«¿Qué quieres que te haga?» El dijo: «¡Señor, quiero ver!» (Lc 18,41) Consejo Plenario de la Orden Konstancin, Polonia – 18 de noviembre de 2013 Eucaristía de apertura «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!... ¿Qué quieres que haga por ti?... El dijo: «¡Señor quiero ver!» (Lc 18,38.41). «¡Señor, quiero ver!». Estas palabras, que viene de la boca de un hombre ciego que mendiga en las calles de Jericó, expresa claramente el deseo de que cada uno se alimenta de ver, de entender, de expresar nuestro asentimiento, de encontrar un sentido para creer en la vida, en la presencia de Dios y en sus promesas. Mientras que en el Evangelio según Mateo, nuestra atención es atraída por los sensacionales milagros que Jesús práctica, su poder para actuar sobre la naturaleza, en Lucas la misión de Jesús es mucho más modesta, más personal y más concentrada. La curación narrada por Lucas está dirigida principalmente a la transformación de la vida interior de la persona más que los cambios exteriores, aunque si éstos son importantes y no deben ser ignorados. Las curaciones realizadas por Jesús en el Evangelio de Lucas se conectan a la promesa de la salvación, el cumplimiento de la alianza de Dios, a su fidelidad no sólo en confrontación con el pueblo de la Alianza, los Judíos, sino a toda la humanidad. Así como Simeón proclama en su oración: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2, 29-32). La salvación es una cuestión que va mucho más allá del plano físico: abre nuevas posibilidades para el individuo y para la comunidad que rodea a la persona, y pone de manifiesto no sólo lo que Dios "hace", es decir, el cumplimiento de las promesas de la Alianza sino también lo que Dios puede hacer y hará en nuestras vidas y en nuestras comunidades, en la medida en que nos abrimos a su gracia y a su presencia, que es lo único que puede liberarnos y reconducirnos a su estado original. Según San Lucas hay, sin embargo, dos condiciones fundamentales para acoger la oferta de salvación que ofrece Jesús y para experimentar su poder transformador en nuestras vidas, en nuestra comunidad de fe y en nuestro mundo. La primera condición implica un movimiento hacia fuera de nosotros mismos, es decir, la apertura de nuestras vidas y de toda nuestra existencia a la acción de Dios: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». El hombre ciego llama a Jesús gritando. Abre su boca y sin reservas da voz al clamor de su corazón y desde su espíritu llega a los oídos de Jesús, de los discípulos y de todos los que estaban presentes para escuchar y ver. Cuando Jesús le preguntó al hombre ciego qué espera de él, el ciego le respondió: "Señor, quiero ver". En una variante de la traducción se añade una palabra importante, "de nuevo". Para ver de nuevo: estas palabras expresan dos puntos de partida diferentes y, por lo tanto, también de llegada. Y, sin embargo, en ambas traducciones, la restauración de la vista física no es más que un momento en el proceso de lo que Jesús trata de obrar en la vida del ciego y, sin duda, en la vida de todos los discípulos, como nosotros. Por lo tanto, la primera condición, el primer punto de partida de la acción de Dios en nuestra vida siempre comienza con un reconocimiento humilde y el grito desde el fondo de nuestros corazones de nuestra necesidad de Dios, de su poder y de su gracia en nuestras vidas. La segunda condición para recibir el don de la "vista", para ser capaz de ver, de discernir la voluntad y la acción de Dios en nuestra vida, en nuestra fraternidad, en la Iglesia y en el mundo es la confianza. Si no confiamos en Dios, si no creemos que Dios quiere nuestro bien y está presente en medio de nosotros, y fielmente nos guía, la Orden, la Iglesia y la historia de la humanidad, bueno con Dios, para la vida con los hermanos y para la vida de la evangelización misionera. Y, de todos 1 modos, esto para nosotros es lo más difícil de hacer: abrirnos a la acción de Dios sin poner ninguna condición previa, ¿Qué