LA ESCULTÓRICA ARQUERÍA Esperanza Ramírez Romero Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. México Un acueducto es parte de un sistema hidráulico y por lo tanto puede resultar difícil, a primera vista, ubicar este tipo de obra dentro de las expresiones artísticas. Sin embargo, su valor estético puede hacer que la obra perdure incluso cuando su función primigenia como conductor de agua haya cesado. En el caso de Morelia, el acueducto abasteció parcelas de conventos y agricultores antes de llegar a su destino que era la ciudad. El tramo que corresponde a la arquería del acueducto es el objetivo de nuestro estudio, por la obra y los valores que posee dentro de la historia del arte, ya que a esta disciplina compete el conocimiento de las obras artísticas. La actual arquería hunde sus antecedentes en el siglo XVI; hubo tres acueductos anteriores, y el último está íntimamente vinculado con el que vemos hoy día. El tercer acueducto lo mandó construir el obispo Manuel Escalante Colombres y Mendoza, en 1705. “Dispuso se construyera una arquería de cantera que viniera a sustituir el endeble conducto de agua…” En 1730 se terminó la construcción y al siguiente año se encargó al alarife Nicolás López Quijano la ejecución de la alcantarilla y caños para la distribución del agua en la ciudad. Las dificultades que presentó esta arquería hicieron que el 17 de mayo de 1784 se avisara de que el día anterior se cayeran treinta y tantas varas de atarjea, formadas sobre los arcos y que también se desplomaron veinte y dos arcos. El 11 de diciembre de 1786, el regidor Don Isidro Huarte, expuso al Cabildo la necesidad de “mudar la cajonera que sirve para la conducción de agua en la parte en que no hay arcos, por estarse construyendo éstos para derribar los viejos, y que se anivele con los nuevos…” Cuando se terminó la reconstrucción del acueducto (1785-1789) ya había nacido la Historia del Arte, con la edición de la Historia del Arte en la Antigüedad , de Johann Joachim Winckelman, en 1764. Por lo tanto, el método de análisis representa un largo proceso evolutivo que nos brinda hoy día la posibilidad de aplicarlo. En el siglo XIX, los viajeros que vinieron a esta ciudad de Morelia tuvieron expresiones de admiración para la arquería, ya se tratara de comerciantes, de científicos, diplomáticos o turistas. La obra les llamó la atención y dejaron constancia de sus valiosas opiniones. Con ocasión del viaje que hizo por la Nueva España, en 1803-1804, el científico alemán Alejandro Von Humboldt nos legó un curioso testimonio de su paso por la entonces Valladolid (Morelia), al mencionar la existencia del nuevo acueducto, se refiere al costo de la obra y alude al promotor de la misma, mas no hace alusión alguna al aspecto formal de la arquería. El diplomático inglés Henry George Ward, en 1826, visita la urbe, comenta que, entre las edificaciones públicas que contribuían a enriquecer y adornar la ciudad, estaba el acueducto. El inglés ya intuye el valor urbano de la arquería. 782 En 1833, Eduard Mühlenpfordt en su viaje por Michoacán mencionó que entre las construcciones relevantes de la ciudad estaba el “espléndido” acueducto. Aquí ya vemos un criterio de apreciación estética de la arquería. La Marquesa Calderón de la Barca, en su Diario de Viaje por Michoacán, en 1839, al llegar a Morelia hace una aguda observación al emitir un juicio estético acerca de la obra, al mencionar la hermosura, solidez y elegancia de la arquería. Esta apreciación es de vanguardia para su época, ya que se trata de una obra hidráulica. En el año de 1865, Henry William Bullock señala la ubicación del acueducto como parte de la alameda, y en su apreciación estética prioriza la elegancia de la obra. La importancia que tienen estas valoraciones de los viajeros radica en hacer ver la relevancia de la arquería, apreciable a través de los adjetivos calificativos que le aplican; y aunque no hubo un análisis metodológico, sí se manifestó en sus escritos una incipiente valoración de la obra en un campo que ya no es el hidráulico sino el artístico. La información que nos brindan los escritores mexicanos y michoacanos sobre el acueducto, en el siglo XIX, como Justo Mendoza, Juan de la Torre y Manuel Rivera Cambas, también es importante ya que es más extensa en datos históricos y apreciaciones artísticas, que la de los extranjeros. En el siglo XX también algunos estudiosos han vertido apreciaciones sobre la arquería del acueducto. Así