LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL (1833-1868) 1. La primera guerra Carlista (1833-1840) (pag. 154) Desde 1833, derogada la Ley Sálica, los grupos ultras se negaban a reconocer la legitimidad de Isabel, como sucesora a la Corona Española. Cuando muere Fernando VII, María Cristina asumió la regencia, en nombre de su hija. Esto provoca el levantamiento de las partidas realistas (carlistas) en sus áreas de influencia (País Vasco, Aragón y Norte de Cataluña, reducidas al ámbito rural), que proclaman al hermano de Fernando VII, Don Carlos María Isidro de Borbón, rey. El Carlismo englobó a una parte de la nobleza rural, a gran parte del clero (que desempeño un papel muy importante entre el campesinado) y a una base social campesina de las zonas rurales (propietarios empobrecidos, arrendatarios enfitéuticos) que veían con desconfianza las reformas tributarias, de igualdad jurídica, la separación de la Iglesia y el Estado y la abolición de los fueros. Bajo el lema “Dios, Patria, Fueros y Rey” se agruparon los defensores de: La oposición radical a las reformas liberales (inmovilismo) La defensa de la monarquía absoluta El tradicionalismo católico y defensa de los intereses de la Iglesia La defensa de los fueros vasco-navarros, amenazados por las reformas igualitarias y centralistas de los liberales: o Instituciones propias de autogobierno y justicia o Exenciones fiscales o Exenciones de quintas Pero el Carlismo careció de bases fuertes para triunfar en la guerra. No contaba con una administración eficiente, quizás por no poseer ninguna ciudad importante. Tampoco tenía jefes militares (a excepción de Zumalacárregui), capacitados para organizar suficientemente el reducido ejército profesional y las numerosas bandas de guerrilleros. Los cristinos o isabelinos eran los absolutistas que se habían mantenido fieles a Fernando VII y los liberales más moderados, partidarios de cambios lentos que no llevaran a una revolución. Al nutrirse el Carlismo de los sectores más absolutistas, María Cristina no tuvo más remedio que acercarse a los liberales más progresistas, emitiendo incluso una amnistía con el propósito de que sostuvieran la causa de su hija. Pero a la oposición dinástica, sobrevenía una oposición ideológica que tuvo su vertiente internacional ante el apoyo que recibió Carlos de potencias absolutistas (Austria, Prusia o Rusia) frente al apoyo de Francia e Inglaterra, partidarias de la implantación de un régimen liberal moderado, La guerra se puede dividir en tres etapas: 1. Durante la primera etapa, el ejército carlista, dirigido por Zumalacárregui, se afianzó sólidamente en el País Vasco, Navarra e incluso se extendió por Aragón, Cataluña y Valencia. El ejército liberal tuvo que replegarse, concentrándose en núcleos concretos. La impaciencia de Carlos, que pretendía dar un golpe de autoridad poniendo sitio a Bilbao, su fracaso (es liberada por Espartero) y la muerte en el mismo de Zumalacárregui en 1835 ponen fin a esta primera etapa. 2. En la segunda etapa, los liberales llevan a cabo un intento de contención de las fuerzas carlistas, que es roto por una expedición que recorre Castilla y León, Extremadura y Andalucía, sin mayor éxito que la misma expedición (1836). En 1837 Carlos lleva a cabo una incursión hacia Madrid, intentando, sin éxito, entrar en la capital. Finalmente se retira a las posesiones más allá del río Ebro. 3. En esta etapa, Espartero, convertido en jefe del ejército liberal isabelino, dispuso de hombres y recursos para iniciar una ofensiva contra los reductos carlistas, que obligó al pretendiente, Don Carlos, a huir hacia Francia. Paralelamente, el hastío de la guerra provoca que dentro del bando carlista se vaya creando una opinión favorable a la paz, y de llegar a un acuerdo con los liberales; son los denominados transaccionistas, dirigidos por el general Maroto. Frente a los intransigentes, partidarios de Don Carlos, que pretendían seguir una lucha que se estaba enquistando y no conducía a ningún sitio. Finalmente se llego al Convenio de Vergara (1839), acuerdo suscrito por Maroto y Espartero, por el que el ejército carlista se rendían a cambio de respetar los fueros de Navarra y Vascongadas y de la incorporación al ejército isabelino de los oficiales carlistas El carlismo sin embargo no desapareció sino que hubo dos guerras carlistas más en el s. XIX y se han mantenido hasta casi nuestros días aunque