Juan José Toribio Dávila* LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS: 60 AÑOS DE CAMBIOS Sesenta años después de la celebración de la Conferencia de Bretton Woods, de la que nacieron el Fondo Monetario y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (hoy Grupo Banco Mundial), los diversos acontecimientos económicos han obligado a una adaptación de las funciones de estas instituciones para responder a la nueva configuración de los mercados financieros internacionales y las necesidades de sus países miembros. Este trabajo analiza la evolución de ambas instituciones, revisando los acontecimientos que han precipitado los principales cambios e identificando los retos pendientes para el futuro. Palabras clave: sistema financiero internacional, sistema monetario internacional, instituciones financieras multilaterales, Banco Mundial, FMI. Clasificación JEL: F33. 1. Introducción Bajo la perspectiva de una inminente victoria en la Segunda Guerra Mundial, se celebró en un apartado hotel de Bretton Woods, N.H., del 1 al 22 de julio de 1944, la denominada «Conferencia Monetaria y Financiera de Naciones Unidas». Participaron en ella 44 países, y otro (Dinamarca) envió una simple representación de menor nivel. Una cumbre tan limitada, y sin la presencia de ningún Jefe de Estado o presidente de gobierno, sería hoy considerada un happening político de menor nivel, pero el ambiente de esperanza y novedad en que entonces se vivía bastó para convertir el encuentro en el punto de partida de un nuevo orden económico internacional. * Profesor del IESE. De la Conferencia se derivó la decisión de crear tres instituciones básicas. En primer lugar, el Fondo Monetario Internacional, cuyo convenio constitutivo fue firmado ya finalizada la guerra (27 de diciembre de 1945). Su primera Asamblea de Gobernadores, es decir, de ministros de finanzas y presidentes de bancos centrales, tuvo lugar en Savannah, Georgia, sólo unas semanas después (8 de marzo de 1946), aunque el comienzo efectivo de sus operaciones financieras se retrasó hasta el 1 de marzo del año siguiente. La segunda institución fue el llamado Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo, cuya propia denominación indica un claro afán de reparación por la gran destrucción generada en la guerra, aunque su propio éxito en materia de reconstrucción le llevó pronto a centrarse en la financiación de proyectos en países 60 ANIVERSARIO DE LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS Diciembre 2005. N.º 827 ICE 17 JUAN JOSÉ TORIBIO DÁVILA atrasados que, de hecho, no habían participado en el conflicto. Pasó, pues, a ser más identificado con la marca «Banco Mundial», cobertura actual de las diversas entidades en las que ha quedado configurado su grupo financiero. Por fin, la Conferencia de Bretton Woods previó la creación de un tercer organismo, desde el principio denominado Organización Mundial de Comercio que, no obstante —y por razones largas de explicar—, no adquirió carta de naturaleza ni entró en funcionamiento hasta casi 50 años después, aunque bien es cierto que alguna de sus previsibles funciones fueron asumidas por un acuerdo general (el GATT) suscrito en 1947. Dado que casi nadie identifica hoy a la OMC con la conferencia de Bretton Woods, los párrafos que siguen limitan su análisis a sólo las dos primeras instituciones: FMI y BM. 2. La trayectoria del FMI El Convenio Constitutivo del Fondo asignó a la institución una serie de objetivos y funciones que, traducidos desde su peculiar lenguaje técnico (el «fundés», según la irónica expresión que con frecuencia emplea el staff) al idioma de nuestros días, pueden enumerarse como: a) Fomentar la cooperación monetaria internacional, la estabilidad cambiaria y los regímenes de cambio ordenados. b) Posibilitar un crecimiento «equilibrado» del comercio internacional, como contribución a altos niveles de empleo y prosperidad. c) Promover la «convertibilidad» de todas las monedas, es decir, la eliminación de restricciones cambiarias que tanto dificultaban la expansión del comercio. d) Facilitar el ajuste de las balanzas de pagos. e) Finalmente, «infundir confianza a los países miembros, poniendo a su disposición temporalmente los recursos generales del Fondo (procedentes de cuotas), dándoles así la oportunidad de equilibrar sus cuentas exteriores sin recurrir a medidas perniciosas para la prosperidad nacional e internacional». 