio, las autoridades romanas no aceptaron esa nueva religión que se negaba a realizar el culto al Emperador y se atrevía a desobedecer las leyes del Imperio. El monoteísmo cristiano como obligación de adorar a un solo dios chocaba con las costumbres y la tolerancia romanas. Además, hay que añadir que el cristianismo no admitía que un hombre, aunque fuese un Emperador, fuese divinizado y considerado como un dios. Por eso, el conflicto entre la religión monoteísta cristiana y la religión imperial de Roma fue tan largo y violento. Baste recordar que las persecuciones de Diocleciano se prolongaron entre el año 303 y 311 y que la Iglesia soportó persecuciones tan terribles que todo lo que ocurrió anteriormente fue olvidado. La Edad Media fue un período de relativa tranquilidad y homogeneidad religiosa, si tenemos en cuenta que el Islam no llegó a dominar en Europa, a pesar de que se mantuvo en lucha contra el catolicismo durante muchos siglos. El caso de España es evidente, ya que el Islam ocupó desde el siglo VIII hasta 1492 más de la mitad de la Península Ibérica. Tanto en el Catolicismo como en el Islam no se admitía la disidencia ni la heterodoxia, y la unidad religiosa y política se mantuvo de modo muy estricto. Por lo tanto, no se dio ninguna forma de pluralismo religioso en el interior de las sociedades europeas. Conviene recordar que la escisión del cristianismo en luteranos y católicos en el siglo XVI también trajo guerras y hostilidades entre las naciones europeas, a pesar de que se trataba de hermanos en la misma fe. En el caso de la Reforma protestante y la Contrarreforma católica se unieron además cuestiones políticas y económicas en las que se dilucidaba la hegemonía del continente europeo. El pluralismo como modo normal de aceptación de las diferencias religiosas tardó muchos siglos en ser aceptado en Occidente. De hecho, la teoría del diálogo interreligioso y del ecumenismo no llegó a formularse hasta mediados del siglo XX. Fue en un documento oficial del Concilio Vaticano II en 1965 llamado Lumen Gentium (Luz de las naciones), donde ya la Iglesia Católica habla del diálogo con todas las religiones y en otro documento llamado Gaudium et Spes (Gozo y esperanza) ya reconoce que es preciso fomentar el diálogo entre los católicos y todos los seres humanos desde la base común de la racionalidad. A finales del siglo XX y en los años que llevamos del XXI se ha dado el nombre de “globalización” a un nuevo fenómeno social 27 que abarca muchos aspectos (economía, tecnología, estilos de vida etc.). Frente a esa uniformización de la sociedad mundial ha ido surgiendo otro fenómeno opuesto: el refuerzo de las diferencias, de las identidades individuales y nacionales. Esta afirmación de las identidades (por razón de sexo, lengua, nación o religión), que se construyen dialécticamente por oposición a la homogeneización universalizadora, crea una tensión en las sociedades democráticas porque la libertad de expresión de todas ellas tiene que ser compatible con la aplicación de leyes civiles comunes para toda la comunidad política. El derecho a la diferencia no puede ser absoluto, pero tampoco la ley jurídica puede imponerse sin conocer y reconocer esa diversidad. En el mundo actual, las políticas del reconocimiento del pluralismo tienen que armonizarse con la necesaria obediencia a las normas comunes y con un cierto grado de cohesión social. 3.3. La democracia como forma de vida moral La democracia ha sido estudiada desde muchos puntos de vista, pero en este apartado nos interesa considerar el sistema de libertades y derechos democráticos como un estilo de vida profundamente vinculado a la moral. Para ello, se puede recurrir a la demostración que hace Adela Cortina cuando intenta probar que la ética discursiva es la que mejor puede superar la oposición entre las éticas teleológicas y las éticas deontológicas. En su obra Ética sin moral (1990) señala que toda ética necesita apoyarse en un valor: “Y es este elemento valioso, a mi juicio, el que permite enlazar principios y actitudes, porque el interés de un valor motiva determinadas actitudes que engendran el hábito y la virtud. La ética procedimental puede, pues, contar no sólo con procedimientos, sino