La necesidad de reinventar la democracia o cuando la representación deja de representar Marc Navarro Analista IIG La democracia está enferma. Probablemente podamos afirmar eso sin miedo a equivocarnos, a la luz de los últimos resultados del Eurobarómetro y el Latinobarómetro. A modo de ejemplo, respecto a este último, se puede ver que el apoyo a la democracia por parte de la población latinoamericana ha bajado preocupantemente en los últimos años. A la pregunta sobre qué tipo de régimen es preferible, sólo un 48 por ciento de los encuestados respondieron que era la Democracia1 (Latinobarómetro, 2001). Pero este no es un problema exclusivamente latinoamericano. Datos como los ofrecidos por el Institute for Democracy and Electoral Assistance2 (IDEA), nos muestran como en las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos la abstención fue de un 50,7 por ciento, en el Reino Unido de un 42.4 por ciento o en Francia de un 40.1, por poner algunos ejemplos. Estos datos son especialmente preocupantes para unas democracias que han sido ejemplo a seguir por países que han sufrido procesos de transición hacia regímenes democráticos en las últimas décadas. Cada vez más existe un alta descrédito, ya no hacia nuestros representantes políticos, sino en relación a la democracia liberal-representativa como instrumento de soberanía popular. El distanciamiento entre las instituciones (y sus representantes) y la sociedad es cada vez mayor. Ejemplos como los de la cumbre del G-8 en Génova o el Foro Económico Mundial en Nueva York son desoladores. La elite política y económica encerrada en edificios bajo extrema seguridad y, pasado un perímetro considerable, el pueblo manifestándose, nos deja una imagen del estado actual de la democracia. Es por ello que se hace necesario reinventar para volver a creer en la democracia. Se requieren nuevas formulas que recuperen la idea clásica de la política en la que los individuos desarrollan sus identidades y el bien común. Debemos entender la democracia como una realidad dinámica y evolutiva, como algo más que un mecanismo para escoger gobernantes. 1. Sobre el concepto de democracia A lo largo de la historia hemos asistido al famoso debate en torno a la concepción de la democracia, en la que eran contrapuestos dos modelos divergentes sobre ella, el liberal y el republicano. Respecto el primero, se sostiene que el proceso democrático es la suma de los intereses privados de la ciudadanía, estructurándose en términos de economía de mercado. Cuando se analiza el modelo republicano, la democracia deviene un elemento de construcción de una identidad colectiva, juntamente con la individual y subjetiva de cada uno. Las diferencias entre ambas visiones quedan configuradas en base a tres puntos cardinales; a saber: i. El proceso político. El modelo liberal entiende el proceso político como algo instrumental, una agregación de preferencias previamente dadas en el que los ciudadanos manifiestan sus acciones individuales esperando sacar el máximo beneficio, siguiendo una lógica de mercado. La concepción republicana dista de esta idea de mercado y considera el Parlamento como un espacio público orientado al diálogo, dejando de lado la concepción utilitarista del mismo. ii. La democracia. Desde el modelo liberal, la democracia es entendida como un instrumento mediante el cual los individuos despliegan los derechos subjetivos. Dichos derechos, denominados negativos, garantizan un ámbito de actuación dentro del cual la personas jurídicas quedan libres de coacciones externas. En el modelo republicano, la democracia se convierte en el vehículo en el que participar en una práctica común, “cuyo ejercicio es el que permite a los ciudadanos convertirse en aquellos que quieren ser, en sujetos políticamente responsables de una comunidad de libres e iguales” (Habermas, 1992). iii. La ciudadanía. El modelo liberal configura la ciudadanía como una esfera restringida (en la que sólo se participa votando) para la realización de las preferencias. Mediante la agregación de diversos intereses privados a través de estructuras representativas, se garantiza la posibilidad de influencia en la administración. La concepción republicana va más allá y concibe la ciudadanía como una esfera más abierta de participación, necesaria en la construcción de la voluntad política. Los ciudadanos son mucho más activos y buscan el interés común. A grandes rasgos, la idea básica que diferencia ambas concepciones radica en la política. Mientras que el modelo liberal concibe la acción política como la suma de intereses, mediante preferencias individuales previamente dadas, el republicanismo ve en la política un papel creador de preferencias. Tiene, por tanto, una función más activa y educadora, en tanto el proceso político es entendido como informativo en el que se aportan nuevos conocimientos a las preferencias individuales, pudiendo cambiarlas y/o modificarlas. 