18 ICE 60 ANIVERSARIO DE LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS Diciembre 2005. N.º 827 Nadie ha procedido a una revisión general de esos fines, por lo que siguen siendo teóricamente la razón de ser de la institución. El sistema monetario y la propia economía internacional han experimentado, sin embargo, cambios tan sustanciales, que ponen en tela de juicio la misión del Fondo o, al menos, parecen reclamar una reflexión profunda sobre la «hoja de ruta» que pueda orientar la trayectoria de la entidad en el mundo actual. Algunos de esos cambios respondieron a shocks perfectamente identificables como puntos de ruptura, o como hitos básicos de alteración en la evolución del sistema monetario internacional. Otros (quizá los más profundos) fueron graduales y continuos, por lo que no resultaba fácil valorarlos en el acontecer diario. Entre los primeros (cambios asociados a auténticos shocks económicos o políticos), los futuros tratados de Historia Económica no dejarán de registrar la reunión que el presidente Richard Nixon mantuvo con altos funcionarios de su gobierno en la residencia de Camp David el 15 de agosto de 1971, ocasión en la que se decidió que los Estados Unidos interrumpirían la paridad fija del dólar respecto al oro (piedra angular del esquema diseñado en Bretton Woods). Como era previsible, tal acuerdo provocó, casi inmediatamente, un abandono generalizado de los compromisos cambiarios respecto al dólar por parte de las restantes monedas. Todo el sistema se derrumbó y vanos resultaron los intentos de recuperar nuevas paridades de equilibrio que permitieran retornar a un esquema general de tipos de cambio fijo. Tras el colapso del esquema cambiario de Bretton Woods, la volatilidad de paridades pasaría a formar parte de un escenario en el que el Fondo Monetario Internacional parecía haber perdido su rumbo e, incluso, su razón de ser, en forma tal, que no han faltado desde entonces voces y escritos que ponen en duda la propia existencia de la institución. En 1972, la Junta de Gobernadores del Fondo decidió crear una comisión (grupo de los veinte) para la reforma del esquema, pero el estallido de la primera crisis del petróleo (diciembre de 1973) interrumpió sus trabajos. Dos años después, se constituyó el llamado «Comité LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS: 60 AÑOS DE CAMBIOS Interino», cuyos esfuerzos habrían de dirigirse a la reforma del FMI y aun del propio sistema cambiario. Su «interinidad» se prolongó, sin embargo, durante 27 años, al término de los cuales, tampoco aparecía suficientemente claro el rumbo a seguir. Y es que, mientras tanto, se habían producido nuevos e inquietantes shocks en el esquema monetario internacional. Una segunda crisis energética, declarada en 1980, vino a absorber la atención de todos los actores del sistema, planteando la necesidad de arbitrar cauces en orden al llamado «reciclaje de petrodólares», es decir, a la tarea de corregir, vía movimientos de capital, los profundos desequilibrios financieros originados por las fuertes transferencias de fondos hacia los países productores de petróleo. El FMI realizó aportaciones sustanciales a la solución del problema, y jugó un papel decisivo, arbitrando nuevas facilidades de crédito o prestando asistencia técnica en cuanto le fuera requerido. Apenas iniciado el restablecimiento de la normalidad, volvieron a encenderse las señales de alarma (otoño de 1982) cuando México y otros países latinoamericanos declararon la imposibilidad de hacer frente a los pagos derivados de la gran deuda externa que habían acumulado en ejercicios inmediatamente anteriores. Fue la denominada «crisis de la deuda externa», y en ella también el FMI desempeñó un destacado papel, contribuyendo a su superación como catalizador de nuevas fórmulas financieras, eventualmente arbitradas por la comunidad bancaria internacional, con el respaldo y garantía de la Administración norteamericana y de los gobiernos de algunos países europeos. Nada de esto, lógicamente, podía haber sido previsto 40 años antes por los participantes en la conferencia de Bretton Woods. Si embargo, el FMI mostró una notable adaptabilidad a circunstancias tan variadas y difíciles, lo que volvió a revitalizar su imagen. La arquitectura del sistema monetario internacional aún había de verse sometida a nuevas y duras pruebas en la década siguiente. Sucesivas crisis financieras se desataron en México (con