también con actitudes, disposiciones y virtudes, motivadas por la percepción de un valor; con un ethos, en suma, universalizable”. (Cortina, 1997) Estas ideas de la profesora Cortina nos pueden ser muy útiles para explicar por qué la democracia como sistema de organización política, es una forma o un estilo de vida moral que sobrepasa el simple procedimiento formal de las reglas del juego, del mero funcionamiento técnico de las instituciones políticas. Se han dado muchas CC: Creative Commons License, 2012 28 definiciones de democracia en la ciencia política, atendiendo a diversos criterios, pero en muy pocas ocasiones se ha profundizado en que la democracia es un estilo o forma de vida que exige principios, actitudes y valores morales; que conlleva un éthos, un carácter ético, unos determinados hábitos y virtudes; en definitiva, que la democracia exige una densidad moral y un modo de comportarse que va mucho más allá del simple funcionamiento de las reglas del juego. Si se analiza la democracia española como un sistema en que hay unos valores superiores reconocidos como tales en la Constitución, en su artículo 1º, se comprende mejor por qué la democracia comporta la noción de éthos, de forma de vida moral. Esos valores proclamados en el texto constitucional son la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político. Para que esos valores se conviertan en guía de la vida individual y colectiva, para que se practiquen realmente y la vida política gire en torno a ellos, es necesario que cambien muchas actitudes y conductas de los políticos y de los ciudadanos de nuestro país. Comencemos por la libertad. La libertad es un principio básico de toda la antropología política, pero solamente tiene sentido ético si se interpreta como autonomía moral. En un sistema democrático, ser libres no es solamente tener un reconocimiento de sujetos libres en las leyes y normas jurídicas. La libertad como valor moral consiste en la capacidad real para decidir cada uno sobre sus planes de vida, sobre su construcción como agente moral en una sociedad determinada. La filosofía moral de Kant es la que mejor ha formulado el significado de esa autonomía moral. Cada ser humano, racional y libre, tiene que tener la posibilidad real de decidir acerca de lo quiere hacer con su vida, de autolegislarse, de darse sus propias normas y valores morales. La universalización de esos valores y normas morales es posible, según Kant, porque todo ser humano coincide con los demás en la racionalidad, en la unidad de la Razón. En el caso de Kant, las formulaciones del imperativo categórico muestran esa universalidad, ya que todos podemos actuar conforme a un principio formal que nos obligue por sí mismo, de modo desinteresado. En democracia, ser libres implica que exista un pluralismo moral en el que todos puedan realizar libre y responsablemente sus proyectos de vida buena. Otro valor moral básico que debe fundamentar la vida democrática es la igualdad, entendida no solamente como Luis María Cifuentes Pérez igualdad de todos ante la ley, como igualdad jurídica, sino como igualdad moral. Se trata de considerar igualmente valiosas a todas las personas que conviven en una sociedad democrática, con independencia de la posición económica y social que ocupe cada uno. La esencial igualdad en la dignidad de todas las personas es lo que garantiza que la vida democrática sea de mayor calidad ética. En las conductas de los políticos y de los ciudadanos debe reflejarse que el concepto y el valor de la dignidad de todos están presentes continuamente. La igualdad de derecho no es suficiente para garantizar el trato respetuoso a todas las personas en atención a su valor único, a su intrínseca dignidad. Existe un lema universal de carácter moral que puede servir como “regla de oro” para todas las situaciones: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. En el mundo actual, en el que las desigualdades de todo tipo son tan graves y numerosas, las sociedades democráticas deben educar en el trato respetuoso e igualitario a todos los ciudadanos. La actitud de respeto activo y de tolerancia positiva hacia todas las personas es compatible con la expresión de las legítimas diferencias que se