EL PROCESO DE CRISTO

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EL PROCESO DE CRISTO.
Ignacio Burgoa Orihuela.
Monografía Jurídica Sinóptica.
PREFACIO
El tema concerniente al proceso de Cristo es universalmente conocido. Nunca
ha dejado de tener actualidad. En cada Semana Mayor se le conmemora.
Sobre él hay una abundante literatura que recoge diferentes ideologías
religiosas, mismas que, a través de ópticas variadas, lo analizan y comentan
diversamente. Múltiples insignes escritores, desde la antigüedad hasta
nuestros días, han elaborado enjundiosos estudios respecto de las cuestiones
mitológicas, sociales y políticas que su permanente tratamiento suscita. Por
estas, y otras muchas razones, suponemos que la obra que hoy
emprendemos quedará inmersa, sin ninguna relevancia, en el grandioso
océano del pensamiento humano. Sin embargo, creemos que, mediante ella,
intentamos apreciar el proceso de Jesús desde el punto de vista
eminentemente jurídico, sin tener la osadía de agregar un ápice a la eclosión
de ideas que sobre tan ingente tópico se han emitido, desde que se
desarrolló y concluyó, hasta la actualidad y que con seguridad se expresarán
en el futuro.
El hombre, en el mundo de la intelectualidad, tiene siempre la inquietud de
investigar lo que en su vida ha aprendido y de externar las ideas que el
estudio le ha forjado y sus reflexiones le indican. Sin ese elemento anímico el
ser pensante se encerraría en el claustro del egoísmo erudito que no genera
ningún provecho para nadie. Estas meditaciones, inherentes a la autocrítica,
nos han impulsado a escribir el presente opúsculo a sabiendas de los yerros
y omisiones en que previsiblemente podamos incurrir por causa de la natural
falibilidad humana. Pero independientemente de tal factor intelectivo,
nuestra emoción cristiana ha sido el poderoso motor que nos ha hecho
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enfrentar los citados riesgos, coincidente con la vocación añeja, pero
actuante, que profesamos por el Derecho. Merced a tales causas,
intelectuales y sentimentales, hemos decidido, con atrevimiento y audacia,
emprender el tratamiento jurídico del proceso de Cristo, tópico sobre el cual
existe valiosa literatura que nos ha servido de sustento en tamaña empresa.
Para quienes creemos que Jesús es Dios mismo, o sea, encarnado por el
Verbo Divino, y no simplemente el Mesías, es decir, el redentor del pueblo
judío ante los gentiles y su caudillo político frente a la dominación extranjera,
estimamos que su proceso culminó con un deicidio. Su desarrollo debió
someterse a las disposiciones jurídicas coetáneas a él, implicadas en el
Derecho Romano y en el Derecho Hebreo. Este imperativo constituye el
punto central de las consideraciones que formulamos en la presente obra.
Por ende, para tratarlo, imprescindiblemente se deben estudiar ambos
órdenes normativos con el objeto de dilucidar si dicho proceso se ajustó a
sus mandamientos. La observancia del Derecho Romano y del Derecho
Hebreo, o su violación, es la toral cuestión que planteamos y analizamos en
nuestro estudio, cuyo contenido, consiguientemente, debe reputarse areligioso. En otras palabras, este planteamiento y este análisis son
estrictamente jurídicos, con referencias, empero, a temas necesariamente
vinculados a la explicación e interpretación de las normas concernientes a
ambos tipos de Derecho.
Por otra parte, debemos manifestar que la elaboración del opúsculo que
presentamos, obedeció no sólo a la inquietud intelectual y a la emoción
sentimental de que hemos hablado, sino a circunstancias de carácter fáctico
surgidas en importantes momentos ligados a nuestra actividad académica.
Un Jueves Santo del año de 1968 coincidió con un programa radiofónico que
entonces dirigía mi dilecto amigo, ya finado, el licenciado Tomás Gallart,
sobre temas sucesivos integrantes de una serie denominada "La Constitución
y Usted". Tal coincidencia nos sugirió la idea de exponer el tema del Proceso
de Jesús en vez de dictar una conferencia sobre la garantía de audiencia. En
dicha exposición hablamos de las violaciones que se cometieron en tal
proceso contra las disposiciones del Derecho Hebreo y del Romano. La
exposición respectiva causó buena impresión en el público audiente y se
repitió el Jueves Santo del año siguiente. Además, la Generación de
Posgrado 1983 de la Facultad de Derecho de la UNAM por conducto de su
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presidente, el doctor Jaime Miguel Moreno Garavilla, manifestó vivo interés
en que se tratara el Proceso de Cristo en una grabación audio-visual que se
llevó a cabo en nuestra biblioteca. Tal grabación se ha difundido anualmente
por algunos canales de televisión con motivo de la Semana Santa. Si a estas
circunstancias se agrega el requerimiento insistente de mis hijos María del
Carmen, María del Pilar, Ignacio y María Isabel y de mi finada esposa, la
señora Pilar Llano de Burgoa, cariñosamente llamada "La Pez", para que
escribiera esta obra, su producción, aunque tardía, colma sus deseos,
aunque sin la categoría con que posiblemente la concibieron.
Por último, debo decir que el contenido de este opúsculo comprende diversos
capítulos, cuyos objetivos analíticos atañen, primordialmente, a la referencia
respecto de los dos órdenes jurídicos anotados. Esta referencia de ninguna
manera significa su exhaustivo estudio, el cual rebasaría el tema central del
presente opúsculo, mismo que, evidentemente, está sujeto a la crítica de
quienes conocen con exhaustividad la vida y obra de Jesucristo como Dios y
como Hombre.
CAPÍTULO PRIMERO.
DERECHO PENAL ROMANO
I. OBSERVACIÓN INICIAL.
El llamado "PROCESO DE CRISTO" se desenvolvió en dos juicios, a saber, el
"religioso" o judío ante el Sanhedrín, y el "político" ante Poncio Pilato,
gobernador de Judea. Por consiguiente, el primero debió regirse por la "ley
judía" y el segundo por la "ley romana". Esta diversificación nos obliga a
estudiar separadamente una y otra con el objeto de determinar si dichos
juicios acataron o no el principio de juridicidad que exige imperativamente
que todos los actos de autoridad se sometan al Derecho. Acatando la
cronología, nos referiremos primero al 'Juicio religioso" y en el capítulo
siguiente al “Juicio político", previa exposición sucinta de las consideraciones
que a continuación formulamos.
Cristo nació en el año 748 de la fundación de Roma bajo el gobierno de
OCTAVIO AUGUSTO que fue el primer soberano del imperio que sustituyó al
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régimen republicano. Este emperador (imperator) murió el año 14 de la era
cristiana, habiéndolo sucedido TIBERIO, quien a su vez falleció el año 37. Por
consiguiente, la vida de Jesús, que abarcó treinta y tres años, transcurrió
bajo ambos emperadores, pues la pasión y muerte del Salvador acontecieron
el año 29 de nuestra era. El país de la natividad de Jesús fue PALESTINA,
provincia de Judea, en un lugar llamado BELÉN. La mayor parte de su vida la
pasó en NAZARET DE GALILEA, perteneciente a dicha provincia, que estaba
sometida a la dominación romana.
Los datos anteriores son de suma importancia para constatar, por factores
de tiempo y espacio, que en los dos procesos aludidos con antelación
concurren separadamente las leyes romana y judía, entre las cuales no había
interferencias, a pesar de que Judea, cuando Cristo fue sometido a tales
procesos, era una provincia imperial romana. Ahora bien, en virtud de que
políticamente Roma tuvo tres regímenes sucesivos, a saber, la monarquía, la
república y el imperio, se debe hacer referencia a ellas para conocer el
Derecho Penal Romano con el propósito de tratar el tema de la presente
monografía.
II. LA MONARQUÍA. (DESDE LA FUNDACIÓN DE ROMA EN 753 HASTA EL
AÑO 224 A.C.)
En este régimen el Derecho Penal no estaba regulado por leyes positivas sino
por la costumbre. Cuando se cometía un atentado contra la cosa pública (res
pública), el delito era de carácter político, cuya persecución correspondía a
dos ciudadanos (duoviri). Esta encomienda sólo importaba la instrucción del
proceso y la acusación contra el autor de dicho atentado ante el pueblo
(corarn populo) que tenía la facultad de juzgarlo. A los "duoviri" se les
denominaba también inquisidores (quaestores). En algunos casos graves
estos funcionarios tenían la atribución consuetudinaria de emitir la sentencia
respectiva, y cuando ésta fuera de culpabilidad, el procesado tenía el
derecho de apelar ante el pueblo (provocatio ad populum). Todo atentado
contra la res pública era castigado con la pena de muerte, cuya ejecución se
confería a los lictores.
La justificación de esa irreversible pena radicaba en que el ofendido era el
Estado mismo por la traición que contra la Patria entrañaba el delito político
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y que recibía el nombre de perduellio. Este ilícito se reputaba tan grave que
podía generar la vindicta publica tomando en consideración que su autor
revelaba "flagrante hostilidad" contra la sociedad."
III. LA REPÚBLICA. DESDE 244 HASTA EL AÑO 27 A.C.
Este régimen se fundó al ser derrocado violentamente el último rey romano
Tarquino el Antiguo, depositándose el gobierno en dos cónsules investidos
con el jus imperii compartido por ambos. La administración de justicia dejó
de pertenecerles al establecerse la institución pretoriana. Las funciones del
pretor consistían en ejercer esta facultad, sobre todo tratándose de los
delitos que se castigaban con la pena capital, como los de carácter político.
La Ley de las Doce Tablas (Lex Duodeclim Tabularum) atribuyó a los
Cornicios por centurias el conocimiento de todos los crímenes sancionables
con dicha pena. De esta manera, el pueblo, comitiatus rnaxirnus, ejerció
directamente la función judicial en materia penal. Sin embargo. a partir del
siglo séptimo de la fundación de Roma, es decir, casi al final de la república,
se delegó el ejercicio de la mencionada función judicial a tribunales
permanentes, llamados quaestiones perpetua, que absorbieron en gran
medida los juicios públicos (iudicia publica). Respecto al Senado, que era el
órgano más pudiente y hasta hegemónico durante el régimen republicano,
no tenía ninguna jurisdicción en cuanto a los delitos públicos castigados con
la pena de muerte, a menos que fuese autorizado por el pueblo. Existían
acusadores públicos que eran los quaestores, aunque esta potestad también
se confirió a los tribunos y ediles.
La cuestión más relevante por lo que atañe al tema monográfico de este
opúsculo, concierne a la materia penal en las provincias romanas, ya que
Judea era una de ellas. Cuando los romanos conquistaban una región
habitada por pueblos que llamaban "bárbaros" (barbari), los jefes militares
(duces) establecían guarniciones en los lugares ocupados, encomendándose
a un pretor la tarea administrativa. A falta de reglas generales, cada
provincia se regía por leyes especiales que este funcionario podía expedir en
virtud de una "supuesta delegación" que había recibido del pueblo. Estas
leyes provinciales estaban subordinadas a las que los órganos del Estado
emitían y a los "sena tus consulta". El gobernador de cada provincia, que era
el mismo pretor, velaba por la administración de justicia en cuanto a la
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jurisdicción penal primordialmente. Tenía el "derecho de vida y muerte"
sobre los habitantes de la provincia respectiva, pudiendo sus resoluciones
impugnarse ante los "tribunos de la Plebe" que representaban a la clase
popular.
Los pueblos conquistados no estaban incorporados al pueblo romano ni
tenían los derechos de los ciudadanos romanos. Estos pueblos, como e
hebreo, conservaron sus leyes y costumbres. Sin embargo, las ordenanzas
de los pretores o gobernadores provinciales y los edictos provenientes de
Roma, tenían hegemonía normativa sobre las disposiciones legales y las
costumbres de cada provincia.
IV. EL IMPERIO
En este régimen, coetáneo a la vida de Cristo, la administración de justicia
experimentó importantes cambios. La Ley de las Doce Tablas convirtió a los
comicios por centurias, comitiatus rnaxirnus, en tribunales penales para
todos los ciudadanos. Estos tribunales eran ocasionales, habiéndose
substituido por tribunales permanentes. Las quaestiones perpetuae tenían
competencia respecto de crímenes de importancia, bajo la República. Las
acusaciones de lesa majestad y de traición, así como de malversación de
fondos públicos, se presentaban ante el Senado, órgano que juzgaba
igualmente de las acusaciones graves dirigidas contra los senadores. El
conocimiento de diversos delitos fue atribuido a los diversos prefectos con
sede en Roma. El emperador Septimio Severo otorgó a estos prefectos
jurisdicción ordinaria para todos los graves crímenes que se cometieran en
Roma. El emperador mismo tenía la facultad de conocer de los negocios
penales o de someterlos a la jurisdicción del Senado. El número de ilícitos
calificados como crímenes fue aumentado por la legislación. Además, era
obligación de todo funcionario público perseguir, en casos extraordinarios,
los hechos que parecieran castigables. Bajo la República se acordó en ciertos
casos, recompensas a los ciudadanos que denunciaran a un malhechor.
El sistema penal era muy severo. La aplicación de la pena de muerte llegó a
ser frecuente, y se decretaba en los casos en que no se impusiera al
delincuente la relegación y la deportación, que entrañaba la pérdida de los
derechos civiles. Los esclavos podían ser condenados a trabajos obligatorios
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en las minas, así como los individuos de baja extracción social.
Bajo el gobierno de Augusto subsistieron los derechos de las provincias. Sin
embargo, en lo que respecta a la administración de la justicia, se permitió la
subsistencia de los derechos vigentes en ellas. Sin embargo, las leyes, los
senatus consulta, las constituciones imperiales y los edictos de los
gobernadores, hicieron prevalecer la legislación romana, la cual, no obstante,
no se pudo substraer a la influencia de los derechos de los pueblos
conquistados por Roma, cuyas normas formaron el jus gentium. Los
gobernadores conservaron la facultad de administrar justicia como en épocas
anteriores al régimen imperial. Su sede, llamada conventus, la tenían en
diferentes ciudades de la provincia respectiva. Los gobernadores
provinciales, por sí mismos o a través de funcionarios subordinados, tenían
la facultad jurisdiccional. En esta última hipótesis, las partes interesadas en
el proceso respectivo tenían el derecho de apelar ante el gobernador.
En resumen, tratándose de las provincias, sus gobernadores nombrados por
el emperador o por el Senado, estaban investidos con la potestad de
homologar las sentencias que pronunciaran los tribunales locales cuando en
ellas se impusiese la pena de muerte. En este caso el gobernador romano
debía de revisar el proceso correspondiente para determinar la
homologación, misma que se negaba cuando de dicha revisión resultaran
graves anomalías procesales.
CAPÍTULO SEGUNDO.
DERECHO PENAL HEBREO
I. CONSIDERACIONES PREVIAS.
En el año 63 a.C., Pompeyo toma la ciudad de Jerusalén en nombre de
Roma. Sin embargo, la monarquía judía no se destruyó, pues bajo el poder
romano siguieron gobernando Hircono II, Antígono y Herodes el Grande,
cuyo período comprendió los años 37 a 4 anteriores a la era cristiana. Desde
el año 6 a. de C. Judea fue regida por los procuradores romanos entre
quienes destaca Poncio Pilato por ser uno de los protagonistas más
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relevantes en relación al tema de la presente monografía.
Ya hemos afirmado que como provincia imperial Judea gozó de autonomía
frente a Roma. Conservó su organización político-religiosa, sus leyes, sus
costumbres y la jurisdicción de sus tribunales. Tal autonomía, que no
independencia, concernía a su régimen interior sin intervención del poder
romano, el cual sólo se ejercía en los casos de las sentencias de muerte que
pronunciaran sus jueces individuales o colegiados, pues estas resoluciones
debían ser homologadas por el procurador nombrado por el emperador
(caesar). En cuanto a los delitos que pudieren llamarse "del orden común" su
conocimiento incumbía a los órganos judiciales vernáculos. Únicamente en
los "delicta pública" que afectaran al Estado romano tenía ingerencia dicho
procurador o gobernador provincial.
Esta dualidad de competencia ocurrió en el caso de Jesús, ya que fue
acusado, según hemos dicho, por "delitos religiosos" y "delitos políticos". De
esta circunstancia se deduce claramente que el proceso contra el Salvador se
bifurca en dos juicios autónomos que se desarrollaron respectivamente ante
el SANHEDRÍN y el procurador o gobernador PONCIO PILATO.
En el capítulo anterior trazamos, en rasgos muy generales y someros, el
sistema jurídico penal romano. En la presente ocasión, y con las mismas
modalidades, nos referiremos al sistema jurídico penal hebreo o judío.
II. DERECHO SUSTANTIVO Y ADJETIVO
En Judea las leyes eran simultáneamente religiosas y jurídicas. Se contenían
en el Antiguo Testamento o Biblia. Su fundamento era el Decálogo, es decir
los Diez Mandamientos que, se afirma, fueron ordenados por DIOS o JEHOVA
al pueblo hebreo, por mediación de Moisés, quien los recibió en el Monte
Sinaí. Tales mandamientos entrai1aban normas rectoras de la conducta del
hombre frente al Ser Supremo (religiosas), así como del comportamiento de
los hombres entre sí y frente a la sociedad. Es más, el Decálogo era la fuente
principal del Derecho Penal Hebreo, ya que su violación no solamente
implicaba una ofensa a Dios sino al mismo pueblo judío. Igualmente, este
Derecho derivó de los cinco libros que forman el Pentateuco y que los
hebreos denominaron Torah o Ley, siendo tales libros el Génesis, el Exodo, el
Levítico, los Números y el Deutemnomio. En ellos se encuentra lo que
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modernamente se conoce como tipificación delictiva, o sea, la prevención de
diversos delitos.
