LOUISE MERZEAU Técnicas de adopción* Por estimulante que sea, para analizar las lógicas de mediación, el eje comunicar/transmitir corre el riesgo de obstaculizar la reflexión, si se reduce a una oposición rígida entre dos polaridades. En efecto, la demarcación clara y nítida entre una continuidad cultural que trabaja sobre el largo plazo y el enjambre instantáneo de una indiferenciación técnica impide pensar los fenómenos de hibridación que caracterizan la hiperesfera1. En particular, el rechazo a darle la ventaja a la transmisión o a la comunicación hace del concepto de información un punto ciego, cuando se debería por el contrario identificarlo como la figura nodal de la nueva economía de las huellas. “Concepto problemático y no concepto solución”, como lo llama Morin2, en la medida en que él no se reduce a los solos aspectos comunicacional o estadístico, sino que integra funciones de memoria, de programa y de organización. La organización de la que se trata no es una sustancia ni una simple operación de reducción de la incertidumbre. Es una cascada de copias que se complejizan reciclándose o, como la define Bateson, una diferencia que engendra otras diferencias. Ella articula procesos de formalización (materialización, configuración), de acceso (propagación, apropiación) y de tratamiento (selección, jerarquización, legitimación), que exigen que sean pensados juntos news, knowledge y data. Dicho de otro modo, que sea superada la disyunción tradicional entre salvaguarda y difusión. Heredar, adoptar, olvidar Ese cortocircuito de la información denota una concepción lineal de la transmisión, así como de la comunicación, a la cual se puede oponer un enfoque más recursivo. No solamente para reintroducir el vector tiempo en la lógica comunicacional, sino también para promover políticas de transmisión liberadas del modelo rector de las tesis de Régis Debray: el de la filiación. Sin ese esfuerzo de complejización, la mediología corre el riesgo de separarse del debate de ideas, o de jugar allí solamente un papel de doctrina conservadora, elaborándose contra el impulso de las ciencias de la información y de la comunicación. Sin embargo, la perspectiva histórica que ella ayuda a proyectar sobre las cuestiones de actualidad debería preservarla de tal defecto. En efecto, ¿cómo no equiparar la revolución digital a la irrupción de la imprenta, percibida en su tiempo como la dilapidación de una preciosa continuidad fundada sobre la cultura oral y la copia de los manuscritos, antes de encarnar algunos siglos más tarde la idea misma de transmisión? Si por ahora hacen hablar de ellas, más en términos de aceleración y de efimerización, las nuevas tecnologías podrían bien obrar de manera análoga a una propagación de larga duración, cuyo alcance debe ser evaluado con precisión, dominado y asumido. Esa toma de conciencia se muestra tanto más necesaria, en cuanto que, después de haberla acompañado, las nemotécnicas están hoy en el corazón de los envites económicos y * Les cahiers de médiologie, 11, 2001, (Actes du Colloque de Cerizy, “Communiquer/Transmettre”, juin 2000), pp. 185191. 1 Confrontar mi artículo “Ceci ne tuera pas cela”, in Cahiers de médiologie, n° 6, 1998. 2 Edagar Morin, Introduction à la pensée complexe, ESF éditeur, 1990, p. 37. 1 societales de la innovación. Al industrializarse, la memoria ha desbordado ampliamente los lugares tradicionales de una gestión autorizada (escuela, biblioteca, museos) para repartirse en todos los niveles de la producción de los bienes y de los saberes. Del mercado de lo audiovisual al “turismo patrimonial”, pasando por la guerra de las patentes científicas y técnicas, almacenamiento, tratamiento y explotación de las huellas son, de ahora en adelante, puntos neurálgicos en las estrategias de influencia y en las relaciones de fuerza. Postular que el impulso de las máquinas de comunicación se pagaría por un déficit memorial reconduce además hacia una concepción idealista de la cultura que la mediología se esfuerza precisamente en combatir. Si la inteligencia colectiva es siempre ya maquinada, es porque lo que es transmitido no preexiste