GUILLERMO ZERMEÑO PADILLA Departamento de Historia. UIA SOBRE LA CRÍTICA "POSMODERNA" A LA HISTORIOGRAFÍA∗ Iggers, Georg G. Historiography in the Twentieth Century. From Scientific Objectivity to the Postmodern Challenge, Wesleyan University Press, Hanover N. H. y London, 1997,182 pp. La historiografía del siglo XX ha conocido diversas reformas al código científico de la historia articulado e institucionalizado en las universidades del régimen prusiano alemán durante el siglo XIX. En diversos momentos -antes de la primera guerra, en la entreguerra, en la posguerra, en los sesenta-, de acuerdo con sus propias tradiciones intelectuales -en los Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Bélgica o México-, la historia política de corte narrativo prevaleciente en el siglo pasado se transformó en la historia social y económica que conocemos y que generalmente se practica en el mundo académico de la historia. En esta renovación participaron desde luego los Annales de Bloch, Febvre y Braudel, pero también contó la influencia de la sociología cuantitativa norteamericana, la de la antropología social y la del neomarxismo alemán y británico. Estas reformas -muy diversas y complejas de acuerdo con cada caso nacional- han sido percibidas generalmente como un paso más dentro del perfeccionamiento y enriquecimiento de la ciencia de la historia, que adquiere carta de legitimidad desde el siglo XIX y que hará del historiador griego Tucídides, su emblema, en oposición a Herodoto, más "literario", menos "riguroso" y por lo tanto, "menos confiable". Sin embargo, como toda reforma, ésta incubó también nuevos problemas, nuevas preguntas, que han llegado a afectar la idea misma de la historia como ciencia, así como a las instituciones desde donde este saber se legitima y el pasado cobra realidad. Este aspecto "problemático" es el que Georg Iggers decide enfrentar en este libro de reciente aparición. I Georg G. Iggers es un reconocido estudioso de la forma como la historiografía ha evolucionado en el siglo XX a partir de su matriz decimonónica, de su matriz germánica a su pluralidad científico social en este siglo. Iggers se interesó primero en el estudio de la vía alemana a la historiografía científica, de ahí partió luego a observar la evolución de la disciplina en otros países. Aunque nació en Hamburgo en 1938, al emigrar sus padres ese mismo año a los Estados Unidos, se formó ahí como historiador; actualmente es profesor de la State University of New York. Esta doble raíz lingüística y su afición por la historiografía le ha permitido recorrer distintos ámbitos historiográficos, principalmente europeos y norteamericanos. Es un autor que desde los sesenta circula por los principales foros, seminarios y revistas que muestran un interés especial por hacer revisiones periódicas del avance y desarrollo de la escritura de la historia en el mundo occidental. En 1975 publicó su primer libro sobre "las nuevas tendencias de la historiografía europea" en el siglo XX con el cual se dio a conocer (fue reimpreso en 1984). Antes había publicado otro texto sobre la evolución de la historiografía alemana desde el siglo XIX: The German Conceptíon of History. The National Tradition of Historical Thoughtfrom Herder to the Present, el cual, como ha sido usual en sus trabajos, fue traducido y publicado también en alemán. Historiography in the Twentieth Century podría verse, por ello, como una síntesis actualizada de aquellos libros, de no ser por que en este libro introduce el reto que enfrenta la historiografía actual ante las corrientes llamadas "posmodemistas", identificadas alrededor de filósofos como Richard Rorty, de hombres de letras como Roland Barthes, o de historiadores como Hayden White. El principal interés de este libro radica, en mi opinión, en que sale al encuentro de los cuestionamientos hechos a los presupuestos teórico-metodológicos sobre los que se articuló la historiografía "reformada" del siglo XX. El origen de este texto en inglés es la ampliación de una versión alemana de 1993, traducida al español, al chino y al japonés. La aparición de este libro y su énfasis dejan ver que esta década va siendo más generosa en cuanto a estos 1 planteamientos críticos llegados desde dentro y de fuera del campo historiográfico. Entre el libro de 1975 y éste de 1997 hay semejanzas, incluso repeticiones. Ambos abren con un capítulo sobre la crisis de la historia, al que le sigue un repaso histórico