I Tanto en referencia al individuo, cuanto en lo que concierne a la

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I
ANTECEDENTES
Tanto en referencia al individuo, cuanto en lo que concierne a
la sociedad, es posible hablar de una evolución. No ocurre lo mismo
con la cultura que surge, se afirma, se expande y enriquece,
merced a una actividad incesante de la mente humana, manifiesta
en la diversidad de las operaciones intelectuales.
Sin embargo, el antecedente animal es ineludible.
Bastará citar un solo caso: el de Köhler y los chimpancés.
Köhler multiplicó los experimentos que consistían en la
presentación de retos ante los cuales el hábito y el impulso
resultaban impotentes y sólo era posible darles una respuesta
adecuada merced al ejercicio de la inteligencia.
Citemos algunos de estos experimentos que han sido llamados
clásicos:
En una jaula se pusieron plátanos a una altura tal que los saltos
habituales no dieron resultados. La operación fue posible cuando el
animal hubo de recurrir a un cajón que había allí, al cual subió y
alcanzó la fruta deseada. La inteligencia desempeño entonces un
papel importante, puesto que hubo un esfuerzo de adaptación ante
[181]
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una situación nueva que no podían afrontar ni el hábito ni el impulso.
Los chimpancés tenían sed, pero el cubo con agua se
encontraba en un comportamiento contiguo, separado por una reja.
Sultán, el más inteligente de ellos, tomó una caña que había en
la jaula, la pasó a través de los barrotes de la reja, hundió un
extremo en el agua, alzó luego la caña, permitiendo que algunas
gotas se escurrieran a lo largo del instrumento y, aproximando el
otro extremo a la boca, pudo aliviar su sed. Poco después, Sultán
salto varias veces utilizando la caña como garrocha y los otros
chimpancés lo imitaron sin esfuerzo alguno.
Este episodio nos revela no sólo el poder de la inteligencia para
resolver problemas que puedan ser de importancia vital, sino las
diferencias individuales y el influjo que están llamados a ejercer los
seres mejor dotados sobre sus semejantes.
Kofka, al referirse a estos experimentos, se pregunta: «¿Obran
los chimpancés con inteligencia?(33)».
He aquí un tema que demanda la mayor atención posible.
Para Gastón Viaud, «la inteligencia tiene varios sentidos.
Designa ya cierta categoría de actos que se distinguen de los actos
instintivos y automáticos, ya la facultad de conocer y comprender;
ya, en fin, el rendimiento del mecanismo mental (como cuando
decimos cuándo un niño es más o menos inteligente). En otros
términos, cuando se habla de inteligencia, se entiende por esto o
bien ciertas formas de comportamiento o pensamiento, o bien
cierto nivel de eficiencia mental.
Lo que más generalmente diferencia a los actos inteligentes de
los actos dictados por los instintos –añade el autor– es la precisión
de la adaptación a las condiciones cambiantes del medio, a las
situaciones desacostumbradas, a las exigencias nuevas.
Para que un animal actúe inteligentemente en una situación
que le plantea un problema –continúa– hace falta: 1º que
comprenda la situación; 2º que invente una solución; 3º que actúe
en consecuencia»(34).
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Para Jean Piaget, «la inteligencia es esencialmente un sistema
de operaciones vivientes y actuantes. Es la adaptación mental más
avanzada, es decir, el instrumento indispensable de los
intercambios entre el sujeto y el universo.
La inteligencia aparece en suma –agrega el autor– como una
estructuración que imprime ciertas formas a los intercambios entre
él o los sujetos y los objetos que lo rodean»(35).
El caso de los chimpancés, y los experimentos de Köhler, es
uno de los más notables y, acaso, el primero de todos, pero no es
el único, los experimentos se han multiplicado con diversos
animales como macacos, gatos, perros, jaguares y gallinas.
Es preciso observar que en todos los casos, aun en los más
avanzados (Sultán pudo salir airoso de la prueba más dificil: encajar
una caña en otra) se recurre a instrumentos que el animal encuentra
ante sí y que le presentan un problema. No es posible ir más lejos.
Además de la resolución de problemas, se pueden citar los
casos de construcción, de reproducción y de las formas de la vida
misma.
Los nidos de las aves, las colmenas de las abejas y las galerías
de los termes, invitan a observar y pensar.
Según Carlos Silva Andrade, el trabajo de los nidos llevan
algunos días y, a veces, hasta semanas. «Rara vez el macho es
constructor de nidos –dice el autor–. Es el vigía del hogar, el
soldado desconocido de la familia; cuida a la esposa mientras
trabaja, aleja a los rivales, da la voz de alarma y, eventualmente,
concita sobre sí a la atención de los intrusos».
Silva Andrade formula una observación que podría referirse
también a los hombres: «La Naturaleza es siempre ejemplar y cada
ser tiene una misión que cumplir»(36).
Mauricio Maeterlink, en su libro La vida de las abejas, nos dice
lo siguiente: «Todo indica que no es la reina, sino el espíritu de la
colmena, quien decide la enjambradura. ¿Cómo todos los ángulos
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de los rombos coinciden siempre tan mágicamente? ¿Quién les
dice que empiecen aquí y terminen allí?».
La respuesta la da él mismo: «Es uno de los misterios de la
colmena».
La vinculación del Amor y la Muerte es patente en el vuelo
nupcial de la abeja reina:
«La reina, ebria de sus alas y obedeciendo a la magnífica ley
de la especie, que elige para ella su amante y quiere que sólo el más
fuerte la alcance, sube y sube. Los débiles, los achacosos, los
viejos, los raquíticos renuncian a la persecución y desaparecen en
el vacío. Y el elegido la alcanza, la coge, la penetra. Inmediatamente después de realizada la unión, el vientre del macho se
entreabre, el órgano se desprende, arrastrando la masa de las
entrañas, el cuerpo vaciado da vueltas y cae en el abismo.
La mayor parte de los seres –comenta Maeterlink– tienen el
sentimiento confuso de que un azar muy precario, una especie de
membrana transparente, separa la muerte del amor, y de que la idea
profunda de la Naturaleza quiere que se muera en el momento en
que se transmite la vida».
Además, a la fecundación de la reina sigue, poco después, la
matanza de los zánganos por las obreras, convertidas en
despiadados verdugos.