a su transmisión. Los operadores sociotécnicos de la salvaguarda fabrican el patrimonio, no registran una memoria ya reconstituida, que podría a ese título verse amenazada de desaparición. Es decir que hay que renunciar a asimilar la memoria, no solamente al almacenamiento, sino también a la herencia. Pues la retención no es un acto de recepción, sino un acto de adopción y de anticipación3, que supone montaje y diferenciación. Desde el momento en que ella ya no es genética, sino exteriorizada en una técnica y en un cuerpo mediadores, la memoria designa no tanto lo que una generación hereda de las precedentes, sino más bien lo que ella está dispuesta a borrar y a retener en el antes y en el después de su presente. A ese título, la transmisión tendría que ver no tanto con una salvaguarda, sino con una creencia inventiva: el pasado común que funda la existencia de un nosotros es una producción fantasmagórica y fiduciaria en la cual el grupo se define tanto por sus amnesias como por sus reminiscencias. Ahora bien, si propiamente hablando no hay “máquinas de transmitir”4, existen técnicas de olvido o de adopción, que informan los colectivos mediante un filtraje específico. En videoesfera, el cine ha jugado ese papel, al trabajar en la producción imaginológica de las naciones5, antes que la televisión monopolizara la regulación del tiempo compartido mediante su sistema de horo-difusión. Tanto como (si no más) los vectores tradicionales de la transmisión son nemotécnicas de comunicación con las cuales los nuevos dispositivos vienen a competir o a las cuales ellos vienen a reencuadrar. Ya el retroceso de los emisores en provecho de los servidores hace estallar las rejillas de programas en vastas redes de bases documentales, modificando por esa misma vía los filtros de nuestra memoria selectiva. Sería entonces peligroso confinar esas herramientas de comunicación en una simple lógica de circulación, ignorando que por el contrario tienen un alcance memorial no despreciable. Eso vendría a dispensar al político de toda implicación en las escogencias tecnológicas, al mismo tiempo que descargaría de toda responsabilidad histórica a los principales actores-beneficiarios de la innovación. Como si las telecomunicaciones o la interactividad sólo afectaran nuestras relaciones en el espacio, sin interferir con el tiempo largo del estar juntos. Almacenar, distribuir, apropiarse Es partiendo de los usos que se evaluará mejor esa imbricación del transmitir y del comunicar en todos los dominios afectados por la digitalización. La evolución de los Retomo aquí una tesis ampliamente desarrollada por Bernard Stiegler, particularmente en “La hiperindustrialización de la cultura”, Art-Press, “Internet all over”, hors série, nov., 1999, p. 58. 4 Cf.: Régis Debray, Introduction à la médiologie, PUF, 2000, p. 4 y su intervención en esta entrega de los Cahiers. 5 Cf.: Jean Michel Frodon, La Projection nationale, Odile Jacob, 1998. 3 2 dispositivos electrónicos contribuye en efecto a reconfigurar las prácticas en el doble sentido de una eficacia inmediata y de una anticipación generalizada. La gestión de las memorias no puede de ahora en adelante conducirse sin una negociación permanente entre las lógicas de personalización y de normalización. Por un lado, la información se vuelve cada vez más flexible, individual, temporal, “inteligente” o estratégica; por el otro, la intensificación de los intercambios aumenta la necesidad de estandarizar los procedimientos y los formatos para garantizar su compatibilidad. Bajo el efecto cruzado de esas dos exigencias, el patrimonio gana en vitalidad al mismo tiempo que se descentra. Las fronteras entre almacenamiento y flujo, mensaje y documentación, utilizadores y mediadores son cada vez más inestables. La historia reciente de las prácticas documentales da testimonio de esa plasticidad creciente de la memoria a medida que las redes extienden y complejizan su distribución. En un primer tiempo, la atención se centró sobre todo en el aumento sin precedentes de las capacidades de almacenamiento, ligado a la emergencia de las nuevas técnicas de inscripción. No