Las Cruzadas

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Las Cruzadas
Lo que más ha honrado la razón humana es la
locura de las cruzadas.
Leon Bloy
Introducción
Orleáns, septiembre de 2001. Un coloquio internacional se desarrolla debido a la
iniciativa del grupo de investigación Gerson, surgido del CNRS (Centro Nacional de
Investigaciones Científicas). Tema del encuentro: «¿Ha sido la Edad Media cristiana?».
Según los organizadores, «las fuentes medievales darían una visión de la Edad Media
más religiosa de lo que fue en realidad». Estaríamos, pues, «prisioneros de un efecto
óptico, debido ampliamente al monopolio intelectual que ejercieron las élites
religiosas». Deseamos buena suerte a los historiadores en busca de una Edad Media no
religiosa: no existe. La época medieval creía en Dios; no sólo lo atestiguan los archivos,
sino los humildes oratorios y las macizas catedrales, los millares de pueblos que llevan
el nombre de un santo patrón. Y las cruzadas.
En el momento de la descomposición política que sigue al Imperio romano,
cuando las invasiones arrollan, los obispos se levantan en defensa de la ciudad. Entre el
siglo V y el VIII, rezando, predicando y construyendo, los monjes evangelizan Europa
occidental: Irlanda, país de Gales, Escocia, Bretaña, Inglaterra, Germania. Hacia el año
496 (la fecha es incierta), el bautismo de Clodoveo, primer jefe germano convertido,
marca una pauta. El rey franco es cristiano como lo serán el emperador carolingio y los
soberanos de Francia, Gran Bretaña, España o Italia1. Antes de que se dibujen las
fronteras nacionales, Europa es cristiana: esta fe le confiere una comunidad de
civilización. En la Edad Media están ligados lo temporal y lo espiritual. Aunque se esté
formando la nación, aunque los Capetos preserven su independencia frente al Papa, la
idea moderna de laicidad es inconcebible.
Lucien Febvre, al estudiar a Rabelais, ha demostrado que el ateísmo era
imposible para los hombres del Renacimiento2. Es todavía más cierto para la época
anterior. Ahora bien, esta fe medieval, que no es la fe del carbonero ya que también es
la de Santo Tomás de Aquino, esta fe medieval es objeto de desprecio, desde el Siglo de
las Luces. Rousseau, Voltaire, Víctor Hugo o Michelet se han burlado de su
oscurantismo. Sin duda, la devoción en la Edad Media se manifiesta con mucha
ingenuidad. Se veneran reliquias de una autenticidad dudosa; iglesias diferentes
pretenden albergar los restos del mismo santo. Las personas que se ríen de ello
actualmente (y que admiraban antaño a un país en el que la tumba de Lenin se ofrecía a
la piedad de los fieles) omiten sin embargo mencionar que estos abusos fueron
combatidos por el Papa, los obispos, los abades, el clero.
A fin de ilustrar el aturdimiento de la población medieval, se cita a menudo el
ejemplo del terror del año 1000. El inconveniente es que no existe ningún documento
que atestigüe tal pánico colectivo. Jean Favier nos relata que, hacia 960, un sacerdote
1
Empleamos los nombres de estos países por comodidad, pero no debemos olvidar que, incluso al final
de las cruzadas, las naciones occidentales no estaban aún constituidas. Los estados orientales que se
evocan más abajo tampoco tenían las fronteras actuales.
2
Lucien Febvre, Le prob1eme de l´incroyance au XVI siécle, Albin Michel, 1988.
2
parisino anunciaba el fin del mundo para el año 1000; en 985, el abate Fleury rechazaba
esas inquietudes recordando que nadie sabía «ni el día ni la hora»; en 1048, el clérigo
Raoul le Glabre contará el temor de sus contemporáneos a propósito de una pluviosidad
excepcional3. ¿El terror del año 1000? Otro mito. En 1999, un gran modisto también
predijo el fin del mundo para el año 2000. ¿Oscurantista el siglo XX?
Las estructuras sicológicas del universo medieval no son las nuestras. La Edad
Media adora a Dios y teme al diablo. Lograr la salvación sobre la tierra para escapar a la
condenación representa una meta mucho más importante que la vida misma. Todo ser
vive con relación al cielo y al infierno. La Virgen y los santos interceden por los
hombres. La Iglesia, que transmite la palabra divina, es la salvaguardia del dogma.
Nadie —salvo los herejes— pretende discutir los artículos del credo. Las demás
religiones son erróneas, nadie tiene dudas al respecto. El Renan anticlerical, en sus
Souvenirs d’enfance et de jeunesse [Recuerdos de infancia y juventud], lamenta tanta
seguridad: «Un peso colosal de estupidez ha aplastado el espíritu humano. La espantosa
aventura de la Edad Media, esta interrupción de mil años en la historia de la
civilización, procede menos de los bárbaros que del espíritu dogmático de las masas».
¿Dogmatismo? Sí, la Edad Media es dogmática: la palabra dogma (del griego
dogma, que significa creencia) no tiene nada peyorativo. La libertad de conciencia es
una noción que no sólo es desconocida: es ininteligible. Puesto que la verdad no se
divide, la libertad religiosa es incomprensible. Y toda Europa occidental comparte esta
certeza. Si no se tienen presentes estos elementos, no se puede comprender la cruzada.
Una respuesta a la expansión militar del Islam
No hace tanto que, en los libros escolares de historia, las cruzadas se
beneficiaban todavía de una imagen favorable. En la versión católica, era la epopeya de
la salvaguarda de los Santos Lugares. En la versión republicana (y colonial), esta
expedición hacía irradiar la cultura francesa más allá de los mares. Entre los cristianos,
el tema roza con el arrepentimiento. Y entre los humanistas, se consideran las cruzadas
como una agresión perpetrada por occidentales violentos y codiciosos contra un islam
tolerante y refinado. Se sustituye una leyenda negra por una leyenda dorada.
El profesor Riley-Smith explicó que la interpretación que ha desprestigiado y
despreciado las Cruzadas es fruto de las obras de sir Walter Scott (1771-1832) y de
Joseph Francois Michaud (1767-1839). El escritor escocés Scott representó a los
cruzados como «intemperantes, dedicados a asaltar rudamente a musulmanes más
avanzados y civilizados», mientras que el escritor e historiador francés Michaud
alimentó la opinión de que «las Cruzadas eran expresión del imperialismo europeo»4.
Desde la edad media el significado de la palabra cruzada se extendió para incluir
a todas las guerras emprendidas en cumplimiento de un voto, y dirigidas contra infieles,
ej. contra mahometanos, paganos, herejes, o aquellos bajo edicto de excomunión. Las
guerras emprendidas por los españoles contra los moros constituyeron una cruzada
incesante del siglo XI al XVI; en el norte de Europa se organizaron cruzadas contra los
prusianos y lituanos; el exterminio de la herejía albigense se debió a una cruzada, y, en
el siglo XIII los papas predicaron cruzadas contra Juan Lackland y Federico II. Además,
la literatura moderna ha abusado de la palabra aplicándola a todas las guerras de
carácter religioso, como, por ejemplo, la expedición de Heraclio contra los persas en el
siglo VII y la conquista de Sajonia por Carlomagno.
3
4
Jean Favier, Dictionnaire de la France médiévale, Fayard, 1993.
Zenit, Roma, 27 de marzo del 2006.
3
La idea de la cruzada corresponde a una concepción política que se dio sólo en la
Cristiandad del siglo XI al XV; esto supone una unión de todos los pueblos y soberanos
bajo la dirección de los papas. Por esta razón, la palabra cruzada es posterior a las
primeras cruzadas: se fecha muy al principio del Siglo XIII. Los cruzados hablaban de
peregrinación, de tránsito, de viaje a ultramar. Se debe a que el primer objetivo de la
cruzada es religioso: se trata de seguir los mismos pasos de Cristo. En cuanto se
convierte, en el siglo IV, el emperador Constantino da a conocer los lugares donde ha
vivido Jesús. De la misma manera que ir a Tierra Santa equivale a obtener el perdón de
los pecados, Belén, Nazaret y Jerusalén pasan a ser metas de peregrinación. El origen
concreto de la palabra remonta a la cruz hecha de tela y usada como insignia en la ropa
exterior de los que tomaron parte en esas iniciativas. Escritores medievales utilizan los
términos crux (pro cruce transmarina, Estatuto de 1284, citado por Du Cange s.v.
crux), croisement (Joinville), croiserie (Monstrelet), etc.
Todas las cruzadas se anunciaron por la predicación. Después de pronunciar un
voto solemne, cada guerrero recibía una cruz de las manos del papa o de su legado, y
era desde ese momento considerado como un soldado de la Iglesia. A los cruzados
también se les concedían indulgencias y privilegios temporales, tales como exención de
la jurisdicción civil, inviolabilidad de personas o tierras, etc. De todas esas guerras
emprendidas en nombre de la Cristiandad, las más importantes fueron las Cruzadas
Orientales, que son las únicas tratadas en este artículo.
Desde fines del siglo IV no había habido ninguna ruptura en su comunicación
con Oriente. Desde el primer período cristiano colonias de sirios habían introducido las
ideas religiosas, arte, y cultura de Oriente en las grandes ciudades de Galia y de Italia.
Los cristianos occidentales a su vez viajaron en grandes cantidades a Siria, Palestina, y
Egipto, sea para visitar los Lugares Santos o para seguir la vida ascética de los monjes
de la Tebaida o del Sinaí. Aun existe el itinerario de un peregrinaje de Burdeos a
Jerusalén, que data de 333; en 385 San Jerónimo y Santa Paula fundaron los primeros
monasterios latinos en Belén. Ni siquiera la invasión bárbara pareció desalentar el ardor
por las peregrinaciones a Oriente. El Itinerario de Santa Silvia (Etheria) muestra la
organización de esas expediciones, que eran dirigidas por clérigos y escoltadas por
tropas armadas. En el año 600, San Gregorio el Grande (590-604) hizo erigir un
hospicio en Jerusalén para el alojamiento de los peregrinos, envió sus designios a los
monjes del Monte Sinaí5, y, aunque la condición deplorable de la Cristiandad Oriental
después de la invasión árabe hizo esta comunicación más difícil, de ninguna manera
cesó.
Lanzados a la conquista del mundo para extender la fe de Mahoma, los árabes
toman Jerusalén en el 638. Se tolera a los cristianos de Palestina. Sin embargo, se les
reduce a la condición de dhimmi se les autoriza a practicar su culto, siempre y cuando
lleven signos distintivos y paguen un impuesto especial, la dyizya. Pero les está
prohibido construir nuevas iglesias, lo que, a la larga, les condena. Las peregrinaciones
europeas pueden continuar, con la condición de pagar un tributo, especialmente para
acceder al Santo Sepulcro. Sin embargo, ya desde el siglo VIII anglosajones sufrieron
las más grandes dificultades para visitar Jerusalén. El viaje de San Willibaldo, obispo de
Eichstädt, tomó siete años (722-29) y proporciona una idea de las variadas y severas
tribulaciones a las que los peregrinos eran sometidos6.
Después de su conquista de Occidente, los Carolingios trataron de mejorar la
condición de los latinos establecidos en Oriente; en 762 Pipino el Breve entró en
negociaciones con el Califa de Bagdad. En Roma el 30 de noviembre de 800, el mismo
5
6
Vita Gregorii in Acta SS., marzo 1I, 132.
Itiner. Latina, 1, 241-283
4
día en el que León III invocó el arbitraje de Carlomagno, embajadores de Haroun alRaschid entregaron al rey de los Francos las llaves del Santo Sepulcro, el estandarte de
Jerusalén, y unas preciosas reliquias7; esto fue un reconocimiento del protectorado
franco sobre los cristianos de Jerusalén. Que se edificaron iglesias y monasterios
pagados por Carlomagno es certificado por una especie de censo de los monasterios de
Jerusalén de 8088. En 870, al momento del peregrinaje de Bernardo el monje9, esas
instituciones eran todavía muy prósperas, y se ha demostrado con abundancia que se
enviaban limosnas periódicamente de Occidente a Tierra Santa.
En el siglo X justo cuando el orden político y social de Europa estaba más
perturbado, caballeros, obispos, y abades, actuando por devoción y gusto de la aventura,
estaban acostumbrados a visitar Jerusalén y orar en el Santo Sepulcro sin ser vejados
por los mahometanos. De repente, en 1009, Hakem, el Califa fatimí de Egipto, en un
ataque de locura ordenó la destrucción del Santo Sepulcro y de todos los
establecimientos cristianos en Jerusalén. Por años después de esto los cristianos fueron
cruelmente perseguidos10. En 1027 el protectorado Franco fue derrocado y reemplazado
por el de los emperadores bizantinos, a cuya diplomacia se debió la reconstrucción del
Santo Sepulcro. Incluso se cercó el barrio cristiano con un muro, y unos comerciantes
Amalfi, vasallos de los emperadores griegos, construyeron hospicios para peregrinos en
Jerusalén, ej. el Hospital de San Juan, cuna de la Orden de los Hospitalarios.
En vez de disminuir, el entusiasmo de los cristianos occidentales por el
peregrinaje a Jerusalén pareció más bien aumentar durante el siglo XI. No solos
príncipes, obispos, y caballeros, sino aun hombres y mujeres de las más humildes clases
emprendieron la jornada santa11. Ejércitos enteros de peregrinos cruzaron Europa, y en
el valle del Danubio se establecieron hospicios donde podían completar sus provisiones.
En 1026 Ricardo Abad de Saint-Vannes, condujo 700 peregrinos a Palestina con gasto
de Ricardo II, duque de Normandía. En 1065 más de 12.000 alemanes que cruzaron
Europa bajo el mando de Günther, obispo de Bamberg, en su camino a Palestina
tuvieron que buscar refugio en una fortaleza en ruinas, donde se defendieron contra una
banda de beduinos12. Así es evidente que a fines del siglo XI la ruta de Palestina le era
bastante familiar a los cristianos occidentales que tenían al Santo Sepulcro como a la
reliquia más venerada y estaban listos a afrontar cualquier peligro para visitarlo. El
recuerdo del protectorado de Carlomagno aun vivía, y un rastro de él se encuentra en la
leyenda medieval del viaje de este emperador a Palestina13.
