Las emociones y las decisiones morales

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 Las emociones y las decisiones morales
Alicia García Bergua
En Science & Vie de junio de 2007, se hace un reportaje sobre las
recientes investigaciones de neurobiólogos y psicólogos cognitivos que
han realizado recientemente tomografías cerebrales a sujetos con y sin
lesiones en la corteza cerebral, ante una serie de escenarios morales
que involucran sensibilidad emocional y discernimiento moral, para ver
qué zonas del cerebro se activan. Por ejemplo, un escenario moral es
hacer imaginar a los sujetos de la prueba que van en un crucero que de
pronto se incendia obligando a los pasajeros a abordar los botes
salvavidas y que los botes no son lo suficientemente grandes, y que el
de ellos amenaza con hundirse en las aguas heladas por tanto peso, a
menos que uno de los pasajeros a bordo, herido de muerte por el
incendio, sea sacrificado para salvar su vida y la del resto. Se les
pregunta qué harían, si lo sacrificarían o ellos se regresarían al barco
por el riesgo de que todos murieran. En un experimento anterior con
este escenario realizado por el psicólogo cognitivo Joshua Greene en
2001, se concluía que la mayoría de los sujetos optaban por la inacción,
pues las emociones primaban sobre la moral y la emoción expresada era
la aversión a que alguien sufriera. No obstante en las pruebas realizadas
recientemente con un escenario similar por el nuerobiólogo Antonio
Damasio, los psicólogos y biólogos evolucionistas Michael Koenigs y
Marc D. Hauser (1) encontraron que había sujetos que optaban por el
sacrificio de la víctima. Esos sujetos habían probado tener en la vida
cotidiana una sensibilidad menor que la normal a emociones como la
compasión, la vergüenza y la culpa, pero eran totalmente capaces de
manejar razonamientos lógicos en esas situaciones. La conclusión de
estos investigadores es que en nuestro cerebro hay zonas claramente
involucradas en la elaboración de juicios morales y que éstas dependen
de la organización cerebral de las emociones. O sea, que si sentimos
aversión por el sufrimiento de otros es algo innato en nosotros. Pero
esta aversión natural al sufrimiento de otros no es el único elemento
relevante de este sentido moral innato; otros estudios llevados a cabo
en la Universidad de Princeton, señalan que estamos también
predispuestos a otro comportamiento esencial: el sentimiento de
equidad. El descubrimiento de la predisposición innata a la equidad se
obtuvo a partir de las imágenes cerebrales de resonancia magnética de
dos sujetos jugando a un juego llamado ultimatum. En el juego, un
sujeto A le propone a uno B dividirse una cierta suma de dinero que
ellos deberían pagar a alguien más que hará un experimento, decidiendo
A solo cómo se dividirán la cantidad. Si B acepta la propuesta, los dos
sujetos se embolsarán las partes decididas por A. Si B se rehúsa, la
suma se le regresará a quien realice el experimento. Si como en la
mayoría de los casos, el sujeto B se rehúsa a cualquier transacción
inequitativa (es decir, donde el sujeto A decide a propósito darle una
suma menor al sujeto B que la que se guardará para él), aunque B se dé
cuenta racionalmente de que la distribución es desigual, está ganando
en él pese a todo una decisión emocional, porque sabe que la repartición
es injusta. En este juego se pone en evidencia, como lo ha mostrado un
equipo de investigadores de la Universidad de Zurich, el papel esencial
de un área del cerebro asociada a la producción de emociones como el
dolor y la cólera: la llamada ínsula interior, y también la parte derecha
de una zona del cerebro llamada corteza prefrontal dorsolateral. Marc D.