En cuanto al Derecho Penal Adjetivo, el proceso debía normarse por diversos
principios que eran los siguientes, previstos en los libros bíblicos ya citados:
a) El de publicidad, en el sentido de que los tribunales debían actuar
frente al pueblo y especialmente el SANHEDRÍN que se reunía en un
recinto llamado GAZITH.
b) El de diurnidad consistente en que el procedimiento judicial no debía
prolongarse después del ocaso, es decir, de la puesta del Sol.
c) El de amplia libertad defensiva del acusado.
d) El de escrupulosidad en el desahogo de la prueba testimonial de cargo
y de descargo, sin que valiesen las declaraciones de un solo testigo.
e) El de prohibición para que nuevos testigos depusieran contra el
acusado una vez cerrada la instrucción del procedimiento.
f) El de sujeción de la votación condenatoria a nueva revisión dentro del
término de tres días para que generara la sentencia en caso de
corroborarse.
g) El de inmodificabilidad de los votos absolutorios en la susodicha nueva
votación.
h) El de posibilidad de presentar pruebas en favor del condenado antes de
ejecutarse la sentencia.
i) El de Invalidez de las declaraciones del acusado si no fuesen
respaldadas por alguna prueba que se rindiese en JUICIO.
j) El de Aplicación a los testigos falsos de la pena con que se sancionaba
el delito que denunciaran.
Además de respetarse los citados principios, en el régimen judicial hebreo los
jueces debían “Juzgar con justo juicio" sin inclinarse en favor de ninguna de
las partes y sin aceptar dádivas "que ciegan los ojos de los sabios y
trastornan las palabras de los justos", obligándose a administrar justicia con
rectitud.
III. EL SANHEDRÍN
Este órgano era el "tribunal supremo del pueblo judío". Se afirma que se creó
en el siglo II antes de Cristo, aunque también se sostiene que sus orígenes
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se remontan a la época de Moisés. En el libro de Los Números del Antiguo
Testamento se previó su institución por mandamiento divino. El texto
respectivo es el siguiente: " Y el Señor le dijo a Moisés: reúne a setenta
hombres de los ancianos de Israel a quienes tu conozcas, que sean ancianos
del pueblo y sus rectores, y llévalos al Tabernáculo y comparezcan allí
conmigo". Así, se asevera que Moisés ya había escogido varias personas de
consumada piedad y rectitud para que le ayudaran en la decisión de las
causas y que Dios las inflamó con su espíritu a efecto de que con su consejo
condujeran al pueblo por los senderos de la religión y de la justicia. En
consecuencia, por su origen divino, ese grupo de setenta ancianos y
maestros en la ley, llamado SANHEDRÍN, se reputó como el "Tribunal de
Jehová", cuyas resoluciones tenían el rango de "fallos de Dios". Conocía de
los delitos graves que, como la blasfemia e idolatría, se castigaban con la
pena de muerte, cuyo decreto, según dijimos en el capítulo anterior, debía
ser homologado por el gobernador romano.
CAPÍTULO TERCERO
EL PROCESO DE JESÚS ANTE EL SANHEDRÍN
I. OBSERVACIÓN PREVIA
Cristo no fue un revolucionario político. No vino al mundo terrenal para
liberar al pueblo judío de la dominación romana. No perteneció al grupo
rebelde de los "zelotes", en que prominentemente figuraba Judas Iscariote.
Fue un renovador espiritual de la Humanidad y un redentor de los pecados
de los hombres como enviado de Dios. Para nosotros los cristianos es
idéntico al Ser Supremo en la conceptuación aristotélica. No fue, ni es,
simplemente un profeta ni un mero Mesías como personaje representativo
del Altísimo. Fue y es, en una palabra, el Hijo de Dios.
Tampoco Cristo pretendió abolir la 'Thora" o ley judía, llamada también "ley
mosaica" o "ley de los profetas", Es más, a ésta la invocaba para apoyar el
mejoramiento humano y convertido en "ley universal, católica y ecuménica",
para todos los hombres de la Tierra. Al respecto, es pertinente evocar las
palabras del Salvador:
"No penséis que he venido a abrogar la ley de los profetas, sino a darle
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cumplimiento". Como dice el eminente FERDINAND PRAT, S. J. "Considerado
el Antiguo Testamento bajo sus diversos aspectos, era una Revelación, una
Profecía, una Moral y un Ritual. El Hijo de Dios no viene a destruir todo eso,
sino a perfeccionado, con la misma autoridad soberana que lo estableció;
aclara y completa la Revelación antigua, compuesta de luces y de sombras;
verifica las Profecías que anunciaban su venida y su Reino; perfecciona la
Ley Moral y le infunde y le infundió un espíritu nuevo".
Corroborando las brillantes consideraciones de tan distinguido escritor
jesuita, el mismo Cristo se dirige a los judíos en los términos siguientes:
"Habéis oído que se dijo a vuestros mayores: no matarás; y quien matare
obligado quedará a juicio.
"Más Yo os digo: que todo aquél que se enoja con su hermano, obligado será
a juicio; y quien dijera a su hermano raca (loco), obligado será a concilio: y
quien le dijere insensato (nabal-impío), quedará obligado a la gehenna del
fuego.
"Habéis oído que fue dicho a los antiguos: no adulterarás.
"Pues Yo os digo que todo aquél que pusiere los ojos en una mujer para
codiciada, ya cometió adulterio en su corazón con ella.
"Además, habéis oído que se dejo a los antiguos: no perjurarás, mas
cumplirás al Señor tus juramentos.
"Pero Yo os digo que de ningún modo juréis, ni por el cielo, porque es el
trono de Dios; ni por la tierra, porque es la peana de sus pies; ni por
Jerusalén, por que es la Ciudad del gran Rey. Ni jures por tu cabeza, porque
no puedes hacer un cabello blanco o negro; mas vuestro hablar sea: sí, sí,
no, no. Porque lo que excede de esto, de mal procede.
"Habéis oído que fue dicho: ojo por ojo, y diente por diente.
"Mas Yo os digo que no resistáis al mal: antes si alguno te hiriere en la
mejilla derecha, ofrécele también la otra. Y a quien quiera armarte pleito
para quitarte la túnica, déjale también la capa. Y al que te forzare a ir
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cargado mil pasos, ve con él otros dos mil más. Da al que te pidiera y al que
te quiera pedir prestado, no le vuelvas la espalda.
"Habéis oído que fue dicho: amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu
enemigo.
"Mas Yo os digo: amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os
aborrecen; y rogad por los que os persiguen y calumnian: para que seáis
hijos de vuestro Padre, que está en los cielos: el cual hace nacer su sol sobre
buenos y malos y que llueva sobre justos y pecadores. Porque, si amáis a los
que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los
publicanos? Y si saludareis tan solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de
más? ¿No hacen esto mismo los Gentiles?"
Es precisamente el perfeccionamiento o complementación de la Thora lo que
constituyó la causa funda mental del proceso de Cristo ante el Sanhedrín,
pues los fariseos, levitas y doctores de la ley lo reputaron como sedicioso,
enemigo de los profetas y adversario del pueblo hebreo. Por esta
circunstancia nos hemos permitido en esta monografía recordar aspectos
sobresalientes del pensamiento del Salvador.
II. SOMERA SEMBLANZA DE LA DOCTRINA DE CRISTO
La doctrina de Jesús confirma la causa de su proceso. Se encuentra expuesta
en el Sermón de la Montaña a través de las Bienaventuranzas. Según el
autor citado, Cristo se dirige a sus discípulos y a todos sus seguidores
"levantando sus ojos al cielo, para dar a entender que su doctrina venía de lo
Alto" y manifestando en su Sermón lo siguiente:
a) Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de
los cielos. El "pobre de espíritu", corno afirma Ferdinand Prat, "es el
hombre indefenso y juguete de la tiranía de los poderosos". Por tanto,
no es el mentecato, el tonto o el idiota, como generalmente se cree.
b) Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. El
"manso" es el humilde, el decepcionado, el frustrado, que en su
resignación sólo tiene la fé en Dios.
c) Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. A este
12
d)
e)
f)
g)
h)
respecto, tan distinguido jesuita expone una interesante explicación
que nos permitimos transcribir "Isaías hace decir al Mesías: Yo vengo a
consolar a los que lloran", enseñándoles a santificar sus penas y
haciendo que vean la brillante esperanza de una dicha sin fin. Los
sabios y los justos del Antiguo Testamento conocían ya el precio del
dolor: "Mejor es ir -dice el Eclesiastés- a la casa del luto, que a la del
festín, pues en aquélla se recuerda el paradero de todos los hombres".
El sufrimiento no tiene en sí ningún valor moral: no es el diamante,
sino su montura. El diamante es la resignación que hace abrazar el
sufrimiento en unión con el Cristo doliente. Esta tristeza según Dios
lleva en sí misma un germen de consuelo y se convierte para nosotros
en una fuente de dicha, ya sea que provenga del sentimiento de
nuestras miserias, ya sea que tenga por causa la injusticia de los
hombres o las fuerzas ciegas de la naturaleza".
Bienaventurados los que han hambre y sed de justicia, porque ellos
serán hartos. Esta Bienaventuranza coincide substancial mente con la
primera. El "hambre y sed" a que se refiere concierne a la injusticia
humana, es decir, a la que se comete por el ser humano contra su
congénere, y el adjetivo "hartos" alude a la justicia de Dios a que debe
aspirar toda criatura.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia. La "misericordia" es la compasión, la participación
anímica en el dolor y en las penas ajenas. Se opone a la crueldad, al
gusto vil y a la alegría por los males que sufre el ser humano.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. La
"limpieza cordial" equivale a las cualidades morales del hombre, a sus
virtudes y a su magnanimidad, contrarias a los pecados, al egoísmo, a
la negación del amor al prójimo y a la proclividad por dañado.
Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios.
Los "pacíficos" no son los "quietistas", los indiferentes o abúlicos, sino
los que se oponen a la violencia, los que aspiran a la concordia entre
los hombres, los que luchan por la paz.
Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque
de ellos es el reino de los cielos. En esta expresión la “Justicia" no es el
valor supremo dentro del mundo axiológico y al que la Humanidad ha
aspirado, sino los Jueces y tribunales" que lo violan basados en la
prepotencia y en lo que don Miguel de Cervantes, por voz del Caballero
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de la Triste Figura, denomina la "ley del encaje que suele tener mucha
cabida en los ignorantes que presumen de agudos”.
i) Bienaventurados sois, cuando os maldijeren y os persiguieren y dijeren
con mentira toda suerte de mal contra vosotros, por mi causa. Esta
bienaventuranza es la predicción de los sufrimientos y de la muerte de
los cristianos que lucharán por sus creencias contra los enemigos de
Jesús en la historia de la Humanidad, comenzando con los primeros
mártires de la Cristiandad.
En el fondo substancial de las citadas bienaventuranzas palpita el excelso
sentimiento del amor, que es la "Caritas" o "caridad" que no debe
confundirse con la limosna. Amar al prójimo es el impulso del alma para
procurar el bien a los hombres no sólo con una simple intención, sino con
una conducta activa en todos los órdenes sociales y a todos los hombres de
la tierra. El amor cristiano es universal y no se contrae sólo a los amigos,
sino que se extiende a los enemigos, contrariamente a la proclamación del
Antiguo Testamento en el sentido de aborrecerlos.
Las enseñanzas del Salvador, tendientes a universalizar los postulados que
deben regir la conducta de los hombres, son las que todo cristiano debe
cumplir. La actitud cristiana no sólo debe observarse en la vida subjetiva o
inmanente del hombre ni únicamente se traduce en la mera intención de
cumplir las enseñanzas y exhortaciones de Cristo, sino que esencialmente
estriba en la adecuación del comportamiento externo o trascendente a los
postulados que integran su doctrina. La religión cristiana no es
contemplativa, pasiva o estática, sino eminentemente activa en cuanto que
sus profesantes tienen la obligación de practicar sus mandamientos en los
distintos ámbitos de su vida y en las diferentes relaciones que la configuran.
Esta obligación se manifiesta en el polifacético deber del cristiano de
conducirse como tal en cualquier actividad que desempeñe y en cualquier
posición que ocupe. El Cristianismo no es una religión confinada en los
claustros ni en los templos ni solamente observable en los ritos, en
ceremonias litúrgicas y en el culto. Por lo contrario, los principios cristianos,
las ideas morales que involucran y los valores espirituales que proclaman,
deben ser la base de las estructuras sociales dentro de las que pretenda
lograrse el mejoramiento y la superación de los grandes sectores humanos
de un pueblo. La esencia teológica cristiana no se traduce en una resignación
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ante la adversidad, lo negativo e injusto que genera una estéril consolación,
sino en un continuo combate y en una lucha incansable por obtener la
realización objetiva de los postulados del Salvador. Amar al prójimo no
implica únicamente no dañarlo ni simplemente entraña el deseo por su
bienestar, sino también actuar para favorecerlo, mejorado y defenderlo; y si
ese "prójimo" está representado por una colectividad humana que sufre y
padece miseria y pobreza, incultura e insalubridad, el amor cristiano impone
el deber a todo el que lo sienta sin hipocrecía ni falsedad para contribuir
positiva y objetivamente a remediar esas lacras sociales. Ese deber importa,
a su vez, la renunciación al egoísmo estrecho e individualista que degrada al
hombre, es decir, la elevación de éste al campo de la filantropía y el
altruismo que son, en el fondo, actitudes auténtica mente cristianas, aunque
quienes las practiquen no confiesen su fe en Cristo, tengan una religión
distinta o no profesen ninguna, pues no debe olvidarse que para la doctrina
del Hombre-Dios la observancia de las formas sin el contenido sustancial de
la conducta objetiva, es fariseísmo y falsía, o sea, la negación misma del
Cristianismo. Sería contradictorio, por no decir absurdo, que solamente en el
templo, en los ritos y ceremonias se observaran los postulados preconizados
por Jesucristo y que en la vida pública, en las relaciones sociales y en
cualquier otra actividad externa del hombre, tales postulados se violaran o
dejaran de cumplirse. La condición de cristiano es un imperativo que denota
totalidad en el comportamiento. No debe haber "cristianos a medias" que,
por la falacia que esta situación implica, no son cristianos verdaderos aunque
se ajusten estrictamente a las formas del culto. Merced a esa deontológica
totalidad, el cristiano debe intervenir activamente en cualquier esfera para
impedir que se quebranten los principios ético-sociales del Cristianismo, que
son de validez universal, y para lograr que imperen en las conductas
individuales y públicas. Esta reflexión nos impele a corroborar la idea de que
los cristianos, como sujetos individuales, tienen el deber de intervenir en la
cosa pública a título de ciudadanos de un Estado. Tal deber no sólo no se
opone a su condición religiosa, sino que deriva puntualmente de las
exhortaciones de Jesús y de las obligaciones que sus enseñanzas imponen a
los hombres.
III. PROCEDIMIENTO ANTE
SENTENCIA CONDENATORIA
EL
SANHEDRÍN,
15
DEFENSA
DE
JESÚS
Y
Con antelación a este procedimiento hubo una especie de "prejuicio" contra
Jesús en la casa de ANÁS, suegro de Caifás, prominente personaje del
"tribunal de Jehová". La tajante pregunta que se formuló al Salvador fue
ésta: "¿Quién te ha dado autoridad para hablar en nombre de Dios y contra
la ley de los profetas?" Cristo contestó que "para enseñar y predicar la ley de
Dios no se necesita ningún título ni autorización académica", agregando que
"El hombre que ha nacido tiene el deber de enseñada y predicada al hombre
que viene después de él". "Yo he predicado siempre el reino de los cielos, yo
he enseñado a mis discípulos a adorar al Eterno, y no he tenido nunca
conversación pública ni secreta con ellos que no se haya dirigido al fin
principal de mis deseos, cual es levantar las miradas de los hombres para
hacer que las fijen siempre única y exclusivamente en el supremo y único
Creador. Yo he hablado sin cesar en público. He ido a predicar
constantemente donde quiera que había mucha gente, y nada he enseñado
en secreto. El templo y la sinagoga han oído sin cesar mi voz, y pueden
juzgar de mi doctrina", y refiriéndose a Anás, le dijo: ¿Qué me preguntas,
pues, a mí, si mi testimonio ninguna fuerza debe hacerte? Pregúntale a
aquellos que me han oído, puesto que no te será difícil hallados y éstos te
contestarán".
Después de este "diálogo" entre Anás y Cristo, llamado también "El
Nazareno", Jesús fue llevado a la casa de CAIFÁS donde estaba reunido el
Sanhedrín, destacándose entre sus miembros "GAMALIEL", que era doctor de
la ley, "discípulo secreto" del Salvador y preceptor de Saulo, nombre judío de
San Pablo. A esa Asamblea, además, asistieron dos simpatizadores de las
ideas de Cristo: José DE ARIMATEA Y NICODEMUS, quien fungió como
defensor del acusado. Debemos advertir que Gamaliel ocupaba el alto cargo
de "gran pontífice" designado curiosamente con el nombre de "NASI”.