Pero, después la situación empeoró con la aparición de los turcos. Bajo la
influencia de una civilización refinada, árabes y persas, los antiguos dueños del Islam
oriental, hacía tiempo que habían perdido su combatividad primera. Por el contrario, los
turcos, raza militar por excelencia, endurecidos por siglos de nomadismo y de miseria
en las ásperas soledades de la Alta Asia, iban a aportar al mundo musulmán una fuerza
nueva. El día que en 1055 –fecha memorable en la historia de Asia- el jefe de una de sus
hordas salida de la estepa kirguiza, Togrul-beg el Seldyucí, entró en Bagdad y se
impuso al califa árabe como vicario temporal y sultán –superponiendo así al imperio
7
Einhard, Annales, ad un. 800, in Mon. Germ. Hist.: Script., I, 187
Commemoratio de Casis Dei in Itiner. Hieros., I, 209
9
Itiner. Hierosol., I, 314
10
Ver la relación de un testigo ocular, Iahja de Antioquía, en la Epopée byzantine de Schlumberger, II,
442.
11
Radulphus Glaber, IV, vi
12
Lambert de Hersfeld, en Mon. Germ. Hist.: Script., V, 168
13
Gaston Paris in Romania, 1880, pág. 23
8
5
árabe un imperio turco- y con él los turcos se convirtieron en la raza imperial del mundo
musulmán, todo cambió14.
El ascenso de los turcos seleúcidas, sin embargo, comprometió la seguridad de
los peregrinos e incluso amenazó la independencia del imperio bizantino y de toda la
Cristiandad. En 1070 Jerusalén fue tomada, y en 1091 Diógenes, el emperador griego,
fue derrotado y hecho cautivo en Mantzikert. Asia Menor y toda Siria se volvieron la
presa de los turcos. Antioquía sucumbió en 1084, y para 1092 ni una de las grandes
sedes metropolitanas de Asia permanecía en posesión de los cristianos. Aunque
separados de la comunión de Roma desde el cisma de Miguel Cerulario (1054), los
emperadores de Constantinopla suplicaron por la ayuda de los papas; en 1073 se
intercambiaron cartas sobre el asunto entre Miguel VII y Gregorio VII. El papa
seriamente contempló el liderar una fuerza de 50.000 hombres a Oriente para
restablecer la unidad cristiana, repeler a los turcos, y rescatar el Santo Sepulcro. Pero la
idea de la cruzada constituía sólo una parte de este magnífico plan15. El conflicto sobre
las Investiduras en 1076 obligó al papa a abandonar sus proyectos; los emperadores
Nicéphoro Botaniates y Alejo Comneno eran desfavorables a una unión religiosa con
Roma: finalmente la guerra estalló entre el imperio bizantino y los Normandos de las
Dos Sicilias.
Para un cristiano de la Edad Media, hacer una peregrinación era un acto
corriente. A unas leguas de su casa, a un santuario donde se veneraba alguna reliquia;
más lejos, cuando se requiere una penitencia especial; muy lejos, con una meta
excepcional. El dejar de tener la facultad de ir a orar sobre la tumba de Cristo no se
puede soportar. La cruzada responde en primer lugar a una exigencia práctica y moral:
liberar los Santos Lugares.
Sandoval demuestra en su obra como las Cruzadas fueron ejercicios de defensa
de un Islam expansivo y opresivo, que ocupaba por la fuerza tierras de civilización
cristiana, desde mucho antes que muchos países europeos. En el siglo VII, los
musulmanes han ocupado Palestina y Siria: en el siglo VIII, han aniquilado la
cristiandad de África del Norte y luego invadido España y Portugal. En el siglo IX, han
conquistado Sicilia. Constantinopla todavía planta cara frente al peligro turco. A pesar
del cisma de 1054, a pesar de las diferencias teológicas, nunca se han cortado los
puentes entre Roma y Bizancio. En 1073, el emperador Miguel VII pide ayuda al papa
Gregorio VII, llamamiento reiterado en 1095 por Alejo I Comneno a Urbano II. La
cruzada es una respuesta a la expansión militar del islam, una réplica a la implantación
de los árabes y de los turcos en las regiones cuyas ciudades han sido cuna del
cristianismo en tiempos de San Pablo y sede de los primeros obispados. Regiones en las
que, en lo sucesivo, los fieles de Cristo estarán perseguidos.
En España, la Reconquista ha empezado hacia 1030. Toledo es reconquistada a
los moros en 1085, pero ya al año siguiente, los almorávides, venidos de Marruecos,
lanzan una nueva ofensiva. En respuesta al llamamiento de Urbano II, caballeros
franceses prestan auxilio a los ejércitos de Aragón, Castilla y Portugal. En 1095,
numerosos participantes provenzales o de Languedoc en la primera cruzada ya habían
luchado en España.
En las Dos Sicilia, los normandos desembarcaron en 1040 luchando contra los
árabes allí establecidos. La historia del establecimiento de estos asombrosos aventureros
en Italia meridional desde hacía más de un siglo no había sido, en definitiva y en
muchos aspectos, más que una cruzada anticipada, cruzada tan llena de provechos como
14
Grousset, Epopeya, 2002, pp. 10-11
Las cartas de Gregorio VII están en P. L., CXLVIII, 300, 325, 329, 386; cf. discusión crítica de Riant in
Archives de l'Orient Latin, I, 56.
15
6
de heroísmo, pues conquistaron el país tanto contra los árabes como contra los
bizantinos. Y hasta muy recientemente todavía, en 1072, el jefe normando Roberto
Guiscard no había conseguido expulsar de Palermo a los últimos árabes. Así pues estos
normandos representaban la vanguardia de la latinidad contra el infiel y contra el hereje
griego al mismo tiempo. Por lo demás, ya habían atravesado el canal de Otranto con el
fin de perseguir al bizantino hasta los Balcanes, antes de rechazar a los árabes a Asia.
De 1081 a 1085, Roberto Guiscard y su hijo Bohemundo llevaron la guerra a pleno
territorio bizantino, conquistaron una parte del Espiro y de Macedonia y llegaron con
sus armas desde Durazno hasta las tierras de Salónica. La muerte de Roberto provocó su
retirada, pero Urbano II halló en ellos unos auxiliares dispuestos a partir. Para
Bohemundo, heredero del sueño oriental de su padre Roberto Guiscard, la cruzada, a la
que se va a unir gozosamente, no será más que volver a emprender, bajo un pretexto
piadoso, la expedición fallida de 1081.
El Origen de las Cruzadas remonta pues directamente a la condición moral y
política de la Cristiandad Occidental en el siglo XI. En aquel tiempo Europa estaba
dividida en muchos estados cuyos soberanos estaban absortos en tediosas y fútiles
disputas territoriales mientras el emperador, en teoría la cabeza temporal de la
Cristiandad, gastaba su energía en disputas sobre Investiduras. Solo los papas habían
mantenido una justa noción de unidad cristiana. Ellos veían a que grado los intereses de
Europa eran amenazados por el imperio Bizantino y por las tribus mahometanas, y solo
ellos tenían una política extranjera cuyas tradiciones se formaron bajo León IX y
Gregorio VII (1073-1085). La Iglesia se ve empujada por el impulso de la reforma
gregoriana y Europa, bajo la influencia de los monjes de Cluny, se cubre de monasterios
(40.000 fundaciones entre el siglo IX y el XV). Todo ello aumentó el prestigio del
romano pontífice ante todas las naciones cristianas; por tanto nadie sino el papa podía
inaugurar el movimiento internacional que culminó en las Cruzadas.
A pesar de su derrota final, las cruzadas ocupan un lugar muy importante en la
historia del mundo. Esencialmente obra de los papas, estas Guerras Santas antes que
nada ayudaron a fortalecer la autoridad pontifical; ofrecieron a los papas la oportunidad
de interferir en las guerras entre príncipes cristianos, mientras que los privilegios
temporales y espirituales que otorgaron a los cruzados virtualmente hicieron de estos
últimos sus súbditos. Al mismo tiempo ésta fue la razón principal por la cual tantos
gobernantes civiles se negaron a unirse a las cruzadas. Se debe decir que las ventajas así
adquiridas por los papas fueron por la seguridad común de la Cristiandad.
La primera cruzada: un arrebato de fe
Fue el Papa Urbano II quien asumió los planes de Gregorio VII y les dio una
forma más definida. Una carta de Alejo Comneno a Roberto, conde de Flandes,
registrada por los cronistas, Guibert de Nogent16 y Hugues de Fleury17, parece dar a
entender que la cruzada fue instigada por el emperador bizantino, pero esto se ha
probado falso18, Alejo sólo había querido enrolar quinientos caballeros flamencos en el
ejército imperial19. El honor de iniciar la cruzada se ha atribuido también a Pedro el
Ermitaño, un solitario de Picardía, quien, después de un peregrinaje a Jerusalén y una
visión en la iglesia del Santo Sepulcro, fue a ver a Urbano II y fue comisionado por él
16
Historiens Occidentaux des Croisades, ed. por la Académie des Inscriptions, IV, 13l
in Mon. Germ. Hist.: Script., IX, 392
18
Chalandon, Essai sur le règne d'Alexis Comnène, appendix
19
Anna Comnena, Alexiada, VII, iv
17
7
para predicar la cruzada. Sin embargo, aunque testigos oculares de la cruzada
mencionan su predicación, no le atribuyen el papel tan importante que le asignan mas
tarde varios cronistas, ej. Alberto de Aix y sobre todo Guillermo de Tiro 20. La idea de la
cruzada se atribuye principalmente al Papa Urbano II (1095), y los motivos que lo
llevaron actuar son claramente mostrados por sus contemporáneos: «Observando el
enorme daño que todos, clero o pueblo, causaron a la fe cristiana. . . a la noticia de que
las provincias rumanas habían sido tomadas de los cristianos por los turcos, conmovido
con compasión e impulsado por el amor de Dios, cruzó las montañas y descendió en la
Galia»21. Por supuesto es posible que para aumentar sus fuerzas, Alejo Comneno haya
solicitado ayuda en Occidente; sin embargo, no fue él sino el papa quien incitó al gran
movimiento que llenó a los griegos de ansiedad y terror.
Con este fin, Urbano II efectúa en 1095 una gira de predicación en Francia. En
Clermont, durante un concilio regional, el soberano pontífice predica ante obispos y
abades. El 27 de noviembre de 1095, hace un llamamiento a la cristiandad. En Tierra
Santa, explica el Papa, «los turcos extienden su dominio continuamente. Muchos
cristianos han caído bajo sus golpes, muchos han sido reducidos a la esclavitud. Esos
turcos destruyen las iglesias; asolan el reino de Dios». Urbano II exhorta entonces a
«socorrer a los cristianos» y a «expulsar a este pueblo nefasto». A los que se enrolen en
esa aventura, el Papa les promete una indulgencia plenaria y la seguridad de sus bienes,
emplazados bajo la protección de la Iglesia. Renueva esa promesa en Limoges, Angers,
Tours, Poitiers, Saintes, Burdeos, Toulouse y Carcasona:
« ¡Que vayan pues al combate contra los infieles —un combate que merece la
pena emprender y que merece terminarse en una victoria— los que se dedicaban a las
guerras privadas y abusivas en perjuicio de los fieles!
¡Que sean en adelante caballeros de Cristo los que no eran más que bandidos.
Que luchen ahora en buena ley contra los bárbaros los que combatían contra sus
hermanos y parientes!
Éstas son las recompensas eternas que van a conseguir los que se hacían
mercenarios por un miserable salario: trabajarán por un doble honor aquellos que se
fatigaban en detrimento de su cuerpo y de su alma. Estaban aquí tristes y pobres;
estarán allá alegres y ricos. Aquí eran los enemigos del Señor; allá serán sus amigos»22
La llamada de Urbano II, la orden de movilización europea de 1095, llegaba en
su momento oportuno. Si hubiera sido lanzada algunos años antes, si los ejércitos de la
cruzada hubieran alcanzado Asia no en 1097, como iban a hacerlo, sino siete u ocho
años antes, cuando el gran imperio turco unitario de los seldyucíes estaba todavía en pie,
el éxito habría sido, sin duda, mucho menos seguro. Pero en el momento en que Urbano
levantaba a Europa contra Asia, el sultán seldyucí Meliá-Chah acababa de morir (15 de
noviembre de 1092) y su imperio, como en otro tiempo el imperio de Carlomagno,
había sido repartido, en medio de extenuantes luchas de familia, entre sus hijos, sus
sobrinos y sus primos. Los hijos del gran sultán solo habían conservado Persia, cuyas
provincias seguirían disputándose todavía durante varios años. Sus sobrinos –dos
hermanos también enemigos entre sí- se habían hecho reyes de Siria, el primero en
Alepo, el segundo en Damasco. Y Asia Menor, desde Niceas a Iconio, formaba un
20
Ver Hagenmeyer, Peter der Eremite, Leipzig, 1879.
Foucher de Chartres, I, in Histoire des Crois., III, 321
22
La Cruzada en el Concilio de Clermont: la llamada de Urbano II (1095). Foucher de Chartres, Historia
Hierosolymitana, recogido en P. Richard, L´Esprit de la Croisade, Paris, Les Éditions du Cerf, 1969, p.
63
21
8
cuarto reino turco bajo un segundón seldyucí. Todos estos príncipes, a pesar de su
parentesco, estaban demasiado divididos entre sí para formar un bloque contra un contra
un peligro exterior. Llega la cruzada, se enfrentan a ella aisladamente y, en vez de
ayudarse a tiempo, se hacen derrotar uno tras otro23.