tenemos a Jorge Enciso, Manuel González Galván, Manuel Romero de Terreros y Justino Fernández, que este último, en 1936, en su libro Morelia, escribe: “Es indudablemente uno de los mejores monumentos en su género, que hay en la República, pues sus 253 arcos de estructura romana, son grandiosos”. El texto de Fernández no aporta novedad al respecto. El valor de este libro es que lo dicho por escritores locales lo ratifica un estudioso del arte de la Universidad Nacional Autónoma de México. En la Guía Artística de Morelia, en 1968, planteó lo siguiente: “El problema que presentó la atarjea, que conducía el agua, fue el cómo hacerla subir hasta la loma donde está asentada Morelia. La solución fue la construcción de la arquería que permitió conservar el nivel del canal que llevaba el agua mediante el ritmo ascendente de los arcos. El sabio arquitecto, sin detrimento de la función que tenía que desempeñar, supo convertir una obra de ingeniería en obra de arte, al diseñar el ritmo creciente de los arcos, dio la solución apropiada que va en relación con la altura que va teniendo el arco… su equilibrio y belleza estética así como la acertada relación entre el vano que origina el arco y la solidez del soporte y atarjea. Esta obra no se encuentra en estado fijo sino dinámico, de constante ascenso y esta inquietud la transmite al espectador, que no queda satisfecho hasta cerciorarse dónde nace y dónde termina la gran obra…” En la primera mitad del siglo XX, existe una especie de temor a efectuar un análisis artístico, optándose por señalar meros datos históricos. En la segunda mitad de este siglo, los estudiosos avanzamos un poco más sobre la valoración de la obra y, partiendo de los someros análisis realizados por los 783 anteriores aportes, se pone un mayor énfasis en el valor urbano con algún apunte de tipo estético. Para proceder al análisis, primero definiremos conceptos y así lograremos un solo lenguaje. Si defino el acueducto como una obra de arte, entonces el análisis de su arquería estará ubicado dentro de los parámetros de la disciplina de la historia del arte. La arquería ha sido nombrada por unos como arquitectura. Bruno Zevi dice: “La esencia de la arquitectura es el espacio interior”, en el cual el ser humano vive y se mueve. Para Zevi, aquellos edificios que carecen de espacio interior propiamente dicho, como el Arco de Tito o la Columna de Trajano, no interesan a la historia de la arquitectura, sino que tienen, por un lado, valores urbanísticos, en cuanto que configuran espacios exteriores y, por otro, valores escultóricos intrínsecos configurados por su propia tridimensionalidad. Por lo dicho, la arquería del acueducto no la consideraremos arquitectura propiamente dicha, ya que carece de la esencia de la disciplina o sea del espacio interior habitacionable. La arquitectura es un monumento escultórico con valores urbanos y tridimensionales. Herbert Read, para enfatizar esa característica específica de la escultura –su tridimensionalidad-, ha establecido que son las sensaciones táctiles las que atañen específicamente a la experiencia estética de la escultura, y enumera: la sensación de la calidad táctil de la superficie, la sensación del volumen que se da en relación con el espacio y se valora por la presencia sólida y tridimensional del objeto escultórico y en cuanto al espacio que este cuerpo desaloja y crea en su entorno y finalmente la sensación de masa, con su consiguiente efecto de peso y gravedad. Como hemos dicho, el universo de nuestro estudio es la arquería, que tiene una longitud de 1,810 metros, entre la primera caja visible hoy día y el último arco también visible. El acueducto ha tenido cuatro cajas de agua, dos de ellas ya desaparecidas y dos que se conservan: la que señala el inicio y que se constituye en la segunda del sistema completo-, y la tercera, 580 metros adelante. Los documentos mencionan doscientos cincuenta y tres arcos y, hoy día sólo están a la vista doscientos treinta y cuatro. Esta monumental escultura se constituye en el objeto de nuestro estudio. En la Plaza de Villalongín, los arcos mayores son de sillares y la flecha de medio punto, en cambio los pequeños, que están en el extremo oeste, son de mampostería y el arco en unos casos es escarzano, en otros de tres puntos y hay uno deprimido. En otro tramo, frente al Bosque Cuauhtémoc, el claro se reduce y la mampostería luce su uso anterior. En cambio en el crucero de la Avenida Acueducto y la Calzada