El Jesús histórico y el Cristo de la fe. Con particular referencia al “Jesús de Nazaret” de Benedicto XVI 1. El Jesús histórico Desde los inicios y durante muchos siglos, los Evangelios se presentaron y fueron entendidos como un medio de comunicación y de anuncio de la revelación cristiana, de la Encarnación del Hijo y de su obra de salvación del mundo. La decisión moderna de su reducción al puro estudio histórico es la expresión de una comprensión diferente de Dios y de su relación con el mundo, y de una peculiar concepción de la razón del hombre como medida suficiente de todas las cosas. Las raíces inmediatas de este problema pueden encontrarse en la extensión ya desde el siglo XVII de la convicción deísta de que Dios no ha intervenido, ni podría siquiera intervenir nunca en la historia, en la que sólo actúa el hombre. El racionalismo dieciochesco transmitirá esta presunta certeza, junto con, en paralelo, la seguridad de la autosuficiencia de la razón humana, para explicar y guiar toda la vida y la historia; sería indigno de una razón adulta necesitar una ayuda externa, ni siquiera de Dios mismo que se revelase. Ello implicaba el rechazo o la reinterpretación, en varios modos, de todo lo que se presente como sobrenatural o suprarracional, de todo lo que supere las posibilidades y capacidades humanas. Esta opción por la mera razón1 explica el planteamiento del problema de la historicidad de los Evangelios por Reimarus y Lessing a finales del siglo 1 Cf. I. KANT, Die Religion innerhalb der Grenzen der bloßen Vernunft, 1793 XVIII2, que pondría al pensamiento cristiano ante un verdadero desafío. Una fe que no aceptara el uso riguroso del método histórico-crítico estaría abandonando el campo de la razón, sería contraria a la ilustración y al progreso de la humanidad y no podría subsistir en la historia. Pero, por otra parte, aceptar comprender los Evangelios a partir de los métodos racionales de estudio de las fuentes históricas ¿no conllevaba disolver las tradiciones dogmáticas, y el mismo cristianismo como “religión positiva”, en la luz de la razón?3 De esta manera los Evangelios quedaron situados en el centro de un gran combate ideológico, y precisamente por lo que son, el testimonio y el anuncio apostólico de Jesús de Nazaret como Señor y Salvador del mundo. Se proponía, de hecho, una comprensión de Jesús como pedagogo (Lessing) o como paradigma moral (Kant), que, por designio divino, habría ayudado al hombre a aprehender verdades fundamentales que, de por sí, la razón estaría destinada a alcanzar por sí misma. Por supuesto, como tal pedagogo, Jesús podría ser siempre amado y venerado, pero no sería ya imprescindible para un hombre cuya razón podía hacer propio cuánto él había venido a enseñar4. El debate sobre la Persona de Jesús tiene a los Evangelios como campo de batalla. En ellos se decide todo: si Jesús fue realmente una persona singular y única, que generó y genera la fe, que fue causa del testimonio y de la actividad apostólica de sus discípulos ; o si Jesús fue un hombre particular en el camino de la evolución de la razón y la religiosidad humana, y los autores neotestamentarios lo revistieron de afirmaciones hoy inaceptables, procedentes de mundos culturales pasados, de percepciones todavía míticas –se insistía en lo primitivo del mundo judío– o incluso directamente de falsificaciones interesadas. La obra de H. S. REIMARUS (1694-1768), se titulaba Apologie oder Schutzschrift für die vernünftige Verehrer Gottes; de ella publicó siete fragmentos G. E. LESSING (1774-1778) bajo el título Von dem Zwecke Jesu und seiner Jünger. 