Notas del académico Darío Villanueva leídas el 19.5.2014 en la Real Academia Española, con motivo de la sesión de «Cómicos de la lengua» Valle-Inclán: Visión estelar de un momento de guerra. PRIMERA PARTE En octubre de 1914, el entonces director de esta casa, don Antonio Maura, justificaba la inoportunidad de conmemorar el segundo centenario de la RAE por causa de “las críticas y extraordinarias circunstancias que envuelven a los más cultos pueblos europeos”, refiriéndose a la contienda que había estallado meses atrás, la primera gran guerra del siglo XX. Por su parte, en abril de 1916 Ramón del Valle-Inclán viajará a los frentes franceses como enviado especial de la agencia Prensa latina y el diario El imparcial. En “Los lunes” de este periódico aparecerá, bajo el rubro de Un día de guerra y el subtítulo Visión estelar, el fruto literario de su viaje en dos partes: la primera, “La media noche”, en nueve entregas, y la segunda, “En la luz del día”, en cuatro, estas publicadas ya en 1917. El libro consiguiente recogerá solo aquella primera parte con el título definitivo de La media noche. Visión estelar de un momento de guerra. Firmante junto con la flor y nata de la intelectualidad española (sin Baroja ni Benavente) de una declaración proaliados al estallar el conflicto, Valle se enfrenta a sus correligionarios carlistas, que eran germanófilos. En la revista España justificaba así su posición: “Debiéramos entrar en guerra junto a los aliados y pedir una compensación en el Mediterráneo Oriental para que el grito de Lepanto sea algo más que un eco sonoro; pero los políticos españoles no saben a punto fijo hacia dónde cae Constantinopla”. Don Ramón había conocido de oídas otra contienda muy distinta, la segunda guerra carlista, reiniciada por Carlos VII en 1872 y mantenida hasta 1876, fecha en la que el 1 Valle-Inclán niño cumplía los diez años de su edad. En Estella, la corte del nuevo pretendiente legitimista, situará las últimas aventuras amorosas de un provecto Bradomín narradas en Sonata de invierno, antesala de su trilogía posterior dedicada a la guerra carlista. Guerra parcial, doméstica, de partidas, párrocos guerrilleros, magra artillería y escapularios de detente bala. El escritor, sin haberla vivido, la relata dotándola de un aura romántica y galante, animado por la convicción de que resultaba “más bella la majestad caída que sentada en el trono”, en palabras del marqués feo, católico y sentimental, “defensor de la tradición por estética”, para quien el carlismo encerraba “el encanto solemne de las grandes catedrales”, “y aun en los tiempos de guerra, me hubiera contentado con que lo declarasen monumento nacional”. La media noche es la frustración del proyecto literario esbozado por el escritor en un inédito “Cuaderno de Francia” que contiene sus primeras impresiones del frente aliado. En el prologuillo titulado “Breve noticia”, que precede al primer párrafo leído por José Luis Gómez, así lo admite con toda claridad e incluso no da por definitivamente perdida la esperanza de cumplir su plan inicial. Aunque Valle no realizó sino parcialmente su deseo, ni remató la obra, nos ha dejado, además de su intento, las consideraciones artísticas que tuvo que plantearse entonces, en parte vinculadas a su breviario estético La lámpara maravillosa, también de 1916. Así, afirma decididamente que “Todos los relatos están limitados por la posición geométrica del narrador”. El eje de La media noche. Visión estelar de un momento de guerra está en el punto de vista narrativo, y la intención del autor al escribirla fue superar las barreras espacio-temporales. Por eso se queja de que “la humana y geométrica limitación que nos veda 2 ser a la vez en varias partes” obliga a ordenar los acontecimientos linealmente, bajo un orden cronológico puramente accidental, y que el posible narrador de lo sucedido en “este enorme frente de batalla” tiene que ajustar “la guerra y sus accidentes a la medida de su caminar”, y al alcance de su mirada. Hay que pensar que la conciencia de esta limitación sería especialmente aguda en Valle-Inclán, uno de cuyos anhelos, constante a lo largo de