Negociación de la Paz de Westfalia

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Negociación de la Paz de Westfalia:
Actuación del plenipotenciario D. Gaspar
de Bracamonte, conde de Peñaranda,
y participación del Secretario
D. Pedro Fernández del Campo
por
José A. Cabezas
Colección
Bernardino Sánchez
Ediciones Bracamonte
Peñaranda de Bracamonte, MIM
La Colección Bernardino Sánchez es una iniciativa de la Biblioteca Municipal
de Peñaranda de Bracamonte (Salamanca) que, apoyándose en las nuevas
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Ayuntamiento de Peñaranda de Bracamonte, cuya gestión corresponde asimismo
al Centro de la Fundación.
El presente título refunde los artículos publicados por el autor con los títulos
España en Westfalia I y España en Westfalia II, en la revista Historia16, núm.
272, año XXII, diciembre 1998, págs. 16-27 y 28-41.
Reservados todos los derechos
© de los textos, José A. Cabezas
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José A. Cabezas
Negociación de la Paz de Westfalia
La larga y difícil negociación que condujo a la firma y
ratificación del Tratado de Münster (1648) fue dirigida por el
conde de Peñaranda, quien contó con la valiosa cooperación
del arzobispo de Cambray y la del consejero Brun. También
colaboró muy eficazmente el "Secretario de Su Mag. y de
aquella embaxada", D. Pedro Fernández del Campo. Allí se
logró la obtención de condiciones honorables para España y la
terminación de la guerra con las Provincias Unidas de los
Países Bajos, que pasaron a ser de Provincias enemigas a País
amigo y hasta aliado.
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Al subir al trono español Felipe IV, a la muerte de su padre Felipe III en
1621, no contaba aquél aún la edad de dieciséis años. En el plano internacional,
heredaba una situación complicada, ya que la tregua (1609-1621) entre sus
súbditos de las "Provincias Unidas del País-Bajo" –que había permitido a éstos
afianzarse en la idea independentista reforzando su preparación para la lucha– y
España no iba a prorrogarse, por interés y decisión de ambas partes; aunque el
desencadenamiento subsiguiente de hostilidades no fue inmediato. En el plano
peninsular, la política centralizadora del conde-duque de Olivares, tendente a la
unificación de los recursos de todo tipo existentes en los antiguos reinos
peninsulares así como a una mayor participación de algunos de éstos en las
empresas bélicas (proyecto de la "Unión de Armas", etc.) -bienintencionada pero
de muy difícil ejecución-, fue causa importante de las sublevaciones separatistas
de Portugal y Cataluña, y motivo desencadenante de la caída del valido, en 1643.
A su vez, la "Guerra de los Treinta Años", después de sus periodos "palatino"
(1618-1623), "danés" (1624-1629) y "sueco" (1630-1634), entraba (1), a partir
del año 1635, en el denominado periodo "francés". En ese momento la guerra era
un conflicto en el que directa o indirectamente (a causa de las alianzas) iban a
verse implicados casi todos los países europeos. Tal era el caso de España, que
sin declaración expresa de guerra a Suecia, por ejemplo, se hallaba vinculada a la
política del Imperio alemán, al ser España la representante de la rama principal de
la Casa de los Habsburgo, siendo la austríaca la secundaria, y la enfrentada
oficialmente a Suecia. Si el triunfo de las armas fue esencialmente favorable para
los españoles y germanos durante aquellos tres periodos de la contienda, la
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coordinación de esfuerzos entre la política de Richelieu en Francia, por un lado
con los de las Provincias Unidas, y por otro entre Francia y los protestantes
(apoyados por Suecia), haría que gradualmente, desde 1635 (fecha de la firma de
los tratados de cooperación respectivos), los triunfos de las armas hispanas fueran
menores o dejaran de producirse.
Después de la batalla de Nordlingen, en Suabia, ganada por el cardenalinfante D. Fernando (hermano de Felipe IV), con las tropas españolas en
colaboración con las de Austria en 1634, ya no se producirían victorias
significativas. Por el contrario, en 1643 ocurriría la derrota de Rocroi, en
territorio francés, cuyo significado negativo para España se considera
actualmente que se ha venido exagerando. En realidad, se sobrevaloró dicho
desastre probablemente porque podía hablarse de una derrota de los famosos
tercios españoles, por primera vez.
La ruina en que se hallaban todos los países contendientes, y de modo
especial aquellos en cuyo suelo tenían lugar las operaciones bélicas (casi toda
Alemania, Países Bajos, etc.) hizo que a partir de 1636 se reanudaran e
intensificaran los intentos para la firma de una paz que pusiera orden en la penosa
situación europea, cuyas peores consecuencias sufría el pueblo llano, que a veces
no sabía ni a quien tenía que servir o entregar sus escasas provisiones, y hasta
desconocía los motivos de la lucha. Ahora bien, alcanzar la paz era empresa harto
difícil, pues los intereses para conseguirla no eran, desgraciadamente,
coincidentes entre los países en pugna. Aún más, esos intereses eran, entre
algunos de ellos, como Francia y España, opuestos. En efecto, seculares pleitos
dinásticos incidirían intensamente en las negociaciones. En concreto, Francia,
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cuyo potencial económico se iba incrementando desde los reinados de Enrique IV
y Francisco I en el contexto europeo, deseaba romper el amplio arco, que
abarcaba a todas sus fronteras por tierra, de provincias bajo soberanía española o
austríaca que la rodeaban. Así, desde la Península Ibérica, a través del Rosellón,
la Cerdaña, el Franco Condado y Borgoña, se lograba con relativa facilidad llegar
a Flandes y a los Países Bajos del Norte pasando por territorios de la órbita de los
Habsburgo. Añádase la presencia española en Italia: Sicilia, Cerdeña, Nápoles y el
Milanesado estaban bajo la soberanía hispana.
Al propio Papado, ya desde tiempos del emperador Carlos V, preocupó esta
hegemonía, y le hizo decantarse en varias ocasiones a favor de Francia, cuyos
gobernantes (incluso cardenales como Richelieu y Mazarino) no tenían
inconveniente en aliarse con los protestantes y hasta con el poderoso turco.
Por todo ello, en realidad Francia no tenía interés en el cese de las
hostilidades en la Guerra de los Treinta Años, sino en escindir y debilitar al
máximo la casa de Habsburgo en sus dos ramas, para así ella incorporar
territorios que, aun perteneciendo (por herencia generalmente) a los Austrias,
habían también estado ocupados o bajo la influencia francesa en algunas épocas
pretéritas, aspecto éste que no suele tenerse en cuenta habitualmente en la
"versión española" de aquellos acontecimientos, y que justifica, desde el punto de
vista francés, sus pretensiones, tenazmente defendidas. Así, recuérdese que, a la
muerte del duque de Borgoña Carlos el Temerario, el rey de Francia Luis XI
ocupó los territorios de Borgoña (que comprendían también el Franco Condado).
Dichos territorios fueron recuperados por María, hija de Carlos y casada con
Maximiliano de Austria, por el Tratado de Arrás (1482). (María y Maximiliano
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serían abuelos del futuro Carlos I de España). Desde ese tratado surgirían
problemas entre los Habsburgo y Francia, que irían en aumento en reinados
siguientes como los de Carlos I de España y Francisco I de Francia,
contribuyendo a la rivalidad de éstos no sólo personal sino por la hegemonía
respectiva sobre los territorios de Italia, vinculados desde años atrás a la Corona
de Aragón, pero también sometidos en ciertos periodos al dominio francés.
Hubo intentos de alcanzar la paz en 1636, en un congreso celebrado en
Colonia (Alemania) por iniciativa del Papa Urbano VIII y con participación de la
República de Venecia. Pero esta proposición, de signo católico, fracasó, al igual
que otra, promovida un año después por el rey de Dinamarca, Cristián IV.
Tampoco tuvo éxito inicialmente la propuesta del emperador de Austria,
Fernando III, en 1640; sin embargo, ésta contribuyó a la aceptación de una
reanudación de conversaciones por parte del representante francés, conde de
Avaux, designándose a las ciudades alemanas de Münster y Osnabrück, en
Westfalia, como sedes para estos contactos. La primera de ellas sería el centro
donde se desarrollarían aquellos tratos más relacionados con los temas
dependientes de los representantes españoles, los de los "Estados Generales de
las Provincias Unidas del País-Bajo" y los de Francia, mientras que en la segunda
se negociarían sobre todo las cuestiones relativas a suecos y alemanes, si bien
todas ellas eran interdependientes.
La apertura de esta magna asamblea para la paz se efectuó con gran
ostentación el 23 de marzo de 1642; pero tal congreso no empezó realmente a
funcionar hasta bastantes meses después, hallándose todavía en 1643 en fase muy
preliminar. Desde el comienzo, nimias cuestiones de protocolo entre los
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representantes, por ejemplo, si debían ser considerados como embajadores o
como plenipotenciarios, si algunos de ellos debían ser tratados de "Alteza", quién
pasaría primero por las puertas, etc., provocadas o estimuladas a veces con
astucia para demorar la toma de decisiones, fueron una de las causas del lento y
sinuoso avance de este congreso; llegándose en ocasiones a temer la interrupción
del mismo o deseando su terminación (anticipada o inconclusa) o el traslado a
otra ciudad o nación. Por otro lado, a lo largo de las negociaciones, cada grupo
negociador elevaba sus exigencias o estaba dispuesto a hacer concesiones según
que los resultados simultáneos de las batallas, toma de ciudades, etc., le fueran
favorables o perjudiciales, respectivamente. A su vez, la entrada en campaña solía
coincidir con la temporada estival, por lo que las negociaciones se intensificaban a
lo largo del invierno.
El máximo plenipotenciario español en esta fase inicial fue D. Diego de
Saavedra y Fajardo, tan experimentado embajador como conocido escritor. Su
labor en Münster, desde 1644, se vio dificultada por la falta de libertad en cuanto
a poder tomar decisiones, ya que cualquier proposición que hiciera tenía que
contar con doble aprobación: del rey Felipe IV, y del gobernador español en
Flandes, residente en Bruselas, que era en aquellos años el marqués de CastelRodrigo, D. Manuel de Melo y Corterreal (2).
Saavedra e, igualmente después, su sucesor, el conde de Peñaranda,
tuvieron que sufrir de manera habitual la ausencia o la tardanza en la obtención de
instrucciones concretas por parte de la Corte española, motivada tal demora por
la lejanía, pero también por la lentitud en el funcionamiento de la Junta de
Gobierno de Madrid presidida por el rey (de quien dependían en última instancia
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las decisiones) e integrada por una media docena de nobles. El análisis de la
amplia correspondencia intercambiada permite deducir que se contestaba (de
forma genérica habitualmente) a informes o cartas que, acumuladas en número de
11, 15 ó hasta 17, habían sido escritas en Münster dos o tres meses antes... Por el
contrario, otros representantes (como los de París o La Haya) recibían sus
instrucciones en plazos de una o dos semanas. Añádase a todo ello la
irregularidad (cuando no la escasez) en la obtención de dinero, aun cuando la
carestía de fondos también afectó, en mayor o menor grado según las
circunstancias, a las restantes legaciones, pues la situación general era deficitaria
en todos los países contendientes, y fue agravándose por los elevados gastos
bélicos motivados por la contratación de mercenarios, la improductividad de las
tierras por falta de brazos, etc.
