TEMA 4: EL MOVIMIENTO OBRERO La burguesía, clase propietaria de los medios de producción, que llevó adelante la revolución industrial, había asumido la doctrina liberal como instrumento ideológico para su asalto al poder, que se desarrolla entre la Revolución Francesa y las oleadas revolucionarias de 1820, 1830 y 1848. En ese asalto al poder, el proletariado, la clase de los trabajadores empleados en las fábricas de los burgueses, había acompañado a la burguesía en las luchas contra el Antiguo Régimen, pero a partir de 1848, con la burguesía ya consolidada en el poder, ese proletariado comienza a asumir un papel autónomo. La dureza de sus condiciones de vida, el menoscabo de sus reivindicaciones y una creciente conciencia de clase les convertirán en nueva clase antagónica enfrentada con la burguesía. En esa lucha que se prolongará en la segunda mitad del siglo XIX y en el siglo XX, el proletariado se dota de sus propias herramientas ideológicas: las doctrinas formuladas por pensadores del XIX y desarrolladas en los años sucesivos que darán origen al movimiento obrero. CONDICIONES DE VIDA Y TRABAJO DE LA CLASE OBRERA La implantación del capitalismo industrial trajo consigo condiciones de vida y trabajo terribles para los primeros proletarios. Procedentes del campo, que ya no les ofrecía recursos suficientes para subsistir, llegaban a las ciudades, donde no podían más que instalarse en los suburbios obreros, cercanos a las fábricas, contaminados, ruidosos y carentes de cualquier acondicionamiento urbano. Si encontraban trabajo en las fábricas, las condiciones eran durísimas: jornadas de trabajo extenuantes, salarios de subsistencia, ausencia total de derechos y de coberturas sociales… las condiciones para mujeres y niños no eran mejores y sus salarios, en cambio, mucho más bajos. Esta situación fue determinante para que pronto empezaran a surgir las primeras voces de protesta contra las injusticias del nuevo sistema económico y social. Algunas de estas protestas procedían incluso de sectores progresistas de la propia burguesía, mientras que desde el mundo del trabajo comenzaron también a producirse las primeras reacciones, inicialmente espontáneas y poco organizadas. II. MOVIMIENTOS PRECURSORES Ludismo Una de las primeras respuestas obreras a las nuevas condiciones ofrecidas por el capitalismo se dirigió contra las máquinas, a las que los obreros culpaban de empeorar sus condiciones laborales. Este movimiento, iniciado en Inglaterra, recibió el nombre de ludismo debido a que las proclamas y ataques contra las máquinas y sus propietarios solían aparecer firmadas por un tal general Ludd de dudosa existencia. Las Trade Unions y el cartismo En los países industrialmente más avanzados, Gran Bretaña y Francia, y por tanto aquellos donde primero se desarrolló el movimiento obrero, los trabajadores veían seriamente limitada su capacidad de presión para obtener mejoras laborales. En Francia, la Ley Le Chapelier de 1791 establecía que los contratos sólo podían establecerse entre individuos, de patrón a obrero, quedando así excluida la negociación colectiva y en Gran Bretaña la Anti-­‐Combination Act prohibía las asociaciones de trabajadores. No obstante, las luchas obreras consiguieron poco a poco abrir brechas a la libertad de asociación, que fue conseguida en Gran Bretaña en 1824 con la abolición de las Anti-­‐Combination Acts, aunque en Alemania y Francia no la lograrían hasta 1881 y 1884 respectivamente. De esta manera, a partir de 1824, se crean en Gran Bretaña las primeras Trade Unions, sindicatos por oficios que trataban de conseguir mejoras en las condiciones de trabajo. A partir de 1829 las Trade Unions fueron superando la división gremial para unirse en grandes sindicatos de trabajadores. El frecuente fracaso en las reivindicaciones de las Trade Unions condujo a que los trabajadores se dieran cuenta de que la mera reivindicación laboral era insuficiente y que debían luchar por tener una representación política propia en el Parlamento. En este sentido, en 1838 fue redactada la Carta del Pueblo, origen del movimiento cartista, que exigía, entre otras reivindicaciones, el sufragio universal masculino, la supresión del requisito de ser propietario para ser diputado, distritos electorales iguales, pago de dietas a los diputados, voto secreto y renovación anual del Parlamento. El socialismo utópico En estos inicios del movimiento obrero, surgieron voces defensoras de los derechos de los trabajadores, a los primeros se les denominó "socialistas utópicos" por el carácter idealista de sus propuestas. Entre los más destacados socialistas utópicos figuran los franceses Saint-­‐Simon, Fourier y Proudhon y el británico Robert Owen. Saint-­‐Simon era un noble ilustrado que proponía una sociedad gobernada por los más capaces (intelectuales y científicos), donde la tecnología estuviese al servicio de todos y no existiesen desigualdades ni injusticias. Charles Fourier, por su parte, procedía de una