La Subjetividad en las Ciencias Sociales, una cuestión Ontológica y

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Posada, J. 2006. La Subjetividad en las Ciencias Sociales, una cuestión Ontológica y no Epistemológica
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La Subjetividad en las Ciencias Sociales,
una cuestión Ontológica y no
Epistemológica
Jorge Gregorio Posada (jorge.posada@ucaldas.edu.co). Departamento de Filosofía. Universidad de Caldas
(Colombia)
Abstract
The following paper will take the polemic between social sciences and natural sciences. I will argue that although
social sciences are immersed in the subjective and natural sciences in the objective, it does not implicate that
objective knowledge is exclusive of natural sciences. I will show the possibility objective knowledge in social
sciences and, in fact, it has been so, despite the subject character in its objects of study: social constructions. To
demonstrate the previous argument, I will use the distinction between the ontological, as the mode of being, and
the epistemological, as the sphere of the judgment.
Key words: philosophy, epistemology, ontology, social and natural sciences.
Resumen
El siguiente texto abordará la polémica ciencias sociales ciencias naturales. Argumentaré que si bien las ciencias
sociales están inmersas en lo subjetivo y las ciencias naturales en lo objetivo, esto no implica que el conocimiento
objetivo sea exclusivo de las ciencias naturales. Mostraré que es posible el conocimiento objetivo en las ciencias
sociales, y que de hecho se ha dado, a pesar del carácter subjetivo de sus objetos de estudio: los hechos sociales.
Para demostrar lo anterior, me valdré de la distinción entre lo ontológico, como modo de ser de las cosas, y lo
epistemológico, como la esfera de los juicios que se emiten sobre las cosas.
Palabras claves: filosofía, epistemología, ontología, ciencias sociales y naturales.
Introducción
Cada vez cobra más fuerza la idea de que las grandes preguntas que han dado origen a la filosofía y que han
conformado la llamada tradición filosófica, si bien importantes para la especulación racional, y con ello para la
culturización humana, no han de ser el único objeto de estudio de la filosofía. A los filósofos les es lícito trabajar a
espaldas de la realidad, pero también les es lícito como filósofos enfrentarse a ella. Algunos se sienten cómodos
encerrados en sus cuartos investigando asuntos como la validez o invalidez de, por ejemplo, la unidad sintética de
la apercepción y su injerencia con el yo trascendental, qué eso sí, “¡debe poder acompañar todas mis
representaciones!” Para esto consultan libros que datan de 1781 ó 1787, y se ven en la necesidad de recurrir a
comentaristas que de entrada riñen entre sí en la interpretación del filósofo.
Otros ejercen la filosofía olvidando sus tradicionales conflictos, y se valen de ella como instrumento de constante
crítica teórica. Crítica que se desenvuelve en el análisis de conceptos, los que en su mayoría fungen dentro de una
disciplina particular como fundamentales. Existen, por ejemplo, profesionales de la filosofía dedicados a analizar el
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alcance semántico de conceptos como mente, concepto fundamental de la psicología; ley y tecnología
fundamentales para la ciencia; justicia en la política; lenguaje en la lingüística, etc. Y si bien ambas posiciones
filosóficas no son excluyentes, pues en muchas ocasiones lo que hace un filósofo del primer grupo es analizar
críticamente un concepto de la filosofía, por ejemplo el de sustancia, cosa en sí, representación, o por qué no
Justicia, si lo son en sus propósitos. Para los del primer grupo, la finalidad de su práctica filosófica es mostrar lo que
realmente quiso el filosofo decir cuando introdujo determinado concepto y cómo esto es adecuado para mantener
la coherencia de toda su doctrina. Para los del segundo grupo, lo más importante no es mostrar las implicaciones
de un concepto dentro de una doctrina filosófica específica; sus propósitos son mostrar las consecuencias que
determinadas ideas filosóficas, sin importar la época en que se produjeron, tienen en el cúmulo de creencias de las
personas, independiente de si éstas son filósofos o no.
Considero que los profesores de filosofía y gran parte de los estudiantes que se preparan para ser profesores de
filosofía grosso modo pertenecemos al primer grupo. Debemos trabajar con nuestros estudiantes las doctrinas
filosóficas y sus autores, mostrando lo que ellos realmente quisieron decir, interpretándolos lo más fiel posible,
evitando que nuestras motivaciones personales socaven en sus defectos o los endiose por sus virtudes. Así que
tenemos que ir a sus libros y consultar sus ediciones de 1781 y 1787. Claro está, que sólo después de que se tenga
claridad conceptual con respecto a una determinada doctrina filosófica se ha de ser crítico con ella, pero esta crítica
la hacen los que pertenecemos al primer grupo, teniendo como horizonte la doctrina misma, pues no es justo
desacreditar un sistema filosófico, que apenas se le está ayudando a comprender a un estudiante, a partir de un
momento histórico que el filósofo en cuestión no tuvo por qué avizorar.
