DEDICACION DEL TEMPLO Y CONSAGRACIÓN DE UN ALTAR 1*-­‐ INTRODUCCION Una mirada al mundo en que vivimos nos hace descubrir que muchos de nuestros contemporáneos apenas si rebasan el aspecto humano de la Iglesia como grupo socialmente conocido y estructurado, de hombres unidos por creencias y por el culto, con una proyección caritativa y para muchos con afán expansionista, pero la visión de la Iglesia es mucho más profunda que la pura lectura superficial y con frecuencia manipulada por ideologías militantes de carácter secularistas y ateas. La simple lectura de las Sagradas Escrituras designa a la Iglesia como misterio oculto en otro tiempo en Dios, pero hoy descubierto y en parte realizado (Ef 1, 9s; Rom 16, 25s). Misterio de un pueblo todavía pecador, pero que posee las arras de la salud, porque es la extensión del cuerpo de Cristo, el hogar del amor; misterio de una institución humano-­‐divina en la que el hombre puede hallar la luz, el perdón y la gracia. A esta realidad los primeros cristianos le llamaron en griego Ekklesia, con esta palabra se designa una asamblea convocada para el culto (Dt 23; 1re 8; Sal 22, 26; cf. León Dufour, vocabulario de teología bíblica). Hemos de conocer con profundidad el misterio de la Iglesia, para amarla, sentir con ella y vivir la experiencia gozosa de pertenecer al pueblo de Dios, ¿qué significa en profundidad proclamar “creo en la santa Iglesia Católica?. Una síntesis magistral es la siguiente, perteneciente al papa Benedicto: “la Iglesia que es comunidad e institución, familia y misión, creación de Cristo por su Santo Espíritu y a la vez resultado de quienes la conformamos con nuestra santidad y con nuestros pecados. Así lo ha querido Dios, que no tiene reparo en hacer de pobres y pecadores sus amigos e instrumentos para la redención del género humano. La santidad de la Iglesia es ante todo la santidad objetiva de la misma persona de Cristo, de su evangelio y de sus sacramentos, la santidad de aquella fuerza de lo alto que la anima e impulsa. Nosotros debemos ser santos para no crear una contradicción entre el signo que somos y la realidad que queremos significar” (Homilía a seminaristas en la Almudena 20-­‐8-­‐2011). La dimensión simbólica del edificio de un templo y de su altar nos hace descubrir que donde Dios habita, reconocemos que todos estamos “en casa”; donde Cristo habita, sus hermanos cada uno de nosotros no le somos extraños, porque constituimos la familia de Dios, al ser hijos en el Hijo. Sugero, el abad de San Denis en Francia en el 1254, se expresa así: Señor Jesucristo, mediante la unción del Santo 1 Crisma y la recepción de la eucaristía tú has reunido lo material a lo inmaterial, lo corporal a lo espiritual, lo humano a lo divino. Con estas bendiciones visibles tú restauras invisiblemente y al mismo tiempo transformas maravillosamente el reino presente en reino celeste (Sugero, De consecratione, PL 186, 1254) Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre. (San Cipriano de Cartago 200-­‐258). Cuando, al poco tiempo de la paz constantiniana (a. 313), se vio por todas partes cómo surgían las basílicas cristianas, lugares de celebración, su dedicación constituyó ante todo una fiesta del pueblo de Dios, una manifestación espléndida y gozosa de la Iglesia recién salida de la persecución. El rito de la dedicación fue enriqueciéndose poco a poco a través de los siglos hasta el día de hoy. Los ritos y las oraciones de dedicación constituyen una teología del misterio de la Iglesia, cuyo nombre se aplica al pueblo reunido antes que al edificio destinado a acoger a la asamblea. Por ello, una lectura contemplativa de la oración de la dedicación de un templo nos sumerge en el misterio de Dios presente en el misterio del Cuerpo Místico. Veámosla: 2*-­‐ ORACIÓN DE DEDICACIÓN Oh Dios, santificador y guía de tu Iglesia, celebramos tu nombre con alabanzas jubilosas, porque en este día tú pueblo quiere dedicarte, para siempre con rito solemne, esta casa de oración, en la cual te honra con amor, se instruye con tu palabra y se alimenta con tus sacramentos. Este edificio hace vislumbrar el misterio de la Iglesia, a la que Cristo santifico con su sangre, para presentarla ante sí como Esposa llena de gloria, como Virgen excelsa por la integridad de la fe, y Madre fecunda por el poder del espíritu. Es la Iglesia santa, la viña elegida de Dios, cuyos sarmientos llenan el mundo entero, cuyos renuevos, adheridos al tronco, son atraídos hacia lo alto, al reino de los cielos. Es la Iglesia feliz, la morada de Dios con los hombres, el templo santo, construido con piedras vivas, sobre el cimiento de los apóstoles, con Cristo Jesús como suprema piedra angular. 