Hauser, ahora codirector del programa ?Mente, cerebro y
comportamiento? en la Universidad de Harvard, señala que este
descubrimiento de la relación entre el sentido moral y las emociones es
muy significativo porque las emociones en ciertas especies son
mecanismos seleccionados por la evolución que permiten a los
individuos responder de manera adecuada a situaciones que
comprometen su sobrevivencia. ¿Significa esto que el cerebro humano
se ha desarrollado para llegar a una configuración que le permite tener
un instinto moral? Las neuronas de la corteza visual motora del cerebro
de primates y humanos, las llamadas espejo, codifican visualmente la
acción de los otros. Éstas no han sido todavía investigadas a
profundidad, pero intervienen en actos que se encadenan; por ejemplo,
que alguien acerque la comida a un primate, que éste lo vea y la agarre
en consecuencia. Estas neuronas se activan en los actos transitivos en el
caso de los monos, pero no en los intransitivos. Las neuronas espejo en
los humanos tienen la diferencia de que se activan también en los actos
intransitivos, es decir, en alguien que está solamente contemplando
actuar al otro, y posibilitan que ese alguien reproduzca o haga un acto
análogo, o que aprenda un patrón de acción nuevo, como acordes en el
piano y la guitarra; o que simplemente disfrute viendo un partido de
fútbol. Estas neuronas espejo nos permiten también observar las
emociones primarias de los otros seres humanos que son básicamente
las mismas en todas las culturas, aunque en ellas cobren matices
distintos. Se han hecho varios experimentos con bebés que observan,
por ejemplo, llorar a otros bebés, y lloran y los tratan de consolar
acercándoles un juguete, por ejemplo. Esto demuestra que estamos
cableados desde el principio para sentir aversión hacia el sufrimiento de
un semejante o incluso de un animal, independientemente de nuestra
cultura. Esto quiere decir también que muchas de nuestras emociones
son de empatía con nuestros semejantes, que nos identificamos con
ellos. Estas emociones son las fuerzas fundamentales de la vida social
humana, sin ellas no habría cooperación. La aversión a la inequidad
puede estar también fundamentada en la necesidad de la cooperación;
pues ésta le ha permitido al ser humano sobrevivir con cierto equilibrio
social en una gran diversidad de ambientes, cosa que nos diferencia de
otras especies; pero también nos ha permitido destruir estos ambientes
y destruirnos, porque nuestros genes también posibilitan que haya
competencia entre nosotros mismos. Pero la cooperación depende
también de los genes. En un experimento realizado por un grupo de
investigación de la Universidad de Pittsburg, en Estados Unidos, se
analizó el genoma de varios individuos con propensión a la violencia o
con psicopatía, a los que se les medía la intensidad con que se les
activaba la amígdala cerebral, responsable de muchas conductas
emocionales instintivas, y se encontró que la activación dependía del
tamaño de un gene transportador de serotonina, un neurotransmisor.
Aunque la existencia de un gene de este tamaño o de una lesión
determinada no tiene que dar por resultado una conducta no
cooperativa o violenta, los genes son nuestra herramienta para
interactuar con el ambiente y éste en última instancia es el que
determina su desencadenamiento. No obstante el hecho de que los
desencadenantes de la acción la moral en la humanidad estén
programados emocionalmente en nosotros desde un principio y sean
producto de la evolución, es obvio que el lenguaje juega un papel
esencial en la comunicación, justificación y negociación de las emociones
que nos posibilitan vivir socialmente y mantenernos cohesionados pese
a todo. Antonio Damasio en su libro Looking for Spinoza, señala que las
emociones son nuestra manera de reaccionar al ambiente y los
sentimientos son la construcción racional, muchas veces expresada
lingüísticamente, que hacemos de ellas para comunicarlas y
comunicarnos. Las recientes investigaciones sobre la mente y el cerebro
nos hacen ver cada vez más que la división entre razón y emoción es
algo que fabricamos, y de allí proviene, según Marc D. Hauser, en su
libro Moral Minds, nuestra imposibilidad de resolver sólo racionalmente
ciertos dilemas morales que se nos presentan. Uno de ellos sería, por
ejemplo, el que plantea ahora el hecho de que nuestras vidas se
prolonguen indefinidamente gracias a la medicina (cosa que no sucedía
entre los antiguos grupos de cazadores-recolectores) y que se pueda
sostener por mucho tiempo la vida de un enfermo terminal aunque su
sufrimiento sea muy grande. Por un lado, está el sentimiento de
aversión al sufrimiento de un semejante que todos compartimos y por
otro, está el deber moral de los médicos, impuesto racionalmente, de
conservar la vida del paciente a como dé lugar. Pero, como dice Marc D.
Hauser, en el permiso que pueden dar el enfermo y sus familiares a los
médicos de desconectarlo de los aparatos que mantienen su vida,
predomina una decisión de tipo moral emocional determinada más por
la circunstancia que por las reglas que los médicos se impongan. En la
mayoría de las decisiones morales que tomamos hay un ingrediente
emocional que se ajusta a la circunstancia y nos permite enfrentarla y
en esa medida el comportamiento ético depende de la sensibilidad a las
emociones. Notas 1. Marc D. Hauser acaba de publicar un libro titulado
Moral Minds, Harper Collins, 2006, en el que postula que los
desencadenantes de la acción moral están ya programados en nuestro
cerebro, de forma similar a las estructuras generadoras de la gramática
postuladas por Noam Chomski.
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