Ventura Puente, los cuatro arcos son de sillares y luego viene el tramo más largo que ostenta una mampostería tipo sillarejo. Estas diferencias se han hecho más evidentes a partir de 1997. No obstante, hay una clara unidad que se advierte a través de los 234 arcos visibles, los mismos que tienen volumetría semejante, y a favor de unidad viene el chaflán de los pilares. A medida que aparecen éstos se convierten en línea de perspectiva y elemento unificador de la obra. Por otra parte, el cromatismo es semejante a lo largo de la estructura y así se acentúa la unidad de la arquería. Por lo tanto, para nuestro estudio, la obra tiene gran unidad formal y de ella partiremos para su análisis. Ha quedado señalado que la arquería es una escultura tridimensional. Analicemos las tres dimensiones partiendo de la unidad: un arco tiene un ancho y esta dimensión va de pilar a pilar; la segunda, la altura, se considera del suelo a la corona del borde y la tercera, la profundidad, que en este caso es el intradós del arco. Esta gran escultura, construida en piedra de toba 784 riolítica, está ordenada en línea quebrada, con siete deflexiones principales que hacen que cambie la dirección en su largo trayecto. Originalmente eran 253 arcos, los que consignan los documentos: hoy, a la vista faltan diecinueve, que están ocultos. La arquería se inicia con una caja de agua al oriente y sigue en línea recta hacia el poniente, presentando la estructura sucesivas y pequeñas deflexiones hasta el pronunciado ángulo que le permite entrar a la Plaza de Villalongín. En este tramo de la arquería los arcos llegan a su mayor altura y luego comienzan a decrecer. La arquería salva una suave depresión topográfica entre dos extremos: la sucesión de arcos se presenta suave, en armonía con la ligera pendiente que sube del valle a la loma donde se asienta la ciudad. El análisis lo iniciaremos considerando el volumen de la arquería y éste atañe al grosor de la estructura. Para ello elegimos tres arcos característicos en tramos diferentes. El arco mayor del conjunto se encuentra frente a la Plaza Villalongín; otro, de talla poco menor, frente al Bosque Cuauhtémoc –y es representativo de este grupo; y el último frente a Las Palmas, encarna a todos los de su talla. Estos tres arcos presentan diferentes alturas y grosores en sus pilares. Sin embargo, los tres tienen semejantes proporciones entre sus elementos y son de medio punto. El arco de la Plaza de Villalongín, es de sillares en su totalidad, los otros dos, combinan sillares en pilares y mampostería en el resto de la estructura. Las medidas son las siguientes: en el arco de la Plaza de Villalongín, los pilares miden 1.84 x 1.84 metros; en el arco del Bosque Cuauhtémoc, 1.76 x 1.76 metros y finalmente los pilares del arco de Las Palmas miden 1.69 x 1.69 m2. La medida del pilar cuadrado se constituye en el módulo que se continúa en el intradós, hasta el borde de cada arco, conformándose así la estructura de gran volumen que da la sensación de corpulencia, solidez y grandeza. Esta estructura es contundente, fuerte, ya que los sobrios detalles que presenta no obstaculizan la limpieza de la forma que se expresa a través del sencillo arco. En esta economía formal se genera la gran elegancia que caracteriza al monumento. Continuemos con el análisis de “la masa” escultórica en su consiguiente efecto de peso y gravedad. La corpulencia y robustez del volumen se confirman por el peso de esa masa, que en este caso se manifiesta en una sillería y una mampostería de cantería que luce sin aplanado con toda la expresividad que la piedra es capaz de proyectar. El volumen de toba riolítica no hace alarde por desafiar la gravedad, al contrario, la secuencia de los arcos se presenta suave y destaca la masa estructural que se hinca al suelo, dando esa sensación de solidez y estabilidad. Ahora pasemos a la “calidad táctil” de la superficie del monumental volumen. La mayoría de los arcos son de superficie irregular y rugosa. Los pocos arcos de sillares no tienen la cara completamente pulida, lo cual hace que presenten irregularidades en la superficie. La masa está integrada por cantería, unida por argamasa. No hay otro material que distraiga o resalte elementos, como sucede en otras arquerías. Por lo tanto esta textura rugosa que presenta la escultura viene a subrayar la corpulencia y solidez del volumen y proyecta un gran dinamismo al conjunto por los tonos de luz que se originan sobre la irregular