Los del segundo grupo, dan la espalada a los tradicionales meollos filosóficos y ejercen su profesión a partir de los
problemas más acuciantes del presente. Y si bien pueden enriquecerse sus investigaciones con el material racional
que la tradición filosófica ha ido acumulando, sus propósitos son precisamente sacarlos de la tradición y
proyectarlos como posibles fuentes de reflexión para los problemas que concurren en el presente. Así, se toman la
licencia de ir más allá de las doctrinas filosóficas en tanto esto sea útil para la reflexión e investigación de
problemas contemporáneos.
Estas dos maneras de hacer filosofía pueden entenderse desde dos definiciones distintas de la filosofía. Pues a
diferencia de lo que ocurre en otros campos del saber, en filosofía no se posee una definición taxativa y única de lo
que ella puede ser. Lo que hay es un grupo de definiciones, las cuales se asumen a partir de las formas, contenidos,
motivaciones y propósitos, con que los practicantes de esta disciplina deciden ejercer su profesión. Digamos que el
primer grupo de filósofos reseñados son filósofos de la filosofía y hacen filosofía de la filosofía. Los del segundo
grupo pueden ser considerados como filósofos de, y hacen filosofía de X, entendiendo X como una variable que
puede testarse con cualquier tipo de productos teóricos: ciencia, lenguaje, ética, política, religión, etc. De ahí que
se pueda hacer filosofía de la ciencia, de la ética (por ejemplo empresarial), filosofía de la política, de la religión. Al
estar interesados en la reflexión filosófica de otra disciplina, este tipo de filósofos no se enfrascan en las
tradicionales disputas filosóficas. Se valen de las otras disciplinas, de sus conceptos y sus proposiciones, para a
partir de ellas ejercer la reflexión filosófica.
En el siguiente texto haré un primer intento por hacer filosofía de. No presentaré el análisis de un concepto
filosófico especial dentro de una doctrina filosófica especial. Haré un análisis crítico de un par de conceptos y
extrapolaré este análisis a una región no propiamente filosófica: las ciencias sociales. Para esto me valdré del
filósofo John Searle y de sus reflexiones entorno a las ciencias mencionadas, con lo que se ejemplifica además la
posibilidad y efectividad de hacer filosofía de, en este caso de las ciencias sociales.
Polémica Ciencias Naturales, Ciencias Sociales
Es ya casi una obligación, si se desea abordar desde la filosofía ese grupo de disciplinas que conforman las llamadas
humanidades, preguntar por el estatuto de su cientificidad. Pues se quiere hacer filosofía de las ciencias sociales o
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humanas, cuando ha hecho carrera la afirmación de que en realidad estas no son propiamente disciplinas
científicas, pues a pesar de ser ciertas maneras de conocimiento, no son propiamente conocimiento científico. Si la
antropología, la sociología, la psicología, la deontología, la pedagogía, que son las que entre otras forman las
llamadas humanidades, no son realmente ciencias, ¿cómo se pretende hacer filosofía de las ciencias humanas o
ciencias sociales? Considero que la famosísima disputa de la cientificidad de las ciencias sociales o humanas, puede
soslayarse analizando el concepto de ciencia, mostrando lo que ha entendido occidente por ciencia, y con ello qué
propiedades o características tiene que tener un discurso para ser asumido como científico. Si las disciplinas que
convergen dentro de las llamadas humanidades no poseen estas características o propiedades, simplemente se
deberán excluir de lo científico, lo cual a mi parecer no es tan atroz, pues ciencia como tal es solo un nombre, una
denominación tal vez elegante, o pomposa, pero de hecho nada realmente definitivo o relevante cuando el
propósito es comprender sectores de la realidad.