A pesar de la perfección en el trabajo de las celdillas, del orden
que se mantiene en la actividad incesante, del regreso seguro de
las obreras a la colmena desde puntos lejanos, de la obra de
refracción cuando se producen daños y de la defensa ante el
peligro, es evidente el imperio del instinto en todos los actos.
Después de agotar la observación y multiplicar la lectura de
obras dedicadas a esta materia, Maeterlink concluye afirmando
que «el hombre es, después de todo, el único ser realmente
inteligente que habita nuestro globo(37)».
Esta información debe hacer frente –sin embargo– a otra que
él formula respecto a los termes: «A la necesidad de defenderse
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contra la hormiga debe el terme lo mejor de sí mismo, a saber, el
desarrollo de su inteligencia, los admirables progresos que ha
realizado y la prodigiosa organización de sus repúblicas; problema
que es difícil resolver.
Nada se pierde en la siniestra y próspera república –continúa
el autor–. Si alguno cambia de piel, el desecho de su indumentaria
es inmediatamente devorado; si alguno muere, obrero, rey, reina o
guerrero, el cadáver es al instante consumido por los
supervivientes.
No se nutren más que de celulosa. El poliformismo es
sorprendente. Se cuentan de once a quince formas de individuos
que han salido de huevos en apariencia idénticos. Sus armas las
han forjado en su propio cuerpo(38)».
Esta república que ocupa complicadas galerías, que cuenta
con obreros y soldados y reyes y reinas, todos ciegos, que da la
vida a monstruos para defenderse, armados de tenazas tan duras
como el acero, a los que es preciso alimentar porque las tenazas
no les permite hacerlo por sí mismos; todo este mundo escondido
que puede destruir casas enteras en breve tiempo (un colono
regresó a su casa después de cinco o seis días de ausencia. Se
sentó en una silla y ésta se hundió. Se apoyo en la mesa que se
aplastó sobre el suelo. Hizo lo mismo con la viga central que se
desplomó arrastrando el tejado en una nube de polvo); esta
comunidad, en fin, ¿por qué vive así? ¿Por qué cumple ciegamente
(por doble motivo, en este caso) reglas severas, como quien cumple
un rito?
Al parecer, en este mundo todo está referido a la perduración
de la Especie. Los individuos carecen de significación. Cumplen el
papel que les ha sido asignado como miembros del grupo, que es
lo único que importa.
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II
APROXIMACIÓN A LA CULTURA
Mientras los chimpancés y otros animales acuden a los objetos
que se les presentan para resolver los problemas, como ya se dijo,
el hombre, en una época remota, empieza por modificar los objetos,
haciéndolos aptos para la satisfacción de sus necesidades. El
resultado es un utensilio, distinto del instrumento y superior a él.
«Un utensilio –dice Viaud– es algo más que un instrumento
simple, del tipo de los que utilizan los monos: es un objeto
trabajado, transformado, de manera que puede ser utilizado
cómoda y eficazmente para cumplir cierto tipo de acción. Y añade:
la inteligencia práctica del hombre se caracteriza esencialmente,
como lo ha demostrado Bergson, por el utensilio».
El hombre que coge una piedra, la contempla, le da vueltas
entre sus manos, mira sus ángulos, sus protuberancias, no está
procurándose un juguete. La relaciona, más bien, con una
necesidad y –aquí interviene una operación mental– imagina la
forma que esa piedra debería tener para satisfacerla. Finalmente,
realiza la acción imaginada y convierte el proceso mental en acción.
La piedra se convierte entonces en utensilio y así empieza una
serie interminable abonada por la inteligencia en uso de la libertad.
[186]
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Mientras las sociedades viven de tradiciones y convenciones y
son muchas veces obligadas a adoptar una forma u otra por la
presión del poder, por los intereses de grupo, por ideologías y
creencias, la cultura es a manera de una proyección del hombre,
en trance permanente de comprensión y creación.
La historia es, esencialmente, la historia de la cultura, de la
aplicación del talento a la conversión de las cosas, a su
humanización. Es la saga de la creación que cubre todos los
campos en las más diversas formas, muchas veces insólitas y
desconcertantes.
Y es, al mismo tiempo, la historia de la Libertad. La Historia
como hazaña de la Libertad fue el título de la edición en lengua
española de una obra de Benedetto Croce que originalmente fue
identificada como La Storia come pensiero e come azione y que en
la edición inglesa llevó el título de History as the story of liberty.
En suma, se trata, conjuntamente, de la Historia del Hombre,
de la Cultura y de la Libertad. Una trilogía inseparable porque no se
concibe ninguna de estas categorías separada de las otras.
Para Benedetto Croce, «el hombre es un microcosmos, no en
el sentido natural, sino en el sentido histórico, un compendio de la
Historia universal y la historia no llega a nosotros de afuera sino que
vive en nuestro interior».
De Croce son también estas palabras:
«Que la historia es la historia de la libertad es dicho famoso de
Hegel. El dar por muerta la libertad vale tanto como dar por muerta
a la vida. La moralidad no es más que la lucha contra el mal. Y el
mal es la continua insidia contra la unidad de la vida y, a la vez,
contra la libertad espiritual(39)».
La cultura es un continuum, por encima de las fronteras y los
comportamientos-estanco, temporales y afectados por el artificio.
El utensilio que empieza con la piedra, sigue con los metales,
continúa con la fabricación de máquinas, cada vez más
complicadas y eficientes, y culmina hoy con la electrónica, la
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informática, la computación, la robotería.
El dibujante de la caverna de Altamira tiene sucesores que se
van multiplicando y cuyas obras llegan a veces a la perfección.
La cultura se aviva como una llama merced al soplo de un
hombre, aun en las peores condiciones.
Bajo el poder absoluto de un monarca, al que le basta una orden
para cegar una vida; en medio de una sociedad agobiada por
superticiones y prejuicios; allí donde el fanatismo ha encendido una
hoguera, un hombre sueña con la libertad, escribe un poema,
esculpe una estatua, añade palabras al vocabulario habitual, piensa
y sueña porque nadie puede impedirle que piense y sueñe,
refugiado en su mundo interior.
La cultura se extiende y enriquece a pesar de los obstáculos,
porque vive y alienta dentro del hombre, porque hay allí, y no en otra
parte, la fuente de las concepciones y las realizaciones, la llama
siempre viva del hogar humano.
