Nuestra decadencia comparada con la de los griegos antiguos: igualitarismo y democracia degenerada. Psic. Andrés Irasuste Intentar establecer un puente entre nosotros y los griegos del siglo V a. C. podría parecer, a simple vista, un despropósito de mi parte, cuando no una ideación delirante. Comencemos entonces mediante una cuota de humor con ironía basada en un hecho de nuestra historia local: quizás no en vano, hace alrededor de 80 años, a Montevideo, esa ciudad portuaria, se le llamaba "la Atenas del Plata", aunque a diferencia de la Atenas real, su vida es más hacia dentro que hacia fuera. Esto es algo olvidado, pero así era la cómica expresión, según nos lo hace saber el ensayista Ares Pons.1 El mar de los griegos, en tiempos de la cosmogonía mitológica, era la materialización de toda belleza: incluso la belleza de la mujer, como ser en el poeta Hesíodo, aparece como belleza de formas onduladas, en, por ejemplo, los hermosos rizos ondulados de las hespérides y las oceánidas, o los pies argentinos de la nereida Tetis. Todo esto hace alusión a los colores y formas de las aguas marinas. Por tanto, por medio de sucesivas metonimias colectivas, orales, una cultura va construyendo su gran metáfora colectiva con la cual identificarse y arraigarse en el suelo. El problema de la barbarie es un problema político, moral, pero también estético. Barbarie: es lo otro de lo bello propio. Barbarie es también fealdad. En nuestros días, tal cuestión se revela como racismo y como marginalidad a partir de la base de una forma de autodenigración cultural en el seno propio. No es ya el mar nuestro gran sinécdoque de vida, sino meramente el dinero, pues a diferencia de los griegos, nosotros ni siquiera somos una comunidad que trasciende, sino meros rebaños de masa atomizada que contempla la historia forjada por otros pueblos; rebaño desarraigado. Mero homo oeconomicus, que para bien o para mal, queda relegado a ser un esputo impuro del American Dream. Existe una curiosa tendencia entre nosotros a remontarnos hacia los tiempos griegos antiguos para hallar en ellos algo así como un reservorio milenario de sabiduría, o un repertorio de formas puras respecto a una cosmovisión -como ser la nuestra-, a la que nos agrada considerar subsidiaria de aquel antiguo mundo. Desde que nos formamos como bachilleres, egresamos de nuestros planes de estudio con la noción de que en "Grecia", tierra de filósofos, poetas y guerreros míticos, se encontraría el origen de la filosofía, puesto que como dice el cliché: "la filosofía es la madre de todas las ciencias". No todos opinan lo mismo: afirma Althusser que antes de todo quehacer 1 Otras expresiones como ser "la Suiza de América" se conservaron más resistentes al paso del tiempo. Véase Ares Pons: "Uruguay: ¿provincia o nación?". Ed. Coyoacán., p. 56. 1 "filosófico" hubo en Grecia un desarrollo de conocimientos técnicos y matemáticos, científicos-, siendo la "filosofía" un resultado contemplativo posterior. Si Tales de Mileto -amigo del dictador Trasíbulo- es considerado el primer filósofo de la "escuela naturalista", seguramente se deba a que fue un gran geómetra, capaz de medir la altura de las pirámides así como de predecir eclipses de sol, además de cosmólogo pionero. Pitágoras y Eratóstenes ya sabían, mediante el cálculo, acerca de la redondez de la Tierra. No se debe perder de vista que, eso que identificamos como "quehacer filosófico" era en verdad un tipo de actividad circunspecta a una minoría entre los griegos, un aprendizaje de élite. En realidad, a lo que accedía el gran público no era a la filosofía, sino a la retórica. Muy importantes figuras como Lisias e Isócrates eran hacedores de discursos (con lo que se ganaban la vida), que luego eran leídos ante el público o en tribunales. Isócrates (436-338 a. C.) es extremadamente importante aquí, dado que fue el primero en pensar que se podía establecer propuestas políticas mediante la elaboración de discursos, o sea, insuflar ideas peligrosas entre los ciudadanos mediante un arte logográfico. Es necesario tener en cuenta que, entre los oyentes de un Isócrates, podía hallarse un general como Timoteo. Un logógrafo poseía amplia capacidad de formar destacados personajes si su talento lo permitía. Hoy en día, Grecia es