producen en una sociedad democrática. Un valor moral y un principio éticopolítico que ha configurado desde sus orígenes la historia de la ética es el de la justicia. En la filosofía moral y política de los últimos decenios se ha insistido mucho en este concepto. No se puede olvidar que uno de los grandes retos de la filosofía política, desde las primeras reflexiones de La República de Platón hasta la Teoría de la justicia de John Rawls, ha sido el de conseguir que la sociedad sea justa. Los gobernantes quieren ser considerados como hombres justos; los profesionales y los trabajadores de cualquier tipo tienen que actuar de modo justo y todos los ciudadanos somos conscientes de nuestros derechos y por eso exigimos justicia. La idea de tener derecho a algo y a ser tratado con justicia forma parte del vocabulario normal de todos los ciudadanos que viven en un sistema democrático. La famosa fórmula latina del derecho romano unicuique suum, “a cada cual lo suyo”, expresa bien el sentido de lo justo, el sentido de que todos merecen que se les conceda aquello a lo que tienen derecho. El problema reside en saber si todo lo que se reclama como derecho se corresponde con obligaciones correlativas que el Estado o la sociedad tienen el deber jurídico y moral de cumplir. Más allá del funcionamiento del sistema judicial y de que CC: Creative Commons License, 2012 Factótum 9, 2012, pp. 19-33 los jueces se limiten a interpretar y aplicar la ley, existe como principio básico la necesidad de que la sociedad sea justa. La virtud de la justicia forma parte de todos los catálogos de virtudes morales que la Humanidad ha ido generando a lo largo de la historia. Las llamadas virtudes cardinales son prudencia, justicia, fortaleza y templanza; todas son importantes para que la democracia se convierta en un estilo de vida moral, en un éthos con valores y hábitos morales, pero, entre ellas, la justicia aparece como la expresión consumada de una sociedad perfecta., como un ideal de vida buena para toda la sociedad. Ese ideal de vida justa tuvo sus mejores ejemplos en la utopía platónica de La República; en la utopía cristiana recogida en los Evangelios y en la utopía comunista del socialismo marxista. En el contexto de la injusticia global del siglo XXI, el valor de la justicia se presenta como una necesidad urgente ante la creciente desesperación de millones de personas. Todos estos valores morales deben convertirse en prácticas, en hábitos y virtudes cívicas a fin de que la democracia sea realmente una forma de vida moral. Para ello es preciso que la educación moral impregne los sistemas educativos y todas las instituciones sociales y culturales de las sociedades democráticas. La calidad ética de una democracia hay que medirla por el conjunto de hábitos y virtudes cívicas que practican sus miembros, sobre todo sus dirigentes. Y en ese terreno, se constata que la práctica política está todavía muy alejada de la virtud. 4. La laicidad: garantía del pluralismo 4.1. Qué es la laicidad Uno de los temas que mejor expresan las dificultades que entraña la convivencia es el hecho de que en una misma sociedad coexisten visiones del ser humano, de la historia, de la cultura y de la moral distintas y aún opuestas. Durante siglos, las sociedades pudieron vivir con cierto grado de aislamiento, pero desde el siglo XX y cada vez más, la inter-penetración e intercomunicación entre los grupos culturales de todo el planeta es un hecho. Por eso desde hace décadas se habla ya de que vivimos en sociedades multiculturales y de que el hecho multicultural es un fenómeno social que nos obliga a replantearnos muchas tradiciones que hasta ahora considerábamos casi sagradas. 