Corte Suprema de Justicia de la Nación(CS) 01/11/1999

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Corte Suprema de Justicia de la Nación(CS)
IMPUGNACION DE LA PATERNIDAD - DERECHO A LA IDENTIDAD
01/11/1999
D. P. V., A. c. O., C. H.
Dictamen del Procurador General de la Nación:
I. Contra la decisión de la sala B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil
de fojas 292/294 que desestimó el planteo de inconstitucionalidad del art. 259 del
Cód. Civil y, consecuentemente desconoció legitimación a la esposa para impugnar
la paternidad de un hijo matrimonial, ella interpuso el recurso extraordinario de fojas
297/304, el que fue concedido a fojas 314.
Se agravió, pues según sostuvo el pronunciamiento del a quo niega preeminencia
constitucional a tratados incorporados a la Carta Magna como son la Convención
sobre eliminación de todas de formas de Discriminación contra la Mujer, la
Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención sobre los Derechos
Humanos (Pacto de San José de Costa Rica) y la Convención sobre los Derechos
del Niño, tratados que según indica adquirieron jerarquía constitucional a partir de la
última reforma del art. 75 inc. 22 de nuestra Ley Fundamental, por lo que los
derechos y garantías que ellos consagran deben entenderse de rango superior a lo
legislado por el art. 259 del Cód. Civil.
Puso de resalto, especialmente, que en el mencionado contexto deviene
inconstitucional la exclusión de la mujer del ejercicio de este tipo de acciones.
Destacó que la Convención sobre Eliminación de todas las formas de
Discriminación, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas de 1979,
reafirma la igualdad de los derechos de todas las personas, rechaza cualquier
distinción por el sexo y enfatiza la obligación de garantizarle a la mujer igualdad en
el goce de todos los derechos, en especial en lo relativo al ejercicio de prerrogativas
como progenitoras, cualquiera sea su estado civil en materias relacionadas con los
hijos.
Agregó que su exclusión en el ejercicio de la acción prevista por el ya citado art. 259,
es un resabio de la antigua legislación, en la cual el hombre era dueño y señor en el
manejo de los intereses de la familia, quedando la esposa sometida a esas
potestades. La legislación actual mantiene --indicó-- limitaciones discriminatorias
como las referidas que --hoy-- luego de la reforma constitucional resultan violatorias
de los principios básicos de igualdad.
Consideró, asimismo, que en el mismo contexto, la Convención sobre Derechos
Humanos, llamada Pacto de San José de Costa Rica contiene en sus arts. 1°, 17, 19
y 24 --que transcribió-- disposiciones que respalda su derecho.
Criticó asimismo al fallo de la anterior instancia, por una parte, pues no tuvo en
cuenta que el recurrente no sólo impugnó la paternidad de su anterior esposo, sino
también reclamó la paternidad extramatrimonial de quien es actualmente su legítimo
marido, y padre de otros dos hijos matrimoniales, hermanos biológicos del primero.
Por otra, ya que si bien en un anterior pronunciamiento había sido desconocida la
facultad de la esposa de incoar este tipo de acciones, se trató de un juicio en el que
el reclamo se realizó en representación del menor, a diferencia del presente, en el
que la madre acciona por su propio derecho, a partir de las nuevas prerrogativas que
nacen desde la reforma del texto constitucional.
Además, pues el argumento que sostiene que nadie puede alegar su propia torpeza
al relacionar la acción ejercida con el adulterio que se atribuye a la accionante no
guarda relación --observó-- con el problema de filiación que se debate en este
proceso, sino con la temática relativa al divorcio en el marco de la institución
matrimonial.
Finalmente, la consideración relativa a que la acción podrá ser ejercida por el menor
cuando adquiera la madurez suficiente importa a su juicio, desconocer los intereses
del menor, pues ellos deben ser satisfechos cuando la necesidad aparece y, en
modo alguno puede postergarse hasta una edad determinada, ya que en ese tiempo
la solución puede ser tardía y el daño irreparable, con la consecuente violación a los
intereses del niño, también protegidos por la convención correspondiente.
II. A mi modo de ver el recurso intentado es procedente, atento a que se ha puesto
en tela de juicio la validez de una norma del Código Civil por ser contraria a normas
de la Constitución Nacional y de tratados internacionales, y la decisión ha sido
adversa al derecho fundado en estas últimas. Lo trascendente del caso resulta
manifiesto por hallarse en debate la interpretación de la Carta Fundamental y Pactos
como el de San José de Costa Rica, la Convención de Eliminación de todas formas
de Discriminación contra la Mujer, la Declaración Universal de Derechos del Hombre
y la Convención sobre los Derechos del Niño, en materia de igualdad de
prerrogativas de la mujer, por lo que la solución que aquí se adopte, repercutirá no
sólo en la comunidad nacional sino en la internacional, puesto que se encuentra en
juego el cumplimiento de buena fe de obligaciones internacionales asumidas por la
República Argentina. Por demás, tal como lo ha indicado V. E. y dado que dichos
tratados apuntan a la salvaguarda de derechos humanos, cabe admitir a su respecto
pautas de operatividad inmediata (v. sentencia del 7 de julio de 1992, Ekmekdjian,
Miguel A. c. Sofovich --La Ley, 1992-C, 543--).
III. A partir de dicha premisa, creo propicio poner de resalto al tribunal que la norma
impugnada --art. 259 del Cód. Civil, t. o., ley 23.264-- sólo confiere legitimación para
el ejercicio de la acción de impugnación de paternidad al marido y al hijo matrimonial
quedando la esposa y madre del descendiente excluida de dicha enumeración.
Más allá que buena parte de calificada doctrina nacional haya coincidido en señalar
que la madre del niño no está legitimada para impugnar la paternidad de su esposo
desde que ello importaría reconocer su propio adulterio, en otras palabreas, alegar
su propia torpeza, soy de parecer que dicha tesitura --con la que concuerda el a quo-, trasunta un argumento meramente aparente vinculado a la doctrina de los propios
actos, pero que en realidad vislumbra un criterio prejuicioso-- y --consecuentemente- discriminatorio, respecto a la conveniencia y finalidad con la que la esposa y madre
actuaría al pretender incoar este tipo de acciones. Y, en lo fáctico, omite la
consideración de circunstancias concretas invocadas por la actora y que las
constancias del expediente ratificarían, como es por ejemplo, que ha contraído
enlace con quien, según indican las pruebas biogenéticas, sería el padre biológico
de su hijo, unión de la que además han nacido otros menores, hermanos del
primero. O, además, que su primer esposo sufría de imposibilidades físicas que le
impedían procrear.