La actividad de Saavedra, según ha descrito detalladamente Fraga Iribarne
(3) en 1956, tenía que hacerse en colaboración con otro representante español, el
conde de Zapata (aunque éste apenas intervino, a causa de su fallecimiento), y
con el borgoñés al servicio de Felipe IV D. Antonio Brun. La falta de
entendimiento entre Saavedra y Brun, y de aquél con los representantes
imperiales (que solicitaron incluso su relevo), así como las dificultades en su trato
con los plenipotenciarios franceses, sumadas a las antes indicadas limitaciones en
su gestión impuestas por la Corte española, hicieron que el famoso diplomático
deseara ceder el puesto a un sucesor, que fue el conde de Peñaranda.
Aunque en algún momento se pensó que actuaran como embajadores
extraordinarios cerca del emperador austríaco y plenipotenciarios en Münster el
duque de Medina de las Torres y el conde de Peñaranda, el primero no participó
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directamente en este asunto, al ser destinado a la Embajada de España en Roma.
(De todos modos, las relaciones entre ambos fueron siempre más de rivalidad que
de afecto).
Habiendo cesado en la privanza real el conde-duque de Olivares, en enero de
1643, Felipe IV asumió su responsabilidad con mucha mayor dedicación que
anteriormente. La figura de este rey, al que siempre se le ha reconocido como
amante, cultivador o mecenas de las Letras y las Artes, pero se le ha tachado de
perezoso cuando no de abúlico en su comportamiento, además de falto de
voluntad, etc., ha sido rehabilitada y hasta ensalzada en los últimos años. Así,
autores como Stradling estiman que «en realidad, Felipe IV se enfrentó con
fortaleza y habilidad a su destino como soberano de un imperio estructuralmente
enfermo y débil e inmerso en un mundo lleno de competidores y depredadores.
Fue el miembro más inteligente de su linaje, y aunque no poseía la laboriosidad de
Felipe II ni la energía de Carlos V, ambas características le faltaron sólo
marginalmente. Considerado en su totalidad, fue el más grande de los Austrias».
Y añade: «Al igual que Luis XIV, Felipe IV fue un "profesional" muy trabajador,
además de un hombre que sabía disfrutar de su tiempo libre. De hecho, acabó
convirtiéndose en el criado más ocupado de la monarquía» (4b). (En lo que se
refiere a su actuación a lo largo del proceso de la paz de Münster, creemos que
de los datos siguientes podría deducirse una opinión intermedia entre ambas
posiciones).
Frente a la visión tradicional de que la caída de Olivares significó un simple
cambio de valido, a favor de D. Luis de Haro, se considera actualmente (4c) que,
después de aquél, no volvió el monarca a tener más que un primer ministro cuyo
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poder era notablemente inferior al que se le concedió al conde-duque; no un
verdadero valido como fue éste. Además, los distintos componentes del gabinete
regio, por su origen, peculiaridades y decisión del monarca, tenían atribuciones
muy restringidas en esta etapa, según se deduce del análisis de sus informes.
En enero de 1645, al conde de Peñaranda se le urgió para que rápidamente
se trasladara a Münster a desempeñar su actividad. El 5 de julio de aquel año ya
se hallaba al frente de su legación, después de atravesar Francia, donde (a pesar
del estado de guerra entre ambos países) se le atendió bien.
Según Castel (5), la Embajada Extraordinaria del rey de España contaba
entre sus componentes: Como plenipotenciarios a D. Gaspar de Bracamonte
(conde de Peñaranda), siendo el primero de ellos; a D. José de Bergaine, obispo
de Bois-le-Duc, y más tarde arzobispo de Cambray; y al "consejero" –que es
como siempre le llama Peñaranda– D. Antonio Brun. Como "enviado" cerca de
los Estados Generales de las Provincias Unidas actuó D. Felipe le Roy. Actividad
muy importante (véase más adelante) desempeñó el "Secretario de S.M. y de la
Embajada", D. Pedro Fernández del Campo y Angulo. Y colaboraron como
"personal auxiliar", un "secretario de lenguas", un contador, dos capellanes y un
capitán-mayordomo.
La delicada tarea del conde de Peñaranda se realizó en cooperación estrecha
y eficaz con Brun y con el marqués de Castel-Rodrigo, con los que sintonizó
desde el principio. A su vez, también con otro personaje, situado en Bruselas, D.
Miguel de Salamanca, aunque en este caso mayoritariamente a través de D.
Pedro Fernández del Campo. Asimismo, el nuncio del Papa y el embajador de
Venecia actuaron como "mediadores" ("medianeros" en la terminología de la
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época), si bien el último careciera generalmente de la deseable imparcialidad en su
cometido, al inclinarse a favor de los franceses.
El conde de Peñaranda, D. Gaspar de Bracamonte y Guzmán
El duque de Maura, en 1942, hace la breve descripción siguiente acerca de
D. Gaspar: Nacido «a fines del siglo XVI, [fue] segundón de hidalga y poco
hacendada familia señorial, en la villa salmantina de Peñaranda, recién elevada a
condal por Felipe III; destinado a la carrera eclesiástica; ascendido dentro de ella
por sus méritos, después de graduarse en Cánones en la Universidad
salmanticense, aunque sin llegar a recibir órdenes mayores; empujado luego por el
favor del Conde Duque al Consejo de Ordenes, al de Castilla y a su Cámara;
consolidada su posición por el matrimonio con su sobrina doña María, poseedora
ya del Condado de Peñaranda» (6).
La vinculación de la familia "Bracamonte" con la villa de Peñaranda arranca
de Mosén Rubín de Bracamont, «que vino a Castilla en el Reinado de Don
Enrique II el de las Mercedes» (7). Como (quinto) hijo del matrimonio formado
por D. Alfonso de Bracamonte Dávila (primer conde de Peñaranda) y D.ª Juana
Pacheco, los apellidos con que aparece en la obra citada (7) son los de
"Bracamonte Pacheco"; sin embargo, en todas las restantes biografías consultadas
se hallan los de "Bracamonte Guzmán", al haberse sustituido el apellido
"Pacheco" por el "Guzmán", que poseía su abuelo paterno y guardaba conexión
con el del conde-duque de Olivares.
En los "Apuntes biográficos de D. Gaspar de Bracamonte y Guzmán, conde
de Peñaranda" (8), se dice que debió de nacer «en 1595 o poco antes», siendo
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descendiente de Mosén Rubí, quien «descendió por varonía de Reinaldo vizconde
de Stuarg en el ducado de Normandía» (8). Estudiante en el prestigiosísimo
"Colegio viejo de San Bartolomé de Salamanca" –del que tantas personalidades
surgieron en aquella época–, «en 1622 salió para ser camarero del Sermo. Sr.
Infante D. Fernando [hermano del rey], Cardenal Arzobispo de Toledo. Tuvo una
canongía en la iglesia misma de Toledo, y dio después á pensión la prebenda. En
1623 diole Su Majestad el Rey otra canongía en Sevilla. En 1626 le hizo su Fiscal
del Real Consejo de Ordenes con el hábito de Alcántara; en 1628 le nombró
Consejero del mismo Consejo, donde estuvo hasta el 1635, en el que Su
Majestad le hizo merced de la plaza del Consejo, y en 1642 de la de la Cámara.
En 1645 le nombró por Plenipotenciario para el Congreso de Munster en orden a
tratar la paz general. Lleva su nombramiento la fecha de 5 de Enero de 1645» (8).
Habiendo fallecido su hermano D. Baltasar, primogénito y heredero del
título condal, y también el otro hermano, soltero, D. Melchor (maestre de campo
de un tercio de Flandes), D. Gaspar adquirió por matrimonio con su sobrina (hija
de D. Baltasar) el título de conde de Peñaranda.
El curriculum vitae logrado en las aulas salmantinas, su vinculación al
cardenal-infante D. Fernando y la experiencia adquirida en los Consejos de la
Corona le resultarían particularmente útiles en el desempeño de la difícil misión
que con la madurez de la cincuentena asumía en 1645. También su conocimiento
de idiomas, que perfeccionaría sucesivamente durante sus etapas en el extranjero,
le sería muy valioso. «Hablaba, amen del castellano, con la pureza vernácula en su
comarca natal, el latín, idioma diplomático y esperanto de la época» (6b); y, con
el tiempo, el toscano, el alemán y el francés.
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D. Pedro Fernández del Campo y Angulo
Pedro Fernández del Campo y Angulo Velasco nació en Bilbao, «siendo
bautizado en la iglesia de San Antón el día treinta de Octubre de 1616. Fueron
sus padres Don Pedro Fernández del Campo, Señor de la Casa del Campo, en el
lugar de la Llana, en el valle de Tudela [Burgos], [...] y Doña María Fernández
Angulo» (9), quienes por ser parientes (aunque no próximos) hubieron de
solicitar dispensa para casarse (10). Padres, abuelo (también llamado D. Pedro
Fernández del Campo), abuela (D.ª María Íñiguez) y bisabuelo (D. Diego)
paternos, así como los ascendientes maternos, procedían de los valles de Tudela y
Mena, en los confines de las tierras burgalesas próximas a Vizcaya y Cantabria
(10, 11, 12, 13, 14, 15).
Del análisis de documentos integrantes de sus expedientes familiares,
especialmente de algunos (10, 15), se deduce:
-
Que los padres de dicho biografiado fueron vecinos del lugar de La
Llana, en el Valle de Tudela, pero «también lo fueron de la villa de
Vilvao [sic] que es a cinco leguas de distancia» (15).
-
Que, en 1629, la esposa de D. Pedro Fernández del Campo, padre del
biografiado, es la arrendataria de una casa en la calle de Tendería de
Bilbao; y el esposo es «administrador de obras pías»; apareciendo
como vendedor de «veinte varas de paños de Castilla», también en
dicho año de 1629. Asimismo, en 1630, ya consta que adelanta 6500
reales para que se compre «en Asturias pan de maíz y trigo en grano
por dicho valor y [se] traiga a Bilbao» (14).
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De estos y otros testimonios, puede deducirse que tareas administrativas
vinculadas a la Corona y al Municipio, además de otras de tipo comercial,
debieron de ser las habituales del padre del futuro secretario de la Embajada
extraordinaria en Münster.
De otra fuente bibliográfica, puede averiguarse que nuestro biografiado
debió de dedicarse desde temprana edad «a diferentes ocupaciones y empleos de
papeles, particularmente de oficial mayor de la Secretaría de Estado del Cardenal
Infante mi hermano [–dice el rey Felipe IV, en 1662–], con aprovación y título
nuestro, siguiéndole en todas las jornadas y campañas desde que salió de esta
Corte hasta que murió [en 1641], governando mis Países Bajos de Flandes; en el
Congreso de Munster, para los tratados de la paz general, de mi Secretario de
aquella embajada» (16).