Si quisiéramos recurrir a una imagen, la encontraríamos en un
torrente que, al encontrar un obstáculo, traza meandros hasta que
pueda abrir un lecho y continuar su flujo, a veces como torrente
impetuoso, otras, como linfa clara que se desliza lentamente por
una verde llanura.
Se habla con frecuencia de diversas «culturas». En cada una
de ellas se distingue un carácter, un sello, un conjunto de aportes
singulares.
La cultura egipcia, la cultura caldea, la cultura persa, la que
surgió en Grecia, la que tuvo su centro en Roma, la que floreció en
América del Sur, fueron formas de la Cultura humana.
En todas ellas como se dijo, se advierte la impronta de la mente
del hombre; en todas ellas es evidente la respuesta a un reto, la
creación y la adaptación a determinadas condiciones y
circunstancias; en todas ellas es notoria la tónica de un ambiente
que envuelve a todos los seres y los hace suyos, de generación en
generación.
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Como se sabe, la palabra «cultura» tiene más de una acepción
y es frecuente referirse a ella como la cima del mundo humano.
Los griegos llamaban bárbaros a los pueblos que no compartían
su cultura, y cuando se crean instituciones dedicadas a
favorecerlas, se entiende que se trata de un alto nivel en que se
encuentran, preferentemente, el arte y la literatura, la ciencia y la
filosofía.
Jaeger, en su obra Paideia, dice lo siguiente: «Hoy estamos
acostumbrados a usar la palabra cultura no en el sentido de un ideal
inherente a la Humanidad heredera de Grecia, sino en una acepción
mucho más trivial que la extiende a todos los pueblos de la tierra,
incluso los primitivos. Así, entendemos por la cultura la totalidad de
formas y manifestaciones de vida que caracterizan un pueblo. La
palabra se ha convertido en un simple concepto antropológico
descriptivo(40)».
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III
BREVE HISTORIA DEL FUEGO
El fuego puede servir como un ejemplo del desarrollo y el
polimorfismo de la Cultura.
La Naturaleza se ofrece al hombre como una realidad
fundamental de tierra, aire y agua, cuyas variantes son expresiones
de un poder superior a cualquier otro.
Los sismos y deslizamientos de tierras, los huracanes y
tornados, las tempestades, inundaciones y avalanchas, nos
recuerdan que nuestro astro vive y con él vivimos nosotros.
En un punto de esa Naturaleza misteriosa en que alternan los
árboles y las aves, la variedad de las plantas, los montes, las
fuentes y los ríos, irrumpe de pronto el fuego como un fenómeno
ajeno a esa realidad, indomable y terrible, capaz de devorar
bosques enteros y de convertir en cenizas el menor vestigio de vida.
El hombre primitivo se sintió, seguramente, aterrado ante este
monstruo desconocido y sólo atinó a huir de él y ponerse a buen
recaudo.
La repetición del fenómeno lo condujo a la observación a
prudente distancia y, en el mundo mágico de entonces, lo vio como
[190]
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la manifestación de un dios o dios mismo.
El fuego suscita así un sentimiento religioso y encuentra en la
mentalidad primitiva, proclive al mito y al animismo, un campo
propicio.
Sin embargo, los incendios no son frecuentes y a veces surge
una llama que serpea sin elevarse demasiado, disminuye y muere.
El hombre termina por dominar su terror y, poco a poco, va
familiarizándose con ella, aunque el mito siga dominando su mundo
y el temor y la reverencia continúen dentro de él.
El asombro culmina cuando ocurre un hecho extraordinario.
Alguien frota rápidamente dos maderos y esa fricción, como si
fuese un hechizo, produce una llama. El fuego, ese prodigio, ese
don divino, se ha hecho presente allí como el Genio de Aladino
cuando frotó la lámpara maravillosa.
Es un nuevo poder para el hombre, un poder increíble. La
operación se repite y el efecto es el mismo, hasta convertirse en un
acto habitual y un recurso al que se acude con frecuencia.
Así, el fuego, aunque es mirado todavía como un don divino,
está ya en manos del hombre que puede encenderlo, mantenerlo
en cierta medida y apagarlo a voluntad. Aún más: puede utilizarlo
para disfrutar de la luz y el calor, para ahuyentar a las fieras y, más
adelante, para cocer los alimentos y procurarse vasijas.
Desde épocas lejanas y aun cuando surgen las altas culturas,
el fuego es mirado como una revelación de la divinidad, como una
fuerza de purificación o como un símbolo de integración humana.
Se rinde culto al fuego sagrado, hasta el punto que los
sacerdotes persas debían evitar que su aliento contaminase la
llama.
En la India, el brahmán cuida del hogar y alimenta la llama con
la leña de árboles escogidos especialmente para este servicio. El
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fuego (Agni) es una divinidad. Se le rinde culto y se invoca su
protección y su ayuda: «¡Oh, Agni, tú eres la vida, tú eres el
protector del hombre! Que goce largo tiempo de la luz y que llegue
a la vejez como el sol al ocaso».
En Grecia, Prometeo es encadenado a una roca por el delito de
haber hurtado el fuego de Zeus para sí y para los hombres.
«Oh divino éter y alígeras auras y fuentes de los ríos, y perpetua
risa de las marinas ondas, –clama Prometeo en la Tragedia de
Esquilo– y tierra, madre común, y tú, ojo del Sol omnividente: ¡yo
os invoco!... Tomé en hueca caña la furtiva chispa, madre del fuego;
lució, maestra de toda industria, comodidad grande para los
hombres; y de esta suerte pago la pena de mis delitos, puesto al
raso y en prisiones».
En Grecia y en Roma, el fuego se identifica con el hogar. «En
las casas de los griegos y romanos –dice Fustel de Coulange–
había un altar en el cual tenían siempre un poco de ceniza y unos
carbones encendidos. Era obligación sagrada para el jefe de la casa
conservar el fuego día y noche... El fuego no cesaba de brillar en el
altar sino cuando la familia había perecido totalmente: hogar extinto
y familia extinguida eran expresiones sinónimas entre los
antiguos»(41).