sustancialmente cambiado. Las consecuencias fueron notables. La monarquía, se inclinó de manera definitiva hacia el liberalismo, necesitada como estaba de apoyos. Los militares tuvieron un gran protagonismo en la vida política y protagonizarían frecuentes pronunciamientos. Los gastos de la guerra forzaron durante la misma a la desamortización de las tierras de la Iglesia (Desamortización de Mendizábal, 1836). El país quedó destrozado después de seis años de guerra 2. La Regencia de Mª Cristina: la implantación del liberalismo (pag. 156-160) Muerto Fernando VII y proclamado por los realistas como rey Carlos María de Isidro, a la reina regente no le quedo más remedio, a pesar de que no estaba de acuerdo, que buscar el acercamiento con los liberales. Estos aprovecharon la situación para llevar a cabo una serie de reformas que a la larga supusieron el fin del Antiguo Régimen. El protagonismo lo inicio Martínez de la Rosa, nombrado ministro de Estado, que promulgó el Estatuto Real de 1834 (10-abr), que quería ser una respuesta moderada a los que pedían cambios y reformas en profundidad. En el se producía un retroceso frente a la Constitución de Cádiz, ejemplo siempre presente en los liberales. Se produce en una convocatoria de Cortes, que intenta restablecer las leyes fundamentales de la monarquía española, fundamentándolo en el Rey y las Cortes, instituciones que recogen el principio de soberanía. Preveía además dos cámaras, no recogía ninguna declaración de derechos y el sistema de sufragio era censitario, pero muy restringido, 0’15% (mayores de 30 años con más de 12000 reales). Esto no satisfizo a los sectores más progresistas, que rápidamente actuaron iniciando levantamientos en aquellos territorios donde mejor se habían implantado las ideas liberales, donde además contaban con el movimiento popular, y su influencia sobre la Milicia Nacional. Estos levantamientos, que recordaban los pronunciamientos militares, dieron lugar a la formación de juntas populares, que en sus manifiestos revelaban la hostilidad hacia el Estatuto Real. Tuvieron su culminación con la toma de los principales puntos estratégicos de Madrid y la elevación a la Regente de un memorando con sus peticiones (reunión de Cortes, libertad de prensa, nueva ley electoral, extinción del clero regular, reorganización de la Milicia Nacional,…). Esto llevó a los liberales progresistas al poder, con el nombramiento, primero de Toreno, y después de Mendizábal como ministro de Estado, y con los límites que le marcaba el Estatuto Real, inició una serie de reformas que tendrían su culminación en la desamortización de los bienes de la Iglesia (monasterios y conventos) para recabar amplios recursos nacionales (decretos de 1836). El recurso de los bienes de la Iglesia, además de mermar su influencia contrarrevolucionaria, respaldaría el crédito de la Corona para poder pedir préstamos al exterior y servirían para pagar la engordada deuda pública. Mendizábal intento reformas políticas. Enfrentándose en las Cortes a los propios progresistas, sin el apoyo de la Regente y ante la presión de la oposición por el decreto de desamortización, Mendizábal dimitió. Esto provoco nuevos levantamientos que culminaron en el pronunciamiento de los Sargentos de La Granja (ago1836), residencia de verano de la Familia Real, que exigieron a la Regente el establecimiento de la Constitución de 1812. Con los progresistas nuevamente en el poder se inicia un nuevo período, que tiene su hito en la Constitución de 1837. 2.1 Las Reformas progresistas (1835-1837) Mendizábal, en 1836, decreta la disolución de las órdenes religiosas y la incautación de sus propiedades poniéndose estas a la venta en subasta pública. Los objetivos de la desamortización fueron: Conseguir recursos financieros para costear la guerra carlista Disminuir la deuda pública Crear una base social entre los nuevos propietarios que apoyara el liberalismo progresista. La desamortización trajo consigo la expansión de la superficie cultivada y la confirmación de una burguesía terrateniente que obtuvo tierras en condiciones muy ventajosas, pero no mejoró casi nada la productividad ni cambió la estructura de la propiedad manteniéndose en el sur los latifundios y en el norte los minifundios. Fue una ocasión perdida para solucionar el grave problema de la agricultura española y la de los 2 millones de jornaleros que vivían en unas durísimas condiciones Pero, junto a la