Si D. Pedro nació en 1616 y acompañó al cardenal-infante en «todas las
jornadas y campañas», y la de Cataluña en la que participó éste tuvo lugar en
1632, puede aventurarse que a los 16 años de edad aproximadamente ya estaría
adscrito el joven Fernández del Campo a aquellas tareas burocráticas. En
confirmación de esto, cabe señalar que mediado el año 1647 acredita que llevaba
prestando servicios al rey desde hacía 17 años (17); o sea, que habría comenzado
a realizarlos hacia 1630, cuando tendría una quincena de edad.
Estas tareas las debió de compartir, aunque probablemente por poco tiempo,
con las de "ayuda de cámara" del hijo natural del rey, D. Juan José de Austria, a
juzgar por un testimonio ulterior (18) en que se comenta que tal circunstancia
constituyó un obstáculo para concedérsele el codiciado hábito de caballero de la
Orden de Santiago que había solicitado –distinción que más tarde obtendría–, y
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que es el único dato de su biografía (el ser "ayuda de cámara") que aparece
también en una reciente publicación alemana (19).
Puede deducirse que D. Gaspar de Bracamonte y D. Pedro Fernández del
Campo debieron de coincidir, como mínimo, ya en la etapa en que ambos
trabajaron bajo la dirección del cardenal-infante, quien falleció en Bruselas el 9XI-1641. Desde 1645 hasta muy avanzado 1648 (o 1649) los dos colaborarían en
Westfalia y Flandes (según puede verse consultando los tres tomos de las
referencias 20, 17 y 18).
Situación que encuentran el conde de Peñaranda y D. Pedro Fernández
del Campo a su llegada a Münster
Las primeras gestiones, a partir de 1643, encaminadas a obtener una paz
honorable, iniciadas por Saavedra, apenas tuvieron éxito, aunque prepararan el
terreno. En efecto, «el problema de las negociaciones de Münster, en el fondo, se
reducía a esto: todo el mundo deseaba la paz; pero una paz determinada. Y las
ventajas de uno y otro bando no bastaban para imponerla sin más a los contrarios
(3b).
Tan pronto como D. Gaspar se hace cargo en Münster de la legación que
preside, a primeros de julio de 1645, se propone como objetivo principal el
separar a las Provincias Unidas de su convenio con Francia que (firmado en Paris
el 8-II-1635) acordaba el reparto de todos los Países Bajos españoles entre los
llamados Estados Generales de las Provincias Unidas y Francia. Romper tal pacto
era la solución (a lo menos parcial) del problema, dada la intransigencia
reiteradamente mostrada por Francia en sus exigencias territoriales y la
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inaceptable magnitud de las mismas. Según dicho tratado, ninguna de las partes
podría establecer paz o tregua por separado con España, sin consentimiento de la
otra. Pues bien, el mérito del peñarandino consistió en haber logrado al cabo de
unos dos y medio años (que debieron de ser para él de gran sacrificio) la
ruptura de ese compromiso oficial, tan perjudicial para España. Para ello tuvo
que vencer enormes dificultades y que acudir a toda clase de estratagemas y
astucias –al igual que hacían o intentaban hacer sus oponentes–, como, por
ejemplo, introducir espías y sobornar confidentes, interceptar el correo
procedente de París destinado a los franceses, etc.; siempre actuando con
inteligencia, tesón, y a menudo con altanería.
Para mejor apreciar la gestión de D. Gaspar, piénsese que la situación tanto
en España como en los dominios de su Imperio llegó entonces a ser más peligrosa
que nunca, con: recientes o previsibles sublevaciones o revueltas separatistas en
Portugal, Cataluña, Vizcaya, Andalucía, Nápoles y Sicilia; escasez de recursos
económicos por una depauperación de toda la península (especialmente de
Castilla, principal y tradicional suministradora de recursos a la Corona); dificultad
en la llegada de galeones americanos, interceptados por los adversarios; frecuente
tibieza o ausencia de cooperación por parte del emperador y de los ducados bajo
su influencia...
En algunos momentos, el de Peñaranda considera que «es menester [...]
aprender de una vez que en España hubo grandes Reyes sin Flandes e Italia» (17),
y expresa sus dudas sobre la viabilidad de la permanencia indefinida de las
Provincias Unidas –e incluso de las provincias "obedientes" de Flandes– dentro
del ámbito de la Corona española. Con la óptica de hoy –que, evidentemente, no
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tiene que ser coincidente con la del siglo XVII –, parece acertada su opinión –que
mantendría durante su larga vida, aunque no pudo llevarla a la práctica– de
permutar algunos de esos dominios lejanos de la Corona española, ambicionados
por Francia (y que tuvieron también vínculos con dicha nación históricamente),
por el Rosellón y la Cerdaña ultrapirenaica, recién sometidos a la Corona
francesa. La fórmula que alguna vez se insinuó fue la de presentar este cambio
como dote, con motivo de futuro y previsible compromiso matrimonial entre
miembros de ambas Coronas.
También con un enfoque actual, cabe pensar que la herencia borgoñona,
recibida por la persona de Carlos V –a la que él y sus sucesores debían ser fieles,
según su criterio dinástico– se estaba convirtiendo en una carga difícil de soportar
por España, al hallarse constituida por distantes y heterogéneos territorios donde,
para colmo, estaba arraigando un nuevo orden social (muy diferente del español)
con motivo de la implantación del protestantismo. La obsesión de todos los reyes
españoles de la dinastía austríaca por el mantenimiento de la fe católica
especialmente en sus dominios les hizo preferir el mantenimiento de ésta a la de
aquéllos. (Tal preocupación es constante en las negociaciones de Münster). Al
problema del mantenimiento y recuperación de la fe católica en Centroeuropa se
añadía el de la lucha contra el turco, que amenazaba tanto a las costas españolas
como a los territorios del Imperio. Todo ello aún se complicaba, finalmente, con
la reciente expansión hispana en tierras americanas, de donde procedían fondos,
de los que tanto se dependía, pero adonde había que enviar hombres.
La política llevada a la práctica por Francia –que en la cuestión religiosa fue
ecléctica y muy diferente de la española, a pesar de ser sus primeros ministros,
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sucesivamente, dos cardenales– es sabido que se desarrolló muy hábilmente, y
con exigencias a favor de sus intereses. La reina regente de Francia, Ana de
Austria, tuvo que afrontar el dilema de o apoyar a su país de adopción y así tratar
de incrementar el patrimonio de su hijo a expensas de España o procurar no ser
ingrata a su país de origen, donde reinaba su hermano. Tal vez el entorno en que
se desenvolvía le hizo volcarse más hacia la primera opción que a la segunda.
Actividades de D. Pedro Fernández del Campo como Secretario de S. M.
y de la Embajada en Münster
Las plurales actividades realizadas durante este periodo por el Secretario D.
Pedro pueden agruparse como vinculadas a las líneas, interconectadas, de los
cuatro apartados siguientes:
1º
Redacción de documentos (cartas, informes, etc) ideados por el primer
plenipotenciario, conde de Peñaranda, para ser remitidos a la Corte española
(monarca, secretarios, etc.), al gobernador de España en Flandes (residente
en Bruselas, el marqués de Castel-Rodrigo durante la mayor parte de ese
tiempo) o a otros plenipotenciarios/embajadores, etc.; o por él (excepto al
rey).
2º
Custodia de minutas, copias, etc., de esos documentos, así como de los
escritos recibidos.
3º
Redacción y envío de cartas por D. Pedro a D. Miguel de Salamanca
(véase más adelante), residente en Bruselas.
4º
Realización de misiones personalmente, por encargo del conde de
Peñaranda, en Münster y Amsterdan.
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Negociación de la Paz de Westfalia
Respecto al apartado 1º, en los tomos 83 y 84 de la CODOIN –que incluye
los numerosos datos obtenidos por los autores de la misma en el Archivo General
de Simancas y en la Biblioteca Nacional (Madrid)– se menciona a D. Pedro en
bastantes páginas (17b', 18b').
En relación con el apartado 2º, en los tomos 82 y 83 de la citada colección se
recogen numerosos documentos de los que fue responsable D. Pedro. Asimismo,
el 16-X-1663 –bastantes años después de que todas las negociaciones habían
concluido–, remite D. Pedro desde Madrid al Archivo General de Simancas, «por
d
orden de su Mag [...] los documentos originales y demas papeles que se hallan en
d
mi poder, tocantes a la Paz que se ajusto y concluyo entre su Mag y Holandeses
en el congreso Universal de Munster (que como secretario de aquella Embaxª me
toco guardarlos) y de advertir a Vm se pongan en toda la custodia y buena forma
que conviene»[...] (21).
Correspondencia entre D. Pedro y D. Miguel de Salamanca (residente
en Bruselas)
Este tercer apartado corresponde a la gestión del Secretario durante los años
1646 a 1649 en Münster, realizada con considerable autonomía dentro del
engranaje estratégico puesto en funcionamiento por el hábil conde de Peñaranda.
En efecto, la idea central de éste consistía en renunciar oficialmente por parte de
España a la soberanía de las Provincias Unidas del Norte de los Países Bajos,
teniendo en cuenta que ya de facto tenían éstas gran autonomía desde tiempos de
Felipe II, incrementada durante la reciente tregua de los doce años (1609-1621).
Tal "concesión" debería hacerse en la forma menos perjudicial para los intereses
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de las provincias "obedientes" de Flandes –en la terminología usada por
Peñaranda–, aspecto éste que hubo que sacrificar en las negociaciones. Había que
lograr mantener en la obediencia a Flandes, doblemente amenazado por la codicia
de Francia y de los "holandeses" (que habían suscrito el pacto de su reparto con
ella en 1635). En consecuencia, la política negociadora de Bracamonte buscaba
anular los efectos tan perjudiciales de ese pacto para España, procurando que no
hubiera confrontaciones bélicas contra los habitantes de los Países Bajos; y,
además, evitando pérdidas territoriales, defendiéndose militarmente o, mejor,
intentando asestar golpes contundentes a los franceses. De ahí que en los escritos
del conde dirigidos a Felipe IV se lea su interés por que los militares españoles de
Flandes –y lógicamente también los que luchaban en la parte de Cataluña
ocupada por los franceses– obtuvieran victorias que dieran prestigio y facilitaran
el éxito de las negociaciones.
En este contexto se debe valorar el hecho de enviar la Corte española a D.
Miguel de Salamanca a Bruselas, para que reforzara la acción negociadora (bajo
la dirección del gobernador español, allí residente) intentando la firma de un
tratado entre Madrid y La Haya. Estas ofertas se hicieron al influyente personaje
príncipe de Orange, en septiembre de 1645; y, aunque «fracasaron
aparentemente, no por eso dejaron de sembrar la duda y desconfianza que, poco
a poco, habían de fructificar» (5b').
La actividad de D. Pedro, en este punto, fue la de coordinar la acción del
conde de Peñaranda con la de D. Miguel de Salamanca. Téngase presente que
el conde debía obtener una doble aprobación, del rey y del gobernador en
Bruselas (marqués de Castel-Rodrigo), antes de tomar decisiones definitivas. D.
