INTENTANDO ACLARAR EL CONCEPTO DE «SÍNTESIS DISYUNTIVA» (DE G. DELEUZE. Luis Sáez Rueda Una de las nociones nucleares que articulan la filosofía de G. Deleuze es la de «síntesis disyuntiva». El concepto me parece muy oportuno en la actualidad. En primer lugar, porque parte de la constatación de que todo lo que hay en la realidad (social, política, cultural, ontológica...) es pluralidad (algo que se hace cada vez más palpable en el presente). En segundo lugar, porque nos conduce a pensar una relación entre lo diferente que (a) no diluye la diferencia ni la disuelve en una unidad más grande, devoradora, y que (b) relaciona lo diferente con lo diferente por medio, precisamente, de la diferencia. De ese modo permite pensar —disculpen el intrincado juego de palabras— una relación de lo diferente que respeta la diferencia misma pero que no deja indiferentes a ninguna de las diferencias relacionadas. Para aclarar el complejo concepto seguiré pasos explicativos: 1. Realidad como campo de fuerzas [Textos clave: Deleuze, Nietzsche y la filosofía, I, §§ 2-4; II., §§ 6 y 11; Nietzsche, pp. 31-35] El pensamiento deleuzeano incorpora la concepción nietzscheana según la cual lo real es un campo de fuerzas. Yo me lo aclaro a mí mismo más o menos del modo siguiente. Todo acontecimiento de la existencia humana (y Deleuze lo extenderá al ser en general) es, antes que nada, una fuerza. Una fuerza —esto es importante— siempre está «corporeizada». Por ejemplo, la fuerza del viento está corporeizada en el aire. Toda fuerza se desplaza y transmite, transformándose. Por ejemplo, la fuerza del viento actúa sobre la superficie del mar y crea olas. Pues bien, se ha desplazado y transformado encarnándose en el agua. Salir a la calle es una fuerza corporeizada en una conducta; un partido político es una fuerza corporeizada en una organización ideológica; una mirada es una fuerza corporeizada en unos ojos y un rostro; todo es fuerza. La fuerza no se “ve”, lo que se “ve” es su encarnación. Por ejemplo, la mirada. La mirada de una persona en realidad no se “ve”; se “ve” su encarnación, que es ese conjunto complejo gestual de los ojos y de todo el rostro. Por ejemplo, un partido político: posee una fuerza en el contexto de la democracia, pero esa fuerza no se “ve”; lo que se “ve” es su encarnación en acciones concretas que surgen de ese partido político. Pues bien, toda fuerza (encarnada, claro) es un influjo en el entorno: transforma, empuja, se rebela contra, apoya esto o lo otro, oscurece, ilumina, etc. En este sentido, la fuerza está caracterizada como pura acción o acontecimiento productivo. No hay caracterización peyorativa de la fuerza (como dominio, violencia, etc.). 2. El ser de la fuerza es el plural [Textos clave: los mismos que en el caso anterior] Deleuze subraya que el ser de la fuerza es el plural. Las fuerzas, en cuanto realidades intensivas, son, en efecto, dependientes entre sí. No cabe concebirlas aisladamente; se ejercen o padecen unas respecto a otras. ¿Es posible imaginar una fuerza por separado o una sola fuerza? Si su cualidad consiste en afectar y ser afectada, es absurdo la idea de una fuerza única o aislada. Una fuerza sólo es pensable en relación con otras fuerzas. Entremos más a fondo en la relación entre fuerzas. Para subrayar esta circunstancia podemos traer a escena una de las tesis más fascinante de Deleuze en este contexto: la que afirma en la fuerza una unidad inextricable entre acción y pasión (Nietzsche y la filosofía, pp. 90 ss). En efecto, para que las fuerzas (al menos dos) entren en relación recíproca, hay que presuponer, necesariamente, un poder de ser afectado en ellas. Es ese poder el que las pone en relación, el que las brinda la una a la otra. De modo, incluso, que cabe afirmar que el vigor de la actividad, en cuanto influjo, depende de la profundidad e intensidad de la afección. Este poder de ser afectado no puede ser pensado como una posibilidad abstracta que vendría a ser realizada en el juego de fuerzas. Se pone en obra en cada instante, como un acontecimiento in actu, a medida que las fuerzas en relación juegan su juego, siendo conducidas a un movimiento en el que cada una se ve afectada y actúa por y hacia la otra. Se hace mas claro así que la capacidad de afección no es pura pasividad, sino una afectividad positiva y productiva. Y cuanto mayor sea la capacidad de una fuerza para ser afectada, mayor será su capacidad de afección. Una fuerza sin capacidad para verse afectada no puede afectar. Curioso, ¿verdad? 3. La relación entre las fuerzas: síntesis disyuntiva [Textos importantes son, en este punto: Diferencia y repetición, pp. 202-214 (espec. 