de la historiografía practicada en las dos Alemanias de entonces, en Francia, los Estados Unidos y en otros lugares como Italia y Bélgica. Este repaso obviamente está actualizado en el de 1997, sobre todo después de la unificación alemana y la desaparición del bloque soviético. La "crisis de la historia" (o cuestionamiento al modelo de ciencia histórica prevaleciente) mencionada en la versión de 1975, ya hace referencia a los trabajos de Michel Foucault y de Hayden White; y toma en cuenta el desarrollo de la filosofía analítica que cuestionaba una noción simplista de verdad histórica, sostenida por la mayoría de los historiadores 2 independientemente de su signo ideológicos. ∗ Guillermo Zermeño, “Sobre la crítica ‘posmoderna’ a la historiografía”, una reseña de Iggers, Georg G. Historiography in the Twentieth Century. From Scientific Objectivity to the Postmodern Challenge, Wesleyan University Press, Hanover N.H. y London, 1997, 182 pp. Historia y Grafía, UIA, no. 9, 1997, pp. 221-229. 1 El libro Metahistoria de Hayden White, original de 1973, apareció apenas a principios de esta década en las lenguas española y alemana. 2 Estos acercamientos críticos ya argumentaban a favor del principio de la historicidad de toda noción de verdad y la idea kuhniana de que el carácter científico de la historia era también una función del diálogo y los acuerdos que entre la misma comunidad de historiadores se podían establecer. El texto de 1975 en su versión alemana (Neue Geschichtswissenschaft vom Historismus zur Historischen Sozialwissenschaft, Deutscher Taschenbuch Verlag, 1978) anotaba que en las últimas décadas se había venido realizando en el mundo "una clara reorientación en la investigación histórica" (p. 7). La historiografía tradicional (la del siglo xix), de índole fundamentalmente narrativa y de corte político, había acabado por ser sustituida durante el siglo xx por los métodos analíticos de las ciencias sociales. Bajo el influjo de la economía, de la sociología, de la demografía, de la geografía y de la antropología social, la historiografía tradicional se había transformado en una ciencia histórico-social de carácter interdisciplinario. Un cuarto de siglo después, en 1997, el autor observa el influjo creciente de una nueva historia cultural, la microhistoria a la Ginzburg o el interés por la historia de la vida cotidiana. Pero también destaca lo que anteriormente había vislumbrado: que no se trata tan sólo de la aparición de nuevos enfoques que vendrían a enriquecer y ampliar la idea de la historia y nuestro conocimiento del pasado, sino que son parte de un debate más agudo alrededor de los fundamentos teórico-metodológicos de la disciplina. Durante estas dos últimas décadas, se han dado -dice- algunos cambios básicos en la concepción (the thinking) y la práctica de los historiadores (p. 16). Se trata, ahora, de una reorientación radical del quehacer historiográfico tal como éste se configuró en el siglo pasado. La "crisis" apenas perceptible por Iggers en los setenta, acabó por hacerse evidente sobre todo a partir de los ochenta. En ese sentido, Historiography es una de tantas reacciones que van teniendo lugar -sobre todo en el ámbito anglosajón- frente al desafío presentado por el "pensamiento posmoderno". II Para explicar la aparición de estas nuevas formas de pensar la historia, Iggers recurre a argumentos contextualistas más o menos trillados: el descrédito de la idea de progreso y la crítica de la ciencia. Si bien la ciencia y la técnica fueron la palanca de la industrialización y la aparición de la sociedad de masas -condiciones "materiales" necesarias para que la historiografía pudiera ser pensada ya no sólo como la obra de los grandes hombres sino también como resultado de la participación de las masas y de los individuos anónimos-, éstas han sido transformadas por las revoluciones tecnológicas del siglo XX la naturaleza de las guerras y la recomposición de los viejos colonialismos y del imperialismo. En su explicación, el año de 1989 (o fin de la hegemonía soviética en Europa oriental) reviste una especial importancia. Representa el toque final de la posibilidad de pensar, de escribir la historia con base en un proyecto de historia total, de corte teleológico, con pretensión de "objetividad" (plena). En su lugar constata lo ya sabido: se tiene la fragmentación y multiplicación de formas de historiar. La ausencia de una centralidad teórica en la historia