familia de comerciantes, burgués por lo tanto. proponía organizar la sociedad en una serie de comunidades llamadas falansterios. Cada uno de estos falansterios, integrados por entre 1500 y 2000 personas se organizaría de forma igualitaria, eliminándose el beneficio y la competencia. Robert Owen era a diferencia de los anteriores, un industrial, que proponía la organización de los trabajadores en cooperativas agrícolas e industriales donde el trabajo se repartiría igualitariamente y el dinero sería sustituido por bonos-­‐trabajo. Owen trató sin éxito de llevar a la práctica sus propuestas tanto en Gran Bretaña como en estados Unidos, a donde emigró en 1824. Proudhon se sitúa a medio camino entre el socialismo utópico y el movimiento anarquista. De hecho, él mismo se definió como anarquista, expresando su completo rechazo a cualquier forma de estado. La propuesta de Proudhon era la organización de la sociedad en pequeñas unidades agrícolas y artesanales basadas en la ayuda mutua y en la autogestión y que se asociarían o federaría libremente. III. ANARQUISMO Y MARXISMO El anarquismo Entre los primeros formuladores del anarquismo destacamos al francés Proudhon, de quien ya se habló arriba y al ruso Mijail Bakunin. Como la otra gran corriente del pensamiento obrero, el anarquismo, es sobre todo una ideología anticapitalista, que rechaza la explotación del hombre por el hombre (característica del sistema capitalista) y propone sustituirla por una sociedad libre e igualitaria, donde los medios de producción sean de propiedad colectiva. Pero quizá la principal característica de la ideología anarquista sea el total y absoluto rechazo a cualquier tipo de autoridad, religiosa, política, legal económica, etc. Es por ello que rechazan profundamente todas las instituciones que basan su existencia en el ejercicio de una autoridad: el Estado, la Iglesia, el Ejército, la Familia, etc. Para los anarquistas el principio fundamental es la libertad del individuo y es por ello que se oponen a cualquier tipo de institución que limite esta. En sustitución del estado capitalista, los anarquistas proponen un modelo social y económico basado en la asociación de las personas en comunas donde la propiedad de los medios de producción sea colectiva y las relaciones entre los individuos, libres e igualitarias. Estas comunas podrían después asociarse o federarse voluntariamente para beneficio mutuo. Para establecer su modelo de sociedad, los anarquistas rechazan cualquier tipo de organización política del pueblo, defienden en cambio el sindicalismo y la acción violenta contra el estado y sus representantes. El socialismo científico o marxismo A mediados del siglo XIX dos filósofos alemanes, Karl Marx y Friedrich Engels desarrollan el socialismo científico, una doctrina política revolucionaria y anticapitalista que, a diferencia del socialismo utópico, parte de un análisis en profundidad del sistema capitalista. La teoría de la Historia Según Marx y Engels, la Historia humana es la sucesión de una serie de modos de producción o sistemas socio-­‐económicos, que establecen determinadas relaciones entre las personas. La aparición de la propiedad privada sobre los medios de producción determinó que los seres humanos quedaran divididos en clases sociales: los poseedores de esos medios de producción por un lado y por otro, quienes privados de los mismos, se veían obligados a trabajar y ser explotados por los primeros para sobrevivir. De acuerdo con la ideología marxista, es el enfrentamiento entre las clases sociales lo que hace avanzar la historia; así, del modo de producción comunista primitivo (en la Prehistoria), se pasó al modo de producción esclavista (en la Edad Antigua), de éste al modo de producción feudal (en la Edad Media) y finalmente al modo de producción capitalista (Edad Moderna y Contemporánea). En ésta última fase, el enfrentamiento entre la clase de los burgueses y la de los proletarios, debería concluir con la destrucción del capitalismo y el establecimiento de una sociedad nueva (el comunismo) donde los medios de producción volverían a ser de propiedad colectiva, acabándose así con la división de los seres humanos en clases sociales. El análisis del capitalismo Para Marx y Engels el instrumento de la explotación capitalista de los trabajadores es la plusvalía. La plusvalía es el beneficio del patrón, la diferencia entre el capital invertido en la producción de un objeto y el precio de venta de este objeto. Esa diferencia es fruto del trabajo aportado por el proletario, pero es el burgués quien se lo apropia aumentando así cada vez más su capital. La teoría de la conquista del poder y la construcción del comunismo A diferencia de los anarquistas, los marxistas consideran que los proletarios no sólo han de organizarse en sindicatos, sino que deben asimismo organizarse en partidos políticos, partidos obreros (comunistas) que tengan como objetivo la toma del poder. Como los anarquistas, los marxistas