LA HUELLA CLUNIACENSE 0 CLUNY Y EL CAMINO DE SANTIAGO Ante todo, mi más cordial saludo a todos los aquí presentes y expresarles el gozo que me proporciona estar aquí en esta tarde, en medio de un auditorio tan selecto y distinguido. Cuando hace unos meses se me ofreció la oportunidad de impartir esta conferencia, acepté con mucho gusto, dado el cúmulo de circunstancias que convergen: - Ante todo, el hecho de ser el presente 2010 Ano Santo Compostelano, realzado con la visita del Sto. Padre Benedicto XVI a Santiago de Compostela. - El hecho de haber nacido en pleno Camino de Santiago, nada menos que en Burguete-Roncesvalles. - El celebrarse también en este ano jacobeo las Bodas de Oro de la Coronación de la Virgen de Roncesvalles, llamada "Regina Peregrinorum". - El ser monje benedictino y Cluniacense también. - Y finalmente, la conmemoración en el presente ano del XI Centenario de la fundación de la célebre Abadía de Cluny, llamada con toda propiedad, "Ciudadela de Dios". Por todo esto, no podía negarme a compartir con todos Vds. este encuentro, en el que participan no pocos amigos y conocidos y hasta algún familiar. Muchas gracias, pues a todos, y durante estos minutos me gustaría hacer realidad aquel consejo de un monje cluniacense que decía: "Resume tu discurso, di mucho resumidamente, muéstrate a la vez inteligente y prudente". Es lo que desearía hacer en este gozoso momento que voy a compartir con todos ustedes. Ante todo se impone una aclaración: La historia de Cluny no puede ser presentada aquí, ni resumida; ni la vida de los monjes cluniacenses debidamente evo-cada. Se trata de un tema tan denso y profundo, que no es fácil sintetizarla. Tenemos, pues, que limitarnos a dar unas pinceladas; pero eso sí: ello va a ser suficiente para mostrar la importancia de este movimiento eclesial y monástico sin parangón. En el ano 910, un poderoso señor llamado Guillermo el Piadoso, duque de Aquitania, tuvo la feliz idea de construir el monasterio de Cluny, a la orilla del Grosne, en los confines de la Borgoña, donde los monjes sirviesen al Señor según el espíritu de la verdadera perfección monástica. Este diminuto árbol de mostaza se iba a convertir en un árbol gigantesco, según el testimonio del Papa Urbano II, que, aunque hijo de la casa afirmó de Cluny: "La Congregación de Cluny, más favorecida que ninguna otra por la gracia divina, brilla en la tierra como el sol en el firmamento; a ella deben aplicarse en nuestros días aquellas palabras del Salvador: "Vosotros sois la luz del mundo". Dos papas, San Gregorio VII y Urbano II, son monjes de Cluny. Este último fue quien consagró la basílica cluniacense. El papa Gelasio II se retiró a morir entre los monjes cluniacenses y allí mismo se celebró el cónclave que le dio sucesor. Los Soberanos Pontífices dispusieron que en los archivos de Cluny se guardasen copias de los principales documentos de la Santa Sede. Y hay que comenzar diciendo que pocos movimientos religiosos han dejado una huella tan profunda en la historia y en la espiritualidad de la Iglesia, como Cluny. Esta celebérrima abadía borgoñona, se constituyó no sólo como el centro del monacato benedictino, sino incluso de la cristiandad occidental. Con toda razón se la llegó a llamar la segunda Roma. 1 Pero es bueno y conveniente que retrocedamos un tiempo para dar con las causas y motivaciones que propiciaron la intervención y el éxito de Cluny: A mediados del siglo IX, prácticamente toda Europa es cristiana y ha hecho suya la cultura grecorromana. En este proceso de cristianización y culturización ocupan un lugar muy destacado los monjes benedictinos. Incluso a regiones como la Península Ibérica e Irlanda que contaban con un monacato autóctono pujante, ha llegado la influencia del ideal monástico-benedictino y monasterios de monjes y monjas, han ido cubriendo materialmente Europa. Pero a finales del mismo siglo IX, tanto el futuro del monacato como de la misma cristiandad en general, se presenta incierto y por las mismas