Sin embargo, el fuego del hogar no es el que se utiliza en la tarea
común, es puro y casto. Es, dice Coulange, «una especie de ser
moral». Y agrega: «Se le diría hombre, pues posee del hombre la
doble naturaleza: Físicamente resplandece, se mueve, vive procura
la abundancia, prepara la comida, sustenta el cuerpo; moralmente,
tiene sentimientos y afectos, concede al hombre la pureza,
prescribe lo bello y lo bueno y nutre el alma».
La difusión del Cristianismo, a la caída del Imperio Romano,
promovió una revolución cultural que es, sin duda, la más profunda
de las revoluciones. El fuego perdió gran parte de su poder
misterioso, de su identidad con el hogar y de su capacidad de
seducción reverencial, pero se recurrió a él en numerosas
oportunidades y por diversos motivos.
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Sir James Georges Frazer nos habla de «la costumbre de
encender fogatas el primer domingo de Cuaresma en Bélgica, el
norte de Francia y muchas partes de Alemania». «La costumbre,
en Francia, de llevar hachones de paja encendidos, el primer
domingo de Cuaresma, por entre los huertos y sembrados para
fertilizarlos» o la reavivación del fuego en víspera de Pascua Florida,
las hogueras de Pascua en Alemania, los fuegos de Beltane en
Escocia, las hogueras la víspera de San Juan, los fuegos de medio
verano en la Alta Baviera, Dinamarca y Noruega, Austria, Prusia y
Lituania, Bretaña. «Cuando las llamas están ya moribundas toda la
reunión se arrodilla alrededor de la hoguera y un anciano reza en alta
voz. Después, todos se ponen de pie y dan tres vueltas en círculo
al fuego»(42).
La fiesta de Halloween (día todo sagrado), el 31 de octubre, es
una de las fiestas célticas, la otra es la noche de Walpurgis, un día
de mayo, tienen al fuego como un símbolo y como una fuerza
protectora. En muchos países de Europa se recurre al «fuego de
auxilio» o «fuego vivo», cuando se sufren angustia y calamidades.
En todos los casos o en la mayor parte de ellos ha habido un ritual
en relación con el fuego.
«En la credibilidad popular –dice Frazer– la influencia
aceleradora y fertilizante de las hogueras no está limitada al mundo
vegetal; se extiende también a los animales. Además, hay señales
evidentes que aún la fecundidad humana se le supone promovida
por el calor cordial de los fuegos».
En todo caso, si bien el fuego se desborda en incendios
provocados o espontáneos, es siempre un compañero inseparable
del hombre, un servidor atento, un brote cálido y luminoso de la
Naturaleza que crepita en las chimeneas y difunde una onda
amorosa, una fuente de luz en las bujías que se llevan consigo para
alejar las sombras, para leer en las noches y escribir y
acompañarse cuando no hay otro recurso a la mano y la soledad
se ha instalado entre nosotros.
Aquello que empezó como un descubrimiento, que se erigió
luego como una divinidad y mantuvo su jerarquía, aun cuando fue
utilizado ya en diversos menesteres, se extendió por el mundo y allí
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donde hubo un hombre hubo también el fuego.
De la cocción primitiva de la carne, producto de la caza, se fue
pasando lentamente a la utilización, cada vez más amplia, de
diversos ingredientes, con los cuales fue surgiendo en cada pueblo
de la Tierra, una increíble variedad de viandas, de formas, de
costumbres y hasta de una suerte de ceremonias en algunos casos
que no habrían sido posibles sin el desarrollo de un arte que
alcanzó, en más de un país, un grado alto de perfección, hasta el
punto de que el refinamiento de su cocina fue la expresión del
refinamiento de su cultura.
Aquello que había empezado con la exposición de una presa al
fuego, alimentado por leña, se convirtió a la larga en tarea exigente
y ardua de chefs y pinches de cocina, en deleite de gourmets, en
eje de reuniones sociales, en ceremonias de gobernantes, en el
refinamiento culinario de Francia y China y, como culminación, en
la sapiencia gastronómica y el buen decir de Brillat-Savarin en su
obra Fisiología del Gusto.
Los minerales a flor del suelo o en las entrañas de la Tierra,
permanecían intocados. El hombre primitivo tenía bastante tarea
con proveer de alimentos, protegerse de la interperie y defenderse
de las fieras.
Sin embargo, alguien observó una veta o encontró un trozo
brillante que recogió con sorpresa y temor, y guardó como una
reliquia.
Es probable que, por una de esas coincidencias a la que debe
tanto el avance de la cultura, un trozo de mineral haya caído junto
al fuego, con un hecho asombroso como resultado: la conversión
de una parte de ese trozo duro en líquido ardiente que hubo de
solidificarse y mostrarse puro.
A la sorpresa inicial tenía que surgir la repetición de ese
contacto con el mismo resultado. En ese momento nacía un nuevo
poder para el hombre. Un poder formidable.
Al principio se trabajó con metales de manipulación
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relativamente fácil, como el cobre, el plomo, la plata y el oro. La
aleación es ya un arte que revela el ingenio de sus autores.
El bronce marca un capítulo importante de la Historia.
En la cultura clásica, Vulcano (Hefestos) es el dios del fuego
y del metal porque, en cierto modo, el metal es un don del fuego.
En la Ilíada, la diosa Tetis acude a él en pos de una armadura
para su hijo. I «el divino cojo» puso al fuego lingotes de oro, bronce,
estaño y plata; puso en el tajo un formidable yunque y empuñó luego
el martillo con una de sus manos y con la otra las tenazas, dando
así principio a un escudo enorme y recio, de rica y deliciosa factura
con triple canefa, fúlgida y deslumbrante y provisto de una magnífica
abrazadera de plata.
Es interesante observar que, en un determinado momento,
surge algo más que las herramientas y los utensilios: el adorno. A
la utilidad primaria se añade la afición por la simple apariencia de
las cosas. La técnica alcanza la jerarquía de una de las bellas artes
y la orfebrería se prodiga en joyas que se asocian a la divinidad y
el poder y, con el paso del tiempo se extienden a capas sociales
cada vez más amplias, hasta llegar al hombre común.
La utilización del hierro marcó un paso gigantesco que fue la
iniciación de una nueva era.
Por supuesto, el fuego es el actor principal en todos los casos,
y aquello que comenzó con el taller de carbón, fuelle, yunque y
martillo, culmina, a la larga, en los altos hornos y el acero, alimenta
una gran industria y esparce sus productos por los cuatro rincones
de la Tierra.