2 Es la Iglesia excelsa, la ciudad colocada sobre la cima de la montaña, accesible a todos, y a todos patente, en la cual brilla perenne la antorcha del Cordero y resuena agradecido el cántico de los bienaventurados. Te suplicamos, pues, Padre Santo, que te dignes impregnar con santificación celestial esta Iglesia y este altar, para que sean siempre lugar santo y una mesa siempre lista para el sacrificio de Cristo. Que en este lugar el torrente de tu gracia lave las manchas de los hombres, para que tus hijos, Padre, muertos al pecado, renazcan a la vida nueva. Que tus fieles, reunidos junto a este altar, celebren el memorial de la Pascua y se fortalezcan con la Palabra y el Cuerpo de Cristo. Que resuene aquí la alabanza jubilosa que armoniza las voces de los ángeles y de los hombres, y que suba hasta ti la plegaria por la salvación del mundo. Que los pobres encuentren aquí misericordia, los oprimidos alcancen la verdadera libertad, y todos los hombres sientan la dignidad de ser hijos tuyos, hasta que lleguen, gozosos, a la Jerusalén Celestial. Una visión y profundización en los símbolos con los que se describe a la Iglesia en la Sagrada Escritura, enriquece nuestro ser cristiano y nos introduce a la vez en el misterio. Estas imágenes están tomadas del Antiguo Testamento y constituyen variaciones de una idea de fondo, la del Pueblo de Dios, en el Nuevo Testamento todas estas imágenes que vamos a ver adquieren un nuevo centro: “Cristo”. La Iglesia, en efecto, “es redil cuya puerta única y necesaria es Cristo” (Jn 10, 1-­‐10). Es también “el rebaño cuyo pastor será el mismo Dios” (Is 40, 11; Ez 34, 11-­‐31). Aunque son pastores humanos quienes gobiernan a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que sin cesar las guía y alimenta; El, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores, que dio su vida por las ovejas (Jn 10, 11-­‐15; 1Ped 5, 4). La Iglesia es “labranza o campo de Dios” (1Cor 3, 9). En este campo crece el antiguo olivo cuya raíz santa fueron los patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la reconciliación de judíos y gentiles (Rom 11, 13-­‐26). El labrador del cielo la plantó como viña selecta (Mt 21, 33-­‐43; Is 5, 1-­‐7). La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en él por medio de la iglesia y que sin él no podemos hacer nada (Jn 15, 1-­‐5). 3 También muchas veces a la Iglesia se la llama “construcción de Dios” (1Cor 3, 9). El mismo Señor se comparó a la piedra que desecharon los constructores, pero que se convirtió en la piedra angular (Mt 21, 42; Hech 4, 11; 1Ped 2, 7; Sal 118, 22). Los apóstoles construyen la iglesia sobre ese fundamento (1Cor 3, 11), que le da solidez y cohesión. Esta construcción recibe diversos nombres: “casa de Dios” (1Tim 3, 15) en la que habita su familia, “habitación” de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-­‐22), “tienda” de Dios entre los hombres (Ap 21, 3), y sobre todo, “templo santo”. Representado en los templos de piedra, los Padres de la Iglesia cantan sus alabanzas y la liturgia, con razón, la compara a la “ciudad santa”, a la “nueva Jerusalén”. En ella, en efecto, nosotros como piedras vivas entramos en su construcción en este mundo (1Ped 2, 5). San Juan ve en el mundo renovado bajar del cielo, de junto a Dios, esta ciudad santa arreglada como una esposa embellecida para su Esposo (Ap 21, 1-­‐2). La Iglesia es llamada también “la Jerusalén de arriba” y “madre nuestra” (Gál 4, 26; Ap 12, 17), y se la describe como “esposa inmaculada” del Cordero inocente (Ap 19, 7; 21, 2-­‐9; 22, 17). Cristo la amó y se entregó por ella para santificarla (Ef 5, 25-­‐26); se unió a ella en alianza indisoluble, la alimenta y la cuida sin cesar (Ef 5, 29; Cf. LG 6; CIC 753-­‐757). Para penetrar aún más en el misterio de la Iglesia hemos de ver también su origen, fundación y misión afirmando antes que nada, que su origen se encuentra en el designio de la Santísima Trinidad y su realización progresiva en la