El pensamiento filosófico en la Ciudad de México durante la colonia: una muralla contra el tiempo Emilio Reyes Ruiz • RESUMEN Hablando de los colegios y de la universidad en la Ciudad de México, así como del tipo de vida intelectual que hubo en ellos, este ensayo intenta comprender el sentido del saber filosófico en un mundo novohispano cuya unidad cultural reposaba en la significación religiosa de lo divino. Conscientes de que el predominio de la temporalidad va en detrimento de la creencia en la divinidad, conventos, colegios y universidades fueron una fortaleza dentro de Nueva España. La defendían de un enemigo: el tiempo, o su forma más concreta, la llegada de la modernidad. Mostrando sus vínculos con lo divino, la escolástica en Nueva España se concebía como una sabiduría filosófica alentada por la divinidad; y el filósofo, declarándose ante todo un creyente, se concebía como un sabio con aprobación de Dios. Desde cada aula de colegios y universidades ambas figuras estaban diseñadas para “conjurar intelectualmente” el paso del tiempo. Reafirmaban, así, una voluntad de inmutabilidad: Nueva España era una cultura que quería durar, permanecer, no estaba diseñada para cambiar. De ahí que ambas figuras del saber puedan verse como alimentos intelectuales de la religiosidad y muros culturales contra la modernidad. PALABRAS CLAVE Divinidad. Escolástica. Filósofo. Fortalezas. Intemporalidad. ABSTRACT This article tries to explore the meaning of philosophical knowledge in a Novo-Hispanic World, whose cultural unity was based on the religious meaning of the divine. Given that the predominant belief in temporality went against the belief in divinity, convents, schools and universities became a kind of fortress in New Spain. They defended it from one enemy: time, or in its more concrete form, the coming of modern times. Demonstrating their relationship with the divine, the scholastic trend in New Spain was conceived as a philosophical wisdom 23 encouraged by a divinity, and the philosopher, holding the position of a believer above all, was conceived as a wise man having God’s approval. In every classroom in schools and universities, the figures of God and the philosopher were designed to “intellectually conspire” against the passing of time. In this way they reaffirmed a determination of immutability: New Spain was a culture that wanted to endure, to persist; it was not designed to change. Hence, both knowledge figures can be seen as providing intellectual religious sustentation and cultural walls against modern times. KEY WORDS Divinity. Scholastic group. Philosopher. Fortresses. Untemporality. lador de la imagen del universo en su totalidad. El Dios creador es una significación central. Es una creación imaginaria —es decir, perteneciente al orden de lo imaginario— que actúa en Nueva España como un sentido organizador de los comportamientos humanos y de las relaciones sociales. Si la unidad del mundo novohispano reposa sobre la significación imaginaria de lo divino, significa que el modelo colonial del mundo —del cual el Dios creador es una de sus bases— tratará de participar simbólicamente de uno de los atributos esenciales de esa figura divina, a saber: la no-temporalidad o intemporalidad. En su condición de colonia Nueva España se concebirá como parte de un mundo hispánico-cristiano que se ve a sí mismo como una formación cultural intemporal. Podría decirse que si alguna cultura merecía el adjetivo cerrada fue la del imperio español. Y ese carácter se había extendido a sus colonias, entre ellas Nueva España. Introducción La comprensión de un periodo histórico que abarcó tres siglos presupone comprender la cultura, la vida y el comportamiento de los hombres de esa época. Esto significa, en primer lugar, reconstruir el sistema de representaciones y de valores vigentes entonces; significa también poner al descubierto los “hábitos de conciencia” de tales hombres, su modo de ver, de entender y de valorar su realidad; sistema de representaciones que guía, a fin de cuentas, sus comportamientos y lo que está en la base de su noción de realidad. Ese sistema de representaciones y valores se encuentra sintetizado en un solo término: cristianismo. En el periodo conocido como colonia el factor de unidad más importante era la religión cristiana: es impensable ese mundo fuera del cristianismo. Uno de los principales papeles de la religión —de todas las religiones— es insertar de una u otra manera el ser de la humanidad en un sistema del cual forman parte los dioses y el mundo. El cristianismo no es la excepción: sus principios configuraron una sociedad que ve en tales principios su justificación y legitimidad. En el sistema de representaciones y valores de la sociedad novohispana la idea del Dios creador es una necesidad absoluta para la concepción del universo, elemento sin el cual el hombre es incapaz de explicarse el mundo y de orientarse en él. Dios es la verdad suprema para el hombre novohispano, es el elemento organizador y estructurador de sus ideas, de sus imágenes y representaciones; es la referencia de todos sus valores, el principio regu- Sobre la peculiaridad de esta forma de entender a la divinidad como Dios creador en el campo del desarrollo del pensamiento filosófico medieval, en contraste con filósofos griegos como Platón y Aristóteles (para quienes la idea de un Dios creador no es algo característico en su pensamiento filosófico), puede confrontarse el interesante escrito de Alexandre Koyré “Aristotelismo y platonismo en la filosof ía de la Edad Media”, en su libro Estudios de historia del pensamiento científico, México, Siglo xxi, 1980. Sobre la importancia de la figura del Dios creador dentro del imaginario de la cultura medieval, ya no sólo en el campo filosófico, puede verse el libro de César González Ochoa A lo invisible por lo visible. Imágenes del occidente medieval, México, unam, 1995, en particular la primera y segunda parte: “La dimensión de lo imaginario”, pp. 19-48, y “El tiempo en el imaginario medieval”, pp. 49-78. 