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Miguel era, además, un responsable de la gestión del dinero, según se deduce de
la lectura de las cartas a él enviadas –solicitándole fondos o el pago de deudas–
tanto por D. Pedro como por Peñaranda, de forma muy respetuosa.
¿Quién era este D. Miguel?: No hemos encontrado apenas datos acerca del
mismo. Pero sabemos que en agosto de 1641 «desempeñaba un cargo importante
en la administración del Cardenal-Infante en Flandes» (22), pocos meses antes del
fallecimiento de éste en Bruselas. Después de su estancia en dicha ciudad desde
1645 (prolongada hasta cerca de 1649 como mínimo), se incorporaría a la gestión
de las finanzas de la Corona, en Madrid, donde era el Presidente de Hacienda en
el año 1666, y «venía siendo blanco de censuras generales muchos meses antes de
su remoción» (6).
Habiendo hallado nosotros en el Archivo Histórico Nacional (Madrid) un
amplio conjunto de cartas y minutas dirigidas en su mayor parte por D. Pedro, y
las restantes por Peñaranda, a D. Miguel, en el (23) año de 1646, que creemos no
han sido investigadas hasta la fecha, y, otras, similares, correspondientes al año
1647 (aunque hay «también algunas de los años 1648 y 1649»), que, pensamos,
tampoco han sido estudiadas (24), un análisis pormenorizado de todas ellas se
sale de los límites de este trabajo. Permítasenos, no obstante, comentar con
brevedad ciertos aspectos relevantes de algunas de ellas sólo correspondientes al
año 1646. (Véase ANEXO).
Resultados de la actuación del conde de Peñaranda
Superando las dificultades antes señaladas, las negociaciones avanzaban,
aunque intermitentemente. A mediados del mayo de 1646, el de Peñaranda tuvo
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ocasión de trasladar al monarca y al marqués de Castel-Rodrigo una amplia
proposición elaborada por los plenipotenciarios de las Provincias Unidas, que
había sido aceptada (aunque provisionalmente y en sus líneas generales) por los
negociadores españoles. Para ello, Bracamonte, Brun y el arzobispo de Cambray,
formando un equipo, y también coordinadamente D. Pedro Fernández del Campo
con Castel-Rodrigo (por intermedio de D. Miguel de Salamanca), habían
desarrollado un hábil, paciente y tenaz esfuerzo negociador. Cuestiones delicadas
como las relativas al conde de Orange, las posibilidades de comerciar los de las
Provincias Unidas con América, el asunto de la práctica religiosa de los católicos,
etc., fueron escollos en estas negociaciones, finalmente superados con cierta
elasticidad y buen sentido por ambas partes. De acuerdo con la línea impuesta por
Felipe IV, el de Peñaranda estableció, por el contrario, una actitud intransigente
en todo lo referente a Cataluña y a Portugal. Esta actitud se mantuvo firme a lo
largo de todo el proceso negociador, a pesar de las presiones remotas de los
representantes "oficiosos" de Portugal (y hasta de Cataluña) reflejadas en las
argucias con que Francia, indirectamente, intentaba interferir en los tratos; y
produjo asimismo frutos favorables más tarde, al lograrse la recuperación de
Cataluña.
Todo hacía pensar que se había logrado un acuerdo de tregua por ambos
grupos, hacia principios del año 1647. Pero nuevas complicaciones surgirían,
demorando la conclusión del tratado todavía aproximadamente ¡un año!. Por un
lado, se pensó que sería preferible establecer una paz definitiva, en vez de una
larga tregua. Por otro, los representantes de las Provincias Unidas estaban más
"desunidos" entre sí de lo que podría esperarse, pues los intereses que
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representaban no eran del todo coincidentes; así, los de la provincia de Holanda
se acercaban mucho más fácilmente a las tesis españolas –y hasta con sincera
simpatía y afán de colaboración, según las referencias– que los de Zelanda y
Utrech, por ejemplo. Además, la inclinación de unos u otros hacia los franceses
era diferente; aunque, fundadamente, todos temían que la actitud de los galos se
convirtiera en negativa si ellos rompían abiertamente el compromiso de 1635. No
obstante, eran conscientes de que les resultaba preferible tener a los franceses por
amigos (y hasta por aliados), pero distantes, a tenerlos de vecinos, dada su
creciente tendencia expansionista. En este sentido, les era más ventajoso que unos
"débiles" españoles, en Flandes, limitaran con sus fronteras.
Cuando la lentitud así originada en las negociaciones por parte de los
representantes de los Países Bajos resultaba excesiva y preocupante para
Peñaranda, utilizaba D. Gaspar el ardid de estimular la actividad negociadora de
aquéllos insinuándoles la posibilidad de un acercamiento entre España y Francia,
con motivo de codiciados proyectos matrimoniales entre miembros de ambas
Coronas –que eran de la misma familia–, compromisos que llevarían a cesiones o
permutas de territorios o ciudades, etc, en forma de dote.
Presionando incluso la víspera del último día del plazo acordado, logró
Bracamonte vencer todos los obstáculos finales y que se firmara el tan deseado
"Tratado de Paz" entre España y las Provincias Unidas de los Países Bajos el 30
de enero de 1648.
En el escrito que Peñaranda envía al rey acompañando al de ratificación le
informa de que «la noche que firmamos el Tratado lloraban de contento los
hombres». Y añade seguidamente: «Dios, por su infinita bondad, bendiga lo
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hecho, para su santo servicio, bien y reposo del orbe cristiano». Y con generosa
interpretación, providencialista, líneas antes habla de «esta paz deseada y
procurada ochenta años ha, siempre en vano, hasta ahora que Dios la ha hecho»
(18).
Como era previsible, los representantes franceses protestaron oficial y
enérgicamente intentando ahora impedir la ratificación de dicho tratado, que
debería producirse antes de los dos meses siguientes. No obstante, los esfuerzos
galos fueron inútiles, pues a ambos grupos de firmantes –a pesar de ciertas
reticencias de los representantes de Zelanda y Utrech– convenía lo pactado.
Comentarios a la gestión pacificadora del conde de Peñaranda
Muy elogiosos comentarios acerca de esta gestión pueden verse en escritos
procedentes de Felipe IV. Así, tan pronto como el monarca ratificó el tratado –
remitido previamente a él por Peñaranda a través de los holandeses (como prueba
de confianza hacia éstos), previsoramente por vía marítima a San Sebastián,
además de por tierra– y lo firmó el 1 de marzo de 1648, devolviéndolo (mediante
la misma fragata) a D. Gaspar, le dice: «Yo me he alegrado de ver concluido este
negocio y estimo lo que habéis trabajado en él, que ha sido con el celo y buena
maña con que acostumbráis a tratar todas las cosas de mi servicio, y en
demostración de esto os nombro por de mi Consejo de Estado y tendré memoria
de vuestra persona en las ocasiones que se ofreciere de vuestros aumentos» (5b).
(El tratado fue ratificado con gran alegría por cinco de las provincias de los Países
Bajos, y con reticencia y demora por parte de las de Zelanda y Utrech. Se
celebraron grandes festejos populares, con abundante derroche de vino
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procedente de España).
De otro contemporáneo ilustre como es Saavedra y Fajardo es el siguiente
juicio; quien (anticipándose en el tiempo) deseaba «con extremo la venida del
señor Conde de Peñaranda, para que tome a su cargo las negociaciones, sabiendo
que dará muy buena cuenta de ello» (3c).
Según era previsible, las opiniones del autor francés Bougeant (del año
1751) no son tan favorables, cuando dice que D. Gaspar «estaba muy lleno de
prejuicios en favor de su nación y no reconocía nada más grande sobre la Tierra
que no fuese la Casa de Austria»; y que «era, por lo demás, imperioso y lleno de
sus propias ideas, taciturno y reservado; no hablaba más que por necesidad; tenaz
en su disimulación hasta agotar la paciencia de los que trataban con él; parecía
que aun en los peores sucesos despreciaba a sus enemigos y se consolaba del
presente con una extremada confianza en el porvenir (3d). (Cabe preguntarse,
¿no serán algunas de las cualidades atribuidas por el francés al conde las propias
de un astuto diplomático del periodo del Barroco: tenaz, "melancólico" y
providencialista?).
Quizá más riguroso y certero pueda resultar el testimonio del duque de
Maura, quien, en 1942, dice a propósito de Bracamonte: «Media Europa
conocía, pues, el desgarbado y no muy pulcro pergeño, la fealdad de facciones y
ademanes de este Ministro; y le sabía tan astuto como irascible por haber tenido
que afrontar alguna vez la vulpina mirada de sus ojuelos, ocultos tras las hirsutas
cejas, bajo la espaciosa frente, y la intemperancia de su insufrible carácter
exteriorizadas con maneras de energúmeno. Pero tampoco ignoraba esa media
Europa los inagotables recursos de su mordacidad socarrona y de su travesura
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diplomática, por haberle oído satirizar con certera malevolencia contra todos sus
adversarios y haberle visto reconciliarse en Münster con el Holandés,
enemistándole con el Francés» (6b).
Más recientemente, en 1956, Castel reitera que el de Peñaranda «dedicó
todos sus esfuerzos con una constancia y tenacidad que desdecían del carácter
irresoluto que le atribuían algunos historiadores contemporáneos, al fin que se
proponía» (5c).
Tal vez una cualidad que no ha sido destacada suficientemente por quienes
han juzgado la labor de Bracamonte en Münster ha sido la de su pundonor en el
cumplimiento del deber. Así, habiendo solicitado, ya desde octubre de 1646, en
repetidas ocasiones al rey ser relevado de su cargo y poder volver a España, a
causa de su precaria salud, que soportaba mal el frío clima de Westfalia que sufría
incluso en Agosto, y sus trastornos de artrítico que eliminaba "arenas", según sus
escritos, además de la necesidad de ocuparse de su familia y patrimonio, no
obtuvo satisfacción (17b). Ni siquiera en Madrid aceptaron fácilmente que se
ausentara de Münster durante breves semanas, para «tomar las aguas de Spa»,
cerca de Münster.
Cabe pensar que, en algún momento, el astuto conde amenazara también con
irse de Westfalia para contribuir a acelerar el lento avance de las negociaciones. Y
así dice, en carta cifrada al marqués de Castel-Rodrigo del 9-IX-1647, «si me
hubiera el Rey dejado salir de aquí cuando se lo propuse, la paz estuviera hecha, o
revuelta Francia. Pero aquellos señores de Madrid entienden y resuelven lo mejor;
por lo que me toca, que aquí ejecutaré, haré la última experiencia con resolución
de estos tratados; pediré licencia para irme á mi casa, y si no me la dieren me iré
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sin licencia á un calabozo» (17c)... Sin embargo, D. Gaspar permaneció en
Münster, La Haya y Bruselas, lejos de su añorada Peñaranda, no sólo lo restante
de 1647 sino hasta septiembre de ¡1650!, en que volvió a España.
