universidad para el desarrollo

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UNIVERSIDAD Y CIENCIA
Grupo de Estudio UDENAR
UNIVERSIDAD PARA EL DESARROLLO
GRUPO DE ESTUDIO UNIVERSIDAD Y CIENCIA
Organización Colombiana de Estudiantes, OCE
Universidad de Nariño, abril de 2010
¿Con qué propósito la civilización humana creó centros de enseñanza y
universidades? ¿Qué importancia histórica tiene el conocimiento para la vida de
las sociedades? ¿Vale la pena reivindicar la ciencia y la educación como palancas
del desarrollo material y cultural de Colombia? ¿Cómo debe ser la relación de la
universidad con el entorno natural y social? ¿Los valores humanos y ciudadanos
se forman en las instituciones universitarias?
Estos son algunos interrogantes que surgen a la hora de pensar en un proyecto
educativo para la Universidad de Nariño, entendido éste como el programa
general que oriente nuestra actividad académico-investigativa, y las formas que
debe adoptar el andamiaje administrativo de la institución. Igualmente no
podemos limitarnos a prescribir un “programa general”, una bitácora de vuelo,
sino desarrollar también algunas aplicaciones, condiciones, principios y tácticas,
también generales. De esto, en últimas, se trata la Reforma en la que estamos
empeñados. Trataremos de aportar algunas respuestas a las preguntas
planteadas, y así hacer una modesta contribución a este importante debate de la
comunidad udenarista.
Empecemos diciendo que la importancia del conocimiento es de una evidencia
palmaria. Tan sólo nos baste con observar nuestro alrededor y darnos cuenta de
que una silla plástica, un computador, un celular o un lapicero no son más que
ciertos conocimientos materializados en cosas. Estos objetos contienen en su
seno química, electrónica, diseño, metalmecánica, matemáticas, etc. Es por ello
que la mejor definición de tecnología es la que afirma que ésta es la expresión
material del conocimiento. La subsiguiente conclusión es que el conocimiento se
debe sistematizar de alguna manera para que los esfuerzos individuales de cada
quien no sean en vano y que los adelantos de unos puedan ser aprovechados por
otros en beneficio del conjunto de la sociedad. Para este cometido surgieron los
ateneos, las bibliotecas, los herbarios, los claustros, es decir, los institutos
dedicados, de una u otra forma, a trasmitir y producir conocimientos, y hacer de
la labor científica una práctica social. Es una tarea imposible desarrollar
incesantemente el conocimiento sin estos institutos especializados, los cuales por
lo general se han denominado escuelas y universidades, inscritos dentro del
término genérico de academia.
Fue con el capitalismo y la revolución industrial que los institutos de enseñanza e
investigación tuvieron un desarrollo vertiginoso, condigno al desarrollo incesante
de las fuerzas productivas. Esto se debe a que los procesos productivos
evolucionan aceleradamente, y la sociedad se ve compelida a modificar su base
científica y técnica de manera constante. Es apenas natural que si se trata de
revolucionar la producción, se necesita una sociedad capaz de crear conocimiento
al mismo ritmo. Se precisa, además, que haya cada vez más gente involucrada
en la producción y trasmisión de conocimientos. Y como la idea no es sólo sacar
del analfabetismo a las personas, sino correr las fronteras del saber y adentrarse
en conocimientos complejos, los únicos capaces de sostener un mundo moderno,
se hace perentoria la necesidad de que la sociedad tenga en un su seno institutos
capaces de brindarle esta posibilidad: las universidades y los centros de
investigación, sin olvidar las instituciones politécnicas.
Si esta es una verdad de a puño, lo es aún más para países como Colombia, que
se encuentran bien atrasados en comparación con los aparatos productivos del
mundo industrializado, y con tragedias sociales de hambre y miseria paralelas a
las padecidas por el resto del llamado mundo subdesarrollado. Si Colombia aspira
a salir del atraso y enrutarse hacia el progreso económico y cultural debe
consolidar seriamente un proyecto autónomo en ciencia y tecnología, que debe
contemplar, por supuesto, el fortalecimiento de las instituciones universitarias
como centros de trasmisión y producción de conocimientos del más alto nivel
científico, sin escatimar la producción artística, por que de ella también depende
el bienestar de la sociedad.
Pero el solo desarrollo del conocimiento, la ciencia y la técnica no es suficiente
para el progreso de la sociedad. La educación universal y de alta calidad es
apenas un requisito insustituible, pero se necesitan de otros factores para lograr
el progreso y el bienestar de los pueblos, los cuales extralimitan las funciones de
la universidad, pues tienen que ver con el campo del poder político y de cómo
está organizada la sociedad en su conjunto. Es decir, los centros de enseñanza e
investigación deben cumplir con su aporte de conocimientos académicos, pero la
solución como tal de los problemas y necesidades de la sociedad no dependen de
la universidad. Por ejemplo, la comunidad científica hace rato ha desarrollado las
sustancias y los procedimientos capaces de curar muchas enfermedades, pero es
la realidad política y económica de la globalización la que no permite que lleguen
a las manos de las personas; la física nuclear fue un portentoso avance para la
ciencia, cuyas aplicaciones podrían ser beneficiosas para la vida de la humanidad
y del planeta, no depende de ella, de la ciencia misma o de la institución
universitaria que la desarrolló, que ulteriormente la industria militar de las
grandes potencias la aplique en la fabricación de armas de destrucción masiva.