Los que estudiamos filosofía sabemos que el momento histórico en el que se configuró definitivamente la ciencia,
separándose del gran árbol de la filosofía, fue en el periodo moderno. Científicos o filósofos, o mejor filósofos de la
naturaleza, (la verdad en este tiempo apenas se hacía la distinción entre filósofos y científicos) como Galileo y
Newton, renunciaban a la estricta especulación metafísica y silogística, ponderando la clase de argumentación que
incluyese evidencia empírica y sobre todo que fuese organizada y sistematizada bajo el lenguaje matemático, un
lenguaje extensional. El momento decisivo para que se separara de la filosofía esa parte del conocimiento que hoy
día llamamos ciencia, fue entonces cuando dentro de la misma filosofía un grupo de pensadores empezaron a
supravalorar en la construcción de sus teorías la evidencia empírica y el instrumento matemático. Ellos mismos
reclamaban como sus objetos de estudio todo aquello que pudiese ser justificado empíricamente y reducido al
lenguaje matemático. La naturaleza terrestre, aquella que desdeñaban los filósofos, metafísicos y teólogos por su
corruptibilidad, gravedad y pecado (que además podía ser aprehendida por medio de los sentidos, metrizada o
reducida al lenguaje matemático), se convirtió entonces en el objeto de estudio, de este grupo de hombres que
más que filósofos eran en consecuencia los primeros científicos.
Galileo anota en su “Carta a Cristina de Lorena” que su intención no era mostrar cómo se va al cielo, sino cómo va
el cielo. Declaró que habían descubierto el lenguaje en que estaban escritos los secretos de la naturaleza y la
manera de leerlo. “La naturaleza está escrita en caracteres matemáticos”. Así que los matemáticos están prestos
para conocer sus secretos. Valga decir que Galileo se refiere a la naturaleza terrestre, no a la naturaleza
contemplativa o metafísica; no habla de la sustancia, o del ser que es, sino del movimiento de los péndulos, de las
montañas de la luna, de la caída de las piedras. Newton, que nace en el año en que muere Galileo en 1642, es el
que culmina el desmembramiento de la ciencia de la filosofía, aunque su libro fundamental, declarado el primer
libro clásico de la ciencia, tiene como título “Filosofía Natural y Principios Matemáticos”, lo que sugiere un tinte
filosófico. Es la configuración final de la ciencia, y el inicio de los criterios metodológicos que van a guiar en
adelante el saber científico. El citado libro que tiene como propósito explicar el movimiento mecánico de las
partículas, que ya no son estrictamente ni bolas, ni péndulos, sino valores numéricos; sugiere definitivamente cual
ha de ser el objeto de estudio de la ciencia: la materia, que en tanto cuantificada y determinada por leyes, es
calculable y previsible.
Así que la ciencia se configuró como el saber justificado por la evidencia empírica (observación), además ordenada
y sistematizada por la estructura matemática, lo que le permite la cuantificación y predicción de sus objetos de
estudio. La demarcación definitiva del conocimiento científico, se logró a inicios del siglo pasado, cuando un grupo
de filósofos y científicos, los del llamado Círculo de Viena, establecieron lo que consideraron los criterios que
permitían distinguir el conocimiento genuinamente científico, del pseudo científico (sus posturas son muy similares
a las esbozadas anteriormente). Son científicas las teorías que cumplen con las siguientes condiciones: justificación
y contrastación empírica, expresables en lenguajes cuantificables, y finalmente, las que en virtud de su ordenación
y sistematización permiten la predicción.
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Retomando el asunto de las ciencias sociales, podemos preguntar ¿cuáles de las teorías que convergen dentro de
las llamadas ciencias humanas o sociales son justificables empíricamente, expresables en un lenguaje cuantitativo y
además predictivas? Pensemos por ejemplo en la Psicología, la disciplina que tiene por objeto de estudio la psiquis
humana, y con ella los sentimientos, comportamientos y deseos humanos, ¿será que desde ella se pueden
construir teorías, por ejemplo sobre los deseos, en un lenguaje cuantificable? ¿Será que la sociología puede hacer
predecible el comportamiento de las sociedades, tal como el científico Edmund Halley en 1682 puedo predecir el
movimiento de un cometa? La respuesta parecer ser negativa, y con ella se pretende justificar la exclusión del
territorio de la ciencia a las llamadas humanidades. Así que se puede argumentar que:
Todo genuino conocimiento científico ha de ser justificable empíricamente, cuantificable y predictivo.
Ninguna de las disciplinas que conforman las humanidades o ciencias sociales son justificables empíricamente,
cuantificables y predictivas.
Ningunas de las disciplinas que conforman las humanidades o ciencias sociales son genuino conocimiento
científico.
Valga decir que si bien algunas disciplinas de las humanidades cumplen con una u otra condición, en tanto que no
cumplan con las tres, dada esta línea de argumentación, no se consideran estrictamente científicas.
