JEAN ROGUES LOS RITMOS ANUALES EN LA CIVILIZACIÓN URBANA REFLEXIONES PASTORALES Rythmes annuels dans le monde urbanisé, Communautés et liturgies, 58 (1976) 217-224 Es obvio que los ritmos de la vida urbana y los de la vida litúrgica de la Iglesia se ignoran mutuamente de forma casi absoluta. Incluso cuando coinciden materialmente (por ejemplo en el ritmo semanal) el significado que la Iglesia o la vida social les otorgan es diferente, y a menudo contradictorio. El calendario litúrgico parece una imposición a los fieles con independencia de la vida. Pero la realidad es más compleja. De los dos ejes del año litúrgico -Pascua y Navidadla primera es herencia del judaísmo y la segunda tiene relación con fiestas paganas unidas al ritmo de las estaciones -el único que estructuraba en otros tiempos la vida social- y de cuya relación las Témporas o las Rogativas fueron testimonio durante largos años. Además, en los países de amplia influencia social cristiana no existía problema de adaptación de ritmos sociales y eclesiásticos, se daba unidad original entre ambos, porque estos últimos se determinaban en función de sucesos, a menudo locales, en los que ni la comunidad ni las autoridades establecían diferencias entre lo profano y lo religioso. Pero hoy, ante una disociación casi total de los ritmos sociales y religiosos, que no deben enmascarar ciertas coincidencias equívocas, se plantea el problema de si debe la Iglesia adaptar sus ritmos a los de la sociedad actual o no. Podría rechazarse la adaptación por dos motivos: Primero, es competencia de la Iglesia fijar su calendario e imponerlo a los fieles, con independencia de razones extrínsecas a ella. Segundo, y más serio, los ritmos de la vida urbana son incoherentes, deshumanizadores, y traducen desequilibrios sociales que la Iglesia no debe avalar. No es, pues, una cuestión baladí cuestionar hasta qué punto la Iglesia debe adaptarse a estos condicionamientos de la vida social o debe esforzarse en cambiarlos. Iglesia y Sociedad Independientemente de la tesis que se adopte sobre la forma de inserción de la Iglesia en la sociedad, es un hecho que hoy en Occidente la Iglesia tiene todavía un peso sociológico altamente influyente en los fenómenos sociales y, por tanto, es lógico preguntarse si ante cualquier fenómeno sociológico, por ejemplo el fin de semana, debe mantener una postura neutra, contraria o favorable. Sin embargo, la liturgia y la pastoral adoptan necesariamente alguna de estas actitudes. Es misión de la Iglesia ayudar a vivir los misterios de la fe, adaptándose a las condiciones de vida de las personas, y no precisamente luchar por el cambio social excepto cuando están en juego o en peligro evidente los valores humanos. Excluidos, pues, estos casos nocivos, la adaptación de los ritmos litúrgicos resulta una necesidad al servicio de la fe. JEAN ROGUES Parece que el ámbito geográfico en que se inscriben los problemas reales de adaptación será como máximo el nacional y, con frecuencia, tendrá un marco todavía más reducido. Es obvio, por ejemplo, que las formas de vida de las pequeñas o medianas ciudades no sean las mismas que en las grandes urbes. Los problemas de esta adaptación son vastos y complejos y las rápidas mutaciones obligan a considerarlos en términos siempre evolutivos. Sin pretender dar soluciones, ni definir un método, a modo de ejemplo, proponemos dos breves análisis: uno sobre aspectos puramente cronológicos de algunos fenómenos sociales; el otro sobre aspectos cualitativos de los mismos. Los tiempos no laborables son los ejes del año La oposición entre tiempos laborables y no laborables es norma directiva de la organización de la vida social. La unidad temporal que abarca litúrgicamente desde Pentecostés hasta fines de noviembre no lo tiene en cuenta y resulta, por tanto, un contrasentido. Estamos seguros que ni un calend ario universal ni siquiera nacional puede resolver esta cuestión. A nuestro entender la idea tradicional del calendario litúrgico debería sustituirse por dos principios: -una ley marco que definiera los grandes períodos y los ejes del año litúrgico -propuestas diversificadas y no limitativas para la construcción de liturgias particulares dentro de cada período. Aportamos a continuación algunas sugerencias respecto a esta ley marco. El principio del año litúrgico Creemos que el inicio del año litúrgico debería situarse al final del período de vacaciones, que en los países europeos sería aproximadamente a mediados de septiembre. El comienzo de la actividad parroquial debería coincidir con el de la actividad urbana, escolar y laboral y la liturgia debería acomodarse a este ritmo. No se trata de fijar una fecha única para todo el país, sino acomodada a las condiciones locales. Este tiempo hasta Navidad sería el tiempo de los proyectos y las iniciativas. No se trataría, por supuesto, de imponer una liturgia idént ica, sino de ayudar a que cada comunidad invente la liturgia del período. Navidad y Pascua Navidad es un eje del tiempo litúrgico cuya fecha no es posible cuestionar porque se da una coincidencia entre un rito social y un rito cristiano. JEAN ROGUES No ocurre lo mismo con Pascua. Socialmente representa unas breves vacaciones pero, a diferencia de Navidad, sin un sentido demasiado específico. La disociación entre la celebración cristiana, y el olvido en que cae la Pascua dentro del contexto