LOS FILÓSOFOS PLURALISTAS Empédocles de Acragas (492 – 432) Es imposible que se llegue a ser a partir de lo que de ninguna manera es, e imposible e increíble que el ser perezca, pues siempre habrá algo en lo que uno pueda apoyarse. Éste (Empédocles) establece cuatro elementos materiales: el fuego, el aire, el agua y la tierra, eternos, que aumentan y decrecen mediante la mezcla y la separación; pero los principios por excelencia, por influjo de los cuales éstos se mueven, son el Amor y la Discordia: pues los elementos están sometidos de continuo necesariamente a un cambio alterno, mezclándose unas veces por influjo del Amor, y separándose otras por influjo de la Discordia; de suerte que, según él, los principios son seis. Dos relatos te voy a hacer. En un tiempo llegó a constituirse la unidad a partir de la pluralidad; en otro se fueron separando las cosas y llegó a constituirse la pluralidad a partir de la unidad. Doble es la génesis de los seres mortales, y doble su destrucción. A la una la engendra y destruye la reunión de todas las cosas, la otra se desarrolla y se desvanece cuando los seres se separan de nuevo. Y este cambio mutuo continuo nunca cesa, congregándose todas las cosas unas veces por acción del Amor, y separándose otras por el rencor de la Discordia. (Así, en la medida en que la unidad aprendió a constituirse a partir de la pluralidad), y de nuevo, cuando, a partir de la unidad dispersa, a constituirse la pluralidad, en ese grado y sentido nacen y no tienen una existencia estable; y, al no cesar en su camino constante, tampoco son siempre algo estable. Anaxágoras de Clazomene (500? – 428?) Parece que Anaxágoras concibió así la existencia del infinito o lo indeterminado, ya que creyó verdadera la opinión de los físicos de que de la nada no se podía producir nada. Anaxágoras, por su parte, habla de los elementos en un sentido contrario al de Empédocles. Éste, en efecto, dice que el fuego y la tierra y todos los demás cuerpos del mismo orden son los elementos, y que por ellos están constituidas todas las cosas. Mientras que Anaxágoras afirma lo contrario. Dice, en efecto, que aquellas cosas que son de partes semejantes, a saber: la carne, el hueso y otras análogas, son los elementos; mientras que el aire, el fuego y los demás cuerpos análogos a éstos, son una mezcla de semillas. Pues uno y otro de estos mismos está constituido por la unión de todos los indivisibles de las partes semejantes. Anaxágoras dice que la mezcla de las partículas es algo semejante al universo de los seres; porque ve que cualquier ser se hace a partir de cualquier otro ser. Y, fundado en esto, en efecto, parece haber dicho que en alguna ocasión existieron todas las cosas simultáneamente, por ejemplo, esta carne y este hueso, y así cualquier otro ser; y luego, todas las cosas; y simultáneamente, por tanto. Pues no existe el principio de separación en cada ser individual o indivisible, sino que es justamente el principio de todas las cosas. También es necesario que exista algún principio que explique la generación; ahora bien: este principio es para él uno, al que llama mente o espíritu; y la mente obra inteligentemente, a partir de algún principio determinado. Con lo cual resulta, necesariamente, que todas las cosas debieron existir alguna vez simultáneamente y que, en un momento determinado, comenzaron a moverse. Siendo tal su teoría, podría parecer que supone infinitos a sus principios materiales y que la causa exclusiva del movimiento y del nacimiento es la Mente. Pero si suponemos que la mezcla de todas las cosas es una sola sustancia indefinida en especie y extensión, resulta que afirma que hay solamente dos principios, la sustancia de lo infinito y la Mente. Todas las demás cosas tienen una porción de todo, pero la Mente es infinita, autónoma y no está mezclada con ninguna, sino que ella sola es por sí misma. Es, en efecto, la más sutil y la más pura de todas; tiene el conocimiento sobre cada cosa y el máximo poder. La Mente gobierna todas las cosas que tienen vida, tanto las más grandes como las más pequeñas. Los atomistas (Leucipo (s. V-IV) y Demócrito (460? – 370?) En efecto, según el parecer de algunos filósofos antiguos, lo que existe debe ser necesariamente uno e inmóvil. Porque, siendo el vacío no ente, no podría existir el movimiento sin un vacío separado (de la materia), ni existir una pluralidad de cosas sin algo que las separe. Leucipo, en cambio, creyó haber dado con razones que, diciendo cosas que estaban de acuerdo con la sensación, no eliminaba la generación, ni la corrupción, ni el movimiento, ni la pluralidad de los seres. Dijo, pues, todas estas cosas de forma adecuada al orden de las apariencias o fenómenos, mientras que a los que pretendían mantener a toda costa la unidad, porque sin el vacío no existe el movimiento, les dice que el vacío es no-ser, y que lo que existe no tiene nada de no-ser. Porque lo que propiamente existe está lleno. Pero que lo que es así no constituye una unidad, antes constituye una multitud de número infinito de seres indivisibles a causa de la pequeñez de su volumen o su masa; y que estas partículas se movían en el vacío (puesto que el vacío existía), y que cuando se juntaban y se reunían, se verificaba la generación; cuando se separaban, tenía lugar la corrupción o destrucción. Y que producían y recibían una acción, en cuanto estaban en contacto, ya que, en esta misma medida, no constituían una unidad. Había generación cando se componían y se entrelazaban entre sí. Que de aquello que realmente constituía una unidad no se podía engendrar una multitud; y tampoco de las cosas que verdaderamente constituían una multitud, una unidad. Leucipo y su compañero Demócrito afirman que los elementos de las cosas son lo lleno y lo vacío, o con sus propias palabras, el ser y el no-ser; lo lleno y lo sólido es el ser, y el no-ser es lo vacío y lo raro. Con lo cual admiten la existencia del no-ser no menos que la del cuerpo. Estas son las causas de las cosas existentes, según ellos, en el orden de la causa material. Así también estos hombres decían que las diferencias entre los átomos son las causas que producen las otras cosas. Según ellos, dichas diferencias son tres: forma, orden y posición. Pero tampoco, según dicen algunos, como Leucipo y Demócrito de Abdera, las cosas que suceden son conformes a la lógica. Porque sostienen que las primeras magnitudes, infinitas en su pluralidad, son indivisibles en cuanto magnitudes, y que ni de una se pueden hacer muchas, ni de muchas se puede hacer una, sino que todas las cosas se generan por combinación de unas con otras y porque se entrelazan entre sí las mónadas.