se necesitaba más para ver renacer la utopía de una memoria integral, que se ha soñado materializar en las bases de datos. De hecho, con la compresión digital y los soportes ópticos, la humanidad está sin duda por primera vez en medida de conservar todas las huellas que produce. Pero esos almacenamientos en crecimiento exponencial han mostrado muy rápido sus límites en términos de uso, al revelar su incapacidad de incorporar por sí mismos la memoria, por fuera de todo proyecto de comunicación y de transmisión. Por grande que sea su capacidad, ningún sistema de información puede pretender alcanzar alguna eficacia mediológica si no tiene en cuenta la perspectiva de su apropiación. La atención se dirigió entonces en un segundo tiempo hacia la cuestión del acceso a los documentos. El desarrollo de las “políticas culturales” en el seno de las principales instituciones patrimoniales es el primer testimonio de esos esfuerzos por articular la gestión de los fondos en estrategias comunicativas. Bibliotecas y museos han sido inducidos a conciliar su visión de conservación con un nuevo deber de difusión, indexado sobre la “satisfacción de los públicos” y la “calidad de las prestaciones”. Sacadas directamente del marketing publicitario y de las técnicas de gerencia aplicadas a la empresa, esas nuevas disposiciones no siempre (desgraciadamente) han evitado algunas derivas, tendientes a confundir cultura con entretenimiento o mercado de la oferta y de la demanda. Finalmente habrán contribuido a menudo a connotar durablemente la comunicación como una “menosvalía”* cultural, reconduciendo su divorcio con la transmisión. Sin embargo, la rehabilitación de las cuestiones de acceso también animó una vasta reflexión sobre la explotación de los recursos documentales, teniendo que ver esta vez con la organización de las memorias. Particularmente, se ha tomado conciencia de que había que interesarse más en el acoplamiento de los nuevos media con los antiguos, para apoyarse sobre la cultura técnica de los usuarios, también para adelantar políticas editoriales innovadoras. Haciendo esto, se ha podido poner en evidencia el carácter netamente heterogéneo de esa memoria distribuida. Lejos de una imaginología que presenta todavía a la Web como una superficie lisa y fluida, las redes se ven atravesadas por intercambios que tienen que ver con regímenes de proximidad, de velocidad y de interacción muy diversos. De hecho, el carácter altamente socializado de la producción de conocimientos nunca se ha manifestado tanto como en esas ramificaciones, donde las comodidades de almacenamiento * Y no una “plusvalía” (t). 3 y de circulación de datos refuerzan las funciones de orientación, regulación e identificación de las mediaciones humanas. Los sistemas de información se han desviado entonces del modelo de una memoria central que irradia hacia la periferia, para sacar un mejor partido de la plasticidad de las redes. Asistencias a la investigación, tratamiento de encuestas paralelas, refinamiento reiterativo de las preguntas, generación de nuevos documentos como repuestas, tecnologías push6, procedimientos de aprendizaje que ajustan la arquitectura de los fondos a la variedad de las tareas... El mantenimiento de los yacimientos se juega de allí en adelante sobre el mejoramiento de las técnicas de sondeo, que deben afinarse cada vez más para alcanzar la extrema diversidad de las lógicas de uso. El problema del acceso es sustituido por el de una producción colectiva del saber, que tiene que ver a la vez con la comunicación y la transmisión. La gestión de los almacenamientos ya no debe preocuparse solamente por su pertinencia y su exhaustividad, debe también ponerlos en situación. En efecto, para recorrer y construir esa memoria polimorfa, tenemos necesidad de poder situarnos dentro de los espacios intelectuales, para constituir puntos de vista como negociación de otros punto de vista. Es en esa idea que se desarrollan desde hace poco herramientas que permiten cartografiar la disposición de una red, la trayectoria de una información o el contexto de emergencia de un enunciado. Mediante tesauros