Artículo de D. Antoni Ubach, Arquitecto. Acercar el proyecto a la obra Hemos de acortar la distancia que hay entre la redacción del proyecto arquitectónico, trabajo del arquitecto, y la construcción de la obra, función del constructor. Hablamos de la distancia que separa el tiempo en el que tiene lugar cada uno de estos procesos, de la distancia que hay entre el mundo de los conceptos y de los conocimientos, donde se crea el proyecto, y el mundo del ingenio y las habilidades de las industrias de la construcción. Dicho de otra manera, de la distancia entre las personas que protagonizan cada fase. Lo que nos deberíamos preguntar todos los que participamos en los procesos de producción arquitectónica es por qué se produce esta distancia, o bien en qué mejora esta distancia el resultado final de la obra. Esta separación nació en el siglo XIX, cuando se asentó y consolidó la industria como forma de producción, nacida de la primera revolución industrial, y con ella, la especialización, convencido como lo estaba todo el mundo que esta separación habría de ensanchar el camino del progreso. Sin embargo, este paradigma cambió tímidamente a finales del siglo XX y, con una decidida firmeza, parece comenzar a desaparecer en este primer decenio del siglo XXI, ahora que la colaboración se perfila como la piedra angular que permite integrar las partes a la luz de eso que, eufemísticamente, llamamos el pensamiento transversal. Este paradigma nos ha de permitir mejorar la eficiencia energética, el respeto medioambiental, la incorporación de una cierta austeridad, valores que, junto con una mayor calidad y coherencia, se desarrollarán mejor que no con el modelo de la especialización y la confrontación entre una parte y la otra, el modelo que hemos seguido hasta hace cuatro días y que aún colea. Hoy en día, defender este espíritu para hacer arquitectura parece innovador. Pero, bien mirado, no hace falta nada más que retomar el hilo de la tradición para recuperar la colaboración que el antiguo paradigma arrinconó. De hecho, la cultura popular no ha perdido nunca este concepto. Los maestros de obras fueron los testimonios vivos de esta unidad de actuación, en que proyectar y ejecutar eran tareas en manos de la gente de los oficios: albañiles, carpinteros, cerrajeros, vidrieros, yeseros, ebanistas. Juntos, garantizaban, en un marco muy coherente, la continuidad entre el proyecto y la construcción, entendidas ambas como un único todo. Hemos de reivindicar el mundo de las generalidades como el camino para integrar las especialidades y acercarnos más a la realidad, que no es la suma de muchas partes pequeñas sino que es el conjunto, con categoría propia y de un valor superior. El arquitecto se ha de involucrar activamente con los constructores para producir arquitectura, ha de reclamar su presencia ya desde el momento de redactar el proyecto constructivo y, de una manera total, durante el proceso de edificar la arquitectura. La colaboración implica que se han de replantear como mínimo dos premisas sustanciales: el momento en que se ha de contratar a la empresa constructora para que se pueda incorporar durante el proyecto constructivo, por un lado; por otro, se han de proponer nuevas maneras de formar el precio de las obras para que este precio responda de la manera más fiel posible a la concepción del nuevo paradigma, el de la colaboración. Hace falta superar el concepto del proyecto como instrumento cerrado y asimilarlo más al papel que damos a una partitura musical en la interpretación de la música, sujeta a la ejecución en el momento preciso de pasar del papel a la sonoridad audible. Pero también afirmamos que el arquitecto se ha de integrar en la industria y participar en los procesos, de producción, de puesta en obra y, por encima de todo, en el de diseño. La industria innova constantemente y es en este terreno donde el arquitecto se debería implicar. El arquitecto ha de ver a la industria como una oportunidad para proyectar e impulsar su mejora personal. Pero, sobre todo, por participar en la mejora de la industria, antesala de la mejora de la futura calidad material de la arquitectura. Hemos de avanzar en la dirección de industrializar la arquitectura porque probablemente es la única manera de asegurar la calidad material. Se ha de añadir más valor a los materiales, a los componentes y no a la mano de obra, que se ha de reducir en favor de la producción en el taller. Para conseguirlo, es necesario más conocimiento humano que garantice este camino hacia la innovación y hacia el futuro. Y ésta es una ocasión para la arquitectura. Josep Ferrater i Mora reivindicaba la categoría del especialista cuando hablaba de la tarea del pensador como “pensador de generalidades”. De manera parecida, la construcción de la arquitectura se ha de entender como un pensamiento general, integrador de todas y cada una de las partes. Entiendo que la arquitectura no ha de olvidar los principios vitrubianos: “Utilitas, Firmitas y Vetustas”, es decir, la funcionalidad, la solidez y la vejez (vetusto = viejo; por tanto, tal vez mejor "la resistencia"?), y para lograrlo, nada mejor que el compromiso entre ambas partes. Octubre del 2010