Reforzar la organización desde abajo

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Reforzar la organización desde abajo
Colombia y una cooperación internacional diferente
Sergio Ferrari
Colaborador con swissinfo y E-CHANGER
El debate sobre la cooperación internacional es inacabado. Defensores y
detractores se multiplican al tiempo que los gobiernos europeos siguen lejos del
postulado de las Naciones Unidas de destinar el 0.7% del Producto Bruto Interno a
ese rubro. La forma y los contenidos de la cooperación pasan, regularmente, por
el banquillo de los acusados. Los ejemplos, no siempre abundan...
“El objetivo de Swissaid en Colombia va más allá del apoyo a una suma de
proyectos individuales en tres diferente regiones del país. Busca construir una
propuesta de desarrollo alternativo, junto con la base y a partir de las
comunidades de las zonas más periféricas”, señala Walkiria Pérez. Jurista
colombiana con una especialización en gestión administrativa, desde hace veinte
años Pérez colabora con esa Organización No- Gubernamental suiza y en el
último lustro se ha desempeñado como coordinadora nacional de la misma.
Swissaid sostiene en ese país sudamericano 22 proyectos impulsados por
organizaciones comunitarias; asociaciones campesinas; organizaciones indígenas;
colectivos mixtos (indígenas-campesinos); grupos afro-colombianos y ONG
nacionales.
Apoya también a redes que se movilizan contra los organismos genéticamente
modificados (tansgénicos) y defiende con convicción las semillas tradicionales y
criollas, como un presupuesto esencial de “cualquier plan de soberanía
alimentaria”, subraya la coordinadora. Swissaid, hace parte también, con otra
docena de ONG suizas, de SUIPPCOL. Que es un programa de la sociedad civil
sostenido por la cancillería helvética para la promoción de la paz.
Fortalecer las comunidades
Los proyectos de Swissaid se encuentran en las regiones Caribe, Andina y del
Pacífico –norte y sur- colombiano. Labor que beneficia a unas 10 mil familias.
“La multiplicación del impacto en un mayor número de beneficiarios y el trabajo en
sinergias con entidades públicas y privadas nacionales, constituyen dos temas de
reflexión de fondo del programa actual, explica Walkiria Pérez.
Uno de los pilares de esa presencia es el fondo del crédito rotatorio que
retroalimenta numerosas iniciativas de asociaciones de mujeres, así como de
comunidades indígenas y campesinas.
Para Walkiria Pérez la esencia de toda cooperación externa “debe ser el
fortalecimiento de las comunidades en sus propias propuestas productivas,
reforzando de esta forma sus sueños y esperanzas”.
“Nuestro programa actual recupera la historia de una larga presencia en este país
y es expresión de una continuidad con ajustes permanentes”, subraya.
Dicho programa promueve tres ejes principales. La gestión del territorio, la agroecología y el *empoderamiento* de las mujeres.
Con una serie de componentes clave: entre ellos el buen gobierno; el respeto a la
biodiversidad y la promoción de los derechos integrales de las mujeres.
“Cuando hablamos de buena gestión pensamos de inmediato en la necesidad de
un reforzamiento institucional a nuestras contrapartes. Transparentes hacia lo
interno y externo; con un manejo eficiente de los recursos económicos y que
constantemente promuevan la planificación participativa y una sistemática
rendición de cuentas”, explica Pérez.
La temática de la biodiversidad está ligada a la construcción de un proyecto
alternativo con una visión permanente en el territorio. “Eso implica no formular
propuestas puntuales sino mirar globalmente los recursos naturales de la zona, las
oportunidades, las otras instituciones que interactúan en los proyectos. La óptica
de la durabilidad es para nosotros esencial”, enfatiza.
En cuanto a la perspectiva de género –subraya la coordinadora – “se funda en que
históricamente las mujeres y los jóvenes han sido los más vulnerables y excluidos,
y por eso queremos priorizarlos como actores de un nuevo desarrollo”.