Este eminente personaje del proceso de Cristo, al responder una increpación
que le hizo uno de los más furibundos enemigos de Jesús, Onkelos, afirmó:
"En esta causa se atropella toda ley, toda tradición, y el Sanhedrín, la
suprema autoridad de Israel, está ahora puesta en manos de unos
intrigantes ambiciosos", y presintiendo el mismo Gamaliel la muerte de
Cristo, lanzó esta demoledora frase, que debe ser considerada célebre:
"Jesús de Nazaret morirá y también la honra y el prestigio del Sanhedrín".
16
La defensa de Cristo estuvo a cargo de Nicodemus.
José Pallés, el autor que hemos invocado con frecuencia, imputa a este
distinguido miembro del Sanhedrín un extenso alegato que es una
extraordinaria pieza jurídico-literaria. En él se precisan, con elocuencia
impresionante, las violaciones a la ley judía que se cometieron en el proceso
de Jesús. Sin hipérbole, se puede afirmar que la defensa del Salvador,
atribuida a Nicodemus por Pallés, es una de las más célebres que registra la
historia de la oratoria forense. Pese a su amplitud y para no mutilada, la
reproducimos íntegra a continuación.
Vengamos, pues, señores, dijo Nicodemus, al estudio detallado de la
cuestión y veamos si el Sanedrin ha procedido en la causa de Jesús,
conforme a lo que prescribe terminantemente la ley, conforme á lo que
enseña la inveterada costumbre del pueblo y por último, conforme á lo que
muchos de vosotros enseñáis en las escuelas de que sois maestros. Y como
se trata de jueces que deben conocer á fondo la ley y como me dirijo á
hombres que son doctores en ella, resultará necesariamente que una falta
tan ostensible y grande en tan gran número de jueces sabios y maestros, no
puede proceder ni de ignorancia, ni de olvido, ni de mala inteligencia, sino
que el motivo debe buscarse en otra causa que os ahorraré el disgusto de
oírme repetir, Si logro, pues, probar la falta contra la ley que os indico, no
solo quedará probada indudablemente la inocencia de Jesús, sino que yo me
hallaré plenamente justificado de las inculpaciones que se me pudieran dirigir
y libre del castigo severo á que, no siendo así, me haría justamente
acreedor. .
"-Veamos, pues, si en la primera parte de la base del procedimiento criminal
usado en nuestro pueblo, se ha faltado ó no, veamos si se ha dado á los
debates de la causa de Jesús de Nazareth la publicidad exigida por la ley,
para prevenir todo efecto de alucinación ó de injusticia en los jueces y para
que el pueblo se convenza por si mismo de que se conduce á un criminal y
no se entrega un inocente á la muerte afrentosa del patíbulo.
La ley ordena terminantemente que se entienda en todas las causas,
particularmente en las criminales, á la luz del día; prohíbe que esto se haga
con las puertas cerradas, y da por nulas las sentencias de muerte que no se
17
dicten en el cónclave Gazith, á la sombra del Santuario, y con las imponentes
y terribles formalidades prescritas para el caso.
Ahora bien; ¿necesitaré preguntaros si esto se ha hecho en todo ó en parte
en la causa de Jesús de Nazareth? ¿Necesitaré deciros que esta casa no es el
cónclave, donde solo puede reunirse el tribunal para sentenciar; que estamos
lejos de la venerada sombra del Santuario; que nos hallamos en plena
noche; que para complemento de ilegalidades las puertas de esta casa se
hallan cerradas, y que faltando la luz del día, la sala Gazith, el Santuario, el
pueblo y todos los accesorios indispensables, no se puede dar á la sentencia
el carácter exigido por la ley, no se puede promulgar con el terrible aparato
que la ley ordena, no se puede dictar con las formalidades que exige de
nosotros el Altísimo?
¿En qué hallamos que esta sesión esté dentro de la ley? ¿de qué manera se
cumplen aquí las disposiciones mas graves que el Señor nos ha dado? ¿Qué
miramientos se tienen, qué respetos para con la primera base del
procedimiento criminal, base puesta en primer lugar, porque es el escudo de
las de mas, es la garantía del acusado, del pueblo y hasta de los jueces? Y si
á esta base se falta tan notablemente, si todas las disposiciones legales que
se refieren a ella, todas, absolutamente todas, se hallan pisoteadas, ¿cómo
queréis que yo, defensor de Jesús de Nazareth, en cuya causa entendéis,
pasando por encima de la ley; yo, miembro de este tribunal, y celoso tanto
como el que mas de la justicia y de la gloria del Sanedrin; yo, humilde
sacerdote del Altísimo, cómo queréis que deje de deciros que una falta tan
absoluta no puede proceder en vosotros ni de la ignorancia, ni del olvido, ni
de la alucinación en la interpretación de la ley, sino que debe proceder de un
propósito decidido de condenar contra toda ley á un hombre á quien la ley
escuda y proclama inocente?
Si queriendo justificaras alegáis no sé qué razones, yo siempre os
contestaré: ¿por qué nos hallamos fuera de la ley? ¿Por qué no veo el pueblo
apiñado en torno de nosotros escuchando con religioso silencio todo lo que
se diga en ese tribunal contra Jesús de Nazareth? ¿Por qué no nos
encontramos en la Gazith; por qué no es de día; por qué el Santuario se
halla lejos de nosotros; por qué las puertas de esta casa se hallan cerradas,
sino porque tenéis el propósito de obrar fuera de la ley, y de condenar en las
18
tenebrosas sombras de la noche á un hombre cuya inocencia es mas clara
que la esplendorosa luz del día?
Si protestáis de vuestro buen deseo, si me encarecéis vuestro afán por hacer
justicia, yo os contestaré que ante todo debéis procurar no ser ni parecer
injustos y que si tanta es vuestra rectitud, si tan grande es vuestro amor á la
justicia, debéis anular todo lo que se ha hecho, debéis retiraros á vuestras
casas, presentaras al cónclave después del sacrificio de la mañana y allí
empezar de nuevo la causa, si es que vuestra conciencia no os dice á gritos
que Jesús de Nazareth es inocente; que Jesús de Nazareth debe ser desde
luego puesto en libertad, después de darle una reparación igual á las ofensas
que le habéis hecho. Pero lo que os indico no lo haréis y esto es lo que me
palie en el caso de repetiros que, pasando por todo, queréis condenar á un
hombre de cuya inocencia os halláis plenamente convencidos. Para
justificaros solo hallo un medio; es el que os indico y no creo que os halléis
dispuestos á echar mano de él. No os quejéis, pues, cuando os acuse, no os
irritéis cuando os eche en cara vuestra venganza y la iniquidad de vuestra
injusticia, porque yo podré deciros siempre y siempre os lo diré en alta voz:
Si Jesús es inocente como resulta de las deposiciones de los testigos, ¿por
qué demostráis tanto empeño en llevarle al patíbulo, sino para vengaros de
su inmaculada virtud? Si es criminal, ¿por qué os hacéis criminales vosotros,
colocadnos del todo fuera de la ley en el acto de juzgar su crimen? ¿por qué
no le conducís al lugar donde solo pueden juzgarse los criminales, por qué no
procuráis justificar vuestra sentencia á los ojos del pueblo, dictándola en
pleno día, después de que todo Israel se halla cerciorado por los debates y
por las deposiciones, del pretendido crimen de Jesús, de la justicia de la
pena que, según decís, debe aplicársele por semejante crimen? Una de dos,
señores, ó Jesús de Nazareth es culpable y vosotros os hacéis culpables
también e indignos del puesto que ocupáis y dignos de las penas dictadas
contra los transgresores de la ley santa del Señor, en el acto de sentenciarle
contra todas, absolutamente todas las prescripciones de la ley, ó Jesús de
Nazareth es inocente, del todo inocente y vosotros pretendéis revestir un
horrible asesinato con el ropaje repugnante de una ejecución legal.
La conclusión es dura, mas es lógica; la consecuencia es horrible, señores,
pero es mucho mas horrible lo que pretendéis hacer.
19
Por otra parte: ¿A qué demostrar tanto empeño, tanta precipitación en
condenar esta noche misma á Jesús de Nazareth, cuando sabéis que vuestra
sentencia sería dos veces ilegal? Y digo dos veces, porque por una parte se
falta absolutamente á cuanto os he dicho hasta aquí y por otra, ya sabéis
que la ley prescribe que la sentencia de pena capital debe suspenderse hasta
el tercer día, en el que, deben oírse nuevas defensas, darse de nuevo los
votos y para el caso de ser contrarios al acusado, justificarle en el mismo
día. Además, en pro de Jesús de Nazareth y en contra de vosotros, existe
otra prescripción legal que solo me permitiré mentar, no porque no sepa que
vosotros la conocéis, sino porque con mentarla tan solo basta á mi propósito,
puesto que mentándola debería hacer el mismo efecto que la Vestal máxima
de Roma, cuando se cruza con ella un reo que van á ajusticiar. Estas leyes la
que anula todas las sentencias dictadas en los días de fiesta y la gran
solemnidad de la Pascua ha empezado en la tarde de ayer. De consiguiente,
jueces de Israel, yo, que no puedo suponer que desconocéis las leyes, en las
que sois doctores, en presencia de las transgresiones de que en una sola
causa os acuso, fuérzame es volver á la conclusión y al dilema que tantas
veces habéis oído de mis labios, durante los breves instantes que con mi
defensa os estoy molestando. Sí; Jesús es inocente y vosotros queréis
condenarle á muerte afrentosa, á pesar de su inocencia y á pesar de la ley.
¿Necesitaré calificar vuestro propósito con los adjetivos que se merece?
¿Necesitaré darle su verdadero nombre? -El segundo punto que contribuye á
formar la base del procedimiento en lo criminal entre los israelitas, consiste
en la libertad absoluta y completa de defensa que se deba al acusado.
Veamos, pues si respecto á ese punto habéis estado dentro de la ley mas
que en el anterior, en todo lo que concierne á la causa de Jesús de Nazareth
Jueces de Israel, no quiero entrar ahora en los detalles, yo no quiero
hacerme cargo de la manera como los testigos acusadores han llegado hasta
aquí; esto por ahora no hace á mi propósito y es fácil que no me haga cargo
de ello en toda la extensión de mi discurso; mas si intento prescindir de un
punto tan principal, es sencillamente porque todos los restantes vienen a ser
para mi objeto de mucha mas importancia. Me concretaré, pues,
estrictamente al análisis de la base del segundo punto que me ocupa y os
preguntaré desde luego, si la libertad absoluta y completa de defensa, que la
ley concede á los acusados, se ha dado tu Jesús de Nazareth. A esta
20
pregunta solo hay una contestación y la contestación que tiene no es por
cierto la que debería tener; á esta pregunta únicamente puede contestarse
diciendo que, lejos de permitir á Jesús la mas absoluta libertad de defensa,
háse procurado poner todos los obstáculos imaginables para impedir que un
inocente como el que nos ocupa, tenga ante el tribunal de Israel quien tome
su causa con el empeño con que se toman, por los defensores, las causas de
los mas viles asesinos y ladrones.
Esto os habéis dicho, señores, allá en vuestro interior, y cuidado que al
atribuiros semejantes razones, las que he tomado de la boca de Caifás, me
aseguran en certeza de que no os he calumniado, y me aseguran
plenamente en esta certeza, porque si no aprobarais el plan que el pontífice
os propuso, ni estaríais á su lado para secundarle en esta horrible empresa,
ni hubiérais dejado de protestar solamente contra semejantes propósitos,
contra tan nefandas intenciones. Vuestro silencio, y la actitud que desde
aquel momento habéis tomado, revelan bien á las claras que os hacéis
solidarios de las aviesas tramas del pontífice Caifás, que en esto os dirige;
que es, por decirlo así, el alma de tan odiosa trama.
Ahora bien; estando las cosas en el estado en que se hallan, y habiendo
caído por traición en vuestras manos el inocente que os habéis propuesto
exterminar; hallándoos por otra parte resueltos a exterminarle, ¿para qué
habíais de admitir las defensas que de Jesús de Nazareth se hicieran, si estas
defensas solo habían de obtener por resultado la prueba de su inocencia y de
vuestra ilegalidad, prueba que debía sonrojaros aun á despecho de vosotros
mismos? Formada esta resolución ilegal, como todas las cosas que se
refieren á esta odiosa causa, vuestro propósito debía ser el de impedir la
defensa, y vuestra consigna promover un altercado y un alboroto, tan pronto
como se presentara uno entre vosotros, dispuesto á defender la inocencia, á
decir la verdad, y á volver por los hollados fueros de la justicia.
Y esto es lo que habéis hecho sin rebozo, sin respeto á lo que el tribunal se
merece y hasta sin miramientos á vuestra propia dignidad pues mientras
hablaban los testigos acusadores, pues mientras los hombres venales, que
hemos visto aquí, se desataban en infames calumnias contra Jesús de
Nazareth, vosotros callabais, vosotros oíais con visibles muestras de
complacencia; pero no bien yo, en uso de mi derecho y en cumplimiento de
21
mi deber, empezaba á preguntarles para destrozar la acusación, entonces
vuestros rumores, los alborotos que promovíais y hasta las amenazas que
algunos me han dirigido, llegaban á tal extremo, que nunca, desde que el
tribunal de Israel fue fundado por Dios, hase presenciado una cosa igual, ni
parecida. Estabais en vuestro derecho oyendo atentamente las deposiciones
de los testigos acusadores, pero era de vuestro deber oír con la misma
atención, con el mismo interés, con igual silencio las contradicciones en que
incurrían los acusadores, porque aquellas contradicciones eran á la vez la
defensa del acusado y la sentencia del acusador calumnioso y atrevido. Y
cuando la confusión del testigo llegaba al extremo de reducirle al silencio, de
cubrirle de rubor y llenarle de miedo, entonces vosotros, en vez de
pronunciar la sentencia del falso testigo, producíais un espantoso tumulto,
pensando tal vez que de la confusión material debía resultar la justificación
del impostor confundido. Mas lejos de ser así, la luz sobre la justicia de Jesús
se hacía mas intensa y salía del seno de las dos confusiones, como pudo salir
el primer día del seno del revuelto caos, para alumbrar la informe materia.
Doloroso me es decirlo, sensible en alto grado se me hace record arlo,
porque no me gusta sonrojar á nadie y este recuerdo supongo que sonroja á
todos los que en tan indignas escenas tomaron parte, pero por mas sensible
y dolorosa que me sea la memoria que evoco, es mucho mas doloroso y
sensible ver que un inocente camina al patíbulo y no hacer nada para
salvarle, cuando tengo en la mallo los medios que legalmente deben
conseguirlo. Por tanto, permitid, jueces de Israel, que insista en mi empeño;
permitid que recuerde de nuevo, que no solo lo que he dicho ha sucedido
una vez, dos, tres, sino tantas veces cuantos han sido los testigos falsos que
aquí hanse presentado para declarar contra Jesús.
No quiero hacerme cargo de las injuriosas palabras que me habéis dirigido,
por el solo delito de cumplir mi deber, defendiendo á un inocente; no quiero
acordarme tampoco de las amenazas de que he sido objeto, puesto que
como desprecio una vida que tales cosas ha visto, no me intimidan las
amenazas que se me dirijen y corno ya no me importa vivir, tampoco el
temor á la muerte puede quitarme la serenidad ni la decisión. Por eso puedo
ahora preguntaras sin temor y sin zozobra; por eso puedo deciros, cual os lo
diría la inflexible voz de nuestra conciencia; "Jueces de Israel: ¿habéis
cumplido con vuestro deber, habéis cumplido con la ley, permitiendo a los
22
acusadores hablar calumniosamente contra Jesús y procurando por todos los
medios de que os ha sido posible echar mano, impedir que los testigos
fueran confundidos? ¿habéis dado al acusado la libertad absoluta y completa
de defensa que marca la ley? ¿No habéis hecho todo lo posible para evitar
esa defensa, para impedirla?..
Y aun ahora mismo, que por la energía del Nasi de Israel se me mantiene en
el uso de la palabra, lejos de oírme atentamente, ¿no habéis procurado
promover un altercado, á fin de hacerme enmudecer? ¿Es esta la libertad
absoluta de defensa que manda la ley y que habiéndose concedido á los
bandidos y á los asesinos, solo se procura impedir en la causa promovida
contra e! inocente Jesús de Nazareth? Y si las cosas son así y si resulta tan
claramente que habéis faltado del todo á las dos primeras bases del derecho
que constituye el procedimiento criminal de nuestro pueblo, ¿podrá decirse
que os calumnio, cuando os acuso de querer revestir una venganza odiosa en
el ropaje de la justicia?
Mas no es esto todo, porque la libertad absoluta y completa de defensa,
concedida por la ley al acusado, aun en otras partes, no menos principales
que en las anteriores, ha dejado de concederse al inocente que tengo la
honra de defender y no solo ha dejado de condedérsile, sino que ha sucedido
lo que no tiene precedente en este tribunal, puesto que uno de los jueces
mas caracterizados del Sanhedrín, creyendo interpretar vuestros deseos, ha
llevado las cosas tan lejos, que ha pretendido hacer que el mismo Jesús de
Nazareth depusiera contra sí mismo y en vez de buscar en sus labios una
defensa, ha querido que saliera de ellos una acusación.