toda su obra, es el de la consecución de la plenitud y la plasmación de la totalidad por parte del poeta, que lucha por integrar las cosas en un todo, la complejidad del momento histórico en una unidad circular. Valle quisiera estar dotado del don de la ubicuidad, “ser a la vez en diversos lugares”, como Cagliostro. Podría de esta forma tener una visión distinta y superior a la del “mísero testigo, sujeto a las leyes geométricas de la materia corporal y mortal”. Con ello el Autor, el Vate, el Adivino, conseguiría a priori y mágicamente lo que se podría lograr de otra manera: cuando, terminada la guerra, los soldados se reintegren a sus casas, cada uno de ellos, mísero testigo, aunque también actor, llevará su propio relato de ella. Esta visión colectiva podría ser realizada entonces por el escritor: bastaría con que unificase los testimonios de los protagonistas individuales, como, por otra parte, no se ha dejado de hacer luego, pero Valle prefiere que el poeta, mágicamente, llegue a parecido fin por distinto camino, elevándose de la tierra y contemplando la batalla con una visión estelar. Ya apuntó Antonio Buero Vallejo que “don Ramón fue escritor de grandes atisbos teóricos, pero no fue un gran teórico”. En la “Breve noticia” aborda cuestión de un punto de vista narrativo que venciese las limitaciones físicas hasta entonces insuperables; pero a la hora de la explicación de su hallazgo se 3 pierde en consideraciones fantasiosas y taumatúrgicas, aduciendo, incluso, que “mi droga índica en esta ocasión me negó su efluvio maravilloso”. Y en realidad todo era muy simple. Resulta irónicamente reveladora la génesis de esta pertinente posición geométrica del narrador, la visión estelar o astral, desde la que se escribió La media noche. Testigo de excepción de esta visita fue Corpus Barga, a la sazón corresponsal de guerra, que rememorará aquella visita en su artículo “Valle-Inclán en la más alta ocasión”. Don Ramón, al que los poilus confundieron en una ocasión, por su manquedad y atuendo, con el popular general Goureaud, en su visita a un aeródromo fue casi podríamos decir que “raptado” por los libérrimos aviadores franceses, con los que convivió durante dos días. Al término de ellos, según las palabras de Corpus Barga, “no pudo negar que había volado sobre el campo de batalla”. Esta experiencia aeronáutica, nocturna además, tuvo capital importancia como catalizadora para la construcción de la obra que hoy recreamos, pues Valle le confesaría poco antes de partir para Madrid que “El vuelo de noche ha sido una revelación… Será el punto de vista de mi novela, la visión estelar”. Nada nos impide confiar en esta noticia de primera mano para concluir que el vuelo nocturno aportó al autor una sugerencia trascendental. En carta de 3 de junio de 1916 a un amigo padronés, después de contarle su visita a Reims y la Champaña, añade: “Las trincheras son grandes zanjas en muchas partes llenas de agua, y siempre enlodadas; verdaderos pecinales. En las trincheras de primera línea se habla en voz baja, los alemanes están a veinte pasos. Yo he volado sobre las trincheras alemanas, y jamás he sentido una impresión que iguale a esta en fuerza y belleza. He visto hundirse entre llamas un avión francés y 4 el entierro de los dos bravos que lo tripulaban. No tenían forma humana”. De su viaje a los frentes de guerra, Valle-Inclán no solo se trajo materia documental y emoción poética, sino el artificio con que plasmar ambas. En síntesis, la visión estelar comporta el protagonismo múltiple, la multiplicidad de focos espaciales y el fragmentarismo compositivo, así como la reducción o “angostura del tiempo” –como Valle la denominaba– y la simultaneidad temporal. Todo ello determina la modernidad de este texto y de obras posteriores como Tirano Banderas y la serie de El Ruedo Ibérico, que sitúan a Valle-Inclán entre los innovadores de la novela contemporánea y lo adscriben de pleno derecho al Modernismo literario internacional. Ya quedó dicho: estamos ante un proyecto en cierto modo fallido, pues como el autor reconoce en la “Breve noticia”: “Estas páginas que ahora salen a la luz no son más que