sólo vuelve a abrir la discusión acerca de su estatuto científico y deja ver una nueva complejidad en las formas de su escritura. Estos cambios del contexto sociohistórico han encontrado eco en las principales revistas de historiografía como Les Annales, Past and Present, American Historical Review, por mencionar algunas. También creo adivinar que su entrada al problema lleva una carga más "institucional" que propiamente "teórica". Esto tiene algunas aplicaciones, como se verá. Por ejemplo, dedica la primera parte a presentar una síntesis del surgimiento de la historia como una "disciplina científicoprofesional"; continúa con su transformación en una disciplina analítica bajo el reto de las ciencias sociales, y cierra con el nuevo desafío "posmodemo". En principio se puede estar de acuerdo con este esquema de periodización. Ilumina el proceso y la evolución de una trama bastante compleja de ¡das y venidas entre autores y discusiones en los dos últimos siglos. Incluso en términos generales se podría aceptar que el texto de Lawrence Stone de 1979 -The Revival Narrative: Reflections on a New Old History- fue un detonador que indicó el viraje que estaba tomando la historia en dirección de la recuperación de "lo lingüístico" y de la teoría literaria. (En ese ensayo el historiador británico advertía cómo muchos historiadores, desilusionados por los alcances de los métodos cuantitativos o seriales, estaban retornando las viejas formas de la narrativa para exponer sus historias). Iggers, por su parte, señala que el "viraje" se debió al interés renovado por captar "las experiencias de los seas humanos concretos". Esta nueva atención hacia "la experiencia implicó una revisión crítica de la racionalidad científica. La historia científico-social había presupuesto una relación positiva con un mundo moderno industrializado, en el cual la ciencia y la tecnología contribuían al crecimiento y desarrollo. Pero esta fe en el progreso y en la civilización del mundo moderno se ha sometido a una dura prueba desde los sesenta" (p. 97). Visto así, no es difícil entender que este "regreso a la narrativa" pueda ser valorado como un "regreso al romanticismo" o una nueva clase de historicismo. El punto decisivo está precisamente en ver hasta dónde esta reacción "posmoderna" constituye un atentado contra la razón de ser de la institución historiográfica (cuya finalidad es la preservación y producción de conocimientos), y hasta dónde se puede ver como el final del proyecto ilustrado que vincula una idea de la historia como progreso con la de la historia como empresa profesional y académica (pp. 141-7). Las preguntas abiertas por Iggers en sus reflexiones conclusivas adquieren un tono de dramatismo similar a aquellas del dilema "civilización o barbarie" de finales de la segunda guerra. Enfocadas de esta manera nos revelan el hilo que anuda sus preocupaciones y la resolución que a fin de cuentas puede ofrecer. III El reto "posmoderno constituye un haz ambiguo de amenazas y posibilidades para la institución historiográfica, ya que por lo menos presenta tres cuestionamientos: l) a la capacidad de producir conocimientos "objetivos", no equívocos, sobre el pasado, basada en una epistemología o teoría de la correspondencia o de la equivalencia exacta entre enunciado y realidad (lo cual, corno sabemos, supuso la distinción entre discurso científico y literario, incluso la diferencia entre historiadores profesionales e historiadores “espontáneos”); 2) a la idea rankeana de que las acciones humanas son reflejo de las intenciones de los actores, por lo que el historiador sólo tenía que dejarlas aparecer intenciones de los actores, por lo que el historiador sólo tenía que dejarlas aparecer dentro de un relato coherente; y 3) al supuesto de una temporalidad diacrónico y lineal en la cual es posible observar cadenas de causalidad entre los acontecimientos. La teoría "posmoderna" de la historia se caracteriza así por cuestionar tres de los principios básicos de la historiografía institucional: el del realismo cognoscitivo, el de la posibilidad de entender las acciones a partir de la intencionalidad de los actores y el de la posibilidad de observar secuencias cronológicas coherentes causases. Pero no toda la crítica es adjudicable a los "posmodernos". Iggers mismo señala cómo el modelo de ciencia histórico-social -alimentado tanto por la sociología marxista como por la funcionalista-, al interesarse por