causas. Éstas son unas externas: crisis política, guerras intestinas, inseguridad social, hundimiento del Imperio Carolingio, invasiones de normandos, sarracenos y húngaros etc. y también causas internas: pérdida de la identidad de la Iglesia y como consecuencia, del monacato que era la fuerza más activa en esos momentos; la interferencia de lo político y lo religioso que trajo como consecuencia el sometimiento de la Iglesia a los poderes civiles y la absurda transformación de los jerarcas eclesiásticos en señores feudales. Pero precisamente éste fue el clima en el que fraguaron los intentos de reforma; y estos intentos fraguaron antes que en ninguna parte en los medios y ambientes monásticos. El pionero de este movimiento de retorno a las fuentes para regenerar el monacato, fue San Benito de Aniano, muerto en el 821. Antes de ser monje se llamaba Witiza. Su programa consistía en implantar en toda su pureza la práctica de la Regla Benedictina. Naturalmente - y como ha pasado en todas las épocas- ello suponía enfrentarse con un status social y eclesial por todos admitido como normal. Todo ello exige unos planteamientos y un programa radical: La radicalidad de la vivencia monástica; la vuelta al trabajo manual y la Dedicación casi total del monje a la liturgia como quiere San Benito. Pero este programa de San Benito de Aniano, tendrá que esperar casi un siglo hasta que fragüe y se convierta en un movimiento de ámbito eclesial. El alma de esta renovación será la Abadía Borgoñona de Cluny, fundada en 910. Un conjunto de circunstancias que difícilmente se dan juntas elevó esta reforma monástica a una brillantez y a un éxito sin precedentes. Siguiendo las líneas maestras de San Benito de Aniano, se presenta un programa sencillo: volver a la trilogía monástica del silencio, la oración y el trabajo, así como también de una rigurosa penitencia. Pero sobre todo, de la liturgia: la solemne celebración del culto adquieren en Cluny un relieve excepcional, alternando con la lectio divina y el estudio. El esplendor y la majestad de las ceremonias, la riqueza de los ornamentos y vasos sagrados, la belleza del templo, el número de monjes -hasta 300- harían de la liturgia de Cluny un trasunto de aquella otra celestial. Esta solemne y prolongada celebración de la liturgia, se realizaba en bellas iglesias románicas, decoradas suntuosamente. Pero Cluny fue aún más lejos: su extraordinario desarrollo puede explicarse por la excepcional situación histórica donde se encontró insertada en el s. X; y su auge prodigioso se comprende también por la entera libertad, tanto sobre el plano temporal como sobre el plano espiritual: era uno de los dos objetivos fundamentales en los que basó su reforma: ser fieles a la Regla de San Benito y liberarse de la plaga de las intromisiones de personas influyentes en los asuntos internos de las comunidades, tales como el nombramiento de abades. Por eso, Cluny consigue el privilegio de la exención en lo material y en lo espiritual. Cluny no reconoce más autoridad superior que la del Papa y los bienes de sus monasterios son "bienes de San Pedro". Con esta fórmula se consiguió poner a salvo 2 estos bienes de las apetencias de los reyes, de los nobles e incluso de los obispos. Al ser colocado bajo la dependencia y la protección directas de la Iglesia de Roma, con el tiempo vinieron a añadirse toda una serie de privilegios, que acabarán en la constitución de un verdadero cuerpo autónomo dentro de la Iglesia y dentro de la sociedad: el Ecclesia Cluniacensis. Consigue también que los abades sean elegidos directamente por la Comunidad y cuando esto no sea posible por imperativo de las costumbres, opta porque los superiores sean sólo Priores, nombrados por el Abad de Cluny. El éxito de de Cluny se debió a diversos factores: De una parte, sus ideales religiosos sintonizaban con los ideales de la sociedad de entonces o eran una reacción evangélica frente a los males de esa sociedad. Pero las causas tanto de su prosperidad