también aceptan la conquista violenta del poder político si es necesario, pero proponen combinar todas las formas de lucha posibles. Si por su parte los anarquistas consideraban que a la destrucción del estado capitalista debía seguir de forma inmediata la constitución de comunas libres, los marxistas en cambio consideran que la construcción de una sociedad comunista exige varias fases intermedias: la primera sería la Dictadura del Proletariado, un régimen profundamente democrático, en el que el proletariado, ahora en el poder, utilizaría los recursos del estado para impedir su recuperación por parte de la burguesía. En la siguiente fase, el Socialismo, se establecería una sociedad más justa e igualitaria, pero en la que aún existiría un aparato estatal, en esta fase, el lema sería "De cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo", finalmente podría alcanzarse una sociedad comunista, plenamente libre, donde el Estado sería desmantelado y el lema sería "De cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades". Tanto el anarquismo como el marxismo son ideologías internacionalistas, es decir, rechazan la división establecida por las fronteras políticas entre estados y reclaman la unión de los trabajadores de todas las naciones contra el enemigo común: el estado burgués capitalista: Ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases, es el lema que mejor define esta actitud. IV. DESARROLLO DEL MOVIMIENTO OBRERO La necesidad de organización y coordinación del naciente movimiento obrero era ya evidente a mediados del siglo y no sólo se trataba de organizar estructuras nacionales, sino que era cada vez más necesaria la coordinación entre las luchas obreras de los distintos países, ya que la propia burguesía actuaba de esa manera, trayendo y llevando trabajadores de unos países a otros para romper huelgas o modificar relaciones laborales. De esta manera, en 1864 se reúnen en Londres representantes de diversas organizaciones obreras de todo el mundo que deciden fundar la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o Iª Internacional. La Primera Internacional (1864 -­‐ 1876) La Primera Internacional va a impulsar dos líneas de actuación: la creación de secciones nacionales por un lado, y para ello enviará agentes a los distintos países con la misión de organizar secciones obreras afiliadas a la AIT. Y por otro, dotarse de una estructura organizativa mediante la redacción de unos estatutos. Será a Marx a quien se encargue esta segunda tarea. Los estatutos de la Iª Internacional están por lo tanto fuertemente influidos por el pensamiento marxista. Algunos de sus puntos fundamentales fueron: ü La liberación de la clase trabajadora tiene que llevarse a cabo por los propios trabajadores. ü No basta con la consecución de mejoras laborales. Es necesaria la conquista del poder político por la clase obrera y ese debe ser el objetivo prioritario de sus organizaciones. ü Hay que impulsar la organización de los trabajadores en partidos y sindicatos. ü Los obreros del mundo no tienen patria: el movimiento obrero se rige por principios internacionalistas. En este primer congreso afloraron las primeras divisiones entre los defensores de las tesis de Proudhon (reformistas que rechazaban el uso de la violencia y la conquista del poder) y los defensores de las tesis de Marx (revolucionarios, que asumen los puntos arriba señalados). Congreso de la AIT, Bruselas, 1868 De esta segunda reunión de la internacional sólo cabe destacar el triunfo de los marxistas sobre los proudhonianos y la convocatoria de un nuevo congreso para el año siguiente. Congreso de la AIT, Basilea, 1869 En este congreso hace su aparición Mijail Bakunin, padre el anarquismo, que choca fuertemente con las ideas de Marx. Frente a la conquista del Estado defendida por los marxistas, los anarquistas propugnan su destrucción; frente a la dictadura del proletariado, el establecimiento inmediato de comunas; frente a la centralización de la dirección de la AIT, su descentralización, otorgando más poderes a sus secciones nacionales; frente a la participación en política y la creación de partidos obreros, la defensa en exclusiva de la lucha sindical. Congreso de la AIT, La Haya, 1872 En 1871 había tenido lugar en Francia la primera experiencia de revolución obrera: la Comuna de París. Su fracaso agrandó la brecha entre marxistas y anarquistas, quienes se culpaban mutuamente de la ocasión perdida. En el congreso de La Haya de 1872, la mayoría , marxista, aprueba la decisión de formar partidos obreros para organizar al proletariado en cada país, la no aceptación de esta línea por parte de los bakuninistas dio lugar a la expulsión de los mismos. Congreso de la AIT, Filadelfia, 1876 En este último congreso de una AIT ya exclusivamente marxista, se decide su disolución. El movimiento obrero entre 1876 y 1914 En este período el movimiento obrero crece cuantitativa y cualitativamente, por el crecimiento numérico del propio