para nosotros sinónimo de Platón o Aristóteles. No obstante, en aquellos días mucha más fuerza e influencia poseían los retóricos que los filósofos. Nuestra costumbre de encumbrar a ciertos filósofos está en verdad mediada por la costumbre romana. Será recién en el siglo XIX cuando se logre una visión abarcadora y una edición sistemática de, por ej., la obra de Platón. Tendemos a reducir "lo griego" meramente al contorno de lo ateniense, relegando a una falta de consideración modos de vida tan dispares -incluso antagónicos- como el espartano o el tebano, también pertenecientes estos a "lo griego", o mejor dicho lo helénico, mundo diverso y políticamente disgregado. Pero Isócrates es uno de los primeros en proponer el ideal "pan-helénico", aquel ideal mediante el cual los griegos deberían superar sus diferencias locales y unirse, mancomunarse todos para oponerse al verdadero enemigo: los persas. Es decir: existe en el discurso de Isócrates una captación acerca del dilema de construcción de gran unidad colectiva (pan helenismo) por encima de diferencias locales (según nos enseña Werner Jaeger). Existe el problema de la gran política y de la gran identidad. Y una de las tesis principales de Isócrates será: nadie puede gobernar adecuadamente si no puede gobernarse a sí mismo. El éxito, el conservar los frutos de la victoria militar y de la polis en general no reside en levantar grandes murallas, sino en saber gobernarse y en practicar la virtud y la prudencia. 2 Pero hablemos concretamente de la democracia, de los griegos y de nosotros. Hablemos de lo que Isócrates denuncia, en un discurso fundamental como es el "Areopagítico". Es que Isócrates vivió en tiempos de crisis y decadencia. La Atenas de Isócrates no era lo que una vez fue con Solón. Se ha corrompido. Ha decaído: la Atenas de Solón fue en un tiempo donde había buenos códigos comerciales, buena educación, y donde no había desprecio larvado entre pobres y ricos. Él nos señala: A) Una creciente desigualdad entre pobres y ricos: una polis donde se acumulan cada vez más fortunas en menos manos, una polis donde los cargos ya no se otorgan en función del mérito personal, y donde la noción de "justicia" e igualdad se ha vuelto -digamos nosotros- cosa mecánica, pues lejos de concebírsela como "dar a cada cual lo conveniente", devino en "asignar lo mismo a todos por igual". En otras palabras: se está criticando que la noción de justicia e igualdad ha dejado de basarse en el procurar la virtud y la paideia de los ideales griegos (la formación en ideales y prácticas virtuosas), y que se ha vuelto tosca voluntad de nivelación (de todos por igual), donde incluso el cargo público ya no es colmado con la capacidad y el mérito fruto del esfuerzo, sino mediante otros parámetros. Esto es muy similar a lo que bajo nuestros regímenes progresistas y social demócratas es llevado al extremo en el continente: el igualitarismo moderno. La paradoja es que a más nivelación, más injusticia. B) Una creciente corrupción de los valores de la juventud ateniense, donde se ha llegado a una inflexión tal que "democracia" se volvió sinónimo de libertinaje: los jóvenes se pasan en las casas de juegos y en las tabernas, al tiempo que ya no respetan la autoridad. Si no hay autoridad caen los referentes generacionales: los adultos no son tampoco respetados. Isócrates nos señala que los jóvenes acostumbraban a malgastar su jornada con "flautistas". Una flautista era una prostituta. Según los historiadores, en Grecia antigua había 3 tipos de prostitutas: las pornoi (prostitutas del más bajo nivel, usualmente procedentes del oriente), las hetairas (prostitutas refinadas para los grandes hombres) y las aléutridas: muchachas alquilables que sabían tocar la flauta con dulzura, ideales para los jóvenes muchachos. Entonces, Isócrates critica el exceso de los jóvenes con las flautistas y el descuido de la paideia griega; pierden el control sobre sus conductas, corrompen los usos de la palabra. Abandonan las artes. Ya no fomentan ni cultivan el gobierno de sí. Con una juventud que descuida su formación, lo que advendrá será -según interpreta Werner Jaeger- el despotismo de las masas incultas sobre una minoría digna. De ese modo, la democracia se degenera en oclocracia: una