LA VANGUARDIA 55 C U L T U R A LUNES, 19 JUNIO 2006 ORIOL PI DE CABANYES Sideral, un pionero Sitges y Rusiñol Aleix Vergés fue a la Barcelona de los 90 lo que la movida fue al Madrid de los 80 ENRIC CUCURELLA HÉCTOR CASTELLS l pasado 19 de mayo se extinguió en Barcelona la estrella de uno de los creadores más deslumbrantes, influyentes y versátiles de la última década: Aleix Vergés (Barcelona, 1973), más conocido como dj Sideral, murió con las huellas dactilares en plena actividad, acaso en el preámbulo de un nuevo florecimiento, ya póstumo. Prueba de ello es la inminente publicación de su tercer disco como selector: Popotronic III (Hit Kune Do), al que seguirá la próxima edición de 19 canciones pop, en las que trabajaba cuando la muerte le sorprendió. Además, Vergés deja escrito un riguroso prólogo a la obra del músico y productor experimental Paul Miller, aka dj Spooky, padre del illbient, género electrónico deconstructivo e hipnótico. Al igual que Miller, Aleix Vergés fue un artista total y poliédrico, que deslizó una interpretación original y personal de lo sónico (versus lo visual) en la estela de los artistas norteamericanos, primero minimalistas y luego conceptuales de los sesenta y setenta, que aspiraban a un arte inmaterial o “desmaterializado”, tal y como lo describió Lucy Lippard. Aleix Vergés fue a la Barcelona de los noventa lo que la movida madrileña fue al Madrid de los ochenta: un emblema estético, un fulgor creativo poliédrico y desaforado y un icono fundamental, que simbolizó, casi en solitario, la conquista de las cabinas de discotecas de todo el país, desde las que se volvió memorable (sus sesiones se hicieron célebres en clubs como el Razzmatazz de Barcelona, el Zulo de Lasarte, La Real de Oviedo o el Siroco de Madrid). Como tantos artistas contemporáneos, jack-of-all-trades del siglo XXI también desempeñó una labor pedagógica, educando a un público que en sus comienzos desconocía por completo la música electrónica. Su afán de educar sin aleccionar se vio plasmado en la confección de una elaborada casetopedia, compuesta por 83 cintas que han servido de libro de referencia y manual del sonido para toda una juventud sónica. En ellas derramó una selección de lo mejor de su impresionante discoteca de 12.000 discos, fundamentalmente electrónicos. Desde volúmenes dedicados a Sun Ra –uno de sus artistas predilectos y pionero en el camino de transformar las miradas que nos enfrentan en oídos que nos intercomunican, como el ojo rasgado de Un chien andalou (Un perro andaluz, Luis Buñuel, 1931), hasta otros enteramente consagrados a Carl Craig, monarca del techno de Detroit y su dj de referencia, pasando por monográficos sobre New Order, Steve Rachmad y tantos otros fantásticos conjugadores del beat electrónico, el groove jazzie y la melodía pop. Príncipe exclusivo de la difusión y po- E ANA GUASCH Aleix Vergés, Sideral, durante la edición del Sónar del 2003 pularización de la música electrónica desde los platos de la mítica sala Nitsa Club, líder de los extintos Peanut Pie, una de las primeras formaciones españolas en untar su repertorio pop en arreglos electrónicos (el disco de nombre homónimo fue grabado por los artífices del El disc-jockey, fallecido hace un mes, educó a un público que desconocía por completo la música electrónica festival Sónar en 1994 y fue reeditado en el 2004 con remezclas de Fangoria y Undo, entre otros), autor de dos discos como mezclador –Sciencie fiction, Sessions I y II– y primer dj español en obtener una residencia en The Kitchen, el mítico club que los U2 poseen en Dublín, sus proverbiales arranques creati- El pasmoso collage de Diplo vs. A-Track en Sónar Park Viene de la página anterior nadie se pudo sentir defraudado porque en tres de las cuatro pistas del ampliado recinto sonaron mayormente beats sintéticos proporcionados por dj y músicos de calidad contrastada, algunos asiduos, como Miss Kittin o Ángel Molina, y otros vírgenes, como la pareja británica que se hace llamar The MFA o el dúo teutón Modeselektor, todos ellos en la repleta pista principal del Sónar Club. Los únicos grupos convencionales del sábado por la noche se redujeron a los británicos Infadels, Hot Chip y Goldfrapp, programados todos a modo de precalentamiento a primera hora. De Hot Chip se puede decir que las canciones pop de su nuevo The warning suenan mucho mejor en disco que en un directo demasiado escorado hacia la prolifera- vos dejan también un testamento en forma de más de 50 óleos, pinturas pop que retrataron el extrañamiento emocional y la pérdida en el espacio de rostros jóvenes, de rasgos angulosos y lágrimas ensagrentadas, hoy diseminados por los dormitorios y los salones de quienes le acompañaron de cerca en su fulminante singladura. También finalizó la redacción de un proyecto de instalación de arte sónico, consistente en 25 platos con música de Bruckner, un theremin y dos ordenadores portátiles, en los cuales el visitante podía investigar, por ejemplo, la imbricación del sonido con las ciencias marinas. La muerte le sobrevino mientras ultimaba los arreglos en las letras y en las melodías de su nuevo trabajo como músico pop: 19 canciones dedicadas a sus amigos, casi a modo de cartas de despedida, en las que había trabajado con sumo rigor literario y que iba a interpetar en compañía de destacados músicos vascos, bajo el nombre de Leire.c ción de sonidos