Con respecto a estas “categorías”, son las formas “a priori”, puesto que están ya en la mente y las cosas se conforman con ellas, cosas que se aprehenden mediante la sensibilidad y el entendimiento. Por ejemplo, dos contenidos de la percepción (conocimiento) son ordenados al ser conectados causalmente entre sí mediante la categoría (forma intelectual) de la causalidad, estableciendo el uno como causa y el otro como efecto. Para P. B. Grenet,261 el “criticismo” Kant-eano lleva al extremo la desesperanza de Descartes, negándole al Hombre toda posibilidad de alcanzar el Ser, o la “cosa en sí”, ya que la “existencia” tan sólo sería una categoría aplicada al espíritu por los “fenómenos”; un “ser para nosotros” nunca sería otra cosa que un “objeto en nosotros”, interior al pensamiento y no una “cosa en sí misma”, exsistente. El punto de partida de Kant, entonces, están en su tesis de que antes de conocer algo debe analizarse el instrumento mismo del conocimiento y sus posibilidades, tomándose tan en serio este precepto que su teoría del conocimiento es planteada al margen de la historia real del conocimiento y del proceso y aplicación del mismo conocimiento, como si fuese posible eso de “conocer antes de conocer”. Pareciera que Kant se dispusiera a dar palos de vidente, contra los palos de ciego de Berkeley y esa afirmación de que la materia no existía, sino sólo y sólo sí el “yo” espiritual. Esto es evidente en Kant, al esclarecer que el único origen de nuestros conocimientos sería la experiencia sensible; al admitir que nuestras representaciones sí se corresponderían con algo existente fuera de nosotros, una cierta “cosa en sí”, si bien declaraba al mismo tiempo que dicha “cosa en sí” era por principio incognoscible; al preguntarse porqué no podrían darse fenómenos in-causados y porqué todos los objetos percibidos sensiblemente estaban limitados en el espacio y en el tiempo; y, en general, al aceptar la existencia objetiva de la “cosa en sí”, pero incognoscible la existencia de un mundo objetivo que en cuanto tal afectaría nuestros sentidos excitándolos y las cosas que nos son dadas como objetos exteriores a nosotros perceptibles por nuestros sentidos. Pero, a renglón seguido insistiría Kant en su “no sabemos nada” de lo que puedan ser las “cosas en sí”, ya que sólo podríamos conocer tan sólo sus fenómenos o aquellas representaciones que se suscitan en nosotros cuando las cosas afectan a nuestros sentidos, además de que las sensaciones provocadas por las cosas en su acción sobre nuestros órganos sensoriales no nos darían una imagen del objeto. Después de admitir acertadamente que existe una realidad objetiva exterior a nuestra conciencia, independiente de ésta e independiente del Sujeto, Kant terminaría dando un paso atrás al descargar en el Sujeto cognoscente toda la responsabilidad de poder conocer la realidad objetiva (mundo externo) objeto de conocimiento. Y si el conocimiento que el Sujeto pueda tener de la realidad está bajo su plena responsabilidad, dependiendo exclusivamente de su capacidad intrínseca (estructuras cogitativas innatas), entonces se desconocería así el papel jugado por el Objeto en el conocimiento, bajo el presupuesto de que fuese cual fuese la impresión sensible que el objeto produjere en el sujeto, éste entraría a procesarla y re-ordenarla acomodándola a las condiciones de sus particulares estructuras cogitativas, las que no tendría que construir, ya que por ser innatas el sujeto las poseería intrínsicamente. Esta separación tajante de una realidad material objetiva que no juega ningún papel en la producción del Conocimiento, terminaría entrampando a Kant. Un paisano contemporáneo de Kant, Johan Wolfang Goethe (1749-1832), fundamentado en una cosmogonía opuesta a la división artificiosa del mundo en “mundo de las esencias” y “mundo de los fenómenos”,262 en la plenitud de la producción intelectual de Kant le recordaría a éste que el pensamiento humano sí podía reflejar adecuadamente y conocer la realidad objetiva, que la capacidad humana de conocer el mundo es ilimitada y que el conocimiento es una vía infinita de conquista de la verdad objetiva; que todo hombre sano, por estar convencido de su propia existencia y de la del medio que lo rodea, sabe que los sentidos no nos engañan, que sólo nos pueden engañar aquellos Juicios que no se basan en la experiencia (juicios analíticos). 261 GRENET, P. B. Ontología, op. cit. 262 Con base en esto, J. W. Goethe sería entonces una de las grandes fuentes de la Fenomenología de Husserl, quien relacionando el mundo de las ciencias y el mundo de los fenómenos concluiría que: La Fenomenología es la ciencia de las esencias. El Monismo “Ëllo-Yo-criptoYo”, 321