un balbuceo del ideal soñado. Volveré a Francia y al frente de batalla para acendrar mi emoción, y quién sabe si aún podré realizar aquel orgulloso propósito de escribir las visiones y las emociones de UN DIA DE GUERRA”. Pero es notorio su radical impulso innovador y pionero. Así, Máximo Gorki concibe su novela Jornada del mundo como una suma de sucesos ocurridos el 25 de septiembre de 1935. Más tarde Dziga Vertov, volviendo sobre la misma idea, distribuye por toda Rusia, el 24 de agosto de 1940, a sus operadores para montar luego su película Un día del mundo nuevo. El 13 de junio de 1942 se repetirá la operación, y el resultado llevará el título de Veinticuatro horas de guerra en la URSS. Y resulta obligado añadir, finalmente, la película The Longest Day (1962) de Darryl F. Zanuck que, tomando como base 5 la novela del mismo título escrita por Cornelius Ryan, amplía el proyecto realizado en un documental, El seis de junio al alba (1945), de Jean Grémillon, para narrar fílmicamente, también desde una visión estelar, la jornada –“el día más largo”– del desembarco aliado en Normandía que selló el comienzo del fin de la otra gran guerra mundial del pasado siglo. Valle-Inclán buscaba una perspectiva de creación absoluta porque esta condensación del tiempo tiene un gran rendimiento simbólico, al perseguir la expresión de la totalidad a través de una de sus partes. Asimismo, el autor de Ulysses, publicado en 1922, reduciendo el tiempo de la historia contada a un día de junio de 1904 buscó trascender de su limitación cotidiana, como lo quiso a su vez Valle en La media noche, esbozo de un libro inconcluso que se hubiese titulado Un día de guerra. Bien lo destaca el poema de Jorge Luis Borges titulado precisamente “James Joyce”, entre cuyos versos leemos: En un día del hombre están los días del tiempo … Entre el alba y la noche está la historia universal… 6 SEGUNDA PARTE Valle, después de la “Breve noticia”, articula su “visión estelar de un momento de guerra” en cuarenta fragmentos de los que José Luis Gómez ha leído solo algunos y nos recreará enseguida con otros tantos. Así, el primero de ellos, en el que están esbozados el diseño e incluso la significación de toda la obra. Lo abre una referencia temporal explícita (“Son las doce de la noche”). A través de una muy exacta matización léxica, de la noche cerrada se pasa al amanecer, el alba y, por último, al día; en total, pues, La media noche abarca no más de ocho o nueve horas. La tercera parte de lo que comprendería el proyecto total: un día completo de la guerra. Pronto se une a la primera referencia cronológica la localización de los acontecimientos que se van a narrar. Esta acotación espacial, es, a mayor abundamiento, recurrente a lo largo de las páginas de La media noche. Estaba ya anunciada en la “Breve noticia”, y se repite no menos de cinco veces antes de la última secuencia. A lo largo de esta línea de doscientas leguas que forma el frente de batalla “desde la costa norteña a los montes de Alsacia” existen tres escenarios sobre los que converge la acción bélica: las trincheras de aliados y alemanes; las ciudades, los pueblos y los lugares sometidos a los efectos de las operaciones militares; y, en palabras de Valle, “los caminos de la retaguardia”. Esta ordenación le permite incluir la presencia no sólo de los soldados sino también de la población civil, y completar así el panorama de la guerra. No faltan, por otra parte, referencias exactas a puntos de la geografía francesa: Verdún, Arras, Ipres, Reims, Saint Denís… 7 La objetividad narrativa no está ausente en la prosa de las descripciones más comprometidas y de los momentos más intensos de La media noche. Pero en otros casos la presencia del bardo, del poeta adivino como imaginativo intérprete de la realidad se hará patente en fulgurantes metáforas. Surgen coyunturas cuya emotividad o tensión épica le hacen irrumpir en exclamaciones: “¡Campos de cruces, húmedos campos de aquel verde, triste y cristalino que tiene la emoción remota y musical del divino sollozo con que se ama!”