Sin duda, Urbano II conocía los detalles de todas esas disputas, pero estaba
informado por los peregrinos y no podía ignorar lo principal de ellas. En todo caso, hay
que reconocer que, para la realización de su gran proyecto, la hora se presentaba
especialmente oportuna. Al sobrevenir en un Islam en pleno desconcierto, en medio de
una disolución del imperio, la cruzada se iba a beneficiar de las mismas ventajas que en
otro tiempo aprovecharon en Occidente las invasiones normandas en plena decadencia
carolingia24.
El Papa se ha dirigido a los nobles y a los caballeros, gentes de guerra capaces
de emprender la expedición. Pero los predicadores han transmitido la llamada de
Urbano II en la ciudad y en el campo. Y es el pueblo el que primero lo oye. A principios
de 1096 se pone en marcha con fervor. Hay testimonios de pueblos enteros que toman la
ruta de Oriente. Esta cruzada popular, compuesta por gente humilde procedente de
Normandía, Picardía, Lorena, Auvernia, Languedoc o Provenza, está guiada por jefes
improvisados, Pedro el Ermitaño y Gautier Sans-Avoir. Los del norte siguen el
Danubio, los demás pasan por los Alpes y la llanura del Po. Todos se reúnen en
Macedonia. El 1 de agosto de 1096, están en Constantinopla. Desde el siglo V a la
ciudad también se la conoce como la Nueva Roma. Cercada por grandiosas murallas,
esta capital cosmopolita es la ciudad más hermosa del mundo. Cuando ven surgir a esta
tropa de pobres miserables salidos del otro extremo del continente, los habitantes se
preguntan si estos hermanos cristianos son amigos o invasores. Ana Comneno, la hija
del emperador Alejo I, es testigo ocular de la escena: «Era el Occidente entero, todas las
naciones bárbaras que habitaban el territorio situado entre la otra ribera del Adriático y
las Columnas de Hércules, todo eso era lo que emigraba en masa, caminaba con familias
enteras y marchaba sobre Asia atravesando Europa de una punta a otra». Mantenida
fuera de la ciudad, la columna atraviesa el Bósforo. Pero el 10 de agosto, esta tropa mal
armada y mal organizada es masacrada por los turcos. Los supervivientes no
reemprenderán la marcha más que cuando llegue la otra cruzada, la de los barones.
En Europa se han formado cuatro ejércitos. ¿Cómo han sido reclutados? Nadie
lo sabe con exactitud. La expedición de 1096 procede de una iniciativa pontificia. En el
siglo XI, la situación del papado es inestable. En Alemania y en Italia del norte, la
querella por las investiduras enfrenta a la Iglesia con el Imperio debido al
nombramiento de los obispos y abades: numerosos obispados acatan al antipapa
Clemente III, nombrado por el emperador Enrique IV. La cruzada no ha sido pues
predicada en Italia, ni tampoco en Alemania. En Francia, Urbano II entra en conflicto
con el rey: uno de los objetivos del concilio de Clermont ha sido también proclamar la
excomunión de Felipe I, habiendo éste repudiado a su mujer para casarse de nuevo. Los
barones de la primera cruzada son, pues, originarios de países de obediencia pontificia.
Godofredo de Bouillon, duque de Baja Lorena a la cabeza del pueblo de Lorena,
los alemanes, y los franceses del norte, siguió el valle del Danubio, cruzó Hungría, y
llegó a Constantinopla el 23 de diciembre de 1096. Los provenzales (se denomina así a
los señores de todos los países en los que hablaba la lengua de oc), bajo el mando de
Raimundo de San-Gilles, conde de Toulouse, han preferido Italia del norte e Iliria; les
acompaña Adhémar de Monteil, el legado pontificio. Normandos y franceses, que
siguen a Robert Courteheuse, duque de Normandía, a su cuñado, Etienne de Blois, han
23
24
Grousset, Epopeya, 2002, pp. 13-14
Ibidem.
9
bajado hasta el sur de Italia; han atravesado el Adriático en barco para llegar a Albania.
En cuanto a los normandos de Sicilia, guiados por Bohémond de Tarento y su sobrino
Tancréde, también han desembarcado en Albania.
Cruzando el imperio bizantino, consiguieron llegar a Constantinopla el 26 de
abril de 1097. La aparición de los ejércitos cruzados en Constantinopla creó la más
grande inquietud, y provocó los futuros e irremediables malos entendidos entre los
cristianos griegos y los latinos. La invasión no pedida de estos últimos alarmó a Alejo,
quien trató de prevenir la concentración de todas esas fuerzas en Constantinopla
transportando a Asia Menor cada ejército occidental en el orden de su llegada; además,
él trató de arrancar de los jefes de la cruzada la promesa de que restaurarían al imperio
griego las tierras que iban a conquistar. Después de resistir a las súplicas imperiales
durante el invierno, Godofredo de Bouillon, confinado en Pera, aceptó al fin tomar el
juramento de fidelidad. Bohemundo, Roberto Courte-Heuse, Esteban de Blois, y los
otros jefes cruzados sin dudar hicieron la misma promesa; Raimundo de St-Gilles, sin
embargo, permaneció firme. Un total de 30.000 hombres están reunidos en
Constantinopla en mayo de 1097. No hablan todos el mismo idioma, pero siendo
numerosos los franceses, se les llama a todos francos.
Después de vencer a los turcos en la batalla de Dorilea el 1 de julio de 1097, los
cristianos entraron en las mesetas altas de Asia Menor. Sin cesar hostigados por un
implacable enemigo, agobiados por el extremo calor, y abatidos bajo el peso de sus
armaduras de cuero cubiertas de placas de hierro, sus sufrimientos eran casi intolerables.
Al penetrar en Asía, se apoderan de Nicea, y en la noche del 2 de junio, 1098, los
cruzados tomaron Antioquía por asalto. Al mismo día siguiente fueron sitiados dentro
de la ciudad por el ejército de Kerbûga, ámel de Mosul. Plaga y hambre cruelmente
diezmaron sus rangos, y muchos de ellos, entre otros Esteban de Blois, escaparon bajo
cubierto de la noche. El ejército estaba al borde del desaliento cuando de repente se
reanimó su valor por el descubrimiento de la Lanza Santa, resultado del sueño de un
sacerdote provenzal llamado Pedro Bartolomé.
No fue sino hasta abril, 1099, que empezó la marcha hacia Jerusalén,
Bohemundo quedo en posesión de Antioquía mientras que Raimundo tomó Trípoli. El 7
de junio los cruzados empezaron el sitio de Jerusalén. El año anterior, los egipcios han
arrebatado la ciudad a los turcos. Serán ellos, pues, los que tengan que hacer frente al
choque. Un primer asalto fracasa el 13 de julio. Después de una procesión general que
los cruzados hicieron descalzos alrededor de las murallas de la ciudad entre insultos y
encantamientos de hechiceros mahometanos, el ataque comenzó el 14 de julio, 1099. Al
día siguiente los cristianos entraron en Jerusalén por todos lados y asesinaron a sus
habitantes sin consideración de edad ni sexo. Es la avalancha. Los cronistas evocan un
río de sangre subiendo «hasta los corvejones de caballos». La represión es hiperbólica:
no hay que interpretarla literalmente, como esos libros escolares que dan un número de
víctimas superior a la población de Jerusalén.
Sin embargo, la matanza está comprobada. La leyenda negra ve ella la prueba
del salvajismo de los cruzados. No obstante, los francos se han portado como todos los
soldados de la época, y especialmente como sus enemigos. El 10 de agosto de 1096,
12.000 «miserables» de la cruzada popular fueron rematados por los turcos. El 4 de
junio de 1098, ante Antioquía, los turcos y los árabes pasaron por el filo de la espada
hasta el último combatiente de la guarnición cristiana de la fortaleza del Puente de
Hierro. Poco después hicieron mismo con los musulmanes de una pequeña ciudad que
había entrado en tratos con los cruzados. El 26 de agosto de 1098, cuando se
apoderaron de Jerusalén, los egipcios liquidaron a los turcos que defendían la ciudad.
¿Acaso son selectivos los sentimientos de indignación en la leyenda negra?
10
En la película de Riddley Scott sobre las Cruzadas El Reino de los Cielos, el
señor del Krak de los Moabitas elude el salir a cubrir la retirada de los lugareños al
interior del castillo ante la llegada del enemigo musulmán. De ese modo, por contraste,
se luce inverosímilmente el protagonista que es el único que presenta batalla para
proteger “al pueblo” ¡cargando con los escudos colgados a la espalda! Sin embargo, los
señores medievales cuidaban de proteger a sus campesinos no sólo por su deber de
caballeros cristianos, que alguno se creería, sino al menos por simple interés: toda la
riqueza de los nobles la constituían sus tierras y los que las cultivaban, generando sus
rentas. Riddley Scott, buscando siempre hacer del conjunto de los cruzados unos
desalmados, los convierte en desalmados tan crueles y estúpidos que no pasan de
malvados de parodia.
Se mata. Se saquea también. De nuevo, los cruzados no hacen más que
amoldarse a las costumbres de su tiempo. Reflejo de la naturaleza humana, consideran
que tienen derecho a una gratificación como recompensa de su hazaña, ¡Hay que
imaginarse lo que podía representar, en el siglo XI, un viaje a pie o a caballo desde
Auvernia o Lorena hasta Palestina! Miles de kilómetros por un itinerario incierto, a
través de regiones hostiles, afrontando el hambre y la sed, para dirigirse a un país que
los cruzados desconocen totalmente. Para la gente del pueblo, es la aventura absoluta.
Para los señores, el riesgo era el mismo, pero más costoso, pues tenían que mantener
con su propio dinero a sus compañías y a los pobres que les seguían. Al contrario de lo
que se cree, muchos se arruinaron durante la cruzada, habiendo tenido que endeudarse o
vender bienes raíces para equiparse. En Occidente, grandes extensiones estaban todavía
en barbecho. Y estas tierras eran más accesibles que el lejano Oriente. Según Jacques
Heers, «el afán de lucro y las especulaciones mercantiles no estuvieron con toda certeza
en el origen de la cruzada»25.
Por lo tanto no es la sed de bienes materiales la que ha empujado a los primeros
cruzados: es la devoción. Tal empresa suponía la ruptura total con las propias
costumbres, la renuncia al universo familiar. «Dios lo quiere», exclamaban. Este grito es
un acto de fe. «La cruzada —afirma Jean Richard— fue para innumerables cristianos la
ocasión de vivir su fe, no en la facilidad sino con la prueba del sufrimiento y de la
muerte»26. Los primeros cruzados eran penitentes cuya motivación inicial era de orden
espiritual. Lo temporal venía después.
En este sentido, en la película de Riddley Scott sobre las Cruzadas El Reino de
los Cielos la primera falacia va con los primeros metros de película, para marcar el tono.
Apenas hecha la oscuridad un letrero en la pantalla afirma que en el siglo XII Europa
estaba sumida en la represión, y en la pobreza y que por eso la gente emigraba a Tierra
Santa en busca de riquezas. Sin embargo el siglo XII conoció una gran expansión
demográfica y económica de Europa y en ningún momento existió un movimiento de
colonización de Tierra Santa, sólo peregrinaciones o refuerzos temporales, de cuya
exigüidad se quejaron siempre los cristianos de los reinos latinos.
Igualmente, en la misma película se demuestra que si la falacia de los textos es
más concretable, la que dejan las imágenes, inasible, es mucho más peligrosa. Se
presenta el Calvario como una ladera pelada en pleno siglo XII. Desde los tiempos de
Santa Elena (siglo IV) hubo templos cristianos en el Santo Sepulcro, y los cruzados
erigieron inmediatamente de apoderarse de Jerusalén el complejo monumental que hoy
se conserva. Cuando el protagonista pregunta por el lugar donde murió Cristo (¡que era
el centro religioso y político del Reino, su perla y razón de ser!), y medita sobre un
pedregal solitario, se está negando a los cruzados su tarea constructiva (la inmensa
25
26
Jacques Heers, «Le sens des croisades», La Nef, junio de 1993.
Jean Richard, L’esprit de la croisade, Cerf, 1969.
11
mayoría de los monumentos cristianos de la Tierra Santa de hoy provienen de la época
cruzada) y su capacidad artística y, muy sutilmente, se insinúa la disociación entre
Cristo y su memoria, semiolvidados por la Iglesia y los cruzados, de espaldas hasta a su
recuerdo físico.
De hecho, la principal tesis de la película, enunciada en el discurso más solemne,
es que todas las religiones son básicamente iguales, que la disputa por la diferencia de
Fe o por la posesión de Jerusalén no tiene sentido, y que lo que importa cuidar es de las
personas, es decir: de salvar su vida: móvil de supervivencia que explica la resistencia
primero y la capitulación después de Jerusalén. Pretende establecer que las creencias
son equiparablemente nefastas y que la mejor posición moral y humana es el
cristianismo sin Cristo, la elevada moral sin por qué de la que es ejemplo nuestro
personaje. La Iglesia histórica no sólo es innecesaria como depositaria del mensaje de
Cristo (que no es sólo enseñanza, sino sobre todo Redención y Salvación), sino opuesta
a Él.
Las ocho cruzadas: la buena simiente y la cizaña
Habiendo cumplido su peregrinaje al Santo Sepulcro, los caballeros eligieron
como señor de la nueva conquista a Godofredo de Bouillon, quien se llamó a sí mismo
Defensor del Santo Sepulcro. Tuvieron entonces que rechazar un ejército egipcio, que
fue derrotado en Ascalón, el 12 de agosto, 1099. Godofredo de Bouillon murió en
Jerusalén el 18 de julio, 1100. Su hermano y sucesor, Balduino de Edesa, fue coronado
rey de Jerusalén en la Basílica de Belén el 25 de diciembre, 1100. En 1112 con la ayuda
de Noruegos bajo el mando de Sigurd Jorsalafari y el apoyo de flotas genovesa, pisana,
y veneciana, Balduino inició la conquista de los puertos de Siria, que completó en 1124
con la captura de Tiro.