la secuela del llamado «efecto Tequila»), Tailandia, Corea, Indonesia, Brasil y, final- mente, Argentina, cuyos ecos todavía reverberan en la memoria de quienes a ellas se vieron sometidas. Una vez más, las miradas de todos los protagonistas del sistema se volvieron al Fondo Monetario Internacional, en busca de soluciones financieras efectivas y, de nuevo, el FMI se vio obligado a un serio ejercicio de reflexión sobre sus responsabilidades, su misión, sus objetivos, sus recursos y sus procesos de toma de decisiones, un proceso que todavía perdura. Pero con todo, los cambios más profundos no fueron quizá los sobrevenidos a consecuencia de shocks concretos, como los hasta aquí enumerados. Más importantes resultaron, en última instancia, otras transformaciones graduales, silenciosas y continuas, que vinieron a configurar un universo monetario, muy distinto al que se contemplaba en 1944. Tras esos cambios, los parámetros e inquietudes de la conferencia de Bretton Woods se nos antojan hoy casi irreconocibles. En efecto, del artículo 1. del Convenio Constitutivo se desprende que los founding fathers del FMI tenían sólo in mente los flujos comerciales, así como los desequilibrios externos que de ellos pudieran derivarse, y las fórmulas cambiarias que pudieran corregirlos antes de que degeneraran en crisis abiertas. Lo auténticamente «sistémico» era, para ellos, el comercio exterior. En modo alguno pudieron prever que los movimientos internacionales de capital —bien por inversión directa, bien por créditos de diversa configuración— pudieran crecer exponencialmente, hasta superar con mucho el volumen de las transacciones comerciales. No pasaron por su imaginación fenómenos tan decisivos como la globalización financiera, el volumen del mercado de divisas, la intensidad de su contratación continua en tiempo real, la difusión universal de la información, la amplitud de los mercados de valores, el protagonismo del ahorro institucional, la inflación de activos, o la rápida incorporación de nuevas potencias económicas al sistema globalizado. Como consecuencia de todos esos cambios decisivos, el mundo de hoy, a diferencia del de la posguerra, viene caracterizado por rasgos del siguiente tenor (Buira, 2005): 60 ANIVERSARIO DE LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS Diciembre 2005. N.º 827 ICE 19 JUAN JOSÉ TORIBIO DÁVILA a) Los Estados Unidos, que al término de la Segunda Guerra Mundial eran prácticamente la única fuente de financiación internacional, son hoy un país fuertemente importador de capitales, con un volumen de pasivos financieros claramente superior al de sus activos externos. b) El escenario europeo ha cambiado radicalmente. Varias monedas importantes (como las antiguas de la Eurozona) han desaparecido del sistema y los países emisores han arbitrado una nueva moneda común. Las transacciones entre estas economías resultan, en esencia, operaciones intrapaís, por lo que, en sentido estricto, no puede hablarse de «desequilibrios exteriores» de unos con otros, ni pretender que necesitan las mismas fórmulas de ajuste que en el pasado. Se necesita un nuevo esquema de análisis, porque, en lo político, el término «país de la eurozona» quizá continúe teniendo alguna vigencia pero, en lo económico, ha quedado superado. Extrañamente, cada uno de esos «países» conserva su cuota y su poder de voto independiente en los órganos de gobierno del FMI, con un peso conjunto superior en un 70 por 100 al de los propios Estados Unidos, aunque su PIB consolidado sea claramente inferior. La cuestión podía no tener mayor importancia cuando se trataba de economías independientes, pero que ha cobrado una nueva perspectiva desde el momento en que todas ellas decidieron constituirse en una unidad de decisión monetaria. c) Por otro lado, los países del G-7 continúan manteniendo el control de las instituciones de Bretton Woods. Sin embargo, hoy no representan más del 14 por 100 de la población del mundo y el 44 por 100 del PIB global. Las naciones «emergentes» y las economías «en transición» reúnen, por su parte, al 84 por 100 de la población global y, en términos de poder de compra, disponen de un PIB similar al de los siete grandes. En esa porción mayoritaria del mundo existen, pues, dudas razonables sobre la legitimidad democrática del gobierno del FMI y sobre la oportunidad de las decisiones por él adoptadas. d) Finalmente, las reservas de divisas en poder de los países emergentes (incluyendo China y los demás 20 ICE 60 ANIVERSARIO DE LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS Diciembre 2005. N.