orgánica (MO) relativamente bajos, lo que genera una baja estabilidad de agregados al agua (Farías, 2009; Bauzá, 2009; Seguel et al., 2011), mientras que de la Región del Bío-Bío al sur dominan los suelos con influencia volcánica, con presencia de minerales no cristalinos, como alófana e imogolita (Besoaín, 1985), altos niveles de materia orgánica y una alta estabilidad física-mecánica (Ellies et al., 1996; 2005; Borie et al., 2008). Sin embargo, ninguno de estos suelos está exento de algún tipo de degradación física, y si bien las problemáticas específicas son distintas para cada suelo, el resultado en la baja productividad es común, dependiendo fuertemente del manejo antrópico para entender su sustentabilidad y resiliencia (Ellies et al., 2000; Sandoval et al., 2007; Dec et al., 2009; Cortés, 2011). El objetivo del presente trabajo es realizar una revisión de los factores que determinan la degradación física del suelo, colocando especial énfasis en la capacidad de respuesta de los andisoles con respecto a suelos de mineralogía cristalina. La conversión de suelos con vegetación nativa a usos agrícolas La primera consecuencia al transformar un suelo bajo vegetación nativa a uno con finalidad productiva, en que se incorpora la labranza como manejo habitual, es la pérdida de MO, la que está fuertemente ligada a la estabilidad estructural y por ende a la funcionalidad del sistema poroso. Al respecto, los primeros trabajos en Chile fueron desarrollados por Ellies et al. (1991, 1995, 1996) quienes evaluaron andisoles y ultisoles con distintos manejos y tiempo de intervención antrópica. El Cuadro 1 presenta el efecto de esta pérdida de MO sobre algunas propiedades del suelo. La consecuencia directa de la labranza es incorporar la MO del mantillo superficial al horizonte A, dejándola más accesible a la acción de los microorganismos del suelo. En el Cuadro 1 se observa su disminución por efecto del uso, la que es mayor mientras más tiempo e intensidad de uso tenga el suelo. Esto trae como consecuencia un menor ángulo de humectación y una mayor dispersión en agua (menor estabilidad), discriminando suelos que por su naturaleza son más sensibles a los manejos. Este es el caso de los ultisoles, que inicialmente poseen contenidos de MO menores que los andisoles, por lo que sus cambios son más violentos en el tiempo y en el espacio. En los andisoles, los valores de densidad aparente siguen siendo menores a 0,9 Mg m-3, aún bajo condiciones productivas degradantes (Ellies et al., 1996). Para el caso de suelos sin influencia de cenizas volcánicas, el Cuadro 2 presenta los cambios ocurridos al cabo de 8 años de manejo con Vitis vinifera. La pérdida de estabilidad trae como consecuencia directa el colapso del sistema poroso grueso (Ellies et al., 1996; 2000; Farías, 2009), favorecido por la aplicación de cargas externas (Ellies et al., 1982; 2000; Cortés, 2011) lo que se traduce en una menor infiltración al agua (Ellies, 1997; Farías, 2009) y una menor permeabilidad al aire (Dörner & Dec, 2007; Farías, 2009; Leiva, 2009). El resultado final, cuando existen condiciones de pendiente elevada, es el aumento de la escorrentía superficial con el aumento de la erosión (Ellies, 2000). Al respecto, el manejo con rotación de cultivos y/o enmiendas pueden provocar cambios en el contenido de MO del suelo, que de igual forma se traduce en cambios en la estabilidad de agregados, con los consecuentes efectos en el proceso erosivo y en la productividad (Peña, 1992; Ellies, 1990; 2004; Sandoval et al., 2007). 76