Esta digna conducta es probablemente la que le autoriza a dirigirse
personalmente a Felipe IV, previniendo a éste en tonos diplomáticos «que los
criados se atrevan a ser gruñones», para recriminarle el no haberle respondido «á
ninguna cosa con individualidad» y más precisamente acerca de la solicitud
francesa de autorizar el paso por España de auxilios destinados a Portugal,
esperando inútilmente el conde «desde Mayo a Octubre se me hubiera avisado [dice-] de lo que en esto debiera hacer» (17d); y que él resolvió negativamente.
En otra carta dirigida al rey, el 17-I-1648, aún se expresa con mayor
contundencia cuando le dice: «Debo creer que todos los Ministros cumplen con
su obligación, obrando y consultando á Su Majestad como conviene, pero veo
perder los reinos enteros y creo que es menester clamar á Dios y á Vuestra
Majestad noche y día, y que no es tiempo de usar de términos equívocos, sino de
representar con claridad y verdad lo que conviene» (18).
Asimismo, al Secretario D. Pedro Coloma, de Madrid, le confía en carta del
7-II-1648, que ya en 1643 se había atrevido a manifestar al rey lo siguiente:
«Mientras Vuestra Majestad no se resolviere á asistir más inmediatamente á sus
ejércitos, cada año mudará General y nunca será bien servido»; añadiendo, «en
suma, señor Pedro Coloma, Dios no hizo los Reinos por los Reyes, sino hizo los
Reyes por los Reinos y para los Reinos, y aunque Su Majestad no puede estar en
tantas guerras á un tiempo, cumple con Dios y consigo mismo estando en
algunas, porque así hace lo que puede. [...] Vuelvo a suplicar á vuestra merced
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que, si le pareciere que cumple al servicio del Rey, queme esta carta; pero si
entendiere que puede importar al bien público que haya algún vasallo que hable
con esta sinceridad y franqueza, á cualquier riesgo imaginable, quiero ser yo y
hablar con mi Rey como si hablase con Dios, á quien es notorio el amor y celo de
mi corazón, sin pretender otro fin humano más que cumplir con lo que debo,
según Dios se sirve de dármelo a entender» (18b).
De forma similar, en carta dirigida al marqués de Castel-Rodrigo, el 11-VI1648, dice: «He leído con harto reparo la propuesta de nuestro D. Luis [de Haro]
sobre hacerme pasar a Roma. [...] He menester ir á mi casa con alguna quietud en
un rincón lo que restare de vida; pero si Su Majestad todavía juzgare que aún
puedo durar en el servicio, siempre que se me proponga cosa fuera de Madrid, lo
escogeré primero que estar en Madrid, dándome lo que hubiere menester la
calidad del negocio y del empleo» (18c). (De donde puede inferirse cierta
prevención contra la vida cortesana en esa etapa de su vida).
Por último, desde Vadencourt, dirige una carta al rey, el 5-IV-1649, que con
tono patético le dice: «Señor. En todos los correos he dado cuenta a Vuestra
Majestad, desde el mes de Septiembre hasta ahora, de la suma miseria y
necesidad con que estoy, no sólo para ejecutar cualquier acción que se pueda
ofrecer del servicio de Vuestra Majestad, pero ni para subsistir aquí; [...] para
sacar de Bruselas al Archiduque [Leopoldo, nuevo gobernador de España en
Flandes, desde 1649] [...] acabé de empeñar en Amberes las joyas de Vuestra
Majestad, plata y tapicerías que habían quedado sobre las cuales me dieron
40.000 escudos á interés; los 20.000 dí luego al Archiduque, que son la mayor
partida de dinero que ha habido aquí desde que el ejército salió en campaña, y
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también socorrí al duque de Lorena y a la artillería» (18d).
Tal vez estos párrafos contribuyan a que podamos comprender mejor
algunas cualidades de la compleja personalidad del prócer peñarandino, fiel
representante del Barroco español; y también el mérito de su gestión. (Otras
deducciones pueden extraerse del análisis de los documentos, unos 700,
indicados en las referencias 20, 17 y 18. Sólo a título de ejemplo, incluimos el
breve comentario de algunos de ellos en la referencia 25).
Otras actividades de D. Pedro en Münster y en Amsterdan
En el cuarto grupo de actividades que, por encargo del conde de Peñaranda,
efectuó el Secretario pueden incluirse las siguientes:
-
Firma del «papel de los veinte artículos ajustados en el Tratado con
franceses» (17c').
-
Gestión de D. Pedro, en Amsterdan, dirigida a averiguar el fundamento de la
propuesta de un "arbitrista" portugués, Lopo Ramirez, relativa a encontrar
soluciones de carácter económico para las crisis financieras de la época. El
conde de Peñaranda dice que envió a D. Pedro «aunque la falta que aquí [en
Münster] haría el Secretario era grande, particularmente en estos días, [...]
hallándose en Madrid el marqués de Castel-Rodrigo y D. Miguel de
Salamanca bien informados de todo» (18d').
-
Análogamente, a comienzos del año 1648, estuvo D. Pedro en Amsterdan
también para resolver la situación de un navío con mercancías «que debiendo
ir á Sevilla, el Maestre tomo este otro camino forzando con las armas á
algunas personas interesadas que venían dentro, con que no pudieron
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resistirlo y ellos quedaban en Amsterdan solicitando la libertad del dicho
navío y mercancías para llevarlas á donde quisieren» (18e').
-
Aspecto a destacar es el referente a la participación de D. Pedro en los actos
del "Juramento y publicación de la Paz de Holanda". Se describe, muy
probablemente por él, que fueron enviados «los Secretarios de entrambas
Embajadas á pedir al Magistrado de la ciudad su casa principal, que [éste]
dio con mucho gusto» (18f'). (El tratado, ratificado, fue «firmado y sellado
con cera de España» por: El conde de Peñaranda, A. Brun, Bartolt de Gent,
Jean de Mattenesse, Adriaen Pauw, God Van Reede, F.V. Donia, W.
Riperdá y Adr. Clant) (18f'). Asimismo, se detalla la protocolaria actuación
de D. Pedro en la ceremonia de las «entregas de las ratificaciones de Paz de
España y los Estados Generales de las Provincias Unidas» (18g'). Como
curiosidad, en esta descripción de los festejos oficiales celebrados en la "casa
de la ciudad" y los festejos populares, se informa que «en el Palacio de S. E.
[el conde de Peñaranda] estaba prevenida una fuente de diferentes vinos, y
habiéndola soltado, fue grandísimo el concurso de gente que acudió a ella.
Bebióse de todas suertes [...]. Esta fiesta fue de mucho regocijo, y duró
hasta las nueve de la noche incesantemente. Este mismo día, en el
frontispicio de la Casa de la ciudad, se previno un teatro grande» (18h'). Los
plenipotenciarios de Holanda, a su vez, convidaron a los españoles «á un
banquete para el domingo siguiente [...]. A las doce y media empezaron a
comer los Señores Embajadores y Plenipotenciarios, en cuya mesa y en la de
los camaradas y gentiles-hombres se sirvieron quinientos platos de
principios, viandas y postres todos muy regalados, sazonados y costosos, e
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hiciéronse muchos brindis al uso del país» (18i').
Actividades ulteriores del conde de Peñaranda
Muy brevemente, éstas podrían resumirse así: En la primavera de 1648
reiteró D. Gaspar su solicitud a Madrid para abandonar Münster alegando que ya
no tenía sentido su permanencia allí, una vez resuelto el asunto principal de su
misión al ratificarse el tratado entre España y los Países Bajos (el 15 de mayo de
1648), y porque los restantes plenipotenciarios de categoría similar a la suya (el
duque de Longueville por Francia y el conde de Trautmansdorff por Austria)
ya se habían marchado. Proponía también que D. Antonio Brun fuera nombrado
plenipotenciario en su lugar, de modo análogo a lo que había hecho Francia con
su representante, aunque a D. Antonio se le concediesen unos poderes muy
limitados. (Más adelante, Brun fue nombrado, en efecto, embajador de España en
La Haya).
A últimos de junio de 1648, por fin, Peñaranda abandonaba Münster, aunque
no se alejaría mucho, ya que permanecería (hasta septiembre de 1650) en
Bruselas y La Haya. Desde allí seguiría enviando valiosos informes a Madrid, y
además observaría el curso de los acontecimientos: «Los tratados de Münster (6
de agosto) y de Osnabrück (8 de septiembre) [de 1648], que en conjunto se
titularon tratados de Westfalia» (26) fueron ratificados con toda solemnidad el 24
de octubre de 1648, y pusieron fin a la llamada "Guerra de los Treinta Años",
excepto entre España y Francia, que continuaron sus hostilidades hasta que se
firmó la denominada Paz de los Pirineos, en 1659; (pero que se reanudarían, en
forma de diversas guerras beneficiosas para Francia, hasta vísperas del siglo
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XVIII). En la práctica, España habría estado en guerra unos 80 años...
Una vez en Madrid, D. Gaspar, fue nombrado por el monarca Presidente del
Consejo de Órdenes, en febrero de 1651. Manteniendo este cargo, a partir de
octubre de 1653 ocupó la presidencia de Indias. En representación del rey,
participó en Francfort, en 1657, en la Dieta del Imperio, apoyando la elección de
Leopoldo I como emperador.
En octubre de 1658 fue destinado al prestigioso puesto de Virrey de
Nápoles. Su incorporación se vio retrasada por intrigas del predecesor en el
mismo, conde de Castrillo. Durante los años de 1659 a 1664 actuó allí,
caracterizándose también esta etapa por la «intachable probidad de su gestión»
(6b). El rey le había concedido la Grandeza de España, de primera clase.
Coincidiendo con el fallecimiento de Felipe IV en 1665, Peñaranda concluyó
su actividad como Virrey en Nápoles y se trasladó a Madrid, donde comenzó a
actuar en su calidad de miembro de la Junta de Gobierno (que se completaba con
otros cuatro componentes) destinada a asistir a la inexperta reina tutora, Mariana
de Austria, durante la minoría de edad del rey Carlos II, según había dejado
dispuesto Felipe IV en su testamento. (Por cierto que de esa Junta
previsoramente excluyó el rey a su hijo natural, el ambicioso D. Juan José de
Austria).
Lógicamente, la participación de Bracamonte en dicha Junta se centró
especialmente en las actividades relacionadas con la accidentada política exterior
de la época. Su influjo decayó a medida que la reina delegaba todas las decisiones
importantes en su confesor, el jesuita de origen austríaco, después nacionalizado
español, para acallar protestas, Juan Everardo Nithard.
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Ante las continuas y rocambolescas intrigas de D. Juan José para desplazar al
fraile y arrinconar a la reina (abusando de la debilidad del rey), el de Peñaranda
actuó con cautela; y aunque inicialmente mostró cierta simpatía por el bastardo,
quizá también por su desconfianza hacia el jesuita alemán y a todo lo germánico,
incluida la reina, «presto advirtió cuanto más temible rival era el de Austria que el
Confesor» (27).
Durante este periodo, D. Gaspar mantuvo criterios opuestos a los de otro
influyente personaje, antiguo rival suyo: el duque de Medina de las Torres, quien
tenía opiniones más en consonancia con los de la reina. En todas las cuestiones,
tanto bélicas como las de propuesta de futura esposa para el rey, Bracamonte
prefería un acercamiento a Francia, a pesar de su amarga experiencia en sus tratos
de Münster con los franceses en vez de con el bando germánico.