º 827 «dragones asiáticos») han pasado de 33.000 millones de dólares en 1970 a más de 1,4 billones en los momentos actuales. Superan, así, con mucho (de hecho, casi duplican) el volumen de las correspondientes a las economías avanzadas quienes, no obstante, continúan tomando decisiones como si nada hubiera cambiado y fueran todavía ellas las titulares de las reservas internacionales. En el mundo nuevo, así configurado, el FMI parece obligado a afrontar retos muy distintos a los del pasado y, en consecuencia, a adaptar su estructura, sus recursos y sus prioridades a las peculiares circunstancias del momento actual. Piénsese, por ejemplo, en la nueva dimensión adquirida por el problema de la corrección de desequilibrios internacionales. En el pasado, tales desequilibrios procedían —como antes hemos dicho— de operaciones simplemente comerciales, se generaban sobre todo en los países en vías de desarrollo y eran corregidos mediante una combinación, bien estructurada, de alteraciones cambiarias, créditos del Fondo, y políticas de ajuste (fiscal y/o monetario) asociadas a la llamada «condicionalidad» del FMI. Éste proporcionaba además la asistencia técnica necesaria y la supervisión imprescindible para llevar a buen término el proceso. Hoy, los principales desequilibrios internacionales aparecen en la balanza exterior de los Estados Unidos y no está claro qué podría hacer el FMI, salvo continuar con sus informes del Artículo IV y pedir políticas de ajuste a unas autoridades como las norteamericanas, escasamente proclives a seguir las recomendaciones de un organismo multilateral y, desde luego, no necesitadas de créditos preferenciales, asistencia técnica o procesos de supervisión. El otro lado del problema viene constituido por Japón y, sobre todo, por la República Popular China. Para resolverlo, sus autoridades monetarias habrían de alterar la paridad del yuan o, mejor aún, modificar el régimen cambiario que ha permitido una subvaloración tan evidente de esta moneda. Poco puede hacer, sin embargo, el Fondo Monetario Internacional, salvo —de nuevo— LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS: 60 AÑOS DE CAMBIOS incluir en su informe periódico del artículo IV una mera recomendación para que las autoridades chinas lleven a cabo tales cambios, sin garantía alguna de que ello vaya a materializarse en la práctica y, desde luego, sin ningún elemento de presión. ¿Qué podría ofrecer, o exigir, el FMI a un país como China, cuyo nivel de reservas de divisas excede, con mucho, de los recursos financieros de la propia institución? China mantiene además un agravio permanente frente al Fondo, por la baja cuota y el escaso poder de voto que el país tiene asignados, aun cuando disponga de una silla permanente en el Directorio Ejecutivo. Si del problema del ajuste pasáramos al de la «contribución a altos niveles de empleo y bienestar» (otro de los objetivos iniciales del FMI), cabría preguntarse qué puede hacer hoy la institución, por ejemplo, para asegurar que los países de la Eurozona, sumidos en un horizonte de estancamiento, procedan a acometer las reformas estructurales necesarias, tanto en el mercado de trabajo como en los de bienes y servicios, o reduzcan la pesada carga fiscal que sus ciudadanos soportan. O bien, cómo lograr que reaparezca en Europa la confianza de consumidores e inversores para atenuar, entre otros procesos, el de «deslocalización» industrial, provocado por aquellas rigideces y por la pérdida de competitividad que de ellas se deriva. De nuevo, más allá de las simples recomendaciones en el informe del artículo IV, el Fondo aparece inerme para afrontar problemas tan sustanciales de la economía contemporánea o coadyuvar a su solución. En cuanto a las crisis financieras internacionales —otro de los problemas del mundo actual— la experiencia ha mostrado una evidente necesidad de que el FMI sea dotado de suficientes instrumentos, tanto para la prevención como para la solución de los desequilibrios, una vez declarados. Para lo primero, el Fondo debería disponer de más y mejores recursos, junto a más y mejores políticas, y más o mayores elementos de transparencia. Se ha sugerido, por ejemplo (Camdessus, 2005) que las conclusiones preliminares de las misiones del Fondo, incluso las del artículo