UNIDAD 1, DIMENSIONES Y MODELOS TEORICOS LA

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UNIVERSIDAD NACIONAL ABIERTA Y A DISTANCIA – UNAD
Escuela Ciencias Sociales Artes y Humanidades
Curso: Psicología evolutiva UNIDAD 1 Construcción histórica de los conceptos de infancia y adolescencia
UNIDAD 1, DIMENSIONES Y MODELOS TEORICOS LA CONCEPCIÓN Y EL
NACIMIENTO.
Capítulo 1: CONSTRUCCION HISTORICA DE LOS CONCEPTOS DE NIÑEZ Y
ADOLESCENCIA
EL NIÑO EN LA HISTORIA
Por: Blanca Inés Zamudio L
Bogotá (2008)
Modulo Construcción social de la niñez y la adolescencia
Construcción histórica de los conceptos de infancia y adolescencia.
Que los niños y las niñas han existido siempre resulta ser una realidad que no
admite dudas. A quién se le ocurriría decir que la especie humana ha podido
existir sin niños y niñas? Sin embargo, esta realidad tangible a nuestros ojos se
relativiza al abordar la cuestión desde la perspectiva de la historia y del lenguaje.
Efectivamente, los niños y las niñas han acompañado la historia de la humanidad,
pero no siempre han resultado visibles, o por lo menos no como los conocemos
hoy. En este capítulo describiremos las diversas formas de existencia de los niños,
niñas y adolescentes en diversas épocas de la historia.
Las representaciones de niño y niña en la historia:
Noción de representación.
Los seres humanos no conocemos la realidad de manera directa, es decir, no
tenemos una experiencia inmediata con el mundo de los objetos. Conocer algo,
hacerse a una opinión, relacionarse con otros hombres o con la naturaleza, implica
NOMBRAR ese algo, implica representarse la realidad. Esto quiere decir, que los
seres humanos necesitamos del lenguaje para dar cuenta de nuestra existencia,
de nuestra relación con otros seres humanos y con el mundo de la naturaleza.
Nacer, en la especie humana, implica no sólo el acto de dar a luz un organismo,
sino además, nacer para el lenguaje. Existencia que implica una conquista tanto
de la especie como de cada uno de los individuos. Tratándose del lenguaje,
debemos insistir en que no basta con la conquista a nivel de la cultura, si bien ésta
ha generado mecanismos para perpetuar, transmitir, reproducir el orden simbólico,
cada nuevo individuo requiere de condiciones necesarias para acceder por si
mismo al lenguaje y al orden simbólico.
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•
La representación como simbolización de la realidad:
Como veníamos diciendo, para conocer la realidad, o para relacionarse con los
otros, el ser humano cuenta con el lenguaje. Detengámonos un momento en este
proceso. Los seres humanos hemos desarrollado la capacidad de relacionarnos
con los objetos aunque ellos no se encuentren presentes, nosotros soñamos la
realidad, la inventamos, extrañamos a los seres que se alejan, nos enojamos con
una persona por los efectos de las palabras escritas en una carta, en fin.., nos
relacionamos con las personas aunque se encuentren físicamente ausentes.
Esta experiencia, de la que generalmente no somos conscientes, constata la
capacidad del ser humano de re-presentar la realidad, la capacidad de hacer
presente lo ausente a través de imágenes mentales. Por supuesto, esta representación de la realidad es aprehensible a través del lenguaje, de las palabras
con las que nombramos aquello que nos enoja, que nos entristece, nos da alegría,
aquello que soñamos. Las palabras nos hacen presente, en la realidad psíquica, a
las personas, objetos y paisajes que se encuentran ausentes.
Una palabra se convierte en símbolo de lo ausente. Por ejemplo, en la
experiencia humana, el ser que muere se perpetúa en la memoria de quienes lo
aman a través de su nombre escrito en una cruz. Ante el nacimiento de un niño, se
pregunta por el nombre y el niño no nace como ciudadano hasta tanto no se
registre como tal, y para ello se requiere del nombre y el apellido. Entonces, el
niño que nace requiere de un nombre que lo inscriba en la cultura, a través de su
inscripción en el linaje de la familia y de la inscripción de registro civil.