espiritual, como de su rápida expansión que podríamos llamar el "secreto de Cluny", por repetir el título de un bello libro de Raymond Oursel, radican sin duda en haber contado con una serie de abades excepcionales, tanto por su santidad como por sus dotes de gobierno, así como por la duración de sus abadiatos. Son los cinco santos abades cluniacenses: Odón, Máyolo, Odilón, Hugo y Pedro el Venerable. Sus largos y fecundos abadiatos dirigirán los destinos de la célebre Abadía por espacio de casi dos siglos y medio. Y lógicamente, su santidad y sus méritos a los ojos de Dios y de los hombres, les valieron la aureola de santos que la Iglesia les concedió. Pero en definitiva, el gran secreto de Cluny, de este hogar de caridad que irradió y fecundo tanto a la Iglesia como a la sociedad de su tiempo, no es otro que el haber servido a Cristo con ese amor preferente al Señor al que nos invita todavía hoy San Benito: "Nihil amori Christi. praeponere" ("No preferir nada, no anteponer nada al amor de Cristo") En el momento de máxima expansión, Cluny llegó a contar con más de 2.000 monasterios. Y su influjo se extendió mucho más. Puede decirse que hasta la aparición de los Cistercienses en el siglo XII, todo el monacato occidental o es cluniacense o está fuertemente influenciado por el ideal monástico de Cluny. En España, aceptaron los usos y costumbres cluniacenses la mayoría de las grandes abadías, aunque conservando su autonomía y el derecho de elegir sus propios abades. Hoy, extinguida la vida monástica en Cluny, nos podíamos preguntar si de alguna manera el fenómeno cluniacense se ha hecho presente en cierto modo en alguna corriente o restauración reciente. La respuesta es positiva. Hoy, el Solesmes restaurado por Dom Próspero Guéranger, devino por voluntad expresa del Papa Gregorio XVI, en legítimo heredero de Cluny. Anteriormente, nunca Solesmes estuvo afiliado a la Abadía de Cluny. Pero desde la decisión de Gregorio XVI, los monjes solesmenses y el resto de la Congregación, buscan permanecer fieles, de modo más modesto ciertamente, a la gran tradición cluniacense de la oración litúrgica, celebrada con toda solemnidad, del sufragio a favor de los difuntos, las obras de misericordia, particularmente en la atención a los más pobres y de la hospitalidad. Por eso mismo, hay que decir también que ha sido una feliz coincidencia que en el presente ano se estén celebrando el XI centenario de Cluny y el milenario de Soles-mes, siendo como un eco uno de otro. Ambos muestran, a su manera, cómo la vida monástica no falta jamás en la Iglesia y que en todas las etapas de su historia, se renueva sin cesar con ella. Y llegados a este momento, creo ya suficientemente demostrada la importancia de Cluny en el ámbito eclesiástico y monástico. Pasamos ahora a su vinculación e influencia en el Camino de Santiago, que es el objetivo principal de este encuentro: Varias décadas antes de la fundación del célebre monasterio de Cluny a comienzos del siglo X, en las ignotas tierras occidentales del reino astur-leonés, se había 3 descubierto la tumba del apóstol Santiago. Respecto a los motivos que llevaron a la identificación del descubrimiento compostelano con el Apóstol Santiago, hijo de Zebedeoy hermano de Juan, los estudios actuales suelen partir de las llamadas Resortes apostólicas", es decir, la distribución que se hace a partir del siglo VI, en Oriente, de los Apóstoles entre las distintas regiones conocidas y evangelizadas. Según esta tradición, al extremo occidental de Europa -Hispania- llegó el Apóstol Santiago, que con su predicación incorporó las nuevas iglesias allí fundadas, a la gran familia cristiana. Este sustrato doctrinal, presente también en Occidente a partir del siglo VII, se vio afectado por la invasión musulmana de la Península Ibérica, a comienzos del siglo VIII. De hecho, hasta nosotros ha llegado un himno compuesto a finales del siglo VIII en el reino astur-galaico en honor del Apóstol Santiago, a quien se invoca como cabeza