Como quiera que no es mi objeto estudiar en este momento si la acusación
que se ha pretendido ver en las palabras de Jesús es ó no acusación; como
quiera que mi objeto en este momento no es estudiar si el pontífice podía ó
no dirijirse al reo, para obligarle con juramento á que depusiera contra sí
mismo, me concretaré á demostraros que el paso dado por el gran sacerdote
Caifás ataca directamente á la libertad completa y absoluta de defensa, 'que
Jesús, según ley, debía tener, puesto que lejos de buscar en sus palabras
algo que tendiera á justificarle, se le conjura por el santo nombre de Dios,
para que se haga perjuro mintiendo, ó confesando la verdad se haga, según
vosotros, reo de blasfemia.
23
Mas adelante me ocuparé de este punto, por cuya razón prescindiré aquí de
todo aquello que no hace directamente á la libertad completa y absoluta de
defensa que la ley concede al acusado y que por tanto los jueces están en el
imprescindible deber de darle.
¿Qué significa, jueces de Israel, que Caifás el gran pontífice haya conjurado
por el santo nombre de Dios á Jesús de Nazareth, para que le contestara á
una pregunta tan mal intencionada, tan ilegal como capciosa? ¿No significa
acaso el propósito firme y decidido de condenarle á muerte? ¿No significa
que las deposiciones de los testigos acusadores han resultado del todo
falsas, y que con propósito deliberado se busca el medio para el cual se le
pudiera sentenciar á la Última pena? ¿Dónde está aquí, pues, la libertad de
defensa, cuando el gran sacerdote se esfuerza en inutilizar las pruebas de la
inocencia de Jesús, que han resultado necesariamente de las interrogaciones
de los testigos acusadores? Se establece contra Jesús de Nazareth una
jurisprudencia particular, una jurisprudencia ilegal, una jurisprudencia que
bien puede llamarse la jurisprudencia de la venganza. Resulta inocente el
acusado y lejos de ponerlo desde luego en libertad, lejos de atender á los
resultados de la confusión de los testigos, lejos de hacer valer los efectos
que ha resultado de dicha confusión, buscais un recurso para sentenciarle y
contra viento y marea pronunciais una sentencia ilegal, inícua, improcedente
como todos los actos de esta causa execrable. ¡He ahí, jueces de Israel, la
libertad absoluta de defensa que habéis dado á Jesús de Nazareth, á esa
inocente víctima de vuestras cabalas y de vuestras desesperantes injusticias!
¿Conocería el pueblo de Israel á su tribunal supremo, si le viese entender y
proceder en esta causa odiosa? iAh señores! Por esto sin duda habéis
reunido al Sanhedrín á una hora y en un lugar interdicho para el efecto; por
esto sin duda se han cerrado además las puertas de la casa á fin de que no
presencien tanta ilegalidad, tanta miseria, los pocos israelitas que, á pesar
de la hora, hubieran sido quizá atraídos á este palacio, para presenciar la
iniquidad de los jueces del pueblo.
Y esto no es todo aun. Dejad que me haga cargo de otra ilegalidad de las
que han acompañado el acto de Caifás, ilegalidad que, si la vemos iniciada
por el pontífice; no es solo del pontífice, sino que su responsabilidad cae
también sobre vosotros en las mismas proporciones, puesto que no solo la
habéis tolerado, sino que la habéis prohijado, y haciéndoos solidarios de ella
24
con el regocijo del que no espera un buen resultado y lo obtiene
impensadamente, la habéis hecho servir de base para proferir el
intempestivo, el ilegal, el injusto ies reo de muerte! Sentencia precipitada,
que descubriendo vuestros corazones, me autoriza una vez mas para deciros
que, antes de empezar la causa, teníais ya dictada la sentencia, resultara lo
que resultase de las indagaciones mentidas que abrierais para descubrir la
verdad.
Y como que os habéis hecho solidarios de la ilegalidad de Caifás, y como os
considero á todos con igual culpabilidad ante la ley, permitid que dirija mi
pregunta á todos; permitid, no que hable con Caifás, sino con el Sanhedrínn
de Israel, y que le diga:
¿Desconoce el tribunal de la nación las leyes que deben regirle, para
proceder con justicia y acierto en las causas que se les presentan, al objeto
de dictar un fallo absolutorio ó condenatorio? Si desconoce las leyes, ¿cómo
pretenden sentarse sus miembros en sus asientos, que procediendo en
conciencia no pueden ocupar, puesto que se hallan constantemente
expuestos á condenar al inocente? Si las conoce, ¿por qué no obra conforme
el Señor manda que obre un tribunal? Y digo esto, señores, porque vosotros
os halláis colocados en la dura alternativa que resulta de mi dilema, puesto
que, ó no conocéis las leyes, cuando habéis consentido que se preguntara á
Jesús de Nazareth con el objeto de que depusiera contra sí mismo, ó si
conocéis las leyes, habréis obrado la injusticia, habéis pecado delante del
Señor; puesto que no solo no habéis cumplido con vuestro deber de jueces,
sino que os habéis aprovechado de vuestro poder para obrar la iniquidad.
¿ignoráis acaso que la ley que habla de los testigos señala como
incapacitados para deponer en contra de sí mismos á los acusados? ¿Por
qué, pues, no se ha tenido en cuenta esa ley sabia; por qué se ha tratado de
hacer deponer contra sí mismo á Jesús de Nazareth; por qué echáis mano de
su pretendida acusación para dictar contra él una feroz sentencia de muerte?
¿No sabéis que la ley prohíbe que se pregunte á los acusados, obligándoles
con juramento á contestar? por qué, pues, se ha obrado así con Jesús de
Nazareth; por qué se ha obrado así, no para obligarle á defenderse, sino
para, obligarle á responder lo que vosotros habíais de tomar por una
blasfemia, cuando no lo es? ¿No sabéis que la ley da por nulo el testimonio
de un hombre solo, aun cuando ese hombre sea un profeta, por mas que
25
acredite su misión con muchos milagros? Pues ¿por qué admitís como válido,
como concluyente el testimonio de Jesús, cuando es el testimonio de un
hombre solo y por consiguiente completamente inadmisible? ¿No sabéis que
la ley prescribe que se procuren las defensas del acusado con mas ardor, con
mas solicitud, con mas minucioso cuidado de lo que se procuren sus
acusaciones? Entonces, señores, ¿por qué no llamais aquí á los discípulos de
Jesús para que hablen en favor de su Maestro? ¿A qué fin tenéis cerradas las
puertas de esta casa; á qué fin nos habéis reunido de noche sino para
impedir que los discípulos se presenten á defender al que les ha enseñado?..
Tan lejos estáis de admitir las defensas; os espantan tanto y os contrarían de
tal manera, que para no veros en la precisión de admitirlas, intentáis
conducir mañana al patíbulo á Jesús de Nazareth; no queréis aguardar los
tres días terminantemente prescritos por Dios y no lo queréis hacer, porque
durante esos tres días sabéis que la inocencia de Jesús resultaría clara como
la luz del sol y entonces os veríais en la precisión de asesinarle ocultamente,
como decía Caifás hace algunos días, ó de ponerle en libertad y vosotros no
lo queréis: vosotros queréis que muera en un patíbulo infamante y entre
atroces tormentos, porque vuestro deseo de vengaros necesita esto y mas si
fuera posible; porque habéis jurado castigar así al que, viendo un día á los
ricos fariseos hacer limosna al templo y notado que lo mismo hacía una
pobre y desventurada viuda, os dijo:
-En verdad os digo, que esta pobre viuda ha puesto en el cepillo mas que
todos cuantos hánla precedido en el acto, porque mientras que los ricos han
contribuido al servicio de Dios con lo supérfluo, ella, que se halla en gran
necesidad, ha dado lo que tenía.
Estas y otras palabras de Jesús os mortificaron, porque estáis acostumbrados
á no ver la verdad y no la queréis ver, los discursos y las virtudes de Jesús
os llenaron de despecho y su inmensa popularidad encendió en vuestro
corazón el deseo y el propósito de la venganza y como son los que
administráis justicia en Israel, resolvisteis valeros de vuestra posición para
llevar á cabo vuestros propósitos.
Este es tan solo, jueces de Israel, el motivo por el cual habéis faltado tan
descaradamente á la ley; este es solo el motivo por el cual no habéis dado la
publicidad competente á los debates de esta causa, tan injusta como odiosa;
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este es solo el motivo por el cual, lejos de dar á Jesús la libertad absoluta y
completa de defenderse que la ley le concede y que el inocente tiene el
absoluto derecho de exigiros, le habéis cercenado esa libertad, habéis
promovido tumultos vergonzosos, para evitar que el defensor sacara las
consecuencias necesarias de las deposiciones de los acusadores, y por fin,
lejos de atenderle y de conservar al acusado en su derecho, por medio de un
conjuro, habéis arrancado palabras de sus labios, pretendiendo hallar en
ellas un motivo de inevitable condenación.
¡Ah señores! Creo que alguna vez se había faltado á la ley en este tribunal,
pero nunca sucediera como sucede hoy; nunca se viera que los jueces de
Israel faltaran á todas las leyes sin dejar una, al solo objeto de condenar á
un hombre, que aun faltando los jueces á las leyes, aparece inmaculado. ¡Tal
y tan grande debe ser su inocencia!....
Pero vengamos ya al tercer punto de la base jurídica que estoy estudiando y
veamos si en él al menos se ha procedido conforme á lo que nuestras santas
leyes ordenan.
-La tercera parte de la base jurídica del procedimiento judicial hebreo en
materias criminales, según resulta del Pentateuco, consiste en las garantías
que el tribunal debe dar al acusado, contra las deposiciones falsas de los
testigos acusadores. ¿Se han dado á Jesús de Nazareth esas garantías que
os recuerdo ahora, y que la ley os prescribe terminantemente? Los hechos
contestan por mí á la pregunta que acabo de dirijiros ¿Necesitaré recordaros
estos hechos, señores? ¿Necesitaré haceros memoria de todo lo que aquí ha
pasado esta noche? Verdad es que esta memoria sería innecesaria y hasta
una oficiosidad en circunstancias diferentes, pero como veo que los maestros
de la ley y los jueces de la nación se olvidan de la ley y del decoro de la
nación que representan, me permitiré recordaros lo que ha sucedido aquí
acerca de los testigos, á fin de que no os sea fácil de olvidarlo en el acto de
formar el juicio para proferir la sentencia.
Como primera garantía ofrecida por la ley al acusado, está la obligación de
examinar á los acusadores delante del pueblo, y de que las acusaciones y las
defensas se den en público, á fin de que los jueces no osen pisotear la ley, y,
al objeto de que juzgue el pueblo á los jueces, al acusado y á los testigos.
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Este es un sabio medio, escogido por Dios, para que no se castigue al
inocente; para que el malvado no acuse al justo y no le haga víctima de su
malicia; para que el juez se atenga a la justicia y á la ley, y, en fin, para que
el crimen plenamente justificado, resulte la pena justamente aplicada, o para
que la inocencia, víctima de una horrible calumnia, se vea restablecida en su
lugar, y no provenga infamia alguna sobre el inocente á quien se ha
pretendido infamar. ¿Dónde está esta garantía contra las deposiciones falsas
de los testigos, en la causa del justo, que tan audazmente ha sido
calumniado aquí? ¿Os parece, señores, si en esta parte habéis dado
cumplimiento á las absolutas y terminantes prescripciones legales?
Otra garantía que da la ley al acusado, y que vosotros teníais el
imprescindible deber de dar á Jesús de Nazareth, es el ejemplar castigo que
debe aplicarse á los testigos cuyas deposiciones resulten falsas. Ahora bien;
permitid que os pregunte: las deposiciones de los doce testigos que hemos
oído ¿han resultado falsas ó no? Su confusión, su silencio, su sonrojo, su
visible temor al castigo en que saben haber incurrido, son otras tantas
confesiones puestas en sus labios, que atestiguan á grandes voces su
crimen; las contradicciones manifiestas con que se han contradecido prueban
lo calumnioso de sus acusaciones, y si ahora que se hallan convictos de su
delito, vamos á preguntarles el castigo que en su concepto merecen, a buen
seguro que postrados á nuestros pies pidiéramos indulgencia y piedad, esa
indulgencia y piedad que no tenían de Jesús, puesto que con horribles
imposturas intentaban conducirle al suplicio de la cruz. Pero no son estas
todas las pruebas de que las acusaciones que han venido á formular son
falsas; existe otra prueba, mas concluyente aun si se quiere; existe la
confesión práctica de Caifás y de todos vosotros, puesto que, si no os
hallarais plenamente convencidos de la inutilidad y de la falsedad de las
acusaciones, ni el pontífice se hubiera atrevido á faltar tan abiertamente á la
ley, conjurando en nombre de Dios á Jesús para que se acusara, ni vosotros
hubieseis prorrumpido gozosos en el grito de es reo de muerte, después de
la pretendida blasfemia de mi inocente defendido, si hubierais tenido ocasión
de prorrumpir en ese grito, absolutamente ilegal, después de las acusaciones
de cualquiera de los testigos falsos que hemos oído.
¿Pero á qué me esfuerzo en probar una cosa tan manifiesta y patente? ¿A
qué ocuparme de un punto que, aun siendo tan principal, vosotros olvidáis
28
por conveniencia propia y no por amor á la justicia? No insistiré mas acerca
de ello, pero sí que os preguntaré si creéis cumplir con las prescripciones de
la ley, dejando de aplicar el castigo que la ley impone á los testigos falsos. Sí
que os preguntaré: si las deposiciones de los acusadores son justas, ¿por
qué no procuráis condenar á Jesús, basando la sentencia sobre esas
acusaciones? Y si son injustas, si son calumniosas, ¿por qué no poneis á los
acusadores en el lugar que ocupa aun el inocente acusado, y por qué no dais
cumplimiento á la ley, aplicando á los testigos falsos la pena que merecía el
inocente, si hubiese resultado cierta la acusación? Dejando impunes á los
testigos falsos, y manteniendo al inocente acusado en el banquillo del reo,
decidme: ¿creéis dar á Jesús de Nazareth las garantías prescritas por la ley
en favor de los acusados injustamente, y en contra de los acusadores que de
la información abierta resultan calumniosos?
Otra de las garantías que la ley da al acusado, es el precepto de que no se
admita en calidad de testigo á nadie que no sea de una reputación sin tacha
y de una forma inmaculada, y Dios obró como quien es al darnos este
precepto, porque sabe que el hombre de mala reputación y de malas
costumbres, con mas facilidad se halla dispuesto á calumniar, que no lo está
el hombre de bien. No quiero aventurar suposiciones ofensivas para los que
intensamente han depuesto contra mi inocente defendido; yo no sé quienes
son y hasta ignoro como se llaman, de consiguiente menos puedo saber
acerca de sus antecedentes y de su reputación: no, señores, no quiero
aventúrame á juzgarlos sin tener antecedentes, pero sí que puedo y debo
echar en cara al tribunal, que debiendo dar al acusado las garantías exigidas
por la ley, ni siquiera ha pensado en preguntar á los testigos su nombre; ni
siquiera ha pensado en que debía enterarse de sus antecedentes, para saber
si eran testigos admisibles ó si debían rechazarse. En su consecuencia, nos
hallamos en la peregrina situación en que no se ha encontrado jamás
tribunal en el mundo: nos hallamos en que después de haber oído a doce
hombres que acusaban falsamente á Jesús de Nazareth, solo conocemos el
nombre y los ante cedentes de Ananías y de Achazías. Singular modo de
ofrecer al inocente acusado las garantías legales contra los falsos
acusadores, cuando no sabe aun el tribunal si los testigos son ó no
admisibles: cuando no sabe si son hombres honrados ó si son unos perdidos,
que por un puñado de oro venderían diez veces su alma al diablo, si el diablo
se la quisiera comprar. iPero Qué! Señores, ¡yo no me admiro de tanta
29
ilegalidad, no: se quiere condenar á tan criminal y para eso está la ley, pero
cuando se quiere condenar á un inocente, la leyes un estorbo y por eso se
hace añicos de ella! ¡Ved ahí la explicación de tantas ilegalidades, de tantas
injusticias, de tanta iniquidad! ¡Tristísima explicación en verdad!
Otra garantía prescrita por la ley, es la de llamar públicamente testigos en
pró del acusado, después de haber oído á los testigos acusadores y vosotros
no solo habéis dejado de hacer eso, sino que para evitarlo, os habéis reunido
de noche en un lugar que no es e! lugar de la administración de justicia, y
con las puertas cerradas para que no entren aquí ni pueblo que juzgue de
vuestra iniquidad, ni testigos que depongan en favor del inocente que
pretendéis condenar: es mas, estáis tan lejos de conceder tales garantías á
Jesús de Nazareth, que aun sabiendo que no había aquí pueblo para
juzgaras, habéis hecho todo lo posible para que yo, que lo defiendo, no
pueda justificarle, ó cuando menos, para impedir la justificación que
procuraba hacer, cuando uno á uno de los testigos que presentabais
quedaban inutilizados y confundidos á las pocas palabras que les dirijía.