dinámicos, grafos de enlaces o de interfases hipertextuales capaces de explorar las zonas de indeterminación del saber, la exploración de los grandes corpus se vuelve no solamente posible, sino que puede de ahora en adelante producir conocimientos7. Indexar, normalizar, anticipar Se podría pensar que ese principio de navegación asistida sólo afecta la etapa de la difusión. Ahora bien, es desde su inscripción que el documento digital debe ser estructurado con miras a su puesta en circulación. El principal envite de las nuevas nemotécnicas está sin duda en esa anticipación de la indexación que se “remonta” hacia el ascenso de la producción misma de los saberes. Las nuevas herramientas de registro balizan la señal a medida que la capturan (cámaras digitales). Los programas integran zonas de descripción de cada archivo (indexadores de los sistemas de explotación o de los tratamientos de texto). Los motores de búsqueda de Internet restringen a los autores a referenciar sus sitios (título, descripción, palabras claves). La digitalización de los archivos inserta una pista documental incluso en los flujos de imagen y de sonido. Por último, la edición multimedia ya no concibe texto sin su paratexto (storie-boards, rushes y making off acompañando las películas difundidas en DVD). Emisores y receptores de la información son entonces llamados a participar cada vez más activamente en procesos documentales, antes garantizados en mediaciones, lugares y tiempos separados. El señalamiento, la descripción y el flechado ya no tienen que ver con una paráfrasis, sino que, de ahora en adelante, hacen parte de la obra o del producto que contribuyen a transformar8. En esta perspectiva, la documentación toma una dimensión 6 Técnicas que consisten en enviar automáticamente al utilizador una información especializada, por oposición a los sistemas que sólo proveen información en respuesta a una demanda explícitamente formulada. 7 Ver los ejemplos de mapas propuestos en el sitio An atlas of cyberspaces [HTTP://www.cybergeography.org/atlas/atlas.html]. 8 Por ejemplo, las balizas SGML, que definen un formato de intercambio y un metalenguaje de descripción, enriquecen los textos que indexan añadiéndoles elementos de estructura lógica. 4 editorial y crítica determinante9. Si el índice (index) siempre ha sido más que una dirección, nunca habrá jugado a tal punto un papel de glosa, condicionando no solamente el acceso, sino también la lectura de los textos así anotados. Es finalmente la distinción entre documentos primarios y secundarios la que tiende a borrarse. Por una parte, las informaciones de acompañamiento ya no están confinadas a un papel de intermediario y pueden ser consultadas por sí mismas, a condición de que se disponga de los instrumentos de decodificación adecuados. Por otra parte, todo segmento de un texto digital puede servir por sí mismo de etiqueta o de lazo hacia otros textos o fragmentos. Desde el momento en que es calculable, el contenido es potencialmente un índice (index). Es todo el envite de las investigaciones sobre el tratamiento de los lenguajes naturales, que apuntan en particular a generalizar las posibilidades de investigación en texto integral. Frente a la inestabilidad creciente de la información, el modelo de la monografía impresa, que asociaba un contenido, una presentación y un soporte, se vuelve entonces obsoleto. Si es fácil encontrar una información en las redes, es más difícil identificar su contexto de producción o volverla a encontrar idéntica por segunda vez. La heterogeneidad de las fuentes, de los lenguajes y de los formatos, combinada con los principios de actualización y de interconexión, exige la ubicación de una nueva “capa” documental, más orientada sobre la estructura lógica de las huellas que sobre su aspecto físico. Es el papel de los metadatos, destinados a formalizar un etiquetaje sistemático de los datos, legible mediante máquina. Además de las indicaciones de tipo catalográfico (título, autor, fecha...), esos metadata pueden tocar tanto los aspectos jurídicos, las restricciones de acceso, los formatos de intercambio, las personas-contactos, el