desamortización, los decretos que el nuevo gobierno progresista promulga sirven para implantar el régimen liberal, con la nueva concepción jurídica de los derechos de propiedad: Disolución del régimen señorial por lo que los nobles dejan de administrar justicia y de obtener rentas pero se apropian de las tierras que los campesinos no puedan demostrar como propias (1837) Desvinculación: se suprimen los mayorazgos pudiendo sus propietarios venderlas libremente (1837) La obra legislativa se completa con medidas encaminadas a formar un mercado libre y competitivo, la liberalización de la economía: Supresión de los privilegios de la Mesta Derecho a cercar Supresión de los gremios libertad de comercio y de precios Reducción de las aduanas interiores Supresión de los diezmos eclesiásticos Con la llegada, nuevamente de los progresistas al poder, se convocan Cortes Extraordinarias para elaborar una nueva constitución que fue aprobada un año después. Surgió con un espíritu conciliador que, simplificando el texto de 1812, ganaba en precisión y flexibilidad, huía de los principios abstractos y buscaba la practicidad. En la Constitución de 1837 se puede destacar los siguientes rasgos: Soberanía nacional Amplia declaración de derechos (prensa, asociación...) División de poderes Bicameralismo o Senado, nombrado por el rey entre los propuestos por los electores o Congreso de los diputados, elegido por votación directa de los electores (1 por cada 50000) Se reconoce la religión católica como la que profesan los españoles Elecciones por sufragio censitario, aunque menos restringido (2-4%) Con estas características es lógico que en las siguientes elecciones ganaran los moderados, que iniciaron una política encaminada a suavizar los aspectos progresistas, como revisión de la Ley electoral, limitación de la libertad de imprenta, etc. Pero la situación cambia cuando se lleva la Ley de Ayuntamientos, a la que Espartero, héroe de la Guerra Carlista y miembro del partido progresista, es contrario. Esta ley venía a someter a los Ayuntamientos y a las Diputaciones al Gobierno Central. La Regente sopeso la opinión de Espartero, pero dio su apoyo al gobierno moderado, iniciándose un levantamiento popular que se propagó por todo el territorio, obligando a la Regente a pedir a Espartero que formara gobierno, de corte progresista. Este presento su programa de gobierno, que incluía una cláusula que derogaba la Ley de Ayuntamientos, uno de los caballos de batalla de los progresistas, y pedía a la reina la corregencia, lo que provoco su dimisión. 3. La Regencia de Espartero (1841-1843) (pag. 160) Se produjo una lucha sobre la cuestión de la regencia, polarizándose entre los partidarios del General Espartero y los partidarios de una regencia trinitaria. El único con capacidad para salir de la crisis institucional en que había quedado España, tras la renuncia de Maria Cristina, es Espartero y a él le corresponde salvar la regencia. En unas nuevas elecciones, la victoria de los progresistas permite a Espartero hacerse con la regencia. La Regencia de Espartero se caracterizo por su dureza y autoritarismo. El General otorgó los principales cargos del gobierno a los ayacuchos (compañeros que habían participado en la Batalla de Ayacucho), dejo de actuar en las Cortes y se refugió más en sus correligionarios. La situación se complica con la negociación de un arancel con Inglaterra que permitiría la entrada de los tejidos de algodón ingleses sin trabas de ningún tipo. Esto provoca el levantamiento de Barcelona, auspiciado por la burguesía y ejecutado por las clases populares. Espartero responde bombardeando Barcelona, con lo que su popularidad se disuelve, y lo que es peor, se produce una escisión dentro de los progresistas, entre los partidarios de Espartero y los no partidarios, denominados “puros”. La situación provoco que por primera vez, desde el Trienio Liberal, los moderados con apoyos puntuales de los progresistas, formaran una coalición antiesparterista, que pondría fin a la Regencia de Espartero (huyo a Inglaterra) y llevaría a los moderados al gobierno. Seguía presente el problema de la regencia, con lo que se aprobó en las Cortes el adelantamiento de la mayoría de edad de la princesa de Asturias, declarada mayor de edad (13 años) y proclamada reina de España el 10 de noviembre 1843, después de jurar la Constitución de 1837. 