LAS AMÍGDALAS CEREBRALES.

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Trabajo Final: Curso de
Neurobiología y Plasticidad Neuronal
Alumna: Mª Angeles Valdueza Tauroni
www.asociacioneducar.com
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LAS AMÍGDALAS CEREBRALES.
El cerebro humano podría visualizarse como el firmamento. Gran cantidad de células
asociativas y neuronas conectadas entre sí a partir de estímulos electroquímicos, con un
orden aparentemente desordenado y envuelto en un halo de desconocimiento por parte
de la Ciencia, con gran ansia por conocer ese espectro, su organización, su origen, su
fin... Por otro lado, gran cantidad de estrellas con un orden también aparentemente
desordenado, pero posiblemente conectadas igualmente entre sí en una especie de
sinapsis estelar, de cuyo origen tampoco se tiene conocimiento exhaustivo.
Viajando por el interior del cerebro, se puede encontrar un conglomerado de estructuras
interconectadas entre sí que tiene forma de almendra, situado encima del tallo
encefálico. Realmente hay dos, una en cada hemisferio cerebral. Se trata de la amígdala,
que se especializó en asuntos emocionales y que en la actualidad es considerada una
estructura límbica muy ligada a los procesos de aprendizaje y memoria.
La amígdala es el punto de conexión con el resto del cerebro. Si no fuera por ella,
seríamos unos ciegos afectivos, tal y como expresa Daniel Goleman en su obra
“Inteligencia Emocional”. La amígdala constituye el cajón en el que se deposita la
memoria emocional, o aquella memoria implícita que no puede explicarse desde la
racionalidad, es decir, verbalmente.
Pero, ¿dónde se encuentra la amígdala? Ya se ha comentado qué es lo que hace, a
grandes rasgos.
La amígdala o complejo amigdalino es una estructura subcortical situada en la
profundidad del lóbulo temporal. Está compuesta por numerosos núcleos diferenciados,
encontrándose anatómica y funcionalmente entre el procesamiento emocional cortical
(tanto consciente como inconsciente, explícito como implícito) y la respuesta somática
periférica (red autónoma central, incluyendo el hipotálamo).
Por tanto, integra tanto la información explícita del procesamiento emocional como las
tendencias implícitas, mediando en su traducción posterior en la respuesta somática que
de ello derive. La amígdala está conectada con la práctica totalidad del encéfalo. De ahí
su papel integrador en el proceso emocional. En particular, la amígdala regula la
producción de respuestas emocionales, tanto innatas como aprendidas.
La respuesta innata viene determinada por la aferencia autonómica hipotálamotroncoencefálica al núcleo central amigdalino, desde donde parte la respuesta somática
correspondiente.
Por otro lado, la amígdala también participa de los sistemas neurales que se ocultan al
aprendizaje asociativo, dando lugar a la formación de memoria implícita (LeDoux
J.1999), al permitir la vinculación de estímulos condicionados, con respuestas somáticas
previamente relacionadas con estímulos no condicionados.
Un ejemplo de la participación de la amígdala en el aprendizaje asociativo y la
formación de memoria implícita es “el miedo aprendido” (tanto el miedo condicionado
como reacciones de sobresalto potenciadas por el miedo), mecanismo similar al que
opera en los estados de ansiedad.
En el caso de una lesión amigdalina, habría una incapacidad para generar una respuesta
emocional inconsciente (respuesta somática), especialmente cuando el estímulo va
cargado emocionalmiente de lo que constituye el miedo.
Es posible que la amígdala se guarde el recuerdo generado a partir del procesamiento
emocional y el aprendizaje implícito. En el almacenamiento de esta memoria implícita
participan, además de la amígdala, otras áreas principalmente corticales, como el
cíngulo y el giro parahipocampal, estrechamente vinculadas, no obstante, a la amígdala.
Según experimentos de LeDoux, poseemos sistemas anatómicos diferenciados para el
almacenamiento de los recuerdos conscientes del procesamiento emocional y, por ello,
dependientes de la corteza prefrontal, e inconscientes y dependientes de la amígdala, así
como del cíngulo y del giro parahipocampal.
Continuando con este apasionante planteamiento, el patrón de la conectividad de la
amígdala con la corteza extra-límbica actúa, en todo caso, de manera bidireccional, es
decir, el procesamiento consciente y la información emocional se encuentran
interconectados. No se trata de uno u otro sino de su integración. Este procesamiento
explícito utiliza un sistema beta-adrenérgico de transmisión cuyo bloqueo dificulta el
recuerdo consciente de estímulos ambientales y escenarios cargados emocionalmente.
La lesión de la amígdala producirá, de este modo, no sólo una descoordinación entre el
procesamiento consciente y el inconsciente de la información de un estímulo emocional,
sino también la pérdida de recuerdos emocionales, sobre todo implícitos, así como la
incapacidad para expresar somáticamente la respuesta autónoma correspondiente.
Con respecto al argumento esgrimido hasta este momento podemos afirmar, sin ánimo
de duda, tal y como expresó Daniel Goleman en su obra Inteligencia Emocional: “El
funcionamiento de la amígdala y su interrelación con el neocórtex constituye el núcleo
mismo de la inteligencia emocional”.
En otro orden de cosas, y entrando en un caso más práctico, sabemos que debido a la
plasticidad neuronal, el cerebro humano continúa desarrollándose durante la niñez,
adolescencia y adultez. En este sentido, durante la etapa más vulnerable que es la niñez,
es imprescindible un buen trato y conseguir vínculos de apego seguro, ya que, además
de los daños y lesiones que se pueden sufrir por un maltrato físico o un abandono, la
infancia maltratada se encuentra sometida a altos niveles de estrés crónico que
provocarán importantes secuelas anatómicas, estructurales y funcionales en sus
cerebros.
En este sentido, hablamos, por un lado, de la plasticidad estructural a partir de la cual se
alteran de forma duradera propiedades estructurales, como la densidad de las
conexiones dendríticas y el área de las zonas activas de las sinapsis. Por ejemplo, a
través de la experiencia temprana con ambientes enriquecidos por el vínculo de apego
seguro.
En un estudio realizado por Mehta y colaboradores (Mehta MA et al. “Amygdala,
hippocampal and corpus callosum size...”) se llevó a cabo un análisis por resonancia
magnética (MRI) en 14 niños que habían experimentado deprivación severa en un
orfanato, provenientes de Rumanía, y en 11 adolescentes control que no habían sido
institucionalizados ni habían sufrido deprivación temprana. Los menores que habían
sido institucionalizados presentaban una amígdala de mayor volumen, especialmente la
derecha, aunque no se encontraron alteradas otras estructuras que, aparentemente, son
también vulnerables al estrés. Cuanto mayor fue el tiempo de institucionalización,
mayor era el tamaño de la amígdala. Estos cambios en el circuito límbico pueden ser
una base residual de los problemas emocionales y sociales de los menores
institucionalizados.
Me gustaría terminar con una cita del gran neurólogo portugués Antonio Damasio: "la
belleza del funcionamiento de las emociones a lo largo de la evolución permite que los
seres vivos reaccionen con inteligencia sin tener que pensar de manera inteligente".
BIBLIOGRAFÍA:
- Material propio del Curso de Neurobiología y Plasticidad Neuronal de la Asociación
Educar.
- “Inteligencia emocional” de Daniel Goleman
- “Entre hipocampos y neurogénesis” de Rosa María Fernández García.
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