Se han creado otros estados cristianos: el principado de Antioquía, el condado de
Edesa, el condado de Trípoli. Ahora bien, no figuraba su fundación en los planes
primitivos del Papa.
Todo el país oriental de los latinos estaba dividido en cuatro principados. El
primero al Sur, era el reino de Jerusalén, que tenía sus comienzos en el arroyo que se
encuentra entre Biblos y Beirut, ciudades marítimas de Fenicia, y su fin en el desierto,
más allá de Daron, que mira hacia Egipto. El segundo principado, hacia el Norte, era
el condado de Trípoli, desde el mencionado arroyo hasta el arroyo que se encuentra
entre Maraclea y Valenia. El tercero era el principado de Antioquía, que se encontraba
entre este arroyo y Tarso de Cilicia. El cuarto era el condado de Edesa, que desde el
bosque llamado Marrim se extendía hacia Oriente, más allá del Éufrates27.
Estos pequeños estados eran, por así decir, la propiedad común de toda la
Cristiandad y, como tal, estaban subordinados a la autoridad del papa. Además, los
caballeros franceses y comerciantes italianos establecidos en las recientemente
conquistadas ciudades pronto predominaron. La autoridad de los soberanos de estos
diferentes principados estaba restringida por los dueños-de-feudos, los vasallos, y los
sub-vasallos que constituían la Corte de Lieges, o Suprema Corte. Esta asamblea tenía
total autoridad en asuntos legislativos; ningún estatuto ni ley se podía proclamar sin su
acuerdo; ningún barón podía ser privado de su feudo sin su decisión; su jurisdicción se
Guillermo de Tiro, Historia rerum in partibus transmarinis gestarum, recogido por Calmette: Textes…,
p. 185.
27
12
extendía por encima de todos, incluso el rey, y también controlaba la sucesión al trono.
Una Corte de Burgueses tenía jurisdicción similar sobre los ciudadanos. Cada feudo
tenía un tribunal igual compuesto de caballeros y ciudadanos, y en los puertos había
policía y cortes mercantiles.
La autoridad de la Iglesia también ayudaba a limitar el poder del rey; las cuatro
sedes metropolitanas de Tiro, Cesarea, Bessan, y Petra estaban sujetas al Patriarca de
Jerusalén, de la misma manera siete sedes subordinadas y un número de abadías, entre
ellas el Monte Sión, el Monte de los olivos, el Templo, Josafat, y el Santo Sepulcro. A
través de ricas y frecuentes donaciones el clero se volvió el más grande dueño de
propiedades del reino; también recibió de los cruzados importantes propiedades en
Europa.
A pesar de las antes mencionadas restricciones en el siglo XII el rey de Jerusalén
tenía un gran ingreso. Los impuestos aduanales establecidos en los puertos y
administrados por nativos, los peajes impuestos a las caravanas, y el monopolio de
ciertas industrias eran una fecunda fuente de ingresos. Desde un punto de vista militar
todo vasallo debía un servicio de tiempo ilimitado al rey, aunque éste estaba obligado a
indemnizarlos, pero para llenar las líneas del ejército era necesario enrolar nativos que
recibían una anualidad a vida (fief de soudée). De esta manera se reclutó la caballería
ligera de los Turcoples, armados a la manera Sarracena. En total estas fuerzas eran poco
más de 20.000 hombres, y aún así los vasallos poderosos que las comandaban eran casi
independientes del rey.
Finalmente, en las ciudades, se dividió el poder público entre los ciudadanos
nativos y los colonos italianos, genoveses, venecianos, pisanos, y también los
marselleses a quienes, a cambio de sus servicios, se les dio poder supremo en ciertos
distritos en pequeñas comunidades autogobernadas que tenían sus cónsules, sus iglesias,
y en las orillas sus granjas, utilizadas para el cultivo de algodón y caña de azúcar. Los
puertos sirios eran visitados regularmente por flotas italianas que obtenían allí las
especias y sedas traídas por caravanas de Extremo Oriente. Así, durante la primera
mitad del siglo XII los estados cristianos de Oriente estaban completamente
organizados, y aun eclipsaron en riqueza y prosperidad a la mayor parte de los estados
occidentales.
Todas las cruzadas posteriores a la de 1096 no tendrán otra finalidad que no sea
la de reforzar o socorrer los estados latinos implantados en Oriente, Jacques Heers
comenta: «El acto de fe que fue el principal resorte de las cruzadas desde 1095, a saber,
el deseo de afianzar la seguridad de la peregrinación al Santo Sepulcro, estuvo siempre
en el origen de estos compromisos. Pero, poco a poco, se impusieron también otras
preocupaciones, otras ambiciones que conllevaban gestiones más complejas e incluso
desviaciones»28.
Las Cruzadas no fueron un «ejemplo de imperialismo» sino un intento de los
occidentales de defender los Santos Lugares y Jerusalén, afirma Jonathan Riley-Smith,
profesor de la Universidad de Cambridge. Así lo sostuvo Smith, uno de los mayores
historiadores en el mundo sobre el argumento, en una mesa redonda, organizada por la
Universidad Europea de Roma (UER) sobre el tema Las Cruzadas, entre mito y
realidad. En el encuentro participaron veintidós expertos de varias universidades
europeas, que previamente se reunieron en el Centro Nacional de Investigaciones de
Roma (CNR), para debatir sobre las nuevas perspectivas de investigación en este tema,
respecto a las órdenes militares (templarios, hospitalarios, teutones, etc.)29.
28
29
Jacques Heers, La premiere croisade, Perrin, 1995.
Zenit, Roma, 27 de marzo del 2006.
13
Además, la Cruzada entendida como «guerra santa» contra los musulmanes,
también sería según Franco Cardini una exageración. «En realidad --subraya el
profesor-- lo que interesaba en las expediciones al servicio de los hermanos en Cristo,
amenazados por los musulmanes, era la recuperación de la paz en Occidente y la puesta
en marcha de la idea de socorro a los correligionarios lejanos. La Cruzada significaba
reconciliarse con el adversario antes de partir, renunciar a la disputa y a la venganza,
aceptar la idea del martirio, ponerse a sí mismos y los propios haberes a disposición de
la comunidad de los creyentes, proyectarse en un experiencia a la luz de la cual, por un
cierto número de meses y quizá de años, se pondría el seguimiento de Cristo y la
memoria del Cristo viviente en la tierra que había sido el teatro de su existencia terrena
en el culmen de la propia experiencia».
Después del impulso místico, se inicia otra lógica, de carácter político y militar.
He ahí por qué el término genérico de cruzadas es engañoso. Recubre acontecimientos
repartidos a lo largo de dos siglos (de 1095 a 1270) y determinados por circunstancias
en las que los intereses terrenales pesaban enormemente: tanto peor para la leyenda
dorada de la cristiandad en marcha.
Muchos peligros, por desgracia, amenazaban la prosperidad de los estados
latinos. En el sur los Califas de Egipto, en el este los turcos seleúcidas de Damasco,
Hama y Alepo, y en el norte los emperadores bizantinos, ávidos de realizar el proyecto
de Alejo Comneno de tener a los estados latinos bajo su poder. Además, en presencia de
tantos enemigos en los estados cristianos faltaban cohesión y disciplina. La ayuda que
recibían de Occidente era demasiado dispersa e intermitente. Sin embargo esos
caballeros occidentales, aislados en medio de mahometanos y forzados, debido al
tórrido clima, a llevar una vida muy diferente de aquella a la que estaban acostumbrados
en casa, desplegaron valentía y energía admirables en su esfuerzo por preservar las
colonias cristianas.
El profesor Franco Cardini recuerda la contribución de San Bernardo de Claraval
(1090-1153) que contra la caballería laica, como aquella del siglo XII formada por gente
ávida, violenta y amoral, propuso la constitución de «una nueva caballería» al servicio
de los pobres y de los peregrinos. La propuesta de San Bernardo era revolucionaria, una
nueva caballería hecha de monjes que renunciase a toda forma de riqueza y de poder
personal y que incluso en la guerra aprendiese que al enemigo se lo puede incluso
matar, cuando no haya otra opción, pero que no se le debe odiar. De aquí la enseñanza
de no odiar ni siquiera en la batalla30.
Sin embargo, en la película de Riddley Scott sobre las Cruzadas El Reino de los
Cielos se puede ver a los predicadores de Mesina, repitiendo como una salmodia que
matar infieles no es pecado sino la vía de la salvación. ¡Pues no! Lo que la Iglesia
predicó fue que la defensa de la Fe, y de Tierra Santa una vez liberada, eran una obra
buena, y que los sufrimientos padecidos por ella se aplicaban como penitencia
propiciatoria de indulgencias. Es la casuística musulmana la que no reconoce como
mártir sino al que muere por su fe, sólo tras haber derramado sangre enemiga.
A partir de la toma de Jerusalén, caballeros o pobres, los peregrinos vuelven
masivamente a Europa. Los establecimientos latinos no serán colonias de repoblación:
los francos que permanecen ahí estarán aislados. Para paliar la falta de efectivos, y
proteger los principados cristianos y las peregrinaciones procedentes de Occidente, se
fundaron órdenes de monjes-soldados: los Hospitalarios en 1113, los Templarios en
1118.
30
Zenit, Roma, 21 de julio de 1999.
14
Los Hospitalarios, que al principio cumplían su deber en el Hospital de San Juan
fundado por los antes citados comerciantes de Amalfi, y fueron organizados luego por
Gerardo du Puy como una milicia que podía luchar contra los Sarracenos (1113); y los
Templarios, nueve de quienes en 1118 se congregaron con Hugues de Payens y
recibieron la Regla de San Bernardo. Estos miembros, ya sea caballeros de la nobleza,
alguaciles, empleados, o capellanes, pronunciaron los tres votos monacales pero era
sobre todo para la guerra contra los Sarracenos a lo que se comprometían. Siendo
favorecidos con muchos privilegios espirituales y temporales, fácilmente ganaron
reclutas entre los hijos más jóvenes de casas feudales y adquirieron tanto en Palestina
como en Europa una considerable propiedad. Sus castillos, construidos en los
principales puntos estratégicos, Margat, El Krak, y Tortosa, eran ciudadelas fuertes
protegidas por varios cercos concéntricos. En el reino de Jerusalén estas órdenes
militares virtualmente formaron dos comunidades independientes.
Ante estas noticias, Luis VII de Francia, la reina Leonor de Aquitania, y un gran
número de caballeros, conmovidos por las exhortaciones de San Bernardo, se enrolaron
bajo la cruz (Asamblea de Vézelay, 31 de marzo de 1146). El Abad de Claraval se
convirtió en el apóstol de la segunda cruzada y concibió la idea de instar toda Europa a
atacar a los infieles simultáneamente en Siria, en España, y más allá del Elba. Al
principio encontró una fuerte oposición en Alemania. Finalmente el emperador Conrado
III accedió a su deseo y adoptó el estandarte de la cruz en la Dieta de Spira, el 25 de
diciembre de 1146. Sin embargo, no había el entusiasmo que predominó en 1095. Los
sufrimientos soportados por los cruzados mientras cruzaban Asia Menor les impidió el
avanzar a Edesa. Se contentaron con acosar Damasco, pero fueron obligados a retirarse
al cabo de varias semanas (julio, 1148). Esta derrota causó gran descontento en
Occidente; además, los conflictos entre los griegos y los cruzados sólo confirmaron la
opinión general de que el imperio bizantino era el obstáculo principal al éxito de las
Cruzadas.
Cuando el Rey de Jerusalén Amaury murió en 1173, dejando el poder real a
Balduino IV, el Leproso, un niño de trece años, el reino de Jerusalén estaba amenazado
por todos lados. Al mismo tiempo dos facciones, conducidas respectivamente por Gui
de Lusiñan, cuñado del rey, y Raimundo, conde de Trípoli, competían por el poder.
Balduino IV murió en 1184, y fue pronto seguido a la tumba por su sobrino Balduino V.
A pesar de una viva oposición, Gui de Lusiñan fue coronado rey, el 20 de julio de 1186.
Aunque la lucha contra Saladino estaba ya en marcha, fue desgraciadamente conducida
sin orden ni disciplina. Saladino invadió el reino de Jerusalén y, aunque Gui de Lusiñan
reunió todas sus fuerzas para rechazar el ataque, el 4 de julio de 1187, el ejército de
Saladino aniquiló el de los cristianos en las orillas del Lago Tiberíades. El rey, el gran
maestro del Templo, Renaud de Châtillon, y los hombres más poderosos del reino
fueron hechos prisioneros. Después de matar a Renaud con sus propias manos, Saladino
marchó sobre Jerusalén. La ciudad capituló el 17 de septiembre, y Tiro, Antioquía, y
Trípoli fueron los únicos lugares en Siria que permanecieron en poder de los cristianos.
En la película de Riddley Scott sobre las Cruzadas El Reino de los Cielos se ha
escogido, deliberadamente, el momento en que los cruzados mostraron mayor cúmulo
de defectos: la crisis del Reino de Jerusalén que llevó a su destrucción por Saladino en
la batalla de Hattin, para dejarnos una impresión subconsciente de las cruzadas en su
conjunto; conjunto el de las Cruzadas que puede presentar gestas y personajes
verdaderamente generosos y brillantes.
Además, a la única figura cristiana respetable del guión, al rey de Jerusalén
Balduino IV (1174-1185), que sobrellevó su lepra con heroísmo cristiano, se le niega su
prestigio militar. El que había vencido a campo abierto y en gran inferioridad a Saladino
15
en Mont Gisard también le forzó a retirar su ejército en varias ocasiones, incluso ya al
borde de la muerte, pero sin que mediara nunca un parlamento equívoco. Pues a ese
valiente y caballeroso rey se le presenta sugiriendo al protagonista que elimine al
marido de su hermana para desposarla. Claro que a su sucesor, Guido de Lusignan, se le
presenta asesinando por propia mano, delante de la corte reunida, nada menos que a un
parlamentario enemigo ¿cabe algo más aberrante?