4. La Articulación del Estado Liberal (pag. 161-162) La instauración del liberalismo trajo consigo la existencia de órganos representativos, y a los partidos políticos los encargados de llenar esos órganos. Desde la segunda experiencia liberal, el liberalismo español ya aparecía dividido en dos tendencias o sectores: la moderada y la exaltada o progresista. En la fase definitiva de configuración del Estado Liberal (1833-1843) van surgiendo los partidos políticos, destacando dos, el moderado y el progresista, ambos defensores del sistema monárquico constitucionalista representado por la reina Isabel II El partido moderado (1845) pretendía una conciliación con el Antiguo Régimen para hacer una “síntesis de lo viejo y lo nuevo”. Su concepción política es llamada “liberalismo doctrinario”, y concibe la soberanía como dimanada de dos instituciones: Rey y Cortes. Atribuye al rey un poder de moderación dentro de los distintos organismos y participaciones que constituyen el desarrollo político: tiene la facultada de convocar y disolver las Cortes y nombrar al Jefe de Gobierno. Conciben las Cortes como bicamerales, con una Cámara Alta designada por la propia Corona, que represente los antiguos grupos sociales privilegiados, y una Cámara Baja elegida por sufragio censitario. Partidarios de limitar ciertos derechos individuales y de la defensa de la religión y la Iglesia Católica. El partido progresista, aunque desde un punto de vista doctrinal sólo acepta las Cortes como institución depositaria de la soberanía, en la práctica admitía el poder moderador de la Corona y el legislativo bicameral. Pretendió limitar las prerrogativas de la realeza en el nombramiento de los miembros de la Cámara Alta. Admitía el sufragio censitario, pero ampliando el cuerpo electoral. Partidarios de la ampliación de los derechos individuales y de acabar con la influencia de la religión y la Iglesia Católica. Las discrepancias entre uno y otros, quedaban definidas en: - La contención del poder de la Corona, menor en los moderados y mayor en los progresistas - La ampliación política en las elecciones, aunque partidarios ambos del sufragio censitario, la diferencia estaba en las rentas que se pedían. - La participación política en las instituciones locales, robusteciéndolas mediante el acceso a través de elecciones - El poder de la Iglesia y su contribución a la construcción del Estado liberal. Ambos partidos van a ver tendencias, durante el s. XIX, que se van a manifestar hasta su escisión, caso de los unionistas (Unión Liberal, moderados progresistas que van a atraer a un notable grupo de progresistas más moderados) o de los demócratas (Partido Demócrata). El peso del ejército no es nada desdeñable, pues durante todo el s. XIX se va a convertir en el principal apoyo al reinado de Isabel II, y gran parte de los políticos de la segunda mitad del s. XIX van a pertenecer al ejército. Además, no podemos olvidar los pronunciamientos militares, artífices de la concienciación liberal en las masas populares. Y junto al ejército, la aparición de dos elementos nacidos durante la Guerra de Independencia: las Juntas y la Milicia. Las juntas van a surgir durante todo el s. XIX, cuando el poder constituido no es capaz de dar respuesta a las expectativas o deseos del movimiento burgués y popular. La milicia, nacida para defender la obra política de Cádiz y su Constitución, se va a convertir en una alternativa al ejército regular, y sobre todo, en una fuerza nacional, en manos de los liberales que la van a utilizar para forzar a la Corona a llamarlos al poder. 5. El reinado de Isabel II: la etapa isabelina (1843-1868) (pag. 163-171) Durante este período, el gobierno va a estar en manos de los moderados, que van a ejercer un casi exclusivo monopolio del poder. La escasa participación progresista (Isabel se inclina por los moderados) conducirá a debilitar las bases sociales del régimen y desembocará en una crisis total que llevará a su derrumbamiento en 1868. Durante su dilatado reinado (1844-1868) solo hubo un bienio progresista (1854-1856). 