No desconozco la presunción de paternidad legítima que consagra el art. 243 del
Código Civil, vinculada a la legitimidad como estado de familia y a la presunción de
paternidad del marido respecto del hijo dado a luz por su mujer, pero en la medida
que doctrinaria y jurisprudencialmente se ha coincidido que dicha presunción no es
"iuris et de iure" y consecuentemente es desvirtuable mediante prueba en contrario,
no deja de resultar, a mi juicio sugestivo que se niegue a la mujer la posibilidad que
se reconoce al marido de así hacerlo. ¿O será que en realidad se pretende por esta
vía sancionar a la esposa (con fundamento en una conducta sexual que su esposo
entiende reprochable) negándole la posibilidad de esclarecer la identidad real de sus
hijos, sanción de la que se ve excluido su marido quien sin haberse disuelto su
vínculo marital, en similares circunstancias de relaciones concubinarias, podría
reconocer hijos extramatrimoniales?
Además creo que, en este punto, asiste razón a la recurrente, desde que si alguna
punición le corresponde, ella ha de vincularse con los efectos derivados del
matrimonio y no con las relativas a las relaciones filiales de los hijos, con los
subsiguientes efectos perniciosos que ello puede generar en personas menores de
edad, no habilitadas dado su incapacidad a accionar personal y directamente.
IV. Ahora bien, a los fines de una correcta solución del problema y de una adecuada
interpretación de nuestra Ley Suprema, no debemos olvidar que la reforma
constitucional de 1994 ha incorporado con jerarquía constitucional como
complementarios de los derechos y garantías reconocidos por la primera parte de
nuestra Constitución, los derechos consagrados en ciertos tratados internacionales
(v. art. 75 inc. 22 de nuestra Carta Magna y sobre el particular, sentencia del 27 de
diciembre de 1996 "Chocobar, Sixto c. Caja Nacional de Previsión para el Personal
del Estado y Servicios Públicos", considerando décimo primero y precedentes allí
citados --La Ley, 1997-B, 247--).
Y en lo que aquí interesa merece destacarse la Convención sobre la eliminación de
todas las formas de discriminación contra la mujer, que proclama en su art. 1°, que
la discriminación contra la mujer en cuanto niega o limita su igualdad de derechos
con el hombre, es injusta y constituye una ofensa a la dignidad humana. Esta
Convención promueve la adopción de todas las medidas apropiadas a fin de abolir
las leyes, costumbres, reglamentos y prácticas que constituyan una segregación en
su contra y, para asegurar la protección jurídica adecuada de la igualdad de
derechos del hombre y la mujer (art. 2°) Propicia asimismo la adopción de medidas
que conduzcan de un lado, a la eliminación de los prejuicios y la abolición de
prácticas consuetudinarias y de cualquier índole, que estén basadas en la idea de
inferioridad de la mujer (art. 3°); y de otro, apropiadas para asegurarle igualdad de
condiciones con el hombre y sin discriminación alguna (art. 4° primer párrafo).
Consagra su igualdad de derechos en el campo civil y, en particular, respecto del
ejercicio de su capacidad jurídica, poniéndose especialmente de relevancia, en
general, la equivalencia en cuanto a la condición de marido y esposa, y en particular,
respecto de derechos y deberes en lo tocante a los hijos (art. 6.1 y 2).
Asimismo la Convención Americana sobre Derechos Humanos, conocida como
Pacto de San José de Costa Rica garantiza a las personas el pleno ejercicio de sus
derechos sin discriminación alguna por motivos de sexo asegurando la igualdad de
prerrogativas y la adecuada equivalencia de responsabilidades de los cónyuges en
cuanto al matrimonio, durante el mismo y luego de su disolución. Finalmente
consagra el principio que todas las personas son iguales ante la ley, y tienen
derecho sin discriminación a igual protección (v. arts. 1°, 17 y 24).
Es más la Declaración Universal de los Derechos Humanos incluye el derecho de
toda persona de presentarse en condiciones de plena igualdad ante tribunales
independientes y la facultad de hombres y mujeres de disfrutar de iguales
prerrogativas en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución
del mismo (arts. 10 y 16).
También la Declaración Americana sobre Derechos y Deberes del Hombre dispone
que todas las personas son iguales ante la ley y gozan de sus derechos sin
distinción alguna por razón de su sexo (v. art. 2°).
Y en este marco de amplio reconocimiento a la mujer del ejercicio pleno de los
mismos derechos que le competen al hombre, no puede desconocerse que la
salvaguarda de dicho principio y el rechazo de toda distinción por razones de sexo,
cuenta con similar respaldo en nuestra legislación interna en el sabio texto de
nuestra Constitución Nacional, que en su art. 16 establece que todos los habitantes
son iguales ante la ley.
Interpretando el referido cuerpo de nuestra Carta Fundamental ha sostenido Joaquín
V. González, que en su sentido más positivo, la igualdad de todas las personas ante
la ley no es otra cosa que el derecho a que no se establezcan excepciones o
privilegios que excluyan a unos de lo que se concede a otros en iguales
circunstancias (v. "Manual de la Constitución Argentina", p. 126, núm. 107, Ed. de
Angel Estrada y Compañía, ordenada por el Congreso de la Nación).
En este último aspecto es cierto, que según reiterada jurisprudencia del tribunal la
garantía constitucional de la igualdad no puede considerarse vulnerada si la norma
legal en cuestión no fija distinciones irrazonables o inspiradas en fines de ilegítima
persecución o indebido privilegio de personas, y que ese principio no impide que se
contemplen en forma distinta situaciones que se consideran diferentes, en tanto la
discriminación no responda a los enunciados que se mencionan "supra".
Sin embargo en la especie, resulta desde mi punto de vista, irrazonable coartar a la
esposa, en las condiciones reseñadas ut supra, el ejercicio de la acción de
impugnación de paternidad, ya que, desde mi óptica, importa excluirla
arbitrariamente de la práctica de sus deberes y derechos de madre; resulta
insostenible que carezca de interés directo y personal en cuestiones como son las
relativas a esclarecer la identidad real de sus hijos, aspecto que en definitiva tiene
por objetivo asegurar el bienestar de la familia sobre la base de la certeza y realidad
de los vínculos del grupo familiar, cuyo alcance específico es el punto VI de mi
dictamen. No admitirlo así conduce, a mi juicio, a discriminar y excluir a la mujer,
madre y esposa de su participación efectiva en un aspecto esencial de la vida
familiar.
Véase que no se trata ni siquiera de reconocer la admisibilidad final de su pretensión
sino de permitirle por lo menos el ejercicio pleno en un proceso de sus derechos, ello
sin perjuicio de lo que pueda en definitiva resolverse en cuanto al fondo del
problema.
Y es claro, entonces que la norma del art. 259 del Cód. Civil que excluye a la
cónyuge de la práctica de la acción de impugnación de paternidad, o bien la
interpretación que sobre el particular de ella se formula, resulta contraria y violatoria
de los principios de igualdad en todo ámbito entre hombres y mujeres; y limitativa de
la equivalencia de condiciones para accionar en el marco matrimonial y
postmatrimonial --en especial relación a los derechos y deberes con los hijos-- , que
consagran los Tratados que menciono en el punto IV, y en definitiva del derecho a la
igualdad que garantiza el artículo 16 de la Constitución Nacional.