Las noticias de la caída de Jerusalén causaron gran consternación en la
Cristiandad, y el Papa Gregorio VIII se esforzó en poner fin a todas las disensiones
entre los príncipes cristianos. El 21 de enero de 1188, Felipe Augusto, rey de Francia, y
Enrique II, Plantagenet, se reconciliaron en Gisors y tomaron la cruz, iniciando la
tercera cruzada. El 27 de marzo en la Dieta de Mainz, Federico Barbarroja y un gran
número de caballeros alemanes hicieron un voto para defender la causa cristiana en
Palestina. En Italia, Pisa hizo la paz con Génova, Venecia con el rey de Hungría, y
Guillermo de Sicilia con el imperio bizantino. Además, una armada escandinava de
12.000 guerreros navegando por las costas de Europa, al pasar por Portugal, ayudó a
recuperar Alvor de los mahometanos. El entusiasmo por la cruzada era de nuevo de un
alto nivel; pero, en cambio, la diplomacia y los planes de reyes y príncipes tenían cada
vez más importancia en su organización.
Era, además, la primera vez que se unían bajo un solo jefe todas las fuerzas
mahometanas; Saladino, mientras se predicaba la guerra santa, organizó contra los
cristianos algo así como una contra cruzada. Federico Barbarroja, que fue el primero en
prepararse para la empresa, y a quien los cronistas atribuyen un ejército de 100.000
hombres, salió de Ratisbona, el 11 de mayo de 1189. Como de costumbre, la marcha a
través de Asia Menor fue muy difícil. Con la idea de reabastecerse en provisiones, el
ejército tomó Iconium por asalto. A su llegada a la región de Taurus, Federico
Barbarroja trató de cruzar el Selef (Kydnos) a caballo y se ahogó. En seguida, muchos
príncipes alemanes regresaron a Europa; los otros, conducidos por el hijo del
emperador, Felipe de Suabia llegaron a Antioquía y prosiguieron luego a San Juan de
Acre. Fue delante de esta ciudad que al fin todas las tropas cruzadas se reunieron.
Este heroico sitio duró dos años. En la primavera de cada año llegaban refuerzos
de Occidente, y una verdadera ciudad cristiana surgió fuera de las murallas de Acre.
Pero los inviernos fueron desastrosos para los cruzados, cuyas líneas eran diezmadas
por enfermedades traídas por las inclemencias de la estación lluviosa y la falta de
comida. Saladino vino a ayudar a la ciudad, y comunicó con ella por medio de palomas
mensajeras. Máquinas lanza misiles (pierrières), impulsadas por poderosas maquinarias,
fueron utilizadas por los cruzados para demoler las murallas de Acre, pero los
mahometanos también tenían artillería poderosa. Este sitio famoso había durado ya dos
años cuando Felipe Augusto, rey de Francia, y Ricardo Corazón de León, rey de
Inglaterra, llegaron a la escena.
La llegada de los reyes de Francia e Inglaterra delante de Acre provocó la
capitulación de la ciudad, el 13 de julio de 1191. Pronto, sin embargo, la disputa de los
reyes francés e ingles estalló de nuevo, y Felipe Augusto dejó Palestina, el 28 de julio.
Ricardo fue entonces el jefe de la cruzada, y, para castigar a Saladino por no cumplir
con las condiciones del tratado dentro del tiempo estipulado, mandó matar a los rehenes
mahometanos. Luego, pensó atacar Jerusalén, pero, luego de engañar a los cristianos
durante las negociaciones, Saladino trajo muchas tropas de Egipto. La empresa falló, y
Ricardo compensó sus reveses con brillantes pero inútiles hazañas que hicieron su
nombre legendario entre los mahometanos. Después de una última expedición para
defender Jaffa contra Saladino, Ricardo declaró una tregua y embarcó para Europa, el 9
de octubre de 1192, pero no llegó a su reino inglés hasta después de haber sufrido una
16
humillante cautividad en las manos del duque de Austria, quien vengó de esta manera
los insultos que se le hicieron frente a San Juan de Acre.
En los muchos intentos hechos para fundar los estados cristianos los esfuerzos
de los cruzados se habían dirigido solo hacia el objetivo por el que la Guerra Santa
había sido instituida; la cruzada contra Constantinopla muestra la primera desviación
del propósito original. Para quienes trataban de lograr sus fines arrancando la dirección
de las cruzadas de las manos del papa, este nuevo movimiento era, por supuesto, un
triunfo, pero para la Cristiandad fue una causa de confusión. Apenas había sido elegido
papa Inocencio III, en enero, 1198, cuando inauguró una política para el Oriente que
siguió a lo largo de todo su pontificado. Subordinó todo lo demás al rescate de Jerusalén
y a la reconquista de la Tierra Santa. En sus primeras Encíclicas convocó a todos los
cristianos a unirse a la cruzada e incluso negoció con Alejo III, el emperador bizantino,
tratando de convencerlo de reintegrar la comunión con Roma y utilizar sus tropas para
la liberación de Palestina.
Durante un torneo en Ecry-sur-Aisne, el 28 de noviembre de 1199, el conde
Teobaldo de Champaña y un gran número de caballeros tomaron la cruz, iniciando la
cuarta cruzada; en Alemania del sur Martín, Abad de Pairis, cerca de Colmar, atrajo
muchos a la cruzada. Parecía, sin embargo, que, desde el principio, el papa perdió el
control de esta empresa. Sin ni siquiera consultar a Inocencio III, los caballeros
franceses, que habían elegido a Teobaldo de Champaña como su jefe, decidieron atacar
a los mahometanos en Egipto y en marzo, 1201, concluyeron con la República de
Venecia un contrato para el transporte de tropas en el mediterráneo.
Sin embargo, los cruzados reunidos en Venecia no podían pagar la cantidad
exigida por su contrato, así, a manera de intercambio, los venecianos sugirieron que
ayudaran a recuperar la ciudad de Zara en Dalmacia. Los caballeros aceptaron la
propuesta, y, después de unos días de sitio, la ciudad capituló en noviembre, 1202. Pero
fue en vano que Inocencio III instó a los cruzados a salir para Palestina. Habiendo
obtenido la absolución por la captura de Zara, y a pesar de la oposición de Simón de
Montfort y una parte del ejército, el 24 de mayo de 1203, los jefes ordenaron la marcha
sobre Constantinopla. Ellos habían concluido con Alejo, el pretendiente bizantino, un
tratado por el cual éste prometía obtener el retorno de los griegos a la comunión con
Roma, dar a los cruzados 200.000 marcos, y participar a la Guerra Santa. El 23 de junio
la flota de los cruzados se presentó delante de Constantinopla.
Las tropas de Alejo III intentaron una infructuosa salida, y el usurpador huyó,
después de lo cual Isaac Angelus fue liberado de prisión y se le permitió compartir la
dignidad imperial con su hijo, Alejo IV. Pero aunque éste último hubiera sido sincero
habría sido incapaz de respetar las promesas hechas a los cruzados. Después de unos
meses de tediosa espera, aquéllos de entre los cruzados acuartelados en Galacia
perdieron paciencia con los griegos, que no sólo se negaban a respetar su acuerdo, sino
que incluso los trataban con abierta hostilidad. Los cruzados latinos se prepararon a
asediar Constantinopla por segunda vez. Por un tratado concluido en marzo, 1204, entre
los venecianos y los jefes cruzados, se pusieron de acuerdo por adelantado para
compartir los despojos del imperio griego. El 12 de abril de 1204, Constantinopla fue
tomada por asalto, y al día siguiente comenzó el cruel pillaje de sus iglesias y palacios.
Obras maestras de la antigüedad, amontonadas en lugares públicos y en el Hipódromo,
fueron completamente destruidas. Clérigos y caballeros, en su avidez por adquirir
famosas e inestimables reliquias, tomaron parte en el saqueo de las iglesias. Los
venecianos recibieron la mitad del botín; la parte de cada cruzado fue determinada
según su grado de barón, caballero, o alguacil, y la mayor parte de las iglesias de
Occidente se enriquecieron con los ornamentos despojados de las de Constantinopla. El
17
9 de mayo de 1204, un colegio electoral, constituido por prominentes cruzados y
venecianos, se congregó para elegir un emperador. Al fin Balduino, conde de Flandes,
fue elegido y solemnemente coronado en Santa Sofía. Constantinopla y el imperio
fueron divididos entre el emperador, los venecianos, y el jefe de los cruzados.
Ante las noticias de estos eventos tan extraordinarios, en los que no había tenido
ninguna influencia, Inocencio III se plegó como en sumisión a los designios de la
Providencia y, en el interés de la Cristiandad, se decidió a obtener lo mejor de la nueva
conquista. Su principal objetivo fue acabar con el cisma griego y poner las fuerzas del
nuevo imperio latino al servicio de la cruzada. Por desgracia, el imperio latino de
Constantinopla estaba en una condición demasiado precaria para proporcionar cualquier
apoyo material a la política papal. El emperador era incapaz de imponer su autoridad a
los barones.
El hermano y sucesor del emperador Balduino, Enrique de Flandes, dedicó su
reino (1206-16) a interminables conflictos con los búlgaros, los lombardos de
Tesalónica, y los griegos de Asia Menor. A pesar de eso, consiguió fortalecer la
conquista latina, formo una alianza con los búlgaros, y estableció su autoridad incluso
sobre los propietarios feudales de Morea (Parlamento de Ravena, 1209); sin embargo,
lejos de conducir una cruzada en Palestina, tuvo que solicitar ayuda de Occidental, y fue
obligado a firmar tratados con Teodoro Lascaris e incluso con el sultán de Iconium. Los
griegos no se reconciliaron con la Iglesia de Roma; la mayor parte de sus obispos
abandonaron sus sedes y se refugiaron en Nicea, dejando sus iglesias a los obispos
latinos nombrados para reemplazarlos. Los conventos griegos fueron reemplazados por
monasterios cistercienses, por comanderías de Templarios y Hospitalarios, y por
capítulos de canónigos. Con raras excepciones, sin embargo, la población nativa
permaneció hostil y tomó a los conquistadores latinos como extranjeros.
Inocencio III decidió (1207) entonces organizar una nueva cruzada sin tomar en
cuenta la opinión de Constantinopla. Las circunstancias, sin embargo, eran
desfavorables. En lugar de concentrar las fuerzas de la Cristiandad contra los
mahometanos, el papa los desbandó proclamando (1209) una cruzada contra los
albigenses en el sur de Francia, y contra los Almorávides de España (1213), los paganos
de Prusia, y Juan Lackland de Inglaterra. Al mismo tiempo ocurrieron estallidos de
emoción mística semejantes a los que habían precedido la primera cruzada. En 1212 un
joven pastor de Vendôme y un joven de Colonia reunieron miles de niños a quienes les
propusieron conducirlos a la conquista de Palestina. El movimiento se extendió a través
de Francia e Italia. Esta Cruzada de los Niños llegó por fin a Brindisi, donde
comerciantes vendieron a muchos de los niños como esclavos a los moros, mientras que
casi todos los demás morían de hambre y agotamiento.
El 25 de julio de 1215, Federico II, después de su victoria sobre Otón de
Brunswick, tomó la cruz en la tumba de Carlomagno en Aquisgrán. El 11 de noviembre
de 1215, Inocencio III inauguró el Cuarto Concilio De Letrán con una exhortación a
todo los fieles para participar en la quinta cruzada, cuya salida se fijó para 1217. Al
momento de su muerte (1216) el Papa Inocencio pensó que se había iniciado un gran
movimiento.
En Europa sin embargo, la predicación de la cruzada encontró gran oposición.
Los príncipes temporales se oponían fuertemente a la perdida de jurisdicción sobre los
súbditos que tomaban parte en las cruzadas. Absortos en intrigas políticas, eran reacios
a enviar tan lejos las fuerzas militares en las que dependían. Rápidamente, en diciembre,
1216, se le concedió a Federico II la primera moratoria en el cumplimiento de su voto.
La cruzada tal como se predicó en el siglo XIII ya no fue el gran movimiento entusiasta
de 1095, sino una serie de empresas irregulares e intermitentes. Los cruzados llegaron a
18
San Juan de Acre en 1217, pero se limitaron a incursiones en territorio musulmán,
después de lo cual Andrés de Hungría regresó a Europa. Recibiendo refuerzos en la
primavera de 1218, Juan de Brienne, rey de Jerusalén, se decidió a ejecutar un ataque en
Tierra Santa pasando por Egipto. Los cruzados en acuerdo llegaron a Damietta en mayo,
1218, y, después de un asedio marcado por muchos actos de heroísmo, tomaron la
ciudad por asalto, el 5 de noviembre, 1219. En lugar de aprovechar esta victoria,
desperdiciaron más de un año en disputas inútiles, y no fue sino hasta mayo de 1221,
que salieron para el Cairo. Rodeado por los sarracenos en Mansura, el 24 de julio, el
ejército cristiano fue derrotado. Juan de Brienne fue obligado a comprar la retirada con
la entrega de Damietta a los sarracenos. Entretanto el emperador Federico II, que debía
ser el jefe de la cruzada, se había quedado en Europa y continuaba a importunar al papa
con nuevos aplazamientos de su salida.
Gregorio IX, elegido papa el 19 de marzo, 1227, exigió a Federico el cumplir
con su voto para que iniciara la sexta cruzada. Por fin, el 8 de septiembre, el emperador
embarcó pero pronto regresó; por consiguiente, el 29 de septiembre, el papa lo
excomulgó. Sin embargo, Federico se hizo a la vela de nuevo el 18 de junio, 1228, pero
en lugar de conducir una cruzada solo ejecutó un juego diplomático. Persuadió a Malekel-Khamil, sultán de Egipto, que estaba en guerra con el príncipe de Damasco, y
concluyó un tratado con él en Jaffa, en febrero, 1229, según el cual Jerusalén, Belén, y
Nazaret serian regresadas a los cristianos. El 18 de marzo de 1229, sin ninguna
ceremonia religiosa, Federico asumió la corona real de Jerusalén en la iglesia del Santo
Sepulcro. Al volver a Europa, se reconcilió con Gregorio IX, en agosto, 1230. El
pontífice ratificó el Tratado de Jaffa, y Federico envió caballeros a Siria a que tomaran
posesión de las ciudades y obligar a todos los señores feudales a rendirle homenaje.