Ahora bien, ¿creéis que se ha dado á Jesús de Nazareth la más pequeña
garantía de las deposiciones falsas de los testigos? Vuestro silencio y vuestra
confusión hablan por vosotros y la historia de esta horrible noche de
iniquidad, formará época en los fastos de la historia no solo del Sanhedrín,
sino también del pueblo hebreo... Mas ¡ay! ¿qué época será esa que se
inaugura pisoteando todas las leyes de Dios y cometiendo un crimen que
aterroriza?.. ¡Ay de la Sinagoga! ¡ay del pueblo hebreo! ¡ay de vosotros,
jueces, que pisoteáis la ley de Dios, para tener el placer de cometer un
crimen espantoso como no hay ejemplar!
Pero dejando á un lado consideraciones, que por tristes y dolorosas que sean
no pertenecen á este lugar, ni hacen á mi objeto, permitid que os dirija la
voz para apostrofaros; permitid que desate mi lengua y que el torrente de la
amargura que acibara mi alma, salga por mis labios en vista de vuestra
tremenda injusticia. Quiero reasumir todo lo que he dicho hasta aquí y no sé
como empezar; lo que debo decir es tan grande y tan abrumador y yo me
hallo tan poderosamente dominado por la tristeza y por la turbación, que no
se cómo mis labios aciertan á proferir una palabra, ni cómo mi pobre
entendimiento acierta á coordinar una idea.
30
¿Qué os diré, señores? ¿Qué puedo deciros, jueces de Israel, sino que el
pueblo os ha confiado el encargo de administrar justicia en nombre de Dios,
de la verdad y de la justicia, y que vosotros, pisoteando, rompiendo,
aniquilando la ley santa que el Señor os ha dado para el buen desempeño de
vuestro cometido, queréis vengaros de un hombre cuya inocencia es
inmaculada y queréis hacerlo aprovechando como medios de venganza la ley
de Dios os ha dado para hacer justicia y el puesto que el pueblo os ha
confiado para que castiguéis á los criminales, y seáis una garantía para la
virtud ultrajada y para la perseguida inocencia? iOh! ¡cuán tristemente cierta
resulta la acusación que desde un principio os he dirigido y que tantas veces
he tenido e! sentimiento de repetiros! ¡Oh! ¡cuán tristemente cierto resulta
que vosotros os habéis propuesto deshaceros de Jesús de Nazareth á
despecho de la ley, porque la virtud de Jesús os hace sombra y su
popularidad inmensa, efecto de las preclaras virtudes que atesora, os
intimida y os avergüenza, puesto que abate vuestro orgullo y descorre la
gasa falaz que cubre vuestros corazones!
Amargas son las frases que os dedico, jueces de Israel, pero creedme, son el
jugo de la amargura de mi alma al ver que pisoteáis la ley, al ver que estáis
resueltos á sacrificar una víctima inocente, al ver que del lugar en que solo
se deben castigar los delitos, va á cometerse un crimen espantoso,
entregando a la muerte deshonrosa de los bandoleros, al hombre que es la
inocencia en persona, al hombre que debiendo ser el orgullo y la gloria de
Israel, es tratado como si fuera un malhechor, de cuyos crímenes la tierra se
hallará con justicia espantada.
Siquiera yo viese un punto, aunque pequeño, por el cual pudiese deducir que
os halláis obcecados; siquiera notase en vosotros la voluntad de hacer
justicia y no la de convertir la justicia en venganza; siquiera viese un
pequeño artículo de la ley respetado por vosotros en esta causa injusta y
odiosa, pero nada de esto veo y cuantos mas esfuerzos hago para probaros
la inocencia de Jesús y para demostraras el horrendo crimen que váis á
cometer, tanto mas me persuado de que permaneceis aferrados á vuestros
propósitos y miro con mas espanto las colosales proporciones que vuestro
crimen va tomando. iOh! sí colosales, señores, porque esta transgresión
absoluta y descarada de la ley no tendrá término en vosotros, sino que
abarcará el pueblo todo y todas las edades de nuestra nación, y el delito de
31
que acusáis á Jesús de Nazareth; el delito de pretender destruir la Sinagoga
y el pueblo de Dios; lo estáis cometiendo vosotros porque el Altísimo, que ha
conducido tantas veces nuestros padres al cautiverio por faltas contra la ley,
enojado por tan enorme crimen como es el vuestro, borrará para siempre el
libro de las naciones á la nación judía, y nuestros hijos y tal vez nosotros
mismos, nos veremos obligados á emigrar y á recorrer desterrados todos los
pueblos de la tierra por todos los siglos. No olvidéis que la leyes la vida del
pueblo de Israel y advertid que vuestra falta absoluta, que vuestra descarada
transgresión de la ley para condenar al suplicio á un inocente que es Hijo de
Dios, es el acto con que presentais á la nación el tósigo que debe sepultarla
para siempre en una deshonrosa tumba.
¡Sí, jueces de Israel, sí; estáis asesinando á la nación; estáis convirtiendo la
justicia en un instrumento de vuestras menguadas pasiones; estáis
cometiendo el enorme, el incalculable crimen de utilizaros en apariencia de la
ley del Señor, para paneros con esta ley aparente y con el poder de que os
halláis revestidos, á las órdenes del infierno que os inspira y á disposición de
las pasiones que os tienen ciegos! Y yo, al dirijiros tan amargas
inculpaciones, no os calumnio, vuestra confusión misma lo pregona; yo no
soy injusto con vosotros, ni aventuro juicios temerarios, porque os he
probado de una manera inconcusa, que para nada habéis tenido en cuenta la
base jurídica fundamental, (sobre la que debe necesariamente estribar todo
juicio en materias criminales); en la causa promovida contra el inocente
Jesús de Nazareth.
La ley ordena y vosotros defendéis en las escuelas. que los debates deben
ser públicos; ¿cómo habéis cumplido con esta prescripción legal; cómo no
habéis practicado lo que enseñáis?
La ley ordena y vosotros defendéis en las escuelas, que el acusado debe
tener una libertad absoluta y completa de defensa; ¿cómo habéis cumplido
con esta ordenanza de la ley; cómo habéis puesto en práctica vuestra
enseñanza acerca de este punto, en la causa de Jesús de Nazareth?
La ley ordena y vosotros defendéis en vuestras escuelas, que se deben dar al
acusado sólidas garantías contra las falsas deposiciones de los testigos;
decidme, señores, ¿de qué manera habéis dado cumplimiento á las
32
prescripciones de la ley; de qué manera habéis hecho honor á vuestras
doctrinas en todo lo que concierne á esta causa?
Os he dicho que la iniquidad os inspira y que abrigáis el deliberado propósito
de hacer morir á Jesús: ¿Quien podrá argüirme de calumniador viendo que
faltáis tan absoluta y descaradamente á la ley y recordando las palabras de
Caifás, proferidas en la penúltima sesión del Consejo de la ciudad, palabras
en las que defendía la necesidad de hacer morir de una manera ó de otra á
Jesús, aun cuando para ello fuese preciso recurrir al asesinato?
La iniquidad se alberga en el lugar de la justicia: ¡ay del pueblo que ha
merecido que Dios permita, para castigarle, desgracia tan irreparable!
-Os he dicho, jueces de Israel, que de la suma de las tres partes de la base
de nuestro procedimiento legal en materias criminales, resultaría el respeto y
la protección que debe el tribunal al acusado, desde el momento en que se
hace cargo de él, hasta la hora en que se le pone en libertad, si es inocente,
ó se le aplica la pena merecida, si ha resultado reo de algún delito.
Podría muy bien excusarme de estudiar este punto capital en lo que se
refiere á la causa de Jesús de Nazareth, pues como no se ha cumplido
ninguna ley en causa tan odiosa, es lógico que no se ha dado al inocente que
defiendo la protección que debía dársele, ni os ha merecido el respeto que
debía mereceros, y que á buen seguro os mereciera el mas vulgar y
sanguinario de los asesinos y bandidos que pueblan las montañas de Galilea.
Mas como me he formado el propósito de demostraros, en cuanto pueda, las
inicuas ilegalidades que habéis cometido, quiero enumeraros en parte esas
ilegalidades; quiero demostraros algunas de ellas hasta la evidencia, porque
como me he propuesto esclarecer la verdad, me he propuesto también, en
todo lo que me sea dable, evitaros las excusas que tal vez pudierais adunar
en favor de vuestro acto, delante de Dios y de los hombres, cuando Dios os
pida cuenta de vuestro crimen, y los hombres os echen en cara vuestra
iniquidad, y el atropello de la justicia y de la inocencia que pretendéis
cometer.
¿Qué respeto os ha merecido, y qué protección habéis dado, señores, á Jesús
de Nazareth? ¿De qué manera habéis cumplido en esta parte con la ley de
33
Dios? ¿Son acaso respeto y protección los malos tratamientos, los durísimos
insultos de que vosotros, y en particular vuestros agentes, le han hecho
objeto, sin que se levantara una voz para acriminar tan execrable conducta?
Miradle, señores, miradle á Jesús, porque le tenéis delante, y después de
mirarle, decid si no habéis cebado en él como perros rabiosos. Su rostro
lleno de profundas heridas, cuajado de salivas asquerosas y de inmundo
cieno; su semblante hinchado y lleno de cardenales; su cabeza con los
cabellos mesa dos, empapados en agua cenegosa y en sangre coagulada; su
cuerpo débil y lleno de heridas; la gruesa cadena que amarra sin piedad se
halla sepultada en la inocente carne de sus muñecas, y la gruesa cuerda que
como un dogal oprime su cuello, rasga también la carne. Un guantelete de
hierro tiene marcado en el rostro, y según he colegido por algunas palabras
sueltas, esa marca terrible y espantosa ha sido impresa en el semblante de
Jesús por la mano irritada de un criado del pontífice ... ¿y delante de quién
diríais, señores, que se ha cometido ese acto bárbaro y criminal? Pues lo ha
sido delante de Anás, en casa de Anás, y por haber contestado Jesús mansa
y humildemente a las preguntas que el pontífice Anás le dirijia. Y no es todo,
no señores, lo mas terrible, lo mas vergonzoso, es que Anás no ha
reprendido al criado; es que, lejos de reprenderle, ha celebrado su acto, y
que el bárbaro que ha llevado á cabo semejante crimen, se jacta de su
acción entre sus iguales, y excitando la admiración y la envidia (en quienes
solo admiran el crimen y solo tienen envidia de los criminales), les dispone y
les excita á que hagan otro tanto y mas, toda vez que así pueden dar rienda
suelta á sus instintos feroces, y puesto que no solo están seguros de la
tolerancia del Sanhedrín, sino que saben que por sus barbaridades han de
ser aplaudidos, y han de dar gusto á los jueces de Israel, que les pagan del
erario del templo. iAh!, decidme si eso es proteger al inocente mártir á quien
defiendo; decidme si eso es respetar como deberíais hacerlo á Jesús de
Nazareth! ...
Yo recuerdo y vosotros tenéis presente también, la algazara y el alboroto con
que ha sido introducido aquí; yo recuerdo haber notado en vuestros
semblantes una manifiesta y execrable señal de feroz alegría; yo recuerdo
haberos visto ufanos y llenos de satisfacción, cuando ha penetrado por la
puerta de esta sala Jesús de Nazareth, conducido y llevado arrastrando como
la carroña de un animal inmundo; yo recuerdo todo eso y mucho mas, que
produce el vértigo y el horror hasta en los corazones pervertidos y que, sin
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embargo, lejos de arrancar á vuestros labios una protesta enérgica, lejos de
ver hollada la ley por los inmundos pies de los verdugos, lejos de reprender,
para cubrir cuando menos las apariencias, a los que así trataban á Jesús de
Nazareth, lo habéis visto con satisfacción, os habéis regocijado grandemente
por ello y hasta tal vez ha habido alguno de vosotros que, á no hallarse
contenido por algunos respetos, no titubeará en abrazar cordialmente á los
verdugos, para manifestarles el contento de que le llenaba el proceder de la
turba vil de sicarios y para darles una prueba de su gratitud por lo bien que
han sabido cumplir con vuestras instrucciones, ya tácitas, ya dadas de una
manera expresa y terminante.
En ningún tribunal del mundo se ha representado una escena tan repugnante
como la que se ha representado aquí, y sin embargo os jactáis de constituir
el tribunal mas humanitario de la tierra: en ningún tribunal del mundo, ni
aun entre las naciones mas bárbaras, háse dado á criminal alguno un trato
semejante al que habéis dado á Jesús de Nazareth y sin embargo, fuera de
este no hay tribunal en la tierra á quien Dios haya impuesto la prescripción
terminante de respetar y proteger al acusado. ¡Extraño modo es el vuestro,
señores, de cumplir con esta imprescindible obligación, en todo lo que
concierne á Jesús de Nazareth! Se da anticipadamente al acusado un
tormento cien veces peor que la muerte y se le da antes de juzgarle; antes
de que aparezcan las pruebas de su culpabilidad ó de su inocencia; antes de
que el tribunal le sentencie á lo que puede, que es á la muerte; pero nunca á
lo que puede ni debe, que el al martirio, que es á lo que Jesús ha pasado y
mucho temo ó á lo que espera.
¿Dónde está, pues, el respeto que el acusado os merece, cuando no solo le
ponéis en las manos de los bárbaros sicarios y les instáis y aplaudís para que
le martiricen, sino que alguno de vosotros, dando al traste con su decoro,
insulta y maltrata en esta misma sala, de obra y de palabra, al que debía
respetar y amenaza con descompuesta ira y furiosos ademanes á un juez de
Israel, que recordando su deber y la ley santa del Señor, háse tomado el
trabajo de ponerse aliado de Jesús, para impedir el insulto que se le dirijía,
para volver por el decoro del tribunal y hasta por la dignidad del fanatizado
por la pasión del odio que bulle en su pecho, como bulle la incandescente
lava en las entrañas del volcán?
35
¿Es esto, señores, el respeto que debe inspiraros el inocente Jesús de
Nazareth, durante los momentos terribles que permanece sentado en el
banquillo de los acusados, por efectos de una pasión vil y rencorosa, que
anima contra él los corazones de alguno de sus jueces? Miéntras se le insulta
por vuestros sirvientes, por vuestros enviados; miéntras un juez se atreve á
traducir en execrables hechos la pasión indigna que le domina; miéntras
todos vosotros, jueces de Israel, miráis con indecible satisfacción á Jesús en
vuestro poder y sonreís de gozo al verle tan agobiado por los martirios y las
torturas de que se le ha hecho blanco, ¿creéis, decidme, que dais
cumplimiento á la ley y que os halláis perfectamente en el terreno de vuestro
deber? ¿Creéis que estáis respetando y protegiendo al inocente Jesús de
Nazareth, como Dios, el pueblo israelita, el inocente acusado, e! decoro y la
honra de! Sanhedrín y hasta vuestra propia dignidad os exigen
imperiosamente? ¿Lo creéis así, señores jueces de Israel?
Y otra de las pruebas que atestiguan la falta absoluta de ese respeto y de
esa protección, es la pregunta que Caifás ha dirigido á Jesús. Si hubiese
merecido la protección que tenais el deber de concederle, no le hubiera
obligado el pontífice á contestar conjurándole en el nombre del Altísimo;
hubiérase dado el tribunal por satisfecho, viendo que nada resultaba contra
Jesús de las deposiciones de los testigos y le habría puesto desde luego en
libertad, toda vez que de esta manera procedía según ley; mas lejos de ser
así el pontífice le ha obligado á responder con juramento lo que Caifás quería
contestase y la febril exaltación que se ha apoderado del sumo sacerdote al
oír las palabras de Jesús, la irritación tempestuosa de que el pontífice ha
dado pruebas evidentes en aquel momento; la precipitación y el aturdimiento
con que os ha excitado á que dierais los votos en contra de Jesús; todo,
absolutamente todo, demuestra que, lejos de proteger á mi defendido,
conforme era vuestro imprescindible deber, buscabais una ocasión para
condenarle y habéis creído hallar esta ocasión apetecida, no bien han llegado
á vuestros oídos las palabras de Jesús; palabras que ni son criminales, como
luego os demostraré, ni mucho menos merecen la muerte, como vosotros
pretendéis.
Antes que me haga cargo de este último punto de mi discurso y toda vez que
se haya suficientemente probado que también habéis faltado del todo á la
ley, en el hecho de no respetar ni proteger á Jesús de Nazareth, permitid que
36
dé una rápida ojeada á los acontecimientos que han precedido y seguido
inmediatamente al acto injusto y execrable de la prisión del inocente, que
tengo alta honra en defender. Del rápido estudio que me propongo hacer,
resultarán justificadas las acriminaciones que os he dirigido, porque no solo
se hallará corroborada la inocencia de Jesús, sino probado el aserto de que
queréis sacrificarle á vuestras mezquinas pasiones, cueste lo que cueste, aun
cuando en ello se involucre la honra del Sanhedrín y hasta la vida de la
nación. Llevando el justo Nazareno al patíbulo, queréis acabar, repito, la obra
de una venganza.
¿Y cómo habéis empezado á preparar el terreno para esa venganza innoble?
¡Justificando al que hoy pretendéis condenar! Extraña conclusión os parecerá
la mía, pero por más extraña que os parezca, es la consecuencia lógica de lo
que habéis hecho. Habéis enviado agentes provocadores á Jesús yesos
agentes provocadores, esos hombres que se han encargado de hacer el
papel de esbirros, están entre nosotros, son jueces del pueblo de Israel y se
llaman Ananías y Achazías. ¿Qué objeto llevaban esos agentes que enviabais
á Jesús de Nazareth? Tentarle, prepararle lazos, urdir tramas para hacerle
caer en lo que vosotros llamáis crimen digno de muerte. Por fortuna para
Ananías y Achazías no pudieron poner en vías de hecho vuestro encargo,
puesto que aquel á quien los enviabais para hacerle incurrir en lo que llamáis
crimen, estaba ausente ya de los dominios sometidos á vuestra jurisdicción,
cuando vuestros agentes provocadores llegaron á Betania.