V. Ya tuvo oportunidad de señalar el tribunal en Fallos: 172:29 siguiendo a BallotBaupré que compete a los jueces adaptar el texto --literal y humanamente--, de las
leyes a las realidades y exigencias de la vida moderna, sin rezagarse a sostener
obstinadamente el pensamiento histórico de los autores del Código al consagrar tal o
cual solución. Es más, tuvo allí oportunidad V.E. de observar que el sentido de las
normas no puede permanecer fuera de lo que son las corrientes y cambios
profundos de la vida social. No podemos dejar de preocuparnos de interpretar las
normas en armonía con las necesidades actuales y con las ideas ambientes o
circundantes. Ya Ihering afirmaba que no son los hechos los que deben seguir al
derecho sino el derecho a los hechos. Así en Fallos: 241:291 (La Ley, 92-632)
también sostuvo V.E. que las leyes no pueden ser interpretadas sólo históricamente
sin consideración de las nuevas condiciones y necesidades de la comunidad, con
visión de futuro.
Frente a tales antecedentes creo que las pautas que emanan del art. 259 en
cuestión, texto según ley 23.264 si bien constituyen un avance en la medida que
permite, ahora, al hijo iniciar acciones a fin de determinar su vínculo biológico,
mantiene en cuanto se refiere a la cónyuge criterios ya superados, consecuencia de
principios como el de la indisolubilidad del vínculo matrimonial --invalidados por la
ley--, o bien caídos en desuso como por ejemplo la autoridad marital absoluta; o, lisa
y llanamente derogados en materia penal, como el concubinato, los que regían
básicamente, en nuestros albores, todas las relaciones de familia.
No olvidemos la evolución que desde sus orígenes ha sufrido nuestra ley en materia
de equiparación de los derechos femeninos: ello así, no sólo se ha abolido el
principio de incapacidad de hecho relativa de la mujer casada, sino que hoy se
admite el ejercicio compartido de la patria potestad, la fijación de mutuo acuerdo del
domicilio conyugal y el uso optativo del apellido de casada. Igualmente en materia
penal --según ya indiqué-- se suprimió la norma que incluía al adulterio como delito
contra la honestidad, cuya tipificación perjudicaba en mayor medida a la mujer.
También fue la propia Corte, la que antes de la correspondiente reforma legislativa,
estableció en su precedente "Sejean" la inconstitucionalidad de normas vinculadas al
divorcio vincular que consideró superadas por la realidad de los tiempos, con
fundamento en que es inadecuada una exégesis estática como principio de
interpretación de la Carta Magna y de sus leyes reglamentarias, que esté restringida
por las circunstancias existentes al tiempo de su sanción; "las normas de la
Constitución están destinadas a perdurar regulando la evolución de la vida nacional,
a la que han de acompañar en la discreta y razonable interpretación de la intención
de sus creadores" (v. doctrina de Fallos: 308:2268).
Y en tales condiciones, en marcos legislativos que admiten el divorcio vincular y la
celebración válida de otro matrimonio con el nacimiento posible o probable de
nuevos hijos --como en los hechos se da en el caso en estudio-- pierde todo
sustento lógico razonable impedirla a la esposa "adúltera" --según decir de los
sentenciantes-- ya divorciada, el ejercicio de acciones como la aquí considerada, ya
que más allá de las apreciaciones morales que este tipo de situaciones pueda
merecer según el observador, prevalecen valores de rango superior como son la
veracidad de la paternidad, y la protección de la minoridad ("favor veritas y favor
minoris"), en los que se incardina la necesidad de salvaguardar la identidad e
integrar al menor al grupo familiar al que realmente pertenece, aspectos al que la
madre del niño no puede permanecer ajena, so pena de importar su apartamiento,
una discriminación inadmisible violatoria de su derecho de igualdad.
No es plausible que una visión estática de la normativa jurídica referida a
circunstancias y pautas de convivencia históricas, que se han ido superando en el
transcurso del tiempo nos conduzca a excluir a la mujer de facultades, que en
similares circunstancias se reconocen al marido y que en el ámbito de nuevas
relaciones no sólo personales, sociales y culturales, legitimadas legislativamente, y
aun científicas y biológicas, han perdido toda actualidad y vías de contacto con lo
que es la versátil realidad cotidiana.
Y cuando este tipo de soluciones podría asimismo constituirse en un impedimento
para esclarecer vínculos biológicos reales de personas incapaces, --tema a cuyo
respecto-- ya tuve oportunidad de dictaminar el 24 de noviembre de 1977 en la queja
0-28-XXXIII--, la invalidación de la sentencia impugnada, se impone al tribunal.
VI. Creo propicio recordar que en ese mismo sentido se expidió la Corte Europea de
Derechos Humanos en su sentencia del 27 de octubre de 1994, en autos "Kroon and
Others vs. Netherlands" en los que en un problema similar al presente ese tribunal
internacional dejó establecido que la noción de vida familiar no está exclusivamente
limitada a las relaciones basadas en el matrimonio y puede alcanzar a otros vínculos
familiares de facto en el que las partes viven juntas fuera del matrimonio. Agregó
que un hijo nacido de una relación semejante es, "ipso iure", parte de esa unidad
familiar desde el momento mismo de su nacimiento. Se puso de resalto
especialmente, que el respeto por la vida familiar exige que la realidad biológica y
social prevalezcan sobre una presunción jurídica que, contradice los deseos de las
personas afectadas. Concluye que restringir la acción de impugnación de paternidad
al esposo importa desconocer a la madre y al padre biológico el respeto de su vida
familiar.
Asimismo nuestro Máximo Tribunal ha salvaguardado la igualdad de situaciones
propiciando la descalificación de aquellas soluciones que conduzcan a un trato
discriminatorio de la mujer (v. entre otros sentencia del 8 de octubre de 1973,
"Carballo, María Isabel c. Nación Argentina" y la publicada en Fallos: 308:359). Esta
línea jurisprudencial, además, es coherente con las previsiones de la ley interna
antidiscriminatoria 23.592 que considera actos u omisiones discriminatorios a todos
aquellos que restrinjan el ejercicio de los derechos y garantías fundamentales por
motivos tales como la raza, religión, o sexo.
VII. Desde otra perspectiva, resulta a mi juicio inconducente el problema relativo a la
oportunidad del planteo que formula la recurrente, ya que una consolidada tradición
jurisprudencial de nuestra Corte descarta impedir el esclarecimiento de relevantes
temas constitucionales y federales como el presente, por los eventuales ápices
procesales que pudieran obstaculizarlos (v. Fallos: 260:204 --La Ley, 118-91912.172-S-- 261:36, 262:168, 296:747, entre muchos otros).
Tampoco dejo de ver la gravedad que tiene la declaración de inconstitucionalidad de
una ley, sin embargo como ya lo decía el juez Huges y lo reitera en su voto en la
citada causa "Sejean" el Ministro Petracchi, sería imposible defender la primacía de
la Constitución sin la facultad de invalidar las leyes que se le opongan.