29 En una sociedad democrática todos tienen derecho a expresar su singularidad moral y religiosa; todo individuo tiene derecho a su representación en los espacios públicos y en los medios de comunicación, siempre y cuando hacerlo no atente contra los derechos de otras personas o grupos. Hoy día se vive en sociedades mucho más variadas y diversas que nunca; las grandes ciudades son un mosaico de culturas y religiones en las que cada rincón se puede convertir en un lugar donde se expresan las diferencias. Por eso, el tema del laicismo y de la laicidad ha ido adquiriendo cada vez mayor importancia, ya que la convivencia democrática exige que el respeto mutuo y el reconocimiento de las diferencias no sea motivo de discriminación ni sea origen de actitudes fanáticas o violentas. La laicidad es el ideal de neutralidad total entre las instituciones religiosas y el Estado en el seno de una determinada comunidad política. El pluralismo religioso y moral que se da en todas las sociedades exige en los sistemas democráticos un reconocimiento limitado, ya que ninguna religión y ningún sistema moral puede pretender imponer su visión del mundo y del ser humano a todos los ciudadanos. Cada religión tiene derecho a proponer a sus fieles y seguidores un catálogo de valores y normas morales, tanto individuales como colectivas, pero en una sociedad libre o democrática no es aceptable el monismo moral ni religioso. El diálogo intermoral e interreligioso es el método racional y civilizado que debe adoptarse en nuestra sociedad para tratar de exponer las normas y valores que cada sistema religioso o moral pretenda universalizar. Por eso, aunque la palabra “catolicismo” derive del griego katholikós, que significa “universal”, sin embargo todos los grandes monoteísmos tienen la misma pretensión de universalidad y de ofrecer una propuesta de vida buena para todos. 4.2. Libertad de conciencia y tolerancia Uno de los principios básicos en los que se asienta la filosofía de la laicidad es el de la libertad de conciencia. La libertad religiosa y la libertad ideológica derivan de un concepto mucho más amplio que engloba todas las demás. Se trata de la libertad de conciencia, ya que en el reducto íntimo e inviolable de cada conciencia humana se halla el último refugio inexpugnable de ideas y de creencias que nadie puede asaltar y que nadie nos puede arrebatar. Las creencias morales y religiosas de los niños se van CC: Creative Commons License, 2012 30 asentando lentamente mediante la educación moral que las familias, el sistema educativo, los amigos y los medios de comunicación van transmitiendo a los más pequeños. Se trata de pautas morales que son heterónomas, ya que es la sociedad la que va proponiendo a los menores un catálogo de normas y valores morales y religiosos para orientar su vida. Cada niño o niña irá incorporando todos esos elementos del sistema moral y religioso para ir construyendo lentamente su propia personalidad moral, su propio elenco de valores y normas morales. Como han señalado los estudiosos del desarrollo moral, sobre todo Jean Piaget y Kohlberg, los diferentes estadios morales por los que el juicio moral de los niños debe ir pasando les llevarían al estadio de juicio moral universal caracterizado por el interés universal, por considerar solamente la dignidad esencial de toda persona humana. Las investigaciones sobre el desarrollo moral posteriores a Piaget y a Kohlberg han demostrado que muchas personas no alcanzan nunca el último estadio de desarrollo moral y que la autonomía moral que Kant concibió como objetivo ideal de todo ser humano, se queda muchas veces en un mero desideratum. Uno de los autores que mejor planteó el tema de la libertad de conciencia fue John Locke en su Carta sobre la tolerancia (1689), donde el autor inglés del siglo XVII insiste en que no se puede imponer la religión por la fuerza a nadie y en que saber tolerar y aceptar las diferencias en materia de religión es esencial para evitar la guerra entre los seres humanos. La Inglaterra del siglo XVII fue un sangriento campo de batalla entre anglicanos y católicos y quizás por ello Locke fue plenamente consciente de que las conciencias humanas son inviolables, de que los reyes y los Estados no son dueños de las ideas y creencias de sus súbditos y de que la religión jamás se puede imponer mediante la violencia. La idea ilustrada de que la fe debe ser aceptada libremente y nunca por métodos violentos es la base de la tolerancia religiosa. Por eso las palabras de Sebastián Castellio, al levantar su voz contra el crimen que Calvino perpetró contra Miguel Servet, condenado a la hoguera en 1553, dan la clave del concepto moderno de libertad de conciencia: “Buscar y decir la verdad, tal como se piensa, no