24 Humanidades La novohispana era una sociedad cerrada al exterior y al porvenir, cerrada al cambio, al paso del tiempo. Y esa intemporalidad se vinculaba, a su vez, con su carácter tradicionalmente hermético, impermeable o impenetrable, es decir, Nueva España se muestra como una formación cultural cuya mentalidad no incorpora en sus esquemas de conciencia la posibilidad o necesidad de cambiar: no manifiesta una apertura ni injerencia o penetración de todo aquello que tenga que ver con los cambios. Al contrario: la configuración cultural novohispana expresa una voluntad de permanencia o de inmutabilidad. Su ideal de cultura estaba alentado por uno de los atributos fundamentales de la divinidad: la aspiración a la eternidad. “Nueva España —dice Octavio Paz— no estaba hecha para cambiar sino para durar… aspiraba a la intemporalidad: su ideal no era el cambio ni su consecuencia moderna: el culto al progreso. Su ideal era la estabilidad y la permanencia; su visión de la perfección era imitar, en la tierra, el orden eterno”. ¿Cómo participó de todo esto el tipo de pensamiento filosófico existente en México durante el periodo colonial: la escolástica?, ¿cómo expresaba, y al mismo tiempo respondía, a esa voluntad de permanencia e inmutabilidad, a ese ideal de estabilidad? Brindar una respuesta es el propósito de este escrito. Colegios y universidades de la cultura novohispana: divinidad sí, tiempo no Nueva España fue un vasto territorio cuya distribución geográfica y arquitectónica reflejaba el orden imaginario de su organización cultural mediante el cual se confería sentido a las acciones humanas dentro de ese sistema de referencias formado por un Dios creador y un mundo creado: en su territorio geo-arquitéctónico se enfrentaban y confrontaban las siguientes construcciones: el palacio (el príncipe y su corte), el ayuntamiento (el pueblo en su pluralidad de jerarquías y jurisdicciones) y la catedral (la ortodoxia religiosa). Pero, 25 es lo que hay que tener presente cuando se habla de la universidad en la ciudad de México durante el periodo colonial, así como de los conventos con sus respectivos colegios: no tenían por función examinar y discutir los principios que fundaban a la sociedad sino defenderlos. Precisamente el trasplante y la sede de las ideas filosóficas en la ciudad de México fue la Universidad Real y Pontificia. Establecida por decreto real, expedido por Carlos V, en 1551, fue elevada a Universidad Pontificia en 1562. La apertura de la universidad tuvo lugar en 1553. En ese proceso de trasplantación tuvieron que ver también diversos colegios de la ciudad de México, entre los cuales podemos mencionar los siguientes: el Colegio del Convento de Santo Domingo, fundado por la orden dominica y donde estudiço, por ejemplo, Tomás Mercado; el Colegio del Convento de San Agustín, fundado en la capital por los agustinos a la cual, por ejemplo, perteneció Fray Alonso de la Vera Cruz (quien también fuera profesor, en 1553, en la recién fundada Universidad de México); el Colegio de San Pedro y San Pablo, fundado en 1574 por los jesuitas; el Colegio de San Ildefonso surge de la …había además otras tres construcciones —dice Octavio Paz—: el convento (junto con todos sus colegios), la universidad y la fortaleza. El convento y la universidad eran los centros del saber; la fortaleza defendía a la nación del exterior. Pero el convento y la universidad también eran fortalezas: no defendían a la Nueva España de enemigos concretos (como los invasores); la defendían de un enemigo más abstracto pero tan o más mortífero: ese enemigo era el tiempo. Guardianes de la ortodoxia, los colegios y la universidad no tenían por función examinar y discutir los principios que fundaban a la sociedad sino defenderlos. Y podría decirse que esa fue la función del saber filosófico escolástico que se desenvolvió dentro de estos centros culturales concebidos de alguna forma como fortalezas: defender los principios que fundaban a la sociedad novohispana, no criticarlos; una defensa de principios que al mismo tiempo implicaba una defensa contra ese enemigo mortífero que es el tiempo. En este sentido, y contribuyendo a este propósito de la intemporalidad o inmutabilidad, la escolástica del mundo novohispano había hecho de cada celda en los conventos y de cada aula en los colegios y universidades una fortaleza. Pero también de cada comportamiento, de cada actitud, de cada acción, de cada idea, argumento, razonamiento, expresión o de cada palabra. Y esto se manifestaron dos tipos de reacción contra la penetración de ideas que sustentaban una valoración del cristianismo diferente a la ortodoxa: 1) la reacción institucional del Tribunal de la Santa Fe, y 2) la reacción personal o no institucional representada por la literatura apologética de escritores misoneístas como Mariano Vallarta, Ignacio Cigala y Cristóbal Mariano Coriche. El interés por instituir la Universidad de México se muestra en que fue establecida por decreto real, expedido por Carlos V, el 21 de septiembre de 1551, para ser elevada a Universidad Pontificia, con la Cédula Real de “Mater”, por Felipe II, el 17 de octubre de 1562. La apertura de la Universidad tuvo lugar el 25 de enero de 1553. La constitución y organización de la Universidad de México tuvo como modelo a la Universidad de Salamanca, en España, que era la más floreciente en esa época. Muchos de los datos sobre estos centros del saber, como fueron los colegios y las universidades, los he extraído del libro de Juan Manuel Terán Mata, El pensamiento filosófico en la ciudad de México, México, Colección Popular Ciudad de México, 1975. Se trata de un volumen que, dentro de la brevedad que lo caracteriza, posee bastante información sobre la fundación y ubicación de instituciones educativas en la ciudad de México durante el periodo colonial. Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 66. Pablo González Casanova tiene un libro titulado Misoneísmo y modernidad cristiana en el siglo xviii en México, México, El Colegio de México, 1948. En éste el autor desarrolla ideas interesantes que, de alguna forma, relaciono con esta caracterización de la cultura novohispana como “impenetrable”, “cerrada” o “intemporal”. Tomando como punto de partida tanto el carácter tradicionalmente impenetrable de la cultura hispanoamericana como el choque entre el espíritu escolástico mexicano y el espíritu europeo moderno, González Casanova explica cómo, a pesar de su decadencia, la ortodoxia hispanoamericana poseía la fuerza material e intelectual suficiente para generar un movimiento de reacción contra las nuevas concepciones que penetraran desde el exterior. Es así como el autor expondrá los procedimientos, instrumentos, actitudes y argumentos que caracterizaron a dos elementos que conformaron un verdadero bloque de impenetrabilidad cultural y en los que 26 f ía era concebida ante todo como guardiana de la fe cristiana. Para todo pensador del periodo colonial (por lo menos hasta mediados del siglo xviii) que se desenvolvía en colegios o universidades era imposible concebir un afán de saber que no condujera al conocimiento de Dios: la naturaleza se entendía como un espejo donde el hombre podía contemplar la imagen de Dios. “Per visibilidad ad invisibilidad” (“a lo invisible por lo visible”), dice San Pablo, para mostrar que a partir del conocimiento del universo creado podemos elevarnos al conocimiento de las propiedades invisibles de Dios. La presencia de Dios se descubre en el orden de la naturaleza. De aquí una caracterización inherente al saber escolástico como saber