5.1 Los liberales moderados en el poder (1844-1854): la década moderada En las elecciones de 1844 los moderados ocuparon la mayoría de los escaños en las Cortes (oct-1844) y se coloco en el Gobierno al General Narváez. Este régimen buscó consolidar el nuevo orden social, que protegiese las conquistas liberales frente a la reacción carlista y contra la subversión popular, limitando las libertades en aras del mantenimiento del orden. Se trataba de asentar un régimen liberal de carácter conservador. Para ello se disolvieron las Cortes y se convocaron elecciones para formar una asamblea de carácter constituyente, que elaboró un nuevo texto constitucional, sancionado por la reina el 23 de mayo de 1845. En muchos aspectos recogía parte del articulado de la Constitución de 1837 y en otros era más restrictiva. Venía a ser, en opinión de los historiadores, una revisión de la Constitución de 1837. La Constitución de 1845 decía que: 1. Soberanía compartida del Rey con las Cortes a. La Corona puede intervenir en las Cortes (disolverlas) y nombrar ministros 2. Separación de poderes a. Con un poder ejecutivo con mayores atribuciones y más poder b. Frente al legislativo y a las Cortes que ven reducidos parte de su poder 3. Reconoce la religión católica y el mantenimiento de la institución 4. Sufragio censitario de mayor de 30 años (1% de la población) 5. Se mantienen los derechos individuales, aunque irán siendo restringidos en posteriores desarrollos legislativos Aparte de la obra constituyente, el régimen moderado procuró acercarse a la jerarquía católica por medio de la concertación con la Santa Sede del Concordato de 1851, que normalizaba las anteriores relaciones entre Estado e Iglesia, deterioradas por la Desamortización. A partir de este momento, las necesidades económicas de la Iglesia en España serían cubiertas por el Estado. En la construcción del Estado liberal, el gobierno moderado llevó a cabo una serie de leyes y reformas administrativas: - La Ley de organización y atribuciones de los Ayuntamientos de 1845 (8-ene) que reservaba a la Corona la designación de alcaldes en las capitales de provincia y cabezas de partido con una población superior a los 2000 habitantes (en el resto de municipios los nombramientos eran realizados por el gobernador civil). Con esta ley, los ayuntamientos pasaban a depender totalmente del poder central. Sólo el País Vasco y Navarra conservaron sus antiguos derechos forales, para evitar un nuevo rebrote carlista. - La reforma fiscal (1845) de Alejandro Mon que introdujo en España una reforma de la Hacienda Pública, por la que se centralizaba la recaudación en manos del Estado, lo que favorecía la imposición directa, es decir, la contribución directa. - El plan de estudios de Gil de Zárate y la Ley de Instrucción Pública de Moyano, que establecía una enseñanza basada en un mayor control por el Estado. - La tendencia centralizadora tendrá su ejemplo en materia jurídica con la consecución de un orden jurídico unitario, traducido en un movimiento codificador que da a luz un nuevo Código Penal (1848), la Ley de Enjuiciamiento Civil, la Ley de Notariado, la Ley Hipotecaria, y un proyecto de Código Civil - En materia administrativa, a la centralización responde las leyes de Diputaciones y Ayuntamientos. La provincia, nacida de la reorganización de Javier de Burgos (1833), se refuerza con el fortalecimiento de los Gobierno Civiles y Militares de cada provincia. - En este contexto, desmantelada la Milicia Nacional, nace como sustitución de la misma un cuerpo de policía militar, que el gobierno de Narváez va configurando, naciendo así la Guardia Civil (1844), que dotará al país de la seguridad en campos, caminos y ciudades. El proyecto ultraconservador concibió la reforma constitucional española en sentido más estricto. Bravo Murillo, presidente del Consejo de Ministros (1851), inició un proyecto de reforma de la Constitución de 1845, para hacerla más conservadora, lo que provocó la unión de los moderados y los progresistas en un frente común. Bravo Murillo disolvió las Cortes lo que provocó la protesta de prestigiosos generales (Narváez, O’Donnell) que presionaron a la reina que forzó la dimisión de Bravo Murillo. Sin embargo, sus sucesores mantuvieron la misma política lo que contribuyo a la formación de un frente revolucionario. 