Es claro, entonces, que la sociedad le tiene atribuido un papel especial a la
universidad: desarrollar los conocimientos científicos, las tecnologías y las artes
que posibiliten el desarrollo material y cultural. Y cuando se habla de
conocimiento se deben abarcar todos sus campos: las ciencias aplicadas como la
ingeniería, las ciencias puras como las matemáticas, las ciencias naturales como
la biología, así como las humanidades, las ciencias sociales y las bellas artes. Así
como se necesita de buenos médicos, administradores, agrónomos o ingenieros,
no es conveniente prescindir de filósofos, físicos, sociólogos, pianistas, escultores
o matemáticos. Se trata, pues, de desarrollar el conocimiento en toda su
amplitud, y ojalá a los más altos niveles de calidad. Para lograr esta ambiciosa
tarea la universidad debe abrevar en el rico manantial universal del conocimiento
humano, acoger los avances de la ciencia a escala planetaria, eliminando todo
tipo de estrechez en sus miras. Esta vocación de universalidad hace del Alma
Mater el lugar por excelencia del debate de las ideas, tesis, posiciones filosóficas,
escuelas de pensamiento. El escenario ideal es el de una universidad con
condiciones de calidad por lo menos similares a las de las mecas de la ciencia y el
conocimiento mundiales.
De lo dicho no se colige que la universidad se desvincule de su entorno natural,
social y cultural inmediato. Al contrario, en su estrecha relación con él reside
también la universalidad del conocimiento que desarrolla. La práctica directa del
investigador y del universitario con su objeto de estudio y las ulteriores y
repetidas pruebas que en ese mismo entorno realice de sus teorías le confiere la
universalidad del método científico a sus adelantos y confiabilidad ante la
comunidad académica. A manera de ilustración pongamos el caso de un biólogo
de nuestra universidad que estudia ciertos insectos en la selva de la costa
pacífica. Estas investigaciones no las adelantan centros universitarios de Francia o
Japón, por la sencilla razón, entre otras, de que deben estar ocupados en sus
propias investigaciones realizadas en sus propios entornos. Pero las conclusiones
del científico –se da por descontado la seriedad de sus investigaciones– podrán
ser ponderadas con toda confianza por sus homólogos de todo el mundo, puesto
que, si bien no serán los mismos insectos, la misma humedad, la misma tierra,
en fin, las mismas condiciones, la verdad universal descubierta por el investigador
en mención será aplicable en determinados contextos, así como nosotros
aplicamos o ponderamos estudios que hacen los científicos sociales y naturales
de otras latitudes, cuyas investigaciones no se han realizado en Nariño ni en
Colombia, incluso ni siquiera en América latina, así como de la misma forma
apreciamos el arte universal y lo potenciamos desde nuestra propia riqueza
cultural.
Las posibilidades de investigación e intercambio de conocimientos a escala orbital
son ilimitadas. Prueba de ello son los centros científicos que desarrollan
investigaciones a grandes distancias de sus fronteras nacionales. No obstante, lo
evidente, práctico y obvio es que la universidad hace su incursión en la
universalidad del conocimiento desde su propia actividad práctica, la cual la
adelanta en su entorno real, inmediato y concreto. Este entorno se dibuja de
acuerdo a la vocación particular de cada ciencia y cada científico, y dependiendo
de los estudios concretos que esté haciendo y de los recursos de que disponga. El
entorno territorial, social o cultural no está trazado de antemano, sino que
depende de una serie de factores determinados que condicionan a la universidad
y a sus docentes, estudiantes e investigadores. Ejemplo: un grupo de sociólogos,
de acuerdo a un plan de investigación, visita un país suramericano para recoger
muestras antropológicas, econométricas, sociológicas, etc., y hacer con ellas un
informe, iniciando así un estudio que lo continúa en comunidades del sur de
nuestro departamento, en donde desarrolla y culmina su tesis. Asimismo, un
matemático puro, para demostrar un teorema, talvez no necesite viajar a otro
lugar de la Tierra, debe sí, disponer de una biblioteca adecuada, la cual contenga
trabajos relacionados con el suyo, independientemente de que hayan sido hechos
en Nariño, Colombia o en el resto del mundo. De igual forma, y si las condiciones
son propicias, la universidad debe estar abierta al intercambio académico y
cultural con institutos del resto del país y del mundo.