Protagonismo femenino
“Siempre fui tímida. Tenía miedo de salir de mi casa, de hablar en público...Miedo
a que los otros no me tomaran en serio. Y el trabajo colectivo me fue despertando.
Hoy me siento profundamente cambiada”, sostiene Eugenia Novoa.
Novoa es la actual secretaria de la “Asociación de Mujeres El Progreso de San
Jaime” (ASOMUPROSAN), fundada con el apoyo de Swissaid y en la actualidad
una de las entidades más emblemáticas del municipio Los Palmitos en el norteño
departamento de Sucre.
La Asociación reúne a 42 de las 79 familias de la comunidad, que produce en una
superficie de 106 hectáreas.
Al momento del balance de lo construido en los últimos diez años, para Eugenia
Novoa no hay lugar a dudas. “Lo más importante ha sido el fondo rotativo que
constituyó la base de todo y nos dio sentido de pertenencia. El segundo resultado
concreto, el avance organizativo de nosotras como asociación, que si bien tiene a
las mujeres en la dirección y como actoras principales incluye también a algunos
hombres”.
En la actualidad, las propuestas productivas prioritarias de la asociación son dos.
La diversidad agropecuaria, que incluye siembras y algunas cabezas de ganado
así como aves de corral.
Y la producción de peces, tanto para consumo como para la venta. Con trabajo
voluntario y el apoyo financiero externo la comunidad ha construido una media
docena de estanques naturales para la reproducción, lo que asegura hoy
importantes ingresos económicos.
En una zona que históricamente ha sido muy conflictiva, ¿cuál ha sido el método
de ASOMUPROSAN para poder consolidarse? “La neutralidad. No nos metemos
con ninguno de los actores militares. Es una regla de la Asociación. Y,
adicionalmente, estar lejos de la politiquería y las campañas”.
Eso significa, subraya Novoa, “no repetir el error de nuestra primera etapa.
Cuando nos fundamos éramos 27 mujeres y por problemas politiqueros nos
fracturamos. No queremos más volver a repetir esa historia”.
Los sueños colectivos como futuro cercano
“Dos son los más importantes desafíos de futuro”, interpela Ismael Anaya,
campesino de 63 años, uno de los fundadores de la comunidad a inicios de los
años setenta.
Diversificar la comercialización y promover la transformación de algunos de
nuestros productos para incorporarle un valor agregado que nos asegure mayor
rentabilidad, explica.
Y de la realidad a los sueños, parece haber sólo un paso en El Progreso de San
Jaime. “Estamos pensando en producir harina de pez para la exportación, o bien
en derivados de la yuca o el ñame. Incluso los jóvenes de la comunidad planean
instalar un restaurante en la cercana carretera principal, para cocinar y vender
parte de lo que producimos”, explica.
La lucha por la supervivencia y el desarrollo de la comunidad, en una “época muy
compleja de crisis mundial”, no impide a Ismael Anaya compartir su cosmovisión
optimista sobre la comunidad y la asociación.
“La tierra para nosotros es lo fundamental. La base económica de cualquier país
del mundo es la agricultura porque es lo que continuamente se renueva. En los
últimos años hemos crecido en lo organizativo y en lo productivo, y eso es la base
de nuestro éxito”, enfatiza.
Y recuerda que toda la experiencia organizativa de San Jaime, “comenzó a inicios
de los años setenta cuando ocupamos las tierras. Todo era muy precario. Otros
campesinos nos apoyaron para poder sacar la primera cosecha. La ley agraria por
entonces vigente nos favoreció, ya que permitía acceder a tierras no trabajadas”,
explica Anaya.
Actualizando un compromiso y condición esencial de cara a la cooperación
internacional: “debemos asegurar la transparencia absoluta de los recursos que
llegan a la comunidad y hacer las cosas bien. Eso significa dedicación absoluta.
Aquí, como comunidad, todos nos cuidamos y nos vigilamos mutuamente para
evitar cualquier mala gestión”, concluye.
