BARDACH Y PARETO, DESPUÉS DEL BRONCE Nada fue igual para ambas luego de ganar la medalla olímpica. ¿Cómo les pegó? ¿De qué manera asimilaron la fama esporádica y el bajón? ¿Cómo reinventaron sus respectivas carreras? Por Iván Sandler Nota publicada en la edición diciembre 2010 de la revista El Gráfico LA HISTORIA DEMUESTRA que, por mucho que se parezcan, ni siquiera dos gotas de agua son iguales. Pueden compartir tamaño, color, textura, y varias características más, pero indefectiblemente son distintas. A Georgina Bardach y Paula Pareto las une algo más que algunas charlas entre varios deportistas en la Villa Olímpica en Beijing, o en el comedor del Cenard: estas deportistas abrieron con el bronce los medalleros de los últimos dos Juegos Olímpicos, en deportes individuales. Hoy forman parte del mismo río, aquel que sigue su curso y que se alimentó de Jeanette Campbell, Noemí Simonetto, Gabriela Sabatini y Serena Amato. Pero también las diferencian las reacciones, los sueños y las experiencias vividas. Es cierto que el recorte resulta, en cierta manera, azaroso. Pero en el plano de la comparación no se puede dejar de lado el mundo que las rodea; y en este caso las diferencias no abundan entre el podio de la cordobesa en la pileta de Atenas y el de la tigrense en China. Claro, apenas transcurrieron cuatro años entre un logro y el otro. La medalla de Sabatini en Seúl parece muy alejada temporalmente, y hasta como si fuera parte de otra realidad. Desde el propio significado que adquirían los Juegos, hasta el rol de los medios y el contexto histórico nacional. Ninguna de las dos había llegado a los 23 años, y ya podían tachar de la lista el sueño de la medalla Olímpica. Al competir y ganar el primer día, los Juegos les quedaron como esas vacaciones en las que rápidamente se hace todo lo que uno se propone y todavía quedan días para tirarse de cara al sol en la playa. “Mientras estuve ahí disfruté muchísimo, porque no me había dado cuenta de lo que era la repercusión mediática”, cuenta la nadadora, a la vez que anticipa una de sus mayores angustias. Por su parte, la judoca lo sentía como algo que “tenía que disfrutar, porque nunca se sabe cuándo vas a volver a estar ahí”. Y si de vueltas se trata, la historia empieza a empantanarse. Una vez en casa, los teléfonos no pararon de sonar día y noche durante las primeras semanas, las palabras empezaban a gastarse y a perder significado, de tantas veces que se repetían en aquellos días. Algunos pedidos eran inauditos. ¿O acaso alguien se imagina a Bardach entregando diplomas de graduación en un colegio de Córdoba o a Pareto dando una conferencia sobre género frente a un auditorio lleno? Todo eso ocurrió los meses posteriores. Mientras las dos sufrían la exposición por su timidez, Paula supo leer lo que estaba ocurriendo: “Vi lo que le pasó a Georgina. En el momento todo el mundo viene, pero eso después pasa. Yo me había anotado en una materia más en la facultad y solamente quería estudiar”. Con el tiempo todo se fue acomodando: los hermanos de Yoyi dejaron de molestarse por salir a la calle con su hermana famosa y que la pararan seguido para saludarla, y las amigas de La Peque aprovecharon para ahuyentar a los molestos con un simple “Mirá que ella nos defiende”. En la retina de muchos quedará aquel día en el que Pareto tiró al piso a Miguel del Sel en pleno living de Susana de Giménez, o recordarán que Bardach no sólo nadaba en el agua, sino que también la vendía. “Me dijeron que tenía que grabar un día entero. ¡Pero si son dos minutos de aire nada más! Después entendí. En las escenas en las que estaba en el agua no había problema, pero cuando tuve que hablar se me complicó, hasta que en un momento dijeron basta y terminaron todo ahí”. Si bien un