En lo personal, considero que si bien los criterios de evidencia empírica, cuantificación y predicción son adecuados
garantes de conocimiento científico, no son los únicos. Por ejemplo la coherencia, consistencia y utilidad y
justificación empírica, propios de disciplinas como la antropología, la deontología, y la misma sociología, pueden
fungir como criterios válidos de rigor cognitivo. Además, la discusión de si las humanidades son o no una ciencia
tiene como presupuesto que es científico lo que se adecue, se empariente o se asemeje a la mecánica clásica de
partículas (la física de Newton). Recordemos que está teoría fue la que se desprendió definitivamente de la
filosofía, y fue a partir de ella que se establecieron los criterios de cientificidad. Ahora bien, cómo pedirle a las
disciplinas que convergen dentro de las humanidades que cumplan estos criterios, cuando sus objetos de estudio
son en esencia tan distantes de los de la física.
La definición de lo que es ciencia, tal como se ha mostrado, es una definición que parte de la argumentación por el
ejemplo. Argumentar por el ejemplo consiste “en presuponer la existencia de algunas regularidades de las que los
ejemplos darán una concreción”. Lo problemático de este tipo de argumentación, es que obtener a partir del
ejemplo un grado de generalización lo suficientemente amplio para la futura contención de casos particulares, es
riesgoso, sobre todo cuando el campo en el que se quiere aplicar es disímil, no regular.
Si bien la física es un buen ejemplo de ciencia, tal vez el más claro, a pesar de todo, de ella no se puede extraer las
concreciones definitivas de lo que es ciencia en su sentido general, pues a través del concepto ciencia los hombres
se han referido a una serie amplia y disímil de discursos cognitivos. Tal vez los hombres con el vocablo ciencia
quieran hacer referencia al tipo de saber empírico, coherente y útil, ordenado. O como lo señala el filósofo de la
ciencia Karl Popper, al tipo de saber que se construye con el racionamiento crítico, aquel que ante todo, busca la
objetividad en la constante crítica de las teorías y presupuestos en que se construye. Con lo que podría afirmarse
que las humanidades no están excluidas del territorio de la ciencia.
Diferencias en los Objetos de Estudio
Cuando David Hume propuso su Tratado de la Naturaleza Humana, advirtió que una disciplina que tenga como
objeto de estudio al hombre debe considerar justamente aquellos aspectos en los que el hombre difiere de los
otros objetos. Si bien un hombre que se arroja desde un veinteavo piso se acelera a la misma velocidad que una
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piedra que cae a su lado, y eventualmente puede destrozarse tal como la piedra, el estudio de la naturaleza
humana no ha de considerar al hombre como un cuerpo más de la naturaleza, o una partícula con una masa
cuantificable. “Los hombres piensan, actúan, sienten, y hablan, de manera que las “materias morales-materias
humanas” se refieren al pensamiento, las acciones, las pasiones, y el lenguaje de los humanos. Hume se interesa
por aquello en que lo que consiste el ser humano, por lo que tiene de especial o diferente el ser humano “por la
naturaleza humana” (Stroud 1995). Así que pretender juzgar la cientificidad de las humanidades a partir de la física,
es dejarse arrastrar por la falacia de lo no atinente. Pues se pretende comparar a la física, con otras disciplinas que
aunque al igual que la física pretende conocer una región de la realidad de manera sistemática y consistente, son
disímiles en sus objetos de estudio. Sería como comparar el fútbol con el básquetbol y decir que cómo en el
primero el propósito es hacer goles, y es un deporte, entonces, todo lo que pretenda ser deporte ha de tener como
propósito hacer goles, y como en el básquetbol no se hace goles, entonces no es un deporte.
En lo que sigue, la pretensión es mostrar la diferencia entre los objetos de estudio de las ciencias sociales en
relación con los objetos de estudio de las ciencias naturales. A partir de esta diferencia, se podrá acentuar la tesis
de que la polémica ciencias humanas ciencias naturales no es legítima, pues en una disputa legítima los
contrincantes deben por lo menos compartir un mismo nivel, tener rasgos comunes que permitan hacer justa la
competición, lo cual no sucede en las citadas ciencias. Como tampoco sucede si se pone en disputa un equipo de
fútbol con un equipo de básquetbol.