Cuando el barro se aproxima al fuego, se torna duro e
impermeable. Nace entonces la cerámica. Las vasijas irrumpen en
el mundo de los utensilios, las formas varían en cada caso y el afán
de perfeccionamiento culmina en el ánfora griega, en los jarrones
chinos, en los ceramios nazcas y en el arybalo incaico, como la
perfección de la forma.
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Por la obra de la casualidad, el fuego se pone en contacto con
la arena y residuos de cal y ceniza y el resultado es algo nuevo,
brillante y transparente, una suerte de «líquido detenido» o un
paradójico sólido fluido con el que empieza una inagotable
producción de objetos cada vez más útiles y bellos.
De otro lado, la reverencia ante los fenómenos o las cosas se
traducen en formas concretas de adoración y nace el culto, tema
que nos lleva a tratar otros asuntos propios de la Cultura.
Se necesita, además, un intermediario entre los dioses y los
hombres, dotado de poderes especiales, y surge el brujo. Hay que
aplacar también a las divinidades o pedirles un beneficio o
manifestarles respeto y acatamiento, todo lo cual es posible por
medio de sacrificios de hombres y animales.
No hay mayor exigencia para el hombre primitivo que sus
necesidades ni otro móvil que el de la utilidad inmediata. Aun los
admirables dibujos de animales que adornan las paredes de
algunas cavernas como la de Altamira en Santander tenían,
probablemente, el propósito de aprehender al animal elegido como
modelo, merced a su representación, como ya lo ha dicho más de
uno, entre ellos Lukacs, mas no se puede negar que dio cima a su
tarea con una obra perfecta, la mano de un artista, sea cual fuere
la intención que lo animara.
Por encima de parcelas y de momentos históricos, de
estructuras sociales y sistema políticos, de ideologías y doctrinas,
ese mundo humano se amplía y enriquece. La línea que va de la
mentalidad primitiva al pensamiento de Platón y Aristóteles, de
Hegel y Kant; de la caverna al Partenón y las catedrales góticas;
del arte rupestre a la obra de Miguel Angel y Leonardo; del
carromato al jet y el trasbordador espacial; de la aplicación del vigor
muscular a la energía atómica, no es la historia de sucesos y
personajes, de rivalidades y guerras, de tal o cual pueblo: es la
historia de la cultura y, por serlo, es la historia de la humanidad.
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IV
EL PODER DE LA PALABRA
Lo que hubo al principio fue el grito, como el sub hombre y la
horda.
Sin embargo, la hominización no podía efectuarse sin la
comunicación que supera la simple explosión vocal.
¿En qué momento se pasó del esfuerzo gutural a la
coordinación de sonidos para expresarse y comunicarse con los
demás?
¿En qué momento el ser primitivo dio un salto definitivo de la
animalidad a la humanidad, gracias a la expresión oral?
¿Cómo ocurrió ese milagro? ¿Hubo, como en todos los casos,
un individuo mejor dotado que pudo articular sonidos por una
necesidad imperiosa de comunicarse con los miembros del grupo?
¿A partir de ese hecho, la articulación fue tornándose más
amplia y variada hasta que se dispuso de una gama de fonemas
capaces de expresar sentimientos y deseos?
¿Contribuyó el grupo a este enriquecimiento?
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198
¿El hombre es hombre por el uso de la palabra?
¿El proceso de humanización culminó con la aparición del
lenguaje?
¿La cultura es, en buen cuenta, una proyección humana por
medio de la articulación verbal?
¿No es evidente que el pensamiento sólo fue posible cuando
surgieron las palabras y se fueron relacionando entre sí?
«No es posible poner en duda –dice Linton– que el lenguaje
hablado se ha derivado de gritos animales; ahora bien, no se sabe
cuándo ni cómo nuestros antecesores realizaron el considerable
adelanto que supone el simbolizar las ideas por medio de grupos
de sonidos.
Es muy probable –continúa el autor– que su desarrollo se haya
producido al mismo tiempo, si no antes, que los primeros pasos
dados por nuestros precursores en la dirección humana, como en
el caso de los utensilios y el empleo del fuego. Si así fuera, el origen
del lenguaje se remontaría por lo menos a un millón de años».
Es razonable suponer que las primeras palabras surgieron con
el propósito de comunicación entre los miembros del grupo y de
identificación de las cosas y los animales que tenían a su alcance.
Por supuesto, ese lenguaje inicial debía contar apenas con un
puñado de fonemas para satisfacer necesidades inmediatas.
A medida que el lenguaje era utilizado, el número de fonemas
se iba multiplicando hasta constituir el elemento esencial de la
cultura.
Las ideas, derivadas de un proceso de abstracción y
generalización, aparecieron después. En lo sucesivo, gran parte de
199
la expresión verbal estuvo constituida por ideas y el lenguaje se
tornó también metafórico en la mayor parte de los casos.
«Sin la transmisión fácil y exacta de ideas que hizo posible el
lenguaje –dice Linton– la cultura nunca hubiera llegado a existir(43)».
Para Clyde Kluckhohn, «nada es más humano que el lenguaje
de un individuo o un pueblo. Sólo el animal humano puede
comunicar ideas abstractas y conversar sobre condiciones que son
contrarias a los hechos. En realidad, el elemento puramente
convencional en el lenguaje es tan grande que éste puede
considerarse como cultura pura».
«Cualquier lenguaje es algo más que un instrumento para
transmitir ideas, incluso más que un instrumento para influir sobre
los sentimientos de los demás y para expresarse uno mismo.
Un lenguaje –termina el autor– es, en cierto modo, una
filosofía».
No es aventurado afirmar, por tanto, que el avance cultural está
marcado por un lenguaje cada vez más refinado, capaz de prestarse
a las exigencias y propósitos de espíritus selectos.
Acudir a Karl Vossler y su Filosofía del Lenguaje, es evocar, en
primer término, la obra perdurable de Benedetto Croce, que inspiró
a Vossler y se refirió a «la distinción legítima, no entre materia y
materia, sino entre las formas espirituales; y en este caso entre la
expresión que es sentimiento puro o intuición pura –poe-sía–, la
expresión que es signo de pensamiento –prosa–, y la expresión
que es instrumento de conmoción de los afectos o acción –
oratoria–(44)».