3 A este respecto, puede verse la explícita argumentación de G. E. LESSING en Axiomata, X 4 Cf., por ejemplo, G. E. LESSING, Die Erziehung des Menschengeschlechts, 1777 2 2 Las primeras reacciones de la teología que se llamará “protestante liberal” quieren defender el respeto a la historia y a la razón –ilustrada, científica, tal como entonces aparecía; y, por otra parte, quieren afirmar la singularidad absoluta de Jesús, seguir proclamando la necesidad de su persona para el hombre contemporáneo, para vivir en la verdad en relación con Dios y con el mundo, con el prójimo. Para ello presentan a Jesús como el grado máximo de elevación de la conciencia humana en su relación con Dios5, que impresiona o impacta a lo largo de los siglos la conciencia de los hombres, despertándolos a una vida según la verdad y la justicia. Jesús habría sido enviado por el Padre para establecer este Reino de Dios entre los hombres. Y éste sería el Jesús histórico, el real, cuya figura o personalidad sería recognoscible en los Evangelios a pesar de todas las consecuencias del trabajo redaccional de los discípulos. El estudio científico lo mostraría con claridad. De esta manera se salvarían la ciencia –la razón– y la fe, se salvarían los Evangelios y la comunidad cristiana. Los grandes investigadores histórico-críticos del siglo XIX pretendían, por tanto, salvaguardar el significado para el hombre de la persona de Jesús de Nazaret, del “Jesús histórico”. Para ellos, a diferencia del racionalismo o del idealismo, este Jesús no era sólo un pedagogo transitorio, una ocasión en que habían salido a la luz posibilidades latentes de la razón humana o un momento de la evolución histórico-espiritual. Era alguien concreto e imprescindible: el acontecimiento histórico de su presencia seguía siendo constitutivo para la conciencia humana, pues del eco o la impresión que Él provoca dependería que el hombre alcanzase la verdad plena que necesita para vivir en el mundo. En este sentido, su esfuerzo fue enormemente positivo, y coincidente con un interés fundamental de la fe cristiana: el hecho histórico de Cristo es constitutivo para el hombre, no es sólo ocasión o envoltorio prescindible de una verdad racional. Por este interés primero, la investigación histórica se justificaba plenamente y, entre muchos errores, aportó muchos frutos científicos reales, Cf. ya F. SCHLEIERMACHER, Der christliche Glaube, Berlin 21830/31, Bd, I §13: 91; §14: 102; Bd II, §93: 37 5 3 que han permitido un crecimiento importantísimo del conocimiento histórico de los orígenes del cristianismo y de los Evangelios mismos. Los téologos liberales acertaban volcándose en el estudio de la historia. No acertaban, sin embargo, en la comprensión de fondo de la razón y de la fe, del cristianismo que proponían como consecuencia de sus investigaciones. Pues presentar a Jesús como el grado más elevado de la conciencia humana exigía, por un lado, la afirmación de una singularidad absoluta6, que el estudio histórico no es capaz de percibir por sí mismo; y, por otro lado, no superaba en realidad el horizonte de las posibilidades de la razón humana. De hecho, esta teología no aceptaba la cristología conciliar tradicional, es decir, la afirmación de la naturaleza divina de Jesucristo, al que veían más bien como un hombre dotado de cualidades o atributos divinos7. En este contexto se comprende que surja la oposición entre el “Jesús histórico” y el “Cristo de la fe”8. La filosofía derivada del racionalismo y del idealismo verá estas aporías con claridad y criticará duramente estas posiciones: tal presunta conciencia de Cristo sería sólo la proyección de la propia conciencia piadosa humana9. L. Feuerbach llevará el argumento hasta sus últimas consecuencias, observando que Dios mismo es también sólo proyección de la autoconciencia del hombre10. De hecho, aunque tales afirmaciones filosóficas fueran falsas, la crítica no era desacertada. La teología misma tomará conciencia de modo totalmente claro de que