refulgente, implorando su protección y auxilio. Efectiva-mente, en una situación tan apurada, el patronazgo de un apóstol tan cercano al Señor, constituiría una garantía del auxilio divino. Este es el ambiente que envuelve el descubrimiento del sepulcro del Apóstol Santiago, durante el episcopado de Teodomiro, obispo de Iria Flavia, entre los anos 820 y 834. Lo que no se podía entonces pensar es que ambos lugares: Compostela y Cluny, habrían de convertirse, con el correr de los anos, en referencias espirituales imprescindibles de la Cristiandad de la época románica. Su relación no sólo fue de carácter político o económico: llegaron a plasmar en piedra, en pergamino, en partituras, en ceremonias y celebraciones, una común percepción y expresión del misterio del Dios cristiano, que todavía hoy podemos recomponer a partir de los restos fragmentarios que hasta nosotros han llegado. En buena parte, somos deudores a Cluny de las peregrinaciones a Santiago de Compostela, pues impulsó de forma extraordinaria la peregrinación al sepulcro del Apóstol. Los caminos de la peregrinación estarán provistos a distancias determinadas, de monasterios cluniacenses, de modo que los peregrinos fueran acogidos en su camino de penitencia por el espíritu de la Regla Benedictina, que ordena recibir al huésped y peregrino que llama a la puerta del cenobio, como al mismo Cristo en persona. Son palabras textuales del la Regla de San Benito, cap. 53. También en las iglesias cluniacenses, tendrán lugar las primeras ceremonias de consagración de las espadas y otros utensilios del caballero que peregrina hacia Compostela. A lo largo del siglo X, la noticia del descubrimiento del sepulcro apostólico, lejos de ser una tradición de ámbito local, se expandió por todo el continente europeo y multitud de peregrinos comenzaron a frecuentar el santuario compostelano. Los últimos anos del siglo X trajeron una profunda crisis económica a los reinos cristianos del norte hispano y la situación se agravó además, a causa del hostiga-miento musulmán protagonizado por su caudillo Almanzor, quien asaltó Compostela, arrasando el sepulcro apostólico. La basílica fue reconstruida en pocos anos y el ano 1003 fue nuevamente consagrada por el obispo Pelayo II, en presencia del rey Bermudo II de León. Durante el siglo XI se suceden dos grandes obispos, que cimentarán el futuro esplendor compostelano sobre sólidas bases: Cresconio (1037 a 1067) y Diego Peláez (1071 a 1085). Este último representa una línea de tensión frente a la creciente influencia cluniacense favorecida por el rey Alfonso VI, quien conseguirá final-mente deponerlo. Con todo, hay que reconocer la importancia de Diego Peláez, pues fue el obispo que inició el ano 1074 la edificación de la catedral románica de Santiago. El año 1093, en pleno auge de la influencia cluniacense, fue elegido obispo de Compostela un monje cluniacense, Dalmacio, enviado poco antes por el abad de Cluny San Hugo, para mediar en la sucesión de Raimundo de Borgoña. Hay que reconocer que 4 este obispo Dalmacio, cluniacense, defendió más las pretensiones de la Sede Compostelana que la línea político-religiosa representada por Cluny. A su muerte le sucedió Diego Gelmírez, el más importante de los obispos compostelanos, que inició su pontificado con el siglo XII. La peregrinación siguió en aumento. Durante el siglo XI, los reyes Sancho el Mayor de Navarra, Fernando I y Alfonso VI de Castilla, fijaron el trazado del llamado Camino Francés y mejoraron las infraestructuras para permitir el paso del creciente flujo de peregrinos. Desde el siglo XI, el movimiento de peregrinos alcanzó tal volumen que pasó a convertirse en un movimiento espiritual muy apreciado por la Iglesia. El monacato cluniacense, en plena etapa de expansión, no fue ajeno a esta situación. Los caminos de Cluny y los de Compostela, se fueron así acercando. Las distintas fundaciones cluniacenses repartidas a lo largo del camino, fueron proveyendo de alojamiento y manutención