superficie, generando sensaciones de fuerza y robustez dentro de una gran estabilidad y equilibrio. A continuación pasaremos a efectuar el análisis por tramos, ya que la gran escultura exige el detalle para llegar a una mayor comprensión. El primer tramo de 921.64 abarca desde el inicio de la obra, al oriente, y comienza con 785 la caja de agua. La longitud de esta sección se desplaza en línea recta de oriente a poniente, tiene una pequeña deflexión de 3º 32.7', a los 750 metros, y otra, la número dos, de 19º 40.0', al final del tramo a considerar. En esta zona la arquería se encuentra mutilada, ya que más de 15 arcos están soterrados, dando la apariencia de un robusto muro. Los siguientes arcos manifiestan, en talla baja, una corpulencia y solidez que exhiben con gran expresividad. En este tramo se evidencia un ritmo creciente de la arquería, como si los arcos surgieran paulatinamente de la tierra viva, ritmo que despierta un cierto desasosiego e invita al público a caminar para comprender mejor la obra. Dos cajas de agua hay en el trayecto, la cuadrada, al principio, y otra a 850 metros de la primera. Ambas se presentan como hitos en la secuencia de arcos. La primera, que tiene planta cuadrada y muros hechos con sillarejos, presenta prominentes salientes en la cara este, donde empata el canal de la arquería con el canal sobre tierra, y al oeste, donde se encuentra la puerta que da ingreso a los canaleros. En cambio, los muros norte-sur tienen al centro un contrafuerte. La caja se alza sobre un basamento y éste se une al muro a través de un chaflán que ciñe la caja incluyendo los cuatro salientes. El quiebre envolvente acentúa la solidez del cubo; se crea así un movimiento entre el chaflán horizontal y las salientes verticales. Una sencilla cornisa, consistente en una hilada de piedra que sobresale ligeramente del muro, remata la caja. La textura rugosa de los muros proyecta a la caja gran dinamismo. Esta caja desarenadora manifiesta valores artísticos; en la estructura hay una tensión entre las líneas verticales y la horizontal que abraza al volumen. La puerta tiene un arco monolítico de tipo escarzano y, al interior, el cerramiento es de madera, lo cual confirma el cuidado estético que tuvo el arquitecto en el diseño de la caja. La segunda caja presenta una singularidad debida a la función hidráulica que tenía. Generalmente en las cajas de agua de los acueductos reside el acento ornamental y estilística de los mismos y el de Morelia no es la excepción. Esta caja tiene forma cuadrada en la base; para realizar la transición entre el cubo y la torre octogonal se crea, en los cuatro ángulos del cubo, otros cuatro chaflanes, resolviéndose así, suave e inteligentemente, el cambio geométrico. En esta parte de la caja se produce la mayor tensión por el cambio de planos. La luz se proyecta de forma diversa sobre las caras de la caja cuadrada y las de la torre ochavada, creándose un interesante juego de luces. El conjunto cierra con una cúpula hecha de sillares, rematada con una elegante perilla. La torre y cúpula tienen un alto carácter estético que se muestra en la solución del paso entre el cubo y el cuerpo ochavado y en la media naranja que cierra el conjunto. Las puertas de ingreso a la caja se encuentran una al oriente y otra al poniente; ambas presentan arco escarzano y la que mira al oeste tiene sobre la clave una repisa muy ornamentada, en la cual falta la escultura que soportaba. Los rayos solares juegan un importante papel en esta obra, ya que al incidir sobre la superficie crean claroscuros relevantes. Las diferentes calidades de la textura complementan el conjunto. Los sillares de los muros, más lisos, están en contraste con los de la cúpula que son rugosos. En los 341metros existentes entre la caja de agua ochavada y la tercera deflexión, donde termina el primer trecho seleccionado, se percibe mejor el carácter tridimensional de la escultura. Debido a las deflexiones, el claroscuro se manifiesta con más fuerza; en este tramo de la arquería, la línea recta se desplaza ligeramente hacia el norte señalando un cambio de dirección y con ello la escultura se dinamiza su sentido longitudinal y a ello se suma el constante crecimiento de los arcos. 