La Diferencia entre los Objetos de Estudio de las Ciencias Sociales y las Ciencias Naturales
Tal como lo mostró Russell en su filosofía del atomismo lógico, toda investigación a de partir de datos
incontestables. Estos son datos de una seguridad tan razonable que a nadie se le ocurriría negarlos. Russell afirma
que toda argumentación, científica o no, ha de iniciarse a partir de algo que se sobreentienda como verdadero;
datos incontestables, los cuales por la aversión que genera cuando alguien supone su negación, garantizan la
comunión con la razón. Es un ejemplo de dato incontestable decir que existe el mundo, y aunque hay ciertas
razones que harían posiblemente falsa esta afirmación, con lo cual no sería necesariamente verdadera, parece que
el solo hecho de negarla causa cierta apatía racional. Descartes una vez lo hizo y la suerte que corrió dentro de la
historia de la filosofía, fue la de ser considerado como el padre del escepticismo hiperbólico. Lo cierto es que
aunque las implicaciones de sus teorías nos han dejado ante la imposibilidad de saber si somos o no somos
cerebros en cubetas de laboratorio, tenemos la seguridad razonable para pensar que existe el mundo y que a pesar
de Descartes esto ha de ser un dato incontestable.
Los datos incontestables con que ha de iniciar la distinción entre los objetos de estudio de la ciencias sociales en
relación con las ciencias naturales, son los mismos que nos ha sugerido Russell en su filosofía del atomismo lógico:
“El mundo contiene hechos, que son lo que son pensemos lo que pensemos acerca de ellos, y hay
también creencias, que se refieren a esos hechos y que por referencia a dichos hechos son verdaderas o falsas”. El
objeto de estudio tanto de las ciencias sociales como de las ciencias naturales son los hechos que hay en el mundo,
solo que las propiedades de los hechos de estudio de las ciencias sociales son diferentes, en esencia, a las
propiedades de los hechos de estudio de las ciencias naturales. Lo que nos sugiere que hay una distinción
ontológica entre los objetos de estudio de las ciencias sociales y los objetos de estudio de las ciencias naturales.
La Distinción entre Hechos Institucionales y Hechos Brutos
Para mostrar la distinción entre objetos de estudio de las ciencias anteriormente citadas, tomemos un ejemplo de
cada una de ellas. La institución del matrimonio es un asunto de trabajo de investigación en ciencias sociales.
Sociólogos y antropólogos estudian este acuerdo social, que refleja en las formas de ejecutarse las tradiciones
culturales de cada sociedad. A partir de este fenómeno social, los estudios de las ciencias sociales muestran
algunos tipos de intereses que los humanos ponderan y que los determina y diferencia de los demás objetos
naturales. Al parecer los únicos objetos naturales que desean casarse son los humanos, si bien algunos animales no
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humanos como los gorilas estableces uniones estables, sobre todo cierta poligamia, lo cierto es que el matrimonio
con su intervención religiosa, sus períodos de compromisos rituales, ceremoniales, etc., es un tipo de evento
estrictamente humano. Así, es el matrimonio un hecho de estudio de las ciencias sociales, pues como advertimos
desde Hume, una disciplina que tenga como objeto de estudio al hombre, debe considerar justamente aquellos
aspectos en los que el hombre difiere de los otros objetos naturales: el matrimonio es uno de estos aspectos.
La luna, como una masa gigante que orbita la tierra, es objeto de estudio de las ciencias naturales. Tiene un
diámetro de aproximadamente 3.476 Km., y se mueve alrededor de la tierra cada 27 días, 7 horas y 43 minutos. Su
comportamiento, aunque singular dada su posición espacial, es similar al de otros cuerpos, pues la luna, al igual
que una bola de billar, o un péndulo, o cualquier cuerpo con masa, esta determinada por las leyes mecánicas, las
cuales son indiferentes a las creencias o propósitos humanos. La constitución de la luna, su comportamiento, si
bien comprensible por los humanos, es independiente de los todos los aspectos humanos, lo que la hace no un
objeto de estudio de la ciencias sociales, sino un objeto de estudio de las ciencias naturales.
De los anteriores ejemplos podemos empezar a colegir las características propias de los objetos de estudio de cada
una de estas ciencias.
Lo primero es que los objetos de estudio de las ciencias sociales, como el matrimonio, depende del acuerdo
humano. Para la existencia de los mismos se requiere la existencia de los humanos. Si no hubiesen personas
dispuestas a convenir con el evento del matrimonio este no existiría, esto porque los objetos de estudio de la
ciencias sociales, y digámoslo de una vez los hechos sociales, dependen del acuerdo humano. El dinero, por
ejemplo, es también un hecho social o si se quiere institucional. Para que el dinero como tal exista se requieren
personas que interactúen con él, que lo utilicen para pagar bienes y servicios, pues de lo contrario sería simple
papel. Así que el dinero como tal es un hecho social, pues su existencia depende del acuerdo humano. Con lo que
podemos concluir que, los objetos de estudio de las ciencias sociales, que de ahora en adelante llamaremos hechos
sociales, dependen del acuerdo humano.