historia. El Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmatica Lumen gentium 2, nos hace contemplar este designio maravilloso de Dios en Cristo y en la fuerza del Espíritu, nos dirá: “El Padre eterno creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa de su sabiduría y bondad. Decidió elevar a los hombres a la participación de la vida divina” a la cual llama a todos los hombres en su Hijo: dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia. Esta “familia de Dios” se constituye y se realiza gradualmente a lo largo de las etapas de la historia humana, según las disposiciones del Padre: en efecto, la Iglesia ha sido “prefigurada “ya desde el origen del mundo y preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza; constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos”. La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano (LG 1). Al llamarla sacramento estamos indicando que ella tiene la misión de prolongar y visibilizar la acción salvífica de Cristo en el mundo. Es el Pueblo de Dios que camina en la historia construyendo el Reino de Dios, un pueblo sacerdotal, profético y real (1Ped 2, 9). La Iglesia es el Cuerpo de Cristo y por ello vive de Él y por El y El vive con ella y en ella. También la Iglesia es la Esposa de Cristo, Él la ha amado y se ha entregado por ella. La ha purificado por medio de su sangre. Ha hecho de ella la Madre fecunda de 4 todos los hijos de Dios. Es así mismo, el Templo del Espíritu Santo. El Espíritu es el alma de la iglesia, principio de su vida, de la unidad en la diversidad y de la riqueza de sus dones y carismas (Cf. CIC 802-­‐810). Por todo ello, proclamamos con alegría que la Iglesia es: “una, santa, católica y apostólica” (Cf. CIC 866-­‐870). Estas notas esenciales de la iglesia están inseparablemente unidas entre sí e indican rasgos fundamentales de su ser y misión, no los posee por sí misma; es Cristo, quien por el Espíritu Santo, la constituye en una, santa, católica y apostólica. Sólo desde la fe podemos reconocer estas propiedades por su origen divino. Pero en concreto ¿qué significan en profundidad?, veámoslo aunque sea brevemente: La Iglesia es UNA: tiene un solo Señor, confiesa una sola fe, nace de un solo bautismo, no forma más que un solo Cuerpo, vivificado por un solo Espíritu, orientada a una única esperanza a cuyo término se superarán todas las divisiones (CIC 811-­‐822; 866). La Iglesia es SANTA: Dios Santísimo es su autor; Cristo, su Esposo que se entrego por ella para santificarla; el Espíritu de santidad la vivifica. Aunque comprenda pecadores, ella es “ex maculatis inmaculata”. En los santos brilla su santidad; en María es ya la enteramente santa (CIC 823-­‐829; 867). La Iglesia es CATOLICA: anuncia la totalidad de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de los medios de salvación; es enviada a todos los pueblos; se dirige a todos los hombres; abarca todos los tiempos; “es por su propia naturaleza, misionera y universal” (CIC 830-­‐856; 868). La Iglesia es APOSTOLICA: está edificada sobre sólidos cimientos: “los doce Apóstoles del Cordero” (Ap 21, 14); es indestructible (Mt 16, 18); se mantiene infaliblemente en la verdad: Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás apóstoles, presentes en sus sucesores, el papa y el colegio de los obispos (CIC 857-­‐865; 869). 3*-­‐ RITUAL DE LA DEDICACIÓN DE UNA IGLESIA I. Naturaleza y dignidad de las iglesias 1. Por su muerte y resurrección, Cristo se convirtió en el verdadero y perfecto templo de la Nueva Alianza y congregó al pueblo adquirido por Dios. Este pueblo santo, unificado por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, es la Iglesia o sea el templo de Dios edificado con piedras vivas, donde el Padre es adorado en espíritu y en verdad. Por tanto, con razón, desde antiguo se llamó también «Iglesia» al edificio en el que la 5 comunidad cristiana se congrega para escuchar la Palabra de Dios, orar unida, recibir los sacramentos y celebrar la Eucaristía. 2. Por el hecho de ser un edificio visible, esta casa es un signo peculiar de la Iglesia que peregrina en la tierra y una imagen de la Iglesia que ya ha llegado al cielo. Según una costumbre muy antigua de la Iglesia, es conveniente dedicarla al Señor con un rito solemne al erigirla como edificio destinado exclusiva y establemente a reunir al Pueblo de Dios y celebrar los sagrados misterios. 