786 En este trecho los soportes rectangulares se ensanchan en las caras exteriores y dan paso al pilar cuadrado; el punto de unión entre el acosamiento y el muro se resuelve mediante un chaflán. Este nuevo elemento que surge a partir de este tramo, se repite en todos los pilares hasta el final de los arcos; la medida que lo va a delinear no se toma desde el piso, pues éste varía por los desniveles, sino desde el borde de la máxima altura del canal, hacia abajo. El chaflán unifica el conjunto, procura un interesante efecto lineal horizontal y acentúa, gracias a la luz, una dinámica perspectiva. El tramo termina con un contrafuerte de gran interés, por tener una deflexión que lo quiebra en forma vertical. El segundo tramo tiene 676.92 metros; parte del contrafuerte que señala la segunda deflexión con el ángulo de 19º 40.0' y termina con la cuarta deflexión , la que señala el más pronunciado quiebre de toda la arquería y permite al conjunto ingresar en el espacio de Villalongín. La línea recta de este tramo abarca ligeros quiebres hacia el noroeste. Los arcos del crucero avenida Acueducto y calle Ventura Puente señala un paréntesis en la secuencia: los sillares destacan entre los paramentos de mampostería. En la tercera deflexión el contrafuerte muestra cierta singularidad en la cara norte, ya que presenta el arranque de un arco cuya merced de agua iba al convento de los Dieguinos. Aproximadamente a 350 metros del crucero, hacia el poniente, el tramo de arcos frente al Bosque de Cuauhtémoc presenta novedades: el dado de base del pilar se reduce y la mampostería luce piedra que ha sido usada anteriormente. Los contrafuertes aparecen con mayor frecuencia y muestran variantes en la altura. Dos guardamalletas aparecen en el intradós de un arco. Sin embargo, estos elementos no alteran la unidad del conjunto, ya que la singularidad formal tiene un carácter poco perceptible. El último tramo mide 211.43 metros y se inicia con un ángulo de 69º 26.0', el quiebre más pronunciado y que hace cambiar la dirección de la arquería hacia el norte; luego suceden dos deflexiones más, una se orienta hacia el noroeste y la otra hacia poniente. Es un trecho corto pero es el más sinuoso de toda la longitud; por otro lado, dada la pronunciada cuesta, se crea un singular efecto en la Plaza Villalongín. La arquería prácticamente abraza el gran espacio por el este y norte. En este tramo la arquería expresa toda la grandeza y majestad de la estructura. A partir de los arcos que dan acceso a la Calzada Madero, la arquería trepa por la calle Aquiles Serdán y llega hasta el ángulo que se conocía con el nombre de “El Chorro”. Este rincón pone de manifiesto, por un lado, la sabiduría técnica de la obra; aquí estaba el desfogue de la corriente y por lo tanto su control; -desde una consideración estética muestra con magnitud del carácter armónico y dinámico que caracteriza al conjunto. Al norte de la gran plaza los arcos disminuyen, pero el interés visual se concentra en una torre de planta cuadrada con una cruz que se alza sobre un cuerpo piramidal. Este elemento se constituye en un hito que rompe la horizontal del declinante conjunto. En este gran escenario todo se conjuga admirablemente; los arcos y la topografía establecen un diálogo contrastante y sorpresivo que no rompe con la armonía. Este tramo representa el clímax y la muerte de la estructura. En él se encuentran no sólo los arcos grandes de 10.30 mts. al este, sino también los más pequeños al norte. Aquí el soberbio monumento presenta su grandeza y pequeñez, su soberbia y humildad. En este contrapunto la escultura expresa la tensión y esencia máxima de todo el conjunto. Estilo de la arquería 787 He hecho mención a la referencia de estilo que han señalado algunos escritores del siglo XIX, cuando citan el “estilo romano”. Esta categoría se debe a la herencia en materia hidráulica que hemos heredado de los romanos, a través de los españoles. Como sistema hidráulico podemos advertir una influencia itálica, pero en el aspecto formal, de origen hispánico, se regionaliza la forma en su sobriedad vallisoletana. Los estudiosos del siglo XX hemos mencionado el estilo barroco para la arquería. Ahora, después de este análisis, ratifico el “barroco moreliano” en el monumento. La escultórica arquería expresa el barroco por el dinamismo ascendente de los vanos arqueados, los cuales proyectan un ritmo que se acentúa de trecho en trecho gracias a los chaflanes de los pilares. El claroscuro del meridiano contrasta atrevidamente entre el grosor de macizos y vanos de rugosa toba riolítica. La inquietud y el desasosiego que produce una obra barroca, aquí se expresan en la tensión que despierta el tramo de