LA GUERRA ENTRE LOS ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO Miguel Ángel González Quiroga EL CONTEXTO HISTÓRICO La guerra entre los Estados Unidos y México, que aconteció entre 1846 y 1848, cambió profundamente el destino de los dos países. Para comprenderla mejor, es indispensable hacer una breve reseña del contexto en el que se ubicaban las dos naciones y las causas que provocaron el conflicto. Tras lograr su independencia, los Estados Unidos emprendió un espiral extraordinario de expansión y crecimiento durante la primera mitad del siglo diecinueve. Al contar con un gobierno nacional fuerte y unificado, una estructura legal sólida anclada en la Constitución, y un sistema económico impulsado permanentemente por la energía creativa y ambición de un pueblo libre, los norteamericanos se embarcaron en la gran aventura de conquistar un continente. La compra del territorio de Luisiana en 1803, la guerra contra Inglaterra en 1812 y la ocupación y compra de la Florida de España en 1819 llevó a los Estados Unidos a la frontera con Texas. México logró su independencia de España en 1821, casi cuarenta años después de la separación de Estados Unidos de Inglaterra. Su intento por construir un estado nacional no fue tan afortunado como el de su vecino del norte. El país fue asolado por violencia y anarquía durante las primeras tres décadas después de independizarse. Fue imposible lograr la cohesión nacional debido a las diferencias irreconciliables que surgieron entre monarquistas y republicanos, centralistas y federalistas y conservadores y liberales. Aunado a esto y apoyados por el aislamiento que otorgaba la accidentada topografía mexicana, los caudillos imponían su poder político sobre muchas de las regiones frustrando el sueño de lograr la unidad nacional. Estos conflictos internos, se sumaban a las amenazas de España, que pretendía reconquistar su antigua colonia, y de Francia, que tenía reclamaciones económicas contra México, y hacían difícil construir un estado nacional fuerte y unificado. Factores económicos y sociales también contribuyeron al desasosiego general. México heredó algunas prácticas españolas como el fuerte intervencionismo del gobierno en la economía y un sistema fiscal anacrónico que obstaculizaba la producción y el comercio. La inestabilidad del período también entorpeció el crecimiento económico privando al gobierno nacional de recursos que requería para crear la infraestructura y condiciones necesarias para el desarrollo. Dos problemas sociales de gran trascendencia complicaron la situación de México. La población indígena, que era la mayoría, carecía de educación y vivía esencialmente al margen de la vida política y económica del país. Más aún, el crecimiento demográfico era sumamente lento. México creció de alrededor de seis millones de habitantes en 1820 a un poco más de siete y medio millones en 1850. En el mismo período, los Estados Unidos pasó de un poco más de nueve y medio a más de veintitrés millones de habitantes. Esta falta de crecimiento no sólo tuvo un impacto negativo en el desarrollo económico sino que privó a México de contar con ciudadanos que pudieran poblar sus regiones fronterizas al norte donde cada día llegaban más y más inquietos colonos norteamericanos. LAS CAUSAS DE LA GUERRA La extensa historiografía sobre la guerra ha registrado diversas causas del conflicto, entre ellas, los intereses esclavistas del Sur de Estados Unidos; los intereses comerciales del Noreste; la voracidad por más tierras de aquellos que habitaban el Oeste; el Destino Manifiesto; y las intrigas del Presidente James K. Polk. Para aquellos que responsabilizan a México, frecuentemente se mencionan sus divisiones internas, su incapacidad para poblar y gobernar los territorios del norte y su militarismo arrogante. La mayoría de los historiadores coinciden en que el problema de Texas estaba en el centro del conflicto pero hay que reconocer que Texas formaba parte de un movimiento más amplio: la expansión al occidente. A continuación, abordaré los temas de Texas y la expansión. Después de lograr su independencia, México miró hacia el norte y se dio cuenta de la necesidad de poblar el Septentrión para protegerlo de la incursión creciente de norteamericanos. El gobierno estableció programas de colonización pero no había población o interés suficientes en México así que decidió permitir la entrada de colonos norteamericanos que aceptaban la religión católica y vivir bajo las leyes del país. Concesiones generosas de tierra fueron otorgadas en un proceso de colonización, encabezado por Esteban Austin, que creció desmedidamente y pronto salió del control del gobierno mexicano. Para 1835 la población angloamericana había llegado a 30,000, rebasando por mucho a los 7,800 mexicanos en la región. Con la Ley del 6 de abril de 1830, el gobierno mexicano intentó revertir esta situación al prohibir la entrada de nuevos inmigrantes a Texas pero fracasó. También