poco la situación incomodaba, también era el momento de sacarle rédito. Económicamente, la vida de los deportistas amateurs es complicada, pero los éxitos suelen servir como para acomodar un poco las cosas. La tigrense vio cómo la Secretaría de Deportes de la Nación le aumentaba la beca, además de que obtenía obra social, algo fundamental y que la mayoría no posee. La cordobesa tuvo opciones para cambiar de sponsors, pero sin embargo decidió quedarse con aquellos que estuvieron desde el primer momento. Luego, había que pensar en continuar una carrera que no se termina después de una medalla de bronce. Bardach volvió a una Villa Olímpica después de aquel triunfo, y las cosas no le salieron, ni por asomo, como ella esperaba: “No fue la exposición, ni las presiones lo que me jugó más en contra. Lo digo ahora que pasó un tiempo y pude hacer una evaluación. Yo fui sin objetivos, metas ni nada de eso. Mi sueño era estar en un podio olímpico y lo había cumplido en Atenas. En Beijing perdí todo: las ganas, la motivación, ya no quería seguir. Fui a los Juegos como uno va a hacer un trámite. Cuando volví estaba decidida a dejar de nadar, pero me tomé cuatro meses y recapacité. Me vino muy bien, porque fue un baldazo de agua fría que me sirvió para remover algunas cosas”. En ese tiempo de preparación para sus próximos juegos, los primeros tras el éxito, se encuentra Pareto, aunque elige distanciarse en los objetivos que la mueven: “Mi sueño es luchar bien, no lograr un resultado. Aunque, obviamente, todo el que compite quiere ganar. No es esa mi meta principal”. Las dos vuelven a aproximarse cuando de preparación mental se trata. Al entrenamiento le suman el trabajo con psicólogos. Un proceso necesario, que hoy por hoy ya no puede seguir siendo negado desde ciertos sectores. “Me hizo dar cuenta de muchas cosas: no tenía que nadar porque era una obligación, si nadaba era porque yo quería hacerlo”, sintetiza Bardach. Las emociones empezaron a acomodarse, y la sensación de tranquilidad permite pensar a futuro. A largo plazo, mejor dicho, cuando el retiro sea inminente. Es por esto que ambas entienden que además de entrenarse, deben formarse. Paula nunca pensó en dejar de estudiar Medicina en la Universidad de Buenos Aires, y complementó la carrera deportiva con la formación académica. No le fue fácil antes y tampoco lo es ahora, por lo demandantes que son los libros y los gimnasios cuando se combinan. Sufre por ir despacio y cambiar constantemente de compañeros, aunque eso le permite conocer más gente. Trata de pasar desapercibida, como una más, aunque a veces la reconocen. Igual, pasó de ponerse colorada a sentirse orgullosa. El día de mañana se ve cercana a la medicina deportiva. Georgina tiene más dudas que certezas, y por ahí alguna sorpresa dando vueltas. Intentó con administración de empresas y no resultó, empezó con alemán y tuvo que dejar. “Hasta el año que viene”, avisa. También quiere seguir ligada al deporte, aunque sabe que la docencia no es lo suyo y por eso prefiere ser representante o entrenadora. “Me gustaría ser intendente de Córdoba, pero lo veo difícil. Me gusta que las cosas estén bien hechas y estar de ese lado”. En varias oportunidades se ha manifestado ante situaciones conflictivas que iban desde las condiciones del Cenard hasta la exclusión de cuatro compañeros, de cara a los Juegos Odesur 2006. En ese sentido, la medalla funciona como un respaldo importante. Mientras tanto, en el corto plazo, ambas tienen una cita a la que esperan llegar y por ahora esa es la meta: Londres 2012 aparece en el horizonte cercano y todos los cañones apuntan hacia lo que podría ser para las dos su último Juego Olímpico. La nadadora, que para entonces cumplirá 29 años, ve muy complicada la posibilidad