3. La Iglesia, como lo exige su naturaleza, debe ser adecuada para las celebraciones sagradas, decorosa, que resplandezca por una noble belleza y no por la mera suntuosidad; sea un símbolo y signo de las cosas celestiales. «Por consiguiente, la disposición general del edificio sagrado conviene que se haga como una imagen del pueblo congregado, que permita su ordenada colocación y favorezca la ejecución de los oficios de cada uno». Además, en lo que se refiere al presbiterio, al altar, a la sede, al ambón y al lugar de la reserva del Santísimo Sacramento, obsérvense las disposiciones de las Normas generales del Misal Romano. Obsérvese también diligentemente lo referente a las cosas y lugares destinados a la celebración de los demás sacramentos, especialmente al Bautismo y la Penitencia. II. Titular de la Iglesia y reliquias de los Santos que se colocarán en ella. 4. Toda Iglesia que se dedica debe tener un titular que será, o la Santísima Trinidad; o nuestro Señor Jesucristo, bajo alguna advocación de un misterio de su vida o de un nombre ya utilizado en la liturgia; o el Espíritu Santo; o la Santísima Virgen María, bajo alguna advocación ya admitida en la liturgia; o los Santos Ángeles; o, finalmente, algún Santo inscripto en el Martirologio Romano o en su Apéndice legítimamente aprobado. Un Beato no puede ser titular de una iglesia sin indulto apostólico. El titular de la Iglesia debe ser uno solo, a no ser que se trate de Santos que están inscriptos conjuntamente en el Calendario. 5. Oportunamente se conservará la tradición de la Liturgia Romana de depositar debajo del altar reliquias de Mártires o de otros Santos. Pero se tendrá en cuenta lo siguiente: a) las reliquias deben ser de tamaño tal que se pueda percibir que son partes de un cuerpo humano. Se evitará, por tanto, depositar reliquias demasiado pequeñas. b) investíguese con sumo cuidado que las reliquias sean auténticas. Es mejor dedicar un altar sin reliquias que depositar algunas de dudosa procedencia. c) el cofre de las reliquias ha de colocarse debajo de la mesa. III. Celebración de la Dedicación MINISTERIO DEL RITO 6. Corresponde al Obispo, a quien ha sido encomendado el ministerio pastoral de una Iglesia particular, dedicar las nuevas iglesias erigidas en su diócesis. Con todo, si él no puede presidir el rito, encomendará este oficio a otro Obispo, sobre todo al que le ayude en el ministerio pastoral. 6 ELECCIÓN DEL DÍA 7. Para dedicar una iglesia nueva elíjase un día en que sea posible la concurrencia de gran número de fieles, sobre todo en día domingo. La celebración no puede realizarse en aquellos días en los que se conmemora un misterio que de ninguna manera puede ser dejado de lado: Triduo Pascual, Navidad del Señor, Epifanía, Ascensión, Pentecostés, Miércoles de Ceniza, Semana Santa, Conmemoración de todos los fieles difuntos. MISA DE LA DEDICACIÓN 8. La celebración de la Misa está íntimamente unida al rito de la dedicación; por tanto, en lugar de los textos del día, se utilizarán los textos propios, tanto para la Liturgia de la Palabra como para la Liturgia de la Eucaristía. OFICIO DE LA DEDICACIÓN 9. El día en que se dedica una Iglesia debe ser considerado como solemnidad en la misma. PARTES DEL RITO DE LA DEDICACIÓN A. Entrada en la iglesia 11. El rito comienza con la entrada en la Iglesia, la cual puede hacerse de tres formas. Se utilizará aquella que parezca más apropiada a las circunstancias de tiempo y lugar: – Procesión hacia la Iglesia que se va a dedicar: el pueblo se reúne en una Iglesia cercana o en otro lugar adecuado, desde donde el Obispo, los ministros y los fieles se dirigen orando y cantando. – Entrada solemne: si no puede hacerse la procesión o no parece oportuna, la comunidad se congrega en la entrada de la Iglesia. – Entrada simple: los fieles se congregan dentro de la Iglesia; el Obispo, los concelebrantes y los ministros salen de la sacristía como de costumbre. Dos ritos sobresalen en la entrada a la nueva iglesia: a) La entrega de la Iglesia: los representantes de quienes colaboraron en la construcción de la nueva Iglesia la entregan al Obispo. b) La aspersión de la Iglesia: el Obispo bendice el agua y con ella rocía al pueblo, que es el templo espiritual, las paredes de la Iglesia y el altar. B. Liturgia de la Palabra 12. En la Liturgia de la Palabra se proclaman tres lecturas, tomadas de las que se proponen en el Leccionario Santoral y Misas diversas para el Rito de la dedicación de una Iglesia. 