202-208); también Lógica del sentido, 67-71] 3.1. Relación Si lo real es campo de fuerzas (encarnadas, claro, como se ha dicho en el paso explicativo 1) y las fuerzas están destinadas a relacionarse entre sí (paso explicativo 2), es necesario que analicemos ahora el modo en que las fuerzas se vinculan, en virtud de su poder de ser afectadas. A esta relación la denomina Deleuze «síntesis disyunta». ¿Cómo se ponen en relación dos fuerzas? Por su encuentro mismo. En el encuentro entre ellas tiene lugar una recíproca afección y acción. Una se deja afectar por la otra y, desde esa afección que ha recibido, afecta a esa otra. Esto da lugar a una especie de «movimiento embrollado». Ejemplo. La ventisca riza el mar y crea olas. Pensemos en una ola. Su movimiento es una fuerza corporeizada en agua, como habíamos visto antes. Imaginemos ahora, junto a la ola, la fuerza constituida por el movimiento de un nadador. Le ha pillado de sorpresa la ola y nada hacia la orilla. Cada movimiento del nadador es su fuerza encarnada. Pues bien, cada movimiento del nadador y cada impulso de la ola se afectan recíprocamente, al tiempo que producen un cambio, una diferencia, en el encuentro mismo, encuentro que es creado y que, al unísono, los envuelve a ambos. La ola afecta al nadador y lo cambia, lo hace diferente: lo zambulle cabeza abajo. El nadador saca la cabeza a la superficie y bracea; afecta a la ola y la cambia, la hace diferente: tiene otra forma, otra dirección, otra intensidad. El movimiento embrollado no viene determinado de antemano por una ley o un principio aprióricos y externos a la relación. ¡Es generado en el encuentro mismo, en esta «historia embrollada», como una diferencia que engendra diferencia! 3.2. Hacia la idea de “diferenciante” Supongamos las dos fuerzas a las que nos hemos referido: la encarnada en el movimiento de una ola y la corporeizada en el movimiento de un nadador. Cada una posee diferencias internas: va cambiando. Entre un punto y otro de la ola hay una diferencia de intensidad, de dirención, de sentido, ... lo cual ocurre también en el caso de los sucesivos movimientos del nadador. Así que hay diferencias dentro de cada fuerza corporeizada y, además, entre las dos. Pensemos en las diferencias entre las dos fuerzas. Detengamos la unión de estas dos fuerzas, la de la ola y la del movimiento del nadador (esto es artificial pero servirá para captar una cuestión importante). Imaginemos dos puntos iniciales de la relación, uno de la ola (Ola 1) y otro del nadador (nadador 1). Entre ellos hay una diferencia. Ahora bien, es por esa diferencia por lo que hay que explicar el paso siguiente. Esa diferencia primera afecta al nadador y éste efectúa un movimiento (nadador 2). Este movimiento 2 estará, en el mismo instante, afectando a la ola (Ola 2). La diferencia “Ola 1 - nadador 1” ha provocado una segunda diferencia (ola 2 - nadador 2). Esta última conforma una relación de interafección y diferencia que “empujará” a una nueva relación, “ola 3 - nadador3”, y así sucesivamente. Conclusiones: 1) La relación comienza en virtud de la diferencia entre fuerzas. 2) La diferencia entre fuerzas de la que se parte siempre crea una diferencia segunda respecto a ella; 3) en el juego de tales interafecciones las fuerzas quedan “enlazadas” mediante la diferencia misma entre ellas. Pues bien, el «diferenciante» es la diferencia misma entre las fuerzas, y es él el que gesta el movimiento; su ser no se deja pensar como identidad cerrada que devora a ambas fuerzas. En primer lugar, porque está germinando y desapareciendo constantemente, a medida que el movimiento de la relación sigue su curso. Es y no es a un tiempo. Por eso lo llama a veces Deleuze «precursor oscuro». En segundo lugar, porque es, a un tiempo, generador y generado. Es generado porque es el «entre» de las fuerzas y sólo aparece cuando dos fuerzas se encuentran y se entrelazan. Es generador, porque, una vez que ya se han relacionado las fuerzas, ese «entre» o «intersticio» que es el diferenciante va dando lugar al movimiento. De ahí que sólo pueda ser pensado paradójicamente: tambien recibe el nombre de «instancia paradójica». Una relación disyuntiva entre fuerzas jamás concluye en una unidad cerrada, en una síntesis con una identidad cerrada. Una relación disyuntiva hace que las dos fuerzas se transformen recíprocamente, es decir, protege a cada una de ellas del peligro de su encapsulamiento en una identidad cerrada. La relación disyuntiva entre fuerzas es siempre creadora de algo nuevo, de algo inédito. Si le ha convencido, aplíquelo usted a la política.