Por todo ello, soy de opinión, que corresponde hacer lugar al recurso extraordinario
interpuesto y declarar la inconstitucionalidad del art. 259 del Cód. Civil en tanto V.E.
interprete que veda el ejercicio a la esposa de la acción de impugnación de
paternidad y, revocar consecuentemente, la sentencia de la anterior instancia que
desconoce a la actora legitimación para promover este tipo de procesos. -- Julio 7 de
1998. -- Nicolás E. Becerra.
Buenos Aires, noviembre 1 de 1999.
Considerando: 1. Que la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, por su sala B,,
confirmó lo resuelto en la instancia anterior en el sentido de hacer lugar a la
excepción de falta de legitimación activa de la madre para deducir por derecho
propio la acción de impugnación de paternidad matrimonial conforme al art. 259 del
Cód. Civil. Contra ese pronunciamiento, la actora vencida interpuso el recurso
extraordinario federal, que fue concedido a fs. 314 en cuanto se cuestiona la
inteligencia de tratados internacionales. A fs. 325/335 vta. tomó intervención el
defensor oficial ante esta Corte a fs. 337/341 vta. consta el dictamen del procurador
general.
2. Que el tribunal a quo descartó que existiese incompatibilidad entre los principios y
garantías consagrados en las convenciones internacionales invocadas por la actora
en sustento de su acción, pues estimó que la disposición del art. 259 del Cód. Civil
no constituía un privilegio masculino, resabio del antiguo régimen de autoridad
marital, sino que era el medio legal para permitir desvirtuar la presunción legal de
paternidad de los hijos del marido. La Cámara reiteró el fundamento del fallo de la
primera instancia, en el sentido de que la negativa a reconocer la legitimación de la
madre se fundaba en la prohibición para la mujer de invocar su propia torpeza,
solución legal que, a pesar de las críticas, fue mantenida tras la reforma plasmada
por la ley 23.264. En suma, el a quo estimó que la norma no es discriminatoria en
este punto por razones de sexo, sino que se trata de un problema de política
legislativa, cuya solución legal no violenta derechos fundamentales del hijo, por
cuanto él está legitimado para interponer la acción por derecho propio cuando
adquiera suficiente madurez.
3. Que la parte actora solicita la apertura del recurso extraordinario por estimar que
la limitación contenida en el art. 259 del Cód. Civil, que no incluye a la madre del
niño entre los legitimados activos para deducir la acción de impugnación de
paternidad matrimonial, violenta --a su juicio-- normas contenidas en la Convención
Americana sobre Derechos Humanos (arts. 1°, 17, inc. 4°, 19 y 24), en la convención
sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (art. 16)
y en la Convención sobre los Derechos del Niño (arts. 2°, 7°, 8° inc. 1°, 12 inc. 1° y
18 inc. 1°), que gozan todas ellas, de supremacía frente al derecho interno. Aduce,
asimismo, que el fundamento concerniente a la prohibición para la madre de
promover una acción que importa reconocer su propio adulterio, no es invocable
frente a la clara obligación de las autoridades de atender al interés superior del niño.
4. Que el remedio federal es formalmente admisible pues se ha puesto en tela de
juicio la validez de una norma del Cód. Civil por ser contraria a normas de la
Constitución Nacional y de tratados internacionales de jerarquía constitucional, y la
decisión ha sido adversa a los derechos que la apelante fundó en estas últimas (art.
14 inc. 3°, ley 48).
5. Que la consideración primordial del interés del niño, que la convención sobre los
Derechos del Niño --art. 3.1-- impone a toda autoridad nacional en los asuntos
concernientes a los niños, orienta y condiciona toda decisión de los tribunales de
todas las instancias llamados al juzgamiento de los casos, incluyendo obviamente a
esta Corte (Fallos: 318:1269, especialmente consid. 10), a la cual corresponde,
como órgano supremo de uno de los poderes del Gobierno Federal, aplicar --en la
medida de su jurisdicción-- los tratados internacionales a los que el país está
vinculado, con la preeminencia que la Constitución les otorga.
6. Que la recurrente invoca en sustento de su pretensión diversas normas
contenidas en la Convención Americana sobre Derechos Humanos --Pacto de San
José de Costa Rica, aprobado por ley 23.054 y ratificado por nuestro país el 5 de
septiembre de 1984-- y en la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas
de Discriminación contra la Mujer, aprobada por ley 23.179 y en vigor en la
República Argentina a partir del 14 de agosto de 1985. Estos tratados
internacionales de protección de los derechos fundamentales del hombre, aun
cuando no gozaban de jerarquía constitucional en octubre de 1985 --rango que
adquirieron al ser incluidos por los constituyentes de 1994 en el art. 75 inc. 22 de la
Constitución Nacional-- obligaban internacionalmente al Estado nacional y
prevalecían sobre el derecho interno al tiempo de la promulgación de la ley 23.264,
que introdujo notables reformas en materia de filiación, dando la redacción actual al
art. 259 del Cód. Civil. Según este texto, cuentan con legitimación activa para
promover la acción de impugnación de la paternidad matrimonial, no sólo el marido -y, en ciertos supuestos precisamente descriptos, sus herederos-- sino también el
hijo.
7. Que ello significa que al tiempo de la sanción de la ley 23.264, que mantiene la
falta de legitimación de la madre para impugnar la paternidad presumida por la ley,
los legisladores nacionales conocían los límites que imponían los tratados
internacionales vigentes, en virtud de la preeminencia de la fuente convencional
frente a la fuente interna (doctrina de Fallos: 315:1492). De la discusión
parlamentaria que precedió a la sanción de la ley 23.264 no surge preocupación
alguna sobre el ejercicio de algún derecho propio de la mujer, sino sólo la
conveniencia o inconveniencia de su eventual actuación en representación del hijo
durante su minoridad. Es decir, la reforma legislativa tuvo como consideración
primordial el valor que apreció como el más beneficioso para el hijo, esto es, el
conocimiento de su identidad biológica permitiéndole el desplazamiento en todo
tiempo de una filiación no acorde en el lazo biológico, superando incluso los límites
éticos (conf. antecedentes parlamentarios de la ley 23.264, Cam. Dip. Nac. 1985,
reunión 46, p. 7578).
8. Que si bien, en principio, no cabe presuponer la inconsecuencia o la imprevisión
del legislador (doctrina de Fallos: 310:195; 312:1714, entre muchos otros), ello no
impide, no obstante, efectuar el control de constitucionalidad entre la norma de
derecho interno precisamente aplicable al caso, a saber, el art. 259 del Cód. Civil,
que no contempla la facultad impugnadora de la madre, y las normas de fuente
convencional que la recurrente invoca en su favor y que, a su juicio, tornarían
discriminatoria la solución del Código de fondo.