En realidad, Peñaranda cosechó más bien decepciones en esta etapa. En
efecto, la política de alianzas, considerada útil después de algunos intentos poco
provechosos de tipo aislacionista, tampoco fue una garantía suficiente para la
mejor marcha de los asuntos de España, a causa de la desmedida ambición de
Luis XIV, quien en 1672 atacó Holanda. Se estableció un acuerdo entre dicho rey
y el de Inglaterra, con gran disgusto de Peñaranda, a pesar del convenio previo
existente entre España e Inglaterra. No obstante, Bracamonte obtuvo de
Inglaterra una tregua para con los holandeses.
Después de la caída de Nithard en 1669, la reina fue confiando cada vez más
en un curioso personaje que le informaba de las intrigas cortesanas, y que con el
tiempo fue acaparando un poder mayor. Se llamaba D. Fernando de Valenzuela,
y era un modesto hidalgo de origen andaluz (aunque llegó a obtener título de
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marqués de Villasierra); se le conocía como el duende de palacio, por sus
prácticas de espionaje interno y chismorreo a la reina. Dada la ignorancia de
Valenzuela acerca de cuestiones de política y más aún sobre la política exterior,
dejó actuar libremente en un principio a Peñaranda. Cuando más tarde,
convertido en engreído valido, el duende pretendió domeñar a todos los nobles,
Bracamonte y otros se opusieron a tales intentos, logrando su expulsión, teniendo
aquél que buscar refugio provisional en El Escorial.
Habiendo visto con indiferencia cómo había caído Nithard, y contribuido al
alejamiento de D. Juan José de Austria, además de a la expulsión de Valenzuela,
D. Gaspar observaba cómo los miembros de la Junta de Gobierno nombrada por
el testamento de Felipe IV se reunían con cada vez menos frecuencia y escasa
eficacia en su funcionamiento.
También en él, la octogenaria edad que había alcanzado a pesar de sus
achaques hacía mella en su quebrantada salud. Falleció el 14 de diciembre de
1676.
Gregorio de Bracamonte y Bracamonte fue su descendiente, legítimo,
además de Juana Clara de Bracamonte, nacida «fuera de matrimonio, y en doña
Isabel de Montalvo» (17).
El que fue Grande de España y ocupó tan altos puestos durante largos años
en la política internacional, influyendo en la marcha de la Historia, se encuentra
enterrado en el claustro del sencillo convento del Carmelo que él fundó (28), en
1669, en la villa salmantina de Peñaranda. En prueba de su humildad en este
trance final contrastando con la altivez que parece ser mostró a veces en vida
«yace su cuerpo en el claustro de este convento, entre las religiosas, sin más
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distinción en su sepulcro que una lápida con rótulo», según se lee en una de las
paredes de dicho convento carmelitano, donde se custodian bellos bronces y
cuadros donados por el que fue Virrey de Nápoles, de allí procedentes.
Actividades ulteriores de D. Pedro, en España
En tiempos de Felipe IV conseguir el nombramiento de caballero de la
Orden de Santiago era una codiciada empresa, harto difícil de lograr. D. Pedro
Fernández del Campo y Angulo (como él acostumbraba a firmar) ambicionaba
esta distinción, a la que se creía merecedor en atención a sus orígenes hidalgos y a
sus distinguidos servicios a la Corona. Hay constancia de que el conde de
Peñaranda se dirige al Secretario D. Jerónimo de la Torre rogándole «despache el
hábito para el Secretario, que yo sé que no le faltará empleo [dice], porque
conozco lo merece y lo que se ganará en ocuparlo» (18j') (26-VI-1648).
Simultáneamente, D. Gaspar solicita del rey directamente esto mismo (18k').
Firmado el Tratado de Paz entre España y la Provincias Unidas el 30-I-1648,
considerando que lo esencial de su misión podía darse por terminado, Peñaranda
solicita empleo para D. Pedro, en esa misma carta relativa al asunto del hábito de
Santiago; y le dice al rey que «atendiendo á lo que ha servido y merecido [D.
Pedro] se dignará de no dejarle ocioso, empleándole en el Real servicio de
Vuestra Majestad en otro puesto más competente; y si yo merezco algún crédito
[añade], puedo y debo afirmar a Vuestra Majestad que en este sujeto hallará tales
prendas, que puede fiarle cualquier gran empleo en su profesión, y tomo sobre mi
desde luego el fiar y asegurar el acierto, fidelidad, inteligencia y celo en todo lo
que se le encomendare» (18k'). Tal recomendación por parte de quien tantos
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esfuerzos había compartido con D. Pedro a lo largo de más de tres años en
Westfalia tuvo sin duda favorable acogida en el sensible ánimo del rey, que
acostumbraba a gratificar a quien le había servido bien. Así, por un lado, concedió
al Secretario el ansiado hábito de Santiago (cuyo expediente es definitivamente
aprobado el 5-VI-1649) y, por otro, le reconoce otros honores, además de
nombrarle, sucesivamente, para altos cargos en la Corte.
Con cierto detalle, puede verse que los puestos desempeñados por D. Pedro
fueron los de «oficial segundo en las Secretarías de Estado del Norte y España, y
oficial mayor en la de España, y de Secretario de Guerra de la parte de Cataluña,
y últimamente de Secretario de Guerra de la Mar, acudiendo juntamente de diez
años a esta parte [-dice el rey el 18-VIII-1662-] en la del Despacho Universal,
como lo haveis [sic] hecho, sirviendo en mi Real presencia con entera satisfacción
mía, con todo cuydado, puntualidad y celo» (29). Por todo ello, le nombra, el 18VIII-1662, para la «Secretaría de Estado de la negociación de Italia» (29), con las
ventajas inherentes («casa de aposento, propinas y luminarias»).
Por la importancia y características de su cargo de Secretario del Despacho
Universal, D. Pedro tuvo que vivir de cerca la difícil etapa en que una reina
inexperta se vió obligada a hacerse cargo del poder, coincidiendo con una
inestable situación internacional en que Francia no cejaba en su afán de ir
incorporando los restantes territorios españoles próximos a sus fronteras que aún
no se había anexionado. Habiendo fallecido en octubre de 1669 D. Blasco de
Loyola, Secretario de la Junta de Gobierno, fue reemplazado por D. Pedro (6b').
Diversas actuaciones de Fernández del Campo, deducibles de documentos
existentes en el Archivo Histórico Nacional, indican que debió de actuar con
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entera lealtad hacia la reina, evitando siempre que le fue posible enfrentamientos
con intrigantes personajes del entorno o con otros, no menos integrantes aunque
se hallaran a distancia, como D. Juan de Austria.
D. Pedro adquirió el marquesado de la villa de Mejorada situada a pocos km
al Este de Madrid (y que pasaría a llamarse Mejorada del Campo), al venderse en
pública subasta (como consecuencia de la ruina económica del marqués anterior),
«en precio de quatrocientos y cuarenta mill [sic] Reales como maior Poneedor»;
tomando posesión, en su nombre, su hermano D. Íñigo (9), el 12-III-1672.
Diversas gestiones (6c, 6d) hechas por D. Pedro confirman su lealtad a la
peculiar política de la reina, tratando además de acallar las críticas procedentes
del clero o de algunos nobles, y expresada por estos y otros sectores en forma de
duras sátiras (30, 31, 32).
Por último, el episodio siguiente, cuya descripción coincide en lo esencial
pero difiere en algunos detalles según los sitios en que aparece descrito (6e, 31,
32, 33), tiene relevancia especial, por mostrar el resultado del enfrentamiento
entre el valido y D. Pedro. De la lectura de algunos de estos escritos (31, 32) se
deduce, resumidamente, que habiendo decidido Valenzuela, durante el verano de
1676, el destierro de "diferentes Señores" (32) o, más probablemente, el
nombramiento de virrey de Sicilia a favor de un hijo del marqués de Medina de
las Torres, y para virrey de Cataluña al príncipe de Parma, así como otros
nombramientos importantes (31), sin seguir el preceptivo cauce reglamentario
que obligaba a consultar previamente al Consejo de Estado, ordenó a D. Pedro
que le preparara los correspondientes decretos, en su calidad de Secretario del
Despacho Universal. Mas éste consideró conveniente poner en antecedentes a la
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reina sobre la irregularidad del procedimiento. Al ver el valido que D. Pedro se
había resistido a sus instrucciones, le señaló que su obligación era «ejecutar lo que
le mandan sin passarse a bachillerias» (32). La reina, con cuyo apoyo creía contar
el Secretario, no respaldó a éste. «De allí se fue don Pedro Fernández a su casa
con un calenturon muy grande, occasionándole estarse en la cama sin haver [sic]
despachado ocho días, cosa bien de nottar, por no haver succedido por una hora
des
por gr
accidentes que ha tenido desde que ha que es del Despacho Universal»
(32). Profundamente afectado quedó D. Pedro, y más cuando supo que los
citados decretos habían sido aprobados. Como se ve, el comportamiento de la
reina fue poco digno, máxime respecto de alguien que sólo trataba de cumplir
correctamente con su obligación. No obstante, pronto debió de llegarse a un
compromiso. Así, «apenas convaleciente, rogósele [a D. Pedro] que pidiera la
jubilacion» (31), cosa que hizo y obtuvo en condiciones muy favorables, alegando
«sus achaques y poca salud en los oficios que servía de Secretario de Estado y del
Despacho Universal, dexandole los honores de dichos oficios y el goze de todos
los gages y emolumentos que por razón de ellos tenía, y que puede assimismo
assistir a servir su plaça del Consejo y Camara de Indias los días que sus achaques
le dieren lugar para ello, como esta haziendo» (34). Si esto ocurría en septiembre
de 1676, el poder del valido alcanzaría su máximo nivel cuando fue nombrado
Grande de España, también en 1676. Pero, en enero de 1677, sería expulsado y
tendría que solicitar refugio temporal en El Escorial, como consecuencia de la
pugna contra él procedente de la mayor parte de la nobleza y de D. Juan de
Austria, quien finalmente logró que se le encargara del gobierno (donde actuó
con poco acierto) y sólo lo fue hasta su temprana muerte, ocurrida el 17-IX-
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1679.
Habiéndose casado D. Pedro Fernández del Campo y Angulo (o, más
precisamente, Fernández del Campo y Fernández de Angulo) «con doña Teresa
de Salvatierra y Velasco, natural de Salamanca», fue su hijo «Pedro Caetano
Fernández del Campo Angulo Salvatierra y Velasco, natural de Madrid, segundo
Marqués de Mejorada [del Campo] y caballero de la Orden de Alcántara, en la
que ingresó el año de 1663. Casó con doña Mariana Teresa de Alvarado
Bracamonte» (11). Los apellidos Bracamonte y Fernández del Campo quedaban
así unidos por vínculos matrimoniales, en esta generación.