degeneración de la democracia donde el gentío se vuelve despótico. Tenemos hoy una expresión lunfarda para este fenómeno: la democracia de la cumbia, el calefón y el choripán. Así, y de ese otro modo, diremos nosotros, adviene la nivelación igualitarista. Y si la norma es el imperio de la nivelación, los políticos trabajarán -en pos de legitimarsepara potenciar la voluntad de nivelación. Así es como se precipita una cultura en el 3 desfiladero de la decadencia: se genera un feed back colectivo, una retroalimentación catastrófica irrecusable. No se consiguen mejores ciudadanos con más y más leyes. Así lo dice Isócrates. Si la juventud se halla tan necesitada de educación, lo que el gobernante debe hacer es infundir el espíritu y la virtud en las gentes, no redactar un sinnúmero de leyes. Recordemos que para la polis, la ley era un acuerdo común basado en valoraciones reflexivas. Es decir: la ley debe basarse en el ethos. Y así como la Grecia de la oclocracia, si hay algo que nuestro occidente actual no posee es precisamente ethos. Todo esto es un problema de ethos, porque lo único que hace posible la virtud es la costumbre. No se educa con leyes, se educa con costumbres. Prestemos atención a esto: un gran número de leyes -dice nuestro logógrafo Isócrates- es señal de que el estado está siendo muy mal gobernado. Es signo de que la ley se ha vuelto tan sólo el intento de poner obstáculos a las faltas erigidas en calidad de costumbres. El verdadero arte de gobernar es con costumbres, no con leyes escritas. Aquel que -dice Isócrates- está mal educado, no respetará las leyes por más sofisticadas que estas sean. Y si hay algo que el progresismo intenta hacer es decirnos cómo debemos vivir y cómo debemos ser con leyes. Una social democracia tiene leyes para todo, hasta para cómo cruzar un semáforo en una calle desierta en madrugada. Siendo esto así, solemos mentar con cierta seguridad que, al defender la "democracia" como la mejor de las formas de gobierno para vivir entre nosotros, somos epígonos seguidores en ello del mundo griego, por lo cual los occidentales acostumbramos -o solíamos acostumbrar- a identificarnos con el semblante superior de esta elevada civilización y su prosapia. Todos hemos escuchado esa expresión: "Grecia, cuna de la civilización". Es posible que tal certeza se deba más a lo que los romanos hicieron de Grecia que a lo que Grecia hizo por sí misma (me refiero a la glorificación de lo griego). Y por desgracia, nosotros de lo romano poseemos mucho: la concepción oligárquica del poder y del mérito político (he dicho oligárquica y no "aristocrática"), el pan y el circo, el cesarismo (cuya versión moderna es el bonapartismo y el cesarismo político sufragista), la imitación y asimilación de otra cultura considerada como superior (¡la griega!), etc. Quizás sí sea legítimo el cotejar, no la gloria de Grecia (concretamente de Atenas en este caso), sino su propia decadencia con la nuestra, y es ahí donde establecemos un nexo entre Isócrates y nosotros. Viviendo en estos tiempos -aunque no es fenómeno de nuevo cuño-, los jóvenes solemos oír por doquier: "estamos en crisis, se encuentran en crisis los valores". Más que oír, deberíamos escuchar, porque al escuchar no podemos evitar una interrogante que comienza por el preguntarse acerca de la etimología de un término transformado en cliché, primero por sociólogos, psicólogos (dos grandes responsables de esta 4 confusión), así como opinólogos de todas las horas, y luego por cada padre y madre de familia bienpensante que no deja de sentir por los nuevos decursos culturales un reiterativo malestar a medio camino entre la inseguridad y el conservadorismo. Quien ha estudiado muy bien el concepto griego de "crisis" es uno de los pensadores alemanes más importantes del siglo XX: Reinhart Koselleck. "Crisis" proviene del griego "krinos", que connota acciones diversas: separar, medir, escoger, combatir... Quizás lo que Isócrates les propone es la exigencia de efectuar un krinos colectivo. En la antigüedad, era una palabra clave tanto en política como en medicina: para Galeno, "crisis" es el estado observable acerca del curso de una enfermedad. Esto es distinto al uso moderno, porque en nuestra cultura, "crisis", más que referirse a un estado per