2. Democracia liberal y representación Desde finales del siglo XX y principios del XXI, podemos afirmar que el modelo liberal ha sido el gran triunfador en las sociedades occidentales, especialmente a partir de la caída de los regímenes socialistas. Aun cuando las democracias liberales se han convertidos en el punto de referencia de casi todos los sistemas políticos del planeta, nunca se han implantado bajo la plenitud de las premisas liberales3. No obstante, si que se puede afirmar que se han estructurado bajo el núcleo genuinamente liberal (Requejo, 1996). En torno la lógica liberal, se han desarrollado democracias representativas en las que el demos es restringido a la introducción de una papeleta en las urnas cada determinado tiempo, lo que elimina por completo la posible capacidad educadora y deliberativa de la política. La democracia, por tanto, se basa en el disenso, en la concepción de mercado, tan y como hemos señalado anteriormente. En la representación se presuponen tres características básicas bajo las que se fomenta la ciudadanía (Sartori, 1999): a) receptividad, los parlamentarios escuchan a su electorado y ceden a sus demandas; b) rendición de cuentas. Los representantes deben responder de sus actos y c) los electores pueden destituir, en determinados, momentos los representantes. Por ejemplo, mediante un castigo electoral. Estas características entrañan problemas en cuanto su implantación real. Cada vez más los partidos políticos (como organizaciones mediante las cuales se desarrolla la representación) se han convertido en formaciones oligárquicas que reducen considerablemente tanto la receptividad como la rendición de cuentas. Se han convertido impermeables a las demandas sociales de la población, eliminando dos de las tres facultades que tiene el electorado en la participación política, la receptividad y la rendición de cuentas. Se estrecha aún más la esfera pública. Entonces, ¿en qué medida estamos representados en las actuales democracias? A tenor de los datos ofrecidos en el inicio del artículo podríamos responder que poco o muy poco4. El distanciamiento entre representantes y representados es cada vez mayor y es un problema que deben afrontar la democracias. Las instituciones de la democracia representativa se han alejado tanto al gobierno del contacto directo con el demos, que deberíamos preguntarnos si tiene derecho a adoptar el venerable nombre de democracia (Dahl, 1989). Se hace necesario buscar alternativas que hagan volver a creer en la democracia, dado el agotamiento de la democracia liberal-representativa actual. Debemos, por tanto, huir del determinismo y de las concepciones tales como “si la distancia es un problema objetivo, no puede hacerse nada al respecto” (Sartori, 1999). Se debe reconducir la democracia para convertirla en un medio y no en un fin como ocurre actualmente. 3. Desafíos a la democracia El modelo representativo-liberal asegura una igualdad legal para todos los ciudadanos. No obstante, obvia el problema de las minorías apartadas continuadamente en el policy making. Este hecho, denominado por J. S. Mill como la “dictadura de la mayoría”, se convierte en uno de los desafíos de las democracias con un alto grado de complejidad social. El liberalismo se construye bajo la óptica de que la clase política será capaz de canalizar la variedad de preferencias individuales. Aceptamos la idea que la variedad de voces de la sociedad han de ser canalizadas a través del gobierno, pero también debemos reconocer que el esquema liberal reduce la diversidad de la sociedad a una suma de intereses individuales que serán representados por la clase política (Vicherat, 2001). Pero la experiencia nos ha demostrado que la realidad es otra. El sistema liberal ha sido incapaz de dar voz en la arena política a la gran complejidad social existente, dejando fuera del espacio público a grupos minoritarios. Por tanto, debemos dar por agotado un sistema que no ha conseguido llegar a la voluntad general que postula el ideal democrático. Evidentemente, no podemos abogar por una democracia directa como el modelo griego. A parte de imposible, es un modelo indeseable. Imposible por el tamaño de la polis y la complejidad de nuestras sociedades, lo que haría inviable una discusión, haciéndola infinita. E indeseable porque es imposible una implicación de la sociedad en un espacio público de esta dimensión. Se debe preservar un espacio privado inalienable para el demos. Las sociedades actuales se caracterizan por ser altamente cambiantes, por lo que requieren de actuaciones rápidas. Bajo estas circunstancias se hace casi imposible que un programa de gobierno sea igual al programa electoral que votamos (suponiendo que alguna vez hubiera sido el mismo, que es mucho suponer). Por ello, se hace especialmente necesario la construcción de nuevos espacios participativos durante la legislatura para que todo aquello que no pudo ser recogido en el programa electoral y necesite de una actuación legislativa pueda ser elaborado juntamente con la ciudadanía. Pero esta participación no puede ser otra vez una suma de intereses individuales. Hacen falta estructuras que democraticen la democracia, creando nuevos espacios que amplíen el concepto de ciudadanía. La vida política no debe encaminarse exclusivamente a la elección, sino también a la interpretación, recuperando el carácter creador y transformador de concepciones de la vida y el mundo de la misma (Máiz, 2001). Esta capacidad debe entenderse como un complemento a la agregación de intereses individuales y no una substitución, tal y como intenta mostrarse a menudo. Dado que es imposible e indeseable la construcción de una ciudadanía permanentemente activa, no podemos olvidar las instituciones representativas. Parece difícil entender la democracia en el mundo moderno sin remitirse a la representación (Phillips, 1999). Los canales nunca deben ser obligatorios, cada uno debe poder elegir cuál es su implicación en el proceso político. Tal y como sostiene algunos autores, el exceso de politización puede desembocar en el efecto contrario, la reivindicación de lo privado (Bobbio, 1984). 