5.2 El Bienio progresista (1854-1856) La oposición al gobierno moderado del Conde de San Luís, provocó un nuevo pronunciamiento militar, dirigido por O’Donnell, en Vicálvaro (junio 1854) que dio lugar a una reunión de las tropas del gobierno, que acabó retirándose hacia Madrid. Este pronunciamiento vino acompañado por el Manifiesto de Manzanares (Constitución, reforma electoral, Milicia Nacional,…), dando carácter político al pronunciamiento que va ganando adeptos entre los progresistas y parte de los moderados y la intervención popular que da lugar a levantamientos en diversas ciudades, lo que provoca que la reina Isabel II fuerce a la dimisión del Conde de San Luís y llame al General Espartero para que formará un nuevo gobierno. Durante el Gobierno de Espartero se produjeron una serie de reformas que en su mayor parte trataban de resucitar el viejo progresismo español plasmado en la Constitución de 1837. De la legislación del período destacan: - La nueva Ley de Desamortización general de mayo de 1855, desamortización civil dirigida por Pascual Madoz, que supuso la ruptura con la Santa Sede y la alarma de la Corona. Pretendía completar la obra de Mendizábal. Concluida la venta de los bienes del clero, se procedería también la enajenación de los bienes de propios y baldíos de los Ayuntamientos, en un momento de verdaderas dificultades financieras para la Hacienda española. La venta de los bienes municipales, de donde procedían los principales recursos de los Ayuntamientos y de los campesinos más pobres, provocó una fuerte oposición popular a la Ley Madoz. El nuevo gobierno intentó una reforma constitucional que llevara a la Constitución el “credo” del grupo en el poder. La Constitución “non nata” de 1856 seguía el viejo ideario liberal con la soberanía nacional, la Milicia Nacional, los jurados para los delitos de prensa y en general los principios sustanciales del progresismo. Sin embargo, estas reformas no supusieron una mejora en la calidad de vida de las clases populares y no tuvieron en cuenta las nuevas demandas nacidas de un nuevo grupo social, el obrero. Esto degenero en una conflictividad en aquellas ciudades con más obreros, donde se produjeron enfrentamientos. A finales de 1855 la crisis era evidente (caída de la producción, subida de precios) lo que llevo al levantamiento de los obreros en Barcelona y Valencia. Además en Valladolid hubo una fuerte protesta de campesinos. Las discrepancias habidas en el seno de gobierno, sobre la intervención o no (lo que provoco la enemistad de los empresarios con el general Espartero) en la solución de los desórdenes de carácter social aparecidos, acabo con Espartero que dimitió y a O’Donnell, como presidente del Gobierno, que reprimió muy duramente las protestas y acabo con la Milicia Nacional. 5.3 La crisis del liberalismo moderado (1856-1868) El gobierno de O’Donnell y su partido la Unión Liberal, reimplantó la Constitución de 1845, pero incorporándole un Acta Adicional que reconocía algunos principios progresistas. Se trataba de limitar el retorno al liberalismo de línea moderada, superando el binomio moderantismo-progresismo, bajo los auspicios de una especie de vía intermedia, integrada tanto por los moderados como por progresistas, para hacer viable el régimen liberal. El período tuvo también vaivenes políticos pero, no obstante, se produjo cierta estabilidad política, que fue aprovechada para impulsar un cierto crecimiento económico. Se promovió el tendido ferroviario, cuya construcción coincidió con una expansión agraria y textil, así como de la banca y la minería. Si que hubo una notable política exterior, donde el ejército español participo con el objetivo de desviar la atención de los problemas internos y fomentar una conciencia nacional y patriótica. Se interviene en: - La guerra de Marruecos (1859-1860) motivada por un conflicto fronterizo sobre Ceuta. La victoria de las tropas españolas en Castillejos y Wad-Ras, provocó que los marroquíes llegaran a una paz precipitadamente, la Paz de Tetuán (abril de 1860), en la que se aseguraban las plazas españolas y se obtenía el derecho de ocupación de Ifni - La intervención en Conchinchina, de la mano del III Imperio Francés, por la matanza de un grupo de misioneros (1858-1863) - La intervención en México, también de la mano del Imperio Francés, para socorrer al régimen de Juárez, y que resulto ser un plan de Napoleón III, de carácter imperialista. El gobierno de O’Donnnell no podía frenar la oposición política que hacían los progresistas, demócratas y republicanos, ante los hechos probados de una crisis económica, en la que el gobierno se veía incapaz de “hincarle el diente”. O’Donnell dimitió y la Reina entregó el poder a los moderados, que actuaron de manera autoritaria y ejerciendo una fuerte represión, pero no fueron capaces de frenar la situación económica. Se hacía imprescindible un cambio, no ya de gobierno, sino de régimen.