material a los peregrinos, al tiempo que les ayudaban espiritualmente a través de las celebraciones litúrgicas y de la intercesión ante los santos, cuyas reliquias jalonaban las rutas de peregrinación, como si se tratase de una constelación espiritual. El asentamiento cluniacense en los reinos cristianos del norte hispano, fue más fuerte en la zona occidental. El rey Sancho el Mayor de Navarra envió a Cluny a Paterno, quien a su vuelta quedó designado como abad de San Juan de la Pena, instaurando las costumbres y usos monásticos cluniacenses. Los hijos de Sancho, que se repartieron el reino a su muerte, prosiguen esta línea, destacando por una parte la fundación del monasterio de Nájera en 1052 por el rey Don García y por otra la constante presencia del rey Fernando en el monasterio de Sahagún, que dio origen a una intensificación de las relaciones con el monasterio de Cluny. Asimismo, los monasterios hispanos de Nájera, Carrión, Sahagún, Frómista y Villafranca del Bierzo, quedaron bajo la influencia de Cluny y constituyeron puntos esenciales, junto con los hospitales burgueses, para la ayuda a los peregrinos que se dirigían a Santiago. Pero, todo hay que decirlo, Cluny se benefició también de los extraordinarios donativos que aportaron los sucesivos reyes hispanos, gracias a los cuales fue posible la sorprendente actividad constructiva de la abadía borgoñona. Otra de las influencias notables de Cluny lo constituyó la creación de una liturgia específicamente jacobea. Aprovechando el fervor litúrgico promovido por el monacato cluniacense, se elaboró una exuberante liturgia, con todos los elementos del Oficio Divino y de la celebración de la Eucaristía. Todo ello es uno de los intereses primarios del Liber Sancti Iacobi. La parte más extensa del mismo está destinada a este fin. Se compone un elaborado elenco de piezas tanto del Oficio Di-vino como de la Eucaristía, en canto llano y se añade también otro amplio repertorio de piezas polifónicas. Toda esta riqueza litúrgica y musical nos pone muy de manifiesto el interés por crear un ambiente cultual parangonable con el existente en Cluny. De entonces data también la vinculación existente entre Roma, Jerusalén y Santiago, puesto que en los tres lugares el monacato cluniacense desempeña un preponderante papel. Es innegable, por otra parte, la relación existente entre el Liber Sancti Iacobi y la forma cluniacense de entender la espiritualidad. A través de él podemos comprender cómo la edificación de la catedral compostelana, en el fondo, responde al mismo proyecto teológico que movió a la edificación del deslumbrante templo de Cluny; es más: ambas obras coinciden prácticamente en el tiempo. Queda fuera de toda duda que ambos edificios -la basílica de Cluny y la basílica compostelana- eran desproporcionados con relación a las necesidades de ambos. ¿Por qué se emprendieron entonces obras tan ambiciosas y costosas? 5 ¿Se trataba -como piensan algunos- de un afán de ostentación, destinado a deslumbrar la fácilmente impresionable sensibilidad de sus contemporáneos? Yo no lo creo. Sino creo más bien que la espiritualidad cluniacense se apoyó decididamente en la celebración de una liturgia ricamente embellecida por el canto, que no dudó en buscar un escenario que evocase el ámbito celestial. Esto es lo que movió a San Hugo -uno de los cinco santos abades- a edificar la deslumbrante basílica de Cluny. Su biógrafo Hildeberto de Caen dice que: "Construyó a la gloria de Dios una basílica tan grande y de tal calidad, que es difícil de describir por su enorme capacidad y su admirable arte. Es tal su belleza y gloria, tanto agrada a los espíritus celestiales, que podría llamarse deambulatorio angélico. De esta basílica se dijo que rivalizaba en belleza y grandiosidad con los más célebres monumentos de Roma y sólo cedía en tres metros a la basílica actual del Vaticano. Y de ella se cuenta que cuando Napoleón iba a Milán para ceñir la corona de hierro, salieron a saludarle en Macón los representantes