intentó otras medidas como la imposición de impuestos aduaneros pero esto solo acrecentó la inconformidad de los texanos que ahora exigían su separación de Coahuila, de la que formaban parte. El ambiente, ya tenso, se agravó con el flujo continuo de aventureros y buscadores de fortunas exigiendo tierra, apoyados por el gobierno de Andrew Jackson y resueltos a arrebatar a Texas de los brazos mexicanos. Para dar frente a este desafío, el General Antonio López de Santa Anna marchó al norte al frente de un ejército e intentó aplastar el movimiento en la batalla del Álamo el 6 de marzo de 1836. La masacre de norteamericanos en el Álamo, y días después en Goliad, enardeció a los insurgentes y, comandados por Sam Houston, el 21 de abril ganaron un triunfo decisivo en los campos verdes de San Jacinto. Santa Anna fue capturado poco después y en los tratados de Velasco, acordó concederle a Texas su independencia a cambio de su libertad. El gobierno mexicano nunca aceptaría este arreglo. Texas se convertiría en el problema principal entre las dos naciones ya que México había declarado que su anexión a Estados Unidos sería equivalente a una declaración de guerra. La anexión se llevó a cabo en 1845 y esta acción fue el preludio del conflicto. Antes de abordar los detalles de la guerra y su impacto en México y Nuevo León, es conveniente ubicar el problema de Texas y el conflicto entre los dos países en el contexto más amplio de la expansión norteamericana. Es claro que el movimiento hacia el oeste fue como un poderoso viento que barría a todo que se le ponía en frente. Ninguna fuerza sobre el continente, ni los indios, ni las dificultades, ni México, lo podrían haber frenado. Este proceso tiene poco que ver con el bien o el mal, o con la culpabilidad o la inocencia. El ímpetu estadounidense de construir un imperio es evidente pero en el centro de este proceso imperaba el factor de la demografía. Los Estados Unidos duplicaba su población cada 25 años y para 1860 ya era el cuarto país más grande del mundo. La vigorosa migración europea produjo un crecimiento explosivo de la población norteamericana y este ocasionó la expansión territorial porque más personas exigían cada vez más tierras. La expansión desembocó en la guerra. LA GUERRA Y SU SECUELA El impulso expansionista en los Estados Unidos logró un mandato vigoroso en 1844 con la elección de James K. Polk, uno de sus partidarios más impetuosos. Texas no fue lo único que Polk codiciaba, envió a un emisario especial, John Slidell, a México para negociar la compra de Nuevo México y California a la vez que se preparaba para la guerra. Cuando el gobierno mexicano se rehusó a recibir a Slidell, Polk mandó a su ejército, comandado por Zacarías Taylor, al territorio en disputa entre el río Nueces y el Bravo. Cuando se suscitó un incidente entre las tropas mexicanas y norteamericanas, el Presidente estadounidense hizo un largo recuento de faltas que atribuía a México y le pidió al Congreso la declaración de guerra que fue concedida el 12 de mayo de 1846. México respondió con su propia declaración el 7 de julio pero el país no estaba preparado para la guerra. El gobierno carecía de recursos materiales y humanos, la patria estaba dividida, el ejército carecía de armas y una mejor preparación, y otro golpe militar tumbó al gobierno en el mismo momento que las tropas de Taylor marchaban al interior de México. Las tropas norteamericanas avanzaron sobre México en varios frentes. Taylor atacó por el norte, con rumbo a Monterrey; John Wool y Stephen Kearny se enfilaron hacia Nuevo México y California; y un poco después, Winfield Scott asestaría un golpe al corazón de México a través de Veracruz. Santa Anna regresó del exilió para encabezar la defensa de la patria y demostró ingenio en la movilización y organización del ejército pero ineptitud en el diseño de una estrategia para librar las batallas y lograr el triunfo total. Los soldados de Taylor arrasaron Monterrey el 23 de septiembre de 1846 y derrotaron a Santa Anna en la batalla de Angostura al sur de Saltillo el 23 de febrero de 1847. Scott y su ejército sometieron a Veracruz a fines de marzo y emprendieron la marcha hacia la ciudad de México, logrando en su trayecto triunfos importantes. El 15 de septiembre, tras una defensa sangrienta y heroica, la capital mexicana cayó ante el invasor. Muy pronto iniciaron las negociaciones de paz y culminaron con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo el 2 de febrero de 1848, poniendo fin al conflicto. El acuerdo obligó a México a ceder las tierras de Nuevo México y California, alrededor de la mitad de su territorio. Los Estados Unidos, por su parte, aceptó pagar una indemnización de 15 millones de dólares y se comprometió a respetar los derechos de los mexicanos que elegían quedarse en el lado estadounidense de la nueva frontera. La pérdida para México fue onerosa, pero entre las cenizas de esta derrota dolorosa y humillante, logró