filosófico: se trata de un saber donde el pensamiento filosófico está entrecruzado con sentimientos religiosos y formas de explicación “científicas” nunca peleadas con la ortodoxia cristiana ni con sus dogmas o principios religiosos. Este saber fue la respuesta a la necesidad cristiana de unir el pensamiento filosófico con el credo religioso, de fusionar las especulaciones de lo creado con las contemplaciones de lo divino, posibilitar la hermandad entre ciencia y religión. Toda su labor había sido racionalizar y sistematizar la fe. Haciendo esto la escolástica construía esquemas y hábitos de conciencia que, revelándose como un sistema de estructuras mentales defensivas, al transmitirse y difundirse dentro de las celdas o aulas de los colegios y de las universidades los convertían en fortalezas mentales. La escolástica, como generadora de estas fortalezas ideológicas de la sociedad colonial, responde a una mentalidad novohispana que se caracteriza por la imposibilidad de expresarse al margen de ciertas referencias religiosas o dogmas de la visión cristiana del mundo, de los cuales la imagen del Dios creador constituye una significación central. Esto la llevaba a autoconcebirse como una filosof ía guardiana de la fe, como una filosof ía dominada por la creencia de que no podía haber un progreso que estuviera por encima de la misma fe o la pusiera en duda: las verdades católicas poseen los atributos de ser verdades absolutas y eternas, por lo cual sólo podía haber Sobre la escolástica o de cómo conjurar al “demonio del tiempo” en los colegios y universidades El pensamiento filosófico en la colonia —quizá como toda la filosof ía medieval— se sitúa dentro de una religión revelada. El filósofo o todo el que se encuentra vinculado a la filosof ía escribiendo obras, enseñando, elaborando cursos, debatiendo tesis o argumentos, etc., era creyente. Su filosoPor esto, para el filósofo creyente ciertos problemas están resueltos por anticipado. De este modo, por ejemplo, el filósofo antiguo puede preguntarse si hay dioses y cuántos hay, mientras que el filósofo medieval no. De nuevo, sobre este tema de la presencia de Dios o dioses en el pensamiento filosófico occidental, véase A. Koyré, op. cit. Refiriéndose a las diferencias entre filosof ía medieval y filosof ía griega clásica, este autor dice: “En la Edad Media ya no se pueden plantear cuestiones parecidas. Se puede preguntar, sin duda, cómo se puede demostrar la existencia de Dios, y no tanto si existe o no. Pero la pluralidad de dioses ya no tiene sentido: todo el mundo sabe que Dios sólo puede ser único. Además, mientras que Platón o Aristóteles se forman libremente su concepción de Dios, el filósofo medieval sabe, generalmente hablando, que el suyo es un Dios creador (una concepción muy dif ícil de captar por la filosof ía). Sabe además sobre Dios, sobre él mismo, sobre el mundo, sobre su destino, muchas otras cosas que le enseña la religión. Sabe, por lo menos, que las enseña. Frente a esta enseñanza necesita tomar partido. Necesita, además, frente a la religión, justificar su actividad filosófica; y, por otro lado, necesita, frente a la filosof ía, justificar la existencia de la religión. Esto creaba una situación tensa y complicada en extremo. Afortunadamente, podría decirse, pues fueron esta tensión y esta complicación en las relaciones entre filosof ía y la religión, la razón y la fe, las que han alimentado el desarrollo filosófico de Occidente”, pp. 20-21. 27 Humanidades fusión de diferentes colegios jesuitas, entre ellos el antes mencionado junto con el de San Miguel, San Bernardo y San Gregorio; el Colegio de San Miguel el Grande dirigido por la Congregación del Oratorio u Oratorianos. Pero ¿cómo la organización del saber filosófico escolástico que fluyó en estos ámbitos culturales —celdas, aulas, colegios, conventos, universidades— estaba diseñada para fungir como una fortaleza mental contra la experiencia de la temporalidad? descubrimientos sobre verdades secundarias; en este sentido, el progreso en el campo del saber era concebible como algo secundario o subordinado siempre a esa virtud sobrenatural que es la fe cristiana. Si la imagen que una sociedad se forma del universo es inseparable de la imagen que se hace de sí misma, entonces no es de extrañar que durante el periodo colonial quienes se vinculaban de una u otra forma al saber participasen de esa imagen: el hombre vinculado a la actividad intelectual del saber filosófico y científico participa de todo esto a partir del sistema de referencias suministrado por su formación dentro de una orden religiosa y la consiguiente escuela de pensamiento que profesase. Para él no podía haber un progreso en el terreno del saber filosófico y científico que estuviera por encima de la fe o la pusiera en duda. Y esto no es casual. Se trataba de un sabio cuyo horizonte de saber se movía dentro de los límites de una visión cristiana del mundo: un mundo donde Dios, Cristo y el Espíritu Santo formaban una Trinidad en la cual debía creerse, hacia la cual debía manifestarse fe, respeto, credibilidad, humildad. Un mundo cuya creación por voluntad divina es creíble; un mundo donde Adán y Eva tienen que ver con la existencia de un paraíso y con la expulsión debida al pecado original cometido por ellos; un mundo donde existen milagros, ángeles, pecados, demonios, almas, pero también cuerpos que, entre más mortificados o castigados sean, mayormente contribuyen a que la persona se “santifique” o “purifique”; un mundo donde las vírgenes nunca maculadas por el cuerpo masculino son capaces de concebir; un mundo vinculado a la idea de salvación y perdón de nuestros pecados; un mundo donde el sentido de las oraciones, de los rezos está vinculado a una forma de vida ético-religiosa; un mundo de creyentes y de herejes, de defensores y enemigos de la fe cristiana; un mundo de lo mundano y un mundo de lo divino; en fin, un mundo que permite hablar de la existencia de “demonios en los conventos” o de las “trampas de la fe”. Por esto no es de extrañar que la filosof ía novohispana se viera como una filosof ía alentada por la divinidad y que el filósofo novohispano se viese como un sabio con la aprobación de Dios. Dentro de las celdas de los conventos y aulas de colegios, como los de San Pedro y San Pablo, Santo Domingo, San Ildefonso, San Agustín y otros; en las aulas de la universidad en la ciudad de México, la escolástica participaba, así, en lo que ha sido el papel fundamental de toda religión, a saber: insertar el conjunto de los hombres en un conjunto más amplio que incluye al mundo y a los dioses. Sentido profundo de esta sabiduría escolástica de ir de lo visible a lo invisible. de Fernando Benítez, Los demonios en el convento: sexo y religión en la Nueva España, México, Era, 1985; y el título del libro ya citado de O. Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. No es curioso encontrar planteamientos como los de Ignacio Cigala sobre la importancia del tipo de filosof ía escolástica que se enseñaba tanto en las universidades como en los colegios de México (y, en general, Nueva España). Contrastándola con la filosof ía moderna, Cigala nos dice lo siguiente sobre la filosof ía escolástica: [la filosof ía escolástica que se­] enseña en nuestras universidades ya se propasó de útil a necesaria, desde Estas dos últimas expresiones aluden al título del libro 28 cuenta para comprender la dinámica estructural del saber filosófico novohispano, a saber: apreciar cómo pugnaban y discutían las órdenes religiosas antes y durante la presencia de la modernidad, cómo disponían de sus ideas, cómo las acomodaron una vez que llegó. Si bien es cierto que los colegios de las distintas órdenes religiosas y la universidad son dos cosas fundamentales que concentran esa presencia y sentido del saber filosófico novohispano, también lo es que la dinámica o manera en que actuaban estas órdenes dentro y fuera de esos espacios era fundamental. Las órdenes más connotadas eran las de los franciscanos (que profesaban la escuela del escotismo); los dominicos y agustinos (que eran tomistas), y los jesuitas (que eran suarecianos). Cada escuela u orden religiosa se apegaba y seguía a cierto autor o autores (San Agustín, Santo Tomás, Francisco Suárez, Duns Escoto, etc.) y a través de ellos leía y entendía aspectos relativos al cristianismo, así como la visión del mundo en él implícita. Los argumentos respecto a las consideradas Sagradas Escrituras, el contacto con el mundo natural y el conjunto de fenómenos visibles que lo constituyen, los planteamientos relativos a las conductas o comportamientos morales, los discursos sobre las buenas o malas costumbres, la manera de relacionarse, apropiarse, valorar o repudiar tradiciones culturales pasadas, incluidas sobre todo las filosóficas como la aristotélica o platónica, etc.; todo esto se fundamentaba, nutría o desarrollaba con el debate acalorado provocado por las pugnas enardecidas entre esas diferentes órdenes religiosas que profesaban orgullosamente escuelas diferentes: cada orden sentía el orgullo de ser o más docta o más ingeniosa que las otras por tener un maestro como Santo Tomás, o como Duns Escoto, o como Molina, o Francisco Suárez, etc., al cual seguir. Estas disputas eran las que, en algún momento, fomentaban la actividad intelectual del saber escolástico al verse las órdenes religiosas en la necesidad de mostrar entre sí cuál de las diferentes escuelas de pensamiento que profesaba se revelaba como la más adecuada, ingeniosa o inteligente frente a las demás. Dentro de este ámbito la práctica de la disputa fue fundamental para quien se Si hablamos de que celdas y aulas de colegios y universidades novohispanas constituían, a su manera, fortalezas ideológico-culturales mediante las cuales se legitimaba el carácter intemporal, inmutable, impenetrable, cerrado de una sociedad basada en la ortodoxia de la cultura cristiana, hay algo fundamental en su funcionamiento o caracterización que también debe tenerse en que el Gran Alberto y su discípulo, y nuestro maestro Santo Tomás, San Buenaventura, Escoto, Suárez, Molina, Vázquez, y todos los doctores católicos la incorporaron en la teología más divina, para la que es inconducentísima la filosof ía moderna, con todo el mundo imaginario de Descartes y machinas de los observadores. Todo esto digo que es impertinente para la teología más sublime; pues aunque por ese rumbo llegaran a comprender la naturaleza, de que aún están muy distantes, sólo podrían levantarse de allí, al simple conocimiento de su autor Dios, contra los ateístas; pero nunca sabrían hacer racional nuestra fe sobrenatural, como la escolástica, que después de demostrar la evidente credibilidad de los misterios revelados, prosigue con el hilo de formalísimas consecuencias, a deducir de la Sagrada Escritura, concilios y padres, aquellas verdades altísimas, con que la santa Iglesia romana fomenta la piedad de sus hijos, y confunde la impiedad de sus rebeldes (citado en González Casanova, op. cit., pp. 128-129). Aquí Cigala dice algo interesante: tiene de su parte toda la razón al analizar las ventajas de la filosof ía escolástica y afirmar su superioridad sobre la filosof ía moderna en el estudio del dogma católico. Toda la labor de la escolástica fue racionalizar y sistematizar la fe. La filosof ía escolástica había servido a la religión. Y la filosof ía siempre había tenido razón de ser en el mundo cristiano, en cuanto era auxiliar y sostén de la teología, en cuanto que aclaraba y precisaba el mundo divino. Una filosof ía “profana” era una inútil filosof ía. Los escolásticos mexicanos iban a acusar de inútil a la filosof ía moderna. No sin justificación. En su defensa de la utilidad religiosa de la escolástica, en contraste con la filosof ía moderna, Cigala —como otros escolásticos— iba a emplear la larga práctica que tenía en discutir, para defenderse y atacar a sus enemigos. Iba a hacer una comparación de valores entre la moderna filosof ía y la tradicional. La filosof ía escolástica era más útil y necesaria a la religión y podía conocer la naturaleza mejor que la “mecánica”. Para un mayor desarrollo de las ideas de Cigala, véase González Casanova, op. cit., capítulo iii. 29 Humanidades Las disputas filosóficas en Nueva España: alimento intelectual de la religiosidad y muro cultural contra la modernidad identificaba con una orden religiosa y con una escuela de pensamiento: saber argumentar era parte de saber discutir, de saber debatir, y viceversa. A pesar de ser órdenes que profesaban escuelas distintas estaban de acuerdo en lo fundamental: la conservación de la fe cristiana (y sus dogmas u ortodoxia religiosa). Sin embargo variaban en algunos aspectos que pudieran parecer superficiales pero que, por el tipo de disputas apasionadas que generaban, evidenciaban que no lo eran. Basándose en algunos de los actos de filosof ía y teología celebrados en la Universidad de México, hay autores como González Casanova que, habiendo estudiado este periodo colonial, dan una idea de lo que era esa dialéctica y de cómo funcionaba el pensamiento escolástico en la colonia. Refiriéndose a ellos se alcanza a apreciar el carácter violento que cobraban, mismo que se explica a través de tres móviles distintos: primero, el orgullo de pertenecer a una de las órdenes existentes que intervenían en cuestiones filosóficas (la dominica, la franciscana y la de los jesuitas); segundo, la conciencia que tenían cada uno de sus miembros de pertenecer a una de las tres escuelas principales (tomista, escotista y suarista, lo cual tiene que ver mucho con la idea del principio de