se, refiere a un "punto crítico"; la inflexión ocurrida en el marco de una patología a partir de la cual habrá otro decurso del suceso observable. En tiempos modernos, parecería ser Rousseau quien primero utilizó "crisis" en un sentido social e histórico, en tanto prognosis de una época detrás de la cual se percibían profundos trastornos. Será luego Federico el Grande el primero que usará "crisis" en sentido diplomático y militar. Desde el siglo XIX a nuestros días,fundamentalmente desde la primera guerra mundial-, el periodismo y demás instancias de opinión no paran de diagnosticar crisis por doquier: "crisis del espíritu", "crisis de la economía", "crisis de la humanidad", etc. Deberíamos reconsiderar la pertinencia de este uso... Claramente, si es que se alude a una inflexión radical de los tiempos, ninguna -hasta ahora- ha resultado apocalíptica, ni de una vez y para siempre. La rueda del mundo no se detiene, aunque desde luego, median en dicho movimiento grandes trastornos y mutaciones, así como un gran "malestar en la cultura" como decía Freud. Al parecer, pues, la crisis es el estado normal de las cosas, no su excepción. Y para darse cuenta de ello, debemos abandonar el uso moderno, y retornar a la etimología para volverla función conceptual de nuestro pensar, dado que para considerar la crisis como el estado normal de las cosas, debemos comenzar por efectuar una correcta separación y discernimiento en nuestra mente respecto de la captación de la realidad. Sin embargo, algo queda sin asir, sin clarificarse. Será que necesitamos de otra herramienta, otro concepto. Y quizás ese rol puede ser cumplido por el concepto de decadencia. Al "krinos" se le suma una suerte de agotamiento y degradación permanente de nuestra época. No se trata de elegir entre crisis y decadencia, sino que ambas se dan al unísono e interactúan. Ante esta gran inflexión de los tiempos que atravesamos, no hemos sido capaces aún de un sobresalto, por lo que en lugar de trascender, decaemos. 5 Así como el arte posmoderno es un agotamiento, una degradación y un esnobismo respecto del arte clásico, otro tanto puede decirse de todos los planos de la existencia del mundo de la vida. Otro ejemplo: hemos llegado a una inflexión cultural donde nuestras mascotas y animales de la calle poseen "derechos", pero a su vez la aniquilación del embrión humano (lo cual era una falta muy grave tanto entre los griegos como entre los antiguos germanos, por mencionar sólo dos casos nocristianos) es elevado en el plano de la opinión como expresión de un derecho "humano" de la mujer. Únicamente la interacción entre el punto crítico de una gran crisis cultural y la degradación de las formas clásico-modernas de las instituciones puede permitir que habite semejante paradoja en el seno de nuestra cultura, y que se genere sobre ella un punto ciego tal que impide su fácil visualización, a no ser su señalamiento percibido como "conservadorismo reaccionario". Hemos llegado al ridículo de necesitar leyes para no arrojar residuos en la vía pública, incendiar contenedores o el evitar manejar alcoholizados, a la vez que se vuelve legal defecar en la vía pública. Evidentemente, aquí la ley es eso que señalaba Isócrates en la Atenas decadente: un intento de frenar la imparable decadencia del ethos colectivo. En tales condiciones, la ley es nada más que el manotazo de ahogado de una cultura que va por el desfiladero. En aquello que sí somos la Atenas del Plata es quizás en la similitud de atravesar por el desfiladero de la decadencia, pero es una decadencia basada en una farsa histórica: la de creer que somos o fuimos civilizados. Le hacemos honor al nombre de nuestra civilización: nos hallamos en Occidente, las tierras crepusculares del ocaso. Los alemanes lo dicen literalmente: le llaman a Occidente „Abendland” (tierra del poniente). Tierra del crepúsculo, del ocaso de los dioses... un mundo de fealdad. Fuentes: Isócrates. Discursos. Madrid: Gredos (2002). Jaeger, Werner. (2008) Paideia: los ideales de la cultura griega. (18ª reimpresión). México: FCE. Koselleck, Reinhart. (2007) Crítica y Crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués. Madrid: Trotta. Montanelli, Indro. (2010) Historia de los griegos (5ª edición) Barcelona: Debolsillo. 6