9. Que, en este sentido, el escrito de interposición del recurso extraordinario
contienen la enunciación de diversas normas del Pacto de San José de Costa Rica -arts. 1°; 17 inc. 4°, 19 y 24-- atinentes al ejercicio de libertades y derechos, entre
ellos, la obligación del Estado de tomar medidas apropiadas para asegurar la
igualdad de derechos y la adecuada equivalencia de responsabilidades de los
cónyuges. El derecho del niño a la protección de su condición de menor y el derecho
de toda persona a igual protección de la ley. La mera cita de normas legales sin un
análisis razonado de los hechos de la causa, y sin que la parte recurrente intente, ni
siquiera mínimamente, fundamentar las razones por las cuales en el caso concreto
se produciría una lesión directa a los derechos que a su favor se infieren de esos
principios concebidos con alto grado de abstracción y de generalidad, no basta para
constituir un agravio y, en este sentido, el recurso evidencia decisiva falta de
fundamentación.
10. Que, no obstante, este tribunal admite que en el plano internacional el Estado
argentino ha tomado el compromiso --al ratificar la Convención Americana sobre
Derechos Humanos-- de no introducir en su ordenamiento jurídico regulaciones
discriminatorias referentes a la protección de la ley y que, por lo demás, la garantía
constitucional de la igualdad se opone a toda situación que trate a un grupo
determinado con hostilidad y que lo excluya del goce de derechos que se reconocen
a otros en situaciones similares (art. 16, Constitución Nacional).
11. Que en este orden de ideas, la recurrente se agravia pues estima configurada
una flagrante violación al art. 16, párrafo primero, inc. d, de la Convención sobre la
Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, en relación con
el derecho a la identidad, de raigambre constitucional, que se ha plasmado en el art.
8°, párrafos primero y segundo, de la Convención sobre los Derechos del Niño.
12. Que el citado inc. d del párrafo 1° del art. 16 de la Convención aprobada por ley
23.179, establece: "1. Los Estados Partes adoptarán todas las medidas adecuadas
para eliminar la discriminación contra la mujer en todos los asuntos relacionados con
el matrimonio y las relaciones familiares y, en particular, asegurarán, en condiciones
de igualdad entre hombres y mujeres:... d) los mismos derechos y responsabilidades
como progenitores, cualquiera que sea su estado civil, en materias relacionadas con
sus hijos; en todos los casos, los intereses de los hijos serán la consideración
primordial; ...". La acción sub examine que la ley argentina atribuye al marido y no a
la esposa y madre del niño, está evidentemente "relacionada" con el derecho del hijo
a conocer su verdadera identidad, derecho que, si bien no es absoluto, goza de
jerarquía constitucional.
13. Que el principio de igualdad de todas las personas ante la ley no es otra cosa
que "el derecho a que no se establezcan excepciones o privilegios que excluyan a
unos de lo que se concede a otros en iguales circunstancias (Gonzalez, Joaquín V.,
"Manual de la Constitución Argentina", Estrada Editores 1898, N° 107, p. 126). No
todo tratamiento jurídico diferente es propiamente discriminatorio porque no toda
distinción de trato puede considerarse ofensiva a la dignidad humana. Existen
ciertas desigualdades de hecho que pueden traducirse en desigualdades justificadas
de tratamiento jurídico, que expresen una proporcionada relación entre las
diferencias objetivas y los fines de la norma (Corte Interamericana de Derechos
Humanos, Opinión consultiva OC-4/84 del 19 de enero de 1984, Serie A, N° 4
Capítulo IV, párrafos 56 a 58).
14. Que el Estado goza de un razonable margen de apreciación de las distinciones
que, dentro de los parámetros mencionados, puede legítimamente formular por
imperativos de bien común. En este orden de ideas, la paternidad y la maternidad no
son absolutamente iguales y por ello, el legislador puede contemplar razonables
diferencias. El art. 259 del Cód. Civil, que atribuye al marido y no a la mujer la acción
de impugnación de la paternidad, no se funda en un privilegio masculino sino que
suministra al marido la vía legal para destruir una presunción legal --que no pesa,
obviamente, sobre la mujer, puesto que su maternidad queda establecida por la
prueba del nacimiento y la identidad del nacido (art. 242, Cód. Civil)-- a fin de que el
sujeto sobre quien opera presunción tenga la posibilidad de desvirtuar que sea el
padre del hijo de su esposa nacido dentro de los términos que fija la ley,
desligándose así de las obligaciones de una paternidad que le es ajena.
15. Que la presunción de paternidad legítima, que es uno de los pilares
fundamentales en que se asienta el derecho de filiación matrimonial, no tiene su
fundamento en la presunción de inocencia de la cual goza la mujer por su carácter
de casada con relación al adulterio, sino en el valor institucional de la familia legítima
y en la conveniencia de dar emplazamiento inmediato al niño nacido durante el
matrimonio. Los instrumentos internacionales de derechos humanos que se hallan
en juego en esta causa contienen manifestaciones evidentes de la valoración de la
familia constituida como realidad indispensable al bien personal y al bien común
(Pacto de San José de Costa Rica, art. 17, párrafos 1 y 2; Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales, art. 10.1; Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos, art. 23.1) Y del margen de apreciación de las
autoridades nacionales para regular los medios de protección de la institución
familiar, protección que, indudablemente, debe mantener el equilibrio con la tutela de
otros valores esenciales. De esta tensión entre el imperativo de asegurar el acceso
al conocimiento del vínculo biológico y el de mantener el sosiego y la certeza en los
vínculos familiares, conforme a la ponderación efectuada por el Poder Legislativo de
la Nación, surge la ampliación al hijo de la legitimación activa en la acción de la
impugnación de paternidad, consagrada por la reforma de la ley 23.264.
16. Que la doctrina del caso "Kroon and Others v. The Netherlands", fallado el 27 de
octubre de 1994 por la Corte Europea de Derechos Humanos, que cita el procurador
general en su dictamen, corrobora la idea de que las autoridades de los Estados
tienen un razonable margen de apreciación para adoptar la política legislativa que
estimen apropiada para asegurar el respeto a la vida familiar y permitir la formación
de vínculos familiares perfectos, dentro de un estándar medio de protección. En el
citado caso, la Corte de Estrasburgo apoyó el criterio de la Comisión, en el sentido
de que constituía una falta de respeto a la vida privada y familiar --y un
incumplimiento por parte del Estado a sus obligaciones internacionales-- la
circunstancia de que el derecho holandés impidiese la impugnación de paternidad a
toda persona distinta del marido de la madre. Esta limitación permite distinguir el
caso citado a fs. 341, de la controversia sub examine, en que se halla en juego el
art. 259 del Cód. Civil, que, como se ha dicho, atribuye legitimación activa, no sólo al
marido sino, además, al hijo, y en todo tiempo.