social, convierte a la que debería ser la fiesta por antonomasia en celebración para iniciados. Y, en este sentido, me parece que llegan tarde los esfuerzos para encontrar una fecha común para Orientales y Occidentales. Pero, dejando de lado estas consideraciones, probablemente se seguirá por mucho tiempo celebrando la Pascua en una fecha reconocida conjuntamente por las instancias religiosas y los estados. Cuaresma y tiempo pascual Las vacaciones escolares, en cuanto inciden en la vida de los adultos, perturban, al menos en Francia, y de forma distinta todos los años, el tiempo de Cuaresma, dada la movilidad de la Pascua. En este supuesto, parece una obstinación seguir manteniendo los seis domingos antes de Pascua bajo pretexto de universalismo o del simbolismo cuaresmal. Sería mejor adaptar, después de Navidad, un tiempo de preparación pascual que tuviera en cuenta las condiciones particulares del año, así como los aspectos del camino de conversión que pareciera importante poner de relieve. Un problema idéntico se presenta para el tiempo entre Pascua y Pentecostés. Por un lado, ambas fiestas son como las dos caras del mismo misterio: el poder del Espíritu que resucita a Jesús y se da a los apóstoles. Por otro, el simbolismo de los cincuenta días es difícilmente captable y no parece trascendental acortar o alargar el período. Lo deseable sería que, atendidas las condiciones de cada año, se consagrara un tiempo a celebrar el único misterio cuyas facetas son Pascua y Pentecostés. El tiempo ordinario Después de Pascua-Pentecostés, el tiempo ordinario, que llega hasta el verano, se debería estructurar con gran libertad, atendiendo a las necesidades que el discernimiento pastoral irá descubriendo. Evidentemente, en cada uno de los períodos que hemos establecido, debería aprovecharse lo mejor de los proyectos pastorales y de la reflexión teológica y de las diversas experiencias locales para someterlas a prueba en situaciones diversas. Sigificados respectivos de los tiempos laborables y no-laborables Preferimos hablar de tiempos no- laborables más que de vacaciones, porque este tiempo se emplea en ocupaciones muy diversas. La pregunta pastoral que plantea esta oposición de tiempos es a cuál de ellos es mejor asociar la vida de la Iglesia, porque trabajo y descanso son portadores de significado JEAN ROGUES religioso. Con relación a Dios, el hombre es pasivo en cuanto acoge sus dones y activo en cuanto los hace fructificar. En el AT, el reposo del sábado tiene una significación religiosa privilegiada que no tiene el resto de la semana. El Evangelio al poner la práctica del bien por encima del sábado honra por igual ambas actitudes: trabajo y no-trabajo. El domingo, como día del Señor, conserva características del sábado, relativizándolas y completándolas. Su característica no es el reposo, sino la espera promovida por la profesión de la fe pascual. La Eucaristía consagra el domingo, pero se ofrece también como culto "en espíritu y en verdad" que santifica el resto de la semana y que compromete la existencia total del creyente. Asociar particularmente la vida de la Iglesia al tiempo laborable o al no laborable es optar de alguna manera por una espiritualidad de compromiso o de contemplación. El Evangelio no acepta ninguna como exclusiva y la pastoral debe recordar la complementariedad, aunque es legítimo que cada grupo subraye una u otra de estas dimensiones. La evolución social actual acentúa la separación entre el tiempo laborable y no laborable, con una diferencia cada vez mayor entre los lugares de uno y otro. Con ello hay el peligro de que nazcan dos estilos de participación litúrgica que nos parecen peligrosos: -una liturgia marcada por el ritmo sobrecargado de actividad de la vida urbana, sin respiro ni espacio. -una liturgia vivida en un lugar diverso al de la inserción real y al compromiso auténtico. Es cierto que la humanización de los ritmos sociales supera a la pastoral o a la liturgia, pero deben procurar atenuar, al menos, sus desequilibrios. Convendría por un lado que la liturgia urbana adquiriera un tono más festivo y distendido. Es difícil proponer soluciones concretas. Sin olvidar los riesgos, nos atrevemos a cuestionar el ritmo semanal y el domingo como día exclusivo de reunión eclesial oficial. Por otro lado, las liturgias de los lugares de descanso deberían favorecer la expansión espiritual de los participantes y no parecería lógico acumular sobre ellos los problemas y las preocupaciones de que precisamente han ido a liberarse. Pero, a la vez y aprovechando las condiciones psicológicas favorables, se debería procurar que estas liturgias tuvieran tal profundidad espiritual que iluminaran las dimensiones activa y pasiva de la existencia. Culto espiritual Temo que todo lo dicho pueda dar la impresión de una perspectiva excesivamente antropocéntrica de la liturgia. Todo parece enfocado al servicio del hombre, ¿dónde encuentra su lugar, entonces, el culto a Dios? JEAN ROGUES Pienso que esta objeción es absolutamente inválida, porque no hay otro culto cristiano que el culto espiritual de Rm 12,1: "Os exhorto a ofreceros como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual". La liturgia visible está al servicio de este culto verdadero. No está proyectada en sí misma para Dios, sino para los hombres y éstos son para Dios. Tradujo y extractó: JOSÉ Mª. ROCAFIGUERA