proletariado en toda la Europa occidental y en América y por el asentamiento y desarrollo de las organizaciones obreras, tanto sindicales, como anarquistas y marxistas. El sindicalismo Como se ha señalado, el crecimiento en número de los obreros industriales va a tener entre sus consecuencias que los sindicatos se conviertan en organizaciones de masas, mucho más eficaces a la hora de defender sus reivindicaciones. Esta nueva correlación de fuerzas permitió a los sindicatos obreros forzar la negociación con gobiernos y patronos y lograr algunas mejoras de importancia en las condiciones laborales. Así se pone límite y se mejoran las condiciones del trabajo infantil y el de las mujeres, se logra establecer el seguro obligatorio para los trabajadores y se reduce la jornada laboral a diez horas. El anarquismo El anarquismo va a tener su mayor predicamento entre los campesinos y por lo tanto, en los países donde la actividad agraria es aún predominante, como España, Italia o Rusia. Las organizaciones anarquistas se debaten entre la prioridad de las acciones violentas como método de lucha (la “propaganda por el hecho”) y las puramente sindicalistas. Consecuencia del terrorismo anarquista serán los numerosos magnicidios de la época: la emperatriz Isabel de Austria, Sissi (1869), el rey de Italia Humberto I (1900), el presidente estadounidense Mckinley (1901) los presidentes del gobierno español Antonio Cánovas (1897), José Canalejas (1912) y Eduardo Dato (1921). El sindicalismo anarquista o anarcosindicalismo, por su parte, dio lugar por su parte a la formación de grandes sindicatos, como la Confederación General del Trabajo (CGT) en Francia y la Confederación Nacional del trabajo (CNT) en España. El marxismo Las corrientes marxistas iniciarán los años setenta del siglo XIX con la formación de los primeros partidos políticos de signo obrero; el pionero fue el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), fundado en 1875, mientras que en España, hubo que esperar hasta 1879 para que Pablo Iglesias fundase el Partido Socialista Obrero Español. Estos partidos obreros afrontaron inmediatamente la tarea de organizar sindicatos ligados a sus tesis, de ahí surgieron la Unión General de Sindicatos Alemanes o la Unión General de Trabajadores, fundada en España en 1888 por el propio Pablo Iglesias. En Inglaterra, sin embargo, el proceso fue a la inversa: las grandes organizaciones sindicales, unidas en la Trade Unions Council, canalizaron sus reivindicaciones políticas a través de un partido ya existente, el liberal y más tarde favorecerían la formación de su propio partido, el laborista. Desde finales del XIX el marxismo vio desarrollarse en su seno la polémica entre sectores cada vez más inclinados a revisar las tesis de Marx, (llamados por ello revisionistas) y entre los que encontramos a personajes como Eduard Bernstein o Karl Kaustky, que priorizaban las reformas dentro del capitalismo y la consecución de reivindicaciones a través de la integración en el sistema y la participación en las instituciones burguesas, como las Cortes y Parlamentos y, frente a ellos, las corrientes revolucionarias encabezadas por Rosa Luxemburgo o Vladimir Ilich, “Lenin”, que mantenían la necesidad de derrocar el régimen capitalista por la vía revolucionaria y establecer un nuevo poder obrero. La Segunda Internacional En 1889 y en el marco de las conmemoraciones por el primer centenario de la revolución Francesa, se constituye en Paris la IIª Internacional o Internacional Socialista, que agrupa a las organizaciones políticas obreras de este signo. La IIª Internacional actualizó las reivindicaciones a corto y medio plazo del movimiento obrero (salarios justos, reducción de jornada laboral, mecanismos de protección social, abolición del trabajo infantil…), estableció algunos de los símbolos del movimiento obrero, como la jornada reivindicativa del 1ª de Mayo o la Internacioal como himno y desarrolló nuevas secciones juveniles y femeninas para adaptar sus objetivos a reivindicaciones particulares de estos sectores. Desde su origen, en la IIª Internacional o Internacional Socialista, siguió desarrollándose el enfrentamiento ideológico entre la corriente reformista y la revolucionaria, que ahora se plasmaba en las posturas a mantener frente al colonialismo y ante la perspectiva de una eventual guerra entre estados capitalistas. La corriente revolucionaria, encabezada por Lenin, mantuvo la línea internacionalista y por lo tanto la condena del colonialismo y de la guerra entre estados, como fruto de las estrategias económicas capitalistas. El estallido de la Primera Guerra Mundial, dio concreción a esta polémica, con la ruptura entre los reformistas, que apoyaron a sus respectivos países y los revolucionarios, que condenaron el conflicto y tras la victoria de la revolución en Rusia, dirigida por los bolcheviques y Lenin, decidieron formar una nueva internacional, la Komintern (Internacional Comunista o IIIª Internacional)