17. Que una distinta composición de los valores en tensión podrá ser eventualmente
consagrada por el Poder Legislativo de la Nación en ejercicio de su competencia
propia, como lo han hecho, por ejemplo, ordenamientos legales vigentes en otros
países, que no extienden a la madre la acción de impugnación de la paternidad --lo
que resultaría absurdo a la luz de lo expresado en el precedente consid. 14-- sino
que le confiere una acción diferente, configurados determinados requisitos (art. 318,
Código francés vigente). De "lege lata", cabe concluir que el art. 259 del Cód. Civil
satisface el juicio de compatibilidad constitucional puesto que no transgrede los
derechos fundamentales invocados por la recurrente, sino que plasma una
reglamentación posible de los valores en tensión, en concordancia con los derechos
y garantías de jerarquía constitucional.
18. Que, por otra parte, en el derecho vigente actualmente en la República, la
negación de legitimación activa de la madre en la acción de desconocimiento de la
paternidad no produce efectos definitivos sobre la filiación impugnada, ya que dicha
acción queda abierta al principal interesado, que es precisamente el hijo.
Por ello y oído el defensor oficial y el procurador general, se confirma la sentencia de
fs. 292/294. -- Julio S. Nazareno. -- Eduardo Moliné O'Connor. -- Carlos S. Fayt. -Augusto C. Belluscio. -- Enrique S. Petracchi (en disidencia). -- Antonio Boggiano. -Adolfo R. Vázquez (en disidencia). -- Gustavo A. Bossert (en disidencia).
Disidencia de los doctores Petracchi y Bossert.
Considerando: 1. Que la actora ha promovido demanda de impugnación de la
paternidad matrimonial que ostenta su marido H. O. respecto de su hijo S., y ha
reclamado, en representación de éste, el reconocimiento de la paternidad
extramatrimonial de C. M. P.V., que según la actora es el verdadero padre del
menor, y su actual marido, con quien ha tenido dos hijos, hermanos biológicos del
menor S.
La sala B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil confirmó lo resuelto en
la instancia anterior, en el sentido de hacer lugar a la excepción de falta de
legitimación activa de la madre para deducir por derecho propio la acción de
impugnación de paternidad matrimonial, conforme al art. 259 del Cód. Civil. Contra
ese pronunciamiento la actora vencida interpuso el recurso extraordinario federal,
que fue concedido a fs. 314, en cuanto se cuestiona la inteligencia de tratados
internacionales. A fs. 325/335 vta. tomó intervención el defensor oficial ante esta
Corte y a fs. 337/341 vta. consta el dictamen del procurador general.
2. Que el tribunal a quo descartó que existiese incompatibilidad entre los principios y
garantías consagrados en las convenciones internacionales invocadas por la actora
en sustento de su acción, pues estimó que la disposición del art. 259 del Cód. Civil
no constituía un privilegio masculino, resabio del antiguo régimen de autoridad
marital, sino que era el medio legal para permitir desvirtuar la presunción legal de
paternidad de los hijos del marido. La Cámara reiteró el fundamento del fallo de la
primera instancia, en el sentido de que la negativa a reconocer la legitimación de la
madre se fundaba en la prohibición para la mujer de invocar su propia torpeza,
solución legal que, a pesar de las críticas, fue mantenida tras la reforma plasmada
por la ley 23.264. En suma, el a quo estimó que, sobre el punto, la norma no es
discriminatoria por razones de sexo, sino que, por razones de política legislativa,
ofrece una solución que no violenta derechos fundamentales del hijo, por cuanto él
está legitimado para interponer la acción por derecho propio cuando adquiera
suficiente madurez.
3. Que la parte actora solicita la apertura del recurso extraordinario por estimar que
la limitación contenida en el art. 259 del Cód. Civil, que no incluye a la madre del
niño entre los legitimados activos para deducir la acción de impugnación de
paternidad matrimonial, conculca normas contenidas en la Convención Americana
sobre Derechos Humanos (arts. 1°, 17 inc. 4°, 19 y 24), en la Convención sobre la
Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (art. 16) y en la
Convención sobre los Derechos del Niño (arts. 2°, 7°, 8° inc. 1°, 12 inc. 1° y 18 inc.
1°), que gozan, todas ellas, de supremacía frente al derecho interno. Aduce,
asimismo, que el fundamento concerniente a la prohibición para la madre de
promover una acción que importa reconocer su propio adulterio, no es invocable
frente a la clara obligación de las autoridades de atender al interés superior del niño.
4. Que el remedio federal es formalmente admisible pues se ha puesto en tela de
juicio la validez de una norma del Código Civil por ser contraria a normas de la
Constitución Nacional y de tratados internacionales de jerarquía constitucional, y la
decisión ha sido adversa a los derechos que la apelante fundó en estas últimas (art.
14 inc. 3°, ley 48).
5. Que la consideración primordial del interés del niño, que la Convención sobre los
Derechos del Niño --art. 3.1.-- impone a toda autoridad nacional en los asuntos
concernientes a ellos, orienta y condiciona toda decisión de los tribunales de todas
las instancias llamados al juzgamiento de los casos, incluyendo obviamente a esta
Corte (Fallos: 318:1269, especialmente consid. 10), a la cual corresponde, como
órgano supremo de uno de los poderes del Gobierno Federal, aplicar --en la medida
de su jurisdicción-- los tratados internacionales a los que el país está vinculado, con
la preeminencia que la Constitución les otorga.
6. Que el art. 259 del Cód. Civil no incluye a la madre entre quienes pueden
impugnar la paternidad extramatrimonial de su marido, por lo cual, a raíz del recurso
planteado, corresponde efectuar el control de constitucionalidad de dicha norma,
cotejándola con las de fuente convencional que la recurrente invoca, que tienen
jerarquía constitucional conforme al art. 75 de la Constitución Nacional.
7. Que el art. 16 inc. d, de la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas
de Discriminación contra la Mujer establece específicamente que los Estados Parte
asegurarán, en condiciones de igualdad entre hombres y mujeres los mismos
derechos y responsabilidades como progenitores, cualquiera que sea su estado civil,
en materias relacionadas con sus hijos.
Esta norma es inmediatamente operativa ante una situación de la realidad como la
planteada en autos, sin necesidad de instituciones que deba establecer el Congreso
(Fallos: 315:1492, consid. 20). Cabe tener en cuenta, además, que al encontrarse
dicha Convención entre los tratados humanitarios modernos sus cláusulas gozan de
la presunción de operatividad. Las normas contenidas en los tratados
internacionales sobre derechos humanos establecen derechos que --se presume-pueden ser invocados, ejercidos y amparados sin el complemento de disposición
legislativa alguna. Ello se funda en el deber de respetar los derechos del hombre,
axioma central del Derecho Internacional de los Derechos Humanos (Fallos:
315:1492, disidencia de los jueces Petracchi y Moliné O'Connor, consid. 15).
Aun cuando el art. 259 del Cód. Civil no niega expresamente la legitimación de la
mujer, este tribunal ha señalado que la violación de un tratado internacional puede
acaecer tanto por el establecimiento de normas internas que prescriban una
conducta manifiestamente contraria, cuanto por la omisión de establecer
disposiciones que hagan posible su cumplimiento. Ambas situaciones resultarían
contradictorias con la previa ratificación internacional del tratado; dicho de otro
modo, significaría el incumplimiento o repulsa del tratado, con las consecuencias
perjudiciales que de ello pudieran derivarse (Fallos: 315:1492, consid. 16).
