Romancero Viejo. Las quejas de Doña Lambra. Comentario de texto. - Yo me estaba en Barbadillo, en esa mi heredad; mal me quieren en Castilla los que me habían de guardar; los hijos de doña Sancha mal amenazado me han, que me cortarían las faldas por vergonzoso lugar, y cebarían sus halcones dentro de mi palomar, y forzarían mis damas, casadas y por casar; matarónme un cocinero so faldas de mi brial. Si de esto no me vengáis, yo mora me iré a tornar. Allí habló don Rodrigo, bien oiréis lo que dirá: - Calledes, la mi señora, vos no digades atal; de los infantes de Salas yo vos pienso de vengar; telilla les tengo urdida bien se la cuido tramar, que nacidos y por nacer, de ello tengan que contar. (1. Localización.) El texto propuesto para el comentario es un romance del Romancero Viejo conocido como Las quejas de doña Lambra. El Romancero Viejo es un conjunto de poemas anónimos elaborados durante los siglos XIV y XV que se hallan emparentados tanto con la poesía épica (para Menéndez Pidal, los romances tienen su origen en la fragmentación de la épica, de la que toma parte de los asuntos y la métrica) como con lírica tradicional, con la que comparte muchos rasgos de estilo. Dentro de los grupos en que suelen clasificarse los romances, Las quejas de doña Lambra se incluye en el de los romances épicos, es decir, en aquellos que se inspiran en asuntos o personajes de la antigua épica nacional. En particular, el Romance de doña Lambra forma parte del Ciclo de los siete infantes de Lara, extenso conjunto de romances que relatan distintos episodios de la leyenda de los infantes de Lara. Aunque se ha documentado la existencia de algunos personajes de la leyenda (como Ruy Velázquez y Gonzalo Gustos, nobles que vivieron durante el reinado de Garci Fernández, a finales del siglo X) y algunos sucesos históricos parecen relacionarse con ella, poco puede afirmarse con certeza sobre su historicidad. Lo que sí es seguro es que existió un poema épico que contaba la historia completa: el Cantar de los siete infantes de Salas, conservado en parte gracias a las prosificaciones de las crónicas históricas (pues los cronistas consideraban verídico todo lo relatado en los poemas épicos, y los utilizaban como fuente). Muchos de los romances de este ciclo proceden, con toda probabilidad, de la fragmentación de este cantar de gesta. (2. Contenido.) La leyenda de los siete infantes de Lara se inicia con las bodas de Don Rodrigo y Doña Lambra. A las celebraciones y fiestas de esta boda acuden muchos invitados: entre ellos, Gonzalo Gustos, su esposa Doña Sancha (que es hermana de Don Rodrigo) y sus siete hijos, los infantes de Lara (o de Salas, su ciudad natal, que pertenecía al alfoz de Lara). Durante las fiestas, un incidente trivial ofende a Doña Lambra, y termina provocando un enfrentamiento entre Don Rodrigo y el menor de los infantes, Gonzalo González. Acabadas las bodas, Don Rodrigo y Gonzalo Gustos deben acompañar al conde Garci Fernández. Doña Lambra, Doña Sancha y los infantes parten hacia Barbadillo, donde parecen haberse reconciliado. Pero Doña Lambra hace que un criado ofenda a Gonzalo González, el cual, junto con sus hermanos, se venga del agravio matando al criado. Los infantes vuelven a Salas con su madre. Durante tres días Doña Lambra llora por la afrenta a su honor, y, al regresar su marido, le pide venganza. Este episodio de la leyenda es el que se relata en Las quejas de doña Lambra. El diálogo que reproduce el romance (presentado por un narrador que se dirige a los oyentes, reflejo del carácter oral del romancero) recoge la exigencia de desagravio de Doña Lambra y la amenazadora promesa de venganza de Don Rodrigo. (3. Estructura.) Estas dos intervenciones conforman las dos partes que podemos apreciar en el texto: • La primera parte (versos 1-16) corresponde a la intervención de Doña Lambra, cuya exigencia de desagravio va precedida de un relato de la afrenta sufrida a manos de los infantes, afrenta que pone en conocimiento de su marido. • En la segunda parte (versos 17-26) encontramos, tras dos versos con los que el narrador anuncia su intervención, la promesa de venganza de Don Rodrigo. - Yo me estaba en Barbadillo, en esa mi heredad; mal me quieren en Castilla los que me habían de guardar; los hijos de doña Sancha mal amenazado me han, que me cortarían las faldas por vergonzoso lugar, y cebarían sus halcones dentro de mi palomar, y forzarían mis damas, casadas y por casar; matarónme un cocinero so faldas de mi brial. Si de esto no me vengáis, yo mora me iré a tornar. Relato de la afrenta Allí habló don Rodrigo, bien oiréis lo que dirá: - Calledes, la mi señora, vos no digades atal; de los infantes de Salas yo vos pienso de vengar; telilla les tengo urdida bien se la cuido tramar, que nacidos y por nacer, de ello tengan que contar. Promesa de venganza Exigencia de desagravio Don Rodrigo Doña Lambra Desde el punto de vista métrico, el texto sigue el esquema característico de los romances. Consta de 26 versos octosílabos con rima asonante en los pares, aunque la rima aguda (en á) se resuelve en frecuentes consonancias en -ar. En rigor, y considerando la comúnmente aceptada teoría sobre el origen épico de la versificación de los romances, deberíamos describirlo como una tirada de 13 versos hexadecasílabos monorrimos, divididos en dos hemistiquios de ocho sílabas. (4. Estilo.) Como ya hemos indicado, los romances del ciclo de los infantes de Lara proceden probablemente de la fragmentación de un cantar de gesta del que sólo conservamos prosificaciones. Menéndez Pidal sostuvo que los romances se originaron de esta fragmentación de los cantares de gesta: el público hacía repetir