Explicar la Palabra de Dios

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mentalidad nueva
Explicar la
Palabra de Dios
Pensamientos 150 - enero de 2016
Explicar la Palabra de Dios
Para saber explicar la Palabra de Dios hay que vivir
cons­tantemente la sencillez de la vida cristiana; de este
mo­­do no nos limitaremos a las elucubraciones mentales
y racionales.
Hoy en día, lo más valorado es el equilibrio psíquico
y espiritual, efecto de una causa absoluta en sí misma:
Dios-amor.
La letra escrita de las Sagradas Escrituras tiene un valor
tes­timonial, condicionado por la historia y la cultura; Jesucristo es la Palabra de Dios, viva y eficaz.
fundador del Seminario del Pueblo de Dios
GLOSA
Para poder explicar la Palabra de Dios es importante que los creyentes practiquemos lo que enseñamos, es decir, que procuremos que las
obras concuerden con las palabras. Si lo hacemos así, con la ayuda de
Dios, tal vez los demás captarán más fácilmente la novedad del Reino.
La coherencia entre hablar y actuar debe ser la característica de quienes
desean empaparse de la Palabra y se esfuerzan por vivir según el estilo
de las Bienaventuranzas.
La Palabra de Dios se nos revela sublime y encantadora, y nos muestra
la verdad sin ningún tipo de disfraz; por eso tiene el poder de atraer la
aten­ción de los oyentes. En este sentido, la palabra de Dios «discierne
sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4,12); nos conduce
siempre a hacer experiencia de lo que es auténtico, verdadero y bello,
es fecunda si la escuchamos y la acogemos, y nos empuja a hacer obras
de vida eterna.
El profetismo bíblico ha sabido expresar muy bien esta realidad:
«Como des­cienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá,
sino que em­papan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que
dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que
salga de mi bo­ca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado
mi voluntad y haya cumplido aquello a que la envié» (Is 55,10-11). Así
pues, la Palabra que el Padre nos envía es fecunda y eficaz en sí misma,
porque realiza lo que anuncia; ¡qué contraste con la palabra humana, a
menudo llena de incoherencia y contradicciones!
La Palabra también reclama una actitud de fondo: haber llegado a la
sim­plicidad de corazón. Francesc Casanovas tiene razón cuando dice: Pa­ra
saber explicar la Palabra de Dios hay que vivir constantemente la sencillez
de la vida cristiana. Y, por ello, Dios revela a los pequeños los secretos del
Reino (Mt 11,25).
Consecuentemente, si conocemos bien las Escrituras, no nos limitare­
mos a las elucubraciones mentales y racionales, ni nos dejaremos fascinar
por falsas ideologías; sino que descubriremos la Palabra hecha carne,
Je­su­cristo, que habita en medio del mundo y que ha hecho estancia
entre no­sotros (Jn 1,14). Dios se auto-comunica a los hombres mediante
el don de su Palabra encarnada; nos dice quién es Él a la manera humana
y eso... ¡sí que es la Buena Nueva que nos salva!
El autor añade: La letra escrita de las Sagradas Escrituras tiene un valor
testimonial, condicionado por la historia y la cultura; Jesucristo es la Palabra de Dios, viva y eficaz. Y por ello, la gente quedaba admirada de sus
en­señanzas y de su doctrina, «porque les enseñaba como quien tiene
au­toridad, y no como sus escribas» (Mt 7,29). Jesús acoge en su persona
y en su misión la larga tradición profética, buscadora incansable de la
verdad de Dios, y se muestra, a menudo, inflexible ante la hipocresía y
el engaño: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el
diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe!» (Mt 23,23).
Jesús muestra una gran coherencia interna. Y esto es luz también para
nuestros días, tal como afirma Francesc Casanovas: Hoy en día, lo más va­
lo­rado es el equilibrio psíquico y espiritual, efecto de una causa absoluta en
sí misma: Dios-amor. En este sentido, el verdadero mensajero de la Pa­la­
bra debe ser testigo de la fe con sus obras, debe procurar manifestar el
equilibrio de la humanidad de Jesús.
Ahora bien, esto sólo es posible si quien habla en nombre de Dios no
busca nunca el propio interés, sino que se deja conducir por el Espíritu,
que le mueve a edificar la comunidad. Quien evangeliza, experimenta
intensamente sus propias limitaciones y debilidades; pero, precisamente
porque es débil, si confía en Dios, puede ser instrumento de una fuerza
que no viene de sí mismo sino del Espíritu: «Y me presenté ante vosotros
débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no se apoyaban
en persuasivos discursos de sabiduría, sino en la demostración del Espíritu
y su poder» (1Co 2,3-4).
En fin, cada creyente ha recibido la llamada de convertirse en mensajero de la Palabra, como un testimonio que debe ejercerse, no solamente
con la predicación sino también con las obras, porque «la Palabra se hizo
carne y puso su Morada entre nosotros» (Jn 1,14).
Miquel Barcos
Seminario del Pueblo de Dios
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