Esta Corte considera que entre las medidas necesarias en el orden jurídico interno
para cumplir el fin de la Convención debe considerarse comprendidas las sentencias
judiciales. En este sentido, puede el tribunal determinar las características con que
ese derecho, ya concedido por la Convención, se ejercitará en el caso concreto
(Fallos: 315:1492, consid. 22).
8. Que la determinación de la filiación constituye para la madre una de las "materias
relacionadas con sus hijos" a las que alude la Convención, y es evidente que ella y
su marido, de acuerdo a la limitada legitimación conferida por el citado art. 259, no
encuentran asegurados sus derechos en condiciones de igualdad, pues la madre no
puede impugnar la presunción de paternidad que la ley asigna a su marido, en tanto
que éste puede impugnar tanto su paternidad como la maternidad de su mujer.
9. Que es doctrina de esta Corte que son válidas las distinciones normativas para
supuestos que se estimen diferentes, con tal que la discriminación no sea arbitraria
ni importe una ilegítima persecución o indebido privilegio de personas o grupos de
personas, con la consecuencia de que se excluya a unos de los que se concede a
otros en iguales circunstancias.
A la luz de esta doctrina no puede sino concluirse que resulta arbitrario, por carencia
de fundamento válido, y por tanto discriminatorio, el no reconocimiento de la acción
de impugnación a la madre, en las condiciones planteadas en estos autos.
No es fundamento válido de dicha distinción sostener que la acción constituye el
medio para impugnar la presunción de paternidad, que pesa sobre el marido y no
alcanza a la mujer, ya que sin perjuicio de la individualidad del vínculo de filiación
entre cada progenitor y el hijo, ambos vínculos establecen el núcleo básico familiar
constituido por los padres y el hijo; de modo que el interés que justifica la acción de
la madre para destruir el vínculo con quien, considera, no es el verdadero padre y
poder así establecer el vínculo con el padre biológico, como pretende la actora, se
funda en la trascendental incidencia que ello tendrá en el contenido existencial de su
vínculo con su hijo, en los múltiples y variados aspectos de la vida del hijo en los que
se interrelacionan la voluntad de los actos de ambos progenitores. Pretender
escindir los dos vínculos de filiación, como si se tratara de entidades ajenas,
desprovistas de interdependencia, para así negar interés legitimante a la madre
actora, significa desconocer el aspecto básico, el más elemental, de la vida de
familia.
De manera que la ponderación hecha por el legislador en el art. 259 del Cód. Civil
sobre lo que resulta conveniente para mantener el sosiego y la certeza en los
vínculos familiares, negando acción de impugnación a la madre, represente una
actitud discriminatoria contra quien tiene un interés jurídico para accionar, en el
sentido de acomodamientos a las normas constitucionales de jerarquía superior.
10. Que la identidad y conveniencia del menor, protegida por normas de las
convenciones citadas, de jerarquía constitucional, sólo hallan plena tutela a través
del reconocimiento de la acción a la madre, ya que puede ser ejercida aun antes de
que el niño cuente con discernimiento para los actos lícitos (art. 921, Cód. Civil),
permitiéndose así la efectiva protección en todo tiempo de su identidad, lo que
atiende, además, a su conveniencia, ya que el desarrollo de su personalidad, el uso
del nombre que realmente le corresponde, su vida familiar, afectiva y social,
obtienen incuestionable beneficio si sucede en la infancia la desvinculación con
quien no es el padre biológico, posibilitándose así el establecimiento del vínculo con
el verdadero padre, como pretende la actora.
11. Que, negar la acción a la madre implica sostener una ficción, ya que la acción
del hijo normalmente sólo podrá fundarse en el conocimiento de los hechos que la
madre posee, dependiendo entonces tal acción de la decisión de la madre que
proporciona los elementos para actuar.
12. Que no es argumento válido para justificar la discriminación en que incurre el art.
259, sostener que resulta admisible la invocación de la mujer de su propia torpeza,
ya que al impugnar la paternidad del marido reconoce que cometió adulterio. Sin
perjuicio de recordar que, en determinados casos, el hijo pudo haber sido concebido
antes del matrimonio, debe tenerse a la vista que el adulterio, como cualquier otra
injuria, puede tener consecuencias en las relaciones personales de los cónyuges,
incluida la posibilidad del divorcio, pero no puede enervar el derecho de la mujer a la
no discriminación y el derecho a la protección de la identidad del menor contemplado
en el art. 8° de la Convención sobre Derechos del Niño.
13. Que diversos países de cultura jurídica afín a la nuestra reconocen a la madre la
acción de impugnación aquí discutida; así, el art. 235 del Cód. Civil italiano, el art.
136 del Cód. Civil español, el art. 318 del Cód. Civil francés, aunque éste sólo
admite que se promueva tras la muerte del marido o el divorcio y exige que se
acumule la acción de legitimación de la madre y su nuevo marido, evitando así el
disfavor en que se encuentra, en el derecho francés, el hijo adulterino en materia
sucesoria.
Por ello, de conformidad con lo dictaminado por el defensor oficial y el procurador
general, se declara procedente el recurso extraordinario, se revoca la sentencia
apelada y, en virtud de lo establecido por el art. 16, segunda parte, de la ley 48, se
rechaza la excepción de falta de legitimación interpuesta por el demandado. Las
costas se imponen en el orden causado en atención a las dificultades jurídicas de la
cuestión debatida. -- Enrique S. Petracchi. -- Gustavo A. Bossert.
Disidencia del doctor Vázquez.
Considerando: 1. Que contra la sentencia de la sala B de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Civil, confirmatoria de la de primera instancia que había hecho
lugar a la excepción de falta de legitimación activa de la madre para deducir por
derecho propio la acción de impugnación de paternidad matrimonial prevista en el
art. 259 del Cód. Civil, la actora vencida interpuso recurso extraordinario federal, que
fue concedido a fs. 314.
A fs. 325/335 vta. tomó intervención el defensor oficial ante esta Corte y a fs.
337/341 vta. obra el dictamen del procurador general.
2. Que para arribar a ese resultado el a quo entendió que el art. 259 del Cód. Civil no
se sustenta en un privilegio masculino sino que "se trata del medio que la ley
suministra al esposo para desvirtuar la presunción legal de paternidad de los hijos de
su cónyuge".
Asimismo, que la negativa contenida en el precepto legal referido se funda en la
regla "nemo auditur propriam turpitudinem allegans", ya que otorgarle acción a la
madre implicaría invocar su propio adulterio. Al respecto señaló, que el dispositivo
legal fue objeto de serias críticas pero mantenido tras la reforma de la ley 23.264 y
que ello era demostrativo de que se trata de un problema de política legislativa cuya
solución no afecta la igualdad que procura tutelar la Convención sobre la Eliminación
de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, ni violenta derechos
invididuales del hijo, pues él puede interponer la acción por derecho propio cuando
adquiera suficiente madurez.