sintetizados vintage. Goldfrapp, que hace cinco años se había estrenado en directo en el Sónar con su evocador disco de debut Felt mountain, volvía al festival para estrenar, un año después de su edición, su tercer disco, Supernature, que ya había presentado antes en dos ocasiones en nuestra ciudad. Su espectacular puesta escena, con cuerpo de ballet femenino incluido, es muy adecuada al acento retroglam de su nuevo sonido. El hecho diferencial del Sónar nocturno se encuentra en la programación hip-hop centrada en el escenario Sónar Park. Allí, el viernes, además de la sesión dj ofrecida por la pareja local formada por Griffi y n Sitges –siempre sabios en marketing– conmemoran, y hasta se podría decir que celebran, los 75 años de la muerte de Rusiñol. Y es que don Santiago, instalando allí su creatividad, su desmesura, su vida convertida en obra de arte, puso a Sitges en el mapa. Con Cadaqués y con Tossa, Sitges es el pueblo costero catalán que más atractivo contraste ofrece entre la autenticidad particular y la impostación pasajera. Y es que estos pueblos no son sólo un paisaje de gran belleza: son una forma de ser. Rusiñol descubrió Sitges cuando, yendo a visitar a don Víctor Balaguer a su biblioteca museo de Vilanova, se apeó del tren de la costa, que se acababa de inaugurar en 1881, hace ahora justamente ciento veinticinco años. Aquella línea fue una proeza y ahora, en manos de Renfe, es un desastre. Pero déjeseme recordar que sin el denodado esfuerzo de los de Vilanova por trazar una ruta de hierro desde la capital del Garraf hasta Barcelona, abriendo túneles bajo las montañas, no se habría dado el flujo de viajeros ilustres que han adornado a Sitges con su presencia. Sin Rusiñol, sin su anecdotario, sin su nonchalance, Sitges hubiera tardado más en consolidar su imagen de marca como destino turístico. Las mismas Festes Modernistes de Sitges hicieron época. Entre 1892 y 1894 aquellas performances fueron una sonada manifestación de creatividad en grupo. Y es como si su espíritu todavía perdurara. Excelente pintor y escritor, Rusiñol era el heredero de un gran negocio del textil, pero lo desestimó –y hasta lo despreció– por el arte. Mi abuelo pintor, que también fue un modernista de bohemia psicológicamente bien protegida, repetía con cierta frecuencia algo que atribuía a la displicente despreocupación material de Rusiñol: “¿Y esto es bueno para la hilatura? Pues ¡adelante, hombre, adelante!”. A él, que no le vinieran con problemas del negocio... Lo suyo era el sacerdocio del arte, en la línea del entonces llamado arte puro. Ya dijo Walter Benjamin que con la llegada de la fotoEXCELENTE grafía –como primer modo revolupintor y escritor, cionario de reproducción– el arte se Rusiñol era el percató de “la proximidad de la crisis heredero de un que, pasados cien años más, se ha gran negocio textil vuelto inequívoca, y reaccionó con la doctrina de l'art pour l'art, que viene a ser una teología del arte”. Rusiñol, sí, fue una especie de gran sacerdote del arte por el arte. Y como todo gran sacerdote necesita un templo, él se lo construyó en su Cau Ferrat. Allí brilló su gran personalidad de hombre ocurrente y simpático, siempre rodeado de admiradores, y hasta podríamos decir que de feligreses, porque en su casa museo siempre se practicó como algo sagrado el arte de la amistad. Rusiñol es un gigante. ¿Quién se acuerda hoy ya de las pullas que tuvieron él y Eugeni d'Ors? Modernismo y noucentisme se combatieron, cada movimiento con su concepción del mundo. Hace un siglo todavía se luchaba, con ideas y actitudes, por un futuro que se soñaba con esperanza. Todo aquello, todo aquel idealismo de choque, se lo llevó por delante la Guerra Civil. La posguerra, que fue una época sórdida y miserable, nos instaló a todos en un día a día sin más ideales que un presente algo mejor. Y la democracia llegó como la gran conquista del presente, que enterraba al mismo tiempo el pasado y el futuro. Aunque ahora, por fortuna, no hay que escoger ya más entre Xarau y Xènius, o entre lo que representan. Los dos, cada uno en su estilo, simbolizan lo mejor de nuestra tradición.c E DJ2D2, se pudo degustar la exquisita técnica y buen gusto de dj Vadim tras los platos y al frente de su proyecto One Self; también de la sapiencia deconstructiva de un dj Shadow que dejó el papel protagonista para los raperos del denominado hyphy movement. Pero el auténtico plato fuerte no llegó hasta el sábado, con la espectacular sesión audiovisual a cuatro manos a cargo de A-Trak –el dj de Kanye West– y Diplo –el dj de MIA–. Su alucinante mezcla puso en evidencia a unos Digable Planets que, más que a reconfortante actualidad, sonaron a un crossover al que todo lo que le faltó de jazz le sobró de rock, cortesía de un guitarrista que parecía haberse equivocado de grupo. La actuación de Diplo vs. ATrack estuvo a la altura de las memorables sesiones que Kid Koala y dj Yoda ofrecieron en anteriores ediciones y demostró que el turntablismo puede ir más allá de los fuegos de artificio para convertirse en un curso acelerado sobre música popular. En su pasmoso collage introdujeron reggaeton y raggamuffin, Bangles, The Cure, Soft Cell, Missy Elliott, The Marvelettes y James Brown, soul deconstruido y posblues, makossa, funk de las favelas y vertiginoso scratch. Todo ello, a un ritmo trepidante que hizo enloquecer de gusto a la audiencia.c