IV, sean abiertas a debate público en el país afectado, antes de elevarse a la consideración del Directorio Ejecutivo en Washington. Tales debates deberían involucrar a fuerzas políticas, organizaciones de la sociedad civil, círculos académicos, etcétera, para proporcionar al propio Fondo mejores elementos de juicio y para incrementar la atención de las autoridades económicas del país hacia las conclusiones del FMI. Para lo segundo (gestión de las crisis, una vez declaradas), continúa siendo necesario para el FMI disponer no sólo de un volumen muy superior de recursos, sino de nuevos instrumentos legales. Hace ya tres años que el llamado Comité Monetario y Financiero del FMI señaló la conveniencia de dos reformas básicas en este terreno: a) En primer lugar, la inclusión (quizá obligatoria) de las llamadas «cláusulas de acción colectiva» en las futuras emisiones de deuda soberana, de forma que se establecieran desde el principio los procedimientos a seguir en caso de impago. b) En segundo término, la creación del denominado «Mecanismo de Reestructuración de la Deuda Soberana» (SDRM), mediante el que se implementaría a nivel internacional, un procedimiento de suspensión de pagos para las deudas de los gobiernos. Sin duda, ambas reformas podrían contribuir a una más ordenada solución de los defaults y las crisis internacionales por ellos provocadas. Todos esos retos, más la necesidad de adaptar las cuotas, el poder de voto y, en definitiva, los órganos de gobierno del FMI al nuevo equilibrio de fuerzas en el ámbito económico internacional, aseguran que no habrá de faltarles tarea a los responsables políticos de la entidad, 60 años después de su creación. 3. La evolución del Banco Mundial Si la trayectoria histórica del FMI ha venido dominada por la fuerza de los cambios sociales y económicos, la del BIRD no ofrece dosis menores de complejidad. De hecho, el Banco ha sido impactado no sólo por los cambios globales que afectaron al Fondo, sino por otros específicos, propios de su actividad. 60 ANIVERSARIO DE LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS Diciembre 2005. N.º 827 ICE 21 JUAN JOSÉ TORIBIO DÁVILA El Banco Mundial comenzó sus operaciones en 1947, con un crédito de 250 millones de dólares, otorgado ¡al gobierno francés! para proyectos relativos a la reconstrucción de infraestructuras. Bastaría, pues, confrontar —en su naturaleza y su volumen— ese crédito a uno de los países que hoy pertenecen al G-7 (Francia) con los que ahora se otorgan a las economías más pobres del mundo, bajo el esquema de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, para comprender la importancia de los cambios experimentados en la operativa del Banco Mundial. Ya en los años cincuenta, la actividad del Banco se alejó del objetivo de reconstrucción posbélica, para abordar la financiación de proyectos concretos de desarrollo en lo que entonces empezó a denominarse «Tercer Mundo». El problema era cómo podrían otorgarse créditos muy por debajo de las condiciones de mercado (únicos que los países subdesarrollados podían asumir) sin poner en peligro la solvencia del propio Banco, cuya principal fuente de financiación habría de consistir en emisiones abiertas de bonos y en una apelación generalizada al mercado internacional de capitales. Aunque el objetivo básico del Banco no fuera la maximización de beneficios, era obvio que los costes de funcionamiento y el propio crecimiento de la institución debían ser cubiertos mediante un margen aceptable en sus operaciones financieras. Para resolver el dilema se creó, en 1960, la Asociación Internacional de Fomento, como «ventanilla blanda» del Banco Mundial, capaz de conceder créditos concesionales, de bajos tipos de interés, a las economías más pobres del mundo. Los créditos de AIF (o IDA en su acrónimo inglés) pasarían a financiarse con aportaciones voluntarias de países relativamente desarrollados (en la actualidad, una treintena) otorgados cada tres años mediante las llamadas «reposiciones de fondos», que se han materializado ya en trece ocasiones. La propia IDA señala quiénes son los países «elegibles» (hoy más de 80) para la obtención de sus créditos concesionales, en función de las circunstancias económicas de cada uno de ellos. 22 ICE 60 ANIVERSARIO DE LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS Diciembre 2005. N.