Artículo publicado en El País, junio 2011 EL DESORDEN ESTABLECIDO Jordi Borja “Prefiero la injusticia al desorden”. Goethe se podría haber ahorrado esta afirmación poco simpática, más propia de un privilegiado egoísta que de un gran escritor humanista. Una alternativa absurda. El “desorden” es un factor multiplicador de la injusticia pero la injusticia es el peor desorden. En palabras de Mounier, el fundador de Esprit, es el “desorden establecido”. Los causantes de este desorden, político y económico, están encantados de encontrar y generar ocasiones para transferir la responsabilidad del mismo a sus víctimas, en especial si se rebelan. Así ocurrió a raíz de los incidentes del 15‐J en el entorno del Parlament . Una prueba de que la ciudadanía no se creyó la burda maniobra del govern fue la impresionante manifestación del domingo 19. Creo que ya se han dado los argumentos por los cuales no fue una buena iniciativa pero que sirvió al govern para criminalizar a todos los indignados presentes, ausentes y futuros. No era realista suponer que se podría impedir la entrada a los diputados y difícilmente se podrían evitar brotes de violencia, de una parte y otra, pues la ocasión era propicia. A pesar del evidente pacifismo de la inmensa mayoría de los “indignados”. Lo que no era pensable que por incompetencia o mala fe el conseller más “popular” hubiera diseñado un dispositivo tan absurdo que parecía destinado a favorecer las fricciones entre diputados y manifestantes. ¿Lo parecía solamente? En el 15‐J se impuso la voluntad más elemental, la de “expresarse”, lo cual favoreció a algunos violentos y a los provocadores habituales en lugar de razonar de cómo hacer progresar el movimiento. El domingo 19 en cambio se manifestó una ciudadanía casi 100 veces mayor que demostró una indignación profundamente sentida pero madura. Es cierto que muchos ciudadanos, incluso bastantes con experiencia política, claman contra los “políticos” y les niegan “representatividad”. Hay una indignación espontánea contra los gobernantes, los legisladores y los directivos de bancos y grandes empresas por sus privilegios y por sus complicidades. Una democracia autista que no escucha y no resuelve nada de lo que afecta a las mayorias sociales. Se ha creado enorme distancia entre la ciudadanía y la política recluida en las instituciones. Un escenario donde todos parecen iguales, una oligarquía político‐económica en la cual los “políticos” aparecen como títeres interesados de los “ricos”” o son subalternos sin arte ni parte. Todos ellos incapaces de proponerles soluciones de presente e ilusiones de futuro en especial a unos jóvenes que no conocieron la dictadura pero sí la frustración de sus expectativas personales y colectivas. La reacción del pasado domingo demuestra lo desproporcionado y deshonesto de las campañas criminalizadoras promovidas por gobernantes y algunos medios de comunicación. Un president histérico, un señorito con el miedo propio de alguien que forma parte de un mundo protegido por sus privilegios, denunciando a todos los “indignados”, a sabiendas que la gran mayoría no son ni delincuentes ni violentos. Y mejor no nombrar al “conseller” de turno, su aspecto de secundario malvado de un spaghetti western expresa muy bien la calidad del personaje. Y también espectáculos patéticos, como los “tertulianos” de un conocido programa televisivo matinal que el 15‐J reunía a dos pavos reales y una señora “insignificante por excesiva” (cita de Talleyrand) que se explayaron en la denuncia de estos “peligrosos enemigos de la democracia que asaltan al Estado de derecho”. ¿A qué se debe una reacción tan primaria o quizás tan perversa? Es evidente que se trata de una operación política por parte de los gobernantes y de los medios de comunicación y económicos que les marcan la línea a seguir. El plus histérico corresponde seguramente a la cobardía propias de gentes que viven en un mundo encerrado sobre sí mismo, en el que se sienten cómodos y seguros merced a sus privilegios. Ante la amplitud de la reacción popular intuyen que su mundo puede tambalearse. Es la emergencia de un malestar profundo que moviliza energías sociales enormes que han descubierto que lo que nos venden como democracia es una coartada y una falsedad. Una democracia formal imperfecta, limitada y excluyente. Y una democracia real, material, la que corresponde a las políticas públicas que dan sentido a la democracia política, las que reducen desigualdades y hacen efectivos los derechos de todos, han sido abandonadas por parte de gobiernos que se alternan pero ninguno propone alternativas. El triunfo del 15‐M es éste: resocializar la política desde la calle, dar miedo a poderes menos legítimos que legales, decir NO. Algo se ha puesto en marcha que representa futuros posibles. Y algo aparece hoy como caduco, las elites políticas y financieras que nos han llevado al borde del precipicio y al colmo de la injusticia. Democracia y Estado de derecho si… para todos.