autoridad); y, finalmente, un vivo sentimiento religioso que a todos poseía y que se mezclaba a cada paso con sus reflexiones y argumentaciones. Señalar la pasión que ponían las órdenes religiosas en sus luchas internas —entre dominicos, franciscanos y jesuitas (si queremos pensar en órdenes religiosas), entre escotistas, tomistas o agustinianos (si queremos enfatizar más la escuela que seguía cada orden religiosa)— y decir que éstas condicionaron el pensamiento filosófico novohispano, no es sino una manera adecuada para comprender otro de los focos de la cultura colonial. Desde estas perspectivas de la pertenencia orgullosa a una orden, de la identificación con una escuela de pensamiento y del debate necesario con las otras órdenes y escuelas de pensamiento, hay que comprender más integralmente el sentido de los comportamientos de diferentes personajes del periodo colonial vinculados a las labores de los colegios, conventos o de la universidad en la ciudad de México. Se podría mencionar una lista muy larga de personajes pertenecientes a diferentes órdenes religiosas que estudiaron o enseñaron en alguna de estas construcciones o espacios. En el siglo xvi: Tomás Mercado, de la orden de los dominicos, quien estudió filosof ía y teología en el Colegio del Convento de Santo Domingo de la ciudad de México, donde se ordenó sacerdote en 1558; Fray Alonso de la Vera Cruz quien en 1553 fue profesor en la Universidad de México, enseñando Sagrada Escritura y teología escolástica, impulsando siempre la filosof ía; el padre Pedro de Hortigosa, jesuita, quien estuvo en el Colegio de San Pedro y San Pablo; Antonio Rubio, jesuita enviado a México en 1576 para enseñar filosof ía y teología en el Colegio de San pedro y San Pablo. En el siglo xvii: Antonio de Hinojosa, de la orden dominica, quien enseñó teología en el Convento de Santo Domingo y en 1603 fue lector de filosof ía; también realizó estudios en la Universidad mexicana, donde en 1606 se graduó de maestro o doctor en teología; Francisco Naranjo, de la orden de los dominicos, quien estudió en Santo Domingo, de México, enseñó en conventos de la orden y luego en la Universidad; Juan de Rueda, de la orden de los agustinos, quien se desempeñó como lector de teología en el Colegio de San Pedro y San Pablo de México; Fray Francisco Hernández, de la orden de La Merced, quien enseñó teología en la Universidad de México; Carlos de Sigüenza y Góngora, quien había pertenecido Ibid. Véase en particular el primer capítulo, donde el autor desarrolla mucho de estas controversias dialécticas existentes entre las diferentes órdenes religiosas del mundo novohispano. En los actos universitarios encuentra González Casanova huellas de las corrientes teológicas que disputaban entre sí, y siguiéndolos con prudencia descubre la intimidad de las disputas, los móviles de los concursantes y la razón de sus argumentos. Carlos de Sigüenza y Góngora nació en la ciudad de México en 1645. Entró a la Compañía de Jesús, para la cual emitió sus votos simples el 15 de agosto de 1662, en el célebre Colegio de Tepotzotlán. Dos años después publicó un extenso poema, lleno de piedad hacia la Virgen de Guadalupe, titulado Primavera Indiana. Consideraba auténtica su vocación jesuita, por ello se sintió frustrado y tuvo 30 rector del Colegio de San Pablo; Fray Simón José Cervantes, agustino, quien dictó un curso en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo; Gregorio Vázquez de Puga, jesuita, quien escribió un curso filosófico en el mismo colegio y también dio cátedra en Puebla, de 1715 a 1717; el padre José Maldonado, jesuita, escribe un curso en 1721-1724 que comprende un volumen de lógica, otro de f ísica y otro de metaf ísica, dictados en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo; el padre Nicolás Prieto, de la orden de los jesuitas, quien enseñó filosof ía en el Colegio Máximo de San pedro y San Pablo en 1729; también en este colegio estuvieron impartiendo cursos otros jesuitas como Juan Francisco López, Pedro Ignacio de Avílez, José Luis Falcumbelli, José de Zamora; el padre Pablo Robledo, jesuita, enseñó filosof ía en el Colegio de San Ildefonso, de México, en 1740-1742; José Mariano de Vallarta y Palma, jesuita, maestro de filosof ía en el Colegio Máximo de la ciudad de México en 1749.12 También debemos mencionar a los siguientes pensadores del siglo xviii, en su mayoría jesuitas, por el tipo de vínculo que establecieron con la modernidad y que se ha convertido en causa de diferentes interpretaciones: Diego José Abad, quien entró en el Colegio de San Ildefonso en México, en 1748 pasó al Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, de la capital, a estudiar teología, y en 1754 se le llamó al Colegio Máximo a siempre un monto de culpa después de que, en 1667, se le pidió que abandonará la Compañía por haberlo sorprendido en una correría nocturna fuera del convento. A pesar de ello no guardó el menor resentimiento (sino, más bien, sentimientos de culpabilidad) hacia los jesuitas, a quienes siempre trató con reverencia y consideraba sus maestros. Retomó, incluso, el camino del sacerdocio, entonces para ser clérigo secular, y estudió teología en la Real y Pontificia Universidad de México. Muchos de los datos biográficos de algunos personajes mencionados aquí los he extraído del libro de Mauricio Beuchot, Estudios de historia y de filosof ía en el México colonial, México, unam, 1991. 10 Para no dejarla pasar inadvertida, cabría mencionar aquí la presencia de Sor Juana Inés de la Cruz en el siglo xvii. Juana Ramírez de Asbaje, o Sor Juana Inés de la Cruz, nació en la alquería de San Miguel Nepantla, de la jurisdicción de Amecameca, y murió en México en 1695. Tras dejar la vida de la corte virreinal profesó con las monjas jerónimas en 1669; en el convento de San Jerónimo se dedicó con tanto afán al estudio que progresó mucho en las más variadas disciplinas. Entre estas últimas se contaba la filosof ía. 11 Coriche era natural de la Puebla de los Ángeles, donde ingresó a la orden de Santo Domingo. Fue maestro en sagrada teología, prior y regente de estudios del convento principal, rector del real colegio de San Luis de aquella ciudad y provincial de la provincia de San Miguel y Santos Ángeles. No se sabe mucho más de él. Este autor, junto con Cigala —antes mencionado—, es abordado en el capítulo tercero del libro de González Casanova, citado. Don José Mariano Vallarta y Palma nació en Puebla de los Ángeles el 18 de julio de 1719. En 1734 entró en Tepotzotlán —colegio de jesuitas instalado en un pueblo cercano a la capital del virreinato— y allí comenzó su vida religiosa. Designado más tarde para el magisterio, enseñó en México la gramática, y obtuvo constante éxito entre sus discípulos. En 1745 lo llamaron para que enseñara filosof ía en Puebla, y años más tarde, en 1749, pasó a México a enseñar esa materia y obtuvo la cátedra de Sagrada Escritura. Obtuvo el nombramiento de prefecto de estudios del Colegio de San Ildefonso y fue puesto en el seminario de México para presidir a los teólogos. Se doctoró por la universidad, y en ella regentó la cátedra de Suárez hasta 1767. Restauró la Academia, donde reunía a sus compañeros para discutir sobre problemas de ciencia, o bien sobre opúsculos latinos, poesía, oraciones sagradas, etc.; sirvió hasta la expatriación de los jesuitas de México en 1767. Murió en Bolonia en 1790. También sobre Vallarta, véase adelante la nota 15. 