Así mismo, todas las experiencias toman forma de acuerdo a las imágenes
mentales que nos hacemos de ellas y a los términos en que las nombramos. Estas
representaciones de la realidad se transforman con el paso del tiempo, se
configuran de diversas formas según diversos contextos culturales, pero a la vez
se transmiten y se mantienen. Enunciemos a continuación esta doble dimensión
de las representaciones en el nivel social: la de transformarse y la de mantener un
orden cultural.
•
La institucionalización de las representaciones:
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Veamos ahora como esas representaciones que se hacen de la realidad se
constituyen en determinantes simbólicos que dan sentido a la experiencia y se
fijan durante un periodo de tiempo determinado.
Cada tradición cultural produce mecanismos que le permiten transmitir el orden
simbólico que da cuenta de lo permitido y lo prohibido en el intercambio con otros
seres humanos, con la naturaleza y con el orden del ideal. Esta es la función de
los relatos culturales y de las instituciones. De ahí la importancia de los mitos y los
dichos populares, puesto que se constituyen en formas de regulación social. Las
instituciones resultan cumplir una función similar: determinan un orden jerárquico,
y unas funciones para cada individuo dentro de ellas, que no escapa a esta
condición de regulación cultural y de transmisión de un saber que dota de sentido
las diversas experiencias humanas. Este aspecto será ampliamente desarrollado
en los capítulos sobre la institución y la función simbólica del relato cultural en
relación con la construcción social de la infancia y adolescencia.
•
Adquisición del lenguaje y capacidad de representación en los individuos.
Como decíamos anteriormente, la capacidad de simbolizar la realidad, de
aprehenderla por la mediación del lenguaje, resulta ser una condición que no nace
con cada ser humano. Representarse la realidad por la mediación del lenguaje es
una conquista de cada ser humano que involucra la relación con los otros que le
transmiten el orden cultural a través de los cuidados y de las más diversas
expectativas en torno al niño y niña que nace. Relación con el Otro que se
encuentra mediada por múltiples factores: el deseo de hijo, las condiciones reales
que rodean el nacimiento de cada niño o niña, la posición de los adultos respecto
de los ideales culturales de su época, en fin, un sinnúmero de circunstancias y
condiciones que afectan la relación de los adultos con cada niño que nace.
Representarse la realidad implica nombrarla a través del lenguaje pero esa
realidad tiene formas y valores diversos de acuerdo a la singularidad de
experiencias de cada sujeto.
El lenguaje y la representación de la realidad tienen esta doble característica, de
un lado son suficientemente universales como para permitir la comunicación con
los otros, pero además, resultan suficientemente singulares como para expresar
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las diferencias entre un sujeto y otro. Aspecto que será retomado y desarrollado
ampliamente en los capítulos sobre las instituciones y la configuración de la
infancia y la adolescencia y el capítulo sobre construcción de subjetividad.
Las representaciones de niño y niña en diversas etapas históricas.
Como lo hemos venido reiterando, la realidad no es directamente aprehensible, de
ella tenemos diversas representaciones modeladas según diversas condiciones
históricas, sociales y culturales. En esta lección abordaremos las nociones de
niñez y adolescencia desde la perspectiva histórica, con el fin de reconocer las
diversas representaciones que han determinado el lugar de los niños y
adolescentes en la relación con los adultos de cada época.
La niñez y la adolescencia como etapas vitales aparecen de manera diversa en la
historia de la humanidad. La noción de niño, aunque no en el sentido
contemporáneo, aparece desde las primeras épocas de la civilización no sucede
así con la noción de joven o adolescente. El interés por estudiar la juventud como
etapa vital aparece en la Edad Moderna, con el advenimiento de las ciencias
sociales.
Algunos autores destacan el hecho de que los niños aparecen en las
preocupaciones cotidianas desde las primeras etapas de la civilización (Tejeiro, C.
1998). Sin embargo, resaltan además, que en la medida en que nos devolvemos
en el tiempo, al inicio de las civilizaciones, la frontera entre adultos, jóvenes y
niños tiende a desaparecer. Con ello se plantea que los niños son reconocidos
pero como “adultos en miniatura”, se pasa directamente de la etapa de la infancia
a la de adultez sin mediación de la etapa de la juventud.
•
El niño en la antigüedad.
