Los altos y bajos de la Edad Media

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LATERCERA Domingo 21 de agosto de 2016
Sociedad
Cultura
RR El combate entre el Carnaval y la Cuaresma, de Bruegel.
[HISTORIA] Aparece el primero de cuatro grandes tomos de una obra coordinada por Umberto Eco, el
escritor y filósofo italiano fallecido en febrero pasado. En el libro, editado por el Fondo de Cultura
Económica, se abordan diversos aspectos de los primeros cinco siglos de la época medieval. Por Patricio Tapia
Los altos y bajos de la Edad Media
E
ntre los bandazos de
fuerzas centrífugas
(la fragmentación en
monarquías, el nacimiento de las literaturas vernáculas,
el surgimiento de
herejías) y otras unificadoras (el papado, el imperio, el cristianismo), la
llamada Edad Media parece menos
monótona y estática de lo que suele creerse. La denominación fue
acuñada por los humanistas del Renacimiento para caracterizar lo que
consideraban un período de estancamiento, brutalidad e ignorancia;
decir “medieval”, entonces como
ahora, puede querer significar algo
atrasado. De hecho, aún subsisten
los estereotipos: en esa edad oscura se habrían paseado por los campos de batalla caballeros atrapados
en sus armaduras, mientras en los
castillos sus esposas los esperaban
atrapadas (más que protegidas) en
sus cinturones de castidad; monjes
lujuriosos habitarían monasterios y
pordioseros balbuceantes, las nuevas ciudades.
Pero el escritor y filósofo italiano
Umberto Eco (1932-2016), quien se
formó en estética, y en particular de
la Edad Media, no se dejaba llevar
por los prejuicios: “Los siglos medievales no son una edad oscura, si
con esta expresión se entienden siglos de decadencia física y cultural,
siglos sacudidos por terrores abismales, fanatismos e intolerancia,
pestes, hambrunas y matanzas”,
señala en la Introducción general al
primer volumen de un proyecto de
cuatro. En total se cubrirán los mil
años que van desde la caída del Imperio Romano hasta el descubri-
miento de América. Esas fechas implican, precisa Eco, que la Edad Media tuvo una duración aproximada
de mil dieciséis años. En ese período existió una infinidad de hechos
y muchos de nuestros conocimientos, leyes, libertades, naciones e
idiomas tuvieron su origen. Como
el hombre medieval vivía en un
mundo poblado de significados, referencias, otorgándole una significación mística a los elementos del
mundo, se hace necesario buscar en
los saberes tradicionales los sentidos ocultos de cada cosa. Por eso,
dice Eco, la Edad Media empieza a
elaborar sus propias enciclopedias.
Efectivamente es en ese período que
nacen las primeras de ellas, escritas
por Isidoro de Sevilla o Beda el venerable, y como una enciclopedia
del “Alto Medioevo” debe entenderse este libro.
El ejemplar La Edad Media I. Bárbaros, cristianos y musulmanes no
se centra en la historia política o literaria o filosófica, sino en el desarrollo de diversas áreas y saberes, en
los que se incluyen desde la ciencia
a las artes visuales. El libro se divide en seis partes (historia, ciencia y
tecnología, literatura y el teatro,
artes visuales y música), abordadas por medievalistas de diferentes
disciplinas. Más que lo que la Edad
Media es, Eco prefiere listar lo que
no es: no es un siglo ni un período
de características claramente reconocibles; no es exclusivamente occidental ni una edad oscura; no ignoraba la cultura clásica ni la ciencia antigua; no fue un período de
encierro ni sólo de místicos y puritanos ni en el que primó siempre la
misoginia, entre otras precisiones.