Europa estaba ahora amenazada por un desastre más doloroso. Después de
conquistar Rusia los mongoles bajo la dirección de Gengis Kan se presentaron en 1241
en las fronteras de Polonia, derrotaron al ejército del duque de Silesia en Liegnitz,
aniquilaron el de Béla, rey de Hungría, y llegaron al Adriático. Palestina sufrió las
consecuencias de esta invasión. Los mongoles habían destruido el imperio musulmán de
Kharizm en Asia Central. Las noticias de esta catástrofe crearon un gran revuelo en
Europa, y en el Concilio de Lyon (junio-julio, 1245) el Papa Inocencio IV proclamó la
séptima cruzada, pero la falta de armonía entre él y el emperador Federico II predestinó
el pontífice a la desilusión. Excepto por Luis IX, rey de Francia, que tomó la cruz en
diciembre, 1244, nadie mostró ninguna buena voluntad para conducir una expedición a
Palestina. Informado que los mongoles estaban bien dispuestos hacia la Cristiandad,
Inocencio IV les envió Giovanni di Pianocarpini, un franciscano, y Nicolás Ascelin, un
dominicano, como embajadores. Pianocarpini estuvo en Karakorum el 8 de abril, 1246,
el día de la elección del gran khan, pero nada resultó de este primer intento de crear una
alianza con los mongoles contra los mahometanos. Sin embargo, cuando San Luis, que
salió de París el 12 de junio de 1248, había llegado a la Isla de Chipre, recibió allí a una
embajada amical del gran khan y, en retorno, le envió a dos dominicanos. Alentado,
quizás, por esta alianza, el rey de Francia decidió atacar Egipto. El 7 de junio de 1249,
tomó Damietta, pero fue sólo seis meses más tarde que marchó sobre el Cairo. El 19 de
diciembre su avanzada, comandada por su hermano, Roberto de Artois, empezó
imprudentemente a combatir en las calles de Mansura y fue exterminado. Al rey mismo
le cortaron la comunicación con Damietta y lo hicieron prisionero el 5 de abril de 1250.
San Luis negoció y fue puesto en libertad a condición de entregar Damietta y pagar un
rescate de un millón de besantes de oro. Se quedó en Palestina hasta 1254; negoció con
los ámeles egipcios por la liberación de prisioneros; mejoró el equipo de las fortalezas
del reino, San Juan de Acre, Cesarea, Jaffa, y Sidón; y envió a fray Guillermo de
19
Rubruquis como embajador al Gran Kan. Entonces, a la noticia de la muerte de su
madre, Blanca de Castilla, que había actuado como regente, volvió a Francia.
Sin mas ayuda de fondos de Occidente, y desgarradas por desórdenes internos,
las colonias cristianas debieron su salvación temporal a los cambios en la política
musulmana y a la intervención de los mongoles. Los venecianos sacaron a los
genoveses de San Juan de Acre y trataron la ciudad como territorio conquistado; en una
batalla en la que cristianos lucharon contra cristianos, y en la que pelearon Hospitalarios
contra Templarios, 20.000 hombres perecieron. Por venganza los genoveses se aliaron
con Miguel Paleólogo, emperador de Nicea, cuyo general, Alejo Strategopulos, no tuvo
ningún problema para entrar en Constantinopla y derrocar al emperador latino, Balduino
II, el 25 de julio de 1261.
La cuestión de una cruzada seguía discutiéndose en Occidente, pero excepto
entre hombres con una visión religiosa, como San Luis, ya no se le daba ninguna
seriedad al asunto entre los príncipes europeos. Veían la cruzada como un instrumento
político, que se utilizaba sólo cuando servía sus propios intereses. Para impedir la
predicación de una cruzada contra Constantinopla, Miguel Paleólogo le prometió al
papa trabajar por la unión de las iglesias. En un parlamento tenido en París, el 24 de
marzo, 1267, San Luis y sus tres hijos tomaron la cruz, iniciando la octava cruzada,
pero, a pesar de su ejemplo, muchos caballeros se opusieron a las exhortaciones del
predicador Humberto de Romans. Escuchando los informes de los misioneros, Luis se
decidió a ir a Tunicia, cuyo príncipe esperaba convertir al cristianismo.
Los cruzados, entre quienes estaba el príncipe Eduardo de Inglaterra, llegaron a
Cartago el 17 de julio, 1270, pero la peste se declaró en su campamento, y el 25 de
agosto, San Luis murió por la peste. Carlos de Anjou, hermano de San Luis, concluyó
entonces un tratado con los mahometanos, y los cruzados reembarcaron. Solo el
príncipe Eduardo, decidido a cumplir su voto, salió para San Juan de Acre; sin embargo,
después de unas razias en territorio sarraceno, concluyó una tregua con Baybars.
El campo estaba ahora despejado para Carlos de Anjou, pero la elección de
Gregorio X, quien era favorable a la cruzada, de nuevo frustró sus planes. Mientras los
emisarios del rey de las Dos Sicilias atravesaban la península balcánica, el nuevo papa
esperaba la unión de las iglesias Occidental y Oriental, evento que se proclamó
solemnemente en el Concilio de Lyon, el 6 de julio, 1274; Miguel Paleólogo prometió
tomar la cruz. El 1 de mayo de 1275, Gregorio X realizó una tregua entre este soberano
y Carlos de Anjou. Entretanto Felipe III, rey de Francia, el rey de Inglaterra, y el rey de
Aragón hicieron el voto de ir a Tierra Santa. Por desgracia la muerte de Gregorio X
llevó estos planes a la nada. Miguel Paleólogo no había podido realizar la unión del
clero griego con Roma, y en 1281 el Papa Martín IV lo excomulgó. Entretanto Miguel
Paleólogo quedó como amo de Constantinopla, y la Tierra Santa fue dejada sin defensa.
El 5 de abril de 1291, el ámel mameluco Malek-Aschraf, hijo y sucesor de
Kelaoun, se presentó delante de San Juan de Acre con 120.000 hombres. Los 25.000
cristianos que defendían la ciudad ni siquiera tenían un comandante supremo; no
obstante resistieron con heroico valor, llenaron las brechas de las murallas con estacas y
sacos de algodón y lana, y comunicaron por mar con el rey Enrique II, quien les llevó
ayuda de Chipre. Sin embargo, el 28 de mayo, los mahometanos ejecutaron un ataque
general, penetraron dentro la ciudad, y sus defensores escaparon en sus navíos. La más
fuerte oposición fue presentada por los Templarios, la guarnición de cuya fortaleza
resistió diez días más, sólo para ser completamente aniquilada. En julio de 1291, los
últimos pueblos cristianos en Siria capitularon, y el reino de Jerusalén cesó de existir.
De todas formas, esta división es arbitraria y excluye muchas expediciones
importantes, entre ellas las de los siglos XIV y XV. En realidad las Cruzadas
20
continuaron hasta fines del siglo XVII, la cruzada de Lepanto ocurrió en 1571, la de
Hungría en 1664, y la cruzada del duque de Borgoña a Candía, en 1669. Y una división
más científica se basaría en la historia de las colonias cristianas en Oriente. Además, en
la obra de Sandoval, hay un capítulo que está consagrado a la última Cruzada (en el
sentido estricto y técnico del término), con que el Papa Pío IX (1846-1878) llamó a los
cristianos para que acudiesen en defensa de la Roma amenazada por los revolucionarios
italianos, y se cerró con la heroica defensa de la Porta Pía por parte de los zuavos
pontificios.
La Cruzada del siglo XIV y la invasión otomana
La pérdida de San Juan d'Acre no llevó los príncipes de Europa a organizar una
nueva cruzada. Los pensamientos de los hombres estaban de hecho, como de costumbre,
dirigidos hacia el Este, pero en los primeros años del siglo XIV la idea de una cruzada
inspiraba principalmente los trabajos de teóricos que veían en ella los mejores medios
para reformar la Cristiandad. El tratado de Pierre Dubois, funcionario legal de la corona
en Coutances, De Recuperatione Terræ Sanctæ31, se parece al trabajo de un soñador,
aunque algunas de sus opiniones son verdaderamente modernas. El establecimiento de
la paz entre príncipes cristianos por medio de un tribunal de arbitraje, la idea de hacer
un príncipe francés emperador hereditario, la secularización del Patrimonio de San
Pedro, la consolidación de las Ordenes de Hospitalarios y Templarios, la creación de un
disciplinado ejército cuyos diferentes cuerpos deberían tener un uniforme especial, la
creación de escuelas para el estudio de lenguas orientales, y el matrimonio mixto de
doncellas cristianas con sarracenos eran las ideas principales que él propuso (1307).
En cambio los escritos de hombres de mayor actividad y más grande experiencia
sugerían métodos más prácticos para efectuar la conquista de Oriente. Persuadidos que
la derrota cristiana en Oriente era principalmente debida a las relaciones mercantiles que
las ciudades italianas Venecia y Génova continuaban a tener con los mahometanos,
estos autores deseaban el establecimiento de un bloqueo comercial que, en unos años,
ocasionaría la ruina de Egipto y causaría que cayese bajo control cristiano. Con este
propósito se recomendó que una gran armada fuera preparada al costo de los príncipes
cristianos para efectuar una labor de vigilancia en el mediterráneo y prevenir el
contrabando. Éstos eran los proyectos presentados en las memorias de Fidentius de
Padua, un franciscano32; en las del rey Carlos II de Nápoles33; Jacques de Molay34;
Enrique II, rey de Chipre35; Guillaume d'Adam, arzobispo de Sultanieh36; y Marino
Sanudo, el veneciano37. También Carlos II insistió en la consolidación de las órdenes
militares.
San Francisco de Asís, y Raimundo Lulio habían esperado sustituir la cruzada
bélica por una conversión pacífica de los mahometanos al Cristianismo. Raymundo
Lulio, nacido en Palma, Isla de Mallorca, en 1235, empezó (1275) su Gran Arte, que,
por medio de un método universal para el estudio de lenguas orientales, equiparía a los
misioneros para entrar en polémicas con los doctores mahometanos. El mismo año él
31
Langlois, ed., París, 1891
Hacia 1291, Bibliothèque Nationale, MSS Latín., 7247.
33
1293, Bib. Nat., Frankish MSS., 6049.
34
1307, Baluze, ed., Vitæ paparum Avenion., II, 176-185.
35
Mas-Latrie, ed., Histoire de Chypre, II, 118.
36
1310, Kohler, ed., Collect. Hist. de las Cruzadas, Documentos armenios, II.
37
Bongars, ed., Secreta fidelium Crucis, II.
32
21
predominó sobre el rey de Mallorca para fundar el colegio de estudios superiores de la
Santísima Trinidad en Miramar, donde los Frailes Menores podrían aprender las lenguas
orientales. Él mismo tradujo tratados catequéticos al árabe y, después de pasar su vida
viajando por Europa tratando de convencer a papas y reyes a sus ideas, sufrió el martirio
en Bougie, donde había empezado su trabajo de evangelización (1314). Entre los
mahometanos esta propaganda encontró dificultades insuperables, mientras que los
mongoles, algunos de los cuales eran todavía miembros de la iglesia nestoriana, lo
recibían de buena gana.
Muchas otras memorias, sobre todo la de Hayton, rey de Armenia38,
consideraban que una alianza entre los cristianos y los mongoles de Persia era
indispensable al éxito. De hecho, desde fines del siglo XIII muchos misioneros habían
penetrado en el imperio mongol; en Persia como en China, su propaganda floreció.
Durante el pontificado de Juan XXII (1316-34) se establecieron misiones franciscanas y
dominicanas permanentes en Persia, China, Tataria y Turkestán, y en 1318 se creó el
Arzobispado de Sultanieh en Persia. Llevando así a una alianza entre mongoles y
cristianos contra los mahometanos, la cruzada habría producido el efecto deseado. En
fin, la contemplada alianza con los mongoles nunca se realizó totalmente.
A principios del siglo XIV el desarrollo futuro del Cristianismo en Oriente
parecía asegurado. Por desgracia, sin embargo, los cambios internos que ocurrieron en
Occidente, la disminución de la influencia política de los papas, la indiferencia de los
príncipes temporales a lo que no afectaba directamente sus intereses territoriales
hicieron inútiles todos los esfuerzos para el restablecimiento del poder cristiano en
Oriente. Los papas obraron para asegurar el bloqueo de Egipto prohibiendo el
intercambio comercial con los infieles y organizando un escuadrón para prevenir el
contrabando, pero los venecianos y genoveses en provocación enviaron sus navíos a
Alejandría y vendieron esclavos y provisiones militares a los mamelucos. Además, no
se pudo efectuar la consolidación de las órdenes militares. Por la supresión de los
Templarios en el Concilio de Viena, 1311, el rey Felipe el Justo asestó un cruel revés a
la cruzada; en lugar de dar a los Hospitalarios la inmensa riqueza de los Templarios, la
confiscó. La Orden Teutónica habiéndose establecido en Prusia en 1228, en Oriente
quedaron solo los Hospitalarios. Después de la captura de San Juan de Acre, Enrique II,
rey de Chipre, les había ofrecido refugio en Limassol, pero allí se encontraron en muy
estrechas circunstancias. En 1310 tomaron la Isla de Rodas, que había llegado a ser una
guarida de piratas, y la hicieron su morada permanente.