4. La democracia como transformación de preferencias Si aceptamos la idea de la participación política democracia como transformadora de opiniones y preferencias, también debemos aceptar que las cuestiones que anteriormente se consideraban conflictivas puedan ser resueltas ahora mediante la transformación de opiniones en pro del interés general. Puede haber cambios significativos en las preferencias previas que transformen las áreas de conflicto en nuevos ámbitos de consenso (Barber, 1998). Para la consecución de tal fin, deben configurarse espacios de participación pública que permitan la deliberación. Mediante los procesos deliberativos se garantiza la superación de la lógica de mercado imperante en el modelo liberal. Así, juntamente con los medios y soluciones para maximizar las preferencias prepolíticas (liberalismo), se estimula la transformación de éstas e incluso su institucionalización, mediante procesos legislativos o constitucionales (Máiz, 2001). Por otro lado, el producto final queda legitimado en mayor medida por la participación en el policy making de grupos minoritarios que en los procesos representativos quedaban fuera de la arena política. Que la deliberación se convierta en generadora de intereses requiere de la existencia de pluralismo de intereses y/o opiniones. Es por ello que se convierte en algo indispensable en nuestras sociedades, claramente heterogéneas. La apertura de canales en los que se motive la discusión, nos aportará la posibilidad de agregar la diversidad de valores en la toma de decisiones final. Aun cuando la verdadera legitimidad sólo puede venir dada por la unanimidad de la población en la construcción de políticas, la deliberación puede ofrecernos una alternativa a la imposibilidad de la universalidad, dotando de mayor legitimidad los actos de gobierno en un mundo basado en los principios de lo individual (Manin, 1987). Como hemos sostenido anteriormente, la búsqueda de la voluntad general mediante la agregación de intereses no puede ir desligado de la representación. Sería ilusorio pretender que no existiera. Lo que se debe realizar es la generación de nuevos espacios de discusión y toma de decisión. Tal y como sostiene Bobbio (1984) se trata de democratizar la sociedad. Esto es, que la mayor parte de las instituciones de la sociedad tengan canales democráticos de participación y deliberación, a la par que haya una apertura de las instituciones gubernamentales para que sean permeables a las propuestas de los foros de discusión elaborados para tal fin. Por último, debemos señalar que se debe promover la participación con garantías. Las aportaciones de la Sociedad de la Información y el Conocimiento en cuanto a la accesibilidad de la información, juntamente con una sociedades cada vez más instruidas, nos aportan una ciudadanía más eficiente. Por tanto, el acceso a la información se convierte en un factor clave para asegurar una participación ciudadana reflexiva e informada. Referencias bibliográficas BARBER, B. "Un marco conceptual: política de la participación". En: ÁGUILA, R. y VALLESPIN, F.: La democracia en sus textos. Madrid: 1998 p. 281-296. BOBBIO, N. "Democracia representativa y democracia directa". En: BOBBIO, N.: El futuro de la democracia. México: Fondo de Cultura Económica.1984 p. 49-73. DAHL, R. La democracia y sus críticos. Barcelona: Paidós, 1989. HABERMAS, J. "Tres modelos de democracia. Sobre el concepto de una política deliberativa". Debats. (1992), 39, pp. 18-21. MÁIZ, R. "Democracia participativa: Repensar la democracia como radicalización de la política". Metapolítica. Vol. 5 (2001), 18, pp. 72-95. MANIN, B. "On legitimacy and deliberation". Political Theory. Vol. 15 (1987), 3, pp. 338-368. PHILLIPS, A. "La política de la presencia: la reforma de la representación política". En: GARCÍA, S. y LUKES, S.: Ciudadanía: justicia social, identidad y participación. Madrid: Siglo XXI.1999. REQUEJO, F. "Les senyes d'identitat del liberalisme". En: CASTIÑEIRA, À.: El liberalisme i els seus crítics. Barcelona: Proa. 1996 p. 15-57. SARTORI, G. "En defensa de la representación política". Claves de Razón Práctica. (1999), 91. VICHERAT, D. "Por el ejercicio de una política más libre. Una crítica al principio de representación en las actuales democracias". [en línea]. Desarrollo Humano e Institucional en América Latina. (2001), 22. http://www.iigov.org/dhial/?p=dh22/dhial22_05.htm [Consulta: 21 de octubre 2002]. ______________________ Notas: 1 Datos obtenidos de la encuesta del Latinobarómetro 2001 http://www.latinobarometro.org/ 2 Datos obtenidos del International Institute for Democracy and Electoral Assistance http://www.idea.int 3 Tal y como sostiene Requejo (1996), nunca han existido trazos teóricos del liberalismo, tales como la sociedad de personas libres y iguales, los individuos autónomos o los agentes individuales. 4 Recogiendo los datos del ejemplo estadounidense mostrado al principio observamos que la participación en la últimas elecciones presidenciales fue de un 49.3 por ciento. Si tenemos que 48.1 por ciento fueron los que votaron G. Bush (datos ofrecidos por http://www.electionworld.org/unitedstates.htm podemos afirmar que Bush está representando a un 23.71 por ciento de los electores. A la luz de los datos, ¿sus políticas representan a la mayoría de la población? ¿en qué medida pueden estar legitimadas?