En Grecia el nacimiento del hijo varón era festejado, no así el de la niña. Una frase
de Posidipo, poeta cómico, ilustra esta situación en los siguientes términos: “a un
hijo se le educa siempre, incluso cuando se es pobre; a una niña se le abandona
incluso cuando se es rico.” (Peláez, g. 1998). Sin embargo, se encuentran indicios
de que la situación económica resultaba determinante para asumir con beneplácito
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o no el nacimiento del hijo varón: si se trataba de una familia acomodada, el
nacimiento del hijo varón era festejado pero si se trataba de una familia pobre, el
hijo varón podía ser abandonado puesto que significaba una boca más que
alimentar y el padre no dudaba en abandonar al recién nacido en una marmita.
Hasta los siete años niños y niñas viven juntos en las habitaciones de la mujer,
son alimentados por su madre o por una nodriza. A partir de esta edad niños y
niñas siguen caminos diferentes: el niño va a la escuela y las niñas permanecen
en casa. En Esparta el estado se encarga de la educación de los varones, la
finalidad era educarlos para hacerlos soldados, se les enseñaba con dureza con el
fin de acostumbrarlos al frío, al calor, a resistir el dolor y a desarrollar fuerza y
destreza. Hasta los catorce años el niño aprende lo necesario, a leer y a escribir, a
los veinte años es aceptado entre “los hombre hechos” y se ejercita en las armas.
En Atenas, la educación de los jóvenes recae sobre el padre de familia. Si era de
familia acomodada, el niño asistía a casa de su maestro privado, durante tres o
cuatro años aprende lectura y escritura, a los doce años es confiado al entrenador
de niños. Las hijas mujeres permanecen al lado de la madre y cuidan de los niños
pequeños, la idea es que lleguen a ser buenas amas de casa y no mujeres
ilustradas.
En la Roma antigua, mucho antes de la República, existen claras manifestaciones
de la existencia social del niño, no sólo como perteneciente a una estirpe y una
familia sino que se advierten además formas de explotación como la mendicidad.
(Tejeiro, C. 1998). Existen indicios de la importancia dada en Roma a la educación
de los niños, quienes podían aspirar a la movilidad social según su amor al trabajo
y los talentos propios, es así como el niño nacido esclavo podía aspirar a acceder
a la libertad y participar de la vida pública romana. Al interior de la familia el padre
era el dueño de todos sus miembros, de la mujer, de los hijos y de los esclavos.
Los hijos eran educados con severidad y debían obedecer.
•
El niño en la edad media.
En la edad media aparece el interés por definir las edades de la vida, esto hace
que sólo hasta el siglo XVII empiecen a diferenciarse los conceptos de infancia y
adolescencia. Sin embargo, esta diferenciación de edades dista del uso actual del
término, para ésta época, la infancia que va hasta los siete años es seguida por la
edad de la pueritia que va hasta los catorce años, y la adolescencia hasta los
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veintiún años. Edades que correspondían no sólo a la edad biológica sino que
además representaban una función social.
El término infancia denotaba dependencia, alienación y debilidad, era utilizado no
sólo para referirse a los niños sino que su uso se extendía para designar a las
personas de baja condición como los lacayos y jóvenes soldados. En el siglo XVII,
con el fenómeno de la burguesía, nacen otros términos y se empieza a limitar el
término de infancia al uso moderno. Aparecen variaciones para denominar
diversas edades entre la infancia y la adultez como muchacho, joven, niño, etc.
(Aries, Philipe, citado por Pélaez, G. 1998). Sin embargo, persiste aún la ausencia
de términos para nombrar al niño en sus primeros meses, circunstancia que
permite inferir la dificultad del adulto para representarse al niño en sus primeros
meses de existencia, y con ello la dificultad para otorgarle un lugar.
A partir de estos datos, Philipe Aries concluye que la infancia no tenía existencia
en el lenguaje, en las representaciones del adulto hasta el siglo XIX. El autor
encuentra evidencias de que en la Edad media el niño, como nos lo
representamos actualmente, diferente del adulto, no existía, dado que las
representaciones iconográficas de la época deforman el cuerpo del niño de tal
manera que aparecen como hombres reducidos de tamaño y con facciones de
adultos. Igualmente, el vestido mantenía la indiferenciación entre el adulto y el
niño, sólo hasta el siglo XIX los trajes del niño empiezan a particularizarse y
diferenciarse del de los adultos. Es en este sentido, que Ariés concluye que la
infancia en las edades antigua y medieval no tenía lugar como tal, no tenían
representación en tanto niños. Esta situación puede explicarse a través de dos
características propias de estas edades de la historia: en primer lugar, eran
edades de guerra, de conquista y de escasos recursos para la sobrevivencia,
razón por la cual sólo los más fuertes y guerreros tenían el apoyo y
reconocimiento de los demás; en segundo lugar, la alta mortalidad infantil hacía
que no se desarrollara apego al niño, y además, la transición del niño al joven
guerrero era muy rápida. La infancia era una etapa de transición que no tenía valor
en sí misma. (Peláez,G. 1998).