otra cosa no se puede obtener si no es limitar la acción de Dios?, tratando de lograr lo que creemos sea lo mejor para nosotros mismos y para los demás. El pobre ciego, sin embargo, no pone ninguna condición, no establece ningún límite a la acción de Dios en su vida, a la manera en que Dios pueda sanarlo. El hombre ciego, mendigo, se abre a lo que Dios quiera hacer en su vida. "Hijo de David": Esta es, obviamente, mucho más que una expresión de respeto. Con estas palabras, el ciego declara reconocer que Dios está presente en Jesús, es decir, que reconoce que Jesús es el Mesías. El ciego cree, se confía del hecho de que Dios está obrando en Jesús. Confía en el hecho de que todas las acciones de Jesús implican mucho más que la curación física, es decir, la transformación total de la persona humana, el retorno al estado de gracia de los orígenes. Sólo confiando en la bondad de Dios, de su deseo de hacernos volver a los orígenes de la intención de curar, estaremos en grado de recibir todo lo que Dios quiere ofrecernos, que es mucho más de lo que alguna podremos ver o entender. Todavía hay un detalle importante en el episodio de la curación del mendigo ciego de Jericó. Este detalle tiene que ver con lo que Jesús quiere decir cuando dice al ciego: "Ve, tu fe te ha salvado" (Lc 18,42). "Tu fe te ha salvado”. Volvemos al comienzo del Evangelio de Lucas, donde Jesús se presenta como el Salvador (Lc 2,11), el que trae la salvación a las personas a lo largo de toda su vida en la tierra: este es el propósito de la encarnación de Jesús. En la vida de Jesús, el Reino de Dios ya está inaugurado y revelado en la tierra (Lc 4,43ss). A través del encuentro con Jesús, las personas son liberadas de los obstáculos que le impiden vivir la vida como Dios manda y, por lo tanto, pueden participar plenamente en el Reino de Dios. Lo que resulta claro en el Evangelio de Lucas es lo siguiente: la oferta de la salvación, la libertad ofrecida por Dios es donada a todos. No hay límite a cuanto Dios hará y nadie está excluido de esta obra de Dios: su promesa de salvación encontrará cumplimiento pleno y universal. Queridos hermanos, hemos venido a este Consejo Plenario de la Orden para ponernos al lado del pobre mendigo ciego en el camino a Jericó. Abramos nuestra boca, nuestro corazón, toda nuestra vida para juntos gritarle a Dios: "¡Señor, queremos ver!". Sí, también nosotros queremos ver, es decir, queremos entender lo que Dios nos está pidiendo, lo que Él espera de nosotros como hermanos y miembros de la Fraternidad universal, queremos ver claramente lo que Jesús nos está llamando a reflexionar, lo que nos está invitando a cambiar, aquello que quieren que empecemos. Nos hemos reunido aquí hoy no simplemente y principalmente para aportar modificaciones y algunos otros detalles jurídicos útiles para la reorganización de la Fraternidad universal: ¡Por supuesto, que también vamos a hacer esto! Estamos aquí para cumplir una vez más un acto de fe con el fin de abrir nuevamente nuestras vidas y la vida de la Orden a Jesús que pasa por nuestro camino y quiere renovar nuestra vida, para que también nuestro testimonio sea nuevo y eficaz para nuestro mundo, un mundo que está cambiando rápidamente y que, sin embargo, siempre tiene hambre de significado y sentido. Reconocemos nuestra pobreza de espíritu y, al mismo tiempo, damos crédito a la promesa de que Jesús nos sanará y nos devolverá la gracia original, tanto a nivel personal como a nivel de la Fraternidad universal de la Orden. Confío en que Jesús nos hará capaces de hacer nuestra su visión del Reino de Dios, al que estamos llamados, y para el hemos sido incardinados por nuestros hermanos que viven el Evangelio en fraternidad y minoridad, como evangelizadores y portadores del don de la Evangelio. Hermanos, no tengamos miedo a gritar todos juntos y juntos con toda la Orden, "!Jesús, Hijo de David, ten piedad de nosotros! Señor, haz que podamos ver como ves tu". Fr. Michel Perry, OFM Ministro general 2