la imagen de Jesús que se proponía dependía y reflejaba inevitablemente la mentalidad del autor11; de modo que en este “Jesús histórico” se hablaba sólo del hombre y no de la palabra de Dios12. De hecho, no se salvaguardaban Por ejemplo, en la forma de la “impecabilidad” propia de Jesús, que afirmaba SCHLEIERMACHER, por ej., en Der christliche Glaube, Bd. II §93-94 7 Cf., por ej., G. THEISSEN-WINTER, Die Kriterienfrage in der Jesusforschung, Freiburg Schweiz Göttingen 1997, 49-64 8 Contraposición que aparece por primera vez en una obra de D. STRAUSS de l865: Der Christus des Glaubens und der Jesus der Geschichte. Eine Kritik des Schleiermacherschen Lebens Jesu. 9 Ya F. CH. BAUR hace esta observación, con referencia a Schleiermacher, en: Die christliche Gnosis oder die christliche Religionsphilosophie in ihrer geschichtlichen Entwicklung, Tübingen 1835, 638 10 Cf. Das Wesen des Christentums, 1841 11 Muestra esta necesidad con claridad M. KÄHLER en su famoso Der sogennante historische Jesus und der geschichtliche biblische Christus, Leipzig 1892. Ilustra esta dinámica definitivamente A. SCHWEITZER, Von Reimarus zu Wrede. Eine Darstellung der Leben-Jesu Forschung, Tübingen 1902 12 Cf. la crisis de la “teología dialéctica” y, en particular, K. BARTH; puede verse, por ej., su Der Römerbrief, München 1919 [21924]; Der Christ in der Gesellschaft, Würzburg 1920, o el debate con 6 4 realmente los Evangelios; pues, aunque se pretendía alcanzar en ellos un núcleo histórico verdadero sobre Jesús, en buena parte no eran asimilados –así, por ejemplo, todo el camino pascual. 2. El método historico-crítico y el canon escriturístico Al inicio de su reciente libro sobre Jesús de Nazaret, J. Ratzinger13 constata cómo el problema de la valoración de los Evangelios, del testimonio apostólico sobre Jesús, no sólo seguía sin resolver en los años 50 del siglo pasado, sino que su influencia se dejaba sentir también en el pensamiento católico. La grieta entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe parecía hacerse cada vez más grande. El camino histórico-crítico, a través de R. Bultmann y de sus discípulos, había conducido sólo a una percepción pálida e imprecisa de la figura de Jesús, y a centrar la atención menos en el acontecimiento de su presencia histórica y más en el proceso de la fe y del anuncio de la primera comunidad cristiana, que constituiría lo esencial del testimonio neotestamentario y de los Evangelios mismos14. Parecía entonces que el proyecto liberal quedaba ya abandonado, porque el Jesús histórico no podría nunca fundamentar la fe. Aunque, por otra parte, tampoco resultaría posible la fe cristiana sin referencia a una intervención divina –extra nos– en Jesús15: ¿Cómo confiar en Él la propia vida, si no está clara su Persona y su misión histórica, si las afirmaciones sobre su divinidad y su obra de salvación del mundo son elaboraciones posteriores de los discípulos? ¿Cómo puede resultar constitutivo del ser y de la salvación del hombre hoy? Permanece sin respuesta suficiente el problema fundamental planteado ya por Lessing o Kant, la puesta en cuestión la identidad histórica de Jesús y del cristianismo a partir de una concepción determinada del hombre y de su ser en A. v. HARNACK, publicado en 1923 en “Christliche Welt” y reeditado por J. MOLTMANN (Hg.) Anfänge der dialektischen Theologie, Teil I, München 1977, 323-347 13 J. RATZINGER-BENEDIKt XVI, Jesus von Nazaret, Freiburg Basel Wien 2007 14 Cf., por ej., R. BULTMANN, Theologie des Neuen Testaments, Tübingen 1948-1953/19849 15 Cf. E. KÄSEMANN, Exegetische Versuche und Besinnungen, I, Göttingen 19706 5 el mundo, que no admite la posibilidad de un acontecimiento que, por iniciativa divina, vaya más allá de las posibilidades de la sola razón16. Más allá del proyecto