comprender grandes series de acontecimientos dejaba en un segundo plano la intencionalidad de los actores, e incluso hacía compleja la noción realista de la historia, pero sin llegar a cuestionar de fondo la pretensión de objetividad y la idea de continuidad y dirección de la historia (una historia progresiva, que hacía coincidir la historia mundial inevitablemente con el proceso de "occidentalización"). Iggers no abunda en estos problemas ni da seguimiento a alguna de las discusiones. Sólo los indica. Observa también cómo muchos historiadores se alejan de la idea de objetividad tradicional y se acercan a ver a la historia como "ficción" o fabricación que se desarrolla dentro de los linderos propios del lenguaje, más cercana a la literatura que a la ciencia. Parecería que se trata de un retorno a la era precientífica cuando la historia era parte de la retórica. Peligrosamente se llegaría a afirmaciones tales como: el lenguaje forma a la realidad, pero no la refiere; o el historiador trabaja con textos, pero es escéptico en cuanto a verlos como espejo de "lo real". Cita a Derrida: "there is nothing outside of the text" (p. 9). Pero que autores como White hayan destacado el componente literario o de ficción de todo libro de historia, no quiere decir que la realidad" necesariamente quede borrada. Lo que se está sugiriendo es que la noción de "realidad" se ha desplazado. Iggers no abunda, por ejemplo, en explicar por qué un mismo texto, un mismo documento, puede ser leído de múltiples formas, o por qué el texto puede quedar en un momento determinado como independiente o autónomo del mismo autor. Sólo llega a sugerir que si se toma en serio esta línea "posmodemista", la crítica historiográfica podría llegar a confundirse con la literaria, y así hacer desaparecer la identidad de la disciplina. Su balance final, por ello, se antoja un poco apresurado. Anota que si bien estas críticas han sido bienvenidas en las instituciones ocupadas en el estudio del pasado, su impacto ha sido importante pero limitado en la escritura de la historia. Si tales críticas fueran aceptadas cabalmente, esto implicaría, en su opinión, la desaparición de la historiografía científico-moderna y el abandono del proyecto racionalista-ilustrado. Pero una cierta ambigüedad no lo abandona al aceptar la característica metafísica o literaria de la historia. Por ejemplo, coincide con Roger Chartier, quien observa que la retórica era (puede ser) una forma peculiar de producir conocimiento; así también como la historia, a su modo, a través de los textos puede establecer una relación peculiar con la realidad que los precede. través de los textos puede establecer una relación peculiar con la realidad que los precede. Por lo cual la historiografía podría ser vista como el arte de dotar de inteligibilidad a textos que por sí mismos han dejado de tenerla, a través de procedimientos técnicos que la harían distinta de la fabulación (p. 12). Iggers también concede a la crítica "posmoderna" la insostenibilidad de la noción de una historia unitaria y continua. Su principal desacuerdo está en querer “arrojar al niño con todo y el agua sucia”, ya que según él, esto implicaría cerrar las posibilidades tanto de descubrir una racionalidad intrínseca a los procesos históricos como la de falsación, y con ello plantearía la imposibilidad de distinguir la 3 verdadera ciencia de la ideología. Sin duda, hay que reconocer la apertura de Iggers a los retos del "posmodernismo". Reconoce sus elementos correctivos al pensamiento y práctica de la historia, pero se resiste a abandonar el compromiso "originario" del historiador por capturar la realidad de acuerdo con la lógica de la investigación científica compartida por la mayoría de los académicos. IV ¿Estamos ante el nacimiento de un nuevo paradigma científico historiográfico, o se trata de una mera reforma del anterior? Me parece que esa es la cuestión de fondo que se viene planteando desde los sesenta y que no es afrontada en este texto al reducir la crítica sólo a los niveles institucionales del funcionamiento de la disciplina. Preocupado por la pérdida del sentido de "realidad" en la historia, en correspondencia con la historiadora feminista derridiana Joan Scott, ésta le contestó en 1994: "Mi argumento no es que la realidad sea “meramente” texto, sino más bien que la realidad puede solamente ser alcanzada a través del lenguaje. De modo que no es que las estructuras sociales y políticas