Los objetos de estudio de las ciencias naturales, como la luna, no dependen del acuerdo humano. Para la existencia
de los mismos no se requiere la existencia de los humanos. Así, si no hubiese personas dispuestas a indagar por los
movimientos de la luna, su masa o densidad, ésta a pesar de todo seguiría existiendo. Así que los objetos de
estudio de las ciencias naturales, de ahora en adelante llamaremos hechos brutos que no dependen del acuerdo
humano.
John Searle concluye a partir de esta distinción que hay una realidad socialmente construida, la cual aquí estamos
considerando como el objeto de estudio de las ciencias sociales. Pero de igual forma existe una realidad que es
totalmente ajena a las decisiones o creencias humanas, una realidad completamente objetiva y que es la base de la
realidad socialmente construida. Por ejemplo, el dinero, aunque hecho social, requiere del soporte, ya sea bronce,
oro, plata o papel, para su constitución; estos materiales que existen independientemente de los humanos son la
base del hecho social dinero. Así, que tendríamos dos tipos de realidades; o utilizando la jerga filosófica, hay dos
tipos de ontología. La ontología de los hechos sociales, objeto de estudio de las ciencias sociales, la que depende
del acuerdo humano, y la ontología de los hechos brutos, objeto de estudio de las ciencias naturales, la que no
depende del acuerdo humano. Y es curiosa que estas dos maneras de ser del mundo apenas si son reconocidas.
Como anota Searle “el niño crece en una cultura en la que la realidad social le es, sencillamente, dada. Aprendemos
a percibir y a usar automóviles, bañeras, casas, dinero, restaurantes y escuelas sin pararnos a pensar en los rasgos
esenciales de su ontología, y sin tomar conciencia de que tiene una ontología especial”.
Estos dos tipos de ontología, puede también distinguirse a partir de los rasgos que son intrínsecos al mundo y los
rasgos del mundo que son relativos a las personas en tanto que observadores. Los primeros son aquellos que
configuran lo que en esencia es el mundo en tanto que ajeno a las decisiones humanas. Cuando hablábamos de la
luna, como una roca gigante con un diámetro de 3.476 Km., con una masa que orbita la tierra cada 27 días, 7 horas
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y 43 minutos, estamos refiriéndonos a rasgos del mundo que son intrínsecos. Existen independientes de las
representaciones mentales que los humanos tengan de ellos. La composición química de los cuerpos, el volumen, la
masa, son rasgos intrínsecos del mundo. Las ciencias naturales se abocan a su estudio y por esto, estas ciencias
radicalmente desatienden las actitudes subjetivas de los observadores, pues estudian justamente los rasgos
ontológicos del mundo que son independientes de las personas. De ahí que la objetividad tan vanagloriada en estas
ciencias está en parte garantizada, pues justamente sus objetos de estudio son netamente independientes de las
actitudes humanas.
Los rasgos del mundo que son relativos al observador son aquellos que dependen de la actitudes humanas, de las
capacidades que tienen las personas para representarse mentalmente el mundo. Representaciones que les
permiten recrear el mundo, rehacerlo partiendo de sus propósitos. Por ejemplo la piedra, en tanto que rasgo
relativo al observador, puede convertirse en un pisapapeles, en un instrumento para cortar carne o en un objeto
preciso. Intrínsecamente, la piedra es un objeto con una masa, un volumen, una composición química
determinada; relativamente la piedra es un pisapapeles o un corta carnes o una joya preciosa. Ahora bien, si hemos
de emitir un juicio sobre lo que es la piedra, debemos primero aclarar qué aspecto ontológico de la piedra nos
interesa, aquellos que son intrínsecos, o aquellos que dependen del observador. Con los primeros, como
mencionamos, es más próxima la objetividad, con los segundos y dada la necesidad del mutuo acuerdo, es algo
resbaladiza la objetividad, pues la constitución ontológica del hecho mismo, necesita de las convenciones humanas.
Ahora bien, a partir de esta distinción podemos encarar otro de los asuntos que incomoda a las investigaciones en
ciencias sociales, y es la acusación de la imposibilidad de que en ellas se alcance conocimiento objetivo. La
subjetividad y el relativismo, conceptos que cognitivamente son peyorativos, parecen los lastres que han de hundir
a las investigaciones de las ciencias sociales en el mar de la opinión, de la doxa. Esto en un primer momento puede
ser aceptado, pues lo cierto es que si lo subjetivo obedece no a las cosas como son en sí mismas independiente de
las creencias, gustos deseos o representaciones de las personas, y las ciencias sociales deben conocer las cosas a
partir de las creencias, gustos, deseos o representaciones de las personas, entonces inexorablemente las ciencias
sociales se hunden en el subjetivismo. Lo mismo se puede decir del lastre relativista, si el relativismo consiste en
considerar las cosas a partir de los acuerdos humanos, de las convenciones contextuales que por demás dependen
de las culturas, de sus creencias y maneras de representar el mundo, entonces en tanto que los hechos sociales
dependen de las creencias de las culturas y sus maneras de representación, las investigaciones en ciencias sociales
han de ser relativistas.