º 827 Cuatro años antes (1956), y dentro de los mismos objetivos de ayuda al «Tercer Mundo», se había constituido la Corporación Financiera Internacional, mediante la que se pretendió promover inversiones privadas en los países en vías de desarrollo, facilitando asistencia técnica y participando en la financiación de iniciativas de inversión, sin necesidad de aval gubernamental. Se iba, así, configurando el Grupo Banco Mundial, como respuesta a los sucesivos retos que su misión inicial iba planteando, con el afán de movilizar en paralelo recursos públicos y fondos privados1. Hasta el final de los años sesenta, es decir, en los primeros cinco lustros de su existencia, la financiación del Banco Mundial se dirigió básicamente a los campos de la energía, infraestructuras de transporte y apoyo a la industria básica, como forma de «cebar la bomba», bajo la esperanza de que ello generase suficiente ahorro e inversión doméstica como para facilitar el despegue de los países atrasados. Basta repasar los textos de la época sobre Economía del Desarrollo para constatar que ésos eran los términos en los que el problema se planteaba cuando se organizaban seminarios y discusiones académicas. A partir de los años setenta, empezó a agotarse el espíritu de optimismo propio de la posguerra, y a constatarse que el desarrollo económico resultaba un empeño mucho más arduo y complejo de lo que inicialmente se había pensado. A pesar de los esfuerzos aplicados, era obvio que persistía la pobreza, a veces extrema, en diversas partes del mundo y que probablemente no podría evitarse convivir con ella durante mucho tiempo, aunque —eso sí— diseñando métodos para reducirla y aliviarla en lo posible. La «lucha contra la pobreza» tomó el relevo de aquellos viejos eslóganes relativos a la «promoción del desarrollo» y en el Banco Mundial, bajo la presidencia de Robert Mc Namara, ese nuevo espíritu de realismo propició la financiación de proyec- 1 El grupo Banco Mundial se completó con la creación del «Centro Internacional para el Arbitraje de Diferencias relativas a Inversiones (CIADI)» en 1966 y del «Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones (OMGI)» en 1988. LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS: 60 AÑOS DE CAMBIOS tos agrícolas, educativos, sanitarios, etcétera, destinados a satisfacer necesidades básicas de la población, más que a apoyar el take off de las economías subdesarrolladas. En la década de los ochenta se produjo un despegue efectivo de las economías del sudeste asiático, arrancando de la pobreza a masas enteras de población, bajo un esquema de atracción de inversiones privadas hacia esa zona del mundo, para la que se elaboró la expresión «economías emergentes». Comenzó a tomar cuerpo la idea de que los capitales privados tenían un potencial muy superior al de las meras transferencias concesionales, tanto para el crecimiento económico como para la lucha contra la pobreza. El Banco Mundial, y las demás instituciones multilaterales, deberían —se dijo— asumir un nuevo papel, como catalizadores y estimuladores de inversiones directas procedentes del sector privado hacia las economías en vías de desarrollo. Éstas, por su parte, deberían reducir sus desequilibrios endémicos y, sobre todo, ajustar sus estructuras legales e institucionales para facilitar el proceso, hasta convertirse en ámbitos favorables a la inversión privada. El Banco podía contribuir sustancialmente a esos procesos de ajuste. Las ideologías todavía predominantes en los años ochenta podían difícilmente aceptar esos planteamientos, por lo que las voces críticas no tardaron en aparecer. En un informe de 1987, UNICEF consagró la expresión «ajuste con rostro humano», tomándola prestada de la que los reformadores checoeslovacos habían aplicado al neocomunismo por ellos sugerido antes de que la invasión soviética de 1969 cerrara el paso a cualquier posibilidad de apertura. El «rostro humano» propuesto por UNICEF, e inmediatamente aceptado por otros organismos, planteaba una fuerte crítica sobre los efectos —en su opinión negativos— que, los programas de ajuste estructural podrían tener sobre los más débiles. Sin embargo, la experiencia continuada de los países del sudeste asiático y de algunos latinoamericanos (Chile) parecía contradecir tales críticas. La caída del muro de Berlín vino a confirmar la posición de los partidarios de fortalecer el flujo de capitales privados y de revisar el papel del Banco Mundial. Se elaboró, así, el llamado «Consenso de