sean negadas, sino que éstas tienen que ser estudiadas por medio de su articulación lingüística. Y Derrida es útil para ese estudio..." (p. 132). Aun tomando en cuenta este "giro" o vuelta hacia el lenguaje, o las modificaciones de la cuarta generación de los Annales a la tradición heredada a partir de 1988 (como expresión de intensos debates, la revista Annales cambió su subtítulo de Économies, Societés, Civilisations, por el de Histoire et Sciences Sociales), o la reaparición de la historia política, o el abandono de la historia total o Grand narrativo, o el regreso de la crítica epistemológica de Kant, Iggers observa las tendencias "posmodernistas" de la historia no como ingredientes de la aparición de un nuevo "paradigma" (y es que para que lo haya hace falta el consenso de la comunidad "científica"), sino como un pluralismo ampliado en la historiografía (p140). Aun cuando el "Noble dream" (Peter Novick, 1988) de objetividad científica se ha derrumbado, esto no significa la desaparición de la historiografía como 3 Esto en alusión explícita al debate francés y alemán en torno al holocausto. Para él no bastaría el argumento de H. White de que sólo desde una perspectiva moral es inaceptable negar la realidad del holocausto, pero es imposible estructurar una disciplina académica, sino sólo su complejidad, sofisticación y menor ingenuidad: "Nos hemos hecho más conscientes de hasta qué punto [los relatos históricos] no transmiten directamente la realidad, sino que ellos mismos son constructos narrativas que reconstruyen esas realidades, no arbitrariamente, sino guiados por hallazgos académicos y por un discurso académico. 4 La introducción de la semiótica o de la teoría literaria deja ver que la "realidad histórica" es un constructo que emerge de un diálogo entre el historiador y el pasado, pero que no sucede en el vacío sino dentro de una comunidad de académicos que comparten "criterios de plausibilidad" (Novick). Por lo tanto, la aparición del reto "posmodernista", concluye Iggers, no representa ni el fin de la historia ni la desaparición de la historia como empresa académica. Mucho menos la del proyecto ilustrado: El sendero que va de la Ilustración hasta Auschwitz fue infinitamente más complejo que lo que Adorno y Foucault hicieron aparecer, y fue claramente endosado al antimodernismo de sus oponentes. La historia de este siglo nos ha enseñado muchísimo acerca de las ambigüedades de las concepciones ilustradas de los derechos humanos y de la nacionalidad. El pensamiento posmodernista ha hecho contribuciones sustanciales a las discusiones históricas contemporáneas por sus advertencias en contra del utopismo y de las concepciones de progreso. Esto debería conducirnos, sin embargo, no al abandono y al repudio de la herencia ilustrada, sino más bien a su revisión crítica. Éste ha sido también el intento de una gran parte de la nueva historia social y cultural examinada en este libro. La alternativa a una -pese a todo- aleccionadora ilustración es la barbarie (p. 147). El libro funciona como una introducción útil al estado que guardan los estudios históricos contemporáneos y algunos de los problemas teóricos en los que se debate. Sin embargo, las respuestas presentadas a los dilemas abiertos se antojan "políticamente" bien intencionadas, aunque "teóricamente" apresuradas. Uno podría aceptar que el dilema "civilización o barbarie" está vivo, pero reducir las críticas "posmodernistas" a la modernidad "ilustrada" a una postura en defensa de la "irracionalidad", es francamente reduccionista, simplificadora, de lo que está en juego socialmente: la construcción de una nueva "racionalidad" o formas de inteligibilidad de "lo mismo", más ricas y complejas. Estamos de acuerdo, finalmente, en que todavía falta mucho por esclarecer en cuanto al momento teórico en el que se encuentra la disciplina, proceso que, como lo indica Iggers, en vez de empobrecería la ha vuelto mucho más atractiva para quienes han dejado de pensarla de acuerdo con los patrones de "memorización" alimentados por los a priori del realismo-histórico-naturalista del siglo XIX.. narrativa histórica que dé cuenta del horror con el ideal de objetividad positivista 4 "'We have become more aware of the extent to which they do not directly convey reality but are themselves narrativo constructs that reconstruct these realities, not willingly, but guided by scholarly findings and by a scholarly discourse" (p. 144).