científico del “Jesús histórico”, abocado a presentar siempre una figura sólo humana de Jesús, y más allá de las propuestas de Bultmann y de sus discípulos, la teología católica insistió siempre a este propósito en lo indispensable del hecho histórico para ser del cristianismo, para quien la Encarnación y de la Redención son constitutivas precisamente en cuanto acontecimientos históricos. De ahí se sigue una justificación radical del método histórico-crítico; pues sin ello la fe carecería de base razonable y real. De esta manera, se puede valorar además todo el progreso alcanzado gracias a los esfuerzos científicos de los dos últimos siglos, tanto por lo que respecta al conocimiento de los datos históricos, como a la mejor comprensión de la relación entre historia y teología17. A ello ha de añadirse, a continuación, la conciencia clara de que el método histórico-crítico no puede superar los límites propios de un análisis científico racional: estudia una realidad que es siempre del pasado, la ve como una expresión de lo humano inevitablemente inserta en la gran red los hechos históricos, y la analiza intentando comprender con exactitud su sentido preciso en su contexto concreto y en relación con la experiencia humana contemporánea. Por otra parte, el resultado goza sólo de la autoridad de un trabajo científico humano, por lo que permanece siempre hipotético y superable18. Por consiguiente, si sólo fuesen posibles afirmaciones sobre la Escritura hechas con el mero método histórico-crítico, el testimonio apostólico habría de ser leído en el horizonte de una historia sólo humana, y no podría aceptarse su presentación creyente de Jesús de Nazaret19. Ciertamente, la lectura e interpretación de la Escritura en el ámbito de la sola razón –aun usando del mejor modo sus métodos históricos de análisis– no se bastará nunca para producir la fe en Jesús como Hijo de Dios; pero no le A. SCHWEITZER había descrito el significado del camino desde Reimarus a Drede como el devenir del dogma moderno del racionalismo (Geschichte der Leben-Jesu-Forschung, 45) 17 Jesus von Nazaret, 14 18 Jesus von Nazaret, 15-16 19 Observaciones ya hechas en buena medida a finales del siglo XIX por M. KÄHLER, op. cit. 16 6 cierra tampoco el paso. Los datos históricos aportados por la investigación sobre Jesús abren hoy perspectivas en las que parece posible comprender razonablemente la historia de Jesús en una continuidad de fondo con el testimonio apostólico. El cambio con respecto a la hipótesis de partida de la investigación histórica sobre Jesús es tan grande, que se ha podido hablar de un “giro copernicano” para la ciencia teológica20. Por otra parte, ya en la realización de su propia tarea la razón histórica reenvía más allá de sí misma. Pues si el estudio crítico de los textos conlleva siempre, de por sí, una apertura a lo humano y a una tradición, la razón histórica se encuentra en las fuentes neotestamentarias con una realización verdaderamente singular de esta dinámica, que la reenvía a cuestiones fundamentales sobre el hombre y sobre Dios. Pues los escritos bíblicos se presentan como una unidad que refleja el inmenso proceso vivo de un pueblo – de Dios– y que es iluminada desde la clave de comprensión de Jesucristo. De modo que, siguiendo el movimiento de los textos mismos, la razón se encuentra con una invitación a admitir posibilidades que van más allá de sus límites. El método histórico-crítico se continuaría así orgánicamente, comprendiendo a Jesucristo en el contexto de su tiempo y en el de su tradición, y reconociendo que es presentado como quien permite entrar en la inteligencia de la Escritura. Se trata de una opción interpretativa, realizada ya en los inicios de la Iglesia, en la constitución del canon. Es una decisión creyente: el Cristo de la fe