al juglar algunos fragmentos que gustaban especialmente, hasta que se desgajaron y convirtieron en poemas autónomos. Pronto los juglares, atendiendo a los gustos del público, empezarían a componer otros romances sin relación con la épica. Ello es perfectamente aplicable en el caso de Las quejas de Doña Lambra, que con toda probabilidad tiene su origen en la fragmentación de ese cantar de gesta perdido. Tal fragmentarismo provoca el inicio in media res del romance (procedimiento frecuente del romancero), que comienza directamente con la intervención de Doña Lambra, sin que el narrador se ocupe previamente de presentar al personaje que habla. Este hecho no suponía un obstáculo para la comprensión del relato, pues el público conocía perfectamente el conjunto de la historia. Precisamente los dos primeros versos, que no se encuentran en todas las versiones, pretenden, con su indicación especial, ayudar a identificar el episodio y su protagonista: - Yo me estaba en Barbadillo, en esa mi heredad; Tal indicación no tendría sentido en el cantar de gesta original, pues ya sabríamos dónde se encuentra Doña Lambra. Es probable, por consiguiente, que estos versos iniciales fueran una añadido pensado para situar a los oyentes. En todo caso, Doña Lambra inicia sus quejas señalando que se encontraba en su heredad: la acción de los infantes fue más afrentosa en la medida en que, como huéspedes en su casa, le debían el máximo respeto y consideración. En la misma idea insisten los versos siguientes: fueron precisamente quienes la habían de guardar los que la ultrajaron. El relato propiamente dicho de la afrenta comienza con una enumeración polisindética de las amenazas que profirieron los hijos de Doña Sancha (los infantes), organizadas en paralelismos: los hijos de doña Sancha mal amenazado me han, Enumeración Anáfora que me cortarían las faldas por vergonzoso lugar, y cebarían sus halcones dentro de mi palomar, y forzarían mis damas, casadas y por casar; Paralelismo Es una lista de amenazas infamantes, particularmente la primera, pues cortar las faldas por vergonzoso lugar era el castigo que se infligía a las rameras. Cebar los halcones en un palomar ajeno era un privilegio de nobles; Gonzalo Gustos y sus hijos son vasallos de Don Rodrigo y Doña Lambra, por lo que tal acción constituiría una ofensa a su linaje. Y por supuesto sería ultrajante que forzaran a las damas que se encuentran a su servicio; en esta última amenaza se emplea una bimembración totalizadora frecuente en la épica (casadas y por casar) de carácter hiperbólico. Tales actos serían, en suma, vejaciones de su honor personal, social y familiar. En los versos siguientes, siguiendo un orden de creciente gravedad ofensiva, se pasa de las amenazas a la afrenta realmente cometida: matarónme un cocinero so faldas de mi brial. En los usos de la época, el brial o manto de seda de una señora constituía un asilo inviolable para su vasallo. Los infantes atentaron brutalmente contra esa norma y asesinaron al cocinero delante de su señora. Como es previsible, el relato de Doña Lambra oculta su responsabilidad en lo ocurrido, pues fue por indicación suya que el cocinero ofendió a Gonzalo González; una muestra de su papel de instigadora perversa que ya desempeñaba en el cantar. Esta larga enumeración de afrentas prepara su lógica consecuencia: la petición de venganza, que Doña Lambra exige amenazando a Don Rodrigo con convertirse por despecho. Si de esto no me vengáis, yo mora me iré a tornar. La segunda parte comienza con una fórmula de introducción al diálogo de origen épico con la que el narrador presenta al segundo personaje (Don Rodrigo) y se dirige a los oyentes (rasgo que refleja el carácter oral del romance en sus orígenes). Allí habló don Rodrigo, bien oiréis lo que dirá: El relato tendencioso de Doña Lambra ha acabado de espolear el rencor que ya sentía Don Rodrigo por los infantes desde lo ocurrido en la boda, por lo que en los versos 19-22 promete de inmediato la venganza. En estos versos encontramos, por otra parte, numerosos arcaísmos, rasgo frecuente en la lengua del romancero. Son arcaicas las terminaciones verbales –ades, -edes, el uso de vos como pronombre átono en lugar de os y la anteposición del artículo al posesivo. - Calledes, la mi señora, vos no digades atal; de los infantes de Salas yo vos pienso de vengar; En los versos finales, Don Rodrigo da cuenta de sus intenciones mediante una metáfora común: planeará cuidadosamente una trampa para vengarse, como el que urde y trama una tela. telilla les tengo urdida bien se la cuido tramar, Y la venganza será tal que incluso las generaciones futuras (nacidos y por nacer, nueva bimembración totalizadora) recordarán y contarán la historia: que nacidos y por nacer, de ello tengan que contar. Esta singular referencia metaliteraria evoca en el público conocedor de la leyenda el patetismo de otros episodios (la muerte de los infantes, el llanto de Gonzalo Gustos, la venganza de Mudarra…) relatados en otros romances del ciclo. En tal evocación reside, sin duda, la inquietante fuerza de la amenaza de Don Rodrigo que cierra el texto. (5. Conclusión.) El texto comentado, en definitiva, es un buen ejemplo de cómo el fragmentarismo de los romances proporciona una mayor intensidad dramática incluso en las composiciones que, como ésta, tienen un origen épico. La enumeración de los vejatorios ultrajes que ha sufrido Doña Lambra, y sobre todo la siniestra amenaza de Don Rodrigo, que evoca de modo premonitorio las futuras tragedias que reserva la historia, producen un efecto final de suspensión que convierte a este romance en uno de los más famosos del ciclo de los infantes de Lara.