El 3-III-1680 falleció el primer marqués de Mejorada del Campo, siendo
enterrado en el convento de Agustinos Recoletos de Madrid, en su calidad de
miembro del patronato de dicho convento. Su esposa también fue allí enterrada.
Las estatuas orantes de ambos estuvieron hasta 1837 en aquel sitio; y , «al ser
derribado el convento, fueron trasladadas a los sótanos del antiguo Ministerio de
Fomento, y de aquí el Museo Arqueológico Nacional» (9), donde se hallan
actualmente.
En el siglo XVII, al igual que ocurría en el XVI, «la movilidad social fue
intensa; [...] los plebeyos querían convertirse en hidalgos, los hidalgos en
caballeros, los caballeros en títulos» (35). D. Pedro Fernández del Campo y
Angulo fue un caso paradigmático de esta trayectoria, desde su condición inicial
de hidalgo. Antes de pasar «a mejor vida», cumplió con dignidad y entrega en las
altas tareas administrativas a su cargo durante cerca de «cincuenta años»,
poniendo «sus grandes talentos en servicio de su Magestad» (34).
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Anexo
Algunas frases extraídas del "libro" 967D del Archivo Histórico
Nacional (Sección Estado), año 1646
(Correspondencia de D. Pedro Fernández del Campo a D. Miguel de
Salamanca):
*
En relación con Saavedra Fajardo, hay varios comentarios.
- Por ejemplo, «que se mantiene todavía aunque muy lleno de
desconfianzas» (18-XI-1645) (f. 121).
r
- «Daré al S Don Diego de Saavedra la carta del Rey que aca tenía el
Conde días ha para que vaya a Bruselas a cierto efecto del servicio
d
r
de Su Mag que entendera del S Marques de Castel-Rº. Mala es sin
duda su condición» (24-III-1646) (f. 527v).
*
En relación con el conde de Peñaranda:
- «Dividir a Suezeses [= suecos] tratando con ellos aparte que con los
Príncipes del Imperio», es su doctrina (IX o X-1645) (f. 223).
- «No siendo el conde de mucha salud no sobraría aquí otro ministro
español [pues] la ayuda que ay [sic] no vasta [sic]» (31-III-1646) (f.
522).
*
En relación con el Emperador:
- «Mañana se votara en los Estados [alemanes], sobre los dos puntos
d
de la separación de Su Mag [Felipe IV] del Imperio, y
salvaconductos de Portugueses» (24-II-1646) (f. 555).
*
En relación con los holandeses:
- Preocupación por la demora en la llegada de "Diputados de Olanda"
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-
-
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[sic] (30-XII-1645) (f. 4).
Los «olandeses no responden; sin duda que vailan [sic] al son de
[los] franceses. Su razón de Estado quiza los hara tratar y ajustar
sus conveniencias aparte» (24-II-1646) (f. 555).
«Mucho es de temer que pidan [los holandeses] alguna
extravagancia difícil de ajustar, con [lo] que el Príncipe de Orange
alargue el tratado para salir a campaña» (31-III-1646) (f. 522).
*
En relación con los franceses:
- Franceses y suecos «no andan muy conformes» [entre ellos] (f. 121).
- Los franceses «excluyen al Duque de Lorena, que no puede ser
admitido en estos tratados [y pedían] quedarse con todo lo que
ocupan desta [sic] parte del Rin [...] en que se comprenden las
Alsacias Inferior y Superior, la Brisgovia» (f. 569).
- «Francia ha de retener quanto ocupa en todas partes [...]. [Los]
franceses a ningún precio quieren paz [...] [Estan] de acuerdo con el
Turco en las empresas deste año y lo mismo con el Príncipe de
Orange y Suezeses» (16-III-1646) (f. 537).
*
Cartas del Conde de Peñaranda:
- «No puedo dezir cosa que no sea de dolor [...] y no buelvo [sic] los
ojos a cosa que no me desconsuele sumamente. [...] Juzgo tambien
r
que el S Marques [de Castel-Rodrigo] escrive a V. E. cada semana
dos vezes» (?-I-1646) (f. 565).
*
Cartas autógrafas de D. Pedro Fernández del Campo
dos
- «Antes de ayer entraron los dipu de Olanda acompañandolos
coches de los Franceses y Portugueses; mañana serán visitados sus
as
r
Sr , porque el S Conde con los colegas ha pedido ora [sic]. Dios
les de buena mano» (13-I-1646) (f. 567).
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*
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Interpretaciones religiosas de D. Pedro:
- «Parece que Dios quiere castigar la cristiandad y así permite que
todo camine a este fin» (6-I-1644) (f. 525).
Hombre profundamente impregnado del espíritu religioso de su
época, ya en 1648 el Conde de Peñaranda solicitó de la Orden
Carmelita la aprobación correspondiente para la fundación de un
convento en Peñaranda. Habiéndosele denegado inicialmente, reiteró
tal solicitud en 1664, siéndole entonces concedida en 1669.
(fotografía cortesía de AMICA, Peñaranda de Bracamonte).
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Notas
(1). E. Martínez Ruiz y M. de Pazzis Pi Corrales, Historia 16, 1998, 272, págs.:
8-15.
(2). No debe confundirse a este D. Manuel de Melo, marqués de Castel-Rodrigo,
noble portugués fiel a Felipe IV, que ocupó tan elevado puesto a partir de 1644,
con su antecesor en el cargo, D. Francisco de Melo, quien lo desempeñó
interinamente desde 1641 (año en que falleció el gobernador precedente, que era
el hermano del monarca español: el famoso cardenal-infante D. Fernando de
Austria). Existe, además, otro Melo, D. Francisco Manuel de Melo, combatiente
a favor de España en los Países Bajos e historiador de la guerra de Cataluña.
(3). M. Fraga Iribarne, Don Diego de Saavedra y Fajardo, la Diplomacia de su
época, Madrid, Arges, 1956, especialmente págs.: 379-603; b, 479; c, recogido
en esta obra, 521; d, idem, 537.
(4). R. A. Stradling, Felipe IV y el gobierno de España, 1621-1665, Madrid,
Cátedra, 1989, especialmente págs.: 17; b, 396; c, 371; 352-426.
(5). J. Castel, España y el Tratado de Münster (1644-1648), Madrid, Gráf.
Marto, 1956; págs.: 81; b, 79; b', 31; c, 30.
(6). Duque de Maura, Vida y reinado de Carlos II, Madrid, Espasa-Calpe, 1942,
tomo I, págs.: 56 y 102; b, 57; b', 172; c, 236; d, 221; e, 217.
(7). A. y A. García Carraffa, Diccionario heráldico y genealógico de apellidos
españoles y americanos, Madrid, Imp. A. Marzo, 1922, tomo 16, págs.: 196203.
(8). M. Auyol Anglada, en la obra del Marqués de la Fuensanta del Valle, J.
Sancho Rayón y F. de Zabalburu, Colección de Documentos Inéditos para la
Historia de España, [CODOIN], Madrid, Imp. M. Ginesta, 1885, tomo 84,
págs.: 565-570.
(9). J. Sanz Martínez, Rincones de la España Vieja, Provincia de Madrid,
Mejorada del Campo, Rivas de Jarama, Madrid, Ed. Mundo Latino, 1919, págs.:
44-50.
(10). Arias Argüello, Canº de la ssª. Iglª de León, Información principal de la
pureza y limpieza de sangre de D. Antº Frdez. del Campo Angulo y Velasco,
1658, Archivo Histórico, Cabildo de la Catedral de León, caja 868.
(11). A. y A. García Carraffa, Diccionario heráldico y genealógico de apellidos
españoles y americanos, Madrid, Imp. A. Marzo, 1925, tomo 20, págs.: 42-43.
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(12). Genealogías de Pedro, y Martín Fernández del Campo, y doña María
Fernández de Angulo, Archivo Municipal de Bilbao, año 1625, expte. 189.
(13). Pruebas de Caballeros (Pedro Fernández del Campo), Archivo Histórico
Nacional, Ordenes Militares, Santiago, año 1649, caja 560, expte. 2890.
(14). Documentos referentes a Pedro y Martín Fernández del Campo, Archivo
del Corregimiento (Bilbao), años 1619-1687.
(15). Pruebas de la naturaleza, legitimidad, limpieza y nobleza, vida y costumbre,
[...] de don Antonio Fernández del Campo y Angulo para ser capellán de su
Mag. el Rey nro. Sor en la villa de Vilvao [sic] y en los valles de Tudela y Mena
por el mes de Nove deste año 1653, Archivo General de Palacio (Real), Madrid,
caja 7802, expte. 13.
(16). J. A. Escudero, Los Secretarios de Estado y del Despacho (1474-1724),
Madrid, Instituto de Estudios Administrativos, 1969, págs.: 655-657 (tomado del
Archivo General de Simancas, Quitaciones de Corte, legº 36).
(17) . Marqués de la Fuensanta del Valle, J. Sancho Rayón y F. de Zabalburu,
Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, [CODOIN],
Madrid, Imp. M. Ginesta, 1885, tomo 83, especialmente págs.: 313 y 545; b,
504, 515, 455; b', 201, 314, 425, 466, 505, 514, 526 y 545 (como mínimo); c,
454; c', 514; d, 556.
(18) . Marqués de la Fuensanta del Valle, J. Sancho Rayón y F. de Zabalburu,
Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, [CODOIN],
Madrid, Imp. M. Ginesta, 1885, tomo 84, especialmente págs.: 88, 110-112,
207, 303 y 304; b, 130, 131; b', 101, 113, 114, 120, 196, 201, 210, 280, 298,
303, 304, 331, 379 y 410 (como mínimo); c, 379; c' 254; d, 371; d', 114; e, 196;
f, 200; g, 210; h, 213; i, 214 y 216; j, 298; k, 304 y 410.
(19) . F. Bosbach. Die Kosten des Westfälischen Friedenskongresses, Münster,
Aschendorff, 1984, pág. 35.
(20) . Marqués de la Fuensanta del Valle, J. Sancho Rayón y F. de Zabalburu,
Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, [CODOIN],
Madrid, Imp. M. Ginesta, 1884, tomo 82, especialmente págs.: 63 y 66; b, 67; c,
73; d, 77; e, 222; f, 223; g, 258.
(21) . Pedro Fernández del Campo y Angulo, Archivo General de Simancas,
Secretaría de Estado, Patronato Real, Legº 2943. (Se incluyen: Los tratados de
paz, en francés y en flamenco; la publicación de la paz en Münster; la ratificación
del tratado por S. M., etc.).
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(22). J. H. Elliot en Historia de España (Ramón Menéndez Pidal), Madrid,
Espasa-Calpe, 1982, tomo 25, pág. 494.
(23). Cartas del Sr. Conde de Peñaranda primer Plenipotenciario del Rey nro.
Sr. Don Phe 4º en el congreso de Munster pª la Paz general y de Dn Pº frdz. del
Campo Srio de Su Magd y de aquella Embaxada escritas al Sr Dn Miguel de
Salamanca todo el año de 1646 tiempo enque estuvo terzera vez en Flandes de
orden de Su Magd con parte esencial en el govierno de aquellos Estados,
Archivo Histórico Nacional, Madrid, Sección Estado, "libro" 967D.