apostólica es el Jesús de la historia; pero que pretende dar razón de todo el movimiento de la razón histórica21. No se trata de una imposición artificial a los textos. Habrá de comprobarse si la figura de Jesús así estudiada es más lógica y más comprensible, también desde el punto de vista histórico, que las reconstrucciones que siguen siendo ofrecidas repetidamente. En efecto, la calidad de todo trabajo histórico se 20 Cf. W. THÜSING, Die neutestamentlichen Theologien und Jesus Christus, Bd. I, Münster 19962, 30. Pueden verse, por ej., las obras de síntesis ofrecidas por J. GNILKA, Jesus von Nazaret. Botschaft und Geschichte, Freiburg Basel Wien 1990; R. SCHNACKENBURG, Die Person Jesu Christi im Spiegel der vier Evangelien, Freiburg Basel Wien 1993; P. STUHLMACHER, Biblische Theologie des Neuen Testaments, I: Grundlegung. Von Jesus zu Paulus, Göttingen 1992, 40-161. 21 Este paso será caracterizado por J. RATZINGER como la opción por una “exégesis canónica”, es decir, por una la lectura de los textos singulares en el horizonte de toda la Escritura; cf. Jesus von Nazaret, 18-20 7 prueba en su capacidad de responder a las exigencias de las fuentes. Y esto representa un reto singular en el caso de Jesús de Nazaret, las diferentes dimensiones de cuya misión (sapiencial y escatológica, por ejemplo) no son fácilmente reconducibles a unidad desde la mera razón histórica22; por lo que los intentos de reconstrucción tienden siempre a privilegiar algún aspecto, dejando en el olvido otros datos esenciales presentes en las fuentes. El Jesús de los Evangelios habrá de mostrarse como la figura más coherente y más inteligible históricamente23. Así manifestará así su credibilidad el método de estudio escogido24. Por otra parte, no es criticable tampoco el hecho de haber adoptado conscientemente una opción hermenéutica, homogénea además con el testimonio explícito de los textos. Pues siempre se da una opción interpretativa, no sólo marcada por la mentalidad subjetiva del estudioso, sino más radicalmente por su comprensión de la razón, del hombre y de la vida en el mundo. Tal es el caso de ciertas presentaciones de la llamada Third Quest25 o, en general, de todas aquellas que buscan presentar de nuevo a un cierto “Jesús histórico” integrándolo de algún modo en el curso de la historia del mundo, como un momento cuya singularidad, al final, es comparable con la de otros, es relativa26. De este modo se niega la radical novedad y relevancia de la figura de Jesús afirmada por los escritos neotestamentarios, y con ello también el valor singular de las fuentes evangélicas, que son consideradas un documento histórico situado en el conjunto de la literatura de la época –incluyendo la apócrifa– y situadas fuera de la unidad de la Escritura. E. KÄSEMANN, por ejemplo, concluía su famosa conferencia Das Problem des historischen Jesus observando que la perspectiva histórica, psicológica o de historia de las religiones no consigue explicar últimamente a Jesús; que su figura plantea un enigma que el historiador puede constatar, pero no resolver (Exegetische Versuche und Besinnungen, Bd. I, Göttingen 1970, 213214). Últimamente, en sentido semejante, cf. G. THEISSEN-A. MERZ, Der historische Jesus, Göttingen 1996, 31 23 Cf. Jesus von Nazaret, 20-21 24 Cf. Jesus von Nazaret, 22 25 Puede recordarse,por ejemplo, el curioso comentario de THEISSEN-MERZ sobre CROSSAN, que presentaría una imagen de Jesús con más colorido californiano que galileo (op. cit., 29) 26 Cf., por ej., G. THEISSEN-WINTER, op. cit., 252 22 8 3. Historicidad y singularidad de Jesús de Nazaret El libro de Benedicto XVI quiere ser un ejemplo práctico de lo acertado de este método canónico, y pretende ofrecer una comprensión de la figura de Jesús de Nazaret respetuosa de todos los requisitos de