Es así como la universidad debe estar vinculada a su entorno, no en virtud de una
teleología prediseñada y prescrita por su misión institucional formal, sino porque
esa es condición de su carácter científico y universal, la de estar íntimamente
ligada a la realidad objetiva, en una comunión dialéctica con su entorno social y
natural. Porque, si no es en la práctica directa con esa realidad objetiva, ¿en
dónde verificará la seriedad y veracidad de sus adelantos, tesis, afirmaciones y
teorías? Que ese entorno o realidad objetiva concreta sea la región geográfica
nariñense –con los límites políticos convencionales– depende de varios factores,
propios de cada investigación, estudio, análisis, observación o práctica
académica. Como ilustración pensemos en una nueva tesis pedagógica
adelantada por la Facultad de Educación, la cual no podrá ser comprobada y
aplicada entre docentes de Antioquia o Chile, sino que serán abocados los de
Pasto o algún otro municipio aledaño, no porque esa teoría sea defectuosa o
carezca de universalidad, sino porque éste es el entorno inmediato y concreto del
investigador, y sus resultados apuntan a resolver cierta problemática específica,
sin querer afirmar que ulteriormente no pueda esa investigación ser considerada
y aplicada por pedagogos de Brasil o Suecia.
Finalmente, terminemos estas cortas reflexiones con el asunto del componente
humanístico y de valores ciudadanos que se pretende sea una labor fundamental
de la Universidad. Ya vimos cómo el papel principal de la educación superior es la
producción de conocimiento científico de alta calidad como aporte insustituible
para el desarrollo y el progreso de la sociedad, mientras que la formación de los
universitarios en valores como la solidaridad y la honestidad, es más bien el fruto
de su experiencia social y personal a lo largo de la vida, incluyendo el aprendizaje
en sus primeros años infantiles. Pensar que un estudiante se hace una buena
persona o un buen ciudadano, solidario y demócrata, en su paso por la
universidad es una quimera. No porque la universidad no coadyuve en este tipo
de formación, sino porque va más allá de sus posibilidades objetivas.
La mejor forma de aprender valores humanos y ciudadanos (ya mencionamos la
solidaridad y la honestidad), es en medio de una vida social que sea permeada y
atravesada por el ejercicio real y permanente de dichos valores. Ello compele a
que la universidad, como auténtico espacio para la ciencia y la cultura, adopte
principios democráticos para sus disímiles quehaceres, además de que
genuinamente permita la difusión, intercambio y participación de todas las
expresiones científicas, artísticas y culturales, todo lo cual se logra si cuenta con
condiciones materiales concretas –auditorios, bibliotecas, museos, laboratorios,
recintos, etc.- que posibiliten a la institución convertirse en un foro científico y
cultural permanente, con gran profusión de actividades extracurriculares de todo
tipo.
La Universidad debe adoptar una reforma administrativa de carácter democrático
que, además de hacer de la toma de decisiones en su interior el ejercicio de la
autonomía, sirva como escenario para la práctica constante de la democracia por
parte de la comunidad universitaria. No se puede coadyuvar a formar demócratas
y ciudadanos responsables y solidarios si la universidad no es, a su vez, una
institución que ejercite la democracia como forma de desempeñar sus
actividades, tanto en los aspectos académicos como en los puramente
administrativos. En este sentido, la mejor manera de hacer un aporte significativo
en la aprehensión de valores humanos y ciudadanos es que la universidad
promueva, estatuya y ejerza diversos mecanismos de la democracia universitaria.
Esto está atravesado por el fortalecimiento de las organizaciones gremiales de los
estamentos, ampliación de las representaciones de éstos en los organismos de
dirección, la constitución de espacios para la deliberación y la toma de decisiones
con amplia y efectiva participación de la comunidad universitaria; y en fin, toda
una gama de acciones que redundan en un universitario cada vez más apartado
del individualismo y de la apatía en boga. Además, la actividad científica es
humanizadora y liberadora per se, pues permite eliminar prejuicios y taras
espirituales, y dota de herramientas que facilitan la superación de talanqueras
ideológicas y culturales retardatarias.
Nos es imperioso subrayar que la institución universitaria no tiene como función
social primordial la de formar buenos seres humanos y buenos ciudadanos, ni
“hacedores de paz”. Estos objetivos extralimitan sus posibilidades.
A Colombia se le ha negado la perspectiva de troquelarse un proyecto
independiente de modernización y progreso, por lo cual la Universidad de Nariño,
desde su actividad científica e investigativa, debe ponerse al servicio del
desarrollo nacional y del bienestar del pueblo, procurando elevar sus condiciones
de calidad académica y rigor científico, vinculando dialécticamente la teoría con la
práctica, y propiciar formas democráticas de organización interna.
ORGANIZACIÓN COLOMBIANA DE ESTUDIANTES
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