. Cuando llega el momento del cuerpo a cuerpo, el narrador pierde toda su impasibilidad; parece como si renunciando a su prerrogativa de la visión estelar recuperase, al pisar el suelo de la atroz batalla, toda su emoción de hombre. A lo que no renuncia Valle es a introducir en la narración sus comentarios. El fuego de las aldeas incendiadas por los alemanes se refleja en los ojos de los infantes franceses al ataque “y les cubre el alma de un impulso de ira resplandeciente”, y una madre que huye, con sus dos hijas, de las tropas alemanas “hace recordar esas muñeconas ajadas y maltratadas que desechan los niños”. Incluso existen trancos donde, por caso, se teoriza sobre la sublimidad de la guerra, que no sirven a lo narrativo, sino exclusivamente a lo digresivo, al comentario, útil para reiterar la germanofobia. El significado de la obra está ya orientado desde el inicio por toda una declaración de principios; luego no faltarán nuevas arremetidas contra unos, ni el enaltecimiento de los otros. La media noche se construye, así, a base de una toma de partido de su autor, de la selección de determinados episodios concretos de la batalla y de un estilo suntuoso y eficaz, ajeno a la urgencia de la crónica. Un estilo modernista cuya sutil armonía 8 nace, fundamentalmente, del juego entre elementos bimembres y trimembres. Así, por ejemplo, “las trincheras son zanjas barrosas y angostas, amarillentas aguas de lluvias y avenidas las encharcan”. Pero, también, “Y la luna navega por cielos de claras estrellas, por cielos azules, por cielos de borrasca”. Y siempre, como marca del mejor Valle-Inclán por llegar, el aviso de un poderoso expresionismo que cuajará en el esperpento. Uno de esos episodios recreados en la lectura de José Luis Gómez se localiza en la costa de Furnes, e incorpora el motivo de una superstición de los marinos bretones y normandos pertenecientes a la escuadra francesa. Valle los presenta, con especial complacencia, resaltando sus características celtas, comunes a los marineros de su Galicia natal. Toda esta escena macabra y grotesca no es la única de la que son víctima los germanos, y está encaminada, sin duda, a esperpentizar su imagen. En contraposición, se exalta en otro episodio a la escuadra comandada por el cabo Tomín. El ditirambo dirigido a los dieciséis hombres que la componen contrasta una vez más con un nuevo menoscabo de sus enemigos: “¡Aquellos soldados chatos y brutales, que cantan como salvajes, que combaten borrachos, que soportan el látigo de los oficiales, que son esclavos de una tierra donde aún hay castas y reyes! Para los soldados franceses, el sentimiento de la dignidad humana se enraíza con el odio a las jerarquías: la Marsellesa les conmueve hasta las lágrimas, y tienen de sus viejas revoluciones la idea sentimental de un melodrama casi olvidado, donde son siempre los traidores príncipes y reyes”. Resulta sorprendente cómo el carlista Valle-Inclán, que antes de partir hacia Francia había reiterado su instancia de que se le rehabilitase el título de Marqués del Valle y Vizconde de Viexín, 9 enaltece el republicanismo francés frente al monarquismo prusiano. Recordemos el párrafo ya leído que cierra de la primera secuencia: “Son cientos de miles, y solamente los ojos de las estrellas pueden verlos combatir al mismo tiempo…” Si en ella está esbozada la obra entera, no podía faltar una referencia al simultaneísmo derivado de la visión estelar que la caracteriza. La perspectiva astral le permite al narrador “ver” a la vez acciones alejadas en el espacio, pero coincidentes en el tiempo, como las que pueden contemplar los aviadores. Algunas secuencias de La media noche están formadas por la adición casi caótica de ráfagas narrativas distintas, verdaderos pantallazos cinematográficos, y esta técnica es idónea para hacer más evidente en el lector la sensación de convergencia temporal. Cuando, por ejemplo, el alba llega al frente de batalla, a los caminos de la retaguardia, a los pueblos bombardeados y las ciudades en ruinas, a los hospitales de sangre, a los cementerios militares y a los cuarteles de descanso de las tropas exhaustas, el narrador tiene buen cuidado en resaltar lo simultáneo de este fenómeno. Pero la