En 1392 Carlos VI que había firmado un tratado de paz con Inglaterra, parecía
haber sido ganado para la cruzada justo antes de volverse loco. Pero el momento de las
expediciones a la Tierra Santa había pasado, y de allí en adelante la Europa cristiana fue
forzada a defenderse a sí misma contra las invasiones otomanas. En 1369 Juan V,
Paleólogo, fue a Roma y abjuró el cisma; de allí en adelante los papas trabajaron
valientemente para preservar los restos del imperio bizantino y los estados cristianos en
los Balcanes. Habiéndose vuelto amo de Serbia en la batalla del Kosovo en 1389, el
sultán Bajazet impuso su soberanía sobre Juan V y obtuvo posesión de Filadelfia, la
última ciudad griega en Asia Menor.
38
1307, ed. Documentos armenios, I.
22
La Cruzada en el siglo XV
Un inesperado evento, la invasión por Timur y los mongoles, salvó
Constantinopla por el momento. Aniquilaron el ejército de Bajazet en Ancyra, el 20 de
julio, 1402, y, dividieron el imperio otomano entre varios príncipes, reduciéndolo a un
estado de vasallaje. Los gobernantes occidentales, Enrique III, rey de Castilla, y Carlos
VI, rey de Francia, enviaron embajadores al mongol Timur39, pero las circunstancias no
eran favorables, como lo habían sido en el siglo XIII. La rebelión nacional en China que
derrocó a la dinastía mongol en 1368 había dado por resultado la destrucción de las
misiones cristianas en Extremo Oriente; en Asia Central los mongoles se habían
convertido al mahometismo, y Timur mostró su hostilidad a los cristianos tomando
Smyrna a los Hospitalarios.
Las guerras civiles que estallaron entre los príncipes otomanos dieron unos años
de respiro a los emperadores bizantinos, pero Murat II, habiendo restablecido el poder
turco, sitio Constantinopla de junio a septiembre de 1422, y obligó a Juan VIII,
Paleólogo a pagarle tributo. En sus cartas a Bedford, el regente, y al duque de Borgoña,
Juana de Arco aludió a la unión de la Cristiandad contra los sarracenos, y la creencia
popular expresada en la poesía de Christine de Pisan era que, después de liberar Francia,
la doncella de Orleans guiaría a Carlos VII a Tierra Santa. Pero esto era sólo un sueño, y
las guerras civiles en Francia, la cruzada contra los husitas, y el concilio de Constanza,
impidieron el tomar cualquier acción contra los turcos.
Al mismo tiempo se reanudaron negociaciones por la unión religiosa que
facilitaría la cruzada entre los emperadores bizantinos y los papas. El emperador Juan
VIII vino en persona a asistir al concilio convocado por el Papa Eugenio IV en Ferrara,
en 1438. Gracias a la buena voluntad de Bessarión y de Isidoro de Kiev, los dos
prelados griegos que el papa había elevado al cardenalato, el concilio, que se transfirió a
Florencia, estableció la armonía en todos los puntos, y el 6 de julio, 1439, se proclamó
solemnemente la reconciliación. La reunión fue mal recibida por los griegos y esto no
llevó a los príncipes occidentales a tomar la cruz.
Mehmet II, que sucedió a Murat en 1451, se preparaba a sitiar Constantinopla
cuando, el 12 de diciembre, 1452, el emperador Constantino XI decidió proclamar la
unión de las iglesias en presencia de los legados papales. La esperada cruzada, sin
embargo, no se produjo; y cuando, en marzo, 1453, las fuerzas armadas de Mehmet II,
160.000, rodearon completamente Constantinopla, los griegos tenían sólo 5.000
soldados y 2.000 caballeros occidentales, comandados por Giustiniani de Génova. A
pesar de esta seria desventaja, la ciudad resistió durante dos meses contra el enemigo,
pero en la noche del 28 de mayo, 1453, Mehmet II ordenó un ataque general, y después
de una desesperada batalla, en la que pereció el emperador Constantino XI, los turcos
entraron en Constantinopla por todas partes y perpetraron una matanza espantosa.
Mehmet II pasó a caballo por encima de montones de cadáveres y montado entró a la
iglesia de Santa Sofía, y la transformó en una mezquita.
La captura de la Nueva Roma fue la más espantosa desgracia sufrida por la
Cristiandad desde la toma de San Juan de Acre. Sin embargo, la agitación que las
noticias de este hecho causaron en Europa fue más aparente que genuina. Felipe el
Bueno, duque de Borgoña, dio un espectáculo alegórico en Lille en el que la Santa
Iglesia solicitaba la ayuda de caballeros que pronunciaban los votos más extravagantes
delante de Dios y un faisán (sur le faisan). Æneas Sylvius, obispo de Siena, y San Juan
Capistrano, el franciscano, predicaron la cruzada en Alemania y Hungría; las Dietas de
39
Ver el informe de Ruy Gonçales de Clavijo, Madrid, 1779.
23
Ratisbona y Francfort prometieron ayuda, y se formó una liga entre Venecia, Florencia,
y el duque de Milán, pero nada se obtuvo de ella.
Después, en 1480, Mehmet II dirigió un triple ataque contra Europa. En Hungría
Matías Corvino resistió a la invasión turca, y los Caballeros de Rodas, dirigidos por
Pedro d'Aubusson, se defendieron victoriosamente, pero los turcos consiguieron tomar
Otranto y amenazaron con conquistar Italia. En una asamblea que se tuvo en Roma y
presidida por Sixto IV, los embajadores de los príncipes cristianos otra vez prometieron
ayuda; pero la situación de la Cristiandad habría sido en verdad crítica si no hubiera
sido por la muerte de Mehmet II que ocasionó la evacuación de Otranto, en tanto que el
poder de los turcos disminuía por varios años a causa de las guerras civiles entre los
hijos de Mahoma.
Modificaciones y supervivencia de la idea de la Cruzada
A partir del siglo XVI solo los intereses de los estados influenciaban la política
europea. Así a los estadistas la idea de una cruzada les parecía anticuada. El Papa León
X hizo supremos esfuerzo por restablecer la paz indispensable a la organización de una
cruzada. El rey de Francia y el emperador Carlos V prometieron su cooperación; el rey
de Portugal sitiaría Constantinopla con 300 barcos, y el papa conduciría la expedición.
Justo en ese momento hubo problemas entre Francisco I y Carlos V; esos planes por
consiguiente fallaron completamente. Los jefes de la Reforma eran desfavorables a la
cruzada, y Lutero declaró que la guerra contra los turcos era un pecado porque Dios los
había hecho “Sus instrumentos para castigar los pecados de Su gente”. Por consiguiente,
aunque la idea de la cruzada no se perdió totalmente de vista, tomó una forma nueva y
se ajustó a las nuevas condiciones.
Los Conquistadores, que desde el siglo XV habían salido a descubrir nuevas
tierras, se consideraron como los auxiliares de la cruzada. El Infante Don Enrique,
Vasco de Gama, Cristóbal Colón, y Albuquerque llevaron la cruz en su pecho y, cuando
buscaban los medios de rodear África o de llegar a Asia por rutas del este, pensaron en
atacar a los mahometanos por detrás; además, contaban con la alianza de un fabuloso
soberano que se decía era cristiano, el Preste Juan. Los papas, también, alentaban con
fuerza esas expediciones.
Por fin, allí estaba como la reliquia respetable de un pasado glorioso la Orden de
los Caballeros de San Juan de Jerusalén, fundada en el siglo XI y que continuo a existir
hasta la revolución francesa. A pesar de los esfuerzos valerosos de su gran maestro,
Villiers de l'Isle Adam, los turcos los habían expulsado de Rodas en 1522, y habían
tomado refugio en Italia. En 1530 Carlos V les obsequió la isla de Malta,
admirablemente situada desde un punto de vista estratégico, de donde podían ejercer
vigilancia sobre el mediterráneo. Se obligaron a prometer dejar Malta a la recuperación
de Rodas, y también a hacer la guerra a los piratas de Berbería. En 1565 los Caballeros
de Malta resistieron un furioso ataque de los turcos. También mantuvieron un escuadrón
capaz de hacer huir a los piratas de Berbería. Reclutados entre los más jóvenes hijos de
las familias más nobles de Europa, poseían inmensos patrimonios en Francia y en Italia,
y cuando la revolución francesa estalló, la orden rápidamente perdió terreno. Se le
confiscó la propiedad que poseía en Francia en 1790, y cuando, en 1798, el directorio
emprendió una expedición a Egipto, Bonaparte, de pasada, se apoderó de la isla de
Malta, cuyos caballeros se habían puesto ellos mismos bajo la protección del Zar, Paulo
I. La ciudad de Valetta se rindió a la primera llamada, y la orden se desbandó; sin
embargo, en 1826 fue reorganizada en Roma como una asociación caritativa.
24
Por otra parte, entre las potencias de Europa la Casa de Austria, que dominaba
Hungría, donde era directamente amenazada por los turcos, y que tenía supremo control
del mediterráneo, se dio cuenta de que sería para su ventaja el mantener un cierto interés
en la cruzada.
En el mediterráneo, Génova y Venecia vieron su monopolio comercial destruido
en el siglo XVI por el descubrimiento de continentes nuevos y de nuevas rutas
marítimas hacia las Indias, mientras que su poder político era asimilado por la Casa de
Austria. Sin dejar que los cruzados los estorbaran en sus empresas continentales, los
Habsburgos soñaban de obtener el control del mediterráneo paralizando a los piratas de
Berbería y deteniendo el progreso de los turcos. Cuando, en 1571, la isla de Chipre fue
amenazada por los otomanos, que cruelmente masacraron las guarniciones de
Famagusta y Nicosia, luego de que estas ciudades se habían rendido de acuerdo a
términos pactados, el Papa Pío V consiguió formar una liga de potencias marítimas
contra el sultán Selim, y obtuvo la cooperación de Felipe II por haberle otorgado el
derecho a los diezmos de la cruzada, mientras que él mismo equipó algunas galeras. El
7 de octubre, 1571, una armada cristiana de 200 galeras, con 50.000 hombres bajo el
mando de Don Juan de Austria, se enfrentó con la flota otomana en los estrechos de
Lepanto, la destruyó completamente, y liberó a miles de cristianos. Esta expedición tuvo
el carácter de una cruzada. El papa, considerando que la victoria había salvado a la
Cristiandad, para conmemorarla instituyó la fiesta del Santo Rosario, que se celebra el
primer domingo de octubre.
Sin embargo, en la época de Francisco I y para mantener el equilibrio del poder
en Europa frente a la Casa de Austria, los reyes de Francia no habían dudado en entrar
en tratados de alianza con los turcos. Pero cuando, en 1683, Kara Mustapha avanzó
sobre Viena con 30.000 turcos o tártaros, Luis XIV no respondió, y fue a Juan Sobieski,
rey de Polonia, a quien el emperador debió su seguridad. Éste fue el esfuerzo supremo
hecho por los turcos en Occidente. Agobiados por las victorias del príncipe Eugenio a
fines del siglo XVII, se volvieron de allí en adelante una potencia pasiva.
Cuando, en el siglo XVII, Francia reemplazó España como la gran potencia
mediterránea, se esforzó, a pesar de los tratados que la ligaban con los turcos, a defender
los últimos restos de fuerzas cristianas en el Oriente. En 1669 Luis XIV envió al duque
de Beaufort con una armada de 7.000 hombres a la defensa de Candía, una provincia
veneciana, pero, a pesar de algunas brillantes salidas, sólo consiguió retrasar su captura
por unas semanas. Sin embargo, la acción diplomática de los reyes de Francia con
respecto a los cristianos Orientales que eran súbditos turcos fue más eficaz. El régimen
de Capitulaciones, establecido bajo Francisco en 1536, renovado bajo Luis XIV en
1673, y Luis XV en 1740, garantizó a los católicos la libertad religiosa y la jurisdicción
del embajador francés de Constantinopla. A todos los peregrinos occidentales se les
autorizó el acceso a Jerusalén y al Santo Sepulcro, que se confió al cuidado de los
Frailes Menores. Tal fue el modus vivendi finalmente establecido entre la Cristiandad y
el mundo mahometano.
Una intolerancia compartida
Las cruzadas han causado una enorme confrontación entre Oriente y Occidente,
que no sólo se ha traducido en términos militares. Los dos siglos de presencia franca
comprenden también períodos de paz y de coexistencia entre cristianos y musulmanes.
En nuestros días, debido al multiculturalismo imperante, este encuentro de dos
civilizaciones ha dado lugar a un mito. En aquel entonces Oriente estaba más avanzado
25
que Occidente en algunos campos, como la astronomía o las matemáticas; los cruzados
descubrieron allí la naranja y el limón. ¿Acaso esto justifica la descripción de los
europeos como gente siempre grosera y brutal frente a unos orientales siempre delicados
y pacíficos?
Es cierto que se produjeron influencias mutuas. A los francos establecidos o
nacidos en Oriente después de la cruzada se les llama «potros». Estos hombres
desarrollan una cultura particular, nacida del alejamiento de la madre patria y de la
cohabitación con el islam. Uno de ellos, Foucher de Chartres, muerto en Jerusalén en
1127, redactó una historia de la primera cruzada en la que evoca a sus semejantes:
«Nosotros, que éramos occidentales, nos hemos vuelto orientales. Hemos olvidado los
lugares de origen; varios de entre nosotros los ignoran o jamás han oído hablar de
ellos». En el reino de Jerusalén, los musulmanes pagan un impuesto a los francos. Se
tolera su culto. En 1183, Ibn Dyubayr, musulmán de España, atravesó los estados
cristianos para ir de peregrinación a La Meca. Dejó un relato de su viaje: «Sobre su
territorio, los cristianos hacen pagar a los musulmanes una tasa que se aplica con total
buena fe. Los mercaderes cristianos, a su vez, pagan en territorio musulmán por sus
mercancías; su buen entendimiento es perfecto y se observa la equidad en toda
circunstancia».