la razón histórica, del conjunto de los datos, situándolo en el contexto –próximo y lejano– de la vida del Pueblo27, dando todo su peso a la intención de los autores de los textos y mostrando su significado indispensable también para el hombre de hoy. El contexto de las Escrituras, el de la vida del pueblo de Dios, definida por la Ley la liturgia del Templo, ilumina capítulo a capítulo las palabras de Jesús, que se presentan siempre como un momento de cumplimiento, asociado a la novedad de su Persona, a la llamada a creer en Él y entrar en su seguimiento. También en esta perspectiva, sin embargo, sale a la luz de nuevo el aspecto más singular del testimonio evangélico, no integrable sencillamente en el horizonte de la experiencia humana: el significado definitivo que pretende tener la persona concreta de Jesús de Nazaret, como piedra angular de la que depende la construcción de la vida del hombre. En realidad, tal fue desde el inicio el enigma propio de Jesús, lo que generó incomprensión y hasta escándalo, siendo motivo incluso de su condena. Y es igualmente el núcleo del problema crítico moderno; es decir, del diálogo de la razón moderna con el testimonio apostólico. Esta posición de Jesús es fundamentada por los Evangelios en una afirmación esencial, que constituye tradicionalmente el principio mismo de comprensión de su Persona28: la unidad con el Padre, vivida como nunca lo había sido en la historia, llevando a plenitud la promesa hecha a Moisés, el deseo de los profetas de llegar a ver a Dios cara a cara29. 27 Lo que es valorado expresamente de modo positivo por la ciencia exegética; cf. Th. SÖDING, Zur Enführung: Die Neutestamentler im Gespräch mit dem Papst über Jesus, en: ID. (Hg.), “Das JesusBuch des Papstes”, Freiburg Basel Wien 2007, 11-19 28 Este el “el punto sobre el que construir el libro”, afirma RATZINGER desde el inicio (p. 12), citando a R. SCHNACKENBURG, Die Person Jesu Christi im Spiegel der vier Evangelien, Freiburg Basel Wien 1993 29 Desde esta perspectiva ofrece el libro de RATZINGER su “primera mirada al misterio de Jesús” (pp. 26-33) 9 Pero en esta misma afirmación de la plena unidad con el Padre, que Él manifestaba de muchas maneras, estaba la raíz del problema. Para asegurar la comprensión no bastó que Jesús testimoniase esta unidad siempre en las formas de la obediencia filial, ni la evidencia de que en Él la Ley y los Profetas alcanzaban una plenitud nueva, de que nadie había hablado como Él o hecho las cosas que hacía Él. De hecho, observa Benedicto XVI, de acuerdo con la tradición teológica, la naturaleza de la misión de Jesús, en la que se desvelaría plenamente su misterio ante los hombres, no podía ser comprendida adecuadamente. Su núcleo mismo, que sería la entrega plena de sí, la “proexistencia” y la kenosis, había sido anunciado también por los profetas30; pero que el camino del Mesías hacia su gloria pasase por el abajamiento de la entrega, del sufrimiento y de la muerte por los muchos, no podía ser bien comprendido antes de la realización por Jesús. Este misterio de abajamiento y entrega en el amor –el misterio de la cruz– era el corazón de la misión de Jesús ya desde el bautismo y las tentaciones, y determinaba todo su modo de hablar, su forma de presentarse como el “hijo del hombre”, “el hijo”, o de decir “yo soy”, según la tradición de las Escrituras. Sin el desvelarse de este corazón de su misión, de este amor de Dios por su Pueblo, desmedido y asombroso31, no podía ser bien entendida la identidad y la pretensión de Jesús. 