Sólo hasta el siglo XIII aparecen imágenes más cercanas a las de los niños, por
ejemplo, las representaciones del niño Jesús dejan de aparecer como enanosniños para mostrarlo a través de facciones redondas y delicadas. En esta época
histórica el niño Jesús vinculado a la virgen permite introducir la representación de
la familia en el sentido actual. Las representaciones del niño en relación con los
padres se hace frecuente. Podemos observar entonces que en esta época el niño
no es representado por sí mismo, aparece pero acompañando a los adultos, sólo a
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partir del siglo XV y en pleno auge en el siglo XVII aparecerá representado por sí
mismo, independiente de la madre, la familia y el niño Jesús.
En la edad media la educación del niño se basaba en el castigo físico de acuerdo
a las expectativas del adulto, no se le otorgaba la palabra y no se tenían en cuenta
sus intereses. El niño no es considerado como un sujeto sino como alguien que
llegará a ser, importa en tanto pueda sobrepasar la infancia y convertirse en
adulto.
•
El niño en el renacimiento.
Con la extinción de la edad media y la consolidación de los estados de la Europa
occidental en el siglo XV, se da paso del feudalismo a la era industrial, emerge la
burguesía y se producen las grandes transformaciones por los descubrimientos
científicos y marítimos. Surgen el Renacimiento y la Reforma. Con esta tendencia
a la renovación de la época cambia también el lugar del niño, comienza un
marcado interés por representarlo en el arte, en los juegos, a diferenciarse el traje
y los adultos se interesan por registrar sus actividades. Gran interés y acogida del
niño que tuvo lugar entre los siglos XIII y XVII pero que fue sancionada por los
moralistas quienes impusieron la necesidad de educación y control sobre la
infancia. Nacen entonces los tratados de educación, urbanidad y los reglamentos
escolares.
Con el interés por la educación aparece también el interés por la higiene y la
salud, consolidándose entonces la pediatría como ciencia encargada de mejorar
las condiciones de la infancia. Philipe Aries considera que el renacimiento permitió
el nacimiento social del niño. Aparece la escolarización y con ello grandes
cambios con relación a la edad media: la educación ya no es exclusiva de los
niños ricos, se extiende a los niños pobres, se imparte la enseñanza por edades.
Se pasa del niño aprendiz, trabajador y explotado desde los siete años, al niño
separado de los adultos que asiste al colegio, que se relaciona con sus maestros
pero continúa vinculado a su familia. (Aries, citado por Gloria Peláez).
Aparece la familia en el sentido contemporáneo, los padres se preocupan por la
higiene, la salud, los buenos modales y el futuro de sus hijos. Se reconoce un
espacio privado de la familia y de cada uno de sus miembros en ella, se
recomienda que los niños duerman solos sin presencia de los adultos. Con la
declaración de los derechos humanos en el siglo XVIII se consolida el cambio de
representación del niño en la sociedad (lo mismo sucede con el lugar de las
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mujeres), para atribuirles dignidad humana. En adelante, la medicina y la
pedagogía son encargadas de la educación y bienestar del niño. Por no tratarse
del tema central, no nos detendremos a describir las diversas concepciones de
niño que se han ido desarrollando en la ciencia.
Noción de adolescencia.
Como lo señalábamos anteriormente, hasta el siglo XIII infancia y adolescencia se
confundieron, sólo hasta el siglo XVII, las edades de la vida empiezan a
diferenciarse claramente, y se ven nacer otros términos que permiten limitar la
infancia a la edad que corresponde al uso moderno. Sin embargo, persistirá una
laguna para designar al niño en sus primeros meses, insuficiencia que sólo tendrá
remedio hasta el siglo XIX. según Philipe Aries, tan sólo hasta finales del siglo XIX
surgen los primeros intentos de concebir la juventud como una etapa vital y el siglo
XX se constituye en el siglo de la adolescencia.
