Mª Rosa Aznar narra les memòries del seu pare, Andrés Aznar Pastor, nascut a Alacant el 18 de setembre de 1919 i mort el 17 de febrer de 2006. Retirada hasta Barcelona Fueron muchos los días de andar sin saber ciertamente a donde íbamos; unos decían que para hacer un gran cinturón y defender Barcelona; otros que hacia la frontera con Francia; otros que para hacer un círculo de contención de las tropas que habían cruzado el Ebro y se dirigían hacia la frontera con Francia; pero lo cierto es que pronto nos dimos cuenta de que íbamos sin rumbo y huyendo del enemigo, que venía casi tocándonos los talones. El Tibidabo parecía dibujarse en lontananza; y eso, sólo eso, nos mantenía el ir andando sin rumbo fijo, sin comida ni oficiales que animaran a su tropa, sin nadie que se preocupara por nosotros. Era el hundimiento de todo un ejército, cuyo único objetivo era llegar a sus casas y olvidarse de todas las calamidades habidas y presentes y poder abrazar a los suyos. El Tibidabo ya no parecía tan lejos; la famosa Torre de las Aguas era nuestra guía. Algunas veces la perdíamos de vista por culpa de alguna montaña más alta, que se interponía, pero duraba poco; la siguiente visión estaba más cerca; ¡ánimo, ya falta menos, puede que mañana o pasado ya estemos en Barcelona! Ello nos hacía olvidar de nuestras necesidades, de comer, beber, etc. Nuestro objetivo estaba a la vista, teníamos que llegar, y llegué el 24 de enero por la tarde a San Cugat. Este pueblo cercano a Barcelona, dedicado en su mayor parte a la agricultura, era bastante conocido por sus alrededores. Mi intención era descansar de las largas caminatas, informarme y marchar para mi casa, después ya decidiría lo que haría. Pero de momento me encontré con que no podía orientarme en mi decisión, ya que por las calles no había nadie a quien preguntar; todas las puertas estaban cerradas. La gente se refugiaba en sus casas, no se oía a nadie, algunos se habían marchado, pero la mayoría estaban escondidos, temiendo la llegada de lo que por radio decían: “resistir, resistir y resistir al enemigo”, ¿pero, con qué? ¿Dónde estaban los líderes de los Partidos, que hasta hacía poco tiempo pregonaban la lucha, la resistencia hasta morir? ¿Dónde estaban? Después de llamar en varias puertas para pedirles algo de comida, una se entreabrió un poco, lo suficiente para preguntar qué quería; le dije: “Algo de comer, llevo tres días sin comer nada”. Silencio. Me preguntó dónde vivía, le dije en Barcelona y el nombre de la calle y número; me miró ora vez de arriba abajo, y entonces me dijo: “Tengo poca cosa”. Entreabrió más la puerta y dijo “pasa”. Me explicó que tenía dos hijos en el frente del Ebro (frente que ya no existía), y que cada día esperaba noticias de ellos; tenían 16 y 18 años. No le dije, por caridad, que ese frente ya no existía, la animé a que no perdiera la esperanza; me lo agradeció levantándose y diciendo: “¿Cómo está de hambre?” Le sonreí y dijo: “Me lo figuro; lo que tengo es poca cosa, pero algo encontraré. ¿Te apetece un huevo frito con butifarra, eh?”. Fue una expresión tan auténtica de sorpresa la mía que hasta rió y dijo “tienes cara de buena persona”. Ella sí que era buenísima persona; mientras yo rebañaba el plato donde habían estado el huevo y la butifarra, volvió con un vasito de vino blanco, que dejó para mí en la mesa, diciéndome que me ayudaría a la digestión y dormiría más tranquilo. Dormir, ese era otro problema que ni había pensado como solucionarlo; en la calle, en cualquier portal, en el campo, ¿dónde? Fue más fácil de lo que imaginaba. En una cama de las dos que había de sus hijos. No sabía qué decir, enmudecí y lloré. Estuve andando por la carretera hasta que tuve necesidad de parar, pues la cuesta arriba desde que inicié la marcha era cada vez más pronunciada. En una de esas paradas no pude resistir la tentación de abrir el paquete que aquella buena mujer me había preparado. Busqué un lugar apropiado, oculto, cerca de la ruta que llevaba, pero desde donde no me vieran los que pudieran pasar. Así es que me senté, escuché con atención por si había alguien por mi alrededor y, al saberme solo, abrí con cuidado el paquete, descubriendo una formidable tortilla de patatas y una buena lonja de jamón, que me hicieron revolcarme por el suelo de sorpresa y alegría. Hacía unas tres horas que estaba andando y ante aquella vista el apetito se desbordó; hubiera sido capaz de comerlo casi todo, pero frené mis impulsos y me conformé con un buen trozo de pan y tortilla, y el resto lo guardé para más tarde. Después de liquidar la ración correspondiente, hice un paquete bastante más pequeño para la tarde o la noche y, una vez de acuerdo conmigo mismo, me estiré con ánimo de descansar; pero me dormí, me levanté, miré hacia el sol y me tranquilicé; no era demasiado tarde, el resto de la comida, bien empaquetada, estaba dentro del pantalón, asegurado por el cinturón. Lo único que me