4. Historia y kerygma Los discípulos de Bultmann habían centrado su investigación en mostrar aquellos rasgos singulares, propios sólo de Jesús, conservados en las fuentes32. En efecto, los textos testimonian con claridad la pretensión inusitada de Jesús durante su vida, la dificultad para comprenderla adecuadamente, el escándalo de muchos y la comprensión alcanzada por los discípulos tras la muerte y Por ejemplo, de modo muy explícito en los tres “cantos del siervo” en Isaías, frecuentemente citados en esta obra. 31 Cf. la encíclica de BENEDICTO XVI, Deus caritas est (2005) 32 En este sentido, siguen teniendo gran actualidad la obra de la escuela postbultmaniana, de la llamada New Quest 30 10 resurrección del Señor. Esta percepción realista de la absoluta unicidad de Jesús, de sus formas de manifestación durante su vida, permite afirmar la originalidad del acontecimiento histórico, de la persona y de la misión terrena de Jesús. Ello hace razonable presentar los Evangelios como originados realmente por la presencia en la historia de lo extraordinario, de Jesús de Nazaret, y comprender su naturaleza propia como un ejercicio de memoria, de “recuerdo”, que realizan los individuos, pero desde dentro de la comunidad de los discípulos de Jesús, y guiados por el Espíritu Santo33. El acontecimiento que despertó este proceso de “recuerdo”, que permitió entrar en el interior lo sucedido, en los nexos de las palabras y hechos del Señor, fue, sin duda, la resurrección34. Lo extraordinario aconteció, pues, en los inicios, en su Persona, y se desplegó en la fe y la vida de su comunidad, que no habría llegado a formarse ni a subsistir sin Él, y que vivirá todo un proceso de reconocimiento, de “recuerdo”, de volver a pensar lo sucedido, para transmitirlo adecuadamente. Se explica así la naturaleza singular de los Evangelios, el haber sido escritos con los ojos de la fe, tras la resurrección, y con la finalidad de anunciar a Jesucristo. Y se comprende igualmente cómo su ser “kerygmáticos” no se opone en absoluto a la fiabilidad de su testimonio, sino que hace presente un proceso razonable de transmisión histórica, aquí con las características derivadas de la singularidad absoluta de la persona de Jesucristo, que se quiere dar a conocer a los hombres. En continuidad con lo mejor de la enseñanza de la escuela postbultmaniana, que había sabido mostrar también la continuidad entre kerygma e historia35, la afirmación de la incomparable singularidad de Jesús hace posible el reconocimiento de la fiabilidad histórica de los Evangelios: no sólo se manifiestan como el medio adecuado para el conocimiento de Jesús de Nazaret, sino que su misma naturaleza kerigmática implica un testimonio sea Cf. Jesus von Nazaret, 272-277 Cf. Jesus von Nazaret, 275 35 Baste la referencia a la programática conferencia de E. KÄSEMANN, Das Problem des historischen Jesu, citada supra. 33 34 11 de la singularidad de su Persona que del método adecuado para su conocimiento. Pues los Evangelios sólo surgen –y sólo pueden surgir– de una profunda y nueva comunidad con Él, que hace posible el testimonio apostólico en la historia. Ya el episodio de la confesión de Pedro muestra que había un conocimiento externo, no necesariamente falso, de Jesús, y uno más profundo, vinculado con el estar en camino y en comunidad con Él36. Las opiniones externas interpretaban a Jesús desde las posibilidades que ofrecía la propia tradición; pero no podían entenderlo desde Él mismo, en su singularidad irreducible a ninguna categoría37. En efecto, todo proceso de conocimiento implica siempre una forma de asimilación, un estar en cierta unidad con lo conocido. Que Jesús conozca realmente a Dios, presupone su comunidad, su unidad ontológica con el Padre; y, al revés, el ser Hijo, que Jesús afirma, junto con la comunidad en el ser significa pleno conocimiento del Padre38. De modo semejante, el conocimiento de Cristo por sus discípulos presupone comunidad en el ser con Él, presupone unidad, comunión con Él hasta el punto en que se hace posible comprender el núcleo