Amado Alonso, en el prólogo a la obra de Vossler, se refiere a
Wilhelm von Humboldt como «el más profundo y genial teórico del
lenguaje que esbozó ya en 1828 una lingüística basada en el
espíritu y no en la materia, concibiendo el lenguaje como ‘energeia’
(acción, actividad) y no como ‘ergon’ (producto).
200
La estructura polar que tiene el lenguaje en la concepción
filosófica de Vossler –continúa Alonso– hace de una lengua, por un
lado, una perenne actividad creadora de los individuos, y por otro,
la expresión y contenido de una cultura histórica».
En todos los casos, el lenguaje es una expresión vital.
Aquello que empezó con el grito y continuó con la articulación
verbal, tiene en cada pueblo y en cada individuo, una raíz y una
floración.
Hablar es «vivir» en expresión y comunicación con los demás.
El libro de Charles Bally lleva, precisamente, el título El
Lenguaje y la vida.
«La evolución de las lenguas –dice Bally– lejos de depender de
la voluntad razonada de sabios o literarios, es inconsciente y
colectiva y la más de las veces parte de abajo y asciende del vulgo
bullicioso».
Las academias de las lenguas, por tanto, sólo cumplen el papel
de archivadores de palabras.
No se puede asegurar que se ha seguido siempre un camino de
superación a este respecto. Seignobos hacía notar que el sánscrito
y el griego constituyen la cima y que las lenguas que surgieron
después hasta hoy, no han alcanzado este alto nivel y, para Sapir,
las lenguas más significativas son el chino clásico, el sánscrito, el
griego, el latín y el árabe.
El lenguaje no es únicamente el más auténtico signo de
humanidad, capaz de humanizar las cosas con sólo nombrarlas,
sino el más seguro recurso para el hombre de afirmase en sí mismo
cuando se expresa, y de enriquecerse culturalmente cuando,
merced a la palabra escrita, se pone en contacto con los más
nobles espíritus, para lo cual le basta abrir un libro.
201
V
PLURALIDAD Y UNIDAD DE LA CULTURA
La palabra «cultura» es materia de diversas acepciones.
Generalmente se recurre a ella para referirse a un alto nivel en
el cual se tienen en cuenta las artes, las ciencias, la filosofía, la
política y otras manifestaciones del espíritu.
Se habla, por ejemplo, de «elevar la cultura», de favorecerla, de
difundir sus valores, de intensificar los estímulos, de mantener el
ambiente que le es propio.
De acuerdo con este concepto, existe en algunos países un
Instituto de Cultura y hasta un Ministerio de Cultura y de Educación.
La UNESCO, una rama de Naciones Unidas, tiene este nombre
porque ha sido creada para servir a la Educación, la Ciencia y la
Cultura, a las que se ha añadido la Comunicación.
Los países de «alta cultura» se caracterizan por la excelencia
de sus realizaciones en este campo.
No es raro que se utilice la palabra «cultura» en referencia a
pequeños grupos identificados por matices diferentes de la línea
[201]
202
que se considera normal.
Los Hijos de Sánchez de Oscar Lewis, corresponde a esta
acepción. El autor habla reiteradamente de la «cultura de la
pobreza». «En el uso antropológico –dice el autor– el término
cultura supone, esencialmente, un patrón de vida que pasa de
generación en generación. Es también algo positivo en el sentido
de que tiene una estructura, una disposición razonada y
mecanismos de defensa sin los cuales los pobres difícilmente
podrían seguir adelante.
En resumen, es un sistema de vida, notablemente estable y
persistente, que ha pasado de generación en generación a lo largo
de líneas familiares(45)».
En la Antropología de la Pobreza, otro de sus libros, Lewis
presenta a cinco familias mejicanas cuyo denominador común es
la cultura de la pobreza. Por lo demás, él encuentra caracteres
comunes a otros grupos de diversas partes del mundo, aun de gran
desarrollo industrial como Inglaterra y Estados Unidos.
«Nos parece –dice el autor– que la cultura de la pobreza rebasa
límites de lo regional, de lo rural y urbano y aun de lo nacional(46)».
En publicaciones recientes de UNESCO, el escritor checo
Vacla Havel declara en un reportaje: «A principios de los años
sesenta aparecieron en Checoslovaquia las culturas antagónicas.
Una oficial y autoritaria, la otra clandestina e independiente».
En otro reportaje a Sergei S. Averintsev, escritor ruso, se
encabeza la entrevista con estas líneas: «Liberada de las
ideologías, ¿la cultura caerá acaso en el vulgar hedonismo de una
sociedad técnica?» Y el subtítulo del reportaje es inquietante: «Por
una cultura del pudor».
Averintsev se refiere a la cultura más de un vez, especialmente
203
a lo que él llama cultura del pudor, en una época de manifestaciones
aberrantes. «Resulta muy difícil en nuestros días –dice– hablar de
una cultura del pudor, sobre todo en mi país donde la gente está
harta de las normas de buena conducta que un gobierno
paternalista impone por la fuerza a sus conciudadanos.
La cultura del pudor –continúa– pertenece a la historia; sus
manifestaciones concretas forman parte de la relatividad de la
historia,de tal modo que, por ejemplo, el pudor de los paganos de
la Antigüedad es impúdico desde un punto de vista cristiano o
musulmán, pero jamás, en ningún momento, la humanidad ha vivido
sin el principio mismo del pudor.
La originalidad de una cultura se mide, entre otras cosas, por
su capacidad de asimilar de manera creadora lo que procede del
exterior. La lógica del totalitarismo prohíbe a la cultura ser
cultura(47)».
Hasta aquí Averintsev.
De acuerdo con estas expresiones, es posible referirse a una
matriz cultural, más que a la cultura misma.
Si se admite la comparación, así como se habla del microclima
en el mundo físico, hasta el punto de que se lo puede distinguir en
cada uno de los ángulos de una habitación, así también es posible
hablar de una pluralidad de «culturas» como partes de la Cultura,
con mayúscula.
Es evidente que algunas agrupaciones humanas comparten la
misma cultura, a pesar de sus diferencias. La cultura griega, por
ejemplo, nos muestra su unidad, aunque Atenas, Esparta, Tebas
y las colonias dispersas y distintas las unas de las otras, tenían,
en cada caso, una fisonomía particular.