puede ser nunca un delito. A nadie se le debe obligar a creer. La conciencia es libre.” (cf. Cerezo, 2005) En el siglo XVIII, Voltaire escribió también una importante obra sobre la tolerancia, y en ella volvía a pedir libertad religiosa, libertad de creer en una religión o Luis María Cifuentes Pérez en ninguna. Para Voltaire, la tolerancia religiosa era un signo de progreso racional, de superación de épocas anteriores en que las guerras de religión habían devastado Europa. Ser judío, cristiano, musulmán, católico, hugonote o ser ateo no debía ya ser motivo de discriminación en ninguna nación del mundo. Para el autor francés, la tolerancia era la virtud ilustrada por excelencia y por eso estaba dispuesto a luchar de modo civilizado para que sus adversarios pudieran también gozar de la libertad de conciencia. En el siglo XX ha habido graves episodios de intolerancia y de barbarie que han llenado el mundo de dolor. Las dos Guerras mundiales y los genocidios que se han cometido contra distintos pueblos son una muestra de que la tolerancia sigue siendo totalmente necesaria en nuestro mundo. En los albores del siglo XXI se han producido también hechos trágicos que revelan los peligros de los fundamentalismos religiosos y nacionalistas que pueden generar odio, violencia y atentados terroristas contra grupos humanos indefensos. El concepto de tolerancia se ha situado en el centro de muchos debates ético-políticos puesto que la libertad de pensamiento y de creencias implica que muchas personas tienen estilos de vida distintos u opuestos. Las tendencias fundamentalistas que se han revelado con fuerza en los últimos años son una prueba de que la educación en la tolerancia y el respeto al pluralismo moral y religioso son un problema político y cultural de extraordinaria complejidad. Las sociedades secularizadas de Occidente y las sociedades más teocráticas del Medio y Lejano Oriente tienen ante sí un reto similar: defender la democracia y la libertad de conciencia de todos los ciudadanos. En otro apartado de este tema se decía que la garantía de que el pluralismo moral y religioso de las sociedades democráticas se realice en paz y en libertad es la existencia de un Estado laico. La laicidad del Estado y la tolerancia activa que reconoce las diferencias, pero no privilegia ni excluye a nadie por sus diferencias, son los dos elementos esenciales para la consolidación de la democracia en cualquier país. La fidelidad a las tradiciones de un país no puede ser invocada para imponer a todos los ciudadanos la misma fe ni la misma moral, porque la ciudadanía de la sociedad actual es cada vez más compleja. Los Derechos Humanos son un código universalizable sobre el que se puede construir la convivencia cívica, porque el respeto a la CC: Creative Commons License, 2012 Factótum 9, 2012, pp. 19-33 dignidad de todas las personas debe guiar la conducta humana en un tipo de sociedades tan plurales como las del mundo actual. 5. Conclusión Hay que concluir con uno de los grandes desafíos de la sociedad global en la que todos vivimos. En la sociedad actual confluyen dos tendencias contrapuestas cuya síntesis parece hoy día casi imposible. Por un lado, el cosmopolitismo es la solución ética más acertada, porque ningún ciudadano puede sentirse al margen de todo lo que sucede a los demás miembros que habitan el mismo planeta; pero, por otro lado, como señala con acierto K. Anthony Appiah, todos vivimos los problemas que nos afectan de modo inmediato en nuestro entorno y de esos problemas tenemos que ocuparnos. Por todo ello, resulta que el cosmopolitismo es algo deseable y necesario por la interdependencia del mundo actual y al mismo tiempo, un ciudadano cosmopolita solamente puede sentirse ciudadano del mundo si se involucra en la mejora de su contexto doméstico y en su localidad urbana o rural. Eso demuestra que la tesis del cosmopolitismo arraigado responde a las exigencias éticas y políticas de un mundo globalizado, de una sociedad homogeneizada por los medios de comunicación y de una mezcla multicultural en la que las tradiciones se renuevan y cambian de modo vertiginoso. 