vecindario de otros repertorios o el mantenimiento o la frecuencia de las actualizaciones. Información sobre la información, esos metadatos articulan así salvaguarda y difusión, al memorizar, con el documento, un estado de los datos y de sus condiciones de utilización. Es en ese estadio donde reside entonces la pregunta por la normalización y, a través de ella, la cuestión de un “espacio público de la memoria”10. Lenguajes, formatos, soportes, canales o conéctica: el pensamiento sólo se exterioriza al coordinar sus usos y sus objetos. Ahora bien, cuanto más convoca mediaciones técnicas y se industrializa un sistema de información, más requiere estándares tecnológicos y convenciones de utilización elaboradas. Después de las memorias literales y analógicas, lo digital sólo puede entonces reforzar esa necesidad de estabilizar los medios de compartir la información. De hecho, todo parece en adelante jugarse en las numerosas negociaciones y transacciones nacionales o internacionales que tienen como envite normalizar la producción, la conservación, la indexación y la circulación de las huellas. Pero al mismo tiempo, aumenta el riesgo de relegar esa preocupación de convergencia a una dimensión puramente económica y técnica. La memoria colectiva se vería entonces confiscada por una lógica de mundialización, más preocupada por la apertura y la interoperabilidad que por la coordinación y la reglamentación. El mercado tendrá siempre tendencia a imponer sus propios estándares, escogidos en función de su eficacia o de su rentabilidad a corto plazo. Eso no significa que esas escogencias tecnológicas no tengan ningún efecto coercitivo sobre el tiempo largo del compartir y de la Retomo aquí una hipótesis desarrollada por Bruno Bachimont en “Système numérique et documentation des contenus”, Dossier de l’audiovisuel, n° 83, 1999. 10 Expresión tomada prestada a Patrick Bazin (ver su intervención en esta entrega de los Cahiers). 9 5 construcción de los saberes. Que conciernan a los modos de codificación, de compresión, de transferencia, de descripción o de presentación, las normas no se contentan, en efecto, con regular prácticas existentes. Ellas anticipan procedimientos, perfiles y lógicas, modelizan los usos. Lejos de ser estrictamente formales, tienen entonces un carácter performativo y prescriptivo, afectando las condiciones de escritura y de lectura de los contenidos. La digitalización de los archivos audiovisuales constituye a ese título un ejemplo esclarecedor11. En respuesta a las nuevas necesidades de una industria de la difusión en plena expansión, algoritmos de análisis de la señal han sido perfeccionados para comprimir los datos. Porque identificaban regularidades discretas en los flujos de imágenes (plano, movimiento, objeto...), esas herramientas han servido luego como base para los sistemas de indexación automática de los documentos. De la cuestión puramente técnica del “transporte”, se ha pasado así a la propiamente semántica de una gramática mundial de los contenidos audiovisuales. Es decir que los operadores de interfuncionamiento tecnológico12 son siempre también operadores gramaticales: al formalizar la inscripción de los datos engendran nuevas “lenguas” y nuevas representaciones. La cuestión es entonces saber cuáles son los modelos culturales autorizados por las diferentes opciones de normalización. Y, sobre todo, cuáles son las instancias de mediación que sabrán reconocer las nuevas herramientas de comunicación, su impacto de transmisión, para implicarse en esas escogencias que, en lo fundamental, miran hacia lo colectivo. Traducido de la francés por Jorge Márquez Valderrama para la Especialización en Estética, Escuela de Estudios Filosóficos y Culturales, Universidad Nacional de Colombia, Medellín, enero de 2005. Cuestión frecuentemente tratada por Bernard Stiegler, particularmente en “Le Temps discrétisé”, Les Cahiers de médiologie, n° 9, 2000 y en el artículo de Art-press ya citado. 12 Confrontar la introducción de Benoît Belong y Alexandre Mallard al número de la revista Résaux consagrado a “La Fabrication des normes”, vol. 18, n° 102, 2000. 11 6