de seguir hasta Río, y la judoca, que tendría nada más que 26, tiene pensado bajar el nivel después de los próximos Juegos, aunque enseguida recula: “Mi idea es dejar de competir a nivel olímpico, porque quiero seguir estudiando y tener más vida social. Igual, sé que si te va más o menos bien te seguís motivando; y los otros son en Brasil, acá cerca. Por eso ahora no puedo decir hasta cuándo sigo”. Todavía no sacaron los pasajes para Inglaterra, pero de seguir el curso normal de las cosas, las dos podrían encontrarse ahí en menos de dos años. La vida las puso en circunstancias similares, en un país en el que no es fácil ser deportista, y los que justifican todo por los sueldos que ganan se quedan sin argumentos a la hora de hablar del amateurismo. La historia del deporte argentino ya les reservó un lugar en sus anaqueles, en la fría estadística que las cuenta como una medalla más. Mientras tanto, ellas, como dos gotas de lluvia, distintas pero parecidas, buscan formar parte de otros ríos, para seguir el curso de sus propias historias. EL SUBE Y BAJA DE YOYI GEORGINA BARDACH nació el 18 de agosto de 1983 en la ciudad de Córdoba. Es la mayor de cuatro hermanos, todos con pasado o presente en la natación. Parece extraño que una nadadora olímpica aprendiera a nadar a los 7 años, pero así fue, aunque sus padres insistieron desde que tenía 4. Pocos pudieron imaginar en aquel momento, que tan sólo diez primaveras después estaría compitiendo en los Juegos de Sydney 2000. En la etapa de Moscú del Mundial 2002 pudo subirse al podio, y así anticipaba lo que repetiría en Atenas, pero antes tenía una parada en Santo Domingo en la que traería el oro panamericano para la natación argentina después de 48 años. Allí empezaba a marcar su especialidad: los 400 metros combinados. El 14 de agosto de 2004 le llegó el día la consagración. Georgina llegó después de la ucraniana Yana Klochkova y de la estadounidense Kaitlin Sandeno y con su marca de 4:37.51 se colgó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos. A partir de ese momento, su carrera empezó a decaer. Desde algunos resultados por debajo de lo esperado, como por ejemplo su tercer puesto en los Panamericanos de Río 2007, hasta llegar a terminar en Bejing 2008 en el puesto 37 sobre un total de 38 competidoras. En 2010, mientras trabaja para llegar a Londres, obtuvo en total 5 medallas de los Juegos Odesur de Medellín, en los que nadó junto a su hermana Virginia. EL CAMINO DE LA PEQUE PAULA PARETO es oriunda de Tigre, provincia de Buenos Aires, y el 16 de enero próximo cumplirá 25 años. Cuando apenas asomaba a los 10, sus padres la mandaron al club San Fernando, cerca de su casa, en el que su hermano ya hacía judo. Y como a ella siempre le gustaron las cosas distintas, empezó a practicarlo. Nunca se lo tomó en serio, más allá de una recreación; y si no lo abandonó por los estudios, fue por la cantidad de amigos con los que compartía ese deporte. Desde 1997 hasta 2006, obtuvo ocho campeonatos nacionales, y dos segundos puestos, pero el momento de pensar en el salto internacional se dio por casualidad: fue un día al centro de entrenamiento donde se realizaba un selectivo para los Juegos Panamericanos de Río 2007. Allí quedó y empezó a tomarse más en serio la cuestión. Volvió de Brasil con el bronce, y posteriormente su quinto puesto en el Mundial disputado en el mismo país le valió la clasificación para Beijing. El 9 de agosto de 2008 se impuso en el repechaje sobre la norcoreana Song Pak Ok en la categoría 48 kg y así se subió al podio olímpico. En 2009, en el CENARD, ganó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de judo. Este año repitió el triunfo en los Odesur de Medellín y en septiembre terminó séptima en el Mundial de Tokyo.