Los jóvenes fueron caracterizados a partir de conductas que hicieron aparecer
esta edad como altamente ruidosa e inadaptada. Con el advenimiento de las
ciencias sociales y otras disciplinas la etapa de la juventud y la adolescencia son
descritas según diversos enfoques, varios de los cuales desconocen la incidencia
de los factores sociales, veamos algunos de ellos. (Tejeiro, c 1998)
El enfoque corporal- biológico, derivado de la medicina explica los cambios
comportamentales de la edad de la adolescencia a partir de los cambios biológicos
de la pubertad. El enfoque psiquiátrico representa la realidad humana a partir de
los parámetros de lo “normal” y lo “anormal” y desde esta perspectiva introduce
conceptos como adolescencia y “crisis de adolescencia”, con el fin de describir los
desajustes que se suponen propios de esta edad.
El enfoque sociológico aborda el estudio de los jóvenes desde manifestaciones
juveniles tales como la época de estudiante, el servicio militar, el primer puesto de
trabajo. Desde esta perspectiva, se abordan además manifestaciones políticas
como los movimientos estudiantiles y las luchas en contra de la guerra como
sucedió en Estados Unidos durante el conflicto bélico en Vietnam. El enfoque
sociológico se preocupa entonces por comprender el proceso mediante el cual
cada persona se integra a la sociedad, aborda los procesos de socialización de los
jóvenes al interior de las llamadas culturas y subculturas juveniles. Este enfoque
permite además reconocer déficit en los procesos de socialización y propone
mecanismos tendientes a restablecer las formas “normales” de asimilación e
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integración del joven a la sociedad. A este proceso se le reconoce con el nombre
de resocialización.
El enfoque jurídico reconoce al joven desde dos perspectivas: o desde el
desarrollo pleno de sus potencialidades jurídicas, o desde las conductas punibles
cometidas por ellos. En este último caso, el derecho interviene desde la
perspectiva de la reeducación.
Como se ha podido observar, las perspectivas contemporáneas abordan al
adolescente y al joven desde dos representaciones: o como ángeles o como
demonios, satanización e idealización que no aporta a la construcción de
lenguajes que permitan acercar los mundos de lo “adulto” y lo “juvenil” en una
etapa caracterizada por la confusión y los repentinos cambios. Características
éstas que algunos llaman “el síndrome de la langosta: Son como las langostas,
esos bichos de mar que cuando pierden su caparazón corren a protegerse debajo
de las rocas mientras fabrican otro nuevo para esconderse. Y al igual que las
langostas son muy frágiles y vulnerables durante este tiempo de muda. Ante esta
sensibilidad extrema los adultos deben evitar los comentarios de burla y
humillación, su autoritarismo no los deja ser ni vivir”
En este enfrentamiento entre los mundos de la adultez y la juventud un aspecto
fundamental del paso de la adolescencia a la adultez parece ser el económico.
Francoise Doltó, preguntándose si es posible vivir el final de la adolescencia antes
de los dieciséis años, dice:
„No, porque la sociedad no lo permite. Sí si la sociedad permitiera que se trabaje
fuera de la casa a partir de los catorce años, y que se gane uno la vida. El joven
no encuentra en occidente soluciones legales para abandonar a sus padres
asumiendo su condición sin aparecer como un marginal, un delincuente o a cargo
de alguien que quiere ocuparse de un adolescente en peligro de perversión.
Actualmente hay muchos adultos interesados por la fuerte demanda de
adolescentes en el nivel sexual y afectivo. Finalmente, los jóvenes se ven
obligados a venderse, tanto si la venalidad es visible, como la prostitución
callejera, como si es ambigua: se hacen mantener por alguien que a partir de ese
momento se considera con derechos sobre ellos, o sobre su cuerpo. Esta nueva
forma de dependencia procede del hecho de que las leyes no le permiten a un
joven ganarse la vida, ni siquiera de un modo parcial pero que le proporcionaría el
medio de evitar una cama y una sopa de beneficencia..., en fin, la manera de no
estar a cargo de nadie y, al mismo tiempo, de encontrar un empleo o un
aprendizaje pagado, o una experiencia de viaje subvencionado. Pienso que la
sociedad podría hacer mucho anunciando posibilidades de bolsas de viaje, bolsas
de formación..., una gama completa de pequeñas tareas.