faltaba era agua, pues se me despertó una necesidad tan tremenda de beber que salí a la carretera, con ánimo de encontrar una fuente, y he aquí que la encontré; pero el aviso de que estaba a un kilómetro me desesperó, aumentó más la necesidad de beber, pero como no había otra solución, empecé a andar, notando que me había aumentado la necesidad de un buen trago, que quedaba a un kilómetro y, sin más, empecé la caminata hasta que por fin leí “FUENTE a 20 metros”. Fueron los más largos de mi vida. En un recodo de la fuente bebí con gula; el agua salía fría, sacié mi sed, pero al ratito de estar allí volví a repetir; presté atención por si oía algún ruido o alguna señal de algo o de alguien, pero nada, estaba yo solo. Me decidí a continuar andando, pues no podía tardar en ver mi Barcelona, la gran urbe casi a mis pies; la subida cada vez se pronunciaba más pues, aunque era carretera asfaltada, estos últimos metros eran los más pesados hasta que, por fin, vi el mar y, un poco más allá, los primeros barrios marítimos de mi querida Barcelona. Ello aumentó mi ritmo en el andar y cada vez iba ampliando mi visión de la gran urbe, a la que tenía tantas ganas de llegar para estar en mi casa, con mi padre, mi madre, mi hermano, mis amigos, mi vida libre, sin tanto absurdo de guerra, órdenes, heridos y muertos. Aumentó mi energía, con ganas de llegar pronto al punto donde descendía aquella carretera y entonces, un poco más, y a casita. Tenía ganas de reír; me imaginaba a mi madre abrazándome, preguntándome muchas cosas; a mi padre, con su sonrisa de satisfacción, por fin, todos en casa. Cuando más entusiasmado estaba con mi visión, oí un ”¡alto o disparo!”. Me paré, todos mis sueños se derrumbaron. “No se mueva”, “las manos arriba”; estaba a mi espalda, y me puso la pistola en la nuca. Estaba nervioso. “¿Cuántos sois? ¿Por dónde sube tu brigada? ¿Adónde vas? ¿A qué arma pertenece tu uniforme?”. Me vio las alas que llevaba cosidas en el bolsillo y, aumentando la presión de la pistola en la nuca, dijo: “¿Eres piloto?”. “No, señor”. “Entonces, ¿por qué llevas las alas de aviación?”. Le contesté lo más serenamente que pude, explicándole extensamente en qué consistía mi misión y la de mis compañeros: en poner líneas telefónicas para comunicar los campos de aviación entre sí. Hubo un rato de silencio. “¡Cabo de guardia, venga! ¡Hágase cargo del prisionero y lléveselo!”. “¡A sus órdenes!”. Al meu pare el van fer presoner al castell de Montjuïc; no sabem exactament quant de temps hi va passar, però sí que va tenir la gran sort - i gràcies al seu caràcter enginyós i intel·ligent- que va trobar la forma d’escapar-se, i d’una manera fins i tot oficial. Aprofitant que no paraven d’arribar presoners, ell, com que s’havia deixat barba, es va posar a la cua dels que ingressaven i, com que ja no hi cabia ni un més, el sergent va començar a cridar desesperat: “Fora, marxeu, aquí ja no hi cap ni una agulla!!”. I, dit i fet, el meu pare va començar a córrer muntanya avall, sense parar; encara que va tenir un ensurt, perquè en un revolt algú el va aturar per demanar-li foc, i ell va pensar que el tornaven a fer presoner. En qüestió d’hores, i tal com ell desitjava i imaginava, va arribar a casa seva, i els pares i el germà van celebrar la felicitat de la seva tornada. Encara que, després, va ésser víctima de la “depuració” i va haver de marxar a fer el servei militar; primer a El Ferrol, al Juan Sebastián Elcano, i després a Cadis, un total de 5 anys, a més de la maleïda guerra. Malgrat tot, va saber aprofitar aquests fets com a experiència i enriquiment personals, plantejant-se la vida entre reptes i accions: com sortir-se’n, com lluitar, com resoldre situacions, buscant sempre una solució positiva. Val a dir que, de petit, va formar part dels Boy scouts, anomenats aleshores Exploradores de España. I l’himne que cantàvem quan anàvem d’excursió, el meu germà el meu pare i jo, era: “Siempre adelante, cumpliendo alegres nuestro deber”. M’hagués agradat escoltar de la seva veu tots aquells records que va deixar escrits a partir dels 80 anys, quan va començar a no trobar-se bé. Transcric exactament part de les seves memòries, i m’agradaria que servissin perquè mai més no torni a haver-hi cap altra guerra. Va ser molt injust i cruel que un noi de 18 anys, com molts altres, fins i tot més joves, que començava a treballar d’aprenent en una botiga, amb la il·lusió de la primera feina, tan bon punt va acabar els estudis hagués de deixar la família, els amics i els projectes de futur per anar a LA GUERRA. Dedico aquest treball en primer lloc al meu pare, artífex principal d’aquesta experiència ingrata, a qui voldria deixar palès que el seu record és viu i serà viu en cada instant de la realitat familiar de cada dia; a la meva mare, al meu germà Andrés, a la meva filla Anahi, a la meva neboda Camino,i al seu fill, l’Èdgar, i també al meu company, l’Eloi. Setembre de 2006