de la ciudad de Cluny, los cuales le invitaron a que pasase unas horas entre ellos; a lo que contestó el emperador: "Sois unos vándalos: habéis destruí-do vuestra grandiosa basílica; no voy a Cluny". Resumiendo cuanto venimos diciendo, música, literatura, arquitectura, escultura y pintura, son artes empleadas por los cluniacenses para remontarse al misterio de Dios. Además, es difícil disociarlas entre sí: se musicalizan textos sagrados, se cantan en los templos y se reproducen en la escultura y la pintura. Todo con-fluye hacia una armonía que pretende emular la armonía celestial; o dicho con otras palabras, se pretende la ascensión a través de las criaturas, hasta la belleza que en ellas se manifiesta. A través de la ornamentación musical de la liturgia, el monacato cluniacense forjó su espiritualidad, desplazando unilateral-mente el centro de atención de la regla benedictina hacia una vivencia litúrgica rica en contenidos y expresión. Aún hoy podemos constatar en los templos que han llegado hasta nosotros, cómo la espiritualidad cluniacense buscó crear ámbitos sagrados que aludiesen a la Jerusalén celestial: De la misma forma que las jerarquías celestes alaban cara a cara al Rey de la Gloria, también los monjes y los fieles que se les unen participan en esta alabanza. Y esta idea está también presente en el más peculiar y significativo de los sermones coleccionados en el Calixtino: el "Veneranda Díes", ofrecido a las multitudes de peregrinos que se dan cita en la basílica compostelana. Pero todavía hay más: la mutua influencia entre Cluny y Compostela, no sólo se refiere a la relación político-económica, sino a estratos teológicos mucho más profundos. Un detalle no insignificante podemos encontrarlo en la distribución del espacio sagrado en ambos fastuosos templos: San Hugo dispuso dedicar uno de los altares de la girola de la nueva basílica de Cluny al Apóstol Santiago. Por su parte, el espacio sagrado de Compostela no se ordenó sólo con el sencillo fin de exaltar la figura de Santiago, sino que empleó la más elaborada idea de la Transfiguración como clave interpretativa. En consecuencia, el altar mayor quedó dedicado a Santiago; pero el de la capilla de la cabecera de la girola, se dedicó al Salvador (advocación de Jesucristo tradicionalmente ligada a la Transfiguración (fiesta y misterio titular de Leyre), quedando flanqueado por las capillas y altares respectivos de San Pedro y de San Juan, testigos, junto con Santiago de la gloriosa manifestación del Señor. Años después, el Códex calixtinus insistirá también en esta idea. Hemos de poner todas estas alusiones en relación con la creciente importancia que tuvo en el Cluny de Pedro el Venerable (momento de la composición del Calixtino) la celebración de la Transfiguración del Señor. Se conserva de este Abad un sermón acerca de este misterio, así como la disposición de celebrar la Transfiguración con toda solemnidad, 6 porque, dice, "después de la admirable Natividad y Resurrección de Cristo su Transfiguración es un día de solemnidad y dignidad no menor que la de aquellas; y la misma Iglesia celebra la memoria de la Transfiguración con solemnidad no inferior a la de la Epifanía y la Ascensión”. Para terminar este apartado, podemos constatar cómo Compostela -al igual que otros puntos de la geografía espiritual medieval- se valió de una forma de expresar el misterio de Dios, gestada en el entorno del monacato cluniacense. Por medio de la Belleza, expresada en la arquitectura, en la escultura, en la pintura, en la literatura, en la música y en la escenografía sagrada de la liturgia, se trascendió a una expresión teológica que aunó todas estas artes. Y ello fue así porque los caminos de Compostela discurrieron por veredas no lejanas de los caminos de Cluny; y ello no sólo por una interesada relación político-económica sino, sobre todo, por una común percepción del misterio de Dios. 7 CLUNY Y NAVARRA En este camino mayor de Europa, en esta ruta secular que es el Camino