Las manifestaciones culturales del Perú antiguo han sido
diferentes, pero todas forman parte de la cultura andina, una de las
«sociedades» de Arnold Toynbee.
Además, se habla de las «culturas» como una suerte de
204
organismos que nacen, crecen, alcanzan la plenitud, decaen y
mueren.
Quien llevó hasta el extremo esta tesis, que tuvo en Vico un
precursor, fue Spengler, con su libro La Decadencia de Occidente
que produjo una verdadera conmoción.
Los cuadros que se incluyen en el libro, contienen «épocas»,
correspondientes a las «culturas», no sólo comunes a todas sino
inexorables.
Cabe, sin embargo, más de una reflexión. En nuestro tiempo,
de comunicación creciente entre los pueblos, de interrelación e
interdependencia progresivas, de universalización de los medios
informativos, de noticias mundiales al minuto, ¿es posible la
coexistencia de «culturas» aisladas e independientes?
¿No nos encaminamos, más bien, hacia una Cultura que
comprenda a todas, como un signo de la unidad del mundo?
Y, en suma, después de todas estas consideraciones, ¿qué es
la cultura?
La hemos definido como un mundo humano, distinto del mundo
de la Naturaleza. Sin embargo, recurramos a algunos autores.
Según Linton, «en un sentido amplio, cultura significa la
herencia social íntegra de la humanidad, en tanto que en un sentido
restringido una cultura equivale a una modalidad particular de la
herencia social».
Para Kluckhohn, «la cultura es una manera de pensar, sentir,
creer. Una cultura es nuestra herencia social, a diferencia de
nuestra herencia orgánica».
Spengler dice que «una cultura es el conjunto orgánico de
acciones teleológicas puestas al servicio de la conservación de la
vida del grupo unitario que la sustenta».
Konrad Lorenz habla de «la tradición acumulativa, es decir, la
cultura, algo totalmente nuevo en el hombre, algo que no existe en
205
ningún otro organismo. Con la cultura nació en el mundo una cosa
totalmente nueva: la inmortalidad potencial del pensamiento, de la
verdad, del deber. La cultura no es una idea que flota sobre el
hombre: es el hombre mismo».
Fernand Braudel se pregunta y se contesta: «¿Qué es una
cultura? Al mismo tiempo, un arte, una filosofía, una matemática,
una manera de pensar; realidades todas ellas nunca válidas, nunca
comprensibles fuera del espíritu que las alienta».
La cultura, nos atreveríamos a añadir, es un estilo de vida
comunitaria que comprende todas las variantes del pensamiento y
la acción.
206
VI
LA CULTURA, UN TESORO HUMANO
Por encima de naciones y Estados, de organizaciones
sociales y partidos políticos, de fronteras y constituciones y leyes,
de ciclos culturales, de ideologías y doctrinas, está el Reino de la
Naturaleza, de cuyo seno hemos surgido, al que pertenecemos
como un portento y un milagro cotidiano, al que debemos la vida
misma, el cobijo y el sustento y cuyo poder nos rige más que las
leyes de los hombres, insignificantes y fugaces ante tanta
magnificencia.
¿Cómo surgió de este Reino, ese mundo humano que es la
cultura?
Hemos visto ya que ese prodigio es obra de la inteligencia.
Apenas se insinúa la vida mental surge la capacidad de observar,
de distinguir, de imaginar. Las cosas están allí, pero sólo pueden
ser útiles si se las modifica para adaptarlas a la satisfacción de una
necesidad.
Sin embargo, esa capacidad no está igualmente repartida. Hay
quienes han sido favorecidos más que otros. Es un individuo, el
primero, que toma una piedra, la mira, la toca, le da vueltas y la
[206]
207
golpea con otra piedra, y otra vez, y continúa con otra piedra, una
y otra vez, y así hasta obtener un resultado satisfactorio, como ya
lo dijimos antes.
Otros imitan la tarea. Los aprendices se multiplican y las
piedras convertidas en utensilios, también.
Ha nacido algo más que un tipo de actividad. Ha nacido la
cultura.
Este embrión alcanza un desarrollo prodigioso, pero el
esquema se repite indefinidamente.
Aun a riesgo de incurrir en reiteraciones, es preciso decir que
la génesis de la cultura y su continuo enriquecimiento, es una obra
predominantemente individual. Es cierto que ella sería imposible
sin la existencia de un agrupación humana que mantiene vivo y uno
el conjunto de las aportaciones, el cual constituye el ambiente
propicio y estimulante, favorable al ejercicio de la inteligencia, al
vuelo de la imaginación y de la creatividad.
He aquí por qué la primera característica de la Cultura que, a
nuestro juicio, se puede destacar, es la hominidad, un neologismo
derivado de homo, hominis, hominización, que significa la calidad
humana.
Desde el tiempo más remoto, hay un precursor y un realizador
en cada caso, un conjunto de aprendices y de imitadores, una
Escuela y un beneficio creciente para la comunidad.
Cuando se pasa de la Prehistoria a la Historia, el
enriquecimiento y el avance de la Cultura están asociados a
nombres ilustres.
Seguramente no ha habido ninguna época en el mundo
occidental comparable a aquella de la Grecia Clásica, semillero de
genios y de asombrosas realizaciones que perduran y viven,
cuando otros pueblos lo hacen suyos, adaptándolas a su particular
manera de sentir, de pensar y de actuar.
208
La filosofía nace en Grecia porque los Presocráticos, Sócrates
mismo, Platón y Aristóteles construyen pacientemente el
prodigioso edificio.
El Hombre nace allí también y su más caro tesoro es la
Libertad. Con el Hombre nace el Verbo. Y, además, surge el
Hombre Moderno. Es aquel que no está atado a una monarquía, que
no depende de un déspota, que no está alimentado por la
superstición y el temor y que, a diferencia de los bárbaros, va a
viajar y estudiar las costumbres de otras gentes y a recoger mitos,
leyendas y hechos.
Herodoto es no sólo el padre de la Historia, como se viene
repitiendo, sino también de la Antropología cultural.
Solón va también a la caza de conocimientos y cuando visita
a Creso, rey de Lidia, ufano de sus riquezas por las cuales se
considera feliz, le dice que mientras se vive la felicidad es insegura
«como el parabién y la corona del que todavía está peleando»,
según refiere Plutarco.