Cosmovisión Indígena
A pocos kilómetros de San Jaime, en el mismo municipio de Los Palmitos – todo
en el departamento de Sucre- existe una amplia reserva indígena de más de 80
mil hectáreas. 412 de esas familias que habitan en el resguardo, crearon hace ya
hace algunos años la Asociación de Productores Indígenas de San Antonio de
Palmito (ASPROINPAL), la que recibe apoyo técnico-financiero de Swissaid.
“El problema fundamental es la tierra. Contamos apenas con 800 hectáreas a
disposición lo que es muy poco”, enfatiza Ubadel Pérez, uno de los responsables
de la asociación.
Y en relación directa a la producción rural limitada, “lo que tenemos como
financiamiento no nos alcanza. Somos mucha gente para pocos recursos lo que
nos obliga a apoyar un año a un grupo de asociados y el siguiente a otro”.
Sin embargo, la organización misma, “ha producido ya resultados muy positivos.
Muchos de los socios han mejorado su cualidad de vida especialmente a partir de
la existencia de fondos rotativos, lo que permite, también una diversificación de la
alimentación básica, con numerosos productos distintos, naturales”, explica. Uno
de los proyectos faros de la Asociación es la construcción de un laboratorio
artesanal para transformar raíces y frutos en productos medicinales naturales y
artículos de belleza. “Con la idea, incluso, de buscarle salida en el mercado, para
reforzar nuestros ingresos”, tal como explica Ubadel Pérez.
Si el desafío de un desarrollo de la comunidad es ya enorme, “la propia realidad
de conflicto que flota en la región pesa mucho. Los distintos actores armados
trataron de meterse varias veces a nuestra asociación. Incluso hubo agresiones
contra algunos miembros. Amenazas de muerte y algunos de nuestros miembros
se desplazaron a partir de esa tensión. Grupos paramilitares que se volvieron a
rearmar con otros nombres luego de la supuesta desmilitarización”, señala Pérez.
Sin embargo, según el joven dirigente indígena, “son el Estado y su política neoliberal los principales factores que agreden a las comunidades”. “Exige más
productividad, obligan a entrar en cadenas de comercialización, todo eso a pesar
que nosotros promovemos una lógica coherente de autoconsumo. Y que debemos
hacer frente a un clima muy rudo, con una larga estación seca –con límites en
nuestras reservas de agua-, que no permite cultivar todo el año”.
“El neoliberalismo tiende a expropiar nuestras tierras; privatizar los escasos
yacimientos de agua; deforestar los bosques. Esas son muchas de las leyes que
trata de impulsar el Gobierno. Toda su concepción es ilógica. Debemos impulsar
una política más democrática y participativa. Y una visión nacional, ya que
Colombia es una real potencia en cuanto a la biodiversidad, con acceso a dos
océanos, con montañas, con abundantes recursos naturales. Somos un país muy
rico. Desafortunadamente la política del Estado no piensa en nuestro beneficio”,
enfatiza.
La cosmovisión comunitaria, propia de sus raíces indígenas, refuerza el
diagnóstico del país y le refuerza en avanzar pistas de prioridades nacionales.
“Uno de los problemas principales es la participación. Lo primero que deberíamos
trabajar es la paz. Luego, el tema del medio ambiente. Y de inmediato reflexionar y
actuar para resolver el hambre y la alimentación suficiente, que no es sólo un
problema de Colombia sino a nivel mundial. Pero, insisto, el diálogo y la
participación, la construcción de la paz, son condiciones de base para todo lo
otro”, enfatiza.
Y su conclusión se desencadena naturalmente. “No hay espacio para la solución
de los problemas sociales y de la gente con la violencia. Con la violencia surgirá
más conflicto y masacres. El principal reto es la solución política negociada. Los
actores armados necesitan diálogo y empleo. Hay mucha gente, especialmente
jóvenes, sin trabajo...Y encuentran en el conflicto una forma de sobrevivir...”,
concluye. (Sergio Ferrari)
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