LA FICHA
La Edad Media I. Bárbaros,
cristianos y musulmanes
[UMBERTO ECO, COORDINADOR]
Editorial FCE
México, 2015
864 pp., $27.900
La Edad Media, debiera quizá ser recordada como el periodo en que se
desarrolló el nuevo sistema de arreo,
la mejora del arado, la primera brújula, el perfeccionamiento del astrolabio; entonces se inventó el timón
de codaste y las modificaciones en
el velaje, que utilizaría Colón para
llegar a América. En su legado se
cuenta: la medicina árabe, las libertades municipales, las universidades, la economía mercantil, los
números arábigos, el vidrio, sentarse a la mesa a comer, los hospitales,
las gafas...
Como era de esperar en una obra
en la que está involucrado Eco,
destaca la amplitud de perspectivas, que considera toda Europa
durante los años estudiados e incluso sobrepasa esos límites geográficos de vez en cuando: respecto del Islam, por supuesto,
pero incluso hay un capítulo sobre
China, particularmente sobre su
ciencia y tecnología.
El Occidente medieval nace de las
ruinas del mundo romano. “Roma
fue su alimento y su parálisis”, como
señaló alguna vez el medievalista
Jacques Le Goff. Tras la caída del Imperio Romano se produce el crepúsculo del mundo antiguo y la lenta formación de un nuevo orden: los
pueblos bárbaros, la expansión del
cristianismo, la configuración de
las relaciones con el Islam. En un
principio, la distinción entre Oriente y Occidente, debido a las migraciones bárbaras, las expediciones
islámicas, la división de la Iglesia no
era tan acentuada. Pero hacia el año
750, la vieja unidad de la civilización
mediterránea antigua había dejado
paso definitivamente a tres áreas
económicas, políticas y culturales
dotadas de progresiva individualidad: el Occidente latino, el Imperio
de Bizancio, el Islam.
Los siglos entre la caída del Imperio romano y el año 1000 son los
más empobrecidos y a ellos se debe
la idea de una “edad oscura”. Pero
Eco asegura que para refutar ese
mito es oportuno reflexionar sobre el gusto medieval por la luz. La
belleza fue asociada a la claridad y
a los colores. Aunque había un sentido de la belleza y el arte muy distinto al actual: el arte no era necesariamente “bello”, sino una técnica, la capacidad para hacer bien
ciertos objetos según ciertas reglas:
construir un barco era tan artístico como la pintura. Y podía representarse “bellamente” lo feo y lo
malo (así, los monstruos formaban
parte de la Creación). A este efecto,
la edición está acompañada de un
imponente aparato de ilustracio-
nes, con imágenes no siempre obvias ni fáciles de acceder.
El desfile de asuntos es frenético
y variopinto: desde el papel de las
mujeres, en principio supeditadas
al hombre, aunque en ciertas familias aristocráticas ejercen poderes
como tutoras y tienen funciones
importantes (Pulqueria; Gala Placidia; Teodora, esposa de Justiniano y la gran emperatriz de Bizancio) hasta los bestiarios medievales. A lo que siguen: los gremios
artesanales y el nacimiento de las
corporaciones, las rutas marítimas
y los puertos, las fiestas y ceremonias, la centralidad de la Biblia en
la literatura y la cultura de los monasterios, el desarrollo de las competencias astonómicas para los requerimientos del calendario religioso, junto a las iconografías
cristianas o Jerusalén como destino de peregrinaciones...
Los colaboradores, de tan amplio
número como de irregular calidad,
entregan breves síntesis en las que
se suceden los datos, que a veces
suponen los conocimientos de un
culto monje escolástico y, a veces,
las ignorancias del iletrado mendigo medieval. Los capítulos sobre la
literatura y teatro tienen aún más
el aspecto de resúmenes. En el afán
de ser exhautivos, no dedican el espacio adecuado para explicar las
innovaciones, en vez de un catálogo completo e innecesario tanto
para el especialista y todavía más
para el que no lo es. De seguro habría sido más útil que las referencias cruzadas al final de cada entrada, algo de información bibliográfica para el que quiera profundizar
cierto aspecto.b
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