Pero las treguas no serán jamás duraderas. La existencia de los reinos francos ha
sido corta (menos de un siglo, salvo para el principado de Antioquía) y pronto se han
visto reducidos a una estrecha franja costera. Considerando las grandes líneas de su
historia, nos es forzoso constatar que estos estados, de espaldas al mar, han estado
constantemente a la defensiva. Si el mundo musulmán no hubiera estado tan dividido —
también él presa de luchas nacionales, tribales y religiosas— la aventura de los estados
latinos de Oriente habría sido todavía más breve. En cuanto un territorio era
reconquistado por los musulmanes, los cristianos asumían de nuevo su estatuto de
dhimmi, bastante comparable al estatuto de los musulmanes en los principados
cristianos, aunque en éstos nunca se prohibió la construcción de mezquitas. En Oriente,
en ninguna parte se ve tolerancia, en el sentido que le damos en la actualidad. Laurent
Theis asegura: «Ya no creemos hoy en día, a pesar de ciertos relatos edificantes, que se
haya producido un verdadero intercambio cultural entre cristianos y musulmanes, en el
siglo XII, en el Próximo Oriente»40.
Por supuesto, las cruzadas no han constituido un enfrentamiento entre bloque y
bloque. Los cristianos, al igual que los musulmanes, estaban divididos: han combatido
cristianos contra otros cristianos, musulmanes contra otros musulmanes Se han visto
incluso tribus musulmanas aliarse con los cruzados, y algunos cristianos orientales
preferir estar al servicio de los príncipes musulmanes. Queda el hecho, sin embargo, tal
como lo hemos dicho, de que las cruzadas son una respuesta al desarrollo del islam. Y
la expansión musulmana nunca se ha realizado con delicadeza.
Al ver la ciudad [de Acre] tomada por los nuestros y a un gran número de los
suyos muertos, Saladino consternado no esperó ya conservar las otras plazas, hizo
destruir por lo tanto las murallas de las ciudades marítimas, es decir, Porfiria,
Cesarea, Ascalón, Gaza y Varón. El rey Ricardo reconstruyó Jope y la fortificó. Más
tarde Saladino le puso sitio. El monarca entonces se dirigió al mar en una galera al
mismo tiempo que su ejército lo seguía por tierra no sin grandes dificultades. Socorrió
de este modo a los sitiados y obligó al ejército de los sarracenos a retirarse. Mientras
éstos, llenos de confusión, huían con su príncipe ante los nuestros, hubiera sido fácil
40
Le Point, 16 de agosto del 2002.
26
reconquistar no sólo el reino de Jerusalén sino también una gran porción de su
territorio si el enemigo del género humano, celoso de los inmensos éxitos de los
cristianos, no hubiera llegado a «sembrar cizaña». (Mt., 13, 15). Despertó rivalidad y
discordia entre los reyes; suscitó querellas entre los príncipes e hizo que «erraran en
lugares incultos donde no hay camino», persiguiendo su propia gloria y su interés
personal y no los de Jesús; destrozándose y detestándose cubrieron de gran confusión
al pueblo cristiano. Sus resentimientos, sus odios y discordias llegaron a tal extremo
que casi siempre, cuando el rey de Francia realizaba el asalto a una ciudad, el rey de
Inglaterra prohibía a los suyos que participaran en él y toda vez que él podía seducir,
por medio de promesas o de presentes, a príncipes y barones de Francia, así lo hacía
para atraerlos a su partido. Además, el rey de Francia, extremadamente perturbado e
inquieto, sobre todo a causa de una enfermedad que lo minaba, dejó en su lugar al
duque de Borgoña con parte de su ejército y se retiró inmediatamente después de la
toma de Acre. Se condujo con poca prudencia, publicando demasiado pronto su
partida. Puesto que se dice que Saladino nos hubiera entregado de buen grado el
territorio que nos pertenecía antes, si los reyes hubieran aparentado que querían
realizar de común acuerdo una invasión a su país y que vivían en buena inteligencia41
Se presenta ahora a Saladino como un soberano liberal. Es verdad que este
hombre inteligente fue un adversario caballeroso: Dante, en La divina comedia le rinde
homenaje. Y relativamente tolerante, ya que detuvo el brazo de los fanáticos que
quisieron derribar el Santo Sepulcro. Dicho esto, practicó sin escrúpulos la yihad.
Algunos quisieran reducir esta palabra a su sentido árabe (esfuerzo supremo, tendencia
hacia un objetivo) borrando su sentido común de «guerra santa». Según Cécile
Morrisson: «La yihad no desemboca, como la cruzada, en la elección entre conversión o
muerte —ofrecida a los musulmanes vencidos durante las primeras cruzadas—, ni en la
intolerancia de derecho, si no en la intolerancia de hecho, de los estados cruzados con
respecto a los musulmanes»42. Contrarrestemos esa visión idílica con el relato de la
toma de Jerusalén redactado por Imad ad-Din, secretario de Saladino: «Íbamos hacia la
Jerusalén rebelde para someterla: para acallar el ruido de las campanas cristianas y
hacer resonar la llamada islámica a la oración, para que las manos de la fe expulsaran a
las de los infieles, para purificarla de las suciedades de su raza, de las inmundicias de
esta humanidad inferior, para reducir su espíritu al silencio dejando mudos sus
campanarios». Cuando es capturado el rey de Jerusalén, Guy de Lusignan, es tratado
con consideración. Pero Renaud de Chátillon, los hospitalarios y los templarios son
exterminados, al igual que las tropas turcas aliadas de los francos. En cuanto a los
cautivos cristianos incapaces de pagar un rescate, son esclavizados. A menos que elijan
otra alternativa: la conversión al islam o la muerte. ¿Saladino tolerante?
En la película de Riddley Scott sobre las Cruzadas El Reino de los Cielos de
Saladino se ocultan ciertos pequeños detalles para magnificar una caballerosidad que
ciertamente existió: así, que los cristianos de Jerusalén pudieron dejarla libremente
porque permitió que se pagara un rescate colectivo por ellos, o que los caballeros de las
órdenes militares capturados en Hattin fueron asesinados a sangre fría (algunos dicen
que fueron repartidos entre ciertos musulmanes para que cada cual determinase su
género de muerte). Más aún, se inventa a un Saladino en la Jerusalén conquistada
recogiendo del suelo y reponiendo una cruz enjoyada, oportunamente abandonada en la
evacuación y olvidada por los saqueadores. ¿Creerá alguien al ver esa película que no
41
42
Jacques de Vitry, Historia de las Cruzadas, ed. de N. Guglielmi, Buenos Aires, 1991, p. 79
Cécile Morrison, Les croisades, PUF, 2001.
27
ya Bin Laden, sino el más moderado de los inmigrantes musulmanes, va a reponer de
pie lo que para ellos es un ídolo?
Con ciertos historiadores, la moda orientalista reina igualmente cuando se trata
de Constantinopla —el saqueo de 1204 vuelve como un sino antiguo destinado a
agudizar la mala conciencia occidental. «Aunque separados por la religión, los
bizantinos se sienten más próximos a los musulmanes que a los occidentales», sostiene
Georges Tate43. De hecho, es a la inversa. Rémi Brague ha demostrado que los
bizantinos quedaron fascinados, en el plano religioso, por el islam, debido a su
concepción teocrática del poder44. En cambio, desde la conquista de Siria por los árabes
en 636, en el plano militar Bizancio no ha hecho más que resistir a los musulmanes,
quienes, por otra parte, en el siglo XII no ven la cruzada como un elemento nuevo, sino
como la prolongación de las guerras con Bizancio, por lo que designan a los primeros
cruzados con el nombre de rûm, es decir, bizantinos.
En 1453, Constantinopla cae en manos de los turcos. Mohamed II dedica la
basílica de Santa Sofía al culto musulmán: el edificio seguirá siendo una mezquita,
aunque en el futuro sea transformado en museo, En 1526, la victoria de Mohács dará
Hungría a Solimán el Magnífico. En 1529, los otomanos asedian Viena. En 1571, la
batalla naval de Lepanto marca un freno a su ofensiva, detenida de nuevo en 1683,
durante el segundo asedio de Viena. Durante cuatro siglos, Europa central y balcánica
vive bajo la amenaza turca. Recordarlo no es mencionar un fantasma de cruzado sino
enunciar un hecho. Escribe René Grousset: «Hacia 1090 el islam turco, habiendo
expulsado casi totalmente a los bizantinos de Asia, se prepara para pasar a Europa. Diez
años más tarde, no sólo Constantinopla se verá liberada, no sólo la mitad de Asia Menor
será devuelta al helenismo, sino que Siria y Palestina pasarán a ser colonias francas. La
catástrofe de 1453, que parecía inminente en 1090, se verá retrasada tres siglos y
medio»45 . El balance de las cruzadas es también este respiro concedido a los cristianos
de Oriente.
Según Riley-Smith, «la teoría de guerra se justificaba teológicamente en una
sociedad que se sentía amenazada». Por este motivo, afirmó, no debe escandalizar «ni
que el Papado reconociera a las órdenes militares ni que al menos cinco concilios se
pronunciaran en favor de las Cruzadas y que dos, el IV Concilio de Letrán (1215) y el
Concilio de Lyón (1274), publicaran las constituciones Ad Liberandam y Pro Zelo
Fidei, dos documentos que definieron el movimiento cruzado». «Es difícil ahora
imaginar --precisó Riley-Smith-- la intensidad del amor que se sentía entonces por los
Santos Lugares y Jerusalén: la preocupación suscitada por la herejía y los asaltos físicos
contra la Iglesia; el miedo de los occidentales a los invasores musulmanes, capaces de
llegar al centro de Francia en el siglo VIII, y a Viena en los siglos XVI y XVII». «Esto
permite explicar --concluyó-- por qué, durante cientos de años, papas, obispos y una
mayoría de fieles consideraron que combatir en las Cruzadas era el mejor arma
defensiva que tenían y una forma popular de devoción; y esto puede haber oscurecido a
sus ojos el hecho de que en realidad se podía confiar poco en ello»46.
En 1983, el novelista libanés Amin Maalouf acusa a las cruzadas de haber
provocado una fisura irremediable entre dos mundos: «Está claro que el Oriente árabe
ve siempre en el Occidente un enemigo natural Contra él, todo acto hostil, ya sea
político, militar o petrolífero, no es más que una revancha legítima. Y no se puede dudar
que la ruptura entre estos dos mundos procede de las cruzadas, sentidas por los árabes,
Georges Tate, L’Orient des croisades, Gallimard, 1991.
Rémi Brague, Europe, la voie romaine, Gallimard, 1999.
45
René Grousset, L’épopée des croisades, Perrin, 1995.
46
Zenit, Roma, 27 de marzo del 2006.
43
44
28
todavía hoy en día, como una violación»47, ¿Las cruzadas una violación? No se sirve a
la paz en el mundo cuando se enarbola esta expresión. Pues siempre será posible
replicar que son los musulmanes, al invadir tierras cristianas, los que han violado los
primeros.
Son embargo, Europa es ampliamente deudora de las cruzadas por el
mantenimiento de su independencia. Además, las cruzadas tuvieron consecuencias en
las que los papas nunca habían soñado, y que fueron quizás las más importantes de
todas. Restablecieron el tráfico entre el Occidente y Oriente, que, después de haber
estado interrumpido durante varios siglos, se reanudó entonces con una energía aun más
grande; fueron una manera de sacar a los caballeros occidentales de las profundidades
de sus provincias respectivas, introducirlos en los más civilizados países asiáticos
revelándoles así un mundo nuevo, y regresarlos a sus tierras natales llenos de ideas
nuevas; fueron instrumentales en extender el comercio de las Indias, del que las
ciudades italianas por mucho tiempo tuvieron el monopolio, así como el de los
productos que transformaron la vida material de Occidente. Además, desde fines del
siglo XII, el desarrollo de la cultura general en Occidente fue el resultado directo de
esas Guerras Santas. En fin, es con las cruzadas que debemos asociar el origen de las
exploraciones geográficas hechas por Marco Polo y Orderico de Pordenone, los
italianos que llevaron a Europa el conocimiento de Asia y China continentales.
Tampoco se sirve a la paz civil al decir esto. Unos «documentos pedagógicos»
editados por la Biblioteca Nacional de Francia, proponen este ejercicio para las clases
de segundo48: «A través del conjunto de estos documentos, demuestra en qué representa
la yíhad una respuesta de los musulmanes a la violencia de las cruzadas y por qué es
para ellos un deber religioso»49. Cuando las sociedades europeas se ven confrontadas
con la situación inédita de la presencia de una fuerte minoría musulmana en el seno de
la población, es peligroso enseñar así el pasado, abriendo al islam unos derechos y un
crédito que se deben a las víctimas. Es también practicar la amnesia histórica. En la
Edad Media, la práctica totalidad del pueblo francés era cristiano. ¿Es un delito?
Bibliografía
- Ayala Martínez, Carlos, Las Cruzadas, Sílex, 2004.
- Bréhier, Louis, “Cruzadas”, en Enciclopedia Católica.
- Dumont, Jean, La Iglesia ante el reto de la historia, Madrid, Ed. Encuentro, 1987.
- Galimard Flavigny, Bertrand, Histoire de l´Ordre de Malte, Paris, Perrin, 2006, 365 p.
- Grousset, René, La Epopeya de las Cruzadas, Madrid, Palabra, 2002 (1° ed, 1996),
352 p.
- Pernoud, Régine, Para acabar con la Edad Media, Barcelona, Medievalia, 2003 (1ª
ed: 1977), 156 p.
- Sandoval Pinillos, Luis María, Nueve siglos de Cruzadas. Crítica y apología, Madrid,
Criterio Libros, 2001, 280 p.
- Sévillia, Jean, Históricamente incorrecto. Para acabar con el pensamiento único,
Madrid, Ciudadela libros, 2006 (1ª ed: 2003), 398 p.
47
Amin Maalouf, Les croisades vues par les arabes, Latré, 1983, (Las cruzadas vistas por los árabes,
Alianza Editorial, Madrid, 1997).
48
Segundo equivale a cuarto de ESO, según el sistema escolar español. (N. de la T.)
49
www.classes.bnf.fr
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