Decir que las investigaciones en ciencias sociales son relativistas y subjetivistas, es a todas luces sacarlas
definitivamente del ámbito del conocimiento. Desde Platón, especialmente en su diálogo El Teeteto, sabemos que
el relativismo y el subjetivismo implican afirmaciones tan irracionales, como la negación al principio de no
contradicción. Recordemos que Teétetes, cuando siguiendo a Protágoras, afirma que el conocimiento depende de
las creencias de cada individuo, es arrastrado por Sócrates a la afirmación contradictoria de que una cosa es y no
es. Teétetes termina afirmado que el viento es frío y no frío, pues algunos se lo representan frío y otros no frío
(caliente), con lo que el viento será frío y no frío al mismo tiempo. Por ejemplo, una persona que vive en Pereira y
viaja a Manizales, con la mala fortuna de tener que bañarse en esta ciudad a las 6 a.m., podrá afirmar que el agua
de Manizales es fría. Una persona que ha vivido en Ipiales y que viaje a Manizales y cumpla con la sana costumbre
de bañarse a horas de la mañana, podrá decir que el agua de Manizales no es fría; como sus afirmaciones depende
de sus determinaciones individuales y culturales, es apenas presumible que en algún momento sean
contradictorias: el agua es fría y no es fría, y si lo mismo ocurre dentro de las ciencias sociales, en donde ha de
tenerse en cuenta las determinaciones individuales y culturales, es apenas presumible que caigan también en la
contradicción.
Es un dato incontestable que una investigación o trabajo cognitivo que falte al principio de la no contradicción es
irracional. Como se ha anotado, el relativismo y el subjetivismo conducen a las investigaciones por la senda de la
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irracionalidad, pues niegan el principio de no contradicción, y si las investigaciones en ciencias sociales son
relativistas y subjetivistas, son por tanto irracionales.
Este desenlace fatal para las ciencias sociales puede fácilmente desmoronarse si hacemos un buen uso de la
filosofía en tanto instrumento de análisis conceptual. Como mencionamos al principio de este escrito, la filosofía en
tanto análisis conceptual permite abordar los problemas que aquejan a otras ciencias, facilitándoles el desarrollo.
No se trata de que la filosofía sea simplemente la sirvienta de la ciencia, sino que las ciencias puedan servirse de la
filosofía, que entren en la casa de la disciplina que tiene como objeto de estudio el análisis conceptual, y utilice los
dos bienes precisos que la filosofía puede brindar: El primero una larga tradición de análisis y crítica de los
conceptos fundantes para la experiencia humana, tanto cognitiva como vital, y segundo, el mismo instrumento de
que se ha valido ella para construir su tradición, el instrumento del análisis y de la crítica racional. Ahora bien, si
realmente cuando la filosofía abandona su casa y se inserta en el terreno de la ciencia, poniendo al servicio de ésta
sus dos bienes preciados, funge como una sirvienta, nada más virtuoso para la filosofía, pues como lo sugiere
Sócrates, Jesús y Einstein, el verdadero valor de la vida humana, y añadamos, de los productos humanos, depende
de en qué medida se dirijan las acciones, pensamientos y sentimientos al servicio de los demás. De ahí que si la
filosofía se pone al servicio de los demás, es realmente valiosa.
Retomando el asunto que desvirtúa las investigaciones en las ciencias sociales por relativistas y subjetivistas,
encontramos que tal descrédito se debe a una confusión conceptual, o lo que en filosofía se llama errores
categoriales, es decir, imprecaución en los usos de los niveles del discurso. Es un error categorial, por ejemplo,
decir que las cosas son verdaderas, afirmar que esta silla es verdadera es un error. La silla es simplemente un hecho
del mundo, y los hechos son los hechos, lo que es verdadero o falso son los enunciados o las proposiciones que
describen los hechos. Del enunciado “la silla es de madera” sí puede decirse que es verdadero o falso, pero de los
hechos como tales, de la silla como tal, no se puede afirmar que es verdadera o falsa, pues hacerlo sería un error
categorial.