de su misión y de su vida. Esto es lo prometido y anunciado en el NT como el don del Espíritu, en el que los suyos llegan a conocer el nous del Señor39, a comprender sus palabras y su don de la propia persona, el don de su cuerpo y de su sangre en la Última Cena40. En todo caso, la unidad del conocimiento sólo es posible gracias a la unidad en el ser. Por ello, los Evangelios, que testimonian el verdadero conocimiento de Jesús como Señor y Cristo, sólo podrían surgir y ser entendidos en la unidad de los discípulos con Él, en la comunidad viva de los suyos, es decir en su Iglesia. De modo que los Evangelios son testimonio a la vez de la radical singularidad de Jesús de Nazaret y del radical del “ser-enCristo” de los testigos. Cf. Jesus von Nazaret, 338 Cf. Jesus von Nazaret, 339 38 Cf. Jesus von Nazaret, 391 39 Cf. 1Co 2,16 40 Cf. Jn 6, 61-63 36 37 12 5. Conclusiones Sin los Evangelios, sin poder acoger con confianza razonable su testimonio fundamental, que presenta sistemáticamente a Jesús como Cristo y como Señor, no es posible el camino cristiano. Pero la investigación histórico-crítica no ha confirmado la ruptura inicial entre razón y fe, historia y dogma, Jesús histórico y Cristo de la fe; sino, al contrario, ha fundamentado la razonabilidad de la confianza en el testimonio apostólico. Los Evangelios no sólo merecen confianza como fuentes históricas, sino que invitan a todo fiel a recibirlos como expresión del ser y vivir en la comunión con Cristo, en su Iglesia. En otros términos, los Evangelios respetan las exigencias de la cientificidad histórica tanto en su transmisión de los datos como en el rigor de sus planteamientos hermenéuticos41. Si acaso, puede percibirse hoy con mayor claridad cómo los Evangelios implican una interpelación radical al hombre, a su comprensión de la razón y de la historia, que estaban en juego, de hecho, en los orígenes del debate moderno sobre el Jesús histórico y siguen estando en el fondo de la reflexión contemporánea a este respecto. El método histórico-crítico es invitado por la realidad misma de los textos a abrirse a posibilidades interpretativas nuevas; ninguna dimensión de sus exigencias científicas lo conduce a cerrarse sobre sí mismo. La pretensión de seguir ofreciendo hoy un “Jesús histórico” significa, por tanto, el abandono consciente del horizonte de la fe –de la teología– y la propuesta de una interpretación de su figura como sólo humana. Un uso riguroso de la razón habrá de afrontar la propuesta evangélica en toda su pretensión de significado, referida a la cuestión del propio ser en el mundo, de la razón y de la historia, de Dios y del hombre. A ello invita el hecho y el testimonio de los Evangelios, que plantean la necesidad de una razón abierta, “fronteriza”42, capaz de abordar con rigor estos problemas 41 Cf., por ej., A. CARRASCO ROUCO, La puesta en cuestión histórico-crítica del testimonio apostólico sobre Jesucristo, RET 61 (2001) 207-231; Historia y Revelación: acceso crítico a la figura de Jesucristo, en: “Dios para pensar” (ed. por Alfonso Pérez de Laborda), Madrid 2002, 117-134. 42 E. TRÍAS, El evangelio según Benedicto XVI, El Mundo 15.10.2007 13 fundamentales, en un horizonte que no los dé por resueltos ni haga abstracción de su sentido real en la realización de la propia vida. La condición de posibilidad de esta singular invitación evangélica es, como se ha observado, una comunidad en el ser con lo que se conoce y anuncia, y, por tanto, la realidad viva de la comunión eclesial en el presente. La Iglesia – con su tradición dogmática– no se contrapone, pues, al conocimiento verdadero de Jesús de Nazaret, sino que, al contrario, lo transmite, salvaguarda su credibilidad y lo hace realmente posible a lo largo de los siglos. + Alfonso Carrasco Rouco Obispo de Lugo 14