12 31 Humanidades a la Compañía de Jesús para ser, después, expulsado de ella y quien estudió teología en la Real y Pontificia Universidad de México.10 En el siglo xviii: Fray Antonio Mancilla, de la orden de los dominicos, quien apareció en el Colegio de Porta Coeli, de México, como sacerdote y con el cargo de maestro de estudiantes, y ya había dictado durante un trienio su curso de filosof ía. También de esta misma orden y en el mismo Colegio de Porta Coeli están Antonio Viar y Larrimbe, Vicente Aragón, José Ignacio Cuéllar, Manuel López de Aragón (otros dominicos que se mencionan pero no enseñaron en la ciudad de México: Fray José Jiménez de Villaseñor y Cristobal Coriche);11 José Gallegos, dominico que profesó la filosof ía en el Convento de Santo Domingo, de México, en 1769; Fray Fermín de Ylarregui, de la orden de los agustinos, quien enseñó en México, en el Colegio de San Pablo de 1717 a 1718; Manuel Murillo, agustino, quien fuera enseñar filosof ía;13 Francisco Javier Alegre, quien enseñó gramática y retórica en el Colegio de San Pedro y San Pablo; Francisco Javier Clavijero, quien fue prefecto del Colegio de San Ildefonso y enseñó retórica en el Colegio de San Pedro y San Pablo y trabajó también en el Colegio de San Gregorio;14 el padre José Antonio Fernández, de la Congregación del Oratorio u Oratoriano, quien en San Miguel el Grande elaboró un discurso sobre historia de la filosof ía de Aristóteles, su inutilidad para la sagrada teología y las ventajas de la filosof ía moderna ecléctica; Juan Benito Díaz de Gamarra, oratoriano, estudió en el Colegio de San Ildefonso, y luego realiza estudios en el Colegio de San Miguel el Grande, desempeñó su docencia filosófica en el mismo colegio, incluso llegó a ser calificador y comisario del Santo Oficio en 1778. Todos estos fueron personajes vinculados, de una u otra forma, a esos espacios concretos donde se difundía, transmitía, asimilaba, preservaba, discutía, todo lo relativo al saber dentro de la cultura novohispana: los espacios de las aulas situadas dentro de unos espacios f ísico-arquitectónicos más amplios como son un colegio, un convento o una universidad. Pero fueron espacios f ísico-arquitectónicos mediados por un Además de otros escritos científico-matemáticos, literarios y teológicos, Abad dejó un escrito filosófico titulado Tratado del conocimiento de Dios, pero la mejor muestra de sus conocimientos en esta campo es su Curso filosófico o Philosophia, que es el primer intento de asimilar, a decir de Beuchot, y no simplemente atacar las ideas modernas. 14 El padre Clavijero nació el 9 de septiembre de 1732 en el puerto de Veracruz. En 1741 entró en el Colegio de San Jerónimo de los jesuitas en Puebla, y después en el de San Ignacio. Los bibliógrafos mencionan varias obras de Clavijero sobre filosof ía o relacionadas con ella. Pero hay problemas, porque de algunas sólo tenemos la referencia y no se conservan. Maneiro habla de un Curso de filosof ía, del cual sólo se conserva la Física y no las otras partes. Tampoco se conserva el Diálogo entre Paleófilo y Filaletes, que sería un opúsculo en contra del argumento de autoridad en la f ísica. Además de la Física particular se conserva su Historia antigua de México, que contiene disertaciones filosóficas y además otros elementos dispersos relacionados con la filosof ía, como la historia de la cosmovisión indígena y consideraciones de antropología filosófica y filosof ía de la historia. 13 32 caso sería el de Francisco Ignacio Cigala).16 Fue maestro de filosof ía en el Colegio Máximo de la ciudad de México, también ejerció como prefecto de estudios en el Colegio de San Ildefonso de México, se doctoró en la universidad, y en ella dirigió la cátedra sobre Francisco Suárez. Los títulos de dos de sus escritos son significativos: El sabio con aprobación de Dios y Cartas al hermano cristiano. En el primer escrito, El sabio con aprobación de Dios, Mariano Vallarta, atacando a la modernidad, describe las virtudes que deben tener los teólogos. Según él los teólogos —únicos verdaderos sabios— son la fuente de la vida cristiana. Son los guías, conciencias de conciencias. Su manera de ser y su manera de pensar están, como en todas las ovejas de Cristo, íntimamente unidas. Vallarta escoge en este escrito la figura del mexicano Eguiara y Eguren17 para hablar de las virtudes y del pensamiento que debería poseer todo sabio católico o sabio con aprobación de Dios. Dirigiéndose al claustro de la Real y Pontificia Universidad, hace en su escrito una evocación de los méritos y servicios personales de Eguiara y Eguren para acomodarlo a la idea de un sabio por antonomasia, dueño de una filosof ía alentada por la divinidad. Mediante este discurso de la filosóficas y religiosas, que surgen en el siglo xvii y se desarrollan a través del xviii. 16 Francisco Ignacio Cigala era natural de La Habana, donde estudió las artes liberales con los padres franciscanos. Habiendo pasado a México, como era buen f ísico y matemático se dedicó a perfeccionar las siembras de la caña dulce y la construcción de ingenios y trapiches para beneficio del azúcar. En la provincia de Tehuacán halló un establecimiento, donde continuó cultivando también su ingenio natural con la lección de los buenos y modernos libros de Europa. Entre éstos llegaron a sus manos los que a la sazón publicaba el filósofo español Benito Jerónimo Feijoo, que le dieron motivo para escribir a aquel filósofo español varias cartas de las que sólo se conoce una. En su capítulo tercero González Casanova trabaja esta carta de Cigala a Feijoo, de la cual doy aquí la referencia bibliográfica: Francisco Ignacio Cigala, Cartas al Illmo. y Rvmo. Mtro. F. Benito Jerónimo Feijoo Montenegro, que le escribía sobre el teatro crítico universal. Carta segunda, México, Imp. de la Biblioteca Mexicana, 1760, s.p. 17 José Eguiara y Eguren, muerto en 1763, y conocido más por su Biblioteca Mexicana que por sus obras teológicas. Mariano Vallarta o la defensa de los sabios con aprobación de Dios A manera de ejemplo de todo lo anterior terminaré este trabajo haciendo referencia al caso del jesuita Mariano Vallarta y Palma15 (otro posible A raíz de la expulsión