El error categorial que hace ver a las ciencias sociales como una disciplina sumergida en la subjetividad y en el
relativismo, consiste en no saber diferenciar lo epistemológico con lo ontológico, pues lo subjetivo y con él lo
objetivo, tal como lo muestra Searle en su texto La Construcción de la Realidad Social, depende de la distinción que
existe entre lo ontológico y lo epistemológico. Aclaremos que lo epistemológico obedece a los juicios, pues
recordemos que la epistemología tiene como objeto de estudio nuestros modos de conocimiento, y estos son
básicamente referidos a través de los juicios. Así que desde lo epistemológico habrán juicios que son subjetivos y
juicios que son objetivos, si se quiere, juicios que son epistémicamente objetivos y juicios que son epistémicamente
subjetivos. Los primeros son aquellos en donde su verdad o falsedad es independiente de las actitudes, deseos, o
motivaciones de los emisores del juicio. Por ejemplo, el juicio “Nacional fue el primer equipo del fútbol colombiano
campeón de la copa Libertadores”. Es un juicio epistémicamente objetivo, pues su verdad o falsedad no depende
de mis actitudes, deseos o motivaciones, la verdad del juicio no depende de mí que soy el emisor. Un juicio es
epistémicamente subjetivo cuando su verdad o falsedad depende en gran parte de las actitudes, deseos o
motivaciones del emisor. “Nacional es el mejor equipo del rentado colombiano” es, como puede verse, un juicio
epistémicamente subjetivo, pues la verdad del mismo depende de mis actitudes, deseos y motivaciones.
Con lo ontológico sucede algo similar. Se debe trazar la distinción entre lo ontológicamente subjetivo, y lo
ontológicamente objetivo. Aclaremos que lo ontológico obedece a los modos de existencia de los entes, de las
cosas. Hay entes que tienen un modo de existencia que es ontológicamente subjetivo y hay entes que tienen un
modo de existencia ontológicamente objetivo. Las cosas que tiene un modo de existencia ontológicamente
subjetiva son aquellas que, justamente para existir depende de las personas, de los sujetos. Por ejemplo, el dinero
como hecho social, depende de los sujetos. El dinero como tal existe en tanto existan sujetos, por esto su modo de
ser es ontológicamente subjetivo. Los modos de existencia que son ontológicamente objetivos, son aquellos que no
dependen de los sujetos, por ejemplo, el trozo de papel de que esta hecho el billete, como trozo de papel, tiene
una existencia ontológicamente objetiva, si desapareciese las personas, si todos los sujetos que pertenecemos a la
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Posada, J. 2006. La Subjetividad en las Ciencias Sociales, una cuestión Ontológica y no Epistemológica
Cinta moebio 25: 8-16
www.moebio.uchile.cl/25/posada.htm
especie humana dejásemos de existir, el papel como tal continuaría existiendo así que este es ontológicamente
objetivo.
La confusión categorial en la polémica sobre las ciencias sociales, obedece, en parte, a considerar lo
ontológicamente subjetivo de los hechos sociales, como algo epistémicamente subjetivo. Error categorial. Los
hechos sociales son, en tanto hechos sociales, ontológicamente subjetivos, depende de los sujetos. Pero de que los
hechos sociales sean ontológicamente subjetivos no se sigue que los juicios, las investigaciones que de ellos se
haga, sean epistémicamente subjetivas. Podemos referirnos objetivamente a los hechos sociales. Tener juicios
objetivos sobre los hechos sociales, juicios que no dependen de las motivaciones, deseos, o actitudes del
investigador para determinar su verdad. Por ejemplo que “el Nacional fue el primer equipo colombiano campeón
de la copa Libertadores”, es un juicio epistémicamente objetivo, que describe un hecho que es ontológicamente
subjetivo. Un hecho social. Así que como vemos, es posible referirnos objetivamente a los hechos sociales, con lo
que la supuesta imposibilidad de que las investigaciones en ciencias sociales sean objetivas obedece a un error
conceptual, que puede ser desechado en tanto hagamos análisis conceptual, un ejercicio muy apropiado para el
filósofo.
Bibliografía
PLATON. 2003. Teetetes. México: Porrúa.
GIBSON, Quentin. 1982. La lógica de la investigación social. Madrid: Tecnos.
RUSSELL, Bertrand. 1981. “La filosofía del atomismo lógico”. En: La concepción analítica de la filosofía. Selección de
Javier Muguerza. Madrid: Alianza.
SEARLE, John. La construcción de la realidad social. Barcelona: Paidós.
STROUD, Barry. 1995. Hume. México: UNAM.
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Recibido el 09 Nov 2005
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