3. Que el agravio fundamental que la apelante formula en su remedio federal
consiste en que el art. 259 del Cód. Civil --al no incluir a la madre entre los que
tienen legitimación activa para deducir la acción de la paternidad matrimonial--,
vulnera normas con jerarquía constitucional tales como la Convención sobre la
Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, la Declaración
Universal de Derechos Humanos y la Convención Americana sobre Derechos
Humanos.
Argumenta además, que la norma mencionada priva a la madre de hacer efectivos
los derechos directamente relacionados con el interés del hijo en franca violación a
la Convención sobre los Derechos del Niño.
4. Que el recurso extraordinario es formalmente admisible porque se ha puesto en
tela de juicio la validez de una disposición del Código Civil por ser contraria a
normas de la Constitución Nacional y de tratados internacionales de jerarquía
constitucional, y la decisión ha sido adversa a los derechos que la apelante fundó en
estas últimas (art. 14 inc. 3°, ley 48).
Es preciso recordar que ante la existencia de cuestión federal, el tribunal no se
encuentra limitado en su decisión por los argumentos de las partes o del a quo sino
que le incumbe realizar una declaratoria sobre el punto disputado (Fallos: 318:1269
y sus citas, entre muchos otros).
5. Que el art. 3° de la Convención sobre los Derechos del Niño prescribe que: "en
todas las medidas concernientes a los niños que tomen las instituciones públicas o
privadas del bienestar social, los tribunales, las autoridades administrativas o los
órganos legislativos, una consideración primordial a que se atenderá será el interés
superior del niño".
Este principio --que no se reduce al ámbito de la tutela, ya que tienen una aplicación
mucho más amplia-- condiciona las decisiones de los tribunales de todas las
instancias llamados al juzgamiento de los casos, incluyendo obviamente a esta
Corte (Fallos: 318:1269).
6. Que de acuerdo a lo dicho en el considerando precedente, corresponde analizar si
la omisión del art. 259 del Cód. Civil respecto a la posibilidad de la madre de
impugnar la paternidad de su marido, va en desmedro del interés superior del hijo.
Cabe puntualizar previamente, que para elegir los criterios a seguir en dicho
examen, debe recurrirse al marco ético y de valores que ofrece la Convención sobre
los Derechos del Niño (confr. I. 109.XXXIII "I., E.H. s/ adopción", sentencia del 30 de
junio de 1999, voto del juez Vázquez --La Ley, 1999-F, 501--).
7. Que en tal sentido, se advierte que la norma "ut supra" citada contradice el art. 8°
de la Convención sobre los Derechos del Niño que determina que "los Estados Parte
se comprometen a respetar el derecho del niño a preservar su identidad, incluidos la
nacionalidad, el nombre y las relaciones familiares, de conformidad con la ley sin
injerencias ilícitas" (parágrafo 1) y el art. 7°, que reconoce al niño el derecho "en la
medida de lo posible, a conocer a sus padres y ser cuidado por ellos" (parágrafo 1).
Corresponde destacar, que el argumento doctrinario que sostiene que la omisión
normativa se justifica porque se trata de uno de esos casos en los que el derecho a
la identidad reconoce sus límites en pos de que no se lesione la unidad familiar, no
rebate lo antes afirmado.
Ello es así, en tanto el sentido común indica que si la madre decide actuar es porque
existe una ruptura en la comunidad de vida, y un interés aun mayor que la impulsa a
echar por tierra una ficción, al intentar dar al hijo su verdadero emplazamiento filial.
Es decir, que lo que busca es resguardar el real precitado vínculo familiar.
Por esa razón, también carece de sustento la explicación según la cual no se le da la
legitimación activa a la mujer porque traería aparejado el reconocimiento de su
infidelidad y nadie puede beneficiarse de una acción alegando su propia torpeza.
Repárese, en que --como ya se dijo-- el actuar de la madre apunta al hijo, no a la
obtención de un rédito personal.
8. Que por otro lado, cuadra mencionar que el art. 16 inc. d, de la Convención sobre
la Eliminación de toda Forma de Discriminación contra la Mujer establece
específicamente que los Estados partes asegurarán, en condiciones de igualdad
entre hombres y mujeres los mismos derechos y responsabilidades como
progenitores, cualquiera sea su estado civil, en materias relacionadas con sus hijos.
Esta norma es operativa cuando puede actuar inmediatamente ante situaciones de
la realidad tal como la planteada en autos, sin necesidad de instituciones que deba
establecer el Congreso (Fallos: 320:2948; 321:885, voto del juez Vázquez;
321:2314, disidencia del juez Vázquez, y sus citas con remisión a 315:1492, entre
otros).
Además, no hay que perder de vista que el art. 259 del Cód. Civil no niega
expresamente la legitimación de la mujer, pero este tribunal ha dicho que la violación
de un tratado internacional puede acaecer tanto por el establecimiento de normas
internas que prescriben una conducta manifiestamente contraria, cuanto por la
omisión de establecer disposiciones que hagan posible su cumplimiento (Fallos:
315:1492).
9. Que lo antes expresado debe ponderarse a luz de la doctrina reiteradamente
expuesta por esta Corte en punto a que el legislador puede establecer distinciones
valederas en supuestos que estime diferentes, en tanto aquéllas no sean arbitrarias,
es decir, que no obedezcan a propósitos de injusta persecución o indebido privilegio,
sino a una objetiva razón de discriminación (Fallos: 321:3630).
Cuadra notar, que el art. 259 del Cód. Civil que sólo le da al marido la posibilidad de
buscar la verdad y la obstaculiza a la madre, afecta la garantía de igualdad dado que
la filiación es una materia que obviamente atañe a los hijos. Así pues, de acuerdo al
instrumento internacional mencionado en el considerando precedente, ambos
progenitores debe tener y tienen iguales responsabilidades respecto a ellos.
En tal sentido, un trato diferenciado deparado a los padres pone de resalto la falta de
reconocimiento de la norma respecto a que ellos ocupan el mismo lugar e idéntica
posición en el ámbito familiar.
10. Que por último resta decir que en el "sub lite" la acción de la madre tuvo lugar
con posterioridad al surgimiento de una crisis matrimonial que afectó profundamente
la vida familiar.
Asimismo, que de las condiciones en las que planteó la impugnación, se aprecia que
el objetivo perseguido no es otro que clarificar definitivamente la verdadera identidad
de su hijo a través de la concordancia entre el vínculo biológico y el jurídico.
Por ello, de conformidad con lo dictaminado por el defensor oficial y el procurador
general, se declara procedente el recurso extraordinario, se revoca la sentencia
apelada y, en virtud de lo establecido por el art. 16, segunda parte, de la ley 48, se
rechaza la excepción de falta de legitimación interpuesta por el demandado. Las
costas se imponen en el orden causado en atención a las dificultades jurídicas de la
cuestión debatida. -- Adolfo R. Vázquez.
© La Ley S.A. 2004
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