Cuando Creso es derrotado por Ciro, quien lo condena a la
hoguera, exclama ¡Oh, Solón! y Ciro, al conocer la causa de esta
exclamación, le perdona la vida.
La democracia nace en Grecia y es Solón, precisamente, quien
la delínea y afirma con leyes.
Sería inútil detenerse en esta relación de obras fundamentales
y decisivas, no sólo para Grecia sino para la Humanidad, pero ellas
tienen la paternidad de individualidades que brotaron del seno de
una comunidad sin paralelo posible. No vamos muy lejos, por tanto,
si afirmamos que la poesía es Homero; la Tragedia, Esquilo,
Sófocles y Eurípides; la Medicina, Hipócrates; la Matemática,
Tales de Mileto; la Fábula, Esopo.
El Renacimiento, ese retorno a la cultura clásica, tiene en
Leonardo, en Miguel Angel, en Rafael, el ápice viviente de ese
momento histórico. Sin ellos y sin los que dieron su cuota de
grandeza como Maquiavelo y Bembenuto Cellini, el Renacimiento
sólo habría sido un episodio de inquietud intelectual, de interés por
209
los modelos de Grecia y de Roma y de disolución de las
costumbres.
Significativamente, la parte segunda de la obra de Burckhardt
sobre la Cultura del Renacimiento en Italia, lleva como título
Desarrollo del individuo y, a continuación, El Estado Italiano y el
Individuo y la Perfección de la Personalidad.
Según Burckhardt, la subjetividad permanecía latente en medio
de las organizaciones sociales antes del Renacimiento. Con él, en
cambio, «Se yergue, con pleno poder, lo subjetivo: el hombre se
convierte en individuo espiritual (48)».
«Dante encuentra una patria nueva en el lenguaje y la cultura
de Italia. Pero va más lejos aún cuando afirma que su patria es el
mundo. Con elevada entereza subrayan los artistas su libre
superioridad sobre todo accidente de lugar».
«Sólo quien todo lo ha aprendido –dice Ghiberti– no es en
ninguna parte un extraño; aunque se le prive de su fortuna, aunque
se le encuentre sin amigos en cualquier ciudad donde resida y
pueda aguardar sin miedo las vicisitudes del destino será siempre
un ciudadano».
En esta exaltación de la individualidad, no es exagerado afirmar
que la historia de la Filosofía es la historia de los filósofos. La
historia del Arte es la historia de los artistas. La historia de la
Historia (Shotwell) es la historia de los historiadores.
La segunda característica de la cultura es la continuidad.
Es cierto que cada unidad cultural cumple un ciclo, pero sus
mayores aportaciones son adaptadas por otros pueblos que las
transmiten, a su vez, a otros pueblos, y así sucesivamente.
La Historia de la Cultura, que es la historia por antonomasia,
nos presenta esta continuidad de las realizaciones desde la piedra
labrada hasta la electrónica, desde los dólmenes y palafitos hasta
el Partenón y la catedrales góticas; desde las primeras palabras
hasta los Diálogos de Platón, como ya se ha dicho.
210
Tomemos una historia de la Filosofía. Empieza con los
Presocráticos y continúa con Sócrates, Platón, Aristóteles, para
pasar luego a los padres de la Iglesia y seguir con Descartes y una
relación de filósofos hasta Heidegger, como si cada uno hubiese
empezado por beber en la fuente de sus predecesores para añadir
luego sus propias aportaciones.
Esta continuidad es más notaría aún en el campo de la Ciencia
que empieza con los primeros atisbos de la realidad y continúa con
una creciente aprehensión de conocimientos y su aplicación que ya
es propia de la tecnología.
Cada descubrimiento, cada experimento, cada invento, añade
un eslabón a esta cadena, una nueva estancia a este edificio
inacabado, como decía Oppenheimer.
A la par, la técnica, que se deriva de la ciencia, avanza con un
ritmo prodigioso y está transformando el mundo. La comunicación
favorece el conocimiento mutuo de los pueblos y determina la
independencia. El aire es cada vez más el sustento de las naves
que antes se deslizaban por la tierra y por el mar. La electrónica
permite el viaje a la Luna y la exploración de los planetas de nuestro
sistema solar. Los robots reemplazan progresivamente a los
obreros y los pone a salvo de las operaciones peligrosas.
En el campo del Arte, la línea continúa desde los dibujos en las
cavernas hasta las creaciones de los grandes Maestros; desde la
primera elevación de la voz y el primer sonido de una caña hueca,
hasta el arte de Bach y Beethoven; desde los monolitos de autores
anónimos hasta las obras de Fidias y Miguel Angel, al decirlo
reiteradamente.
Sin embargo, esta continuidad se vincula, paradójicamente,
con la variedad.
Cada artista, en cada país, en cada momento, hereda,
interpreta y crea.
La tercera característica de la cultura es la vitalidad. Los
211
aportes de los pueblos antiguos, aun de los remotos, viven, en cierta
medida, gracias a las nuevas generaciones. Ese mundo humano se
enriquece y renueva constantemente porque es a manera de un
organismo pleno de vida. La democracia griega es la democracia
inglesa, francesa, latinoamericana. Las ideas que surgieron en
otros pueblos y otras épocas presiden la vida intelectual de
sucesivas generaciones que las han hecho suyas y, al hacerlo, las
han adaptado a su medio y a su tiempo.
La cuarta característica de la Cultura es la universalidad. Su
definición como mundo humano lo dice todo. En él se advierte,
sobre su esencial unidad, una gama de variantes y de grados tan
grandes como los pueblos que cobija.
Desde las formas primitivas que se mantienen aun en zonas
relativamente aisladas, hasta las otras, cuyo refinamiento es
notorio en las grandes ciudades; desde la estabilidad de una parte
hasta el cambio permanente en otra; desde la nota alegre y
expresiva de las regiones meridionales que se vierte en la canción,
las danzas y las más diversas manifestaciones artísticas, hasta la
mesura dominante en los países nórdicos, la Cultura es
profundamente humana.
La interrelación y, en cierta medida, la interdependencia de los
pueblos en materia cultural, es evidente.
Las lenguas abandonan su aislamiento para dar y tomar
palabras y, a través de ellas, conceptos. El cine, la televisión y la
radio proyectan imágenes y noticias, canciones y mensajes, para
todos en todas partes.
La cultura, en fin, es nuestra porque es universal.
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