13. Después de las lecturas, el Obispo tiene la homilía en la que ilustra los textos 7 bíblicos y el sentido de la dedicación de la iglesia. Siempre se dice el Credo. Se omite la oración de los fieles, ya que en su lugar se cantan las Letanías de los Santos. C. Plegaria de la Dedicación. Unción de la Iglesia y del altar Colocación de las reliquias de los Santos 14. Después del canto de las Letanías, se colocan, si es el caso, las reliquias de un Mártir para significar que el sacrificio de los miembros ha tomado su principio del sacrificio de la Cabeza. Donde no se tienen reliquias de algún Mártir, pueden colocarse las de otro Santo. Plegaria de Dedicación 15. La celebración de la Eucaristía es lo máximo del rito y el único necesario en la dedicación de una Iglesia; con todo, de acuerdo con la común tradición de la Iglesia, tanto del Oriente como del Occidente, se dice también una especial Plegaria de Dedicación, mediante la cual se expresa el propósito de dedicar para siempre la iglesia al Señor y se pide su bendición. Ritos de la unción, incensación, revestimiento e iluminación del altar 16. Los ritos de la unción, incensación, revestimiento e iluminación del altar expresan con signos visibles algo de aquella invisible obra que realiza Dios por medio de la Iglesia que celebra los sagrados misterios, sobre todo la Eucaristía. a) Unción del altar y de las paredes de la iglesia: – Por la unción del Crisma, el altar se convierte en símbolo de Cristo, que es y se llama por excelencia el «Ungido»; en efecto, el Padre por el Espíritu Santo lo ungió y lo constituyó Sumo Sacerdote, que ofreció en el altar de su cuerpo el sacrificio de su vida para la salvación de todos los hombres. – La unción de la Iglesia significa que se la dedica plena y perpetuamente para el culto cristiano. Se hacen doce unciones, según la tradición litúrgica, o cuatro, según las circunstancias, con las que se significa que la iglesia es una imagen de la santa ciudad de Jerusalén. b) el incienso se quema sobre el altar para significar que el sacrificio de Cristo, que allí se perpetúa místicamente, sube a Dios como suave perfume, y para expresar que las oraciones de los fieles, propiciatorias y agradecidas, llegan hasta el trono de Dios. La incensación de la nave de la iglesia indica que por la dedicación se convierte en casa de oración; pero se inciensa en primer lugar al Pueblo de Dios: él es, en efecto, el templo vivo en el que cada uno de los fieles es un altar espiritual. c) el revestimiento del altar indica que el altar cristiano es el ara del sacrificio eucarístico y la mesa del Señor, alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles, en una única y misma acción, pero con diverso ministerio, celebran el Memorial de la muerte y resurrección de Cristo y comen la Cena del Señor. Por eso, el altar, como mesa del banquete sacrificial, se reviste y adorna festivamente. Así se hace patente que el altar es la Mesa del Señor a la que gozosamente llegan todos los fieles para nutrirse con el 8 divino alimento, esto es, con el Cuerpo y la Sangre de Cristo inmolado. d) La iluminación del altar, seguida de la iluminación de la iglesia, recuerda que Cristo es «la Luz para iluminar a las naciones», con cuya claridad resplandece la Iglesia y por ella toda la familia humana. D. Celebración de la Eucaristía 17. Preparado el altar, el Obispo celebra la Eucaristía, que es la parte principal y más antigua de todo el rito. En efecto, la celebración de la Eucaristía concuerda perfectamente con el rito de la dedicación: – por la celebración del rito eucarístico se alcanza el fin principal para el que se edifica una iglesia y se erige un altar y se manifiesta con signos preclaros; – además, la Eucaristía, que santifica los corazones de quienes la reciben, consagra en cierta manera el altar y el lugar de la celebración. 