Washington». Cuando, a finales de los noventa, las economías emergentes experimentaron una cadena de crisis financieras, su valor como modelo resultó deteriorado, a pesar de la rapidez con que superaron sus dificultades. De nuevo, pasaron a subrayarse los aspectos más directamente asistenciales del Banco, centrados ahora en esquemas como el de alivio a la deuda externa (iniciativa HIPC). La reducción del endeudamiento exterior vendría vinculada a sendas estrategias de lucha contra la pobreza por parte de los países concesionarios, para asegurar que la condonación de los créditos tuviera un «impacto real en la vida de los pobres». Así, los gobiernos afectados pasaron a elaborar documentos denominados Poverty Reduction Strategy Papers (PRSP) con amplia participación de la sociedad civil y los acreedores bilaterales. El Banco Mundial proporcionaría (junto con el FMI) asistencia técnica para la elaboración de esos programas estratégicos, que habrían de incluir objetivos claros, con indicadores medibles y calendarios precisos. ¿Dónde nos encontramos ahora? En el panorama actual parece imponerse un período de reflexión tras sesenta años de experiencia y a la luz de la Declaración del Milenio, adoptada por Naciones Unidas en septiembre de 2000 y de los Millenium Development Goals, proclamados meses después. De acuerdo con los datos del propio Banco Mundial, en las décadas recientes se han conseguido mejoras importantes en las condiciones de vida de los países pobres. El número de personas que viven con menos de un dólar al día se ha visto reducido en 400 millones durante los últimos 25 años. La esperanza de vida en los países en vías de desarrollo se ha incrementado en 15 años, a lo largo del mismo período de tiempo, mientras la proporción de analfabetos que, al principio del período, suponía el 50 por 100 de la población, se ha reducido a la mitad, con progresos especialmente visibles en Asia y América Latina (Wolfowitz, 2005). Sin embargo, las condiciones de vida para amplias capas de población en el África Subsahariana y 60 ANIVERSARIO DE LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS Diciembre 2005. N.º 827 ICE 23 JUAN JOSÉ TORIBIO DÁVILA otros rincones del planeta continúan siendo inaceptables y reclamando soluciones específicas, a las que el Grupo Banco Mundial no puede ser ajeno. En palabras de su actual presidente, el Banco Mundial debe, además, profundizar en la comprensión y el impulso a cuatro drivers fundamentales del desarrollo económico: a) La generación de liderazgo con responsabilidad, así como la lucha contra la corrupción. b) El desarrollo de la sociedad civil, especialmente en cuanto se refiere al respeto y promoción de los derechos de las mujeres. c) La potenciación del sector privado en los ámbitos productivos. d) El imperio de la ley, en especial para aquellos aspectos que se refieren a la igualdad ante las normas legales y la potenciación de los derechos de los más pobres. Continúa teniendo pleno sentido la financiación del Banco Mundial a proyectos de Sanidad, Educación, Infraestructuras, Energía y Agricultura, así como los esfuerzos específicos de reducción de la deuda externa y de alivio a las capas más pobres de la población mun- 24 ICE 60 ANIVERSARIO DE LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS Diciembre 2005. N.º 827 dial. La estrategia actual del Banco, como la de otros organismos multilaterales, podría, sin embargo, centrarse más en situar tales políticas en un contexto institucional y de «buen gobierno», sin el cual, las contribuciones asistenciales parecen perder una gran parte de su sentido, su valor, y su eficacia. Se trata, sin duda, de retos difíciles que habrán de condicionar toda la estrategia de ayuda al desarrollo en las próximas décadas. Referencias bibliográficas [1] BUIRA, A. (Ed) (2005): The IMF and the World Bank at Sixty, Anthem Press, Londres. [2] CAMDESSUS, M. (1994): El FMI a los cincuenta años: retos y perspectivas, Madrid. [3] CAMDESSUS, M. (2005): International Financial Institutions: Dealing with New Global Challenges, Per Jacobson Foundation lecture, Washington. [4] DE RATO, R. (2005): Address to the Board of Governors, Washington DC. [5] TORIBIO, J. J. (1999): Hacia un nuevo Sistema Monetario Internacional, Congreso Nacional de Economía, Alicante. [6] WOLFOWITZ, P. (2005): Address to the Board of Governors of the World Bank Group, at the Joint Annual Discussion, Washington DC.