de los jesuitas de Nueva España, Mariano de Vallarta y Palma pasó a Italia, para vivir allí hasta el fin de sus días. Dos obras resultan de interés para comprender el pensamiento de Vallarta en esta segunda época: Regulae Observandae ut cum Católica Ecclesia vere sentiamus, publicado en Roma bajo su nombre, en 1778, y Juliani Pociii ad Christianum Philadelphum de Cunnilis Philosophici epistolae publicada un año después (1779) en Luca, provincia de Toscana. La segunda editada bajo el pseudónimo de Julián Poncio es un ataque a las ideas 15 33 Humanidades sentido simbólico fuertemente religioso: la preservación de la cultura cristiana y su respectiva forma de vida ético-religiosa. Los personajes o sujetos del saber, las órdenes religiosas, los colegios, los conventos, las universidades en la ciudad de México, no eran la excepción: compartiendo el sistema de representaciones de la vida éticoreligiosa del cristianismo formaron parte de una formación “arquitectónica” más amplia: la arquitectura cultural de un mundo novohispano que se autoconcebía como una realidad que buscaba la preservación, la permanencia; un mundo y una realidad cuyo sistema de representaciones les revelaba que habían sido creados por gracia divina; y lo que Dios ha creado, ninguna de sus criaturas lo puede destruir —aunque se lo propusiera. En este sentido, era un mundo cultural simbólicamente cerrado al exterior y al porvenir; cerrado al cambio, al paso del tiempo o a la historia. De ahí su impermeabilidad, su hermetismo cultural, su aspiración a la intemporalidad, su resistencia a cambiar. De ahí que el aula, la celda, el colegio, el convento, la universidad, puedan verse como fortalezas ideológicas: el saber escolástico que en ellos fluía participaba directamente del simbolismo inherente a su sistema cultural de representaciones. Son la expresión de espacios concretos donde fluía un saber filosófico escolástico que se autoconcebía como un tipo de sabiduría muy peculiar: una sabiduría alentada por la divinidad. ejemplaridad de Eguiara, el autor ataca a los que no son sabios con aprobación de Dios. Vallarta, al dirigirse a la Universidad, procuraba con el ejemplo de este hombre inclinar, tanto a los teólogos que le escuchaban como a maestros y a estudiantes que lo leían, a llevar una vida que fuera la más opuesta a las ideas modernas: la oposición no debía estar sólo en el pensamiento sino en la raíz misma de la vida de los sabios. La fuerza debía radicar en las costumbres, en la manera de ser, en la vida penitente y virtuosa. Era necesaria la luz de la escolástica; pero para luchar contra la nueva razón no debía oponerse nada más la razón sino la religiosidad, el fuego, el ímpetu de la vida espiritual. Esta vida espiritual debería llegar, como en Eguiara, a hacerlos sentirse fuertes en Dios y por Dios. Pedirían a Dios la luz para alcanzar la sabiduría. Unirían así religión y ciencia, fe y conocimiento, costumbres y saber. Harían ejercicios espirituales, castigarían su cuerpo “con rudos golpes de una tirana disciplina” y, como Eguiara, usarían cilicios de alambre para mortificarse. Así, con esa humildad, con esa devoción, con esa fe, su espíritu se instruiría en las ciencias de la filosof ía y de la teología, adquiriendo la sapientia, esto es, el conocimiento de las cosas humanas y divinas. De este modo el autor se pregunta lo siguiente, ofreciendo a continuación su respuesta: La segunda obra mencionada de este autor, Cartas al hermano cristiano, elaborada y publicada después de la expulsión de los jesuitas (1767),19 es un ataque a las ideas filosóficas y religiosas que surgen en el siglo xvii y se desarrollan a través del xviii en el mundo europeo. Cuando Vallarta llegó a Europa se encontró con un ambiente intelectual que contrastaba del todo con el de Nueva España, y vio una “verdadera plaga de hombres que se llamaban filósofos” que dominaba la ciencia, la filosof ía y las costumbres. Su escepticismo lo llevó a indagar y a reflexionar sobre el desarrollo de esa plaga, y descubrió un hecho sutil —el de los caminos ocultos de la filosof ía moderna— que expresó en Cartas al hermano cristiano. Vallarta, en este escrito, pretendió destrozar por completo a los filósofos (modernos) y aun quitarles el nombre de tales. Los pintó malignos y perversos, y llamó caminos ocultos a sus estratagemas empleadas en el campo de la enseñanza. La expresión “caminos ocultos” la aplica tomando como ejemplo la figura de la guerra donde los enemigos construyen secretamente subterráneos para tomar las ciudades que no pueden tomar por la propia fuerza. Para este autor, la filosof ía de su luz sobre toda la que puede dar la naturaleza. Estudió y supo aquella filosof ía que está hermanada con la teología sobrenatural en los principios en que deduce sus conclusiones. No paró en la filosof ía, sino instruido en ella pasó a estudiar y saber teología… Unió las especulaciones de lo criado con las contemplaciones de lo divino; los alcances del entendimiento con los descubrimientos de la revelación; y las probabilidades del discurso con las seguridades de la verdad de Dios”, citado en González Casanova, op. cit., p. 141. 19 En 1767 por orden de Carlos III fue expulsada de México, como de otros dominios españoles, la Compañía de Jesús. Mariano de Vallarta y Palma pasó a Italia, para vivir allí hasta el día de su muerte. El cambio de lugar fue también para él un cambio en el tiempo. El golpe recibido y el haber descubierto hacia dónde llevaban a la cultura católica europea unas ideas que en América apenas estaban floreciendo, que en Europa habían florecido un siglo antes, en igual o parecida forma que en el Nuevo Mundo, debió aumentar su suspicacia y hacer vivir a quienes se preocupaban del mal de la filosof ía, no sólo un viaje a través del océano sino a través de la modernidad —pero un viaje poco placentero por el “paisaje cultural” cambiante donde se apreciaba un derrumbe de lo que daba vida y unidad al mundo cristiano: la fe.s ¿Reprobó Dios la filosof ía, y qué filosof ía? ¿Cuál si no la contraria a la fe divina? La que desdice de la religión cristiana. La que está sumergida en la naturaleza sin atención a las verdades reveladas. La que sólo se versa y advierte en indagar curiosidades de lo sensible y lo corpóreo sin respeto a Dios. La que por estar destituida de su luz se precipita en errores, como cayeron en algunos Platón, Aristóteles, Epicuro.18 José Mariano Vallarta, El sabio con aprobación de Dios. Sermón fúnebre dedicado a don Juan Joseph de Eguiara y Eguren, s.p.i., 1763, p. 8, obra tratada en el libro de González Casanova. Interesante es la siguiente concepción que ofrece Vallarta sobre Eguiara y Eguren: “Así pues no fue sabio de los reprobados de Dios el doctor Eguiara. Estudió y supo la filosof ía hasta poder enseñarla: por eso fue