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Así pues, hoy en día el paso a la edad adulta se traduce muy concretamente en
términos de independencia económica, de potencialidad creadora y de aprendizaje
que permitan adaptarse, insertarse en un grupo social. Dejar de recibir o de admitir
dinero de los padres no resuelve el problema, si uno lo sigue recibiendo de otro
adulto. Es peor, pues surge entonces un sentimiento de dependencia que no tiene
respecto de los padres. Lo que los padres nos han dado, lo devolveremos a
nuestros hijos. Pero la protección y la ayuda material de una tercera persona
culpabilizan mucho más. Pues su donación no será devuelta, no será transmitida a
la descendencia. La influencia de esos protectores o protectoras puede alienar la
vida de libertad de sus protegidos, incluso más allá de la muerte de esos
“protectores”. La relación de dependencia se desarrolló „honorablemente”, sin
sexualidad alguna involucrada. Se trata de personas inteligentes y generosas que
adquieren influencia sobre un joven... Un joven tiene necesidad de amar a las
personas de su edad, y de formarse a través de los de su generación, y no de
seguir dependiendo de alguien de una generación anterior que en un momento
dado ha sido un modelo. Si la influencia se prolonga, es un modelo
desestructurado. Momentáneamente, parece ayudar al joven a realizarse, pero en
realidad lo aplasta, porque el joven cree estar en deuda pues no fue el quien los
buscó, sino que la generosidad le cayó encima por elección del adulto que fijó su
atención en él. Es esto lo que hay que comprender en una sociedad en la que un
joven no puede ganarse el derecho de decir no a sus padres y decir sí a su futuro,
“sí a mí y a mi futuro”... Los escolarizados se han convertido en una clase a fuerza
de ser considerados como no aptos para entrar a la sociedad.” (Doltó, E. 1990)
La construcción social de la adolescencia se encuentra signada por las alegrías y
temores que despiertan en los adultos los cambios en el aspecto físico y afectivo,
la reaparición de viejos tabúes que generan conflictos e incomprensión entre
adultos e hijos. Sin embargo, frente a este dualismo que generan las relaciones
con los adolescentes, pareciera que socialmente se hace mayor énfasis en una
supuesta crisis de rebeldía que invisibiliza la realidad de la adolescencia como una
etapa de la vida que genera incertidumbre. Una etapa de la vida en la que se ama
a los padres y adultos cercanos desde la infancia pero de quienes debe producirse
una cierta distancia que a veces deviene en hostilidad. Estas relaciones de
ambivalencia serán abordadas ampliamente en el capítulo sobre “conflictos
identificatorios en la adolescencia”. Entre tanto, escuchemos las palabras de Tania
Roelens, quien nos invita a considerar la adolescencia no sólo desde el conflicto o
la crisis, sino desde la afirmación, desde la experiencia de descubrimiento de los
nuevos hombres y nuevas mujeres, como sucede en los pueblos antiguos a través
de sus ritos:
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“Ojalá volvamos a encontrar —a la manera de los pueblos antiguos- una forma
festiva de celebrar la llegada de la adolescencia como el nacimiento de nuevos
hombres y nuevas mujeres, comprendiendo los desafíos que los adolescentes
están viviendo en su cuerpo y en su corazón. La crisis de los jóvenes puede ser
creativa, rica en enseñanzas y llena de promesas para el futuro. El reto es lograr
calma y tolerancia frente a estos cambios, que son necesarios y pasajeros, ya
vividos por nosotros cuando fuimos jóvenes.” (Roelens, Tania. 1998)
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Referencias
•
DOLTO, Francoise. La causa de los adolescentes. Seix Barral, 1990.
•
PELAEZ, Gloria. Visión de la infancia a través de la historia. Especialización
en Infancia, Cultura y Desarrollo. Universidad Distrital Francisco José de Caldas,
1998.
•
ROELENS, Tania. La inserción en la cultura: uno por uno. En palabras y
rostros,
•
TEJEIRO, Carlos Enrique. Teoría general de niñez y adolescencia. UNICEF
Colombia. 1998.
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