Abrigo la certeza de que en el caso de encontrar en Betania á Jesús vuestros
agentes, estos hubieran sido confundidos y desenmascarados por la altísima
ciencia de mi egregio defendido y solo teniendo en cuenta esta razón, he
dicho que Ananías y Achazías tuvieron la buena fortuna de no encontrar ya al
que buscaban, cuando llegaron á la vecina aldea; y esto que algunos de
vosotros lo considerásteis tal vez como una desgracia, yo lo considero como
una fortuna para el decoro y la honra del Sanhedrínn. Sí, señores, fortuna y
grande fué para esta corporación el que vuestro pensamiento no pudiera
llegar á vías de hecho, porque entonces se hubieran puesto en evidencia
toda la iniquidad y todos los menguados propósitos de unos hombres que se
llaman jueces de Israel, y de aquella iniquidad y de estos propósitos, hubiera
necesariamente salido tiznado cuando menos, si no del todo ennegrecido, el
tribunal supremo del pueblo de Dios.
37
Y si no, considerad, aunque no sea mas que de paso, el encargo que
encomendásteis á Ananías y Achazías y sin grandes esfuerzos os resultará
lógico y evidente cuanto os acabo de decir; os resultará de una manera
incontrovertible que justificabais á Jesús de Nazareth y que reconocíais su
inmaculada inocencia, en el acto mismo de mandar unos agentes, con el
expreso encargo de hacerle incurrir en un crimen para poderle juzgar y
condenar después, por causa del delito que se intentaba hacerle cometer. Si
se intentaba hacerle cometer el crimen para poder condenarle, es evidente,
señores, que confesabais no haberse cometido el crimen; si confesabais la
inocencia de Jesús de una manera tan manifiesta, confesabais también el
deliberado propósito que teníais de hacerle víctima de vuestro odio
implacable y es natural que siendo así, vuestra iniquidad resulte evidente y
los propósitos menguados de jueces semejantes, debieran tiznar y
ennegrecer la honra y el decoro de la corporación de que forman parte, si la
coincidencia ó la providencia de Dios no lo evitase, haciendo que Jesús se
ausentara de Betania antes de llegar vuestros agentes provocadores á dicho
punto.
¡Agentes provocadores! ... ¿Habéis considerado bien, jueces de Israel, lo que
significa esta frase repugnante? ¡Las entretenidas provocan al pecado; los
malvados á la maldad; los criminales al crimen! ¡Provocar al crimen no es
oficio de los que están puestos por Dios para juzgar los delitos, es oficio de
Satanás y de aquellos seres desdichados que le reconocen por señor y por
inspirador! ¡Provocar al crimen; esforzarse para que un inocente pierda la
inocencia y se haga un malvado; apurar los recursos de la inteligencia que
Dios nos ha dado para conocerle y amarle y para procurarle gloria,
trabajando al objeto de que otros le conozcan y amen; apurar, digo, los
recursos de esa: luz divina que se llama inteligencia, para poner lazos al que
no es criminal, á fin de hacerle incurrir en la maldad, esto es, señores, lo que
con Jesús de Nazareth habéis intentado y este execrable proceder no es de
jueces puestos para administrar justicia, no es de jueces de Israel puestos
para administrar en nombre del Altísimo, sino que es oficio de Satanás, es
oficio del diablo, interesado en hacer la guerra á Dios y en perder á los
hombres! ... y esto es lo que habéis intentado hacer, señores, por mas que
os avergüence oírlo de mis labios. Jueces de Israel; dejad que os pregunte
ahora: ¿quién es el criminal aquí? ¿quién es el inocente?
38
Pero vuestro acto, tan horrible mirado bajo este aspecto, tiene otro aspecto
más horrible aun; un aspecto tan execrable, que la imaginación espantada se
pierde al in tentar meditarlo. Este aspecto se nos presenta con toda su
repugnante desnudez, desde luego que consideramos el por qué de un paso,
que solo puede calificarse llamándolo verdaderamente satánico. No
delegásteis agentes provocadores para que fuesen á tentar á Jesús de
Nazareth, por solo el malvado placer de hacerle incurrir en un crimen, sino
que los delegásteis para hacerle incurrir en el crimen que habías meditado, á
fin de poderle condenar por ese crinen á la ignominiosa muerte del patíbulo.
¡Oh, jueces de Israel! ¿puede ser mas repugnante, mas bárbara, mas
diabólica la conducta que denuncio á vuestra propia vergüenza? Parece que
no se puedo ir mas allá; parece que la iniquidad de los hombres raya con eso
hasta lo imposible y sin embargo, aun vuestro criminal intento ha tomado
mayores proporciones, se ha aquilatado en el mal, ha buscado el Non plus
ultra de la maldad y haciendo un esfuerzo supremo, vuestros inicuos
intentos, remontándose por encima de la inteligencia y de la malicia humana,
han llegado á ponerse á la par con la inteligencia y la malicia de Satanás.
¿Para qué mandasteis á Jesús los agentes provocadores? Para ver si podíais
hacerle incurrir en el crimen de rebeldía, á fin de poder acusarle por él ante
el pretor del imperio romano. iAh! icuán amargas son las consideraciones
que resultan de ahí! No me haré cargo de ellas más que con suma
delicadeza, porque siendo este un asunto que se refiere á la independencia
de la patria, es también asunto que abrasa los labios que le tratan y que
seca la lengua en el paladar del que le aborda. Yo bendigo á Dios que por
nuestros pecados ha querido castigarnos, poniéndonos en las manos de
Roma, como en otros tiempos puso á nuestros padres en manos de los
asirios y de los babilonios; sí, yo bendigo á Dios y acato resignado sus sabias
y altísimas providencias y una palabra no saldrá de mi boca para ofender á
Roma, que es hoy para el pueblo hebreo el brazo indignado del Altísimo,
como lo fueron en otros días Baltasar, Nabucodonosor y Antíoco el blasfemo.
Por eso haciendo abstracción aquí del poderío de Roma, y sin ánimo de
ofenderla en nada, me concretaré al acto del Sanhedrín para preguntar á los
jueces de Israel; ¿qué propósito menguado era el vuestro, cuando
intentabais hacer incurrir á Jesús, vuestro patricio, en el crimen de rebeldía
contra Roma, á fin de poderle acusar después ante el Pretor? Si Judá fuese
39
aun la patria de los judíos; si en cierta manera no formase aun la nación
hebrea una parte de la provincia romana conocida con el nombre de Siria; si
se conserva aquí aquel amor profundo, inalterable, que nuestros padres
tenían á Israel; veríais con ojos de horror el paso incalificable que habéis
dado y en tiempos mejores, vuestro proyecto hubiera sido un crimen de alta
traición. Un judío que injustamente acusa á otro, ya sabéis las penas en que,
según nuestra ley, incurre por su delito; un juez de Israel que
impremeditadamente condena al justo, no tiene suficientes penas el mundo
para castigar su injusticia; un tribunal hebreo que aguza el ingenio de sus
miembros para hacer incurrir á un israelita en el crimen, al objeto de tener el
placer de condenarle á muerte comete un delito tan enorme, que merece
cien veces mil los mas atroces castigos y las mas ejemplares venganzas del
Altísimo. Y si esto es así, ¿qué merecerá un tribunal como el presente, que
trama un plan para hacer incurrir en el crimen de rebeldía contra una nación
que nos domina, al israelita mas justo de la nación, con el objeto de poder
acusar este inocente ante el Pretor, para que este le condene á muerte por
haberse rebelado? Señores; vuestro delito es tan grande, que solo Dios
puede estimarle en su justo valor y solo Dios puede apreciar el castigo que
se merece. ¿Sois vosotros los descendientes de los ilustres y heróicos
macabeos?
Mas dejando ya aparte cuestión tan delicada y pudiendo vuestro juicio sacar
las consecuencias de lo que acabo de apuntar, permitid que os pregunte ¿si
resulta cierto ó no, que habéis justificado á Jesús de Nazareth en el mismo
momento que dabais uno de los pasos mas graves que habéis dado para
condenarle; permitid que os diga si resulta ó no, en vuestro concepto,
manifiesto el propósito que tenéis formado de condenarle á despecho de la
ley y contra toda ley?
Pero sigamos el estudio de los actos que, ordenados por vosotros, han
precedido inmediatamente á la prisión injusta de Jesús. ¿Qué actos siguieron
á la disposición anterior, no bien observasteis que os había resultado fallida?
Helos aquí: Por disposición de los pontífices se reúne el Consejo de la ciudad
y se acuerda apoderarse de mi defendido á todo trance, esperando que una
vez el inocente obrara en vuestro poder, no os faltarían medios de hacerle
aparecer criminal y una vez estos medios encontrados, os sería fácil
condenarle á muerte. Os halláis de improviso alarmados por una
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contrariedad, que consistía en la mayor ó menor dificultad de apoderaros de
Jesús, y entonces resolvéis que lo mejor es apoderaros de él por traición.
Esto, sin embargo, no os parece del todo seguro, pretendéis asegurar el
golpe, queréis que muera el inocente, y por si acaso resultara que ni aun por
traición podías apoderaros de él, entonces uno de los mas caracterizados de
entre vosotros dice que será preciso, en último resultado, hacerle asesinar.
Esta es la verdadera frase; este es el verdadero sentido; esta es la única y
cabal explicación que tiene la causa de Jesús. Los jueces de Israel, olvidando
lo que son, se convierten en asesinos, y es preciso que un inocente se vea
asesinado, ora sea por traición, ora sea conduciéndole á un patíbulo. El caso
es que Jesús de Nazaret muera asesinado, ¿qué importa que el asesinato se
halle revestido con formas legales ó no?
Duras son las palabras que os dirijo, señores, pero por mas duras que sean,
lo es inmensamente mas el motivo que las pone en mis labios. Yo no
pretendo sacar las consecuencias que resultan de aquella vuestra resolución
llena de incalculable iniquidad; yo solo os preguntaré; ¿creéis que los jueces
de Israel están autorizados para disponer el asesinato de ningún ciudadano,
por criminal que sea? En su consecuencia, señores, si rechazáis el calificativo
que vuestra resolución os aplica justísimamente, ¿con qué nombre
pretendéis apellidar el propósito que formasteis de asesinar a Jesús de
Nazareth, si no era posible que cayese en vuestras manos, ni siquiera por
traición? ¿Os parece si es ese propósito es digno de jueces que deben tener
por regla invariable de justicia, la ley de Dios? Y ¿podríais acriminar ni
reconvenirme por nada, cuando os digo que no queréis condenar á un
culpable, sino vengaras de un inocente?
Y ¿cómo habéis llevado á cabo la prisión de Jesús de Nazareth? ¡Comprando
á uno de sus discípulos; valiéndoos de la mas execrable traición! ¡Todo había
de ser monstruoso y repugnante en este proceso, y para que el cuadro de las
maldades fuera completo, ni ha faltado en él la traición de un amigo! Y ¿Para
qué? Para apoderarse el Sanhedrín, durante la noche, de un hombre que
todos los días alternaba en el templo con los jueces que constituyen este
tribunal. ¡Parece increíble, y, sin embargo, es una tristísima verdad!
¡Apoderarse de noche y por traición de un hombre desarmado, pacífico,
indefenso; de un hombre que todos los días se hallaba entre vosotros! ...
¿Queréis mas envilecimiento por parte de los jueces de Israel? ¿queréis que
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el cuadro de la maldad resulte mas evidente y claro? ¿queréis que la justicia
y la inocencia de Jesús aparezcan con caracteres más visibles. Si era
criminal, jueces de Israel, ¿por qué no os apoderabais de él á la luz del día y
en presencia del pueblo que, conocedor de su crimen, hubiera aplaudido
vuestra decisión? ¿A qué apelar á la traición, cuando todos los días se
hallaba entre vosotros? ¿A qué irle á sorprender de noche en un retiro
pacífico, con poco menos que un ejército, cuando á la luz del sol podíais
aprisionarle, no debiendo hacer mas que extender la mano para verificarlo?
¡Ah, señores! En vuestro acto incalificable, y en los atropellos de que esta
noche la ley ha sido víctima por vuestra parte, el pueblo leerá lo que debe
leer, leerá lo que dice vuestra execrable conducta, y á la sentencia de Jesús
no la llamará sentencia, sino venganza.
Sí, venganza, y esta calificación hallarala corroborada en todo; y esta
calificación la hallará en el reguero de sangre inocente, que se ve en aquellas
calles por donde ha pasado Jesús; la hallará en el rostro y en el cuerpo de mi
defendido, tratando corno no lo fue nunca criminal alguno por parte de las
naciones mas bárbaras, y lo hallará por fin, en vuestros rostros, que llevan
escrita la infernal y pavorosa alegría que inunda vuestras almas, alegría que
á la par os regocija os sobresalta; alegría que tiene tan lejos la dicha como
tiene lejos el día á su enemiga la noche; alegría que es fiebre ardiente que
enciende en vosotros el príncipe de las tinieblas.
¿Mas á qué esforzarme, cuando mis esfuerzos no han de producir resultado
alguno en pro del inocente Jesús? ¿A qué arrancaros la máscara, y
enseñárosla, si vosotros tenéis formado el propósito de terminar la obra que
habéis empezado, ora sea con antifaz hipócrita, ora con desvergonzado
cinismo? No me arrepiento, sin embargo, de haber dicho lo que he dicho, ni
de haber hecho cuanto he hecho, porque lo he dicho, porque lo he hecho
cumpliendo mi deber, y procurando salvar la vida á un inocente, y librar al
Sanhedrín y al pueblo de las iras de Dios, de Dios, al que contra el Sanhedrín
y el pueblo pedirá venganza la sangre del justo, impía y cínicamente
derramada por vuestras manos. Terminaré, pues, en pocas palabras este
largo catálogo de verdades, haciéndome cargo del motivo en el que habéis
pretendido hallar materia suficiente para pronunciar, irritados contra Jesús
de Nazareth, la sentencia de muerte.
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No pienso dedicar siquiera una palabra á las acusaciones de los testigos,
puesto que habiendo salido falsas, y hallándose confundidos los acusadores,
sería darles algún valor ocuparme de ellas, cuando sin valor alguno han
resultado; cuando han resultado contraproducentes. No es hora de emplear
palabras ociosas, vosotros no tendríais paciencia para escucharlas, ni yo, que
me siento bastante fatigado, tendría tampoco fuerzas ni humor para reunir
dichas acusaciones, y volver a reducirlas á la nada de su iniquidad. Tampoco
os molestaré repitiendo aquí la prueba de la absoluta ilegalidad del arbitrario
proceder de Caifás, en el acto de obligar á Jesús á formular contra sí mismo
lo que habéis tomado por una acusación; bastante he hablado ya de eso, y
con bastante claridad os he probado que el pontífice ni podía ni debía hacer
lo que ha hecho; que vosotros no podíais ni debíais permitir el incalificable
proceder de Caifás, y que vuestra sentencia y vuestra aparente irritación, tan
luego como habéis oído á Jesús, es contra toda ley, ha sido proferida
hollando toda ley, y no teniendo en cuenta mas que los inicuos propósitos de
venganza que desdichadamente os animan. ¿Esto todo os lo he probado
hasta la saciedad; oí qué, pues, hacen de nuevo cargo de ello? Lo dicho está,
y por más que insistiera, ni vosotros variarais de resolución, ni la inocencia
apareciera más ostensible y claramente atropellada de lo que ha resultado
hasta aquí.
Vengamos, pues, al asunto, y veamos si en Israel es una blasfemia
apellidarse hijo de Dios. No quiero entrar ahora en el estudio de si
efectivamente Jesús de Nazareth es Hijo ó no del Altísimo, y no quiero entrar
en este estudio, porque ya otra vez héme ocupado de ello ante todos
vosotros reunidos, y sostengo ahora lo que entonces defendí; quiero solo
estudiar sucintamente, y probaros en pocas palabras, que cuando Jesús ha
dicho á Caifás que era Hijo de Dios, Caifás no podía tomar semejante
contestación por una blasfemia; Caifás no debía escandalizarse como ha
pretendido demostrarnos, y vosotros, por consiguiente, no podíais gritar: ¡es
reo de muerte! porque no había proferido Jesús ninguna blasfemia.
Jueces que habéis pretendido condenar á un israelita por una frase justísima
y perfectamente aplicada, decidme: ¿El hombre no llama acaso justamente
Padre al que lo hizo de la nada? Si esto es así, ¿qué blasfemia hay en
llamarse hijo de Dios cuando el Criador es nuestro Padre? ¿En qué, pues ha
blasfemado Jesús, cuando Caifás al preguntarle y conjurarle para que le
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dijera si era Hijo de Dios el Altísimo? le ha contestado: ¡Tú lo dices! Pero aun
aparte de esa prueba incontrovertible de que mi defendido no ha podido
blasfemar dando semejante contestación, existe en nuestro pueblo otra que
no es menos conocida que la anterior; vosotros sabéis que á los hombres de
una rara ciencia, de una rara virtud, como lo es Jesús, se les llama en Israel
hijo de Dios, para dar por medio de este honroso calificativo un testimonio
irrefragable de lo que son, de lo que valen y de lo que merecen; en este
concepto nadie mas legítimamente que mi defendido ha podido aplicarse
semejante palabra, cuando Caifás conjurándole le ha preguntado.