6. Cuestionario de repaso 1. ¿Cuáles son las posiciones filosóficas fundamentales ante el hecho del pluralismo moral de la sociedad actual? a) Comunitarismo, liberalismo y republicanismo. b) Comunismo y capitalismo. c) Éticas de la virtud y éticas del deber. d) Republicanismo, monarquía constitucional y federalismo. 2. ¿Qué rasgos caracterizan el concepto de virtud en la época moderna? a) Valor y fuerza del héroe. b) Teocentrismo. c) Autonomía moral y respeto mutuo. d) Implicación en un proyecto de construcción nacional. 31 3. La virtud es: a) Individual pero también cívica. b) Individual pero no cívica. c) Cívica pero no individual. d) Algo que se deduce a partir de las leyes. 4. ¿Cuáles son fundamentales? las virtudes cívicas a) Templanza, sabiduría, valor y justicia. b) Prudencia, tolerancia, respeto a las leyes, justicia, solidaridad y profesionalidad. c) Tolerancia absoluta hacia las costumbres ajenas. d) Libertad, igualdad, fraternidad. 5. ¿Cuál es el criterio para que una práctica moral sea admitida en una democracia? a) El respeto a las costumbres del país. b) Estar bien argumentada públicamente. c) La obediencia a las autoridades religiosas. d) Ser compatible con los Derechos Humanos. 6. ¿Cuál es la dificultad de adaptación del monoteísmo a las sociedades democráticas? a) Las virtudes teologales. b) Su intento de monopolizar el concepto de vida buena. c) Su noción del alma humana. d) Sus pretensiones pseudocientíficas: cosmología, evolución, etc. 7. ¿Por qué la democracia necesita de valores morales y de virtudes cívicas? a) Porque es necesario para la realización de los seres humanos. b) Porque lo exige un determinado gobierno. c) Porque lo reclaman las autoridades religiosas de un país. d) Porque lo dice explícitamente el preámbulo de su constitución. CC: Creative Commons License, 2012 32 Luis María Cifuentes Pérez 8. ¿Qué es la laicidad? d) Porque aprecia las diferencias y las valora dentro de unos límites. a) La imposición de la increencia religiosa. b) El ataque a las instituciones religiosas. c) La garantía jurídica de la libertad de conciencia. d) La negación de cualquier financiación pública para la Iglesia. 9. ¿Por qué es la tolerancia una virtud cívica? 10. Un Estado laico: a) Privilegia religiones individualistas sobre religiones comunitaristas. b) Reconoce las diferencias religiosas, pero no privilegia ni excluye a nadie por dichas diferencias. c) Prohíbe las manifestacioens públicas de religión. d) Se desentiende en sus leyes de toda moral. a) Porque oculta la desconfianza mutua mediante la cortesía. b) Porque es mejor permitirlo todo. c) Porque en democracia toda conducta es admisible. Respuestas: 1.a, 2.c, 3.a, 4.b, 5.d, 6.b, 7.a, 8.c, 9.d, 10.b Referencias Appiah, K. A. (2007) La ética de la identidad. Buenos Aires: Katz. [Aborda el significado de la ética en el mundo actual. El autor es consciente de la aparente aporía que se produce hoy entre los defensores del universalismo formal de los Derechos Humanos y el contextualismo material de los comunitarismos religiosos y políticos. Propuesta seria de superar ese antagonismo teórico y práctico en la línea del cosmopolitismo arraigado.] Benhabib, S. (2006) Las reivindicaciones de la cultura. Buenos Aires: Katz. [La autora es una de las mejores exponentes de la reflexión filosófica sobre la mezcla cultural en la que hoy se vive. Tras analizar la evolución del concepto de cultura, esta profesora feminista reivindica un concepto integrador de cultura en el que los derechos de todos sean respetados en el marco de los derechos humanos.] Camps, V. (1990) Virtudes públicas. Madrid: Espasa-Calpe. [La conocida profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona nos recuerda en este libro ya clásico que una comunidad política no puede funcionar únicamente por imperativos legales. Hace un repaso histórico-filosófico de la virtud e insiste en que las virtudes públicas son necesarias en las democracias actuales, tanto como el derecho o la moral religiosa.] Cerezo, P. [ed.] (2005) Democracia y virtudes cívicas. Madrid: Biblioteca Nueva. [Obra colectiva elaborada por especialistas españoles, en su mayoría profesores universitarios de filosofía moral y política. Nos presenta un catálogo de virtudes cívicas bastante amplio y bien elaborado, aunque se olvida de que todo ese