catedrático de ella. Pero no fue su filosof ía sin fe, ni sin aprecio 18 34 ritu del hombre. Las autoridades debían precaverse de esos caminos ocultos, de esos caminos apenas perceptibles; pero también cada uno de los cristianos. El análisis que hace Vallarta de la confabulación de artes y ciencias modernas contra el cristianismo, sus sutiles impugnaciones del espíritu de la modernidad, su visión del cambio que sufre el siglo al secularizarse las costumbres, las artes y el pensamiento, su llamado de alarma y la pretensión que tiene de descubrir los más grandes peligros de su mundo, sus deducciones sobre las doctrinas en apariencia inofensivas al pensamiento católico; todo esto puede ser juzgado como ingenuo si se le considera aislado de la mentalidad apologética del mundo en el cual se formó. Sin embargo, perteneciendo como muchos de sus contemporáneos a una orden que profesaba una escuela o seguía a un autor y, con base a eso, disputaba con órdenes que profesaban otra escuela, Vallarta fue un escolástico que se desenvolvió dentro de los colegios de los conventos y dentro de la universidad de la ciudad de México exaltando el orgullo de pertenecer a una orden y de profesar a un autor. Fue un sabio/creyente que elaboró también escritos como los dos anteriormente considerados —El sabio con aprobación de Dios y Cartas al hermano cristiano— para combatir una modernidad por ser peligrosa y nociva a los principios de la vida cristiana. 35 Humanidades y los filósofos (modernos) habían ido adquiriendo poderío en su rebelión contra la ortodoxia cristiana, sin que los pensadores más católicos se dieran cuenta, y habían sembrado minas que estaban prontas a derrumbar la fe. Según Vallarta los filósofos modernos habían dirigido una lucha oculta y tenaz, invadiéndolo todo: las academias, los santuarios, las casas de magnates, las aulas reales, etc., con objeto de colocar en el altar a su diosa: la razón. Primero habían adquirido para sí el título de sabios, después se habían rodeado de fama, dando consejos y alcanzando la dignidad de magistrados, finalmente habían introducido su pensamiento a través de todas las ciencias: la gramática, la oratoria, la poética, la lógica, la f ísica, la metaf ísica, la ética, la matemática, la teología y la historia. Con ardides o con ingenuidad habían pervertido la religión y la filosof ía hasta ponerlas en el estado lamentable en que se encontraban. De nada servía que se dijeran y creyeran religiosos si creían que la existencia de Dios sólo se puede probar por la razón. Con ella no podían probar la existencia de un Dios remunerador, ni de un Dios trino. La sola razón traía tales inconvenientes y contrariaba la fe y la palabra de Cristo tantas veces que no se le podía llamar así, ni hacer excepciones dejándola suelta una u otra vez. Había que negarla y repudiarla siempre y ver cómo se filtraba en el espíritu y cómo se había filtrado con el tiempo en el espí- Conclusión orientarse en él. Dios es la verdad suprema para el hombre colonial, es el elemento organizador y estructurador de sus ideas, de sus imágenes y de sus representaciones; es la referencia de todos sus valores, el principio regulador de la imagen del universo en su totalidad. Los espacios del saber en la ciudad de México durante el periodo colonial no son la excepción sino más bien la confirmación de esto. Por esto, podría concluir afirmando que el saber escolástico novohispano se autoconcebía dentro de su mundo cultural como algo doblemente positivo: expresión de un don divino y alimento intelectual de la religiosidad. Por todo lo anterior, Mariano Vallarta —como muchos “sabios” o filósofos del mundo novohispano— puede ser considerado como uno de los ejemplos más concretos que permiten ilustrar la idea que se ha manejado: al igual que el mundo hispánico metropolitano, el mundo novohispano colonial era una sociedad cerrada —cerrada al exterior y al porvenir. No estaba hecha para cambiar sino para durar. Era una construcción sociocultural que aspiraba a la intemporalidad. Su ideal era la estabilidad y la permanencia. Por esto mismo fue una configuración cultural orientada no a alcanzar la modernidad sino a combatirla. Su ideal no era el cambio ni su consecuencia moderna: el culto al progreso. Dentro de Nueva España tanto los conventos y sus respectivos colegios así como la universidad eran fortalezas: la defendían de un enemigo, ese enemigo era el tiempo en su forma más concreta: la llegada de la modernidad. Inmersa en un mundo lleno de referencias religiosas. La escolástica había hecho una fortaleza de cada celda en los conventos y de cada aula en los colegios y universidades. Vallarta, como muchos de los contemplados en este trabajo, son ejemplos de esto. Por eso se autoconcebían y defendían a sí mismos como los sabios con aprobación de Dios, también veían a su pensamiento filosófico tradicional y a sus respectivas obras como expresión de una sabiduría alentada por la divinidad, y se sentían con la autoridad moral, intelectual y filosófica de dirigir discursos a sus “hermanos cristianos”. Viéndose a sí mismos de esta manera participaban del hermetismo de esa construcción sociocultural novohispana que, como colonia española, veía el culto al progreso como una amenaza para su ideal de permanencia y estabilidad de un orden religioso donde la fe en un Dios creador es la mayor virtud del mundo cristiano. En la sociedad colonial la creencia en un Dios creador es una necesidad absoluta para la concepción del universo, es un elemento sin el cual el hombre es incapaz de explicarse el mundo y de Bibliografía Fernando Benítez, Los demonios en el convento: sexo y religión en la Nueva España, México, Era, 1985. Mauricio Beuchot, Estudios de historia y de filosof ía en el México colonial, México, unam, 1991. Pablo González Casanova, Misoneísmo y modernidad cristiana en el siglo xviii en México, México, El Colegio de México, 1948. César González Ochoa, A lo invisible por lo visible. Imágenes del occidente medieval, México, unam, 1995. Alexandre Koyré, Estudios de historia del pensamiento científico, México, Siglo xxi, 1980. Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, México, Fondo de Cultura Económica, 1982. Juan Manuel Terán Mata, El pensamiento filosófico en la ciudad de México, México, Colección Popular Ciudad de México, 1975. Emilio Reyes Ruiz es maestro en filosof ía; profesorinvestigador de la fes Acatlán adscrito a la División de Humanidades. La línea de investigación que maneja es la historia de la filosof ía en México, su relación con los conflictos de alteridad existentes entre cultura mexicana y cultura europea. Actualmente desarrolla el proyecto “Problemas epistemológicos de la investigación de la Historia de la Filosof ía en México: los casos de Miguel León Portilla y Mauricio Beuchot”. 36