¿Dónde está, pues, la blasfemia, señores? ¿Dónde está el crimen que tan
fieramente os ha excitado? ¿Dónde está la culpabilidad de mi defendido?
Y ¿dónde está la ley, y la conciencia, y el honor del pueblo, y la dignidad de
los jueces, y sobre todo, dónde está el temor de Dios entre los hombres que
se sientan en el tribunal de Israel, para juzgar al pueblo en nombre del
Altísimo, cuando falta en los jueces la conciencia y el temor de Dios; cuando
no hay ley que no se atropelle; cuando no hay orden del Altísimo que no se
pisotee, para poderse vengar de un hombre justo, y para poder dar á su
venganza un barniz de legalidad y de justicia? .. Señores, vais á perpetrar el
crimen mas incalificable de los siglos; mi voz os lo ha probado de todas
maneras, y esta voz con que os acabo de hablar, será la que os acusará
incesantemente delante de Dios; delante de los siglos, espantados de
vuestro horrendo crimen; delante del pueblo hebreo, que sufrirá para
siempre las consecuencias de vuestra horrible iniquidad, y, por fin, delante
de vuestras conciencias, que la oirán sin parar un momento durante todo el
transcurso de la eternidad.
Termino ya.
La inocencia de Jesús se halla plenamente demostrada, y las acusaciones
que os he dirigido están evidentemente probadas; creo que he dado
cumplimiento a la misión que he recibido en la tierra; y ya no me importa
morir. ¡Ojalá que esto suceda antes que vea las manos de Israel teñidas en
la inocente sangre de su Mesías!
He dicho. Ahora si queréis hacerme responsable de mis aseveraciones, me
hallareis dispuesto á sujetarme gustoso á vuestro fallo apasionado. No retiro
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ni una palabra de cuantas he dicho defendiendo la verdad, la inocencia y la
justicia, junto con el porvenir y la honra de mi patria; junto con el decoro del
Sanhedrín, á cuya agonía me parece que asisto en este momento……
Las violaciones que se cometieron en el proceso de Cristo se expresan con
precisión y claridad en el alegato defensivo que transcribimos
exhaustivamente, el cual, aunque no haya tenido existencia real en los
términos y con los giros oratorio s expuestos por Nicodemus, su versión,
fruto de la imaginación exuberante de José Pallés, es amena, interesante y
conmovedora. En contraste con la extensión de dicho alegato, en una breve
síntesis determinaremos las contravenciones a la ley judía en que incurrió el
Sanhedrín, reiterando los postulados que la sustentaban y que en este
mismo capítulo enunciamos:
a) Violación al principio de publicidad en virtud de que el proceso se
verificó en la casa de Caifás y no en el recinto oficial llamado "Gazith".
b) Violación al principio de diurnidad, puesto que tal proceso se efectuó
en la noche.
c) Violación al principio de libertad defensiva, ya que a Cristo no se le dio
oportunidad de presentar testigos para su defensa.
d) Violación al principio de rendición estricta de la prueba testimonial y de
análisis riguroso de las declaraciones de los testigos, pues la
"acusación" se fundó en testigos falsos.
e) Violación al principio de prohibición para que nuevos testigos
depusieran contra Cristo una vez cerrada la instrucción del
procedimiento, ya que con posterioridad a las declaraciones de los
testigos falsos, el Sanhedrín admitió nuevos.
f) Violación al principio consistente en que la votación condenatoria no se
sujetó a revisión antes de la pronunciación de la sentencia.
g) Violación al principio de presentar pruebas de descargo antes de la
ejecución de la sentencia condenatoria, puesto que, una vez dictada,
se sometió a la homologación del gobernador romano Poncio Pilato.
h) Violación al principio de que a los testigos falsos debía aplicárseles la
misma pena con que se castigaba el delito materia de sus
declaraciones, toda vez que el Sanhedrín se abstuvo de decretar dicha
aplicación a quienes depusieron contra Jesús.
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Es evidente que las violaciones apuntadas afectaron el proceso contra Cristo
por vicios in procedendo e invalidaron la sentencia condenatoria con la que
culminó, misma que se pronunció por sesenta y cinco votos contra seis votos
absolutorios, figurando entre éstos los de Nicodemus y José de Arimatea. El
texto de dicho fallo lo concibe Pallés en los siguientes términos:
"El Sanhedrín de Israel, reunido legalmente a la sombra del Santuario, para
entender en la causa de Jesús de Nazaret, acusado de blasfemo y de hacerse
Hijo del Altísimo, después de haber invocado la asistencia del Eterno
Justiciero, fuera del cual es imposible obrar en justicia y proceder
rectamente, condena por sesenta y cinco votos contra seis, a muerte
ignominiosa de cruz, a Jesús de Nazaret, a cuyo fin se pondrá desde luego
en poder del Pretor de Roma, que es Poncio Pilatos, para que después de
haber revisado la causa, según el derecho y las leyes del imperio, mande
aplicarle el castigo que el tribunal del pueblo escogido, inspirado por Jehová,
ha tenido a bien imponerle, en justo castigo de sus blasfemias y de sus
trastornadoras imposturas.
"Perezca la memoria del blasfemo y los hijos estériles de su linaje y
parentela, maldigan a sus padres en su vejez, para que Dios borre su raza y
su memoria de la faz de la tierra.
"Amén; Amen.
"Esta es la sentencia del tribunal supremo de justicia de la nación; que dicta
contra Jesús de Nazaret, reo convicto de blasfemia y confeso de predicarse
Hijo del Altísimo."
Del texto transcrito se infiere que Cristo fue condenado a la "muerte en cruz"
por el delito religioso de blasfemia. Ahora bien, en el Derecho Hebreo no se
contemplaba la crucifixión como pena de muerte, sino la lapidación que
consistía en el apedreamiento del condenado. Por consiguiente, el Sanhedrín
aplicó a Jesús una pena no prevista en la ley judía. La crucifixión era una
sanción que se previó en el Derecho Romano para castigar los delitos más
graves, tales como la piratería, la sedición y la rebelión, en los que el Estado
era la "parte ofendida". Dicha pena no se aplicaba a los ciudadanos romanos
y mucho menos respecto de "delitos religiosos". Por consiguiente, el
mencionado tribunal cometió dos ingentes faltas in judicando: condenar a
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Cristo a la muerte en cruz sin tener competencia para decretada conforme al
Derecho Hebreo, y ordenada para un delito religioso, la blasfemia, que no
existía en el Derecho Romano. Por ello, los miembros del Sanhedrín, para
que Poncio Pilato homologara la condena de "muerte en cruz", acusaron al
Salvador del delito de sedición, según lo comentaremos en el capítulo
siguiente.
CAPÍTULO CUARTO
EL PROCESO DE CRISTO ANTE PILATO
I. OBSERVACIÓN PREVIA
En ocasión anterior recordamos que toda sentencia que impusiese la pena de
muerte, pronunciada por los tribunales de las provincias romanas, debía ser
homologada por el gobernador respectivo, quien, después de analizar el caso
fallado, podía o no ordenar su ejecución. Obviamente, dicha condición operó
respecto de la condena de Cristo decretada por el Sanhedrín. Así, sus
miembros, que por amplísima mayoría la votaron, acudieron ante la instancia
de Pilato, gobernador de Judea, para obtener el "exequatur" de su
resolución.
Este personaje fungió con dicho carácter durante un período de diez años, es
decir desde el año 26 hasta el año 36 de nuestra era. Su nombramiento
provino de TIBERIO, emperador o "cesar" de Roma. Ferdinand Prat, en su
eminente obra 'Jesucristo", hace una semblanza de Pilato, explicativa de su
proceder en el llamado 'Juicio político" a Cristo. Estimamos pertinente citar,
en lo tocante a este punto, la opinión de tan afamado autor.
"De que Pilato era brutal y terco, no convendría concluir que estaba dotado
de una verdadera energía. Los caracteres más violentos son a veces los más
tímidos. Afectan brutalidad para disimular la falta de carácter y se esfuerzan
por inspirar a los otros el terror que ellos mismos experimentan. Dos hechos
pintan al vivo a este personaje. Cuando Pilato tomó posesión de su gobierno,
discurrió, con el objeto de domeñar de una vez por todas a los judíos, cuya
obstinación le era muy conocida, introducir de noche a Jerusalén las
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insignias militares adornadas con imágenes y emblemas idolátricos. Los
judíos le suplicaron que las retirara y durante seis días presentaron sus
pechos desnudos a los soldados enviados para hacer una matanza. Obligado
Pilato a ceder, comprendió con qué clase de hombres se las había. En otra
ocasión, habiendo hecho suspender en lo alto del palacio de Herodes algunos
escudos dorados, sin ninguna efigie, sino solamente con el nombre del cesar
reinante, lo reprendió severamente Tiberio, por quejas de los judíos, y le
ordenó que respetara las costumbres nacionales de sus súbditos, corno lo
habían hecho sus predecesores. Surtió efecto la lección. El, ante quien
temblaba todo mundo, temblaba a su vez ante el solitario de Caprea y el
miedo a una denuncia ante Tiberio fue; lo que le arrancó la condenación de
Jesús”.
Cuando Cristo fue conducido ante Pilato, trató de convencerlo para que se
negara a ordenar su muerte, o sea, a otorgar el exequatur del fallo del
tribunal hebreo. Débase de recordar, al respecto, que la mujer ejerce una
indudable y permanente influencia en el hombre, a tal punto que muchas
veces la conducta de éste, buena o mala, es el resultado de tal influencia. De
ahí que, en el caso de Jesús, el gobernador romano haya intentado salvarlo
de la crucifixión.
II. ARGUCIAS PARA SALVAR A CRISTO
a) En la primera comparecencia ante Pilato, éste sometió a Jesús al siguiente
interrogatorio:
Pilato celebró matrimonio con PRÓCULA, quien era esclava de la familia
romana denominada CLAUDIA, que la adoptó después de haberle dado su
libertad. Era costumbre en Roma que un esclavo manumitido antepusiese a
su nombre el de su amo, por lo que, en la historia, a la esposa del
mencionado gobernador de Judea, se le conoce como CLAUDIA-PRÓCULA.
Parecería extraño y hasta impertinente en esta monografía hacer alusión a
ella. Sin embargo, su intervención discreta en el "proceso político" del
Salvador fue muy importante, pues influyó en el ánimo de su marido para
que éste intentara en cuatro ocasiones eludir la homologación de la sentencia del Sanhedrín. Claudia-Prócula no compartía las creencias politeístas
de los romanos. Su inquietud intelectual la condujo al conocimiento de la
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religión judía y se interesó por la vida y obra de Jesús, de quien oyó hablar,
con elogio y veneración, a su esclava BERENICE.
"Pilato ¿Eres tú el rey de los Judíos?
Jesús ¿Dices esto de tí mismo u otros te lo han sugerido?
"Pilato ¿Acaso soy yo Judío? Tu nación y los pontífices te han traído ante mí.
¿Qué has hecho?
'Jesús Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mis
ministros habrían peleado para impedir que Yo fuera entregado a los judíos;
pero mi reino no es de aquí abajo.
"Pilato Luego tú eres rey.
Jesús Tú lo has dicho, Yo lo soy. Yo nací y vine a este mundo para dar
testimonio de la verdad. Cualquiera que es (del partido) de la verdad
escucha mi voz.
"Pilato ¿Qué cosa es la verdad?".
Pilato era un político pragmático imbuído en la religión politeísta grecaromana, o sea, era un pagano. Su paganismo lo alejaba de cuestiones
filosóficas y teológicas. Por tanto, no le interesaba saber lo que era "la
verdad" que Cristo atestiguara. En las palabras del Salvador no encontró
ningún delito y mucho menos contra el Estado romano. Si las ideas de Jesús,
su predicación y su obra pudieren implicar alguna falta de carácter religioso
contra la ley de los judíos, ello no ameritaba la intervención de Pilato. Este,
en consecuencia, exclamó ante los acusadores del Señor: "ningún delito
hallo en este hombre", por lo que rehusó la homologación de la sentencia del
Sanhedrín.
b) Ante la insistencia furibunda de la turba hebrea para que ordenara la
ejecución de este fallo, a Pilato se le ocurrió una estratagema procesal
consistente en declararse "incompetente" para juzgar a Cristo. Esta actitud la
fundó en que Jesús, habiendo nacido en Galilea, era súbdito de Herodes
Antipas. Aunque éste, como tetrarca, no tenía la facultad de homologar la
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multicitada sentencia, el gobernador Pilato aprovechó el subterfugio de la
incompetencia, no para que Herodes Antipas otorgara el "exequatur"
correspondiente, sino para recabar la opinión de éste en favor de la inocencia
de Jesús. El tetrarca no externó ningún parecer sobre este tópico, sino que,
considerando a Cristo como desquiciado, lo envió a Pilato, no sin ridiculizado
como "monarca", imponiéndole unas "insignias reales" provocadoras de
burlas y de hilaridad. La actitud de Herodes fue aprovechada por el
gobernador romano para decir a los judíos acusadores del Redentor que el
tetrarca tampoco había encontrado ningún fundamento en la acusación, y
que "Soltaría a Cristo después de corregirlo". En cumplimiento de esta
promesa, Pilato ordenó la flagelación de Jesús y lo exhibió ante la furia judía
con la espalda manando sangre y con la corona de espinas encajada en la
cabeza con el objeto de provocar la compasión de quienes lo habían llevado
al Pretorio como prisionero. Al efecto, Pilato expresó la celebre frase "EcceHomo", que significa: "He aquí al Hombre" y contrariamente a esta
pretensión, se lanzó el grito colectivo concentrado en esta palabra:
Crucificado.
c) En su tenaz propósito de evitar la muerte de Cristo, Pilato tuvo la
ocurrencia de valerse de la festividad religiosa de la Pascua en la que se
acostumbraba poner en libertad a un delincuente que el pueblo escogiera. Al
electo, planteó a los judíos el dilema de si, conforme a tal costumbre,
debería libertarse a Jesús inocente o al protervo Barrabás, responsable de
delitos gravísimos. Ante este planteamiento, el populacho exigió al
gobernador romano que soltara al delincuente y crucificara a Cristo,
profiriendo a gritos la siguiente admonición: "Si no ordenas la crucifixión del
Nazareno que se dice rey de los judíos, no serás amigo del César, pues sólo
a éste reconocemos por tal". Esta terrible exigencia implicaba condenar a
muerte a un inocente por un delito político, la sedición, que Jesús no
cometió. Tal condena eliminó la que se decretó por el Sanhedrín, o sea, la de
blasfemia que se hizo consistir en que Cristo se ostentó como Hijo de Dios.
La actitud de Pilato se explica, pero nunca se justifica, por la circunstancia de
que, de no acceder al clamor de los judíos, caería en desgracia ante Tiberio,
exponiéndose a su vez, al jus gladii por su infidelidad al Cesar de Roma. En
este doloroso caso la política abatió a la justicia, fenómeno que es frecuente
en la historia de la Humanidad. Cristo no murió por blasfemo contra Jehová,
sino por sedicioso contra el Imperio Romano, según la excecrable decisión
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unilateral de Pilato. El juicio ante el Sanhedrín fue inútil y atrozmente
efectivo el llamado "político". Bien se sabe que, arrepentido por la
irreversible injusticia que cometió, Pilato "se lavó las manos" ante los judíos
diciéndoles absurdamente que no era culpable del derramamiento de la
sangre de Cristo y dando a entender que la responsabilidad de su muerte
recaía en el pueblo judío, por haber cometido, según el pensamiento
cristiano, un deicidio.
III. INEXISTENCIA DEL “JUICIO POLÍTICO”.
En la presente monografía hemos aludido a este “Juicio", pero si se examina
la intervención de Pilato a consecuencia de la homologación que le exigió el
Sanhedrín de la sentencia que dictó contra Jesús, se debe concluir que no
hubo tal juicio. El juicio equivale a un proceso para dirimir una controversia
"inter partes", y tratándose de la materia penal, el hecho que lo origina es un
supuesto o real delito. Por tanto, éste es la base de la contienda entre la
acusación y la defensa. En el caso de Cristo no existió esa base sine qua
non, en virtud de que el delito de sedición, por el que se le crucificó, fue
inventado por Pilato en aras de sus personales intereses y ante el temor de
ser castigado por Tiberio como traidor a Roma. El "delito religioso" por el que
el Sanhedrín condenó a Cristo a la muerte en cruz fue la blasfemia y por el
que exigió la homologación del procurador o gobernador de Judea. El "delito
político" contra Roma no fue materia cuestionada ni pudo serlo, ante el
citado tribunal, atendiendo a su notoria incompetencia. La responsabilidad
imputada a Cristo por sus acusadores ante el Sanhedrín era de carácter
religioso. Por esa responsabilidad se le condenó a muerte y para este
objetivo se solicitó la homologación de la sentencia respectiva y no por
ninguna responsabilidad derivada de una supuesta sedición contra el Imperio
Romano. Estas reflexiones nos llevan a esta evidente conclusión: hubo
condena sin delito, pues el juez que la impuso, Pilato, lo creó. Esta
circunstancia revela claramente, que no se cumplieron las reglas procesales
establecidas por el Derecho Penal Romano que reseñamos en el Capítulo
Primero de la presente monografía, lo que demuestra que, además del
tremendo vicio in judicando que hemos señalado, Pilato incurrió en notorios
vicios in procedendo que invalidaron jurídicamente la decisión arbitraria e
injusta de ordenar la crucifixión del Redentor. Esta conducta obedeció al
temor que el gobernador romano abrigó ante estas dos posibilidades: cortar
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su carrera política, exponiéndose al jus gladii y soliviantar al pueblo judío
para independerse de Roma, según lo pretendía el grupo de los zeloles y al
cual Judas quiso atraer a Jesús por considerarlo el Mesías político, no
religioso.
