RESPETO MUÑOZ, Francisco A. y LORENTE LINDES, Marcelo Es admirable la propiedad de algunas palabras a la hora de portar el significado, respeto no iba a ser la excepción. En latín (respectus, que significa mirada detenida, vista que vuelve) da entender una mirada que se detiene y vuelve una y otra vez sobre el objeto de observación, de interés, precisamente porque este requiere consideración y no se la puede calibrar de un solo golpe de vista. Ahora bien, no es la mirada impertinente del miope que clava sus ojos en lo que no puede ver bien, si no una mirada que no quiere ser vista y observa de soslayo, para que no la sorprendan. En rigor se trata de una re-mirada. Se dice más referido a las personas que de los objetos, aunque estos también estos puedan exigir respeto, más que nada porque no pueden sentir que los miran. Las personas si pueden sentir que son objeto de atención, observadas, y, por tanto, valoradas, lo que conlleva implícitamente cierta reciprocidad. Por contra una mirada que se posa en un objeto para no volver, sin interacción, es una mirada «desconsiderada» que entraña el menosprecio de lo mirado y, en consecuencia, la poca valoración que nuestra estimación merece. Las personas necesitan de la «atención» de las demás, no soportan la indiferencia de los otros, su ausencia se interpreta como falta de consideración, de respeto. El respeto como tal también admite dos valoraciones una positiva y otra negativa. La positiva muestra que los demás nos importan, que son algo para nosotros, que los necesitamos. La indiferencia podría ser la forma más sutil de «negación» del otro, le reduce a la nada, a la no-existencia; una de las formas más distinguidas y elegantes. La negativa implica que la persona en cuestión requiera una excesiva consideración, porque en función de su AUTORIDAD o PODER o importancia represente, en razón de su peligrosidad, alguna amenaza para nosotros. En realidad este es un respeto de pobre calidad, porque una vez que cesa la causa, es decir, el miedo, cesa el efecto y el respeto se convierte en odio. Por desgracia, la mayoría de las personas requieren del recurso al miedo para significar algo para los demás, sin que sean nada si no tienen la posibilidad de dañar a nadie. Gran parte de las fórmulas de respeto que han imperado a lo largo de la historia han adoptado esta forma, desde el patrono romano con su corte de clientes, hasta el señor feudal con sus vasallos, pasando más modernamente por el cacique o señorito.