Villalongín, donde se unen la grandeza y la pequeñez, creando en el espectador una sensación de búsqueda que sólo se suspende cuando: ha comprendido la obra. Dos de los hitos en el trayecto escultórico son las dos cajas de agua: una contiene el barroco estrictamente dentro de su volumen cúbico, la otra octogonal, lo exalta a través de su dinámica estructura, que grita su barroquismo por medio de los múltiples planos que crean contrastes de luz y sombra. Guardamalletas planas, cruz con ancla, marcas de canteros, dintel de madera, nichos sobre muros, se esconden dentro de la gran escultura, en espera de que el ojo avezado, inquieto, los descubra y goce con el encuentro barroco. El barroco moreliano de la arquería se presenta como una continuidad del estilo que caracterizó a la ciudad. Es una forma estructural más que ornamental, por lo tanto el volumen se expresa de manera contundente y grandiosa, entablándose así un diálogo entre la arquería y los monumentos de la ciudad. La Arquería y el Urbanismo Cuando se hizo la carretera de Mil Cumbres, que comunica Morelia con México, la entrada a la ciudad cambió y fue necesario trazar una nueva avenida, quedando la arquería en el centro de la misma. Esta nueva calle siguió el camino de la obra hidráulica y a partir de entonces se apreciaron las interesantes perspectivas que se conformaron con las deflexiones del propio monumento; éste se integró de esta forma, definitivamente, al urbanismo de Morelia. Un tramo de la arquería limita al lado sur del Jardín Morelos y así esta área cobró una grandeza que se originó en el monumento. A partir del Jardín Morelos, el viandante si mira hacia el poniente, su experiencia estética va a ser inolvidable: a medida que la vía se estrecha, la arquería se alza imponente y la perspectiva, un tanto curva, se sublimiza y cierra con el arco que da acceso al espacio donde está la fuente de Las Tarascas. La hilera de arcos pasa a formar parte del costado norte del Bosque Cuauhtémoc. Aquí la arquería se vincula estrechamente con los árboles y así se establece el más bello diálogo entre estructuras naturales y obra hidráulica. En el Jardín Villalongín se manifiesta en tono mayor el urbanismo vinculado con la escultura. La arquería continúa por la irregular plaza y trepa la cuesta, formándose un gran escenario urbano. De este espacio parte en 788 forma radial tres avenidas: las calzadas Madero y Fray Antonio de San Miguel, vías cuyo ingreso está señalado por los arcos, y la avenida Acueducto, donde la arquería funge como la espina dorsal de la propia calle. La traza radial del conjunto reviste un diseño barroco y conforma el área más excelsa de la ciudad, la cual se une sabiamente a la retícula irregular que conforma el Centro Histórico. La Arquería y su significado social A partir de 1910, cuando el agua cesó de correr a través del caño, se acrecentó su valor artístico, el cual vino a salvar al monumento de caer en el fatal destino que llegan a tener algunas obras cuando pierden su función original. El acueducto, que hoy luce como en sus mejores tiempos, se transforma su estructura en una monumental escultura, cuya lectura actual despierta un profundo orgullo, el mismo que viene a reforzar la identidad ciudadana. Hoy como ayer se han hecho evidentes los valores artístico, urbanístico y social que posee la arquería, parte esencial de la ciudad, y que ha sido distinguida por la UNESCO, en 1991, como “Patrimonio Cultural de la Humanidad”. Si hay un monumento que pueda resumir el carácter arquitectónico de Morelia, no dudaría en señalar al acueducto, ya que posee, su arquería, la calidad excepcional que está en armonía con la ciudad. Bibliografía BULLOCK, Henry Williams: "Un viaje de Morelia a la Hacienda de Guaracha en 1865", en Michoacán desde afuera. Visto por algunos de sus visitantes extranjeros. Siglos XVI al XX. México. El Colegio de Michoacán/Gobierno del Estado de Michoacán/Universidad Michoacana. 1995. p. 237. CABRERA ACEVES, Juan: "Dibujos de tres arcos a escala". Morelia. Trabajo inédito. 1998. DE LA TORRE, Juan: "Bosquejo Histórico de la Ciudad de Morelia". México, Imprenta de Ignacio Cumplido. 1883. pp. 247, 250, 251. DE LA TORRE, Juan: op. cit., pp. 207-208. ENCISO, Jorge: "Morelia. Monografía mexicana de arte". México. Secretaría de Educación Pública. Talleres Gráficos de la Nación. 1935. p. XLVIII. ERSKINE INGLIS, Frances: Marquesa Calderón de la Barca. 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