(Se trata de un voluminoso conjunto de escritos, cosidos y numerados de más
moderno a más antiguo, del año 1646, aunque no siempre rigurosamente, y que
incluye también algunos del año 1647. Su estado de conservación es deficiente
sobre todo en el ángulo inferior-derecho).
(24). Cartas del Sr Conde de Peñaranda primer Plenipotenciario del rey nro Sr
Dn Phe 4º en el Congreso de Munster pª la Paz gal y de Dn Pº Frdz. del Campo
Srio de Su Magd y de aquella Embaxada escritas al Sr Dn Miguel de Salamanca
todo el año de 647, el tpº que estuvo terzera vez en Flandes de orden de Su
Magd con parte en el govierno de aquellos Estados. Ay [sic] algnas de los años
1648 y 649, Archivo Histórico Nacional, Madrid, Sección Estado, "libro" 979-d.
[El estado de conservación de este volumen es aceptable. También están
cosidos, y numerados estos documentos con relativo orden, de más modernos a
más antiguos, siendo unas 109 las cartas firmadas por D. Pedro, e intercaladas las
aproximadamente 83 correspondientes a Bracamonte. Cosidas al final están las
"Capitulaciones de Paz" (Madrid, 1648), así como un "Tratado aiustado [...]
sobre la materia de la navegación y comercio" (Madrid, 1651).
Más en éste que en el precedente volumen se hallan cartas cuya caligrafía
es idéntica a la de la firma de D. Pedro Fernández del Campo y Angulo. Se trata
de una letra fina y apretada, con renglones siempre rectos y ascendentes, en
contraposición a la letra más grande y desigual que se halla a veces como párrafo
final autógrafo en las firmadas por el conde de Peñaranda. Otra no firmada, pero
cuyo contenido induce a pensar que procede de D. Miguel de Salamanca, es por
su estilo y caligrafía bastante inferior a las restantes.
Muchas cartas están total o parcialmente cifradas, aunque generalmente
encima o en el borde se hallan los párrafos descifrados].
(25). El desarrollo del proceso que condujo al "Tratado de Münster", así como
el contenido de dicho tratado, pueden consultarse en la obra de J. Castel (refª 5).
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También en dicha obra y en las siguientes pueden hallarse datos acerca de lo que
significó en la práctica la aplicación del tratado:
M. Lafuente, Historia General de España, Barcelona, Montaner,
1889, tomo 12, págs.: 20-22.
M. Fraga Iribarne (refª 3).
C. Martínez de Campos y Serrano (refª 26).
M. Fernández Alvarez, Historia General de España, Madrid,
Espasa-Calpe, 1982, tomo 25, págs.: 20-22.
G. Parker, La Guerra de los Treinta Años, Ed. Crítica, 1984
(trad. J. Faci), especialmente págs.: 240-272.
J. I. Israel, en J. H. Elliot (ed.), Poder y sociedad en la España de
los Austrias, Ed. Critica, 1982 (trad. X. Gil Pujol), págs.: 195-197.
E. Martínez Ruiz y M. de Pazzis Pi Corrales (refª 1).
Fundación Carlos de Amberes, El final de la Guerra de Flandes
(1621-1648), Madrid, 1998. (Esta obra se publicó después de escrito el presente
trabajo).
Algunos comentarios nuestros acerca de los documentos de la CODOIN
son los siguientes:
Recién llegado por primera vez a Bruselas el conde de Peñaranda (el 26IV-1645) para encargarse de su trabajo en Münster, escribe a Madrid, a D.
Pedro Coloma (el 10-V-1645), solicitando ayuda económica al hallarse obligado
a «poner una casa entera» –se alojaría en el convento cedido por frailes
franciscanos de Münster convertido en "palacio"–, y dice que no trata ni de
«ahorrar ni de enriquecer[se], sino solo de acertar á servir»; todo ello después de
haber sido «sangrado y purgado, y en visperas de otra sangría y otra purga»
(10b). Análogamente, en otra carta, dirigida el 11-V-1645 al primer ministro D.
Luís de Haro, reitera: «Yo llegué mal parado del largo camino: ha sido menester
sangrarme dos veces, sanguijuelas y purgas y otros remedios» (10c); y,
seguidamente informa: «Yo en todas maneras llegaré á ella [Münster] antes que
holandeses y franceses [...]. En el Marques [de Castel-Rodrigo] he hallado no
solo el agrado y agasajo que podéis imaginar, sino consejo, dirección y
advertencia; todo con el amor que pudiera esperarlo de un padre. El es un gran
Ministro» (10c). Y en otra carta, del 1-VI-1645, también dirigida al De Haro
expresa su pesimismo cuando dice: «Me iré a la ociosidad de aquel Congreso [de
Münster], a esperar cuando quisieren llegar estos señores, que se juzgan por
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dueños de la paz y de las leyes; y lo peor es que no se engañan» (10d). En otra
carta, ya del 2-XII-1645, igualmente enviada al primer ministro español, le da a
conocer que el conde de Trautmansdorff (embajador del emperador en el
congreso) le ha dicho «que el Emperador no tiene que comer» (10e). En otra
carta, de igual fecha, dirigida al Secretario D. Pedro Coloma, D. Gaspar informa
que el duque de Baviera está dispuesto incluso a «unir sus armas con ellos [los
franceses] contra el mismo Emperador» (10f). Por lo que, si la reciente campaña
militar de los españoles en Flandes «nos ha quitado la honra y el crédito y la
elección [...] es inexcusable hacer la paz» (10f).
En 1646, en la consulta habitual de Felipe IV a los componentes de la
Junta de Estado, después de analizar 11 cartas de D. Gaspar enviadas al monarca
y a D. Pedro Coloma, 2 de D. Diego Saavedra, 4 del marqués de Castel-Rodrigo
y 4 del duque de Terranova (embajador español en la Corte austriaca), uno de
aquellos miembros de la Junta, el marqués de Santa Cruz, manifiesta en su
informe a S. M. que, «como el Conde [de Peñaranda] lo dice [los negociadores
españoles] procuren que Vuestra Majestad no quede fuera de la paz, haciéndose
la de los alemanes [separadamente], porque si esto fuese [...], todo vendría sobre
España; y lo que se puede temer que suceda (si esto fuere cierto), Vuestra
Majestad con su suma prudencia lo puede colegir, estando tan falto de dinero y
de gente, y no habiendo que hacer caso de más que de Castilla, que de apretada
por tantas partes es sin duda que las rentas Reales vendrán á mucho menos,
como ya se ve en los muchos hombres de negocios que cada día quiebran, y toda
la frontera de Portugal, así en Castilla como en Galicia, está destruida» (10g).
De este tenor son otros juicios de los restantes asesores regios.
Prescindimos de añadir comentarios sobre otros escritos, dada la amplitud de tal
empresa.
(26) . C. Martínez de Campos y Serrano, España Bélica, el siglo XVII, Madrid,
Aguilar, 1968, pág.163.
(27) . G. Maura, Carlos II y su Corte, Madrid, 1911, pág. 317.
(28) . F.J. Hernández Méndez, Guía Histórico-Artística, Museo de las Madres
Carmelitas de Peñaranda de Bracamonte, Peñaranda, 1997, AMICA, págs.: 3-8.
(29) . Archivo General de Simancas, Quitaciones de Corte, Legº 36.
(30). Algunos de estos escritos satíricos, generalmente de muy escaso valor
literario y de carácter marcadamente panfletario, pueden consultarse en el
Archivo Histórico Nacional. En ellos aparecen mencionados el conde de
Peñaranda y otros nobles, así como D. Pedro (al que llaman "Pericón").
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(31). También aparecen recogidos algunos de estos comentarios en la obra de
G. Maura Gamazo, Carlos II y su Corte, Madrid, 1911; tomo II, págs.: 274 y
275.
(32). A D. Pedro le correspondería el delicado asunto de intentar aminorar «por
orden de la reina» las críticas de un predicador en Madrid, el fraile Vergara (del
convento de la Pasión), y también las del «carmelita descalzo» Antonio de Jesús
María, conventual de Zaragoza, a quienes parece ser les obligó a un destierro
(Archivo Histórico Nacional, Sección Estado, Colección Vega, "libro" 811, folio
91 y sigs.). Asimismo, cuando el Secretario, por orden de la reina, habló con el
noble D. Pedro de Aragón tratando de averiguar el grado de lealtad de éste hacia
la Corona, recibió la altiva contestación siguiente:«Vaya y dígale a la Reyna que
soi Dn Pedro de Aragón, y que de mis abuelos a los del Rey no ay [sic] un dedo
de diferencia, que en mi casa no ha havido (sic) nunca, ni aun el menor recelo de
faltar a la lealtad, y obligación de bueno y leal vasallo» (Ibidem, folio 90).
(33). Archivo Histórico Nacional, Madrid, Sección Estado, Colección Vega,
"libro" 880-d, folios 181 y sigs.
(34). Archivo de la Real Academia de la Historia, Colección Jesuitas, tomo 173,
folio 210.
(35). A. Domínguez Ortiz, Cuadernos Historia 16, tomo 28, 1985, pág. 23.
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Agradecimientos
El autor agradece las facilidades dadas por los responsables de los archivos aquí
indicados; asimismo, agradece a Doña E. Albillo la rapidez en la transcipción del
texto.
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El autor
José Antonio Cabezas Fernández
del Campo nació en Ledesma (Salamanca)
en 1929. Doctor en Farmacia (Premio
Extraordinario) por la Universidad de
Madrid y número uno de las Oposiciones
al Cuerpo de Farmacia Militar en 1952 y
Técnico Bromatólogo.
Catedrático de Bioquímica desde 1959 en
la Facultad de Farmacia de Santiago de
Compostela y Secretario de dicha Facultad durante nueve
años. Desde 1969, es Catedrático de Bioquímica y Biología
Molecular en la Facultad de Biología de la Universidad de
Salamanca. Académico Numerario de la Real Academia de
Farmacia desde 1990. Miembro de la Mesa Directiva del
Instituto de España entre 1992 y 1993.Vice-Rector de
Investigación de la Universidad de Salamanca entre 1984 y
1986. Miembro y/o fundador de una docena de asociaciones y
sociedades científicas nacionales e internacionales.
Es autor de unos doscientos trabajos de investigación,
habiendo recibido prestigiosos premios y reconocimientos por
su obra, entre ellos el “Premio Castilla y León 1990” de
Investigación Científica y Técnica. Los resultados de su
investigación han sido recogidos en importantes obras
científicas y entre sus discípulos se han formado catedráticos
de universidad, profesores, analistas, directores de industrias
químico-farmacéuticas, etc.
Actualmente reside en Salamanca, donde sigue trabajando
como Catedrático en la Facultad de Biología. Su afición a la
historia le ha llevado a publicar varios títulos en los últimos
años, entre otros: José Cafranga: profesor universitario
salmantino... (Salamanca, 1997) y La guerra de sucesión en
Salamanca, La Alberca y Ledesma en 1707-1708: aspectos
inéditos (Salamanca, 1999), Revista de la Diputación de
Salamanca, nº 42.
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