evitar el desmembramiento del resto de su territorio como algunos temían. Asimismo, el país obtuvo dos lecciones valiosas. Una consistió en la realización de una intensa reflexión sobre las razones por las que había fracasado. Este análisis aceleró la llegada de La Reforma, un movimiento que transformaría profundamente al país. La segunda lección consistió en el surgimiento de un espíritu nacionalista que sostendría a los mexicanos en un momento de gran peligro años después durante la Intervención francesa. NUEVO LEÓN DURANTE LA GUERRA Nuevo León fue uno de los estados mexicanos más afectados por la invasión norteamericana y sufrió una larga ocupación que duró de septiembre de 1846 a junio de 1848. La vida diaria de los habitantes de la región previo a la invasión era severa ya que sufrían sequías periódicas, epidemias devastadoras y los ataques de indios bárbaros que asolaban la región. La invasión norteamericana sería un flagelo más. Después de la independencia y a lo largo del período antes de la guerra, Nuevo León fue gobernado por una clase política de dirigentes pragmáticos que lograron mantener la paz y la estabilidad en la región a pesar de la turbulencia que imperaba en buena parte del resto del país. Pero los acontecimientos se aceleraron en los años 40 y el estado fue arrojado a una guerra que no buscó y para la cual no estaba preparado. El Ejército del Norte, enviado a defender Monterrey, la capital del estado, carecía de municiones y transporte y las fuerzas auxiliares, constituidas por civiles, carecían de caballos, armas y la preparación militar más elemental para enfrentar a los invasores. La organización militar padeció de un desorden completo ya que entraban y salían jefes y se interrumpía la continuidad en la planeación y preparación militar. Pedro de Ampudia, el comandante encargado de la defensa de Monterrey cuando Taylor inició el ataque, era un militar que provocaba rechazo entre los políticos del estado y no pocos de los oficiales de su propio ejército. Él modificó el plan de fortificaciones laboriosamente elaborado por su antecesor y alteró la estrategia de la defensa provocando confusión entre la población. Monterrey celebraba su 250 aniversario el 20 de septiembre de 1846 cuando las fuerzas estadounidenses llegaron y rodearon la ciudad. La batalla comenzó al día siguiente y después de tres días de una lucha feroz, Ampudia entregó la ciudad. Algunos, como el gobernador de Nuevo León, Francisco de Paula Morales, culparon a Ampudia por la derrota. Otros la explicaron dentro de una perspectiva más amplia. Manuel Balbontín, un integrante del ejército que observó los acontecimientos, escribió que la inestabilidad y falta de organización contribuyeron a la caída de Monterrey. Estos factores indudablemente influyeron ya que en los cinco meses previos a la batalla, el mando del ejército cambió cuatro veces y en los treinta días antes del sitio de la capital hubo cuatro gobernadores, tres de ellos nombrados por el desesperado gobierno central. Para muchos pobladores la ocupación norteamericana fue un calvario. El problema principal se debió al comportamiento destructivo de los voluntarios que formaban parte importante de las tropas de Taylor. Muchos de ellos habían venido a México buscando venganza por las atrocidades que había cometido el ejército de Santa Anna en Texas una década antes. Cometieron tantos abusos y depredaciones que Taylor tuvo que aplicar medidas estrictas para detenerlos. Los habitantes de los ranchos y haciendas también enfrentaron problemas graves durante la ocupación ya que fueron vejados tanto por las fuerzas norteamericanas como por los grupos guerrilleros mexicanos. Estas bandas, organizadas con el propósito de combatir a los invasores, comúnmente se dedicaban a asaltar y despojar a sus compatriotas. Este problema no pudo ser resuelto por un gobierno estatal que prácticamente desapareció durante el año caótico de 1847. El gobernador Morales salió de la capital y después abandonó su puesto porque las condiciones imposibilitaron la gobernabilidad. Las autoridades municipales fueron dejadas a su suerte hasta que se firmó el Tratado de Guadalupe Hidalgo en febrero de 1848 y el gobierno del estado regresó al poder. El impacto de la ocupación norteamericana en el estado no fue homogéneo. Algunos municipios como Cerralvo, Marín y Monterrey fueron fuertemente afectados, mientras otros del sureste y sur del estado mantuvieron la paz y tranquilidad sin afectar sus ritmos de trabajo y producción. De hecho, algunos de los productores se beneficiaron vendiendo sus productos al ejército invasor. Después de casi dos años, las fuerzas estadounidenses abandonaron Monterrey en junio de 1848. El gobierno y el pueblo iniciaron la difícil labor de reconstrucción. La invasión y la ocupación pasaron a formar parte de la historia y de la memoria colectiva del pueblo de Nuevo León. Miguel Ángel González Quiroga Universidad Autónoma de Nuevo León