discurso teórico no sirve de nada si no hay un plan de educación moral de la sociedad, empezando por los niños y adolescentes.] Cortina, A. (1997) Ciudadanos del mundo. Madrid: Alianza. [La profesora de la Universidad de Valencia nos ofrece una fundamentada defensa del cosmopolitismo desde su visión de la ética dialógica o de la comunicación. El tema de los fanatismos, de los fundamentalismos y de los nacionalismos acecha sobre la vida moral y política de los individuos y de las comunidades políticas. Ser ciudadanos del mundo nos sitúa en la perspectiva adecuada para entender cómo se puede construir una ciudadanía mundial y justa para todos.] Habermas, J. (1991) Identidades nacionales y posnacionales. Madrid: Tecnos. [Plantea una intervención crítica en el tema histórico del nacionalismo alemán que derivó trágicamente en el nazismo. Aunque se trata de un conjunto de artículos centrados en el nacionalismo CC: Creative Commons License, 2012 Factótum 9, 2012, pp. 19-33 33 alemán y en Heidegger, constituye una buena reflexión sobre las bondades y excesos del nacionalismo y sobre la inevitable etapa posnacional en la que ya vive el mundo actual.] MacIntyre, A. (1987) Tras la virtud. Barcelona: Crítica. [Este libro causó una gran conmoción en el mundo académico por su tesis final. La recuperación de la noción de virtud en Aristóteles y en el tomismo le lleva al autor a realizar una crítica radical del proyecto ilustrado y una apología sin matices de la religión cristiana. Aun admitiendo los excesos de ciertas actitudes materialistas y posmodernas, sin embargo parece inviable y nada deseable el intento de MacIntyre de volver a la Edad Media cristiana.] Pérez Tapias, J. A. (2007) Del bienestar a la justicia. Madrid: Trotta. [Se nos presentan los retos de la ética y de la política actual desde varios enfoques complementarios. El autor recoge las preocupaciones teóricas fundamentales de nuestro tiempo y las vincula con el problema de la injusticia global. Uno de los méritos del libro es el intento serio de resituar el diálogo entre la teología de la liberación y el pensamiento marxista y laico de los últimos años.] Pettit, P. (1999) Republicanismo. Barcelona: Paidós. [Es uno de los libros que más influencia han tenido en la teoría política de los últimos años. Ante el dilema de liberalismo versus comunitarismo, el autor crea una tercera vía, el refuerzo de la democracia civil, basada en la participación de los ciudadanos en el control de la política y de los Estados. Se trata de realzar el sentido de los valores cívicos y de la iniciativa de la sociedad civil frente a la burocracia y a la corrupción de los políticos.] Rubio Carracedo, J. (1996) Educación moral, posmodernidad y democracia. Madrid: Trotta. [El autor, profesor de la Universidad de Málaga, sostiene que existe una estrecha vinculación entre la democracia y la educación moral. La democracia debe ser real y auténtica y no una simple mecánica electoral; por eso, Rubio Carracedo insiste en que la madurez moral y cívica es esencial para el progreso y la profundización de la democracia y que una democracia sin virtudes cívicas es muy frágil y precaria.] Taylor, Ch. (1995) Las fuentes del yo. Barcelona: Paidós. [El autor nos plantea en este libro una relectura nueva y fecunda de la historia de la ética occidental con el objetivo de reinterpretar qué somos actualmente los sujetos morales en esta sociedad. Es muy interesante su análisis de las fuentes del yo moral occidental, aunque su visión comunitarista le impide a veces ver el valor positivo de la ética kantiana, de la crítica marxista al poder religioso y la necesidad de una ética cívica de carácter laico.] Valcárcel, A. (2002) Ética para un mundo global. Madrid: Temas de Hoy. [Este libro sintetiza en el significado de la ética necesaria para un mundo globalizado. Valcárcel reivindica los derechos humanos por su valor universal, ya que todos somos iguales en dignidad y en libertad. La responsabilidad es mucho más que una exigencia que debemos dirigir a los políticos; es, ante todo, una exigencia ética para todos los ciudadanos y muy especialmente para los que influyen en la opinión pública, para los periodistas.] CC: Creative Commons License, 2012