CAPÍTULO QUINTO
LA CRUCIFIXIÓN Y EL DESTINO DE PILATOS.
I. LA MUERTE EN CRUZ
La cruz, símbolo del Cristianismo, expresión señera de sus valores y luz en el
camino humano, recibió en los maderos que la configuran, el cuerpo
ensangrentado de y atrozmente herido de Jesús. Su crucifixión, hecho
conductor de su muerte como signo culminatorio de su vida terrenal,
entraña, a su vez, la grandiosa puerta de la vida eterna para toda la
Humanidad. Sin ella y sin la resurrección del Hijo de Dios, no tendría ninguna
justificación ni validez espiritual la religión cristiana. Pero la crucifixión
también era en la antigüedad histórica, la manera más cruel y despiadada de
ejecutar la pena de muerte. Su abominable y horrenda implicación sobrepasa
en crueldad a todas las formas que la perversidad humana ha inventado para
cumplir la sentencia que la hubiese decretado. Así, el crucificado muere de
asfixia al contraerse lentamente su aparato respiratorio por su propio peso.
De conformidad con la ley judía, la pena de muerte debía quedar consumada
antes del ocaso. Esta necesidad obligó a crear un funcionario o agente de
autoridad para que la asfixia se apresurara, mediante la fractura de las
espinillas del condenado con un mazo. En el caso de Cristo, esta execrable
operación no se practicó en virtud de que, antes de la puesta del Sol, ya
había fallecido. Para comprobar este hecho, Longinos, soldado romano, dio
un lanzaso en el costado derecho de Jesús sin que brotara sangre.
La costumbre, tratándose de la crucifixión, establecía que en la cruz, por
medio de siglas, se inscribiera el motivo de la muerte del crucificado como
escarmiento público. Tocante a Cristo, Pilato ordenó que en su cruz se
pusieran las letras INRI, que sintetizaban esta expresión conocida
universalmente: JESUS NAZARENUS REX IUDEORUM, y que en español
significa JESUS NAZARENO REY DE LOS JUDlOS. Esta inscripción provocó la
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protesta de los sanhedritas ante el gobernador romano exigiéndole que la
cambiara por esta otra: Jesús Nazareno que se dijo rey de los judíos. A esta
reclamación contestó tajante Pilato: "Quod scripsi, scripturn manet", que se
traduce: "Lo que escribí queda escrito".
II. LAS SIETE PALABRAS
Aparentemente, este tema rebasaría la cuestión netamente jurídica que
abordamos en la presente monografía sinóptica. Sin embargo, su alusión es
necesaria porque forma parte entrañable del proceso de Cristo. "Las Siete
Palabras" que tienen el rango de expresiones proferidas por Jesús durante su
crucifixión, involucran la doctrina que con su muerte legó a la Humanidad, y
fue esa doctrina, según hemos dicho, la causa principal de su enjuiciamiento.
Por estas razones creemos pertinente referirnos brevemente a tan
trascendental tópico.
a) Primera palabra: "Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen". En
esta súplica Cristo, actuó como hombre, pidiendo al Padre el perdón para sus
detractores, y es precisamente el perdón de todos los pecados humanos el
fin que lo convierte en Redentor. Es interesante observar que a través de
dicha "palabra" Jesucristo rechaza la "ley del talión", norma destacada del
Derecho hebreo, ya que el perdón evita la venganza del agraviado contra el
agraviante.
b) Segunda palabra: "En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en
el paraíso". Esta frase la dijo Cristo á Dimas, el "buen ladrón", por haberse
arrepentido este delincuente de sus pecados. El arrepentimiento implica una
actitud de conciencia, que emocionalmente es la consecuencia del
remordimiento. Merced a dicha frase, quien no se arrepiente de su conducta
inmoral y del daño que ésta hubiese causado, se comporta
anticristianamente apartándose de las enseñanzas de Jesús.
c) Tercera palabra: ''Mujer, he ahí a tu hijo" 'Juan, he ahí a tu Madre", Estas
expresiones, dirigidas a la Virgen María y a su discípulo Juan, se deben
interpretar a través de la trascendencia universal del Cristianismo. Jesús,
mediante la primera, proclamó a Su Madre como el refugio espiritual de toda
la Humanidad y como intercesora entre Dios y los hombres, y merced a la
segunda, como admonición dirigida a todos los cristianos para venerar a la
53
Virgen, lo que en la historia ha sucedido por conducto de diversas
advocaciones que no rompen su identidad. Tal fenómeno acontece,
verbigracia, con la Virgen de Guadalupe en México, y en España, con la
Virgen del Pilar, aragonesa, con la Virgen de los Remedios, para no citar sino
las más conocidas.
d) Cuarta Palabra: 'Tengo sed". Estas dos palabras no sólo entrañan la
expresión de una necesidad material, sino el ansia de Cristo por cumplir, en
los últimos momentos de su vida terrenal, la voluntad de su Padre
extremando sus sufrimientos y tormentos para la redención de los hombres.
Esta es la interpretación que les asigna el distinguido autor que hemos
invocado, o sea, José Pallés.
e) Quinta palabra: "Padre mío, ¿por qué me has abandonado?". Mediante
esta exclamación, Jesús reveló su condición humana, sintiendo terrible pavor
ante los tremendos dolores y sufrimientos que estaba padeciendo en la cruz.
Creyó, en medio de ellos, que Dios se había alejado de él y temió que no
cumpliría cabalmente su voluntad.
f) Sexta palabra: "Todo se ha consumado". Jesús llegó al fin del calvario que
los profetas, como Isaías, habían señalado. Esta expresión es antagónica de
la anterior, pues significa que, vencido el temor que ésta involucra, el Hijo de
Dios realizó en la tierra lo que el Señor le indicó.
g) Séptima palabra: "Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu".
Como consecuencia de la consumación de su misión terrenal, el cuerpo de
Cristo quedó clavado en la cruz, y ya muerto, su Espíritu se liberó para
integrarse a su Padre. Esta interpretación revela que no existe el Misterio de
que habla la Iglesia católica. El vocablo "misterio" tiene varias acepciones
coincidentes. Entraña "Anuncio o cosa secreta en cualquier religión", "Cosa
inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe", "Cosa recóndita que no
se puede comprender o explicar". La 'Trinidad" Dios Padre, Dios Hijo y Dios
Espíritu Santo ha sido secularmente considerada como "misterio". Sin
embargo, tomando en cuenta los atributos de Dios, que son la omnipotencia,
la eternidad y la infinitud, además de la omnisciencia, la Trinidad no es
ningún "misterio", ya que es claramente comprensible conforme a la lógica.
Si Dios es Uno, sin perder su unidad y conservándose como "Padre", por
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medio de su "Espíritu" encarnó en Cristo a través de la Virgen María, y por
esta encarnación se convirtió en "Hijo". Por consiguiente no hay, como lo
pretende el catolicismo, tres personas distintas, sino una sola, que es Dios,
quien, por su omnipotencia, y a través de su Espíritu, engendró un hijo en la
persona de una mujer selecta, que es María. Si estas reflexiones son
convincentes, ¿dónde está el misterio?
III. EL DESTINO DE PILATO
En una impresionante obra intitulada Los Evangelios Apócrifos, editada por la
Biblioteca de Autores Cristianos, cuyo autor es Aurelio de Santos Otero,
doctor en Teología de la Pontificia Universidad de Salamanca, España,
aparecen publicadas las epístolas que se cruzaron el emperador TiberioCésar y el gobernador romano de Judea, Poncio Pilato. De su texto, que se
supone auténtico por la seriedad académica de dicha obra, se deduce el
destino del mencionado pretor que condenó a Cristo a la muerte en cruz. Es
viable pensar que a Pilato se le aplicó por Tiberio la ley del Talión. Esta
conclusión está imbíbita en tales cartas. Su claridad no requiere ningún
comentario, y con el objeto de no alterar su contenido, las transcribimos a
continuación:
"Carta de Poncio Pilato dirigida al Emperador Romano acerca de Nuestro
Señor Jesucristo"
"Poncio Pilato Saluda al emperador Tiberio César.
“Jesucristo, a quien te presenté claramente en mis últimas relaciones, ha
sido por fin, entregado a un duro suplicio a instancias del pueblo, cuyas
instigaciones seguí de mal grado y por temor. Un hombre, por vida de
Hércules, piadoso y austero como éste, ni existió ni existirá jamás en época
alguna. Pero se dieron cita para conseguir la crucifixión de este legado de la
verdad, por una parte, un extraño empeño del mismo pueblo, y por otra, la
confabulación de todos los escribas, jefes y ancianos, contra los avisos que
les daban sus profetas y, a nuestro modo de hablar, las sibilas. Y mientras
estaba pendiente de la cruz, aparecieron señales que sobrepujaban las
fuerzas naturales y que presagiaban, según el juicio de los físicos, la
destrucción a todo el orbe. Viven aun sus discípulos, que no desdicen del
Maestro ni en sus obras ni en la morigeración de su vida; más aun, siguen
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haciendo mucho bien en su nombre. Si no hubiera sido, pues, por el temor
de que surgiera una sedición en el pueblo (que estaba ya como en estado de
efervescencia), quizá nos viviera todavía aquel insigne varón. Atribuye, pues,
más a mis deseos de fidelidad para contigo que a mi propio capricho el que
no me haya resistido con todas mis fuerzas a que la sangre de un justo
inmune de toda culpa, pero víctima de la malicia humana, fuera inicuamente
vendida y sufriera la pasión; siendo así, además, que, como dicen sus
escrituras, esto había de ceder en su propia ruina. Adiós. Día 28 de marzo".
"Carta de Tiberio a Pilato"
"Por cuanto tuviste la osadía de condenar a muerte a Jesús Nazareno de una
manera violenta y totalmente inicua y, aun los insaciables y furiosos judíos;
por cuanto, además, no tuviste compasión de este justo, sino que, después
de teñir la caña y de someterle a una horrible sentencia y al tormento de la
flagelación, le entregaste, sin culpa alguna por su parte, al suplicio de la
crucifixión, no sin antes haber aceptado presentes por su muerte; por
cuanto, en fin, manifestaste, sí, compasión con los labios, pero le entregaste
con el corazón a unos judíos sin ley; por todo esto, vas tú mismo a ser
conducido a mi presencia, cargado de cadenas, para que presentes tus
excusas y rindas cuentas de la vida que has entregado a la muerte sin
motivo alguno. Pero ¡ay de tu dureza y desvergüenza! Desde que esto ha
llegado a mis oídos, estoy sufriendo en el alma y siento que se desmenuzan
mis entrañas. Pues ha venido a mi presencia una mujer, la cual se dice
discípula de El (es María Magdalena, de quien, según afirma, expulsó siete
demonios), y atestigua que Jesús obraba portentosas curaciones, haciendo
ver a los ciegos, andar a los cojos, oír a los sordos, limpiando a los leprosos,
y que todas estas curaciones las verificaba con sola su palabra. ¿Cómo has
consentido que fuera crucificado sin motivo alguno? Porque, si no queríais
aceptarlo como Dios, deberíais al menos haberos compadecido de El como
médico que es. Hasta la misma relación astuta que me ha llegado de tu
parte, está reclamando tu castigo, ya que en ella se afirma que Este era
superior a todos los dioses que nosotros veneramos. ¿Cómo ha sido para
entregarle a la muerte? Pues sábete que, así como tú le condenaste
injustamente y le mandaste matar, de la misma manera yo te vaya ajusticiar
a ti con todo derecho; y no sólo a ti, sino también a todos tus consejeros y
cómplices, de quienes recibiste el soborno de la muerte".
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Surge la duda de si las epístolas transcritas son o no auténticas. Su
reproductor, el doctor Santos Otero, con gran escrupulosidad académica, los
publicó en su citada obra, no sin indicar las fuentes de que proceden. Nadie
está autorizado para rechazar su legitimidad. Es más fácil negar que afirmar.
Si esta reflexión no fuese válida, no sería posible la investigación histórica.
La Historia no es sólo la mera narración ficticia. Como disciplina cultural está
preñada de imaginación y hasta de poesía. Sin estos factores estaría
expuesta al escepticismo, es decir, a la inactividad intelectual y a la abulia
emocional. Como cristianos concedemos credibilidad a las susodichas cartas.
Su evaluación queda al criterio subjetivo de los lectores de la presente
monografía.
REFLEXIONES FINALES
Las predicciones proféticas están incorporadas al Antiguo Testamento, es
decir, a la Biblia, según consta en la Vulgata Latina. Estas predicciones
versan sobre las promesas hechas por Dios a los hombres, principalmente al
pueblo hebreo a través de los profetas, entre quienes ocupa un lugar
preeminente ISAÍAS. En su profecía se vaticina el nacimiento de Jesucristo al
prever que "será concebido por una Virgen, que parirá un Hijo, que será
llamado EMMANUEL dotado de las insignes cualidades de "Altísimo,
Consejero, Dios, Fuerte y Príncipe de la Paz". En la misma profecía se declara
que Emmanuel, nombre de Jesús, recibirá el Espíritu del Señor, espíritu de
sabiduría.
La invocada profecía se cumplió al asumir Cristo la triple naturaleza unitaria
como Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, así como en su vida sustentada en
las Bienaventuranzas expresadas en el Nuevo Testamento, documento
histórico universal vinculado inescindiblemente con el Antiguo Testamento
formando ambos una relación de continuidad religiosa. Esta continuidad
implica que los seguidores de Cristo no debemos llamarnos solamente
"cristianos" sino “Judeo-cristianos", ya que nuestra religión se rige por las
normas contenidas en los Dos Testamentos, siendo el Nuevo, es decir, el
concerniente a los Evangelios, el perfeccionamiento espiritual del Antiguo, o
sea la Biblia.
Debe enfatizarse, por otro lado, que la profecía de Isaías, al considerar a
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Cristo como Dios, debió agitarse por el Sanhedrín a efecto de no condenado,
como lo hizo, por el delito de blasfemia. Consiguientemente, además de las
violaciones contra el Derecho Procesal Hebreo que puntualizamos en el
capítulo respectivo de este opúsculo, el mencionado tribunal cometió una
gravísima afrenta al profeta aludido, quien, en unión de los demás, era un
varón extraordinario, cuyas exhortaciones integran el Antiguo Testamento,
mismo que fue contravenido por la sentencia de muerte decretada contra
Jesús de Nazareth por un delito en que no incurrió el Hijo de Dios. Por otra
parte, la aludida sentencia también violó el Antiguo Testamento al condenar
al Salvador a la muerte en cruz. La crucifixión, ya lo hemos dicho, no era una
pena establecida por los hebreos. Esta se cumplimentaba por lapidación,
hoguera, o degollación según la ley judía vigente en la época de la Pasión de
Jesús.
Del breve y somero estudio sobre el Proceso de Cristo, que se contiene en el
presente opúsculo, se patentiza la conclusión de que el Hijo de Dios fue
víctima del interés político de Pilato envuelto en el temor de caer en
desgracia ante su jefe, el emperador romano Tiberio. Sacrificó al valor
Justicia en aras de su cobardía, que lo obligó a decretar la crucifixión de
Jesús, pese a su propósito de salvarlo de la ferocidad de los judíos.
Tácitamente fue destinatario de la ley del Talión, según se infiere de los
Evangelios Apócrifos que hemos señalado. Sin embargo, secularmente se ha
planteado este dilema por los estudiosos del proceso de Cristo: ¿su actuación
fue libre o efecto de la predestinación? El entendimiento humano es incapaz
de resolver imparcialmente esta cuestión. Solamente la sabiduría infinita de
Dios puede dirimirla. Solummodo Deus sciet.
Por último, a guisa de autocrítica, es pertinente formular las siguientes
observaciones. La denominación de este opúsculo la hemos expresado como
"Monografía Jurídica Sinóptica", pues su contenido se refiere a un solo tema
principal, el "Proceso de Cristo", mismo que tratamos desde el punto de vista
del Derecho por modo breve y en forma de resumen. Para no rebasar la
susodicha temática, hemos deliberadamente obviado múltiples cuestiones
meta jurídicas que, por necesidad, se vinculan a dicho Proceso, tales como el
nacimiento, la vida, la obra y la pasión del Salvador, así como el análisis, o al
menos la referencia, a múltiples personajes y hechos conectados con el tema
central, por no decir único, del presente opúsculo, que tiene propiamente el
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carácter de "folleto", revestido con una expresión quizá exagerada. De no
haber asumido la aludida abstención, nuestra labor hubiese ostentado una
dimensión enciclopédica fuera de nuestro alcance. En honor de la modestia
están enfocadas estas observaciones.
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