simultaneidad de La media noche no está conseguida solo por medio de esta fragmentación completa de las secuencias, que son asimismo fragmentarias con respecto a la acción general. El núcleo narrativo más extenso, el de la vergonzosa derrota de los alemanes, se resuelve en dos líneas de acontecimientos también paralelas. En una llega la noticia de la victoria al cuartel general de los ingleses, donde Sir Francisco Murray justifica la falta de piedad de sus tropas como represalia por las felonías de los prusianos y la conculcación por sus superiores de las leyes de la guerra. En la otra, el general Goureaud, después del combate, 10 “revista las tropas y decora las banderas con la Legión de Honor”, mientras “una emoción religiosa cubre la vasta plana, y las sombras antiguas ofrecen sus laureles a los héroes jóvenes de la divina Francia”. Es clara función puramente partidista de estas últimas secuencias simultáneas. Pero no lo es menos que en ellas existe un evidente efecto contrapuntístico, lo cual no puede resultarnos extraño porque ¿qué otra cosa es el contrapunto sino la simultaneidad en contraste acusado, llevada al plano temático? Valle-Inclán, un maestro de la palabra muy sensible a las artes plásticas, no dejó de jugar tampoco con las formas musicales, por ejemplo en sus Sonatas. En La media noche existe un contrapunto ya en la misma raíz de su intencionalidad, el resultante del ditirambo aliadófilo y el talante germanófobo de su autor. Con prosa brillante Valle aborda el relato de otra guerra, esta vez una guerra grande, una guerra que empieza a ser moderna. Tiene ahora experiencia directa de ella, de su enormidad, de sus miserias y de los impresionantes recursos de destrucción en juego. Su grandeza reta la ambición del poeta, que quisiera estar a la altura del asunto, reflejar la totalidad de tal acontecimiento histórico, dotado de un aura trágica. Y para ello no cabe seguir la batalla de rodillas, ni tan siquiera de pie, sino desde lo alto. Gozar de la visión estelar de que disfrutaban los dioses míticos pero también los heroicos pilotos, ebrios de vértigo del aire como “los héroes de la tragedia antigua del vértigo erótico”. Solo así se podrá reflejar tan vasto acontecimiento colectivo, signo de una historia nueva: “Caen miles y miles de soldados en la gran batalla nocturna y quedan rígidos y fríos bajo el temblor de las estrellas”. 11 La experiencia de la primera gran guerra y su puesta por escrito, desde el Cuaderno de Francia hasta La media noche, reorientó la trayectoria de Valle Inclán. Su obra desde entonces ya no volvería a ser la misma. Tiempo más tarde, en una entrevista don Ramón proclama: “Ahora, el protagonista de la vida es el grupo, la colectividad, el gremio, la multitud. Es la supremacía de lo social sobre lo individual, que ha perdido su valor. Son los días del ‘Soldado desconocido’, símbolo y encarnación de todos los soldados muertos”. Y en una autocrítica de ese mismo año 1926 resume su postura así: “Solo las grandes cosas, las grandes concepciones artísticas, pueden ser creadas por la visión de todos”. Muy otra era la inspiración épica del juglar primero que compuso el Cantar de Mio Cid a cuya voz José Luis Gómez dio vida hace un par de meses, al comienzo de las diez lecturas que han formado el programa CÓMICOS DE LA LENGUA con el que la RAE se propuso salir a escena para conmemorar su tricentenario. Con esta iniciativa hemos querido escuchar no con los ojos, sino con los oídos diez testimonios eminentes de cómo nuestra lengua, desde el siglo XII hasta el pasado siglo, ha prestado voz y acentos diversos a las palabras de nuestra tribu en modo narrativo, lírico y dramático. Pretendíamos que aquellos músicos callados contrapuntos de nuestra literatura invocados por el genial maestro de la paradoja que fue Francisco de Quevedo se convirtieran por momentos en sendas lecturas en vida con el concurso cómplice de actores y actrices, gentes del teatro y académicos, y un auditorio tan fiel como concernido al que el director de CÓMICOS DE LA LENGUA José Luis Gómez va a ofrecer todavía las últimas palabras de su recreación valleinclaniana. 12