Vendedora de tortillas y sus siete hijos sobreviven con 2 dólares diarios Levantarse a las 4:00 de la mañana, lavar y llevar al molino el maíz y luego ponerse a echar tortillas para alimentar a sus siete hijos es una de las prioridades de Adalinda Martínez, una madre soltera a quien los escasos recursos que recibe por la venta de tortillas, la mantienen en la pobreza en la colonia Villa Cristina de Comayagüela en la capital. Ella es originaria de Marcala, ciudad ubicada en el departamento de La Paz; llegó a la capital a los 13 años a trabajar como empleada doméstica y a los 19 años formó su familia, de la cual procreo 8 hijos, siete aún vivos, que sostiene con lo poco que devenga. Mientras le daba vuelta a una tortilla en un comal que descansa sobre un fogón que amenaza con caerse en cualquier momento, Martínez le explica al periodista que nunca ha recibido ayuda del gobierno, salvo de la alcaldía capitalina con el programa de Techos Seguros quienes le repararon el tejado que filtraba agua en tiempo de invierno. Martínez forma parte del 10.5 por ciento de la pobreza urbana que tiene la capital hondureña, que aunque es menos que la pobreza rural, también afecta a centenares de hondureños que emigraron del campo hacia la ciudad y sin tener una adecuada preparación educativa engrosan las filas de los desempleados y de las franjas de miseria en las ciudades. Medio comen “Yo muelo media y media de maíz, que me genera entre 30 a 40 lempiras adicionales que me dan para darle de medio comer a mis hijos, pero no me ajusta para otra cosa, no tengo agua porque no he tenido el dinero para pagar el proyecto, ni para reparar esta ranchita donde tengo 23 años de vivir”, manifestó la mujer de 42 años de edad, quien por unos minutos sale de su acostumbrada rutina de aplastar con dos tablas de madera la bolita de masa y luego lanzarla al comal para que se cocine. Entre plática y plática la señora atiza el fogón, una hornilla que está de medio lado, al igual que el resto de la casa donde habita y que está construida con tablas de orilla en una pendiente de las tantas que forman esta colonia, donde residen 1.500 familias emigrantes del campo. Al consultarle si conocía qué era la Estrategia de Reducción de la Pobreza (ERP) dijo que no tenía ni idea y cuando el reportero le explicó que era un programa para reducir la pobreza como la de ella y su familia, aseveró que ese beneficio no ha llegado a su casa. Este caso se repite por doquier en centenares de colonias marginales y zonas rurales del país, por lo que los organismos que se encargan de analizar si se está logrando el objetivo de la ERP, aseguran que no tiene efectividad porque el dinero no llega a los pobres, sino que en el camino cambia de rumbo. Y mientras Adalinda, ahora que ya conoce de los fondos de la ERP, esté a la espera de que, en efecto, lleguen a ella y los suyos, seguirá haciendo tortillas y visualizando en su mente, otras formas de vida que le ayuden a algún día, salir de la pobreza en la que vive.