de Santiago, Navarra ocupa un lugar excepcional. Tan es así, que la ruta jacobea, su huella artística, bien notable por cierto, y todo el entramado cultural de historia, tradiciones y leyendas, se ha convertido en una importantísima seña de identidad de nuestro viejo Reino. Lo digo para santo orgullo de todos nosotros. El Reino de Navarra, a través de la acción decisiva de sus monarcas entonces y de sus Instituciones hoy, ha favorecido siempre que el Camino a Compostela atravesara sus lindes, creando para ello ciudades y burgos que permitieran escalonar las etapas del camino y construyendo hospitales, monasterios, puentes y calzadas. Y es que no hay que olvidar que Navarra es la primera comunidad española que atraviesa el principal ramal europeo de la ruta jacobea. Y es el lugar en el que los peregrinos rezaban de rodillas por primera vez al Apóstol Santiago, al rematar las crestas del Pirineo navarro, cerca de Roncesvalles, en un paraje que según el códice Calixtino (s. XII) "su altura es tantp0 que parece tocar el cielo y el que sube cree que va a poder alcanzar el cielo con su propia mano". ¿Cómo influyó Cluny en la atención al peregrinaje jacobeo en Navarra? Sin duda a través de la hospitalidad ofrecida por los monasterios. Leyre es uno de los que mejor organizada tiene la hospitalidad a lo largo de la ruta compostelana. Entre los valles del Roncal y Salazar existe toda una cadena de pequeños monasterios llamados monasteriolos que dependen de él. Para los peregrinos santiagueses que seguían la ruta de Roncesvalles, San Salvador de Ibañeta, unido a Leyre en 1067,es la dependencia legerense que más fama adquiere por su actividad hospitalaria. En Ibañeta, la historia sitúa a los monjes del citado priorato legerense, que por eso se llama de San Salvador, haciendo sonar la campana en las noches tempestuosas y de niebla, para que los peregrinos encontrasen el rumbo en el camino que desde Valcarlos se dirige a Roncesvalles, a través del desnivel del duro puerto de Ibañeta. Pero es al monasterio de Irache, en pleno camino romero, a quien le corresponde la gloria de ser el primero en Navarra en erigir un hospital de peregrinos junto al monasterio. Eran los tiempos del abad Munio, tío de San Veremundo y un siglo antes de que se fundara el igualmente célebre hospital de Roncesvalles. Irache establece los diversos servicios existenciales y humanitarios en las dependencias establecidas a lo largo y ancho de la gran ruta jacobea. Un recuerdo especial se merece la encantadora figura de San Veremundo, sin duda, el abad más destacado del cenobio. Durante su abadiato el hospital de Irache alcanzó todo su apogeo y en él encontraron franca acogida los devotos peregrinos que se dirigían a Compostela. San Veremundo a imitación del buen samaritano extendió la caridad y la hizo universal en su hospital de peregrinos, levan-tado junto a la abadía a petición del rey navarro García de Nájera, hacia el ano 1045, lo que contribuyó aún más a estrechar los lazos de amistad entre el rey y el monasterio de bache. Junto con Sto. Domingo de la Calzada y San Juan de Ortega, San Veremundo es uno de los protectores del Camino de Santiago; pero su Navarra natal quiso tributarle en 1969, exactamente el 20 de febrero un reconocimiento especial: A petición de la Asociación "Amigos del Camino de Santiago de Estalla, el entonces arzobispo de Pamplona, cardenal Arturo Tabera Aráoz, nombró y declaró a San Veremundo de bache, ilustre figura del santoral navarro, monje cluniacense y que tanta vinculación tuvo con los peregrinos a Santiago de Compostela, Patrono del Camino de Santiago en Navarra. 8 Para terminar, tengo que decir que cuando se habla de todo el movimiento cluniacense, no es posible declararse imparcial: Clunji, o suscita admiración o suscita controversia. Personalmente me sitúo entre los primeros y eso mismo espero de todos Vds. que han tenido la amabilidad y la paciencia de escuchar-me y soportarme a lo largo de este encuentro. MUCHAS GRACIAS. 9