4*-­‐ RITUAL DE LA DEDICACIÓN DE UN ALTAR NATURALEZA DE LA DEDICACIÓN DE UN ALTAR 1. Los antiguos Padres de la Iglesia, meditando la Palabra de Dios, no dudaron en afirmar que Cristo fue el sacerdote, la víctima y el altar de su propio sacrificio. En efecto, la carta a los Hebreos presenta a Cristo como el Sumo Sacerdote y, al mismo tiempo, como el Altar vivo del Templo celestial; en el Apocalipsis nuestro Redentor aparece como el Cordero muerto, cuya oblación es llevada al altar del cielo por manos del Ángel de Dios. EL CRISTIANO: ALTAR ESPIRITUAL 2. Puesto que Cristo, Cabeza y Maestro, es altar verdadero, también sus miembros y discípulos son altares espirituales, en los que se ofrece a Dios el sacrificio de una vida santa. Esto lo afirmaron ya los Santos Padres: San Ignacio de Antioquía ruega a los Romanos: «No podríais otorgarme otra cosa mejor que el ser inmolado para Dios, mientras el altar está aún preparado». San Policarpo amonesta a las viudas que vivan santamente, porque «son el altar de Dios». A estas voces se unen, entre otros, San Gregorio Magno que enseña: «¿Qué es el altar de Dios, sino el espíritu de los que viven bien?… Con razón, entonces, el corazón (de los justos) es llamado altar de Dios».7 O, según otra imagen célebre entre los escritores de la Iglesia, los cristianos que se dedican a la oración, que ofrecen sus plegarias a Dios e inmolan las víctimas de las súplicas, son las piedras vivas con las cuales el Señor Jesús edifica el altar de la Iglesia. EL ALTAR: MESA DEL SACRIFICIO Y DEL BANQUETE PASCUAL 3. Cristo el Señor al instituir el memorial del sacrificio que había de ofrecer al Padre en el ara de la cruz, bajo la forma de un banquete sacrificial, convirtió en sagrada la mesa alrededor de la cual se reunirían los fieles para celebrar su Pascua. En efecto, el altar es mesa de sacrificio y de banquete en la que el sacerdote, representando a Cristo el Señor, hace lo mismo que él hizo y ordenó a sus discípulos que lo hicieran en 9 su memoria. Todo esto fue resumido admirablemente por el Apóstol San Pablo, cuando dice: «El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo?; y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, aunque somos muchos, todos nosotros formamos un solo cuerpo, porque participamos de un único pan». EL ALTAR: SÍMBOLO DE CRISTO 4. Los hijos de la Iglesia pueden, según las circunstancias, celebrar en cualquier lugar el memorial de Cristo y sentarse a la mesa del Señor. Pero concuerda con el misterio eucarístico que los fieles cristianos erijan un altar estable para celebrar la Cena del Señor; lo que ya se hizo desde los tiempos antiguos. El altar cristiano es, por su misma naturaleza, la mesa peculiar del sacrificio y del banquete pascual: – ara peculiar donde se perpetúa sacramentalmente el sacrificio de la cruz, hasta que Cristo vuelva; – mesa junto a la cual se reúnen los hijos de la Iglesia para dar gracias a Dios y recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por eso, en todas las Iglesias el altar es «el centro de la acción de gracias que se realiza por la eucaristía», alrededor del cual se ordenan, de un modo u otro, los demás ritos de la Iglesia. Por cuanto en el altar se celebra el memorial del Señor y se entrega a los fieles su Cuerpo y su Sangre, los escritores de la Iglesia han visto en él como un símbolo del mismo Cristo. De ahí la expresión: «El altar es Cristo». EL ALTAR: HONOR DE LOS MÁRTIRES 5. Toda la dignidad del altar reside en que es la mesa del Señor. Por tanto, no son los cuerpos de los Mártires los que honran el altar, sino más bien el altar el que dignifica el sepulcro de los Mártires. Para honrar los cuerpos de los Mártires y de otros Santos, y para significar que el sacrificio de los miembros tuvo su origen en el sacrificio de la Cabeza, es conveniente edificar los altares sobre sus sepulcros o colocar sus reliquias debajo de los altares, de tal modo que «en el lugar donde Cristo es la hostia, se pongan las víctimas triunfales. Pero Cristo sobre el altar, ya que padeció por todos; ellos debajo del altar, ya que han sido redimidos por la pasión de aquél». Esta disposición parece recordar, en cierto modo, aquella visión espiritual del Apóstol San Juan en el Apocalipsis: «Vi debajo del altar las almas de los que fueron inmolados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús». Porque, aunque todos los Santos son llamados correctamente testigos de Cristo, sin embargo, el testimonio de la sangre tiene una fuerza peculiar que sólo expresan, íntegra y plenamente, las reliquias de los Mártires colocadas bajo el altar. Manuel Ángel Santiago Gutiérrez, Presbítero 10